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Análisis Político

versão impressa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.35 no.105 Bogotá jul./dez. 2022  Epub 27-Mar-2023

https://doi.org/10.15446/anpol.v35n105.107740 

Dossier

EL POPULISMO COLOMBIANO EN LA OBRA DE DANIEL PÉCAUT

COLOMBIAN POPULISM IN THE WORK OF DANIEL PÉCAUT

David Santos Gómez1 

Cristian Acosta Olaya2 

1Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), sede Buenos Aires. Docente de la Universidad Pontificia Bolivariana Bogotá - Colombia y Universidad de Antioquia. Correo electrónico: davidsantosg82@gmail.com

2Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. Docente de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Bogotá - Colombia Correo electrónico: cjacostao@gmail.com


RESUMEN

En este artículo, se estudian las reflexiones de Daniel Pécaut sobre el populismo en Colombia, dada su amplitud teórica y analítica. Se examina cómo en distintos trabajos, el sociólogo francés, al abordar el populismo, vincula el fenómeno con procesos políticos del pasado y presente colombianos. La primera parte explora el sentido y la resignificación de las situaciones históricas a partir del estudio de los lenguajes políticos, a través de la identificación de lo que denominamos picos y pliegues interpretativos en los debates que intentan definir el concepto de populismo. En una segunda parte, se inquieren las conclusiones a las que Pécaut arriba en sus análisis sobre los casos históricos, especialmente el gaitanismo de la década de 1940. Con ello, se busca discutir los presupuestos tanto descriptivos como normativos del autor acerca del papel de los sectores populares y de la democracia en la experiencia colombiana.

Palabras clave: Daniel Pécaut; populismo; democracia; gaitanismo; lenguajes políticos.

ABSTRACT

This article studies Daniel Pécaut’s reflections on populism in Colombia, given their theoretical and analytical depth. It examines how the French sociologist, when addressing populism in different works, links the phenomenon with political processes from the Colombian past and present. The first part explores the meaning and resignification of historical situations based on the study of political languages through the identification of what we call interpretive peaks and folds in debates that try to define the concept of populism. The second part examines the conclusions at which Pécaut arrives in his analyses of historical cases, especially Gaitanism in the 1940s. With this, the article seeks to discuss the author’s descriptive and normative assumptions about the role of popular sectors and democracy in the Colombian experience.

Keywords: Daniel Pécaut; populism; democracy; Gaitanism; political languages.

INTRODUCCIÓN

En numerosos países de América Latina, el populismo desempeñó un papel fundacional. […] En Colombia pasó lo opuesto: es más bien el rechazo al populismo el que adquirió un significado fundacional.

Daniel Pécaut (2014)

Insoslayable: esta es la forma más acertada para caracterizar la contribución de Daniel Pécaut al estudio del devenir político y social del siglo XX colombiano. En efecto, desde el ámbito académico abocado a los problemas de América Latina,1 este sociólogo francés ha logrado establecerse como uno de los referentes obligados a la hora de considerar cualquier fenómeno relativo a Colombia. Si en el ámbito regional sus inquietudes teóricas lo han llevado a reflexionar en torno al rol de la institución democrática en los países del subcontinente -adoptando, en gran parte, la sugestiva óptica del filósofo Claude Lefort (Pécaut, 1989)-,2 al tiempo que sus estudios sobre la élite intelectual en la formación del Brasil contemporáneo fueron disruptivos para entender la imbricación entre cultura y construcción de Nación (Pécaut, 1990), es sobre Colombia donde el trabajo de este autor ha sido más que prolífico; especialmente, en lo que refiere a sus estudios y sus ensayos sobre la violencia, que han marcado un camino de reflexión y de indagación acerca de la inconmovible convivencia entre un orden político tradicional y las manifestaciones de todo tipo de violencias.

Asimismo, estos tópicos trabajados por Pécaut a lo largo de su extensa obra han inspirado investigaciones que, desde distintas disciplinas, han propuesto revisitar la historia política colombiana de mediados de siglo XX y, desde allí, plantear nuevas formas de entender los procesos de disputa bipartidista, violencia política y configuración del Estado en Colombia (Perea, 1996; Rehm, 2014).3 Es sobre el periodo que abarca buena parte del siglo pasado sobre lo que las primeras disquisiciones respecto al populismo han tenido lugar en la obra de este pensador parisino.

Tanto el movimiento político liderado por Jorge Eliécer Gaitán entre 1945 y 1948 como la figura de Gustavo Rojas Pinilla en la gestación y el ocaso de la Alianza Nacional Popular (ANAPO), entre 1961 y principios de la década de 1970, han servido de aliciente para una reflexión profunda sobre el fenómeno populista por parte de Pécaut. Si bien es cierto que una aproximación al análisis del populismo en Colombia ha sido una materia más bien eludida en las ciencias sociales abocadas al estudio de la historia política del país, y el cual es un estudio que sostiene en la actualidad referentes bibliográficos destacados, aunque escasos (Palacios, 1971; Ayala Diago, 2011; Green, 2013), también es cierto que los aportes de Pécaut al tema son los de mayor amplitud teórica y analítica, pues logran vincular al populismo con discusiones acerca de la democracia, la violencia, las identidades políticas y la constitución de la nación colombiana.

Justamente respecto a estas reflexiones sobre el populismo bajo el lente de Daniel Pécaut, este artículo busca hacer una contribución crítica. Es decir, no solo se pretende aquí describir el tratamiento de la temática por parte de este autor, sino también, rastrear las formas como su tratamiento del fenómeno populista devela preocupaciones particulares acerca de la política colombiana en distintas coyunturas. Se considera, por ende, que el análisis de Pécaut encuadra la discusión sobre el populismo en el país dentro de una concepción particular de su devenir histórico y político; a saber, como una Colombia que no ha logrado escapar -o lo ha logrado solo de manera excepcional- de una dinámica de violencia generalizada que empeoró a lo largo de las décadas. En este orden de ideas, el presente escrito busca indagar los momentos en los cuales el concepto del populismo recibió una particular atención por parte de las ciencias sociales colombianas, y cómo ahí jugó un papel fundamental el trabajo de Pécaut; también, cómo, a su vez, dichos trabajos terminaron por significar y resignificar procesos políticos del pasado y el presente del país.

Consideramos que el mencionado proceso de significación y resignificación se puede identificar a través de lo que denominamos picos y pliegues interpretativos en los debates por la definición del concepto de populismo. Los picos son los momentos en los cuales las ciencias sociales, en respuesta al contexto político nacional o internacional, se hallan más dispuestas a discutir un concepto y pretenden definirlo. Los pliegues son las formas como esas conceptualizaciones, bajo la lupa de la definición conceptual y con el paso de los años, terminan por plegarse sobre acontecimientos del pasado definiendo y redefiniendo su significado (Santos, 2020, 2021 y 2022). Así, por ejemplo, tras el interés en torno al populismo suscitado por las elecciones de 1970, con la ANAPO, diferentes autores se plegaron sobre la figura de Gaitán y el gaitanismo, para interpretarlo y sacar de ahí antecedentes que permitieran leer esa coyuntura específica.

Asimismo, a lo largo del artículo, pretendemos exponer y examinar las conclusiones a las que llega Pécaut en sus análisis sobre los casos históricos; especialmente, el gaitanismo de la década de 1940: sin duda, el fenómeno en el cual el autor se muestra más interesado en relación con el populismo colombiano. Buscaremos, pues, discutir los presupuestos descriptivos y normativos de Pécaut acerca del rol de los sectores populares, la figura de Gaitán y, respecto a esto, la idea de democracia con la que evalúa la experiencia colombiana en relación con la latinoamericana.

Concluiremos que el aporte de Pécaut al estudio del populismo colombiano es ine­ludible, pero hasta hoy deja abierta una ventana de oportunidad para profundizar en la reflexión sobre dicho fenómeno; una oportunidad que permitiría sacar a la tópica populista del lugar de marginalidad donde se encuentra en la academia colombiana y, por ende, trazar una agenda de investigación novedosa y amplia que habilite repensar los sentidos comunes vigentes acerca del tema en el país.

UN CONCEPTO POLISÉMICO QUE SE TRANSFORMA EN RADIOGRAFÍA POLÍTICA

Los debates por la definición conceptual del populismo en Colombia cuentan con una biblioteca mucho menos amplia que en el resto de América Latina. Mientras que en países como Argentina, Brasil o México el populismo resulta ser uno de los conceptos fundacionales para entender sus procesos políticos desde mediados del siglo XX (Di Tella, 1965), para Colombia, concentrada en la definición de La Violencia y las violencias, 4 dicho término no ocupó un lugar de interés hasta entrada la década de 1970. Se podría, incluso, citar la fecha exacta en la cual el populismo se transformó en un concepto de interés en el país: el domingo 19 de abril de 1970. Ese día, la derrota de Gustavo Rojas Pinilla y de la ANAPO en las elecciones presidenciales generó revuelo en la sociedad colombiana y en su academia respecto a lo que significaba el fenómeno populista, epíteto que se le endilgaba al derrotado partido político y a su líder.5 Allí se configuró el primer pico interpretativo, momento de interés en las ciencias sociales, por un debate conceptual que diera cuenta del fenómeno.

Dice Reinhart Koselleck (1993) que, a diferencia de las palabras, los conceptos políticos polisémicos hablan tanto del fenómeno al que se remiten como del momento coyuntural que dispara la pregunta por su sentido. Sin embargo, la relación entre la historia social y la historia conceptual es asimétrica, pues los conceptos son incapaces de representar a una sociedad fielmente en un mismo tiempo y un mismo espacio, y la definición, que atraviesa distintas épocas, se va impregnando de sentidos y significados. El populismo es un claro ejemplo de lo anterior, dadas su polisemia y su generalidad constitutiva. De hecho, agrega Koselleck que

Un concepto tiene que seguir siendo polívoco para poder ser concepto. También él está adherido a una palabra, pero es algo más que una palabra: una palabra se convierte en concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado sociopolítico, en el que se usa y para el que se usa una palabra, pasa a formar parte globalmente de esa única palabra. (Koselleck, 1993, p. 117)

En ese sentido, lo que dispara la pregunta sobre el significado del populismo en Colombia en 1970 va a ser el inicio de un camino que obligó a los intelectuales que trataron de definirlo a pensar hechos del presente y del pasado plegando su mirada y resignificando procesos políticos como el gaitanismo del decenio de 1940, o el anapismo, del de 1970. Pero su recorrido no termina ahí. El populismo, acusado con frecuencia de ser un término ambiguo, posee, además, lo que Quentin Skinner denomina una doble cara de los conceptos políticos, pues ejerce una función tanto evaluativa como descriptiva de los acontecimientos -o los personajes- a los que se les vincula. Según este autor, los conceptos: “[…] siempre que se usan para describir acciones, al mismo tiempo, tienen el efecto de evaluarlas” (Skinner, 2007, p. 254).

Desde los primeros textos que trataron al populismo en Colombia (Gómez, 1970; Palacios, 1971) hasta los más recientes (Giraldo, 2018; Acosta Olaya, 2022), el concepto ha transitado una transformación que lo lleva desde la referencia a procesos políticos concretos, e históricamente situados, hasta su uso como adjetivo calificativo de las más diversas acciones. En ese largo proceso histórico y conceptual, la definición de Daniel Pécaut, que sufrió, a su vez, sus propias evoluciones, ha sido definitiva para establecer al populismo -o su ausencia- como un aspecto decisivo en el devenir de la política colombiana y, en últimas, como una radiografía particular de la historia social del país.

EL ORDEN, LA VIOLENCIA Y EL POPULISMO. TEMAS Y OBRAS DE PÉCAUT

A mediados de la década de 1960, el vínculo intelectual de Daniel Pécaut con Alain Touraine lo conectó con América Latina. Su objetivo era estudiar las características de la clase obrera en varios países del continente. En función de ese trabajo, en 1964 visitó, a lo largo de tres meses y medio, Argentina, Brasil, México y, finalmente, Colombia.6 Como recordaría años después (Pécaut, citado por Valencia Gutiérrez, 2017), su llegada al país andino tuvo, además de lo académico, un inicio particularmente azaroso, pues coincidió con el bombardeo del Ejército a Marquetalia, y eso lo llevó a escudriñar sobre los orígenes de la violencia que signaban a la nación.7

El ambiente intelectual que se encontró en Colombia en la década de 1960 es definido por Pécaut como árido y provincial: “me parecía que Colombia no tenía conciencia de sí misma como nación, no tenía un imaginario colectivo y eso repercutía enormemente sobre las posibilidades de consolidar un ámbito intelectual” (Pécaut, citado por Valencia Gutiérrez, 2017, p. 63). Junto a su libro Política y sindicalismo en Colombia, publicado en 1973, el trabajo de campo durante varios años para esa investigación y sus relaciones con el sector político y obrero del país le abrieron el camino para insertarse en la -según él- incipiente comunidad académica colombiana; principalmente, en el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) y en la Universidad Nacional, donde compartió con los intelectuales que más adelante formarían, en la misma casa de estudios, el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI).

En 1979, Pécaut empezó a escribir lo que sería años después Orden y Violencia, como su tesis para obtener el doctorado de Estado de la EHESS, bajo la dirección de Touraine y la hipótesis central de que en Colombia el orden y la violencia no se excluyen y, por el contrario, son interdependientes en la construcción estatal del país. Dicho trabajo se publicaría en 1985, bajo el título de L’ordre et la violence: évolution socio-politique de la Colombie entre 1930 et 1953, y en 1987 fue traducida por Fondo Editorial CEREC y Siglo XXI como Orden y Violencia: Colombia 1930-1953. A grandes rasgos, el propósito del escrito fue mostrar de qué forma estos dos aspectos se complementan, a pesar de las continuidades y las discontinuidades del proceso político, y cómo la violencia se consolidó desde los acontecimientos y, a su vez, desde las representaciones que estos impulsaban. El sociólogo francés resaltó en dicha obra que, a diferencia de Europa, en América Latina se le asigna un enorme papel al Estado como constructor de la sociedad y, en ese sentido, el populismo ha ofrecido en diferentes países del subcontinente una representación de unidad, como fenómeno político que desmiente la fragmentación que habita el interior de dichas sociedades.

En el caso colombiano, al que Pécaut reconoce como olvidado dentro de las ciencias sociales europeas -e incluso, las latinoamericanas-, la particularidad radicaría en la conservación de una democracia civil sin interrupciones (a excepción del periodo de dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, entre 1953 y 1957), en la que, paradójicamente, la presencia de la violencia es explícita por igual -según su distinción- en lo social y en lo político. La representación de la violencia, por ende, hace parte de la creación de lo colectivo y de la construcción de la nación; esto, en un país que tiene élites poco comprometidas con el mencionado proyecto de unidad y una hegemonía bipartidista incuestionable durante más de siglo y medio de historia.

Como profundizaremos más adelante, en Orden y Violencia el populismo es el movimiento gaitanista, hecho histórico que se vuelve fundamental para pensar el precario proceso de construcción de democracia y de ideario nacional colombiano. Pécaut ofrece en este trabajo uno de sus aportes fundamentales en torno al populismo en Colombia, pues explicita que el fenómeno no puede ser definido sin remitir a la violencia (Pécaut, 2012 [1987], p. 581). Así, la mezcolanza entre violencia y populismo -este último, entendido como un proceso estrictamente delimitado en términos históricos- habría reforzado la división social, e impedido así la conformación de lo político en Colombia. Veamos ahora cómo este camino conceptual termina por repercutir en la forma como entiende uno de los fenómenos a los que tanto se hizo referencia: el gaitanismo colombiano de mediados de siglo XX.8

El gaitanismo según Pécaut. Análisis teórico-político del caso colombiano

En una conferencia realizada con motivo del relanzamiento de su obra Orden y violencia, en abril de 2012, bajo el sello editorial de la Universidad EAFIT de Medellín, Pécaut afirmó que aún son escasos los estudios rigurosos sobre una de las figuras más importantes de la historia política colombiana: Jorge Eliécer Gaitán.9 La afirmación del pensador francés no resulta del todo errada: al inscribirse tanto en la celebración como en la denigración, las investigaciones existentes sobre el gaitanismo adolecen de una serie de presupuestos insuflados tanto por la mística creada en torno al líder asesinado el 9 de abril de 1948 como por el escepticismo cientificista de historiadores, sociólogos y politólogos que ven con desconfianza el lugar que Gaitán suele ocupar en la historia colombiana (Robinson, 1976; Braun, 1998; Green, 2013). Pero la referencia al gaitanismo en dicha ocasión remitía, justamente, a uno de los capítulos más emblemáticos de Orden y violencia, titulado “El momento populista, 1945-1948”, en el cual Pécaut trabaja a profundidad la emergencia, el declive y las tensiones en el interior del gaitanismo. Si bien aquel capítulo es uno de los pocos trabajos en los que Pécaut aborda la cuestión del populismo en Colombia en relación exclusiva con Gaitán, esta no era la primera ocasión en la que el autor francés hacía un análisis respecto a ese tema.

Ciertamente, en Política y sindicalismo en Colombia (1973),10 uno de sus primeros trabajos, se puede encontrar una aproximación inicial al fenómeno populista y el rol del gaitanismo durante los años treinta y cuarenta del siglo XX. A principios de la década de 1970 encontramos en Colombia, como ya vimos, el primer pico interpretativo respecto al populismo, con una sociedad asombrada por el golpe que recibió el bipartidismo hegemónico con la llegada de la ANAPO: un partido autodefinido como “nacional y popular”, y catalogado por sus opositores, como populista. Para entonces, Pécaut considera que el populismo es un término que remite a fenómenos distintos, y que implicaría cuatro formas de “movilización popular”: participación e integración de las masas; estatalidad y compromiso entre clases; movilización controlada, y finalmente, un fuerte vínculo entre líder y masas (Pécaut, 1973, pp. 112-113). Esta caracterización, en la que el fenómeno populista remite a una pluralidad de lógicas, le sirve a Pécaut para caracterizar que es entre la década de 1930 y fines de la de 1960 cuando Colombia experimentó diversos procesos de movilización popular que tomaron forma gracias a las transformaciones del Estado, pero -y ello es vital para el autor francés- que nunca cuestionaron el sistema político en su conjunto ni, mucho menos, se atrevieron a poner en tela de juicio “las relaciones de clase” vigentes (Pécaut, 1973, pp. 61 y 113).

En este sentido, el populismo no solo es entendido por Pécaut como una conjugación particular de ciertos rasgos que pueden no coincidir, sino que es definido por una ausencia clara de referentes de clase y por la heteronomía (la no independencia) de los sectores populares frente al Estado. Por ello, en su análisis de la década de 1930 colombiana, Pécaut examina tres hechos históricos vinculados -de manera directa e indirecta- a la cuestión populista.

En primer lugar, la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR). Esta experiencia, emprendida por Jorge Eliécer Gaitán entre 1933 y 1935,11 es para el sociólogo francés una de las “pocas iniciativas de crear un movimiento político populista” al margen del Partido Liberal, dado que cuenta con el respaldo de los sindicatos y del proletariado agrícola y urbano. Pécaut considera al unirismo un intento de populismo; fundamentalmente, porque su lenguaje de clase, “a pesar de las alusiones al marxismo”, responde solamente al plano de la negociación, a las acciones del “abogado intermediario” que no logra dejar de inscribirse en la institucionalidad vigente (1973, pp. 125 y 127). Ahora bien, ¿cuál sería el fracaso de la experiencia unirista en tanto populismo? Pese a tener todas las características de un proceso populista, la UNIR no habría podido “rescatar a los obreros de la seducción del Partido Liberal” que, en cabeza de Alfonso López Pumarejo, empezaría a desarrollar una política apoyada en el movimiento sindical (Pécaut, 1973, p. 127), y se quedaría a mediados del decenio de 1930 sin sujeto político que movilizar.

Si bien es verdad que la caracterización y la discusión de si la Revolución en Marcha, de López Pumarejo (1934-1938), fue o no populista es un tema poco profundizado por Pécaut en décadas posteriores, no es menos cierto que la caracterización, en 1973, de este primer intento de “populismo gaitanista” (la UNIR) sirve para destacar los rasgos principales que tiene todo fenómeno populista. Es que en dicho estudio el contraste entre la experiencia lopista y la gaitanista redunda en una cuestión esencial para pensar el problema del populismo; a saber, la relación con los sindicatos. En efecto, para Pécaut es evidente que López Pumarejo cimentó una movilización controlada de los sectores obreros organizados, que, en consecuencia, carecieron de una construcción identitaria propia -esto es, ajena al credo del Partido Liberal en el poder-. De ahí que, por ejemplo, cuando en 1937 López amenazó con renunciar a la presidencia, la Federación Nacional del Transporte Fluvial, Marítimo y Aéreo (FEDENAL) decretó un paro de solidaridad durante 24 horas (Pécaut, 1973, p. 158).12

En contraste con lo anterior, para el autor parisino es la debilidad sindical lo que contribuye a la formación del populismo gaitanista, a mediados de la década de 1940. Las frustradas reformas sociales de los gobiernos liberales previos a 1946 generaron una movilización urbana, típica de “los movimientos de tipo populista, organizados, en gran parte, en torno al Estado”; sin embargo, la particularidad colombiana es que dicha movilización se desvía hacia “la simple revuelta (como en abril de 1948) o hacia ‘la violencia’” (Pécaut, 1973, p. 178). En este orden de ideas, la desviación que produce el populismo refiere a un problema también propio del bipartidismo de mediados del siglo XX; esto es, “su falta de identificación con clases sociales determinadas”. Agrega el autor que, como todo populismo, el gaitanismo “exhibe una tendencia a expresar los conflictos sociales de manera indirecta a través del rechazo a la estructura política del poder” (1973, p. 192. El destacado es nuestro).

Así pues, la argumentación de Pécaut es contundente en su lectura sobre el proceso gaitanista. Este último, al enarbolar las consignas de la “restauración moral” y de la lucha contra “los oligarcas”, cuestiona el poder político y pone en entredicho “el campo político institucionalizado”; de ahí que también establezca, para el autor, un conflicto abierto con los aparatos sindicales, “en la medida en que estos se hallan relativamente integrados al aparato del Estado” (Pécaut, 1973, p. 54). La beligerancia gaitanista no vendría aparejada de una crítica a la dominación de clase como tal, sino al desmantelamiento de las instituciones.

Ahora bien, esta lectura crítica del proceso gaitanista va de la mano con una hipótesis recurrente en la obra de Pécaut. Para el sociólogo francés, el Estado colombiano no logró instaurar un papel autónomo de las pugnas de los dos partidos dominantes. Era, justamente, el sistema bipartidista el que colmaba todo el espacio político y, por lo tanto, fueron las organizaciones políticas tradicionales las únicas capaces de encauzar las movilizaciones sociales. Lo anterior contrastaría con otro tipo de casos en América Latina. Para Pécaut, ciertamente, el populismo en otros países de la región tuvo su desarrollo vinculando el sindicalismo al Estado, trascendiendo las pugnas intestinas entre partidos. En cambio, en Colombia el movimiento sindical fue institucionalizado en el interior del Estado (sobre todo, en el momento lopista de mediados de la década de 1930); un interior que, como agrega Pécaut, tiene una autonomía “particularmente limitada”. Así pues, a diferencia de Argentina y Brasil, “el sindicalismo [colombiano] goza de una independencia residual en lo que concierte a su relación con el Estado” (Pécaut, 1973, p. 112. El destacado es nuestro), por lo cual dicha autonomía de la acción sindical en relación con el Estado es una de las características que confirman que el lopismo no fue un populismo.

Fue, en contraste, la movilización populista la que puso en cuestión este vínculo entre sindicalismo y Estado. Por ello, al decir de Pécaut, Gaitán sería hostil a la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC), no solo por su anticomunismo, sino porque ese líder liberal enarbolaba una división fundamental: “la que opone una organización sindical ligada de muchas maneras a las instituciones políticas contra un movimiento populista y anti-institucional” (Pécaut, 1973, p. 210).

Casi tres lustros después de Política y sindicalismo en Colombia, en el mismo año en el que Orden y violencia fue publicado en español, Pécaut (1987a) continuaría sus reflexiones sobre el gaitanismo13 haciendo hincapié en el carácter antiinstitucionalista del populismo, y aduciendo que el movimiento gaitanista habría llevado “hasta sus últimas consecuencias la separación entre lo social y lo político”. Su vinculación con las organizaciones sindicales sería prueba de ello, pues el gaitanismo habría contribuido “a la quiebra de las pocas formas de regulación social que existen en ese momento” (1987a, p. 42). Para el autor, en los fenómenos populistas el sujeto pueblo es el que aparece “desposeído de cualquier existencia política propia”, la cual solo logra ser alcanzada “a través de la mediación que le ofrece el líder, que habla a nombre de un pueblo mudo” (Pécaut, 1987a, p. 42).14 Al establecer Gaitán la escisión entre “pueblo” y “las oligarquías”, habría configurado para sus seguidores una separación absoluta entre dos mundos, entre amigos y enemigos, y que hace referencia “[a] la representación de una realidad en la cual no es posible postular la existencia de un espacio común entre los adversarios, y en la cual el enemigo se presenta bajo el rostro único de un ‘otro’ absoluto” (Pécaut, 1987a, p. 44).15

El desarrollo más acabado de gran parte de estas ideas de los años setenta y ochenta del siglo XX de Pécaut quedaría plasmado en su ya clásico trabajo Orden y violencia. Allí, el punto de partida del autor para tratar la cuestión populista es problematizar el enfoque meramente ideológico del término, enarbolado en su momento por Ernesto Laclau (1978). En efecto, el teórico argentino ha pretendido estudiar los populismos -erróneamente, para Pécaut- como formas abstractas que expresarían la oposición pueblo-bloque de poder.16 En contraste, más que un simple “fenómeno ideológico” o un arquetipo sin contenido, el populismo debe ser entendido como un tipo muy concreto de relaciones sociales (Pécaut, 2012 [1987], p. 378). Así pues, por una parte, los fenómenos populistas “desbordan la expresión de los antagonismos sociales”; esto es, que ponen en entredicho los canales tradicionales de representación política y, por otra parte, surgen solo dentro de los “esquemas generadores de conformación de la sociedad”, propios del periodo 1945-1960.17 Finalmente, los populismos incluirían una referencia del Estado como si este, “en la figura de un líder carismático”, representara la unidad de la sociedad, unidad no sometida a la ley (Pécaut, 2012 [1987], p. 378).

Por otra parte, Pécaut retoma algunos postulados de Touraine sobre las sociedades dependientes para hablar sobre la doble participación de los sectores populares, tanto en “el mundo moderno” como en “una vida social y cultural propia de una sociedad mercantil”; tal situación impide que los sectores populares tengan “un principio propio de identidad política” (2012 [1987], p. 379). Aquí, y como ya lo había sugerido en su trabajo de 1973, Pécaut considera que, en el caso colombiano, dicha crisis identitaria de los estratos bajos y obreros de mediados del siglo XX remite al “Frente Popular” que se dio en Colombia (la alianza entre trabajadores y “la burguesía” lopista). En un escenario vacante de identidad de clase de los sectores populares, el populismo gaitanista “encuentra allí el medio de satisfacer demandas contradictorias, al menos durante un tiempo, y de convertirse en portavoz de las exigencias de justicia social” (Pécaut, 2012 [1987], p. 380). En resumen, el rol del liderazgo gaitanista habría servido de piedra de toque para mantener múltiples parejas de oposiciones sin síntesis posible. Y si bien, al final, esta imposibilidad de síntesis “hace ciertamente poco seguro el rumbo del populismo”, esa característica “también lo hace irresistible” (2012 [1987], p. 385).

En Orden y violencia, al hacer una contrastación incesante entre autoritarismo, totalitarismo y el fenómeno populista, Pécaut asevera que este último comparte con los dos primeros sus reservas tanto al individualismo como a la democracia liberal. En este sentido, concluye el autor, tanto los fenómenos autoritarios como los populistas tienen una “desconfianza común con respecto a toda forma de organización autónoma de la sociedad civil […], de los sectores populares” (Pécaut, 2012 [1987], p. 387). Nuevamente, lo anterior le sirve a Pécaut para destacar los elementos más problemáticos -según él- del gaitanismo: al tiempo que promete anular la separación entre lo social y lo político, el fenómeno populista encarnado en Gaitán no pretende nunca llevar a cabo dicha anulación, pues “depende demasiado de su mantenimiento como para no tratar de circunscribir y limitar su reducción a la esfera de lo imaginario” (Pécaut, 2012 [1987], p. 385).18

Ahora bien, y más allá de la referencia específica al populismo gaitanista, preguntamos: ¿a qué, teóricamente, remite esta división entre lo social y lo político? Como el mismo Pécaut lo reconoce, tales reflexiones establecen un diálogo con las propuestas teóricas del filósofo político francés Claude Lefort, quien comprende lo político como una instauración simbólica y siempre contingente de lo social. En un libro de carácter testimonial sobre sus obras, Pécaut diría que con el uso de la oposición entre lo social y lo político,

[…] me inscribo en las sugerencias de Lefort, que siempre pone énfasis en el hecho de que la institucionalización política significa el advenimiento de una imagen unificada, en contraste con la división de lo social, caracterizado precisamente por las oposiciones, las contradicciones y las luchas. (Pécaut, citado por Valencia Gutiérrez, 2017, p. 163)

Ahora bien, pese a ser tributario de Lefort, Pécaut no explica a cabalidad las potencialidades ni las implicaciones del pensamiento lefortiano para pensar el caso colombiano y, específicamente, el gaitanismo.

Es que las innovaciones teóricas más importantes de Lefort radican, justamente, en su entendimiento de la política en tanto campo simbólico, pues permite distinguir la política, como la competencia por el poder público y las decisiones acerca de su uso, de lo político, en su calidad de la manera como una sociedad representa su unidad, su comprensión propia en tanto colectividad (Ingram, 2006, pp. 35 y 36). Lefort llega a este entendimiento de la política, de lo político y de sus representaciones reconsiderando, a partir de una serie profunda de itinerarios de la filosofía política, las principales consecuencias de la caída del Ancien Régime; en especial, las que remiten a la desincorporación del poder que supuso la caída de la monarquía en la Revolución francesa.

Para Lefort, en definitiva, desde el momento en el que el rey “ha dejado de personificar a la nación en su persona […] el poder ya no puede disponer de la legitimidad absoluta”, lo cual supone que en la Modernidad deja de ser necesaria la conformación de una figura cuyo cuerpo condense la ley, el saber y el poder (Lefort, 2011, p. 20). Todo lo anterior implica importantes consecuencias para la política moderna:

Mientras que el poder está en adelante sometido a la búsqueda incesante de su legitimación, la comunidad política no puede descubrir y mantener su identidad sino haciendo la prueba de sus oposiciones internas […]. Por un lado, el ejercicio del poder permanece en la dependencia de la competencia de los partidos y, por el otro, esta competencia, estrictamente definida, confiere una suerte de legitimidad a los conflictos que se juegan en la sociedad y les procura el marco simbólico que les impide degenerar en guerra civil. […] Lo cual significa que, una vez más, la soberanía del pueblo no constituye la referencia fundamental de toda acción política sino a condición de permanecer latente, fuera de los momentos en que se hace reconocer por la operación del sufragio […], por el simple recuento de las elecciones individuales. (Lefort, 2011, p. 21. El destacado es nuestro)

Si bien estas reflexiones están abocadas a una comprensión profunda de la demo­cracia y su revés totalitario, no dejan de hallarse imbuidas de una lectura conceptual que es -siguiendo, de nuevo, a Skinner (2007)- al mismo tiempo descriptiva y normativa de la democracia liberal de la Edad Moderna; en especial, del siglo XX (competencia de partidos, elecciones periódicas, recuento de votos individuales, etc.). Por ello, Pécaut rescata varios elementos del análisis lefortiano para resaltar y evaluar algunos rasgos del populismo colombiano y, en general, de la configuración democrática en este país: al tiempo que describe, también prescribe.

Específicamente en el caso gaitanista, para Pécaut, son la figura del líder liberal y su efecto de aparente síntesis de las irresolubles oposiciones los factores que habilitan la emergencia de los elementos autoritarios de dicha experiencia política. Dando siempre una ilusión de unidad del cuerpo social, el gaitanismo iría en contra de las instituciones que se venían construyendo en Colombia hasta mediados de la década de 1940, y que enlazaban a los sectores populares con el Estado. Y es que para el autor francés, la preeminencia de la figura carismática en los populismos latinoamericanos es “el medio con el que se puede operar, a falta de síntesis, una fusión por la cual el pueblo, saliendo de su ‘invalidez’, incorpora la identidad del jefe” (Pécaut, 2012 [1987], p. 384. El destacado es del original). Dicha fusión, por ende, prescindiría de las organizaciones intermedias, y buscaría asumir por su cuenta la representación de los sectores populares y obreros.

El vínculo directo entre líder y masas desorganizadas como populismo

Las reflexiones antes esbozadas por Pécaut parecen remitir también a una caracte­rización más general del populismo, entendido como una estrategia política cuya condición primordial es el establecimiento de una relación directa entre líder y masas desor­ganizadas. Un posible caso destacable de este tipo de caracterizaciones es la reflexión sobre el fenómeno populista elaborada por Kurt Weyland, para quien el populismo es “una estrategia política a través de la cual los líderes personalistas buscan o ejercitan el poder de gobierno basados en el apoyo directo, no mediado ni institucionalizado de un gran número de seguidores que son principalmente desorganizados” (Weyland, 2004, p. 36). Ahora bien, la definición de Weyland le atribuye una importancia cardinal a la desorganización de las masas (o los seguidores) como rasgo distintivo de los fenómenos populistas. Al respecto, Gerardo Aboy Carlés pregunta: “¿qué liderazgo surge de la completa desorganización?”, y tomando como ejemplo al peronismo argentino, da muestra de cómo, justamente, definiciones como las de Weyland reproducen la imagen que los mismos populismos intentaron instaurar; a saber, como la encarnación de una radical ruptura respecto al pasado y, más importante aún, como un proceso político cuyo lazo entre líder y masas parece inmediato (Aboy Carlés, 2004, pp. 92-94).

En el caso del gaitanismo, Pécaut parece reproducir los mismos presupuestos de la definición de populismo elaborada por Weyland. Por una parte, el hecho de estar “de frente al pueblo” es tomado literalmente por aquel pensador francés, entendiendo la proclama gaitanista como la muestra más clara de desprecio hacia otros espacios de organización política. Por otra parte, la distancia esgrimida por el gaitanismo frente a las agrupaciones sindicales es igualmente usada por Pécaut para caracterizar a los seguidores del líder liberal como carentes de identidad y de organización; esta última, finalmente, solo podría surgir desde las agrupaciones sindicales. Ello, en efecto, reproduce una idea recurrente en la caracterización de los populismos latinoamericanos; a saber, la relación heterónoma de las masas frente al poder, seducidas por la palabra del demagogo o del tirano, quien atenta contra la democracia liberal (Germani, 1965).

Como hemos dado cuenta en otro lugar (Acosta Olaya, 2022), la crítica que hace el gaitanismo a las organizaciones sindicales no remite a su desprecio en tanto “cuerpo intermedio”, que entorpecería la comunicación “directa” con las masas. Al contrario, el cuestionamiento de Gaitán radicaba, de manera más específica, en denunciar la alineación obrera y comunista con el lopismo y, en general, con el régimen liberal hasta ese momento vigente; una crítica que para Pécaut se traduce en una actitud antiinstitucionalista del movimiento gaitanista. Como también lo sugiere Green (2013), antes que sinónimo de un abandono declarado de Gaitán a los sectores populares, lo que buscaban este líder y sus seguidores era reformar esas instancias intermedias, al considerar que ellas solo replican la estructura de poder oligárquica del “país político”. Dicho de otra manera, el cuestionamiento de Gaitán a las instancias de “organización popular” no iba orientado a poner en tela de juicio sus funciones primigenias, ni tampoco a encarnar una supuesta fusión con las masas.

De igual manera, para Pécaut el populismo gaitanista compartía con el autoritarismo su rechazo a los mecanismos propios de la democracia liberal. Sin embargo, para corroborar lo anterior el autor francés remite solo a la invitación a las masas a integrarse en una fusión con Gaitán. Así, al darle un peso mayor a la tensión entre gaitanismo y sindicalismo (este último, entendido como sinónimo de “sectores populares”), Pécaut pierde de vista la relación -también tensa, pero no de explícito rechazo- del gaitanismo con aquella democracia; en especial, con los procesos electorales. Si bien es cierto que en el gaitanismo hay una frecuente caracterización del pueblo en tanto una mayoría representada por Gaitán, dicha cuestión estaba lejos de rechazar totalmente las elecciones (como las de 1946 y 1950) y, en sí, los lugares tradicionales de representación que le endilgaba al “sistema oligárquico”.

LA AGITACIÓN DE LA DÉCADA DE 1990 Y UN NUEVO EXAMEN SOBRE EL FENÓMENO

En términos generales, los estudios de Pécaut hasta aquí remitidos, publicados en las décadas de 1970 y 1980, y en los cuales las violencias juegan un papel fundamental en la constitución de la nación colombiana, parecieron ser igualmente refrendados por la realidad política con la cual el país cerró el siglo XX; una realidad amenazadora de cualquier tipo de estabilidad institucional. Nuevas miradas a las problemáticas sociales y sus raíces históricas obligaron a los intelectuales que pensaban el país a darle una nueva mirada al concepto de populismo, en lo que consideramos el segundo pico interpretativo en el debate, y que llevó a los intelectuales a plegarse sobre hechos ya analizados, para resignificarlos bajo la óptica de renovados actores políticos y nuevas realidades sociales.

Sumado a esto, las características económicas de un hemisferio impregnado de neoliberalismo tendrían amplias consecuencias en la conceptualización. Dentro del amplio repertorio de actores insurgentes, el Movimiento 19 de Abril (M-19) dio el paso definitivo al abandonar la clandestinidad en 1989 y transformarse en un partido político al que se le recordó su herencia anapista. Los del “Eme”, como se les conocía en ese entonces, reivindicaron en el proceso muchos de los postulados del ya desaparecido partido del general Gustavo Rojas Pinilla, y el tema de un movimiento popular volvió a entrar al debate político nacional y al académico.

Para entonces, Pécaut se afianzó en un contexto de debate colombiano muy cercano a la Universidad Nacional, en su sede de Bogotá, e hizo evidente sus posturas sobre los acontecimientos políticos del país. Queremos aquí destacar un escrito de esa época: el artículo “Colombia: Violencia y Democracia”, de 1991, y que vio la luz en el número 13 de la revista Análisis Político, de la Universidad Nacional. Si bien, al ser un artículo académico, por su extensión y su profundidad no puede ser comparado con los trabajos ya citados, ahí Pécaut dice con sencillez lo que, a su juicio, es un dictamen nacional: la sociedad colombiana se acostumbró a la violencia. Para el autor, la violencia con la que Colombia entró a 1990 no fue la misma de mediados del siglo XX, pero respondía a la “amplia aceptación tácita” de esta como modalidad “normal y legítima de las relaciones sociales en el cuadro de un régimen que no tiene ni los medios ni quizás la voluntad de someterlas a reglas de negociación” (Pécaut, 1991, p. 37). Aparece así, en el lenguaje político, la idea de “violencia generalizada”, que es la mezcla de violencia política -de los grupos insurgentes- y la violencia común que sufren los ciudadanos de a pie.

En esa compleja realidad, el concepto de populismo aparece en los nuevos textos de Pécaut para escindirse de la referencia exclusiva a fenómenos políticos históricamente delimitables, como el gaitanismo o el anapismo, y amplía su uso para caracterizar comportamientos, fundamentalmente económicos. Si algo habían generado el neoliberalismo y la conceptualización de un nuevo populismo -neopopulismo- en las ciencias sociales latinoamericanas era una reinterpretación de los denominados populismos clásicos para prestar particular atención a la figura del liderazgo y las acciones económicas. Estos dos elementos, en últimas, eran los puntos de contacto entre el concepto de populismo y su variante neo (Weyland, 2004).

De esta forma se empieza a fragmentar la idea de un populismo como fenómeno, y se pasa a entenderlo como un comportamiento, en un evidente cambio conceptual que nos expone, a su vez, una radiografía de la época latinoamericana. Se hacen cada vez más frecuentes en sus textos binomios de palabras como actitud populista, populismo político o populismo económico, lo que obliga a Pécaut a realizar un pliegue interpretativo sobre los hechos de mediados del siglo XX colombiano:

La precariedad del Estado favorece las formas democráticas de muchas maneras. Priva a los militares o a las corrientes autoritarias civiles de un punto de apoyo, y dificulta el desarrollo del populismo político. Incluso el movimiento gaitanista de 1944-1948 no llegó a formular una mística nacionalista ni a salirse realmente del Partido Liberal. Impide igualmente la tentación del populismo económico: los gremios representativos de los principales intereses económicos están ahí para hacerle frente a las eventuales debilidades de la clase política y para hacer respetar un estilo muy ortodoxo de política económica. (Pécaut, 1991, p. 41)

Si en los textos de los años setenta y finales de los ochenta del siglo XX Daniel Pécaut ofrecía su conceptualización del populismo como un ancla histórica, momentánea y limitada, que le da solidez a su hipótesis de la violencia como instrumento central de la política colombiana inaugurado por dichas experiencias, ya para sus escritos del decenio de 1990, el populismo pasa a tener fuerza de adjetivo y puede ser interpretado al menos desde dos vertientes: la económica y la política. Según el autor, en Colombia, la debilidad del Estado favoreció a la democracia, al dificultar “el populismo político” e impedir el ascenso de corrientes autoritarias. En este sentido, la ausencia de unidad nacional de Colombia -y por ende, de populismo- vendría a ser también, a su manera, una virtud.19

DEL POPULISMO INCOMPLETO AL FALLIDO. EL POPULISMO IMPOSIBLE Y LOS COROLARIOS DEL GAITANISMO

Retomemos ahora uno de los elementos fundamentales en la descripción del populismo gaitanista en Orden y Violencia, para entender el proceso de transformación conceptual sufrido en el autor una vez entrados en el siglo XXI. En su libro, Pécaut considera que el proceso gaitanista fue el que logró “convertirse en portavoz de las exigencias de justicia social”, retomando reivindicaciones truncadas tanto por la crisis del segundo gobierno de López Pumarejo -en 1945- como por el retorno del conservatismo al poder. Pero sus consecuencias habrían de ser catastróficas para el país. Según Pécaut, el movimiento gaitanista habría creado “una forma de legitimación sobre la cual será difícil volver en años posteriores”. De tal manera,

Es en ese momento cuando las burguesías locales revelan su gran incapacidad para asumir por sí mismas el poder que el populismo les había restituido […] pero es sobre todo después del populismo cuando asume la forma de carencia política casi permanente, a causa precisamente de la imposibilidad de borrar los rastros del populismo por un medio distinto a la violencia. (Pécaut, 2012 [1987], p. 380. El destacado es del original)

Si el cataclismo político creado por el gaitanismo es de tal magnitud que la clase dirigente colombiana no conocerá otro medio diferente del represivo para establecer el orden tras la muerte de Gaitán, para Pécaut el vínculo entre el fenómeno gaitanista y la violencia ya se hallaba establecido aun antes del 9 de abril de 1948: los desmanes caóticos contra los símbolos de poder -tanto públicos como privados- ocurridos ese día no fueron más que la expresión de sectores populares “extraviados”, sin intereses de clase claros. El Bogotazo sería, pues, la emergencia desorganizada de las masas constituidas por el gaitanismo, sin “un adversario de clase al cual referirse” (Pécaut, 2012 [1987], p. 480).

Así pues, además de la caracterización de Pécaut del lazo directo entre el líder gaitanista y sus masas, el pensador también establece un vínculo directo entre gaitanismo y violencia bipartidista. De hecho, considera que los fundamentos simbólico-políticos del movimiento gaitanista estaban basados en dicotomías absolutas entre lo puro y lo impuro, y que, por ende, solo “queda el reclamo de la muerte, para el otro y para sí mismo, permanentemente renovado” (Pécaut, 2012 [1987], p. 478). De tal manera, según Pécaut, el populismo y la violencia en Colombia de mediados del siglo XX estarían imbricados en un continuum respecto a la exacerbación de los odios bipartidistas de la época. La especificidad del gaitanismo radicaría solo en la ilusión de los sectores populares cuando se identificaban con su líder. Tras la muerte de este, el pueblo quedaría sin un enemigo contundente y sin otra identidad que la brindada por el tradicional Partido Liberal: “el populismo alimenta, a pesar suyo, la marcha hacia la violencia” (Pécaut, 2012 [1987]: 478).20

Lo anterior nos permite formular dos preguntas. Primera: ¿Este análisis del movimiento de Gaitán como uno signado por la violencia no termina condenando toda iniciativa histórica de la izquierda colombiana como una iniciativa volcada recurrentemente a la exterminación física de su alteridad? Y segunda: ¿No es esta una interpretación mediada, de manera indeleble, por los pliegues interpretativos, dado el contexto en el que Pécaut produce sus investigaciones? Es que la lectura del gaitanismo como un proceso político populista totalmente entregado a la violencia reinante de la Colombia de mediados de siglo XX parece no matizarse, sino radicalizarse, en Pécaut años después de la publicación de Orden y violencia.

En efecto, tras sus escritos en la década de 1990, Pécaut volvió al tema del populismo al despuntar el siglo XXI, con una de las reinterpretaciones más significativas en la definición del concepto en las ciencias sociales colombianas. En el 2000, publicó el artículo “Populismo imposible y violencia: el caso colombiano”, en el número 16 de la revista Estudios Políticos, de la Universidad de Antioquia. El escrito resulta fundamental para entender la posición de Pécaut frente al concepto neopopulismo, al que considera un proceso vinculado a la explosión de posturas económicamente neoliberales, con ejemplos como el de Alberto Fujimori, en Perú, o el de Carlos Menem, en Argentina, pero que no floreció en Colombia. A su vez, se pliega de nuevo sobre los acontecimientos políticos de mediados del siglo XX para resignificarlos.

Pécaut analiza allí el proceso de Gustavo Rojas Pinilla y la ANAPO con un detenimiento que no le había brindado antes. Para el autor, el populismo de Rojas es diferente del de Gaitán, aunque no por ello menos importante. Es uno de carácter más conservador y tímido. Rojas fue el símbolo de un momento, pese a que solamente logró una efusividad fugaz y un apoyo que se diluyó al perder la presidencia en una derrota que, según Pécaut, el antiguo dictador pareció “aceptar con alivio” (Pécaut, 2000, p. 65). El país no sería fértil para el populismo, pues los obstáculos que se le presentaron al fenómeno siguen presentes: la fragmentación del poder, las separaciones políticas y el manejo económico ortodoxo. Incluso en la década de 1980, todo esto se mantuvo igual aun cuando el narcotráfico parezca haber sido el que consolidó progresivamente el statu quo, al establecer su propia ley y manejar amplios territorios. De esta forma, se aleja cualquier posibilidad de integración nacional y la población ve con desconfianza la idea de un Estado garantista; dos ingredientes que Pécaut considera indispensables para el populismo o el neopopulismo. En definitiva, el populismo en Colombia, aun con el neopopulismo como un fenómeno vinculado al nuevo liberalismo económico, no tiene cabida. No se habla ya de un proceso fallido o incompleto: es ahora un fenómeno imposible (Pécaut, 2000, p. 70). En este sentido, son los acontecimientos propios de los albores de la nueva centuria los que hacen que el populismo resurja como un concepto epocal, pero condicionado por sus propios límites políticos.

Pero, además, en este artículo escrito en los albores del siglo XXI, la indagación sobre Gaitán y su movimiento irá de la mano con una nueva caracterización del populismo por parte del autor francés. Para Pécaut, existen tres variables de “configuraciones populistas”. Una primera es la que se centra en formar un Estado nacional cuya tarea primordial es construir “la unidad de la sociedad” (por casos, el varguismo brasilero y el cardenismo mexicano). Una segunda es la que hace hincapié en las contradicciones entre “la exclusión política de la mayoría y los privilegios de una minoría” (cuyo ejemplo paradigmático es el peronismo argentino). Finalmente, la tercera variante, “más frágil”, resalta las desigualdades sociales, sin por ello “sacudir las estructuras sociales”; esto es, en definitiva, “un simple estilo populista” (Pécaut, 2000, p. 51). Frente a lo anterior, el gaitanismo colombiano se inserta en el segundo tipo de populismo, que no precisa realmente de condiciones históricas específicas. Al contrastar el pueblo (que, dada “su miseria biológica”, no tiene “por sí mismo”, sino a través del líder su “condición de sujeto político”) versus la oligarquía (los sectores “improductivos” y expoliadores de la sociedad), lo que termina haciendo Gaitán es azuzando una lucha entre dos entelequias sin “imagen humana”; por ende, el gaitanismo elabora “una representación mítica de un combate entre fuerzas inhumanas, de las que unas encargan el sufrimiento, y otras, el goce” (Pécaut, 2000, p. 54).

Asimismo, ese sistema de oposiciones en los que se erige el gaitanismo supondría la existencia de ciertos parecidos con el peronismo, aunque las diferencias entre ambas experiencias son -para el autor francés- considerables. En primer lugar, el gaitanismo se edifica en contra de las organizaciones populares ya establecidas, combatiendo las organizaciones sindicales y “al conjunto de la clase obrera organizada”; en este sentido, a diferencia del 17 de octubre de 1945 en Buenos Aires, cuando “las masas y los sectores organizados están a punto de coincidir”, el paro general contra el gobierno conservador del 13 de mayo de 1947, convocado por las centrales obreras, condena al fracaso a los trabajadores organizados: ese día Gaitán evitó tomar partido en el paro, como si el debilitamiento de “las organizaciones populares” pudiera reforzar la movilización populista (Pécaut, 2000, p. 68). Un segundo contraste con el proceso peronista es que, desde el gaitanismo, nunca se renunció a la rúbrica partidista: el pueblo gaitanista nunca dejó de estar mediado por una de las “subculturas políticas” dominantes de su época: la del Partido Liberal. Finalmente, una tercera diferencia con el peronismo es la intensidad de las consignas nacionalistas; mientras que en Argentina la discursividad peronista exacerbó sus vetas patrióticas, el gaitanismo no lograría tomar este recurso, pues en Colombia la idea misma de unidad nacional seguía -y sigue- siendo muy vaga. En conclusión, dice Pécaut, meses antes del asesinato de Gaitán, “el desafío populista se difumina en beneficio del de la violencia” (Pécaut, 2000, p. 57).

De esta manera, para Pécaut el populismo y la violencia establece, en el caso gaitanista, una relación múltiple. En primer lugar, como efecto directo de la “retórica” de Gaitán: tanto sus oposiciones sin síntesis -que engendran una concepción de lo social atravesado por solo relaciones de fuerzas- como su definición vacua del pueblo -la cual les quita todo estatus político a las masas- condenan a estas últimas “a oscilar entre la pasividad y la rabia en cuanto el líder no está ahí para prestarles su palabra” (Pécaut, 2000, p. 70).21 Pero aquella retórica también habría tenido un efecto indirecto: provocar una movilización sin precedentes alimentando la división “amigo-enemigo” que rige la competencia entre conservadores y liberales. Pero hay, además, un último efecto de la discursividad gaitanista: la de constituir a la violencia como la “réplica de las élites tradicionales frente al espectro del populismo […] como si el populismo se confundiera necesariamente con la violencia de las masas” (Pécaut, 2000, pp. 59 y 60).

En síntesis, el fortalecimiento de un enfrentamiento entre subculturas políticas, entre dos fuerzas inhumanas o prepolíticas y, a su vez, la represión como remedio de las élites colombianas frente a cualquier movilización social constituyeron -para Pécaut- la imposibilidad generalizada del populismo en Colombia. Sus intentos fallidos reflejan tan solo un problema mayor: la imposibilidad histórica del país para construir una imagen de unidad de la nación, que seguirá siendo precaria. Sin embargo, fue la violencia, o el establecimiento del orden a través de ella, lo que creó un escenario preferible para las élites, en comparación con otros posibles: “la violencia no amenaza ni el poder de los gremios, ni el mantenimiento de un modelo de desarrollo ortodoxo y no igualitario, ni la hegemonía de los partidos tradicionales. El populismo parece mucho más inaceptable” (Pécaut, 2000, p. 60).

URIBE Y UN POPULISMO ADJETIVADO. UN NUEVO PICO INTERPRETATIVO TRAS LA OLA PROGRESISTA DE INICIOS DEL SIGLO XXI

Desde finales de la década de 1990 y hasta mediados de la siguiente, la seguidilla de elecciones latinoamericanas que pusieron en la cabeza del ejecutivo a presidentes de izquierda generó un tercer pico interpretativo por el concepto de populismo, pues personajes como Hugo Chávez, en Venezuela, Evo Morales, en Bolivia o Rafael Correa, en Ecuador, parecían representar un retorno de la figura del populismo clásico, diferenciado de los denominados neopopulistas de finales del siglo XX. Colombia, para entonces, parecía ir en contravía de la mayoría política de la región. Tras la posesión como presidente de Álvaro Uribe, el 7 de agosto del 2002,22 con su eslogan de “Mano firme, corazón grande”, una nueva era política había iniciado en el país. Daniel Pécaut, para entonces a medio camino entre Francia y Colombia, focalizó sus estudios en explicar las razones de la particularidad nacional y de la nueva guerra interna que, a su parecer, iba más allá de ser un simple capítulo en la larga novela de la sangrienta historia nacional.

Si bien su esfuerzo conceptual por el populismo pasó a un segundo plano, sus reflexiones en torno al uribismo y a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) nos dan pistas sobre la interpretación de dicho proceso como resultado de fenómenos populistas que no accedieron a la presidencia. Tras doce meses de presidencia uribista, Pécaut publicó, en 2003, el libro Midiendo fuerzas. Balance del primer año de Álvaro Uribe. Según el intelectual, Uribe transformó la política colombiana al proponer un aumento en la fuerza del Estado para enfrentar a las guerrillas y convertir esta lucha en el eje de su actuar gubernamental. La personalidad del mandatario juega un papel preponderante, al aprovechar el cansancio de una ciudadanía que se sintió engañada con el proceso de paz de Pastrana. Ahora bien, la pregunta que se plantea el autor es si esa popularidad, auspiciada por el descrédito de las guerrillas, será suficiente, no solo para fortalecer un Estado históricamente débil, sino, incluso, para consolidar un sentimiento de ciudadanía que sea compartido por los colombianos (Pécaut, 2003, p. 15).

Asimismo, después de realizar algunas compilaciones de sus escritos en torno al contexto histórico colombiano en 2006,23 Pécaut publicó en 2008 dos textos que vale la pena reseñar, por los vínculos que ofrece entre el populismo del siglo XX y la violencia del siglo XXI. El primero es “Las Farc: fuentes de su longevidad y de la conservación de su cohesión” (2008a), publicado en el número 63 de la revista Análisis Político.24 El segundo es el libro Las Farc: ¿una guerrilla sin fin o sin fines? (2008b). En ambos escritos, el autor brinda pistas sobre la relación estrecha entre populismo y violencia. Pécaut interpreta y resignifica una vez más al gaitanismo y al anapismo: los únicos movimientos que, a su parecer, se configuraron como populismos, pero que fueron “brutalmente interrumpidos” (Pécaut, 2008b, p. 16). Álvaro Uribe, por el contrario, y aun con sus características de liderazgo y su carisma, no configuraba para entonces un líder populista. En este periodo, Pécaut insiste en que la demora histórica de muchas organizaciones de izquierda para condenar la violencia -e incluso, el planteamiento, a inicios del decenio de 1960, de la combinación de todas las formas de lucha por parte del Partido Comunista (y posteriormente, por parte de la ANAPO)- fue utilizada por el lenguaje político de derecha para afianzar el vínculo “izquierda-lucha armada”. Además, la presencia de Hugo Chávez en Venezuela, como nuevo prototipo de la definición de populismo, define el contexto político sobre el cual se conceptualiza el fenómeno y lo pone en las antípodas de lo que representa Uribe.

Por último, en una charla en la Universidad de Antioquia en 2014, Pécaut terminó por sellar su definición del concepto de populismo en el ámbito colombiano para considerar que, a diferencia de los otros países del continente, en los cuales el fenómeno había jugado un papel fundamental en la política -Brasil, Argentina y México-, en Colombia era el rechazo al populismo lo que había terminado por signar su futuro. En el país andino,

[…] todo está permitido, menos el populismo, esto desde hace muchas décadas. ¿Todo qué? El narcotráfico, la lucha armada, la corrupción, etcétera. Esto lo pueden soportar el sistema político y las élites económicas, precisamente, en la medida en la cual impiden cualquier brote de populismo, incluso, cuando pretenden sustituirlo. (Pécaut, 2014, p. 21)

Chávez, Uribe y una mirada atrás para ver la primera década del siglo XXI

Para 2017, en una extensa entrevista otorgada al sociólogo Álvaro Valencia Gutiérrez, y que sería luego publicada como libro por la editorial Debate, bajo el nombre Daniel Pécaut. En Busca de la nación colombiana, el autor repasó sus definiciones conceptuales estructuradas a lo largo de medio siglo. Respecto a los años de la primera década del siglo XXI, aseguró que una de las características más notorias de Uribe fue el hecho de ofrecerse como el Estado y, a su vez, como la voz de los ciudadanos contra un Estado ineficiente. “[a]l criticar al Estado, pero al mismo tiempo simbolizarlo, Uribe alimentaba el componente del populismo paternalista” (Pécaut, citado por Valencia Gutiérrez, 2017, p. 301). Si bien la lucha contra las FARC-EP era el motivo que consolidaba el nacionalismo, desde la política interna, las tensiones con la Venezuela de Hugo Chávez eran la ficha internacional que aglutinaba el discurso patriótico:

Uribe creó de manera coyuntural un imaginario de nación, pero nada que fuera comparable con el peronismo, el getulismo e, incluso, el chavismo. Uribe se cuida de tocar al liberalismo económico. El Estado uribista es garante de la “seguridad”, pero no tiene vocación de convertirse en la clave de la bóveda del desarrollo. (Pécaut en Valencia Gutiérrez, 2017, p. 313)

Pécaut reconoce el concepto de populismo como una “dimensión” tanto para Álvaro Uribe como para Hugo Chávez: ambos se hermanan en su condición populista y al pretender construir un imaginario de colectividad nacional. Sin embargo, las semejanzas se detienen ahí, pues mientras el chavismo intenta una idea de nación que consolide un proyecto político a largo plazo, en el que se pone en juego la visión social y económica de todo el país, la construcción de lo nacional impulsada por Uribe tiene un objetivo delimitado por la lucha contra la guerrilla. El expresidente colombiano, con un proyecto que, en términos macroeconómicos, no difiere de forma sustancial del de sus antecesores, aprovecha la violencia para impulsar su discurso y apelar al pueblo a enfrentar el gran enemigo nacional: la insurgencia. Sin embargo, lo específico y particular de este caso es que el “pueblo” es sinónimo de “opinión”:

El pueblo que Uribe trata de aglutinar alrededor suyo no tiene identidad propia; es un pueblo que no expresa reivindicaciones, sino quejas. Sus encuentros con el presidente son la puesta en escena de una relación directa, que pretende dejar de lado las mediaciones políticas habituales. Hay sin duda en esta relación una dimensión populista y una tonalidad un poco paternalista, como la del “soberano” que recoge los lamentos de su pueblo y promete aportar soluciones a sus problemas. (Pécaut, citado por Valencia Gutiérrez, 2017, p. 299. El destacado es nuestro)

De tal manera, las reflexiones conceptuales en torno al populismo desarrolladas durante décadas por Pécaut desembocan en un ejercicio paradójico: por una parte, las variaciones en las definiciones del fenómeno populista estarán mediadas por una lectura particular de la coyuntura en la que el problema es pensado. Se pasa de una coyuntura política irrepetible a un adjetivo, para así, finalmente, establecer un apelativo general. A su vez, hay una problemática que atraviesa las anteriores definiciones; a saber, la cuestión de la unidad nacional. Pécaut define el populismo en Colombia en relación con la consolidación del Estado nación y de la (imposible) instauración de un espacio político que tenga la capacidad para tramitar los conflictos y las diferencias sin recurrir a la violencia.

CONCLUSIONES

Los trabajos que, a lo largo de más de medio siglo, han llevado a Daniel Pécaut a preguntarse por la realidad de la nación colombiana tienen al populismo como una cuestión problemática y errática, pero que recorre la historia del siglo XX y el siglo XXI como un diagnóstico de época. Una radiografía que, a su vez, enseña las enormes dificultades del país para consolidar la democracia en medio de distintas violencias, que son, en últimas, los ejes estructuradores del orden y de la construcción de la nación. El populismo, como fenómeno de profundo calado en América Latina, como proceso fundamental de inclusión de demandas populares en las democracias de la región, no habría tenido en Colombia el mismo peso, lo que terminó por signar el futuro del país.

Este trabajo buscó plantear un interrogante central para pensar la obra de Pécaut: ¿hasta qué punto su rigurosa mirada de los hechos históricos no está atravesada por una lectura del pasado con los lentes del presente? ¿No hay ahí una idea casi contrafáctica de buscar lo que Colombia no pudo evitar ser? La violencia, que en el país todo lo atraviesa, atravesó también el populismo, para hacerlo fallido e imposible en el siglo XX. Y de todos los ejemplos, el más paradigmático es, sin duda, el de Jorge Eliécer Gaitán.

En Gaitán, el populismo colombiano encuentra su leyenda infortunada. Fue la violencia la que frenó su ascenso y, al mismo tiempo, los violentos resultados de su muerte ocasionaron una espiral de desorden que, paradójicamente, terminó por fortalecer a “las oligarquías” y a un bipartidismo que buscó cerrar filas ante sus contrincantes; entre ellos, un posible nuevo programa político que, tras las elecciones de 1970, no dejó de ser catalogado como populista.

Además de estos lentes del pasado, es, ciertamente, una lectura descriptiva y normativa la que atraviesa el análisis del populismo en la obra de Pécaut. La imposibilidad de una unidad de nación, de un sistema de partidos organizado y alejado de la violencia, un Estado fuerte, pero alejado del totalitarismo o de vetas autoritarias; en definitiva, una artillería analítica sobre la democracia moderna fue la que atravesó la mirada de Pécaut al escudriñar el fenómeno populista en Colombia. Esto, creemos, determinó una lectura de la violencia como un factor ineluctable en todo el espectro político colombiano hasta nuestros días. Dicho fatalismo, sin embargo, no permite pensar el populismo como un proceso no necesariamente imbricado con la violencia política, y del que, quizás, están por explorarse sus manifestaciones en Colombia, desde propuestas políticas que, si bien nunca llegaron al Poder Ejecutivo, sí habrían planteado una forma diferente de entender la democracia liberal sin desdeñar de ella completamente.

La obra de Pécaut sirve, entonces, como puerta de entrada a una discusión generalmente soslayada en la academia colombiana acerca del populismo y la democracia en el país. Este artículo, en definitiva, se inscribe en un camino investigativo que pretende sobreponerse al fatalismo que redunda en las reflexiones del pensador parisino; un camino que nos habilita para pensar el pasado sin buscar inmediatamente suscribirlo a los problemas del presente.

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1Pécaut dirigió por más de cuatro décadas —hasta 2005— la prestigiosa revista académica Problèmes d’Amérique latine, fundada en Francia, en 1964, por quien fue su director de tesis doctoral: Alain Touraine. Hoy, dicha revista está a cargo del profesor Gilles Bataillon.

2La relación entre Pécaut y Lefort se desprende del fuerte vínculo de ambos con la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (en francés, EHESS, por las iniciales de École des Hautes Études en Sciences Sociales), de París, y de la cual ambos fueron directores. Muestra que dicho vínculo no solo está presente en la obra misma de Pécaut, sino también, en textos de Lefort, como, por ejemplo “Democracia y representación”, dictado en un coloquio sobre América Latina organizado por Pécaut en abril de 1989 (Lefort, 2011).

3Es muy diciente que uno de los trabajos sobre la violencia colombiana más reconocidos de los últimos años esté dedicado a Pécaut (González et al., 2002, p. 9). De hecho, Fernán González, uno de sus autores, sería profesor invitado en la EHESS en mayo de 1993, por pedido del autor francés.

4Recordemos que la alusión a La Violencia (con mayúscula) remite al periodo histórico de enfrentamiento radical entre conservadores y liberales a mediados de siglo XX. Su inicio suele ser remitido al 9 de abril de 1948, con el asesinato de Gaitán; sin embargo, tal cual lo han rebatido académicos como Oquist (1978), dicha Violencia tiene sus orígenes —al menos— con la llegada del conservador Mariano Ospina Pérez al Poder Ejecutivo, en 1946.

5Dos textos, escritos al calor del resultado electoral del 19 de abril, son los pioneros en la interpretación del populismo en el país. El primero es Populismo, escrito por Alfonso López Michelsen y Álvaro Gómez Hurtado (1970)líderes, respectivamente, de los partidos Liberal y Conservador (se le sumaron, además, dos ensayos de Belisario Betancur y Alfonso Palacio). El segundo, mucho más conocido, es El Populismo en Colombia (1971), de Marco Palacios.

6En 1966, Daniel Pécaut realizaría una visita más extensa a Colombia, para concentrarse en su investigación sobre la clase obrera. A partir de ese momento, y casi de forma ininterrumpida hasta hoy, el sociólogo visita el país brindando frecuentes conferencias en las principales universidades de este.

7El presidente conservador Guillermo León Valencia lanzó, en mayo de 1964, la denominada ”Operación Soberanía” sobre la zona de Marquetalia, controlada entonces por grupos de “autodefensas” campesinas. El ataque es considerado el acontecimiento fundacional de las FARC-EP (Pécaut, 2008a).

8Por supuesto, Pécaut también analiza y menciona con recurrencia el proceso —según él— populista de Rojas Pinilla entre la mitad de la década de 1960 hasta 1974. Sin embargo, al observar en conjunto la obra del sociólogo francés, es con el proceso de Jorge Eliécer Gaitán como sus desarrollos propiamente teóricos son puestos en juego para analizar un hecho histórico en concreto.

9Además de la edición de 1987 de CEREC-Siglo XXI, Orden y violencia sería reeditado en 2001 por Norma y, finalmente, por Editorial EAFIT, en 2012. La conferencia a la que hacemos referencia se puede encontrar en línea: https://www.youtube.com/watch?v=zTxdDCv6qv4&ab_channel=CanalEnVIVO-UniversidadEAFIT [último acceso: 5 de septiembre de 2022].

10Este trabajo es producto de un primer informe de investigación: La classe ouvrière en Colombie, entregado en 1971 para el Centro de Estudios de los Movimientos Sociales de París. Recordemos que su trabajo doctoral de 1979, Classe ouvrière et système politique en Colombie: 1930-1953, dirigido por Alain Touraine, tomaría posteriormente la forma del libro L’ordre et la violence, editado por la EHESS.

11Al respecto de la UNIR, ver los trabajos de Ayala Diago (2005), Charry-Joya (2019) y Acosta Olaya (2021).

12Otro caso recurrentemente referenciado de este vínculo es el de las manifestaciones obreras el 1 de mayo de 1936, cuando los trabajadores se congregaron en los balcones del presidente, quien compartía el lugar con líderes comunistas y sindicalistas. Para el autor, la adhesión de los dirigentes obreros y comunistas al gobierno de López “no sacrifica totalmente la autonomía del movimiento sindical” (Pécaut, 1973, p. 149).

13Es importante mencionar que también en 1987 Pécaut publicó un pequeño escrito en la edición suramericana de la famosa Revista Vuelta, de México, fundada y dirigida por el poeta mexicano Octavio Paz. En el texto, titulado “En América Latina: del populismo al autoritarismo”, el autor repasa sus postulados de Orden y Violencia, y asegura que tanto el peronismo de 1945 como el gaitanismo son ejemplos prototípicos del fenómeno (Pécaut, 1987b, p. 57).

14Esta idea de la palabra “tomada” por parte del líder, que habla arrogándose ser la única voz autorizada del pueblo, está presente también en el análisis de Torre (2012) sobre el peronismo argentino. Torre fue, al igual que Pécaut, discípulo de Touraine en la EHESS.

15Por supuesto, Pécaut hace aquí referencia al trabajo de Carl Schmitt (2015) [1932]) y su escisión amigo-enemigo, para entender la especificidad de lo político. Si bien este no es el espacio para criticar a profundidad la pertinencia de dicha mención para comprender la violencia (incluyendo la colombiana), lo cierto es que Pécaut parece desconocer las salvedades que el propio Schmitt (2017) hizo en 1963 a la lógica amigo-enemigo, al distinguir la enemistad política de la enemistad total: la primera, justamente, parece remitir más al conflicto entre adversarios que alude Pécaut, mientras la segunda se ajusta más a su descripción de la destrucción del “otro” (Schwab, 1987).

16Para Pécaut, las reflexiones más recientes sobre el populismo —especialmente, las impulsadas por Ernesto Laclau— responden a una “fascinación argentina por los populismos”, y que ha aparecido inspirada, precisamente, en Schmitt (Pécaut, citado por Valencia Gutiérrez, 2017, p. 58). Esta vinculación entre populismo y Schmitt, en relación con el pensamiento de Laclau, no es exclusiva de Pécaut. Véase: Peruzzotti (2018).

17Recordemos que esta es una de las formas como Pécaut comprende la especificidad del populismo, como un fenómeno exclusivo de mediados del siglo XX latinoamericano. Esta postura es compartida por Vilas (2004).

18Como es evidente, aquí se evocan los registros simbólico-real-imaginario de Jacques Lacan. Pécaut considerará que en Orden y violencia la triada lacaniana “está muy presente”, aunque “implícita para quien la quiera ver que la vea y quien no la quiere ver no la vea” (Pécaut, citado por Valencia Gutiérrez, 2017, p. 164).

19Este carácter positivo de la ausencia de populismo es destacado, por ejemplo, por Posada Carbó (2003).

20Resulta interesante destacar que Pécaut piensa las identidades partidistas colombianas de mediados del siglo XX en términos de “subculturas políticas”. Con esto, el autor pretende dar cuenta de que ni los conservadores ni los liberales solían religarse a agrupaciones políticas modernas, sino, más bien, a organizaciones radicalmente divididas entre ellas, con normativas tradicionales y que resultaban ser solo expresión de correlaciones de fuerzas concebidas como naturales (Pécaut, 1987a, p. 39 y 40).

21El ejemplo clave de esta exposición, por supuesto, es lo acontecido el 9 de abril de 1948 en Bogotá y en provincia (Sánchez, 1982).

22Tan solo tres meses antes, Uribe había sido electo presidente con la votación más amplia en la historia de ese país, tras capitalizar políticamente el descontento de cuatro años de negociaciones entre el gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC-EP. Dicho proceso de paz fue conocido informalmente como las Negociaciones de El Caguán, en referencia al nombre de la zona de 42.000 km2 que el gobierno de Andrés Pastrana desmilitarizó para que se realizarán allí las negociaciones (Pizarro, 2011).

23Ese año Pécaut actualizó su texto de 1988, Dos décadas de política colombiana, al que nombró Cuatro décadas de política colombiana (2006). El compilado retomó viejos artículos desde la década de 1960, y abordó también problemáticas más recientes, como la fuerte consolidación de los grupos paramilitares y del narcotráfico.

24Una versión previa de este artículo había sido publicada en el número 123 de la revista francesa de geografía y geopolítica Hérodote, en el cuarto trimestre de 2006. El artículo sería traducido al español por Alberto Valencia Gutiérrez.

Recibido: 19 de Septiembre de 2022; Aprobado: 15 de Noviembre de 2022

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