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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.35 no.105 Bogotá July/Dec. 2022  Epub Apr 12, 2023

https://doi.org/10.15446/anpol.v35n105.107749 

Dossier

DANIEL PÉCAUT: UNA SOCIOLOGÍA DESDE LA INTERDISCIPLINARIEDAD

DANIEL PÉCAUT: AN INTERDISCIPLINARY SOCIOLOGY

Carlos Miguel Ortiz Sarmiento1 

Wilson Rigoberto Pabón Quintero2 

1Doctor en Sociología, École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), París. Docente pensionado de la Universidad Nacional de Colombia.Bogotá - ColombiaCorreo electrónico: ortizcm1@hotmail.com

2Doctor en Antropología y Sociología, Université Paris Cité. Doctor en Historia UPTC, Tunja. Docente de tiempo completo, Escuela Superior de Administración Pública . Bogotá - Colombia Correo electrónico: wilsonpq@hotmail.com


RESUMEN

Daniel Pécaut es, sin duda, uno de los sociólogos más importantes de América Latina en los últimos tiempos. Su amor por Colombia y su empatía con los colombianos lo han llevado a buscar responder a los grandes problemas del país. El presente artículo, pensado como un homenaje a su vida y obra, da cuenta de su larga trayectoria investigativa, su itinerario conceptual y sus apuestas metodológicas. Pécaut, el sociólogo interdisciplinario, ha mostrado una visión holística desde sus primeros años de formación, enriqueciendo sus análisis en el diálogo con la filosofía, la historia y la antropología, lo que le ha facilitado comprender mejor la sociedad colombiana y formular tesis renovadoras. Se ha convertido en un referente necesario para cualquier estudio sobre el conflicto armado colombiano contemporáneo y para la necesaria búsqueda de la paz.

Palabras clave: Daniel Pécaut; sociología; interdisciplinariedad; violencia; conflicto armado; Colombia.

ABSTRACT

Daniel Pécaut is undoubtedly one of the most prominent sociologists in Latin America in recent times. His love for Colombia and empathy with Colombians led him to seek answers to the country’s principal problems. This article, intended as a tribute to his life and work, gives an account of his long research career, conceptual itinerary, and methodological approaches. Pécaut, as an interdisciplinary sociologist, demonstrated a holistic vision since his early years of training, enriching his analyses in dialogue with philosophy, history, and anthropology. It gave him a better understanding of Colombian society and allowed him to formulate innovative theses. He has become a reference for any research on the contemporary Colombian armed conflict and the necessary search for peace.

Keywords: Daniel Pécaut; sociology; interdisciplinarity; violence; armed conflict; Colombia

INTRODUCCIÓN

El presente artículo se propone hacer un homenaje a la vida y a la obra de Daniel Pécaut tratando de rastrear su itinerario conceptual, desde los cimientos de su formación integral hasta sus consecuencias metodológicas, y de ahí, a sus tesis más significativas e innovadoras sobre Colombia.

La tarea resulta difícil después del magnífico libro En busca de la Nación colombiana, escrito a dos manos entre el propio Pécaut y su amigo, traductor y difusor Jesús Alberto Valencia, a modo de entrevista, Pécaut (2017). Este libro, a la vez que, con sutileza y arte explorador, hace un recorrido por la vida personal e intelectual de nuestro autor desde sus orígenes familiares, logra de forma paralela un recuento de la historia colombiana política y del conflicto, y pone en primer plano las cuestiones fundamentales planteadas por Pécaut sobre ella a lo largo de su producción bibliográfica.

Podríamos decir que en esto la mirada de Pécaut se instala como “la cámara invertida del viajero”? Sí y no, porque a la vez que nos sorprende con un ángulo de enfoque “desde fuera”, su voz emerge desde muy adentro de las entrañas de este país, con el cual ha logrado compenetrarse a fondo, gracias a su empatía y al afecto profundo que lo atan a Colombia y a los colombianos, que, precisamente, lo liberan tanto de prejuicios propios de los extranjeros como de ser complaciente con las debilidades, las falencias y las tachas de esta sociedad y del funcionamiento de sus organizaciones civiles, políticas e institucionales. “Me he vuelto un viejo colombiano” y “puedo hablar de los años sesenta tanto como testigo que como sociólogo” -dijo a Valencia (Pécaut, 2017, p. 70).

Lograr mantener la perspectiva crítica sin ceder a fórmulas preconcebidas del discurso alternativo le posibilita adelantarse en el tiempo a realidades y a lecturas que años después llegarán a ser de aceptación compartida, pero que, en el momento en que las ha anticipado, fueron menos acogidas, y hasta le granjearon, de vez en cuando, injustas incomprensiones.

En el artículo nos limitaremos tan solo a este aspecto, el de los aportes originales que van más allá de las explicaciones del momento; rasgo que constituye uno apenas entre los muchos que caracterizan la producción de Pécaut, así como su magisterio.

Tampoco debe el lector esperar un recorrido por la obra entera de Pécaut, pues nuestro propósito es mucho más modesto, ya que optamos por centrarnos, de preferencia, en los escritos que aluden al conflicto armado contemporáneo; esto es, de los años setenta del siglo XX hasta hoy. En ese sentido, no están comprendidas las obras más conocidas y tratadas por la crítica, y que son las escritas sobre la historia colombiana de la década de 1930 a La Violencia, con mayúscula, aquella de los años cincuenta.1

Nuestra exposición, metodológicamente hablando, la descompondremos en varios momentos:

  1. Mostrar cómo en los cimientos de esa originalidad subyace una visión holística integradora que se afinca en la formación interdisciplinaria de Daniel Pécaut, presente desde sus estudios universitarios de pregrado

  2. Develar cómo, de la mano con su visión holística, el autor encuentra el método superando los determinismos y las explicaciones meramente causales, inclusión hecha de las estructuralistas

  3. (títulos 3-6) Ver cómo la mirada holística y el distanciamiento de determinismos y estructuralismos le han permitido avanzar tesis que han marcado hitos en los rumbos de la investigación de Colombia. Tesis como: la compatibilidad de orden y violencia (título 3), tanto a través de La Violencia como a través del conflicto armado interno contemporáneo; la dimensión de guerra contra los civiles, del actual conflicto armado (título 4); las profundas transformaciones de las FARC y, en general, de las organizaciones guerrilleras (título 5), y el rol axial del narcotráfico en el conflicto armado contemporáneo (título 6)

  4. (título 7) Finalmente, hacer una breve referencia a las reflexiones en torno a la “banalización” de la violencia y el terror, y en torno a la relación entre memoria, historia y verdad, subyacentes al desarrollo de las tesis anteriores, pero que fueron abordadas de manera más explícita y sistemática por nuestro autor en diversos artículos recopilados en dos de sus libros: Guerra contra la sociedad (2001) y La experiencia de la violencia (2013)

VISIÓN HOLÍSTICA INTERDISCIPLINARIA

Desde su formación de pregrado -básicamente, en la École Normale Supérieure (ENS) y en la Sorbona-, el ejercicio intelectual de Pécaut no estuvo ceñido a una sola disciplina de las ciencias sociales, llámese sociología o historia; aún más, si nos atenemos al fino rastreo biográfico del citado libro de Pécaut y Valencia, la primera etapa de su formación fue en filosofía. Ello explica su proverbial apertura, su versatilidad para hacer sociología o historia más allá de los límites, las convenciones y los métodos de estas disciplinas, así como su sensibilidad intercultural; también, su capacidad para observar, detrás o por delante de los hechos, las relaciones y las conexiones menos visibles, las subjetividades y los imaginarios como dimensiones de lo real.

En el mismo libro-entrevista, Pécaut confiesa que daba más importancia a los cursos libres tomados en la Sorbona que a los cursos formales de la ENS. Que allí pudo seguir, entre otros, los seminarios de Lévi-Strauss y los de Paul Ricoeur. Al mismo tiempo, era alumno del Instituto de Estudios Políticos, conocido popularmente como “Sciences Po”, de donde salió graduado en Ciencia Política.

Pécaut nos habla, asimismo, de su inspiración en los planteamientos de Claude Lefort, y de su conocimiento de algunos filósofos franceses del Postmodernismo en las cátedras abiertas de la Sorbona (Pécaut, 2017, pp. 34-52). Valencia hace énfasis en la cercanía intelectual a Lefort, aunque poco nos habla de las circunstancias de esos contactos. Es posible que Pécaut lo haya conocido inicialmente leyendo Le travail de l´oeuvre. Machiavel (1972), la publicación que sintetiza su periodo de los años sesenta del siglo XX, porque nada nos dice acerca de que haya seguido sus cursos, los que dictó en la Sorbona antes de irse a la Universidad de Caen. Pero lo que sí está claro es el contacto personal que pudo tener con él cuando, no bien haber regresado de Caen a París, Lefort se vincula a la EHESS, en 1976, y donde, entonces, fueron colegas, hasta cuando Lefort se retiró, en 1990. Si del primer periodo, del Lefort profesor de la Sorbona, se conocen sus innovadores planteamientos de filosofía política, sobre la naturaleza del régimen de “democracia” como “el régimen político donde el poder es un lugar vacío, inacabado”, siempre en construcción, el posterior periodo en la EHESS es el de crítica de los totalitarismos de Europa del Este, inspirada en el cuestionamiento descarnado que había hecho Hannah Arendt (1974) del totalitarismo tanto del régimen nazi como del régimen estalinista de la URSS. Es claro el entusiasmo de Pécaut por la lectura de Hannah Arendt, en lo cual converge con Lefort. Y es perceptible la conexión de esos dos autores con muchos de los planteamientos sobre la violencia en el conflicto armado colombiano desde la década de 1980; sobre todo, a través de los distintos actores violentos, y en particular, la proximidad en los sugestivos análisis sobre el terror, como puede encontrarse en la tercera parte de la publicación Guerra contra la sociedad (2001) y luego, en la publicación La experiencia de la violencia: los desafíos del relato y la memoria (2013). También estaría cerca de Lefort en las concepciones de este relativas a la necesaria diferencia y, a la vez, cercanía, entre lo social y lo político, y en la relación antagónica pero, a la vez, próxima, entre democracia y totalitarismo, y la importancia que confiere a lo simbólico en relación con el poder. Las cercanías de Pécaut a las propuestas filosóficas de Lefort han sido subrayadas no solo por Valencia, sino, igualmente, por otros conocedores de su obra, como Georges Bataillon o Eric Lair.2

Ahora bien, además de la amplitud de horizonte y de la capacidad holística integradora que en Pécaut se soporta en la filosofía de su formación de base, que él mismo reconoce,3 es importante resaltar la perspectiva interdisciplinaria, presente desde sus primeros escritos.

Pécaut se ha movido siempre entre la historia y la sociología y en un permanente diálogo también con la antropología. Y parecería ser conocedor del psicoanálisis; particularmente, de las tendencias contemporáneas, como la de la escuela lacaniana. No sabemos si también asistiría a algunos de los seminarios dictados por Lacan.4 Uno podría advertir la huella de Lacan en la importancia que confiere, dentro de sus análisis, a lo simbólico, al rol del lenguaje, de los relatos y del discurso en general, y diríamos que hasta en la manera de efectuar en las regiones sus entrevistas con actores, víctimas y terceros del conflicto, y en la importancia que confiere, más allá del dato empírico y del registro de lo positivo, al papel de los silencios, de los titubeos, los vacíos y las contradicciones de quienes ofrecen testimonios, y a la carga afectiva de sus entrevistados. Casi podría decirse, sin exagerar, que, en su sobria y silente actitud de escucha, apenas insinuando al interlocutor hablar, y jamás con grabadoras, Pécaut se parece a un psicoanalista. Claro que en todo ello, sin duda, está presente el savoir-faire de la antropología, como conocedor, por contacto directo, de Lévi-Strauss, en los cursos de la Sorbona.

Cabe anotar, por otra parte, que el comienzo de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), en 1975 -como resultado de la deriva de la Sexta Sección respecto a la institución matriz conocida como Escuela Práctica de Altos Estudios (en francés, EPHE, por las iniciales de École Pratique des Hautes Études), a la cual ingresó Pécaut en 1965-, estuvo marcado por la presidencia, primero, de Fernand Braudel, y luego, de Jacques LeGoff, entre 1972 y 1977: dos de los historiadores más prominentes de las conocidas como segunda y tercera generaciones, respectivamente, de Annales. Marc Bloch y Lucien Fèbvre fueron los “padres fundadores” de Annales, su primera generación. Pues bien, la tercera generación de Annales, a la que representaba LeGoff, la misma de la “historia de las mentalidades” y de la insistencia en lo simbólico y lo imaginario como dimensiones de lo histórico, pregonó la necesidad del diálogo interdisciplinario entre la historia y la antropología, así como la primera generación lo había pregonado de la historia con la geografía y la sociología, según dirá LeGoff en la entrevista que le concedió a Silvia Pérez Ringuelet en 1988.

No obstante, la interdisciplinariedad profunda no hace a Pécaut, de ninguna manera, menos sociólogo. Pese a que él se considere autodidacta en sociología, por el hecho de no poseer un título de escolaridad formal en esa disciplina, existe casi un consenso sobre que él es uno de los sociólogos más importantes de América Latina en los últimos años.

Confiesa, en esa disciplina, su deuda intelectual con Alain Touraine, su director de tesis doctoral en la EHESS; sobre todo, en la primera etapa de su oficio de novel investigador, cuando se inició en el trabajo de campo y tuvo el primer contacto con Latinoamérica -específicamente, con Colombia y Brasil-,5 dentro de un gran proyecto de Touraine sobre la clase obrera en varios países latinoamericanos; no por casualidad, sería después, entre 1981 y 1992, el director del Centro de Estudio de los Movimientos Sociales, que Touraine había fundado dentro de la EHESS. Es perceptible la conexión entre ellos dos en los planteamientos decisivos de “sociología de la acción”, en contrapeso a los estructuralismos predominantes, que provenían, bien fuese del marxismo determinista europeo, o bien, del estructural-funcionalismo prevaleciente en la sociología estadounidense del momento: el de Robert Merton y Talcott Parsons. A la estructura se contrapone la acción, la praxis, y esta alternativa abre en Touraine interesantes perspectivas de espacio para la subjetividad y para la imaginación, dentro de la dinámica de lo que él llama “los actores sociales”, que ya no se reducen a las simples clases sociales, pero tampoco son meros estratos de división o de taxonomía de grupos. No hay duda de que estas sensibilidades fueron en ese momento compartidas por Pécaut, y lo siguen siendo. No obstante, como lo dice a Alberto Valencia en la entrevista-libro, varias veces aquí citada, se empezó a distanciar de Touraine metodológicamente, a partir del giro de su maestro hacia la “intervención sociológica”, que coincide con la apertura, por Touraine, del Centro de Análisis e Intervención Sociológicos (CADIS), en 1981, conservando siempre con su maestro, pese a ello, una buena relación personal de amistad.

Y aunque, en su particular estilo de escribir, Pécaut cite pocas veces autores de referencia, es notoria para sus lectores la inspiración que encuentra en Émile Durkheim, licenciado en Filosofía de la ENS en 1882, y uno de los padres de la sociología de nuestra época, reconocido también por sus conocimientos de antropólogo.

Como buen conocedor de Durkheim, en su oficio de sociólogo Pécaut tiene muy claro su objeto de estudio en todas las investigaciones que emprende; a saber: los hechos sociales, diferenciados de los objetos de los otros saberes porque “consisten en maneras de actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, dotadas de un poder de coerción en virtud del cual se le imponen [al individuo]”. Consisten, dice Durkheim, “en representaciones y en acciones”. No se los puede confundir con los fenómenos orgánicos ni, tampoco, con los fenómenos psíquicos, pues estos últimos “no existen más que en y por la conciencia individual”6 (Durkheim, 1937, p. 5). Su sustrato no es, pues, el individuo, sino la sociedad. Pero igualmente hace eco de su inspiración en Durkheim en eso de que de la observación de su modo de “funcionar” (su fisiología) y de su clasificación morfológica en “tipos ideales” (su morfología) debemos pasar a la explicación (capítulo 1, Durkheim, 1937). Esta se logra rastreando sutiles nexos de redes, casi siempre invisibles, aunque la línea divisoria entre descripción y explicación no es tan marcada, sino, más bien, porosa y corrediza. Pécaut lo dice en el libro-entrevista:

No trato de hacer sociología política a la manera de los estudios electorales o de partidos políticos, sino de buscar siempre cosas que no son tan visibles: cómo se definen en ciertos momentos los intereses sociales, de qué manera los conflictos se construyen alrededor del sentido. (Pécaut, 2017, p. 39)

Así pues, en muchas de las observaciones metodológicas de Pécaut -que, por lo demás, a él no le agrada adjetivar como “método”- puede verse el rastro de las pautas de Durkheim en Les règles de la méthode sociologique.

Y no cabe duda de cuánto inspira a Pécaut el concepto durkheimiano fundamental anomia:7 existe una clara relación de ese concepto con la innovadora visión de la sociedad y el Estado colombianos, bajo la paradoja de orden y desorden como caras de una misma realidad, de estabilidad institucional y desorden generador de violencia, perspectiva desde la que Pécaut ha entendido nuestra sociedad y nuestra historia desde sus primeras obras; al menos, claramente, desde su libro paradigmático Orden y Violencia,8 que viene siendo la publicación de su tesis de doctorado de Estado en la EHESS. Durkheim había sido explícito en plantear los conflictos como inherentes al progreso y al avance hacia el orden. Violencia anómica es un concepto que utiliza Pécaut varias veces para caracterizar las violencias desatadas dentro del conflicto armado contemporáneo (Pécaut, 2013, p. 16).

Si pensamos, finalmente, en el Pécaut pedagogo o maestro, podríamos agregar que su visión holística, integralmente interdisciplinaria, caracteriza también a menudo a sus otrora estudiantes cuyas tesis ha dirigido. Es la impronta que el maestro ha podido dejar a través de los cursos y los seminarios, las conferencias, la dirección de tesis y sus propias inves­tigaciones, cuyos itinerarios él acostumbra compartir con sus alumnos y sus exalumnos, con quienes, generalmente, sigue tejiendo relaciones de amistad.

Réstenos decir en este acápite que toda esa apertura holística interdisciplinaria, anclada en la formación filosófica, va a explicar mucho de sus metodologías de trabajo investigativo y de las tesis de ruptura que propone sobre la sociedad colombiana y su historia, sobre el régimen y sobre las dinámicas de violencias desde La Violencia clásica hasta el conflicto -o los conflictos- armado(s) contemporáneo(s), lo cual será materia de los acápites siguientes.

MÁS ALLÁ DE DETERMINISMOS Y EXPLICACIONES ESTRUCTURALISTAS

Cuando Pécaut ingresa en 1965 a la VI Sección de la EPHE (posteriormente, EHESS), el ambiente que impregnaba los estudios en esa institución, profundamente imbuido del espíritu de los historiadores de los Annales que la dirigían, era muy crítico a las explicaciones deterministas de la realidad histórica y social; entre ellas, al determinismo económico del marxismo tradicional, al que eran proclives los académicos cercanos al Partido Comunista Francés (PCF), pero también a los estructuralismos, incluido el de los neomarxistas que se habían apartado del PCF, como Louis Althusser, su maestro de preparación de la agrègation, que cursó en 1960 para ser profesor de secundaria y universitaria.

Desde sus primeros libros, dígase Política y sindicalismo en Colombia (1973) y la obra ya clásica Orden y Violencia (1987), Pécaut muestra una interpretación historiográfica y sociológica claramente crítica del pensamiento oficial del establecimiento, que, a la vez, se aparta de las visiones sobre Colombia tanto marxistas9 como estructuralistas, influidas por los modelos de los trabajos de la FLACSO, publicados especialmente en México, Brasil y el sur del continente en los años sesenta y setenta del siglo XX. Esos trabajos, en una primera etapa, mostraron la influencia del estructural-funcionalismo de la teoría de la Modernización o de la teoría de la dependencia, visión estructuralista ligada al desarrollismo propuesto por la CEPAL;10 y en una segunda etapa, a partir del golpe militar en Brasil, en 1964, y de los golpes militares en los países del Cono Sur, su visión fue la de una crítica al Estado; obviamente, bajo la óptica del trauma sufrido en esos países. Una visión que influyó en autores colombianos que asimilaban nuestro régimen al de aquellos, y así, por ejemplo, planteaban que el “Frente Nacional” en nuestro país era una dictadura disfrazada -así decían los más radicales-, una “dictadura civil”, o bien, una falsa democracia o una democracia aparente.

En medio de esos enfoques, que algunos simplificaban al grado de estereotipos de escape, se abrió camino el análisis original de Pécaut, que, por ese mismo carácter, a muchos les resultó en su momento un poco incómodo, y al comienzo no siempre tuvo el reconocimiento que más tarde alcanzaría.

La óptica de Pécaut se abría a partir de la sociología de la acción y de una mirada muy histórica, sensible a los cambios, ni predeterminados, ni teleológicamente dirigidos ni explicados solo como un modelado o resonancia de estructuras de una u otra naturaleza. Lo dice claramente en muchos textos; entre ellos, en la introducción a su libro Guerra contra la sociedad:

Siempre he marcado una distancia con los trabajos que imputan a ‘causas’ precisas, estructurales o no, el desarrollo de los fenómenos de violencia […] Dicho de otra manera, si bien las causas están allí, disponibles […], es necesario que unos actores se apropien y se sirvan de ellas para legitimar sus acciones de tal manera que situaciones consideradas hasta un determinado momento como ‘normales’ se conviertan de repente en insoportables. (Pécaut, 2001, p. 10)

Y en el libro-entrevista lo reitera:

La guerra no es solo un asunto de estructuras sino que remite a la diversidad de los actores armados que deciden sostenerla: a sus estrategias, a sus interacciones, a su imaginario, a sus relaciones con la población civil. Las injusticias sociales no son suficientes para explicar la amplitud de las atrocidades que, en principio, son imputables a los actores que las han perpetrado. Si existe un hilo conductor en mis trabajos es precisamente la idea de no separar los dos planos. (Pécaut, 2017, pp. 448-449)

En otras palabras, podríamos decir que, en vez de ver la desigualdad social, la concentración de propiedad especialmente rural, etc., como estructuras fatalmente determinantes, se las ve como condiciones de posibilidad de los procesos que se generan en la acción y que, para entenderlos se requiere descubrir las estrategias, los intereses y los circuitos de sentido de los actores y entre los actores.

Ahora bien, el distanciamiento de Pécaut frente a los determinismos y a los estructuralismos no era de extrañar, si consideramos que había sido el sello de la Escuela de Annales desde la primera generación, en la década de 1930; corriente que, como ya se dijo, impregnaba el ambiente de la VI Sección de la EPHEE, luego EHESS.

Entre las escasas citas que, como dijimos, Pécaut hace de autores, se hallan alusiones a Marc Bloch, de la primera generación de Annales, y a Fernand Braudel, de la segunda.

De Marc Bloch, Pécaut retiene la conciencia de relato histórico que el historiador debe tener de su propio discurso, en contra de la ilusión de los historiadores positivistas, como Langlois, que se creen capaces de aprehender la verdad puramente objetiva, el ser en-sí que se les revela. Pécaut, al responderle a Valencia en la referida entrevista-libro, considera que en esto Marc Bloch ya está prefigurando la que hoy llamamos historia regresiva, que no es más que la conciencia de estar respondiendo por los hechos del pasado, pero desde los interrogantes y las necesidades que nos impone el presente; esto es, la historia de adelante hacia atrás, como quien dice, en expresión francesa, lire l’histoire à rebours. A esta conciencia de la historia como relato o narrativa vuelve Pécaut con más detenimiento en las reflexiones sobre la historia y la memoria, contenidas en su libro La experiencia de la violencia: Los desafíos del relato y la memoria (2013).11

De Fernand Braudel, a su turno, reconoce el aporte del concepto de la larga duración, que constituyó en los años sesenta del siglo XX una especie de lectura alternativa a la estructuralista, para dar razón de las permanencias en la dinámica de la historia. No obstante, Pécaut prefiere poner siempre en juego las continuidades con las discontinuidades, diríamos que subrayando más las segundas.

Vislumbrar las continuidades en modo de larga duración ha sido, sin embargo, importante en su original propuesta de ver los dos partidos políticos en la Colombia de la primera mitad del siglo XX, hasta La Violencia, como subculturas: la antropóloga María Victoria Uribe (2004) destaca el gran aporte que dicha propuesta representa.

Rastrear las continuidades también ha tenido importancia en su planteamiento sobre el papel que ha jugado en la permanencia de las FARC, en medio de los avatares y las transformaciones internas, lo que llama el ethos campesinista, así como la memoria recurrente de una gran “humillación colectiva”, referida a la experiencia de La Violencia (Pécaut, 2013, p. 31).12

Pero es, sobre todo, el énfasis en las discontinuidades lo que le ha permitido cuestionar los mitos fundacionales, así resulte incómodo para las instituciones o los colectivos que encuentran seguridad y acomodamiento en ellos, sin darse la posibilidad de una mirada autocrítica. Una de las organizaciones que, en su obra, caen bajo la lupa del cuestionamiento de los mitos fundacionales es la guerrilla de las FARC. Ellas mismas, pero también durante mucho tiempo académicos izquierdistas que las estudiaban, fueron presas de ese mito que enaltecía sus orígenes como comunidades agrarias de autodefensa, allá por los años sesenta del siglo XX, y lo dejaba estático en el tiempo, impidiéndoles ver sus transformaciones. En esto consiste elevar los orígenes a la categoría de mito; el mito primero, o mito fundacional.

De lo dicho hasta aquí, podemos comprender mejor las condiciones que han hecho posible la originalidad que, en su momento, ha marcado muchas de las tesis de Pécaut; y de esa originalidad se ha desprendido también, en ciertas ocasiones, su agudeza visionaria, premonitoria.

Es sobre algunas de las principales tesis relevantemente originales -en opinión nuestra- y, si se quiere, planteadas contra la corriente, sobre las que nos detendremos en los acápites que siguen. Nos limitaremos, por ahora, a las que conciernen a las últimas cinco décadas de la historia colombiana, por ser las décadas que circunscriben el conflicto interno armado contemporáneo. Otras, también importantes, se refieren a décadas anteriores, a partir de 1930, y en especial, a los años cuarenta y cincuenta del siglo XX: los años de La Violencia. Nos acabamos de referir a la tesis de los dos partidos como subculturas. Habría que destacar también sus interpretaciones de Gaitán y del movimiento gaitanista. Cuando publicó en castellano Orden y Violencia, el debate sobre el gaitanismo basculaba entre quienes, desde el marxismo ortodoxo de los partidos comunistas, calificaban a Gaitán de derechista y, en los casos más extremos, fascista, y quienes lo consideraban revolucionario por sus invocaciones “antioligárquicas”. Pécaut no se adscribe a ninguna de estas dos corrientes; en cambio, asume una postura completamente distinta instalando su argumentación en otro escenario: a saber, el del debate sobre los movimientos populistas, la viabilidad o no del populismo y de su acceso al poder en Colombia, y las consecuencias de esta disyuntiva sobre las dinámicas sociales y políticas posteriores y sus connotaciones de violencia. Aun cuando no compartimos algunas de las caracterizaciones de la interpretación de Pécaut en este tema, es muy difícil desconocer el aporte con el cual este pensador remoza el debate sobre el gaitanismo y sobre la sociedad y la política de esos años, y la relación de ello con el reiterado recurso a prácticas violentas.

Pero volvamos al periodo del actual conflicto armado interno, para detenernos en apenas algunas de sus principales tesis innovadoras.

SOBRE EL CONFLICTO ARMADO INTERNO. SIMULTANEIDAD DE ORDEN Y VIOLENCIA

Si algo hay en común entre el enfrentamiento partidista de La Violencia y el conflicto armado interno contemporáneo -exacerbado desde la década de 1980- es la paradoja de orden y violencia que nos evoca el concepto durkheimiano anomia, ya mencionado. Un país con notoria estabilidad institucional -al menos, procedimental-, ‘La Atenas suramericana’, como lo llamaban en los años cincuenta del siglo XX, pero, tanto en esos años como en los recientes, con uno de los indicadores más altos de violencia.

Tal paradoja Pécaut no la resuelve de la manera fácil, mediante los manidos estereotipos de que en este país la democracia liberal ha sido y es tan solo aparente, ni que es apenas el disfraz de un régimen dictatorial -o por lo menos, autoritario- ni que sea un puro recurso de engaño de un supuesto poder opresivo. No. Solo una visión realmente dialéctica y una perspectiva que no escatime en la complejidad, como la visión de Pécaut, asume esa realidad en toda su dimensión antitética: es orden y es, al mismo tiempo, violencia.

En el mismo año de la publicación de Orden y Violencia aparece en Estados Unidos el libro Democracy, Italian Style (1987), del politólogo Joseph LaPalombara, en el cual se plantea, precisamente, que hay una sorprendente semejanza entre Italia y Colombia como sociedades de una gran desorganización organizada.

Aún hoy, el conflicto armado, desactivado ya con buena parte de las FARC, pero subsistente con otros actores, sigue siendo compatible con la estabilidad institucional.

Incluso en los años más crueles y sangrientos, entre 1997 y 2003, cuando se llegó a hablar de Colombia como “país inviable” o “país fallido”, permanecían funcionando con regularidad el Congreso, las elecciones, la división y la relativa independencia de poderes, la prensa libre ante los poderes estatales (no así frente a los poderes irregulares de facto), y seguíamos regidos por la Constitución promulgada en 1991, que ha sido reconocida como una de las más modernas, garantistas y pluralistas del mundo. Como se sabe, entre 1997 y 2003 los principales actores armados del conflicto -guerrillas y paramilitares- lograron el máximo de fortalecimiento -y también, de crudeza y crueldad- contra las poblaciones que consideraban afines al bando contrario. Las Fuerzas Armadas regulares sufrieron los golpes más vergonzosos por parte de la guerrilla, se plegaron más al apoyo de los paramilitares y tuvieron que retirarse de una extensa área de 42.000 km2: la “zona de despeje” concedida a la guerrilla por Andrés Pastrana, el presidente del momento, para facilitar unas negociaciones con las FARC que fracasaron. Eso se reflejó en indicadores como las cifras de asesinatos y masacres de civiles, de desapariciones forzadas, de secuestros, de violencia sexual, de víctimas de minas antipersona, de desplazamientos forzados. Tales cifras empezaron a descender notoriamente a partir de 2003, cuando se iniciaron las negociaciones hacia la desmovilización y el sometimiento con beneficios judiciales de la principal organización paramilitar: las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC); y las guerrillas -principalmente, las FARC- fueron cada vez más acorraladas por una Fuerza Pública recuperada de su minusvalía militar y su desmoralización.

Pues bien, ni siquiera en esos años dejó de funcionar ninguna de las instituciones de la democracia liberal. Y seguía prevaleciendo un orden (aunque no centralizado, sino fragmentado), a la par con el desorden y la violencia.

Hoy día a nadie se le ocurriría afirmar que esa dramática situación -caótica desde cierto ángulo de visión- era producto directo del poder de un Estado central autoritario, pues sería a todas luces contraevidente, y porque los analistas que influencian ya han cambiado sus percepciones. Pero en el decenio de 1980, cuando apareció en español la primera edición de Orden y Violencia, a pesar de que el conflicto armado ya presentaba los rasgos que se exacerbarían en la segunda mitad de la década de 1990, y pese a que el narcotráfico embestía con su poderío y su crueldad y desestabilizaba el Estado, seguían prevaleciendo las concepciones que atribuían la violencia a un supuesto poder oficial instrumentalizado por las que se llamaban “clases dominantes”. No es extraño, entonces, que los planteamientos de Pécaut no se comprendieran, y que, en ciertos, casos fueran menospreciados.

Se podría pensar que el libro Violencia, conflicto y política en Colombia(1978), de Paul Oquist, publicado nueve años antes de Orden y Violencia, ya cuestionaba las interpretaciones monolíticas de un Estado compacto origen de toda la violencia, al llamar nuestra atención sobre su colapso parcial durante los años de La Violencia y sería otra manera de inspirarse en el concepto axial de anomia. No obstante, esa mirada de disfuncionalidad seguía suponiendo, como referencia y origen, un Estado compacto que en determinado momento habría colapsado temporal y parcialmente, pero sin llegar a descifrar la antinomia como constitutivo de su esencia.

Rastrear las dinámicas desde la paradoja, por el contrario, permitirá también entender la compatibilidad -o al menos, la simultaneidad- de las prácticas violentas, por un lado, y de los procesos de modernización, por otro (Pécaut, 2004 y 2013),13 y entender la violencia como camino también hacia la construcción de Estado (González, 2014).

Es desde la paradoja desde donde deben interpretarse conceptos como ausencia de Estado, precariedad del Estado, Estado débil o Estado frágil, fácilmente rastreables en los distintos escritos de Pécaut. Es claro que, desde una mirada positivista o puramente empírica, podría parecer contraevidente afirmar que el Estado no hace presencia en zonas violentas en las que agentes de la Fuerza Pública se hallen actuando contra los civiles en abuso de la fuerza, infringiendo los preceptos constitucionales y legales o aliándose con grupos violentos irregulares, o en las que pueda haber, incluso, exceso de funcionarios parasitarios y de normas inocuas, pero la institucionalidad, de hecho, no opere ni tampoco haya ganado, de forma simbólica, un espacio en el horizonte de imaginarios de los habitantes: en tales casos, precisamente, se diluye el Estado, y quedan sus agentes atrapados en las redes y en las lógicas de rapiñas violentas de los grupos irregulares.

En cierto momento, Pécaut hace el salto a proponer su tesis, ya no solo para explicar La Violencia y el conflicto armado contemporáneo, objeto de sus libros y sus artículos, sino como una teoría del Estado colombiano a través de su historia; al menos, desde mitad del siglo XIX: tesis que queda sugerida sin ser desarrollada. La encontramos formulada en el capítulo llamado “La precariedad del Estado nación”, de La experiencia de la violencia, capítulo escrito originalmente para un libro de 1996, en el cual nos dice:

Con una sociedad dividida y fragmentada, con un Estado sin autoridad, la unidad simbólica de la Nación tenía pocas posibilidades de ser reconocida. El pluralismo de los partidos y de sus facciones (refiriéndose a la historia desde el siglo XIX hasta la Violencia) hacía las veces de democracia, y no era suficiente para estimular la sensación de una ciudadanía común y, menos aún, de un espacio común de arreglo de los conflictos. (Pécaut, 2013, p. 33)14

Y en la conclusión del libro-entrevista, Pécaut señala que tras la firma de los acuerdos de La Habana, sus análisis de largo aliento resultan más que confirmados, cuando se refiere a que, a pesar de tantos años de violencias difusas, con actores de tantos contrastes, catástrofes y terror, las tasas de crecimiento del producto interno bruto (PIB) se han alterado muy poco o casi nada, las élites no han visto socavado su poder y las instituciones siguen estables, lo cual demuestra que “‘orden y violencia’ son complementarios ahora más que nunca”. Y aquí evoca el título del libro de David Bushnell al reparar en que “Colombia da la impresión de ser siempre una ‘nación a pesar de sí misma’” (Pécaut, 2017, p. 449).

Igualmente, esta perspectiva de la paradoja nos libra del dualismo simplificador que pretende dar cuenta de las dinámicas históricas mediante juicios de valor de atribución de responsabilidades dividiendo la sociedad en “buenos” y “malos”, sin entender nada de la complejidad de las relaciones de las fuerzas y los actores y de sus interacciones.

Pero orden y violencia no son, en absoluto, dos términos cada uno unívoco en la antinomia: existen múltiples violencias, con múltiples actores y móviles, y asimismo, múltiples órdenes, y no solo un único orden: el oficial, supuestamente monopolizado por el Estado o por los poderes del Estado. Porque el poder oficial, que es legal y fáctico a la vez, y que emana de la institucionalidad, no es el único, ni tan siquiera recubre la totalidad del territorio de la nación; al contrario, él se entrevera con una dispersión de poderes irregulares de facto, en pugna o en alianzas inestables, procedentes, algunos, de organizaciones predominantemente insurgentes -al menos, en sus orígenes-; otros, de organizaciones irregulares con propósitos contrainsurgentes, originalmente afines a los poderes oficiales, o bien, de organizaciones criminales de fines lucrativos. O en fin, de una mezcla de lo uno y de lo otro.

Tales poderes y los órdenes que emanan de ellos, anclados en la reiteración de prácticas violentas, hacen más difícil al investigador desentrañar la historia. Los distintos actores violentos pretenden y disputan ejercer control sobre las poblaciones, y todos -o casi todos- buscan y disputan el control sobre los territorios -rurales, selváticos o urbanos-, bajo distintas formas de entenderlo, con mayor o menor permanencia, y con graves consecuencias para las poblaciones civiles que los habitan (Pécaut, 2013, pp. 121-128).

EL CONFLICTO ARMADO COMO GUERRA CONTRA LOS CIVILES. ¿GUERRA CONTRA LA SOCIEDAD?

Inicialmente, el título Guerra contra la sociedad, del libro publicado por Pécaut en 2001, causó cierto revuelo entre muchos académicos. Hoy día retoma todo el valor, si se quiere, expresado en su sinónimo: guerra contra los civiles.

Es claro que el conflicto armado interno no es una guerra de una parte de la población del país contra la otra, y en ese sentido no le cabe la denominación de “guerra civil”; no, al menos, en el significado más clásico y comúnmente empleado.

Si hablamos de guerra, esta sería una guerra, en principio, de varios bandos, conformados por actores violentos armados y organizados, y no solo entre dos bandos; mucho menos, entre Estado e insurgentes, y tampoco, entre Estado y población en contra del Estado. Pero, precisamente, porque esa guerra entre varios bandos busca disputarse población civil y controlar, de una u otra forma, territorios de morada y actividad de dicha población, resulta una guerra de varios bandos contra la población civil.

El título que en 2001 generó controversia, hoy coincide con una de las conclusiones centrales del Informe de la Comisión de la Verdad (CEVCNR), resaltada por su presidente, el sacerdote Francisco de Roux, durante el discurso de presentación, en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá; a saber, que el conflicto armado interno ha sido una “guerra contra los civiles”. Todos los indicadores de las cifras de principales violaciones a los Derechos Humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario lo confirman. Sus víctimas más numerosas han sido los civiles, y en especial, los campesinos, los indígenas y los afrocolombianos. Las cifras de víctimas de esas violaciones que corresponden a combatientes de los varios bandos y a agentes del Estado, sumadas a las de muertes de todos ellos por bajas en combate, representan una proporción muchísimo menor. Las más variadas fuentes de datos así lo confirman y, por supuesto, el Informe de la CEVCNR que las recoge. Hoy bien podríamos decir que esto ya es una verdad de a puño.

En varios textos Pécaut ha vuelto sobre los temas íntimamente relacionados con el conflicto como guerra a varios bandos contra los civiles, entre los cuales destacamos aquí dos: a) el del control de territorio, las prácticas violentas relacionadas, y también la “desterritorialización”, con su corolario del desplazamiento; y b) el de la relación entre la disputa por control de poblaciones y el uso del terror. En todos esos temas están comprometidas tanto las bandas criminales como las de acción y control rurales y las urbanas (bandas de los barrios), y las guerrillas de origen insurgente. Podríamos agregar que también lo están los agentes del Estado cuando actúan, no en cumplimiento de la Constitución y las leyes combatiendo legítimamente, sino como un grupo violento más en disputa con los otros o en alianzas oportunistas con ellos, en territorios en los que el resto del Estado brilla por su ausencia (Pécaut, 2001, pp. 113-115).

LAS ORGANIZACIONES GUERRILLERAS EN EL CONFLICTO ARMADO

El enfoque es, sobre todo, hacia las FARC, pero se extiende mutatis mutandis al Ejército de Liberación Nacional (ELN), actualmente aún en armas, y a las varias guerrillas que hicieron parte del conflicto armado en décadas anteriores a partir del decenio de 1970 y se fueron desmovilizando, en su mayor número de integrantes, durante los ochenta y noventa del siglo XX, en los gobiernos de Virgilio Barco y César Gaviria.

Uno de los libros explícitamente está dedicado al primer grupo: Les FARC, ¿une guérilla sans fin? (2008), pero son bastantes los apartes de las otras publicaciones en los que se aborda el análisis de las FARC y, más allá, el del fenómeno guerrillero, en general, dentro del conflicto.

Ya mencionamos que un rasgo metodológico que marca las reflexiones y las conclusiones de Pécaut sobre las guerrillas -y en particular, sobre las FARC- es considerarlas actores del conflicto cambiantes, sujeto de transformaciones, y no producto de estructuras, sujeto de la acción dentro de una dinámica histórica de la cual hay que develar más las discontinuidades que las continuidades, y hay que superar la visión estática que congela la historia mitificando el origen en la modalidad de mito fundacional.

De esta manera, Pécaut se aleja de los estereotipos de una visión en la que han caído comentaristas o analistas extranjeros que han hecho de las guerrillas, simplemente, los Robin Hood de esta época, prisioneros ingenuamente de la propia retórica guerrillera en la que se proclaman voceras, bien sea de los campesinos pequeños o sin tierra -en el caso de las FARC-, o bien de los pobres excluidos de la participación política -en el caso del ELN-. “Hace ya mucho tiempo -escribía Pécaut en 2001- que los movimientos sociales autónomos se dislocaron o fueron instrumentalizados por (estos) actores (armados)” (Pécaut, 2008, p. 11).

Son muchos los componentes analizados de la transformación de las FARC, y varias las oportunidades en las que Pécaut se refiere a ellos; especialmente, en su informe de la cátedra Mercosur del Instituto de Ciencias Políticas de París (2003), en un artículo publicado en Colombia ese mismo año y, finalmente, en el libro Les Farc, une guérilla sans fins?15 Tratando de sintetizarlos, diremos que, a partir del viraje que marcó en su estrategia la VII Conferencia de 1982, complementada por la VIII, de 1993, los objetivos de expansión y fortalecimiento militar las habrían llevado:

  1. Por una parte, al tránsito desde la clásica y originaria guerra de guerrillas -en un principio, comunidades agrarias armadas para la autodefensa- hacia la guerra de movimientos y, a más largo plazo, hacia la guerra de posiciones, pretendiendo ocupar zonas geográficas para imponer el control militar y económico, e incluso el control político alterno al estatal, con miras a ser reconocidas internacionalmente como parte beligerante en disputa con el Estado. Las dos últimas etapas se habrían manifestado: en los fuertes golpes perpetrados al Ejército regular entre 1996 y 1998: Puerres, Las Delicias, Juradó (a la Armada), San Juanito, Arauquita, Patascoy, El Billar, Miraflores y Pavarandó; y en la estratégica toma -a la postre, frustrada- de Mitú, una capital de departamento, desde donde instaurar una especie de Estado en toda el área geográfica del extenso departamento de Vaupés.

  2. Por otra parte, las habrían llevado a la desaforada búsqueda de recursos económicos traspasando anteriores barreras contenidas por cierta moral “revolucionaria” y cediendo a prácticas comunes con la delincuencia ordinaria y con la delincuencia organizada; entre ellas, las tipificadas en el derecho penal como extorsiones -incluida la modalidad de las llamadas popularmente “vacunas”- y secuestros (inicialmente, de lucro económico, y posteriormente, de propósitos políticos). Asimismo, las habrían llevado a inmiscuirse gradualmente en el narcotráfico: primero cobrando el “gramaje”, o impuesto a los pequeños cultivadores y a los traficantes, y luego, instalando sus propios laboratorios de procesamiento de cocaína y articulándose a la cadena internacional de ese tráfico delictivo.

  3. Como efecto, tanto de la búsqueda del control de poder sobre poblaciones y territorios como del propósito de controlar las rutas del narcotráfico, las FARC habrían sucumbido al uso de la violencia que Pécaut llama “banal” e incluso al empleo del “terror” sobre poblaciones rurales, y a veces sobre poblaciones urbanas, mediante las llamadas “milicias bolivarianas”. Tales prácticas tuvieron por consecuencia compartir con sus enemigos, los paramilitares contrainsurgentes, la autoría de las más cruentas violaciones de Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario

Las transformaciones habrían alejado a las FARC cada vez más del apoyo político de las comunidades y las poblaciones sobre las cuales ejercían control: un mínimo de 242 municipios cuando iniciaron la negociación con el gobierno de Juan Manuel Santos, según pudimos conocer basándonos en las fuentes consultadas.16

El alejamiento político de las FARC respecto a las poblaciones de esos territorios, advertido tempranamente por Pécaut, fue corroborado luego en las concurridas protestas callejeras del 4 de febrero de Pécaut, (2008) en contra de ellas. Y tuvo repercusión en las paupérrimas cifras de votos a su favor cuando, desmovilizadas para transitar a la política después de 2016, se sometieron por primera vez al escrutinio de las urnas: 55.587 votos, equivalentes al 0,36 % de la votación. Para colmo, en los más poblados de los 242 municipios concernidos, obtuvo mayoría electoral el uribismo agrupado en el partido Centro Democrático. No cabe duda de que tal rechazo generalizado fue también uno de los factores de explicación del triunfo del NO en el Plebiscito sobre el Acuerdo de Paz, en 2016.

Cuán lejos, entonces, estaban las FARC de sus orígenes agraristas -congelados por el mito fundacional-, cuán lejos de la retórica de vocería de los sectores populares rurales, y cuánto las discontinuidades de sus transformaciones prevalecían por sobre la continuidad de su “ethos campesinista”! Todo lo cual da la razón a las consideraciones de Pécaut, anticipadas muchos años atrás.

Pero enfatizar las discontinuidades en la dinámica histórica de las FARC, y de las guerrillas en general, no significa, para Pécaut, desconocer su naturaleza política ni su capacidad de desestabilización frente al Estado. Nada tiene de común la tesis de Pécaut con las desacertadas simplificaciones hechas por corrientes políticas y comentaristas afines a estas, quienes, ante el involucramiento de las guerrillas de origen insurgente en las actividades económicas ilegales como el narcotráfico, la minería ilegal, el secuestro o la extorsión, les desconocen su carácter político y las reducen a grupos armados de crimen organizado o a bandas de delincuentes simplemente “terroristas”.

Bajo esta óptica, nunca sería posible la negociación hacia su desmovilización, cuyo aliciente es, de hecho, el tránsito de las armas a la política, así, una vez hecho el tránsito, los resultados políticos les hayan sido tan pobres y desfavorables: resultados que, dicho sea de paso, podrían desincentivar hoy a las organizaciones guerrilleras todavía en armas, para negociar.

Reconocerles el carácter político, a pesar de sus grandes transformaciones, fue decisivo para que el gobierno de Juan Manuel Santos pudiera iniciar unas negociaciones conducentes, aunque no por completo, al puerto de la desmovilización de las FARC, y que cobijó, por lo menos, a unos 13.000 de sus 15.500 o 16.000 integrantes. De ahí la propuesta de ese gobierno de poner como punto 1 del acuerdo a discutir y negociar el del Desarrollo Rural Integral, complementándolo con el punto 4: el del tratamiento al problema de las drogas ilícitas.

EL ROL AXIAL DEL NARCOTRÁFICO

Diríamos que el tema más reiterado en prácticamente todos los escritos de Pécaut desde los años ochenta del siglo XX es el del narcotráfico en el conflicto interno armado.

No pretendemos decir que los tratados más completos sobre el tema del narcotráfico como tal, en sus ribetes económicos, sociales y políticos, sean los de Pécaut. Otros intelectuales, más extranjeros que colombianos, han sido los mayores especialistas.

Lo que queremos destacar es la visión original y predictiva de Pécaut para descubrir el rol del narcotráfico en el conjunto del conflicto armado y, más allá de él, en todas las dinámicas de la historia política colombiana a partir de la segunda mitad de la década de 1970; aún más, de toda la sociedad colombiana en ámbitos no solo económicos y políticos, legales e ilegales, sino, incluso, culturales.

Descubrir el rol del narcotráfico en el conjunto del conflicto armado quiere decir revelar su incidencia en la dinámica de todos, y no solo de unos, entre los varios actores del conflicto armado. Desde los años ochenta del siglo XX, poco a poco se había llegado apenas hasta decir que el narcotráfico sí alimentaba el conflicto, pero solo en cuanto combustible del nuevo actor surgido en esos años; a saber, los paramilitares contrainsurgentes. Aun esto no fue fácil de descubrir, pues en sus inicios era oscuro y difuso. La Comisión de la Violencia de 1987 fue de los primeros entes en atreverse a identificarlo, cuando aún se lo creía ajeno al conflicto, que en la visión de los analistas se reducía binariamente a Estado vs. insurgentes.

Los intelectuales de visión romántica hacia las guerrillas no podían entender su historia más que como historia mistificada homogénea y siempre ascendente, aunque, eso sí, con sus defectos y sus vacíos, con los cuales había que ser indulgentes: entre ellos, unas supuestamente esporádicas debilidades, como recaudar el gramaje de cultivadores y de procesadores-traficantes de cocaína.17

Pero decir que el narcotráfico también atravesaba a las guerrillas, y que había determinado en buena parte la dinámica de sus transformaciones (“discontinuidades”), no fue común en la década de 1980, ni siquiera en la de 1990. Y más allá de paramilitares, guerrilleros y agentes estatales, penetrados todos por el narcotráfico, este, como tal, no sería simplemente un factor que, ajeno en sí mismo al conflicto, alimentase a alguno o a varios de sus bandos, sino que, para Pécaut, él mismo era el componente clave para explicarlo.

Guardamos algunas diferencias de acento respecto a la mirada de Pécaut sobre el narcotráfico, por cuanto estimamos que, más que la actividad del tráfico de cocaína en sí (la cual en Colombia se resume en el término narcotráfico), lo que se convirtió en motor de todas las organizaciones violentas, tanto de las más políticas como de las más delictivas, fue la dinámica de la economía ilegal. No obstante, tiene razón en que dicha dinámica, desde los años ochenta del siglo XX por lo menos, hasta ahora, ha encontrado su principal nicho -aunque no exclusivo- en el tráfico de cocaína.

Ahora bien, la ventaja comparativa actual de este negocio (no en todas, aunque sí en muchas regiones) podrá venir a menos:18 por ejemplo, con el incremento de los psicoactivos sintéticos, las anfetaminas y opioides como el fentanilo, que van tomando el relevo de la cocaína en la demanda internacional. Y sin embargo, la dinámica de economía ilegal alimentadora de nuestro conflicto seguirá intacta, y el portafolio seguirá desplazándose hacia otras actividades: minería, extorsión, contrabandos, préstamos “gota-a-gota”.

Resumiendo: más allá de nuestras diferencias de matices con Pécaut, debemos reconocer que en su mensaje sobre la importancia de esta modalidad de economía en el origen o en las transformaciones de los más diversos actores armados, y en la intensificación y el encarnizamiento del conflicto, él se adelanta a muchos otros analistas. Tal vez hoy día su tesis sea compartida por la mayoría de estos, y hasta se perciba ya en el sentir común como casi evidente; sobre todo, en las regiones más azotadas por el conflicto. Pero, sin duda, no era así en los años ochenta y noventa del siglo XX, cuando Pécaut empezó a insistir en ella.

VIOLENCIA “BANAL” Y TERROR. RELACIÓN ENTRE MEMORIA, HISTORIA Y VERDAD

La dinámica de economías ilegales -para Pécaut, el narcotráfico- fue también decisiva en lo que él llama la banalización de la violencia y en el recurso de los actores violentos al terror.

Y esto, sobre todo, al pasar del control de las rutas del tráfico al control de territorios y al de sus poblaciones. Poblaciones de campesinos, indígenas y afrocolombianos, de cultivadores de coca y raspachines, de trabajadores agrícolas (bananeros en Urabá-Ciénaga, palmeros en El Cesar…) o de simples moradores de las cabeceras semiurbanas. El control de territorios y de poblaciones también se conoció, en una fase posterior, en los barrios populares de las ciudades pequeñas grandes; allí operaron unos grupos a través de los llamados “milicianos” y otros por medio de bandas sicariales y de pequeños agentes del microtráfico.

Ni Violencia banal ni violencia prosaica son, como a la ligera podría pensarse, equivalentes a violencia de bajo grado de crueldad o truculencia; tampoco, a violencia poco organizada o menos sofisticada. Ambos conceptos, más bien, se contraponen al de violencia de objetivos finales políticos; es decir, se trata, en principio, de una violencia más propia de las antes llamadas “bandas criminales”, y ahora, “grupos armados organizados” (GAO) y, claro, también de la violencia no organizada o menos organizada, o “desestructurada”, como en algún momento la llama Pécaut retomando el término de Granovetter (Pécaut, 2013, p. 21). Pero, siendo así, ha habido en el conflicto armado un proceso de “banalización” de la violencia ejercida por las organizaciones insurgentes; sobre todo, a partir de la segunda mitad de los años setenta del siglo XX, en el sentido de asumir prácticas violentas de los narcotraficantes y de las demás organizaciones cuyos objetivos últimos no trascienden el lucro inmediato: secuestro con fines económicos, extorsión, violencia por rutas y mercados de la cocaína, y otras prácticas; incluso, se han dado muchos casos de alianzas inestables y de intercambios entre las organizaciones insurgentes y organizaciones simplemente criminales.

Y ahí está lo interesante: que en el conflicto armado se ha vuelto corrediza y porosa la línea divisoria entre la violencia de objetivos últimos políticos y la que carece de ellos.

La interacción de un tipo de actores violentos con los otros y de las dinámicas desatadas entre estos y aquellos conduce al fenómeno de la “violencia generalizada” y hace más compleja la pregunta sobre los límites de alcance del conflicto armado interno. Pregunta que, además de su importancia conceptual, tiene consecuencias prácticas relevantes, como saber hasta dónde llega la cobertura de sujetos responsables que hacen parte del conflicto y, asimismo, la cobertura de los sujetos víctimas. El actor al cual se le ha dado más realce cuando se busca esa respuesta es el de la organización narcotraficante que no se ha politizado en una estrategia contrainsurgente (en cuyo caso ya haría parte del actor denominado “paramilitar”). En otras palabras, los carteles del narcotráfico, que tuvieron una época de mucho poder y violencia en la década de 1980, ¿hacen parte del conflicto armado? ¿Sus víctimas, selectivas o anónimas, son consideradas víctimas en ese conflicto? ¿Y hacen parte del conflicto los grupos armados no insurgentes de hoy, los más complejos y organizados como el llamado Clan del Golfo (bajo su nomenclatura pseudopolítica “Autodefensas Gaitanistas de Colombia”)? ¿Los menos organizados y dispersos? ¿Y aquellos frentes y combatientes de las FARC que decidieron no entrar en la negociación con el gobierno o desistieron de ella antes de ser firmado el acuerdo de 2016? De estos se dice que sus motivaciones predominantes fueron las de continuar usufructuando los lucros de las economías ilícitas. Y si así hubiera sido, ¿se las puede considerar hoy organizaciones insurgentes, o simples organizaciones criminales?

Y, si la banalización de la violencia ha desencadenado la violencia generalizada, ¿la violencia no organizada, desestructurada, que también puede ser muy cruel, y agobia a los habitantes citadinos, se relaciona con el conflicto? ¿De qué manera?

Las discusiones a las que dan lugar las anteriores preguntas no están zanjadas en el país, y las reflexiones sobre los procesos de banalización de la violencia todavía no alcanzan a resolverlas.

Otro tema que deriva de la dimensión del conflicto como una guerra contra los civiles es el del recurso al terror dentro de la estrategia de la disputa de control de poblaciones por parte de los actores violentos, sean organizaciones insurgentes u otros grupos armados, en mayor o menor grado organizados.

Pécaut dedica varios escritos, desde inicios del decenio de 1990, a la reflexión sobre el terror, y ahí, más que en cualquier otro tema, es perceptible la cercanía a los planteamientos de Hannah Arendt y de Paul Ricoeur (2004).19 Aunque sus reflexiones se hallan en artículos varios, publicados unos en Colombia y otros en Francia, resuelve recogerlos, primero en 2001 en el libro Guerra contra la sociedad, y doce años más tarde en el libro La experiencia de la violencia.20

En su planteamiento Pécaut trasciende, de manera muy clara, la frontera convencional del sociólogo y entra a terrenos de lo subjetivo, de lo psíquico, de lo simbólico, con notoria propiedad y dominio de saberes como la antropología cultural y, por qué no, la filosofía.

Sus reflexiones sobre el terror, como, desde otro ángulo, las de Michel (Wieviorka 1988 y 2005), recuperan para la sociología y las ciencias sociales ese término, que sin ningún rigor venía usándose en el lenguaje oficial internacional y doméstico tan solo con fines de estigmatización de la insurgencia, o incluso de los simples opositores políticos; eso, a tal punto que en Estados Unidos llegó a darle nombre a la nueva guerra global que sustituiría la Guerra Fría de la segunda mitad del siglo XX, al declararse desde el 11 de septiembre de 2001 la guerra contra el terrorismo.

Pécaut hace la distinción entre el terror generado dentro de La Violencia y el de la experiencia del conflicto contemporáneo. En este segundo diferencia, a su vez, dos fases: la del terror utilizado por el narcotráfico a finales de la década de 1980 -un terror no territorializado; esto es, no circunscrito a un territorio determinado- y la fase del terror utilizado después por organizaciones insurgentes, contrainsurgentes, otros GAO y hasta por el Ejército y la Policía, que, con excepción de estos últimos, atan el terror a un territorio y, más aún, recurren a él, justamente, para imponer el control del territorio y de la población que lo habita.

Lograr el sometimiento de dichas poblaciones es el propósito del uso del terror; se genera, especialmente, a través de la masacre y, puesto que su fin es el sometimiento, sus blancos a veces son selectivos, pero otras veces son indiscriminados, apuntando a un conjunto poblacional de un municipio, de un barrio o de una vereda a los cuales se pretende someter.

Las masacres, cuyas cifras crecieron en proporciones impensables a cargo de perpetradores de las organizaciones paramilitares -particularmente, de 1997 a 2002- también fueron ejecutadas, guardadas proporciones de cifras, desde 1997, por organizaciones insurgentes. Fue uno de los terribles costos humanitarios de lo que se ha llamado la degradación del conflicto.

Finalmente, como en sus reflexiones sobre la banalización de la violencia y sobre el terror, las consideraciones de Pécaut sobre la relación entre memoria, historia y verdad, cercanas también a Paul Ricoeur, y que van más allá de la sociología y de la historia, así no se expliciten, nutren prácticamente todos sus escritos, desde Orden y Violencia, Midiendo fuerzas: balance del primer año del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, de 2003, y Crónica de cuatro décadas de política colombiana, de 2006. Más aún, nos atrevemos a decir que nutren también los rumbos que ha orientado como director de tesis y maestro expositor.

Pero las explicita y las convierte en tema de ensayo, que sepamos, desde su artículo publicado en la revista del Instituto Colombiano de Antropología, en 1999, el que retomará luego en su libro de 2001 Guerra contra la sociedad, y más tarde, en el de 2013: La experiencia de la violencia.21

La relación entre memoria, historia y verdad es allí abordada a la luz de los problemas, claramente filosóficos, de espacio y tiempo, de territorialización y desterritorialización, de subjetivación y desubjetivación; todos ellos, binomios dialécticos o paradójicos.

Las memorias individuales, llamadas a moldear las identidades de los sujetos que han pasado por la experiencia de la violencia, bien sea en calidad de actores responsables, de víctimas o de otro modo, no necesariamente convergen hacia una memoria colectiva que les permita su afincamiento como sujetos, ni hacia la elaboración colectiva de una narración de lo que aconteció tal que, por medio de procesos de esclarecimiento -incluso dolorosos- les permita acceder a una verdad histórica. Porque se interponen, entre otros factores impedientes, el miedo, que busca refugio en el olvido, y el mito, que congela en la inmovilidad los procesos de cambio. La memoria mítica de la violencia es fatalista al sentir que todo lo acontecido es la promesa cumplida de un gran destino inevitable; imposibilita una mirada prospectiva, al hilar recuerdos fragmentados de experiencias vividas, en una permanencia inmóvil, en un eterno retorno de lo mismo; sustituye la Historia por el mito: un mito paralizante.

CONCLUSIÓN

Hemos mostrado cómo Daniel Pécaut, a partir de una sociología interdisciplinaria, anclada en la filosofía y en una visión holística que cultivó desde tempranos años, ha enriquecido el análisis de la historia y la sociedad colombianas con tesis innovadoras.

El permanente diálogo de la sociología con la historia y la antropología le ha posibilitado marcar un derrotero muy propio. Limitándonos a los años del conflicto armado contemporáneo, aún subsistente, hemos destacado algunas de las que nos parecen tesis originales suyas renovadoras.

Ellas son: la interpretación de la historia de Colombia -especialmente, la contemporánea-, bajo la dialéctica de la antinomia orden/desorden, expresada en la paradoja de institucionalidad y violencia, y la inscripción del conflicto armado en esa paradoja; la definición de la naturaleza de dicho conflicto como una guerra a varios bandos y contra los civiles; el entendimiento de las profundas transformaciones de las guerrillas -específicamente, de las FARC- dentro de ese proceso; el rol axial de la dinámica de la actividad ilegal del narcotráfico como dinamizadora del conflicto; la importancia de la desterritorialización, la destemporalización y la desubjetivación en la relación de los avatares de la memoria del conflicto con la verdad y con la historia.

De más está hablar de la importancia que revisten hoy esas tesis, no solo para el conocimiento histórico y sociológico, sino para las decisiones por tomar en la coyuntura que el país atraviesa, desde la perspectiva de una paz estable y duradera.

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1En adelante utilizaremos la palabra Violencia, con mayúscula, como equivalente al nombre de una época que nos remite al término asumido socialmente en el lenguaje colombiano desde los años siguientes, los del “Frente Nacional”, para designar un periodo singularmente violento, que diluye en un abstracto personificado —el de “La Violencia”— las responsabilidades de los distintos actores; y esto, como exigencia del pacto de “perdón y olvido” que optó por la impunidad en aras de lograr la pacificación.

2Intervenciones de G. Bataillon y E. Lair en el conversatorio virtual de homenaje a Pécaut promovido por el IEPRI, de la Universidad Nacional, llevado a cabo el 7 de septiembre de 2022.

3En el citado libro de Pécaut y Valencia (p. 39), lo dice claramente al hablar de su trabajo de sociólogo: “Mi interrogación sigue estando muy impregnada de filosofía”.

4En el mismo libro-entrevista, Pécaut tan solo nos dice que en la Sorbona, en esos años de su formación de pregrado, oyó “[oí] hablar por primera vez de Lacan”.

5Ya en 1963 empieza a manifestar su interés en América Latina, al participar en un seminario en Stanford sobre estudios acerca de Latinoamérica, y su reseña sale publicada en 1965, en un número de la revista Sociologie du travail. Un año después del seminario, viene por primera vez a Colombia, dentro del proyecto de Touraine, y en sus publicaciones de 1969 y 1971 ya es claro su repliegue sobre Colombia y Brasil; para el caso de Colombia: en 1969, un artículo con Claude Kirchhoff y Michel Rochefor: “Colombie 1969. La question agraire en Amérique Latine”, en: Problèmes d’Amérique Latine, N.° 14; y en 1971, uno con Frédéric Mauro y Jean Piel, “Colombie 1969-1971. Esquisse rétrospective de l’économie colombienne”, en: Problèmes d´Amérique Latine, N.° 16.

6Traducción nuestra al español para este artículo.

7El desarrollo que Durkheim hace de este concepto se encuentra, principalmente, en sus obras De la division du travail social (Félix Alcan, Paris, 1893); particularmente, en el Libro III, Cap. I, y Le Suicide (Paris, 1897). Del primero existe una traducción al español de Ed. Colofón, Ciudad de México (1998), y del segundo, una traducción en Ed. Tomo, Buenos Aires (1998). Un buen trabajo sobre la importancia del concepto de anomia en Durkheim es el de Lidia Girola: Anomia e Individualismo: Del diagnóstico de la Modernidad de Durkheim al pensamiento contemporáneo, Ed. Anthropos, Ciudad de México (2005), y que muestra cómo el concepto es retomado, a su manera, por sociólogos del siglo XX como Robert Merton y Talcott Parsons.

8El título completo de la 1ª edición en español (Siglo XXI Eds. y Cerec, Bogotá, 1987), traducción del original francés de Alberto Valencia Gutiérrez, es Orden y Violencia: Evolución socio-política de Colombia entre 1930 y 1953. Este título, que es traducción literal del título del original francés, se conserva en la edición de 2001 de Ed. Norma. Y ya en la edición de 2012, por la Universidad EAFIT de Medellín, se simplifica como Orden y Violencia: Colombia 1930-1953.

9Todavía hoy subsisten nostalgias del estructuralismo marxista. Es así como encontramos un artículo en el diario suizo Le Courier del 29 de agosto de 2021, en el cual se califica a Pécaut de “hostile à la pensée marxiste, il exclut toute explication du conflit par ses causes structurelles” (Laurence Mazure, “La fin des ‘violentologues’”, en: Le Courier, 29 Août 2021). Por no inscribirse en el marxismo que todo lo explica a partir de la estructura, se le endilga, sin más, una afinidad con el discurso oficial del gobierno. Su aversión la extiende a quienes hicimos parte de la Comisión Nacional de la Violencia en 1987; o sea, a los conocidos como “violentólogos”, cuestionando especialmente al politólogo Eduardo Pizarro Leongómez.

10En 1971 es publicada en la revista francesa Sociologie du travail la traducción que Pécaut hace de un artículo del brasileño Vilmar Faria, bajo el título “Dépendance et idéologie des dirigeants industriels brésiliens”, en: Sociologie du travail, 13e année n.° 3, Juillet-septembre 1971, pp. 264-281.

11Daniel Pécaut, La experiencia de la violencia: Los desafíos del relato y la memoria, La Carreta Eds., Medellín 2013. Cfr. capítulo “Memoria imposible, historia imposible, olvido imposible”, que corresponde a una conferencia pronunciada en Lima en el Instituto Francés de Estudios Andinos en 2002 (particularmente, las pp. 177-179, 183-185, 185-190). La recopilación contenida en este libro, de artículos y conferencias de años anteriores, corresponde al tiempo en el que Pécaut estaba vinculado al Centro Nacional de Memoria Histórica. Varias partes del libro —y en especial, el capítulo citado— están notoriamente impregnadas de las reflexiones de su maestro Paul Ricoeur, al que cita varias veces: por ejemplo, en la p. 186. También hace una alusión a la antropóloga de la EPHE, e igualmente colombianista, Anne-Marie Losonczy (p. 179), con quien es afín en el reconocimiento hacia Ricoeur y hacia Hannah Arendt.

12Pécaut las llama explícitamente continuidades manifiestas.

13Desde esta óptica puede entenderse también nuestra tesis en un artículo de autoría compartida con Rainer Dombois (q.e.p.d.), en el cual se afirma que al tiempo con —y posiblemente, a través de— la terrible violencia en el Urabá de los años ochenta y noventa del siglo XX fue dándose un proceso de modernización que llevó a los sindicatos de trabajadores bananeros a convertirse en uno de los sectores más modernos —si no el más moderno—, más autónomos y con mayor poder de negociación dentro del débil sindicalismo colombiano (Ortiz, Carlos Miguel & Dombois, Rainer, 2016).

14Podemos ver un desarrollo de esta tesis en el libro Colombia: país fragmentado, sociedad dividida, su historia, de Marco Palacios y Frank Safford, Bogotá, Ed. Norma, 2002.

15Daniel Pécaut, “Logiques économiques, militaires et politiques dans la ‘guerre’ colombienne», Rapport final. Chaire Mercosur (Sciences Po), París, 2003, pp. 167-176. “Una guerra prosaica”, en: Germán Bula Escobar (dir.), Colombia, una ambición de paz. Caracas: Gráficas Franco, 2002, pp. 19-40. Les Farc, une guérilla sans fins ? París: Eds. Lignes de Repères, 2008. En el mismo año de publicación de este libro fue publicado su artículo “La ‘guerre prolongée’ des FARC”, en: EchoGéo, Sur le vif, 15 décembre 2008; traducido al español: “La ‘guerra prolongada’ de las FARC”, Istor, N.° 37, 2009, pp. 36-47. Y al año siguiente, en el mismo sentido, el artículo “Les FARC: longévité, puissance militaire, carences politiques”, en: Hérodote, N.° 123, 4e trimestre 2006, pp. 9-40.

16Entre las varias fuentes consultadas por nosotros, los datos más consolidados son los de la Fundación Paz y Reconciliación, cuyo cálculo para 2016 era de 242 municipios, y los del Servicio de Alertas Tempranas (SAT) de la Defensoría del Pueblo, que contabilizaba 325. Los primeros se hallan reportados en León Valencia, Ariel Ávila et al., Los retos del postconflicto: Justicia, seguridad y mercados ilegales, Bogotá, Eds. B Colombia, 2016. Las cifras del SAT se encuentran referenciadas en Defensoría del Pueblo, SAT, “Apuntes para un panorama nacional del conflicto armado y la crisis humanitaria en Colombia 2015”, 16 de marzo de 2016.

17Jaime Eduardo Jaramillo, Leonidas Mora y Fernando Cubides fueron de los primeros en mostrar, en su trabajo pionero Colonización, coca y guerrilla (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1986), la vinculación de las FARC a la cadena del narcotráfico; inicialmente, por medio de la protección, a cambio de control, de los campesinos colonizadores cultivadores de coca y a través del cobro del llamado “gramaje” a estos y a los procesadores y los traficantes de la cocaína. El libro es el resultado de una investigación, muy bien documentada y enmarcada en el contexto histórico, sobre una región paradigmática bien circunscrita; a saber, la del medio y bajo Caguán, en jurisdicción del actual departamento de Caquetá.

18Sobre la variabilidad y la movilidad del portafolio de economías ilegales, en el cual el narcotráfico es apenas una de ellas, puede consultarse: Defensoría del Pueblo, Informe Especial de Riesgo: Economías ilegales, actores armados y nuevos escenarios de riesgo en el Posacuerdo, Bogotá, 2018, trabajo del cual hicimos parte. En un artículo del diario El País, de Cali, el investigador Juan Carlos Garzón, de la Fundación Ideas para la Paz, nos dice que esa venida a menos de la coca ya está aconteciendo en El Catatumbo (“En Catatumbo no hay quien compre la coca”, in. Diario El País, Cali, 30 septiembre 2022).

19También cita a Tzvetan Todorov (Les Abus de la mémoire. París: Arléea, 1995) y a Henry Rousso (H. Rousso y Eric Conan, Vichy, un passé qui ne passe pas. Paris: Gallimard, 1996), dos grandes referencias del momento sobre la memoria del régimen nazi, el primero, y de los regímenes nazi y estalinista, el segundo (Cfr. Daniel Pécaut, La experiencia de la violencia, O.c., pp. 174 y 186).

20Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad, especialmente Tercera Parte, “De la violencia banalizada al terror” (O.c., ps. 185-277), y La experiencia de la violencia, especialmente los capítulos “Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror: el caso colombiano” (O.c., ps. 117-139) y “Desdibujamiento de la oposición ‘amigo-enemigo’ y ‘banalización’ de las prácticas atroces. A propósito de los fenómenos recientes de la violencia en Colombia” (O.c., ps. 141-171). Este último capítulo lo había publicado en Francia el año anterior: “Brouillage de l’opposition ‘ami-ennemi’ et ‘banalisation’ des pratiques d’atrocité. À propos des phénomènes récents de violence en Colombie», en Problèmes d’Amérique latine, 2012/1 (N.° 83), pp. 9-32. El año de publicación de La experiencia de la violencia es el mismo del ¡Basta ya!, la principal de las muchas publicaciones del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH, ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, Bogotá: Imprenta Nacional, 2013). La oposición “amigo-enemigo”, a la que Pécaut alude en varios de sus escritos, proviene, como sabemos, de Carl Schmitt, para quien ese es un antagonismo clave en la naturaleza política de las guerras. El pensamiento de Schmitt, militante fervoroso del régimen nazi en una época, le sirvió de fundamento a este régimen, sobre lo cual se ha generado en Europa un debate. Sus obras más conocidas son: de su primera época, Politische Theologie (1ª. ed. 1922), y de 1963, Theorie des Partisanen; ambas, traducidas al francés y al español.

21Guerra contra la sociedad, Tercera Parte, “De la violencia banalizada al terror” (pp. 187-277) (artículo publicado originalmente en 1997 en Controversia, del CINEP, N.° 171). La experiencia de la violencia: Los desafíos del relato y la memoria, “Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror: el caso colombiano” (pp. 117-139) (artículo publicado originalmente en 1999 en la Revista Colombiana de Antropología, vol. 35).

Recibido: 15 de Octubre de 2022; Aprobado: 30 de Noviembre de 2022

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