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Análisis Político

versión impresa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.35 no.104 Bogotá ene./jun. 2022  Epub 13-Dic-2022

https://doi.org/10.15446/anpol.v35n104.105167 

Dossier

CÓMO LA POLARIZACIÓN POLÍTICA AMENAZA LA DEMOCRACIA… Y CÓMO AFRONTARLO*

HOW POLITICAL POLARIZATION THREATENS DEMOCRACY… AND HOW TO FACE IT

Pedro Jesús Pérez Zafrilla1 

1Doctor en Filosofía. Profesor titular de Filosofía Moral, Universidad de Valencia, España. Correo electrónico: p.jesus.perez@uv.es


RESUMEN

La polarización política representa un fenómeno en auge. En este artículo analizo cómo la relación entre polarización política, compromiso político y nivel educativo constituye hoy una amenaza para el futuro de la democracia. En una primera parte explico qué es la polarización política. Seguidamente analizo la relación entre polarización política, compromiso político y nivel educativo, tomando como base los datos existentes al respecto sobre Estados Unidos. Posteriormente presentaré unas claves interpretativas desde la filosofía y la psicología evolucionista para comprender esa relación entre polarización, participación política y nivel de estudios, y en qué medida esa relación pone en riesgo la democracia. Como conclusión aportaré unas propuestas para reducir la polarización política, y fortalecer así la democracia.

Palabras clave: polarización política; nivel educativo; compromiso político; democracia; élites

ABSTRACT

Political polarization is a growing phenomenon in democracies. This article analyzes how the relationship between political polarization and education threatens democracy today. The first part explains what political polarization is. Next, it examines the relationship between political polarization and educational level, taking as a basis existing data on the US. Subsequently, it presents some interpretive keys from philosophy and evolutionary psychology to understand this relationship between polarization, political commitment, the level of studies, and to what extent this relationship puts democracy at risk. In conclusion, the article provides some proposals to address political polarization and strengthen democracy.

Keywords: Political polarization; Educational level; Political commitment; Democracy; Elites

INTRODUCCIÓN

En los últimos años, el fenómeno de la polarización política se ha convertido en un tema de máxima actualidad. Periodistas y comentaristas políticos alertan sobre la creciente polarización de las sociedades democráticas. Si bien es una tesis compartida que la polarización supone una amenaza para la democracia (Levitski & Ziblatt, 2018), algunos intelectuales, como Jason Brennan (2018) o Haidt y Lukianoff (2019) señalan como elementos potenciadores de la polarización a dos factores: el compromiso político y el nivel educativo de los sujetos; es decir, habría una relación, apuntada por diversos trabajos (Abramowitz, 2010; Fiorina, 2016), entre la polarización política, el compromiso político y el nivel educativo de las personas.

En el presente artículo trataré de desentrañar las razones que explican esta relación entre polarización política, compromiso político y nivel educativo. Ello permitirá determinar en qué medida dicha relación representa realmente una amenaza para el futuro de la democracia. El estudio tomará como base a Estados Unidos, ya que es el país sobre el que más análisis, empíricos y teóricos, se han publicado sobre esa relación. Dividiré el artículo del siguiente modo:

En una primera parte, de carácter introductorio, clarifico qué es la polarización política y qué tipos principales de polarización se distinguen en la ciencia política: la polarización ideológica y la polarización afectiva. Ilustraré esta primera parte con datos relativos a la situación de Estados Unidos. Seguidamente pasaré a analizar propiamente el objeto del presente trabajo: la relación entre polarización política, compromiso político y nivel educativo de los sujetos, tomando como base, también, datos existentes al respecto sobre Estados Unidos. Partiré de la relación entre la polarización y el nivel de compromiso político de la ciudadanía estadounidense. Después expondré la conexión entre el compromiso político y el nivel educativo de la ciudadanía. Por último, abordaré la relación entre polarización y nivel educativo de los estadounidenses. A partir de los datos extraídos de dicho análisis, presentaré unas claves interpretativas desde la filosofía y la psicología evolucionista para comprender esa relación entre polarización, compromiso político y nivel de estudios, y en qué medida esa relación supone una amenaza para nuestra democracia. Por último, esbozaré unas propuestas para reducir la polarización entre la élite política, los medios de comunicación y, de una forma particular, en la academia.

POLARIZACIÓN IDEOLÓGICA

Comencemos definiendo la polarización. Habitualmente, cuando en los medios se habla de polarización, con ese concepto suele hacerse referencia a que los discursos o las posiciones de los actores políticos son más radicales hoy de lo que lo eran hace unos años; es decir, que las posiciones de la clase política o la ciudadanía son más extremas y están más alejadas del centro y la moderación. Sin embargo, en ciencia política la polarización no es un sinónimo de radicalización de posiciones: más bien, con el concepto de polarización se alude al alineamiento de la ciudadanía en identidades políticas contrapuestas (Miller, 2020). Una sociedad está más polarizada cuando una mayoría de los ciudadanos se identifican más fuertemente con las posiciones de un partido frente a las posiciones del adversario. De este modo, habrá menos personas con posiciones independientes.

Por supuesto, esa mayor identificación de las personas con las posiciones de un partido no es casual, sino que viene inducida por las élites de los partidos. Porque la polarización se produce de la élite a la base, y nunca al revés. Por ejemplo, en Estados Unidos, a mediados del siglo XX, los partidos Demócrata y Republicano daban cabida a sectores muy diferentes; sin embargo, tras los convulsos años sesenta de esa misma centuria, ambos partidos se decantaron ideológicamente: el Republicano adoptó posiciones conservadoras, y el Demócrata, posiciones progresistas, sobre los diversos asuntos (Poole, 2008). De ese modo, las personas que mantenían posiciones conservadoras sobre distintos temas pasaron a votar republicano, y quienes mantenían posiciones progresistas pasaron a votar demócrata. De igual modo, el hecho de sentirse miembros de un partido u otro hará que los sujetos adopten acríticamente los paquetes ideológicos de su partido relativos a las posiciones sobre ciertos temas.

Este alineamiento de los sujetos con paquetes ideológicos más definidos nos permite entender, precisamente, la polarización ideológica o partidista: consiste en la tendencia de los sujetos a adoptar la posición de su partido al pensar sobre los diferentes asuntos (Abramowitz, 2010). Por ejemplo, en Estados Unidos los votantes republicanos adoptarán posiciones más conservadoras, y los demócratas, posiciones más progresistas, en consonancia con el paquete ideológico de sus respectivos partidos; además, los sujetos que dentro de un partido mantienen posiciones discrepantes o más moderadas sobre algunos temas serán vistos con rechazo por el resto del grupo (Levitzsky & Ziblat, 2018).

Para medir la polarización ideológica, se evalúa la posición (conservadora o progresista) que adoptan los sujetos sobre diferentes temas (Pérez Zafrilla, 2020). Un sujeto más polarizado dará respuestas sistemáticamente conservadoras o progresistas a todos los temas, en la línea con lo que defienda su partido. En ese orden de ideas, polarización política se asimila a consistencia ideológica; es decir, la adhesión acrítica a las posiciones defendidas por el propio partido. En cambio, un sujeto moderado tendrá unos planteamientos más progresistas sobre unos temas, y más conservadores, sobre otros, justamente, porque su identificación con la posición de un partido es más tenue; por tanto, su consistencia ideológica es menor. Así, por ejemplo, el estudio del Pew Research Center de 2014 refleja que la polarización en Estados Unidos creció durante dicho periodo. Las personas moderadas —es decir, las que dan respuestas conservadoras sobre unos temas, y progresistas, sobre otros— pasaron del 49 % en 1994 al 39 % en 2014. Y a su vez, los sujetos que dan respuestas consistentemente progresistas o conservadoras sobre todos los temas crecieron del 10 % en 1994 al 21 % en 2014 (Pew Research Center, 2014). De ese modo, el centro se achica y los extremos (en consistencia ideológica) se agrandan.

POLARIZACIÓN AFECTIVA

Junto a la polarización ideológica sobresale otra forma de polarización: la polarización afectiva. Esta modalidad de polarización evalúa los sentimientos (positivos o negativos) que los sujetos tienen hacia los partidos, los candidatos o los miembros de los diferentes partidos. Por un lado, la polarización afectiva mide los sentimientos positivos de identificación de las personas hacia su partido, pero también, los sentimientos negativos de rechazo o animadversión hacia sus contrincantes ideológicos.

La expresión de sentimientos positivos hacia los correligionarios, y negativos hacia los oponentes, es derivada de nuestra naturaleza tribal. Los seres humanos hemos heredado una fuerte tendencia a la formación de grupos —algo fundamental para garantizar la supervivencia individual en el pasado—, y esa tendencia deriva en nuestro sentido de pertenencia (Miller, 2020). El mero hecho de sentirnos parte de un grupo natural (como la pertenencia a un pueblo o una familia) o arbitrario (pertenecer a una clase concreta en el colegio) genera evaluaciones positivas hacia los miembros de nuestro grupo, y negativas hacia los de fuera (Clark & Winegard, 2020; Malo, 2021). Esto es así porque somos seres grupales, y nuestro sentido de pertenencia refuerza y dota de sentido a nuestra identidad; una identidad que se forma por oposición a otros grupos diferentes. Además, la política es un ámbito propicio para la lucha grupal, por lo que será un terreno abonado para la generación de sentimientos tribales.

Pues bien, la diferencia entre el afecto sentido hacia los correligionarios y la animadversión hacia los oponentes es lo que denominamos polarización afectiva.

La polarización afectiva se mide de dos formas (Pérez Zafrilla, 2020). La primera es preguntar a los sujetos por la imagen, favorable o desfavorable, que tienen de los adversarios ideológicos. En una sociedad moderada, el adversario no es percibido con gran animadversión ni, mucho menos, como una amenaza para el grupo; en consecuencia, una mayoría de personas tendrá una imagen no muy negativa de los adversarios. Pero en una sociedad polarizada, el adversario sí es percibido como un peligro para el bienestar de la nación; por tanto, la imagen que los sujetos tengan de los adversarios será mucho más negativa.

A ese respecto, el citado estudio de Pew Research Center de 2014 recoge que, a lo largo de los años, ha aumentado la percepción negativa que los estadounidenses tienen de los adversarios ideológicos. Los demócratas que tienen una imagen negativa de los republicanos pasaron del 57 % en 1994 al 79 % en 2014; además, los demócratas que tenían una imagen muy negativa de los republicanos pasaron del insignificante 16 % al 38 %. Pero al otro lado del espectro político la situación es similar. Los republicanos que tienen una imagen desfavorable de los demócratas pasaron del 68 % en 1994 al 82 % en 2014. De la misma forma, el crecimiento de los republicanos con una valoración muy desfavorable de los demócratas pasó del 17 % en 1994 al 43 % en 2014 (Pew Research Center, 2014). Como vemos, a lo largo de estos años ha empeorado la imagen que los sujetos tienen de los adversarios.

La segunda forma de medir la polarización afectiva es la denominada distancia social; es decir, el grado en que los sujetos sienten confortable interactuar con los miembros de otro partido en diversos ámbitos (trabajo, amistades, relaciones de pareja…). A continuación presento los resultados del estudio del Pew Researh Center de 2014 a la pregunta de cómo se sentirían si alguno de sus hijos se emparejara con alguien del partido contrario.

A esa pregunta, una gran mayoría contestó que le resultaría indiferente si su descendiente se emparentara con alguien del partido opuesto; sin embargo, se puede observar una relación directa entre el grado de infelicidad y el nivel de consistencia ideológica. Son realmente los individuos más moderados los que darían menos importancia a ese emparejamiento de su hijo con alguien del partido contrario: solo el 9 % de los demócratas moderados se sentirían infelices si un hijo se emparentara con alguien republicano, y solo el 5 % de los republicanos se sentirían infelices si su hijo se emparentara con alguien demócrata. En cambio, entre los más politizados hay un número considerable de personas que se sentirían infelices en esa situación; concretamente, el 30 % de los sujetos consistentemente conservadores verían mal que su hijo se casara con alguien demócrata, y el 23 % de los consistentemente liberales se sentirían infelices si su descendiente se emparejara con alguien republicano.

Pues bien, esta relación entre polarización y consistencia ideológica nos lleva al siguiente punto por tratar: la relación entre polarización política y compromiso político.

POLARIZACIÓN Y COMPROMISO POLÍTICO

Hasta aquí he presentado qué es la polarización política, qué tipos existen y cómo se la mide. Como vemos, los datos del Pew Research Center parecen indicar un aumento de la polarización en Estados Unidos. Sobre esa base, quisiera pasar ahora a analizar la relación entre polarización y compromiso político. Para ello, el primer paso es reparar en el hecho de que la polarización política no es uniforme en el conjunto de la población. Este es un punto fundamental, señalado por autores como Abramowitz (2010). Para él, es un error hablar de un “ciudadano medio”, ya que los niveles de interés en la política, en el consumo de información y en el compromiso político son muy diferentes entre la población. Hay un conjunto minoritario de personas que apenas si participa en la política y no tiene interés en ella. Pero entre la mayoría que sí participa y se informa sobre política también hay diferencias significativas: mientras unos sujetos participan con alto nivel de compromiso (donan dinero o participan como voluntarios de su partido en la campaña electoral), otros sujetos participan desde posiciones más independientes, y pueden votar a uno u otro partido en cada elección. Por tal motivo, Abramowitz defiende que el estudio de la polarización política debe tener en cuenta esas diferencias y centrar el análisis en aquella ciudadanía que muestra un mayor interés en la política.

No en vano, los diferentes estudios y las encuestas realizados muestran que hay una relación directa entre nivel de polarización y compromiso político. La polarización (tanto ideológica como afectiva) es mayor entre los sujetos más comprometidos políticamente, los hooligans; en cambio, la ciudadanía menos comprometida manifiesta posturas más moderadas. Así se desprende del estudio del Pew Research Center de 2014. En él también se recoge que los demócratas activos políticamente y que se definen como consistentemente liberales pasaron del 8 % en 1994 al 38 % en 2014; mientras, los demócratas menos comprometidos políticamente y que se definen como consistentemente liberales, aunque aumentan con el tiempo debido a la polarización, solo pasaron del 4 % al 15 % entre 1994 y 2014. Entre los votantes republicanos, el fenómeno es análogo. Los republicanos comprometidos y que se identifican como consistentemente conservadores pasaron del 23 % al 33 % entre 1994 y 2014; mientras, los republicanos menos comprometidos políticamente y que se identifican como consistentemente conservadores solo pasaron del 7 % al 9 % entre 1994 y 2014 (Pew Research Center, 2014); por tanto, hay una relación clara entre compromiso político y consistencia ideológica.

Con la polarización afectiva sucede algo similar. El estudio refleja que el 44 % de los demócratas políticamente comprometidos ven a los republicanos como una amenaza para la nación. Pero eso lo piensan solo el 18 % de quienes están poco comprometidos políticamente. De igual modo, entre los republicanos comprometidos, el 51 % ven a los demócratas como una amenaza para la nación, pero eso lo piensan solo el 20 % de los republicanos poco comprometidos (Pew Research Center, 2014).

Esta relación entre polarización (ideológica y afectiva) y compromiso político es, a primera vista, contraintuitiva. Normalmente, asociamos la participación política al compromiso cívico y la búsqueda del bien común, mientras que la apatía la relacionamos con el autointerés. Así se entendía ya en Grecia, con la distinción entre el polites y el idiotes (Sartori, 1997). El idiotes era el que, por ignorancia o vulgaridad, trataba de buscar su bien particular al margen del bien de la pólis, y no advertía que el ser humano solo puede ser propiamente humano participando en el ágora. Por su parte, el polites era el que participaba y tomaba decisiones en diálogo con el resto de ciudadanos buscando el bien común de la pólis. En la misma línea, más recientemente, la democracia deliberativa surgió como respuesta a la teoría elitista de la democracia reivindicando el papel de los ciudadanos como personas razonables, comprometidas con el bien común y abiertas a escuchar al diferente y dejarse convencer por el mejor argumento en un diálogo abierto (Gutmann & Thompson, 1997; Rawls, 1996); por tanto, el compromiso político representa, en principio, una apuesta por la moderación y el entendimiento entre personas que piensan diferente.

El problema es que esa es la teoría, pero la práctica de la política diaria hoy en día va por otros derroteros. La sociedad de masas articula la participación política a través de la adhesión a unos partidos con unos líderes y unos programas; una adhesión que se expresa a través del voto. En dicho escenario, los políticos, en connivencia con medios afines, buscan conseguir el voto a través de la adhesión emocional, y no racional. Esto se consigue polarizando las campañas con mensajes simples y narrativas maniqueas y emocionales. Dichos elementos subrayan la maldad del adversario, con el objetivo de fomentar el rechazo intuitivo en la audiencia, así como la bondad del propio partido, para reforzar la identificación tribal (Malo, 2021).

Es esta configuración del compromiso político como adhesión emocional a una tribu política la que explica que las personas más implicadas en la acción política, lejos de ser más desapasionadas y razonables, como defendían los teóricos de la democracia deliberativa, sean las que sientan una mayor identificación ideológica con su partido. Esto es así ya que en nuestras democracias actuales la identidad política no cobra la forma de un ciudadano comprometido con el bien común por encima de ideologías. La identidad política se conforma en torno a la adhesión acrítica a una tribu política (demócratas o republicanos, por ejemplo) con su respectivo paquete ideológico; es decir, en el escenario político actual el compromiso cívico de carácter racional, del que hablaban los teóricos de la democracia deliberativa, degenera en un compromiso partidario. Esto explica que las personas más comprometidas ideológicamente tengan una mayor polarización afectiva, pues su mayor compromiso político las lleva a ver con mayor animadversión a sus adversarios. A la inversa, también: si alguien tiene una mayor identificación con su partido, defenderá con más pasión las consignas de sus líderes, participará más activamente en las campañas y también sentirá un mayor rechazo hacia sus adversarios; es decir, la consistencia ideológica (polarización ideológica), el compromiso político y la polarización afectiva se refuerzan mutuamente. Por eso, sensu contrario, los sujetos menos identificados ideológicamente con un partido se comprometen menos políticamente y muestran unos sentimientos menos negativos hacia sus adversarios. Esta es una relación que arroja consecuencias preocupantes sobre el futuro de la democracia.

COMPROMISO POLÍTICO Y NIVEL EDUCATIVO

Ahora bien, una vez demostrada y explicada la relación entre compromiso político y polarización, queda por examinar si hay una relación entre compromiso político y nivel de estudios. Pues bien, el hecho es que esa relación existe. Estudios realizados, como la encuesta del American National Election Studies de 2004, recogida por Abramowitz (2010), muestran una relación entre compromiso político y nivel educativo. De acuerdo con esos datos, más de la mitad de las personas con estudios superiores se reconocen como muy comprometidas políticamente. Pero solo el 20 % de las personas con estudios secundarios o menos manifiestan tener un alto compromiso político. De esa forma, se deduce que la mayoría de este grupo de sujetos con menos cualificación tiene una menor participación en política.

Esta es una tesis sostenida también por teóricos como Jason Brennan o Alan Abramowitz: los sujetos con mayor nivel de estudios participan más activamente en política, mientras que los sujetos con menor nivel educativo lo hacen en una menor medida. Las explicaciones son diversas. Para Abramowitz (2010), la razón se encuentra en la mayor sofisticación ideológica de los sujetos con estudios superiores; es decir, el mayor nivel educativo hace que las personas vean la realidad de un modo más abstracto e ideológico. Ello les permite identificarse más nítidamente con el ideario de los partidos en el posicionamiento sobre los diferentes temas. A su vez, esa mayor identificación partidista redundará, como hemos visto, en un mayor compromiso político.

Por su parte, Brennan (2018) insiste en otro factor: el consumo de información política como elemento de socialización. Los sujetos con estudios superiores se relacionan con gente similar, y entre ellos el consumo de información política es alto, ya que estar al día sobre la actualidad política es necesario como factor de socialización en esos ámbitos. Pensemos también, por ejemplo, cómo hoy un tema de conversación entre la clase media-alta son las series de Netflix. Pues bien, con la política sucede algo parecido. Por tal motivo, para encajar en su grupo las personas necesitan estar al tanto de la actualidad política, y eso les lleva a informarse políticamente. Pero, a su vez, la información política está alineada editorialmente con los programas de los partidos afines. Esto, que sucede con los medios tradicionales mainstream (Herreras, 2021), se produce de una forma más acusada con los medios digitales y la televisión por cable, que compiten por la audiencia ofreciendo un contenido más ideologizado (Persily, 2017).

A este alineamiento ideológico de los medios con los partidos se une el hecho, señalado por Brennan (2018), de que los sujetos no consumen información política para tener una visión objetiva de la realidad. Por el sesgo de confirmación, los sujetos consumen los medios que los refuerzan en sus posiciones, y que son las propias de los partidos; es decir, la ciudadanía se informa de política para encontrar información que refuerce su punto de vista y refute las tesis de los adversarios. Esta idea se ampliará más adelante. Ahora quedémonos con la tesis de Brennan de que el consumo de información política es mayor entre los sujetos de mayor nivel educativo y se realiza por medios afines y con los objetivos de, por un lado, encontrar información que confirme a los sujetos en sus ideas previas y, por otro, encajar en el grupo.

Por su parte, los sujetos con menor nivel educativo, ciertamente, pueden tener una fuerte identificación política con un partido por tradición familiar, o por identificarse con los valores del partido. Pero suele predominar una identificación partidista diferente al hacer un acercamiento a los problemas menos ideológico, por su menor sofisticación ideológica. A esto se une el hecho de consumir una menor información política, ya que comentar la actualidad política no es un elemento de socialización tan acusado; por tanto, su visión de los problemas estará más alejada del posicionamiento de sus partidos. Es decir, las personas con menor nivel de estudios ven los problemas de una forma menos ideologizada. Ello hace que predominen más otros factores sociales, económicos o familiares para la comprensión de esos problemas. Sobre este punto volveremos después.

Ahora bien, si las personas con menos estudios ven los problemas de forma menos ideológica, consumen menos información política y, por tanto, se identifican menos con los partidos, también es un hecho, como señalamos arriba, que los sujetos con menos estudios participan menos en política. Así pues, a mayor nivel educativo, mayor compromiso político. En cambio, el abstencionismo predomina entre los sujetos de menor nivel educativo. Esta es una tesis fuertemente asentada en la ciencia política desde hace décadas (Campbell et al., 1960; Nie et al., 1966).

POLARIZACIÓN Y NIVEL EDUCATIVO

Pero si, como reflejan los datos señalados, la polarización es mayor entre la gente más comprometida políticamente, y la gente más comprometida políticamente es la de mayor nivel educativo, por deducción, ¿sería posible concluir que la gente de mayor nivel educativo es también gente más polarizada, y los sujetos con menos estudios, más moderados? Pues la respuesta a dicha pregunta es un sí. Lo muestra, precisamente, otro interesante estudio del Pew Research Center, de 2016. En él se recoge que, entre los estadounidenses con estudios universitarios, tanto entre demócratas como entre republicanos, el grupo mayoritario lo conforman los sujetos de mayor consistencia ideológica; es decir, los que más fuertemente se identifican con el ideario de los partidos. Por ejemplo, hasta el 60 % de miembros del Partido Republicano con un posgrado mantienen valores conservadores (el 34 % son mayoritariamente conservadores, y el 26 %, consistentemente conservadores). En cambio, ese porcentaje baja hasta el 47 % entre los republicanos sin estudios universitarios (el 29 % tienen valores mayoritariamente conservadores y el 18 % son consistentemente conservadores). Respecto a los miembros del Partido Demócrata, el 85 % de los posgraduados universitarios mantiene valores liberales (el 54 %, consistentemente liberales, y el 31 %, mayoritariamente liberales), pero ese porcentaje baja al 41 % entre los liberales sin estudios superiores (en este grupo, solo el 11 % tiene valores consistentemente liberales, y el 30 %, mayoritariamente liberales). Estos datos contrastan con el hecho de que entre los sujetos con estudios secundarios o menos de ambos lados del espectro ideológico el grupo mayoritario lo representan sujetos independientes o moderados: estos representan el 50 % entre los demócratas, y entre los republicanos llegan al 42 %. Mientras, entre los sujetos con estudios universitarios solo mantienen posiciones independientes el 30 % de los republicanos y el 20 % de los demócratas (Pew Research Center, 2016).

Estos datos arrojan dos conclusiones de interés. En primer lugar, que hay una relación directa entre el nivel de estudios y la consistencia ideológica y, por ende, con la polarización; es decir, los demócratas con menor nivel de estudios mantienen posiciones más conservadoras, mientras que los que tienen estudios superiores son mucho más progresistas. De la misma forma, los republicanos con menores estudios tienen posiciones menos conservadoras que los republicanos con estudios superiores.

En segundo lugar, la relación entre nivel de estudios y consistencia ideológica es mucho más fuerte entre los miembros del Partido Demócrata que entre los republicanos. Así, entre los demócratas con estudios de posgrado el porcentaje de sujetos con valores consistentemente liberales es del 54 %, mientras que ese porcentaje entre los republicanos en relación con los valores consistentemente conservadores solo llega al 26 %. En otras palabras, los demócratas mantienen una posición más progresista sobre diferentes temas cuanto mayor es su nivel de estudios, en una proporción mayor que los republicanos con estudios que manifiestan posiciones conservadoras.

Un último aspecto para la esperanza es que hay una relación positiva entre el nivel de estudios y la menor condena moral; por lo menos, en ciertos temas (como las actitudes hacia la homosexualidad o la inmigración). Aquí, el mayor nivel de estudios se correlaciona con actitudes más liberales, tanto entre los sujetos demócratas como entre los republicanos. Por el contrario, los sujetos con menor nivel de estudios, ya sean republicanos o demócratas, manifiestan actitudes más conservadoras sobre esos temas (Pew Research Center, 2016).

Este último aspecto sería congruente con los estudios de Haidt relativos a que los sujetos de mayor nivel socioeconómico suelen reducir la condena moral a cuestiones relativas al daño, mientras los sujetos de menor nivel educativo moralizan más asuntos en los que no se produce un daño a alguien (Haidt et al., 1993). En todo caso, por lo que hace a la polarización política, los resultados del mencionado estudio reflejan una relación directa entre nivel de estudios y polarización política: a mayor nivel educativo, mayor polarización; y a menor nivel de estudios, menor compromiso político y más tolerancia ideológica.

Ahora bien, a estos datos se podría responder diciendo que lo que muestran es solo una correlación entre nivel educativo y polarización, pero que, en todo caso, correlación no indica causalidad; es decir, el mayor nivel educativo no tendría que ser la causa de la mayor polarización presente en ese segmento de la población. Sin embargo, a esa objeción se puede responder señalando otro hecho. Resulta que el mayor nivel educativo se correlaciona no solo con una mayor polarización, sino también, con otro fenómeno conocido en ciencia política: la polarización percibida. Este fenómeno consiste en la tenden­cia que tienen los sujetos a atribuir a los adversarios una mayor radicalidad en sus posiciones que la que tienen en realidad, así como una falta de motivación moral en sus acciones; es decir, la polarización percibida consiste en una disonancia entre la imagen negativa que la ciudadanía tiene de los adversarios ideológicos y cómo los adversarios son en sí (Kim, 2016).

Este es un fenómeno evidenciado por diversos estudios. Por ejemplo, Ahler y Sood (2020) señalan cómo los demócratas piensan que el 50 % de los republicanos apoyan el supremacismo blanco, cuando solo lo apoya el 9 %. Así mismo, los republicanos piensan que solo el 70 % de los demócratas aman a su país, cuando lo aman el 96 %. Particularmente, como afirman Haidt y su equipo (Graham et al., 2012), son las personas más implicadas políticamente las que más fallan a la hora de caracterizar a los miembros del partido opuesto, y las que exageran en mayor medida los rasgos negativos de estos. En cambio, las personas más moderadas son más precisas al caracterizar al adversario. De ese modo se produce una relación entre compromiso político y estereotipación errónea de los adversarios.

Pero, sobre todo, resulta que esa exageración que hacen los sujetos de la distancia ideológica existente entre ellos y sus adversarios, así como ese estereotipo deformado del adversario, se da en mayor medida entre los sujetos con mayor nivel de estudios, y la causa parece encontrarse, de nuevo, en el consumo de información política. Así lo refleja un reciente estudio realizado con medios de comunicación (Yudkin et al., 2019). En él se evidencia que los medios de comunicación contribuyen a crear esa sensación errónea de gran oposición entre los grupos de la sociedad implantando y amplificando una brecha perceptiva entre cómo los sujetos perciben a los adversarios y cómo son estos en realidad. Ello, debido a que los medios se centran en los temas que dividen a la sociedad y, además, presentan como ejemplos del adversario a los sujetos más histriónicos, con el objetivo de ridiculizar su posición y atraer la atención de la audiencia (Herreras, 2021). Pero dicha estrategia de los medios para ganar audiencia genera en el público un sesgo de disponibilidad, de tal forma que los sujetos, a la hora de imaginarse qué piensan los adversarios sobre un tema, echan mano de los estereotipos negativos difundidos por los medios que consumen; es decir, la información política, lejos de formar a una población más objetiva y consciente de la realidad de los adversarios, difunde una imagen distorsionada de estos. Eso explica que, como muestra el estudio, la brecha perceptiva sea mayor entre quienes más se informan sobre política (Yudkin et al., 2019).

Pero lo curioso es que esa brecha perceptiva es mayor entre los sujetos con estudios superiores, al ser, justamente, los que más información política consumen, como dije antes. Esta relación entre brecha perceptiva y nivel educativo se da de una manera especial entre los demócratas, ya que entre los republicanos la brecha perceptiva no varía según el nivel de estudios (Yudkin et al., 2019).

El estudio muestra cómo la brecha perceptiva crece progresivamente entre los demócratas según su nivel de estudios, mientras, como digo, esa no es una variable determinante entre los republicanos. Eso se debería, según los autores del estudio, a que los demócratas con estudios superiores tendrían menos amistades republicanas, mientras que los republicanos con estudios superiores sí reportan tener amistades demócratas, al ser los demócratas mayoritarios en los campus.

En todo caso, el estudio pone sobre la mesa que la educación no hace a las personas estar más informadas sobre la realidad ni ser más comprensivas con el diferente. La brecha perceptiva entre los sujetos con estudios superiores, lejos de descender, se mantiene alta. Y en el caso de los demócratas, la relación entre brecha perceptiva y nivel de estudios es directamente proporcional.

Así pues, tanto los estudios que abordan la relación entre polarización y nivel educativo como los que analizan la relación entre nivel de estudios y brecha perceptiva coinciden en que las personas con menos estudios son más tolerantes y más razonables, y tienen una visión de los oponentes más ajustada a la realidad. En cambio, las personas con estudios superiores muestran una mayor tendencia a la polarización de posiciones y una peor comprensión de los adversarios. Este es, sin duda, un hecho que compromete seriamente nuestra concepción intuitiva de la educación, y también, por qué no decirlo, nos interroga sobre nuestro papel como docentes universitarios. Por ello, creo que resulta pertinente buscar una explicación a dicho fenómeno.

CLAVES EXPLICATIVAS

En primer lugar, como acabo de decir, los datos presentados resultan controvertidos, pues amenazan las ideas intuitivas más básicas que tenemos sobre el valor de la educación. Como hijos de la tradición ilustrada, tendemos a pensar que la educación forja una ciudadanía con una mayor capacidad analítica y una actitud crítica y escéptica sobre los problemas. La educación llevaría a desarrollar en el alumnado una mente más abierta y una disposición a comprender puntos de vista diferentes de los suyos propios y, por tanto, a ser más tolerantes con las personas que piensan de forma distinta. Sensu contrario, pensamos que las personas sin estudios suelen ser cerradas de mente, más intransigentes al cambio y más renuentes a conocer y a tolerar puntos de vista distintos.

Las bases ilustradas de este planteamiento son más que evidentes. Ya Kant decía en su Pedagogía que el ser humano “no es sino lo que la educación le hace ser”. (Kant, 1983, p. 31). También Kant presentó la educación como la forjadora de la autonomía personal, y llamaba a las personas a aprender por sí mismas, ¡sapere aude!, venciendo la ignorancia, que sumía a las personas en la dependencia de las autoridades. Por ese motivo, la ignorancia era culpable. Los sujetos debían vencer la pereza que los arrastraba a dejarse guiar por autoridades externas, y debían aprender a pensar por sí mismos para ser sujetos autónomos (Kant, 2000).

La educación, pues, adquiere un papel crucial en la formación de personas maduras, que piensen por sí mismas, tengan una actitud crítica y se comporten de forma respetuosa con los demás; justamente, porque reconocen también a los otros como sujetos autónomos.

No obstante lo anterior, la irrupción del problema de la polarización política en la actualidad, tanto como la conexión entre polarización política y educación evidenciada con datos de Estados Unidos, pone en cuestión esos supuestos que teníamos asumidos, y hace resurgir una nueva versión del mito ilustrado. Las evidencias sobre polarización y nivel educativo reflejan que las personas con mayor nivel de estudios, lejos de ser más tolerantes y abiertas de mente, resultan ser más firmes en sus posiciones y más ideologizadas. En cambio, los sujetos con menor nivel de estudios suelen ser más tolerantes y más respetuosos con los que piensan diferente y están menos politizados.

Por tanto, parece que en el contexto político actual la educación, en vez de fomentar el valor de la tolerancia, de la apertura de mente y de la conciencia crítica, refuerza las actitudes contrarias. Resulta paradójico que nuestra insistencia en inculcar en el estudiantado esos valores ilustrados acabe, en realidad, fomentando en él un reforzamiento en sus ideas previas y un rechazo atávico de las posiciones contrarias; por tanto, ese ideal ilustrado de fomentar la autonomía individual, así como una actitud crítica y tolerante, a través de la instrucción en destrezas y aptitudes como la lectura, las artes y el conocimiento científico, sufre un duro varapalo en el marco de sociedades polarizadas.

Esto nos lleva a preguntarnos por la causa de esta contradicción. ¿Cómo una educación que promulga los valores de la tolerancia y la actitud crítica ante los problemas termina por generar sujetos más enrocados en sus posiciones y más reacios a interactuar con quienes piensan diferente?

La respuesta a dicha pregunta la podemos encontrar, a mi parecer, en la psicología evolucionista. Concretamente, hay dos fenómenos interconectados que explican por qué los sujetos con mayor nivel de estudios son, a la vez, más intolerantes con el diferente y más proclives a polarizar sus propias posiciones.

El primero de esos fenómenos tiene que ver con el hecho de que el razonamiento en política está sometido a diversos sesgos cognitivos derivados de la naturaleza tribal que hemos heredado. Uno de esos sesgos ya lo abordé: el sesgo intragrupo/extragrupo: el mero hecho de pertenecer a un grupo genera evaluaciones positivas hacia los miembros del propio grupo y evaluaciones negativas hacia los adversarios. Pero hay otros sesgos también muy importantes, como el de razonamiento motivado o el de confirmación (Brennan, 2018). Este último hace que las personas, a la hora de analizar la realidad polí­tica, en vez de evaluar de forma objetiva las evidencias, den más peso a las evidencias que coinciden con su forma de pensar y otorguen menos credibilidad a las evidencias que contradicen sus tesis. Por su parte, el sesgo de razonamiento motivado hace que las personas, al toparse con una evidencia o un argumento que refuta sus planteamientos, lejos de reconocer su error y los aciertos en los adversarios, busquen nuevos argumentos con los cuales defender las posiciones que defienden y rebatir las evidencias contrarias.

El punto central aquí es que, justamente, las personas con mayor nivel de estudios, que cuentan con una mayor capacidad cognitiva y habilidad de razonamiento, ponen, de forma inconsciente, esas potencialidades al servicio de dichos sesgos cognitivos (Al-Gharbi, 2019). Eso explica que su mayor capacidad cognitiva, fruto de su mayor formación académica, no lleve a las personas más instruidas a admitir sus propios errores ni a ser más humildes o más tolerantes. Más bien, sucede todo lo contrario. Se da la circunstancia paradójica de que las personas más entrenadas en el ejercicio de la racionalidad emplean esta para buscar nuevas evidencias y construir argumentos más sofisticados con los cuales defender sus posiciones, aun cuando dichas posiciones se vean refutadas por los hechos. Así se desprende también de un reciente estudio que relaciona el nivel de inteligencia con el rechazo ideológico a los adversarios. Para Ganzach y Schul (2021), los sujetos con mayores habilidades cognitivas gozan de más recursos cognitivos para formarse actitudes sobre los adversarios desde sus propias posiciones ideológicas, frente a los sujetos con menores habilidades cognitivas. Por tal motivo, los sujetos más inteligentes tienden a ser más intolerantes con los adversarios ideológicos que los individuos menos inteligentes, que suelen ser, por ende, más tolerantes.

Pasemos ahora al segundo fenómeno que ayuda a entender esa relación entre mayor nivel educativo y mayor polarización: la necesidad de mantener un estatus en el grupo, derivada de nuestra naturaleza tribal. El proceso de humanización se desarrolló en núcleos de convivencia pequeños. Esto ha configurado en los humanos un cerebro diseñado para asegurar la supervivencia dentro de esos pequeños grupos (Haidt, 2019). A su vez, implica que el razonamiento no surgió evolutivamente para tener un conocimiento adecuado de la realidad, sino para buscar y encontrar argumentos que ayudaran a los sujetos a mantener su reputación dentro del grupo, como forma de asegurar la supervivencia (Mercier & Sperber, 2017). Así lo ponen de manifiesto experimentos como el de Solomon Asch. Dicho experimento muestra cómo los individuos expresan juicios, guiados no por un conocimiento de la verdad, sino por un deseo de mantener su imagen y evitar el rechazo del grupo; es decir, nuestra naturaleza social, manifestada en nuestro deseo de mantener un estatus dentro del grupo, atrofia el sentido de la racionalidad de tener (y expresar) un conocimiento cierto de la realidad.

El fenómeno descrito explica también la existencia de los sesgos de confirmación y de razonamiento motivado, a los que ya hice referencia. Según la tesis defendida por Haidt (2019) y por Mercier y Sperber (2017), tales sesgos no son errores de configuración de nuestra mente, sino, justamente, al contrario, estrategias evolutivas adoptadas para mantener nuestra supervivencia: los sujetos que denunciaban la injusticia cometida por un miembro del grupo contra alguien de fuera se exponían al linchamiento por parte del resto de miembros del grupo. Por eso, nuestro cerebro está diseñado para buscar razones y evaluar la realidad conforme a los criterios compartidos con nuestro grupo, como una forma de garantizar nuestra supervivencia tribal.

Esta naturaleza tribal explica también que las personas eviten pronunciarse sobre algo que pueda rebajar su estatus en el grupo. Entre decir la verdad y mantener el estatus, las personas se inclinan intuitivamente por lo segundo, como se ve en el experimento de Asch. Las personas perciben un miedo paralizante a sufrir el aislamiento del grupo, tal y como señala Noelle-Neumann con su teoría de la espiral del silencio (Noelle-Neumann, 1995). Además, adoptar y defender las creencias populares dentro de un grupo, por erradas que puedan ser, representa una insignia de membresía que asegura el estatus de la persona en el grupo (Clark et al., 2019; Mercier & Sperber 2017). Esto es especialmente importante en sociedades polarizadas, en las cuales la división política hace que las personas necesiten identificarse como miembros de un grupo para mantener un estatus. Esa identificación tribal se hará mediante la expresión de creencias o ideas políticas (Malo, 2021).

El punto central está aquí en que el nivel educativo, lejos de ser un elemento que introduzca racionalidad, autonomía individual, objetividad y mesura en el juicio, representa un acelerador de la búsqueda de estatus. Las personas con mayor educación y mayor estatus social son, precisamente, las más preocupadas por la opinión que los demás tienen de ellas; justamente, porque temen, más que el resto, perder su estatus (Henderson, 2021). Por eso, dichas personas evalúan las evidencias de una forma más sesgada hacia sus propias creencias y sus propios intereses que quienes tienen menor nivel educativo y menor estatus. También defienden con más firmeza posiciones, como una manera de mantener su estatus dentro de su grupo.

Esta búsqueda de estatus explica que el mayor nivel educativo lleve a las personas a mantener sus posiciones con argumentos más sofisticados, en vez de hacerlas más tolerantes y más humildes. Porque, desgraciadamente, en el ámbito social, muy a menudo, en la base del razonamiento no está la búsqueda de la verdad, sino el mantenimiento del estatus, como los ya señalados estudios sobre psicología evolucionista ponen de manifiesto (Haidt, 2019; Mercier & Sperber, 2017). Así, a mayor estatus que mantener, gracias al nivel educativo, mayores serán la vehemencia y la sofisticación con que las personas mantengan las posiciones asociadas a su estatus. Reconocer el error o aceptar que el oponente tiene razón en algún punto, les conllevará el rechazo de su grupo y su pérdida de estatus. Por todo ello, las personas con más estudios, más informadas y con mayor compromiso político emplean su racionalidad (de una manera inconsciente) para polarizar su posición, en vez de abrirse al reconocimiento de sus errores y tolerar a los adversarios, y lo hacen como una forma de mantener su estatus.

UNA AMENAZA PARA LA DEMOCRACIA

Ahora bien, esta relación entre polarización, compromiso político y nivel educativo, sacada a la luz en la actualidad, no solo resulta contraintuitiva. Para autores como Brennan (2018), Levitsky y Ziblatt (2018) y Haidt y Lukianoff (2019), dicha relación constituye una amenaza para el presente y el futuro de las democracias, y es necesario atajarla.

Sin embargo, en mi opinión, dicha relación entre polarización, compromiso político y nivel educativo no debe ser malinterpretada. No son el compromiso político ni el nivel de estudios de los sujetos, por sí mismos, los que amenazan la democracia, sino el modo como ese compromiso se configura en el plano político, en el marco de nuestras sociedades polarizadas. De igual modo, la polarización entre las personas con más estudios es mayor porque, como ya hemos señalado, la necesidad de mantener un estatus dentro de un grupo ideológicamente homogéneo las lleva a razonar de un modo más sesgado, por su mayor competencia cognitiva. Por tanto, la atención no debe ponerse en los factores del compromiso político ni en el nivel de estudios, sino en el marco político que conforma el hecho de que el compromiso político y el mayor nivel cognitivo funcionen del modo como lo hacen en nuestras sociedades polarizadas. Es decir, el foco debe ponerse realmente en las élites que configuran nuestro proceso político y nuestra esfera pública tribalizada; concretamente, en las élites política, mediática e intelectual. Porque los políticos, los periodistas y los intelectuales, como figuras públicas, constituyen referentes morales para el conjunto de la ciudadanía, o al menos lo son para los miembros de su tribu política. Sus comportamientos marcan las actitudes que los ciudadanos reconocen como aceptables en la vida diaria (Gomá, 2009).

Este papel de las élites como referentes de la sociedad explica que, como dije al comienzo, el fenómeno de la polarización se origine en la élite política y, desde ahí, se disperse en toda la sociedad, a través de los medios de comunicación. Por tal motivo, el clima político que reine entre las élites será determinante para configurar el ethos político que impregne al resto de la sociedad. De ahí que la responsabilidad de las élites políticas, mediáticas e intelectuales sea crucial para que la democracia funcione.

Como señalan Levitsky y Ziblatt (2018), la democracia requiere que los contrincantes políticos —especialmente, las élites de los partidos— se reconozcan como adversarios legítimos con el mismo derecho a ocupar el poder. Esta tolerancia mutua es una base irrenunciable del juego político democrático. Pero no solo eso: los políticos deben también practicar la contención en el ejercicio de sus prerrogativas constitucionales. Ambos elementos están conectados: una clase política que reconoce al otro como adversario legítimo no abusará de sus propias prerrogativas para mantenerse en el poder. En ese contexto, una clase política tolerante y respetuosa con los procedimientos democráticos generará un clima político dominado por el diálogo y la moderación. Ese será el clima que reflejarán también los medios de comunicación.

Sin embargo, cuando los políticos pasan a considerarse enemigos tenderán a abusar de sus prerrogativas, y el resultado será un escenario político en el que reinen el filibusterismo parlamentario, la retórica incendiaria y la deshumanización del adversario. La política queda configurada, así, como una lucha entre enemigos. Este es el marco en el que surge la polarización. Rápidamente, los medios afines se contagian de ese clima de crispación y lo proyectan sobre la ciudadanía: los discursos incendiarios y deshumanizadores del adversario, junto con retóricas maniqueas, ocupan los medios ideologizados presentando al otro como una amenaza existencial. Con ello se pretende manipular emocionalmente al electorado para conseguir una adhesión afectiva al propio grupo y un rechazo atávico al adversario.

En este contexto de polarización, como los sujetos de mayor nivel sociocultural se informan más sobre política y tienen la política como un tema de conversación más habitual, exhibir creencias que los identifiquen con su tribu política los hará aumentar su estatus dentro del grupo ideológicamente homogéneo. Además, por el sesgo de disponibilidad, esas personas, como el resto de la población, generarán un estereotipo de los adversarios como personas malvadas que quieren destruir el país. Tales estereotipos se ven amplificados por la difusión de bulos por redes sociales en la era de la posverdad (Herreras, 2021). El resultado es una ciudadanía más dividida, con sus miembros incapaces de hablar entre sí y, por ende, menos dispuesta a llegar a acuerdos; es decir, el resultado es una erosión de la democracia.

Lo anterior explica que sea en el ámbito de las élites política, mediática e intelectual, como responsables de configurar el clima político de una sociedad, donde haya que actuar para reducir la polarización y, de ese, modo, reforzar la democracia. A continuación esbozaré algunas orientaciones para los planos político, mediático, y académico.

PROPUESTAS PARA REDUCIR LA POLARIZACIÓN

En el plano político se hace urgente que la élite política recupere el ethos de tolerancia mutua. Esta base ética es fundamental para que los políticos dejen de considerar rentable la demonización del adversario. Los políticos, en la línea de lo defendido por Cortina (2013), deben dedicarse a vender su proyecto a la ciudadanía, y no a denigrar del proyecto del adversario para que el propio parezca bueno —al menos, en contraste—. Pero, sobre todo, una élite política que confronta sus proyectos de forma limpia, sin denigrar al de enfrente, es una élite que reconoce a los ciudadanos como mayores de edad, capaces de discernir qué proyecto político quieren elegir libremente en las urnas. En este contexto, el compromiso político de la ciudadanía sería un factor que, como se señala en el modelo normativo de la democracia deliberativa, refuerce la democracia; justamente, porque en ese contexto el compromiso cívico no se confundiría con el compromiso partidista, como sucede hoy. En cambio, una política como la actual, basada en la denigración mutua y la exacerbación de diferencias, que busca ganar votos por adhesión puramente emocional, en realidad trata a los ciudadanos como a menores de edad y hace del compromiso político de la ciudadanía un factor de polarización que desestabiliza la democracia. Esto sucede porque, como antes dije, esta política polarizadora pervierte el compromiso cívico de carácter racional, defendido por la democracia deliberativa, en puro compromiso partidista basado en la adhesión acrítica a la tribu ideológica.

Respecto a los medios de comunicación, ciertamente no tiene sentido pedir una información objetiva, pues toda información parte de un punto de vista y es en sí misma valorativa. En todo caso, como señala Herreras (2021), aunque los sesgos ideológicos son inevitables, la honestidad del periodista está en no ocultarlos y en pretender, con sus informaciones, realizar el bien interno del periodismo, que es formar una opinión pública madura. En tal sentido, los medios deben proporcionar una información veraz y contrastada, y distinguir bien entre información y opinión; además, deben dejar de ser meras correas de transmisión de los partidos afines, así como renunciar a suministrar pornografía epistémica: versiones completamente sesgadas de la realidad dirigidas a alimentar los sesgos de confirmación y de intragrupo/exogrupo entre una audiencia fanatizada (Spear, 2020). El periodista debe anteponer la veracidad a la conveniencia de saciar los sesgos de la audiencia con contenidos incendiarios que le reporten más seguidores o retuits y, con ello, un mayor estatus en su medio de comunicación. Lo mismo debe aplicarse a los influencers de internet. También ellos deben aportar contenidos éticos (Siurana, 2021), y no difundir pornografía epistémica a fin de conseguir más seguidores. Ciertamente, también se requiere una ciudadanía madura y lúcida (Cortina, 2013), capaz de discernir los contenidos que consume en los diferentes medios, para reconocer allí también la pornografía epistémica y no dejarse arrastrar por ella. Con todo ello se conformará una opinión pública de ciudadanos bien informados, que puedan elegir, con un discernimiento propio y maduro, entre las diferentes opciones políticas.

Por otro lado, si es en la universidad donde se forman las élites entre las que surge la polarización, y, como ya he señalado, hay una relación entre nivel educativo y grado de polarización, otro lugar donde es necesario actuar para reducir el clima de polarización es el ámbito académico.

Creo que desde la docencia universitaria podemos aportar soluciones para reducir la polarización de la sociedad, y para fomentar actitudes más tolerantes entre quienes ocuparán la élite social en el día de mañana. En concreto, una estrategia pedagógica que podría ayudar desde las aulas de la universidad es no poner tanto énfasis en la costumbre de enseñar al alumnado a justificar sus posiciones y, frente a ello, motivar y entrenar al alumnado a explicar cómo afrontar los problemas concretos (Fernbach et al., 2013). Forzar al alumnado a encontrar justificaciones de sus planteamientos es la vía directa para la racionalización; es decir, para la búsqueda de razones que confirmen los planteamientos previos. El alumnado encuentra estas razones justificadoras en la cámara de eco producida por los medios afines que consume o en sus redes sociales; además, asume acríticamente esas razones heterónomas, sin cuestionar su solidez, ya que lo confirman en sus creencias previas. Esta adhesión acrítica a justificaciones halladas en cámaras de eco fomenta la polarización de posiciones, ya que el alumnado aprende nuevos argumentos con los cuales reforzar su planteamiento sobre el asunto (Sunstein, 2002).

Por tal motivo, el modo de reducir la polarización desde las aulas pasa por pedir al alumnado, no que justifique su posición, sino que aporte soluciones a los problemas concretos. Esta vía alternativa hace que el alumnado tenga que explicar cómo aplicar medidas determinadas para solucionar problemas. Ello le lleva a toparse con la complejidad de esos problemas, y a descubrir así que sus propuestas (para las que encuentra tantas justificaciones en sus cámaras de eco) tienen limitaciones prácticas que no conocía. Dicha estrategia permite al alumnado descubrir que hay otros puntos de vista sobre esos problemas, y que, por tanto, su conocimiento de la realidad es más limitado que lo que creía. Esta confrontación con su propia ignorancia promueve en las personas la humildad epistémica y la actitud escéptica y crítica ante los problemas, y realiza de esa forma el ideal ilustrado de la educación. Pero, además, tal estrategia fomenta la tolerancia de una forma práctica entre el alumnado, al descubrir otros puntos de vista sobre los mismos problemas.

Así pues, la educación debería centrarse en que el alumnado aporte soluciones a los problemas concretos, y no en la búsqueda de justificaciones de la propia posición. La búsqueda de soluciones a los problemas compartidos sería una buena estrategia pedagógica para reducir la polarización desde el mundo educativo. Cultivaría un ambiente de respeto mutuo, y de libertad de expresión, en el que todos se reconocen como iguales y, en consecuencia, no se monitoriza el estatus de los sujetos. Ese clima fomentado en las aulas universitarias sería el que luego los alumnos podrían trasladar a sus ámbitos de actuación política, mediática o cultural. Llevar a cabo esa estrategia depende del profesorado. Porque en nuestras manos está también combatir la polarización que azota la sociedad y amenaza el futuro de nuestra democracia.

CONCLUSIÓN

En este trabajo he abordado la relación entre polarización política, compromiso político y nivel educativo, tomando como base los datos existentes al respecto en Estados Unidos. Como ya he señalado, los datos muestran una relación directa entre el nivel de estudios, el compromiso político y el nivel de polarización política de la población estadounidense. Pero el estudio ha revelado también las claves de esa relación. El punto central reside en el modo como se configura el escenario político. Cuando la élite política mantiene un ethos tolerante, el clima político es más relajado y la participación política se puede encauzar de un modo civilizado. En cambio, cuando entre la élite política reinan la crispación y el enfrentamiento, como sucede en la actualidad, el ambiente político y social se envenena con la difusión de contenidos incendiarios a través de medios afines. En ese contexto, los sujetos más comprometidos políticamente y con mayor nivel educativo generan actitudes de mayor intolerancia ideológica al percibir en riesgo su estatus dentro de su cámara de eco.

Por tal motivo, la solución al problema de la polarización pasa por generar una cultura política donde imperen la tolerancia mutua y el diálogo sereno. Para ello, un papel clave lo ocupan los propios políticos y los medios de comunicación. Pero también desde la universidad podemos contribuir a formar alumnos más tolerantes y razonables, que serán las élites de mañana. En este trabajo he presentado una propuesta pedagógica al respecto. Forjar en el alumnado actitudes que reduzcan la polarización y favorezcan la convivencia es nuestro deber como docentes, y tendrá consecuencias favorables para reforzar la democracia.

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* Este estudio se enmarca en el Proyecto de Investigación Científica y Desarrollo “Ética cordial y Democracia ante los retos de la Inteligencia Artificial” PID2019-109078RB-C22 financiado por MCIN/ AEI /10.13039/501100011033 y en el Programa Prometeo 22 para grupos de investigación de excelencia CIPROM/2021/072 de la Generalitat Valenciana

Recibido: 14 de Diciembre de 2021; Aprobado: 12 de Mayo de 2022

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