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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.35 no.105 Bogotá July/Dec. 2022  Epub Apr 12, 2023

https://doi.org/10.15446/anpol.v35n105.107750 

Dossier

LA PUESTA EN RELATO DE LA VIOLENCIA BIPARTIDISTA COLOMBIANA EN LA PRENSA EXTRANJERA

ACCOUNTS OF COLOMBIAN BI-PARTISAN VIOLENCE IN THE FOREIGN PRESS

Juan Carlos Guerrero Bernal1 

1PhD en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario. Bogotá - Colombia Correo electrónico: juan.guerrero@urosario.edu.co


RESUMEN

Este artículo prolonga los planteamientos de Daniel Pécaut sobre la dificultad de elaborar un relato histórico que brinde inteligibilidad a los fenómenos de violencia en Colombia, a través de un trabajo empírico que aborda y explora este problema en la escena mediática internacional. Se trata de describir y analizar una serie de relatos elaborados por periodistas extranjeros entre 1946 y 1958, sobre la Violencia. Con el examen de estos relatos se quiere demostrar cómo la construcción del sentido de los hechos de violencia en Colombia no ha sido solamente un reto y una dificultad que han experimentado los colombianos, sino también los observadores externos, en este caso preciso, los periodistas extranjeros que cubrieron los sucesos del conflicto entre liberales y conservadores durante los años cuarenta y cincuenta.

Palabras clave: relato; violencia bipartidista; Colombia; mediatización; Daniel Pécaut

ABSTRACT

This article expands Daniel Pécaut’s ideas regarding the difficulty of elaborating a historical narrative able to provide intelligibility to the phenomena of violence in Colombia through an empirical work that addresses and explores this issue in the international media setting. The aim is to describe and analyze a series of narratives made by foreign journalists between 1946 and 1958 about the period known as “la Violencia.” By examining these narratives, the articles seeks to demonstrate how the construction of the meaning of violent events in Colombia has not only been a challenge and a difficulty experienced by Colombians but also by external observers; in this particular case, by foreign journalists covering the events of the conflict between Liberals and Conservatives during the 1940s and 1950s.

Keywords: narrative; bipartisan violence; Colombia; mediatization; Daniel Pécaut

INTRODUCCIÓN

El pensamiento del filósofo francés Paul Ricœur dejó una impronta significativa en la reflexión que Daniel Pécaut ha hecho sobre la violencia en Colombia; específicamente, en lo relacionado con el problema de elaborar un relato histórico que dé sentido a los sucesos violentos del país y sirva para establecer una memoria colectiva frente a lo acontecido. Pécaut reconoció esa impronta en sus conversaciones con Alberto Valencia confirmando haber sido un fiel lector del conjunto de la obra de Ricœur (Pécaut & Valencia, 2017, p. 410).

Desde que escribió Orden y violencia (1987), Pécaut comenzó a señalar cuán problemática resultaba la tarea de narración del fenómeno de la violencia bipartidista de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, apoyándose en el libro Temps et récit, de Ricœur (1983). Para Pécaut, parte de la “inquietante extrañeza” de ese período residía en que “la Violencia nos coloca frente a una experiencia histórica en la cual la heterogeneidad de las narraciones y de las historias parece insuperable” (Pécaut, 1987, p. 337). Así, según él, resulta imposible construir un relato histórico tal y como lo proponía Ricœur; es decir, relacionando los hechos relatados en historias diferentes, de modo tal que los resultados de esas historias puedan completarse.1 Pécaut considera que una de las pruebas de la dificultad para realizar esa operación narrativa de la Violencia se encuentra en el hecho de no poder definir un momento originario ni un desenlace. Y la consecuencia de no poder elaborar fácilmente ese relato histórico es que tampoco resulta sencillo dar un sentido al conjunto de los acontecimientos (Pécaut, 1987, pp. 337-338).

En textos posteriores, Pécaut siguió insistiendo en la dificultad de otorgar sentido a los hechos de violencia a través de un relato histórico, pero sin limitar su reflexión a la época de la Violencia y extendiéndola a otro período de violencia generalizada, en el cual, con el surgimiento de la economía de la droga, a partir de la segunda mitad de la década de 1970, diversos fenómenos de violencia empezaron a entrar en resonancia unos con otros. Pécaut ha insistido en que, durante esta nueva etapa, las poblaciones sometidas a la violencia no han logrado que sus propias experiencias se transformen en una historia común:

[…] así como cada uno debe adaptarse por su propia cuenta [a los contextos particulares de violencia en los que está inmerso], de igual modo cada uno solo consigue referirse a la violencia evocando sus propios sufrimientos, sus andanzas y sus ruinas sucesivas. Los micro-relatos no se insertan [entonces] en un relato de conjunto. (Pécaut, 1996, p. 48)

En este mismo texto, Pécaut no solo insiste en la imposibilidad de construir el sentido de las experiencias de violencia a través del relato, sino que recalca cómo tal dificultad conlleva una dislocación de la opinión pública frente a los fenómenos de violencia en Colombia (Pécaut, 1996, pp. 46-48). Más tarde, Pécaut también extendería su reflexión sobre el relato al problema de la memoria y el olvido en el caso colombiano (Pécaut, 2004).

Este artículo prolonga los planteamientos de Daniel Pécaut sobre la dificultad de elaborar un relato histórico que brinde inteligibilidad a los fenómenos de violencia en Colombia, a través de un trabajo empírico que aborda y explora esta problemática en la escena mediática internacional, dado que, en varias ocasiones, allí también se han elaborado relatos que han intentado otorgar un sentido a los hechos de violencia ocurridos en el país. Aquí se centra la atención en una serie de relatos confeccionados y difundidos por la prensa extranjera durante los sucesos de la violencia bipartidista de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX.

Los relatos analizados corresponden a un corpus de artículos de prensa que fue recuperado de los archivos físicos encontrados en el Centro de Historia de la Fundación Nacional de las Ciencias Políticas (en francés, FNSP, por las iniciales de Fondation Nationale des Sciences Politiques), de Francia.2 Dicho corpus está constituido por 126 artículos sobre Colombia, publicados entre 1946 y 1958.3 La composición detallada del corpus se sintetiza en la tabla 1,4 y la distribución temporal de los artículos se detalla en la figura 1.5

Tabla 1 Composición del corpus de artículos de prensa (1946-1958) 

Fuente: elaboración propia, con base en el corpus de artículos de prensa recogido.

Fuente: elaboración propia, con base en los artículos del corpus analizado

Figura 1 Mediatización del fenómeno de la Violencia en la prensa extranjera (1946-1958)  

El corpus constituido incluye artículos de prensa con noticias diversas sobre Colombia, pues primero se recolectaron todos los artículos publicados sobre el país, para luego identificar aquellos centrados exclusivamente en las tensiones políticas y en el conflicto bipartidista que tuvo lugar durante los decenios de 1940 y 1950.6 El objetivo era reconocer, dentro del corpus, los sucesos relacionados con el fenómeno de la Violencia que captaron la atención de varios medios de comunicación extranjeros, para centrar la descripción y el análisis en estos, y no en hechos aislados que tuvieron un menor cubrimiento mediático.

Los sucesos relacionados con el fenómeno de la Violencia que adquirieron una visibilidad mediática significativa en el plano internacional son relevantes, pues deben ser considerados verdaderos acontecimientos.7 Centrar la atención en ellos, y no en cualquier hecho mediatizado, es fundamental, pues el acontecimiento es un momento de suspensión o de ruptura de la inteligibilidad de la realidad.8 En ese sentido, los acontecimientos mediáticos que son analizados en el presente artículo se refieren a situaciones que surgieron de repente, como hechos incomprensibles tanto para quienes los vivieron localmente como para quienes los observaron desde la distancia (por ejemplo, los periodistas extranjeros que cubrieron la actualidad colombiana de esa época).

Es importante recalcar que, para los periodistas, el acontecimiento se refiere a un hecho que no solo requiere ser difundido lo más rápido posible (debido a la competencia entre medios de comunicación por ser los primeros en dar cuenta de una noticia relevante), sino que también exige ser contextualizado a través de un relato, de manera que el suceso pueda ser más o menos comprendido por quienes leen los periódicos, y son, asimismo, espectadores lejanos de lo que acontece en otros países. Es decir, el cubrimiento mediático de un acontecimiento exige por parte de los periodistas la realización de una “puesta en relato” (mise en récit, como diría Ricœur).

Al analizar los artículos del corpus, se identificaron tres grandes acontecimientos: el Bogotazo (el 9 abril de 1948), el golpe de Estado del general Rojas Pinilla (el 13 de junio de 1953) y el fin de la dictadura del general (el 10 de mayo de 1957). Este artículo describe y analiza la aparición de dichos acontecimientos en la escena mediática internacional, tanto para entender las razones que llevaron a su mediatización como para examinar los relatos mediáticos que fueron elaborados en ese momento, para tratar de hacerlos inteligibles. Aquí también se hace un examen breve de las narrativas periodísticas en torno a algunos hechos que ocurrieron entre esos tres acontecimientos, y que fueron cubiertos por la prensa extranjera. De ese modo, se pretende mostrar cómo fueron variando los intentos de construcción de sentido en los relatos de los periodistas extranjeros sobre el fenómeno de la Violencia.

Este artículo mostrará que las dificultades para construir un relato histórico sobre lo sucedido durante la confrontación bipartidista en la Colombia de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX han sido experimentadas no solo por los colombianos, sino también por los observadores externos que en un momento dado se interesaron en dicho fenómeno (en este caso, los periodistas de la época que escribieron sobre la Violencia). Y ello es un indicio claro de que los procesos de elaboración de una narrativa histórica que se hacen dentro y fuera de Colombia no están desconectados del todo.

EL BOGOTAZO: UN ACONTECIMIENTO QUE NO ENCAJA EN LA TRAMA DE LA HISTORIA

Unos disturbios difíciles de interpretar

Los disturbios del 9 de abril de 1948 en Bogotá llevaron a que Colombia apareciera por primera vez de forma significativa en las noticias internacionales de la segunda mitad del siglo XX. El Bogotazo fue un verdadero acontecimiento, por cuanto supuso una ruptura del orden de las cosas y de las representaciones, no solo para los actores implicados directamente en los sucesos, sino también, para los reporteros extranjeros.

Lo que facilitó la cobertura mediática internacional del Bogotazo no fue tanto el número de víctimas, ni la magnitud de los daños y de los saqueos, sino la presencia en Bogotá de varios corresponsales de la prensa estadounidense, que habían venido exclusivamente a cubrir las actividades de la IX Conferencia Panamericana. Aunque en esa época Colombia no era un país especialmente cubierto por la prensa extranjera, la organización en Bogotá de esa asamblea regional fue una noticia importante, pues varias delegaciones diplomáticas del continente americano -incluida la del general George Marshall, secretario de Estado estadounidense-, se habían dado cita en la capital. Los disturbios del 9 de abril tomaron, entonces, por sorpresa a varios periodistas extranjeros que se encontraban en Bogotá con la intención de cubrir un “acontecimiento”9 muy diferente. En cambio, el Bogotazo fue un acontecimiento genuino, por cuanto fue completamente inesperado, existió por sí mismo y se impuso a la lógica mediática.

Desde el principio, a los periodistas extranjeros les resultó difícil explicar los disturbios del 9 de abril e identificar a sus promotores. Como ocurre en la mayoría de las manifestaciones violentas que estallan de forma repentina, en ese momento surgió una verdadera crisis de representación del mundo social. La confusión resultante de los disturbios, los incendios, los saqueos y el caos, así como la sorpresa de las autoridades estadounidenses -que no entendían el estallido de una revuelta en un país donde la revolución nunca había entrado en escena durante la primera mitad del siglo XX- solo permitió que los periodistas esbozaran inicialmente algunas conjeturas. Para tratar de entender la tragedia, los periodistas extranjeros plantearon -no sin vacilar- dos posibles interpretaciones de los hechos.

La primera lectura remitió la situación a las viejas y violentas rencillas entre los dos partidos políticos tradicionales de Colombia, que habían dominado la vida política del país desde el siglo XIX. En estos relatos periodísticos, la tragedia fue vinculada a la ruptura del gabinete de unidad nacional creado desde 1946 por el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez. Los periodistas sostuvieron que las tensiones entre conservadores y liberales se habían reavivado en vísperas de la Conferencia Panamericana, aunque los líderes de ambos partidos habían acordado una especie de tregua temporal durante la reunión de la asamblea continental. Según estos relatos, la tragedia del 9 de abril tuvo lugar en un contexto de inestabilidad política preexistente. Sin poder ofrecer una explicación definitiva al asesinato de Gaitán, pero basados en rumores difundidos por una emisora bogotana, que presentó al liberal Darío Echandía como el líder de una supuesta “junta revolucionaria”,10 varios periodistas extranjeros explicaron el acontecimiento como si se tratara de “un intento de revolución liberal” o de “la aparición de un movimiento rebelde”, que rápidamente había degenerado en un “motín desordenado” (“Les événements de Bogota”, 1948; “Un mouvement révolutionnaire a éclaté en Colombie”, 1948; “Union Sacrée à Bogota?”, 1948).

La segunda interpretación les atribuyó la responsabilidad de los disturbios, principalmente, a fuerzas comunistas. Esa fue, de hecho, la versión oficial tanto del Gobierno colombiano como del secretario de Estado estadounidense que se hallaba en Bogotá. Tal versión cuestionó el carácter espontáneo y repentino de la revuelta, al sugerirse que tenía una dimensión internacional. Esta lectura del acontecimiento surgió a partir de un comunicado emitido por el presidente colombiano, una vez su gobierno pudo recuperar el control de las emisoras. El comunicado sugería que las responsables de la tragedia eran unas “fuerzas totalitarias”. Más tarde, en unas declaraciones del general Marshall -y que fueron retomadas, sobre todo, por periodistas estadounidenses-, se precisó que se trataba de un “complot del comunismo internacional”, de modo que la situación en Colombia podía ser considerada “un asunto mundial” (Spectator, 1948). Quienes adhirieron a esta versión sostuvieron que el objetivo de los líderes de los disturbios era sabotear y socavar el prestigio de la Conferencia Panamericana, así que se trataba de una insurrección dirigida contra Estados Unidos; al menos, indirectamente (Bovey, 1948).

Esas dos versiones aparecieron casi simultáneamente en los primeros artículos de prensa, sin que una prevaleciera de forma definitiva sobre la otra, y ambas fueron también cuestionadas muy pronto. Así ocurrió con la primera versión, cuando Darío Echandía logró acordar con los conservadores la constitución de un nuevo gobierno de unidad nacional e hizo un llamado a los miembros de su partido para que antepusieran el “patriotismo a sus sentimientos políticos”. Esa relativa calma, que regresó rápidamente, llevó a que varios periodistas descartaran la tesis de la insurrección liberal («L’ordre paraît renaître peu à peu en Colombie», 1948). La tesis del complot comunista fue igualmente puesta en duda por otros periodistas que reconocieron la actividad comunista en distintos países latinoamericanos (como Cuba, Brasil y Chile), pero que consideraban al partido comunista de Colombia el más pequeño del continente y uno de los más divididos, razón por la cual carecía de la fuerza suficiente para haber desatado semejantes disturbios (Van den Abeelen, 1948).

Algunos periodistas que no dieron crédito a la versión de que los comunistas habían sido los instigadores de los disturbios sostuvieron que el gobierno conservador había creado esa “mentira”, para así encubrir el aplastamiento de una fracción de los liberales colombianos desde noviembre de 1947. Es decir, para ellos, ni el origen de los disturbios podía atribuírsele a una “minoría activa” de comunistas ni su causa única habría sido el asesinato de Gaitán. Más bien, sostuvieron que los disturbios habían sido el producto de un “alboroto populista” que jóvenes liberales -abandonados por los jefes de su partido- no pudieron encauzar y controlar, pese a haber intentado transformarlo en una huelga general, con el apoyo de los sindicatos. Así, en los relatos mediáticos el Bogotazo terminó siendo calificado, esencialmente, como un “motín sin insurrección”; es decir, como una “locura colectiva” o una reacción “brutal”, “furiosa” y “espontánea” de los liberales frente al asesinato de su líder, y en medio de la cual “la turba aprovechó para saquear e incendiar la ciudad” (Spectator, 1948; “Union Sacrée à Bogota?”, 1948).

Una polémica sobre el sentido del acontecimiento

Los diversos relatos sobre el Bogotazo que emergieron en la escena mediática internacional terminaron generando un debate interesante en el periódico Le Monde, sobre el significado del acontecimiento. Allí se enfrentaron dos interpretaciones: una que negaba la implicación de los comunistas y otra que defendía la tesis de un complot comunista. La polémica se desencadenó cuando Paul Rivet (director del Museo del Hombre, miembro de la Asamblea Nacional francesa y especialista en civilización precolombina que se había refugiado en Colombia durante la Segunda Guerra Mundial) publicó una carta en Le Monde, en la cual rechazaba la versión de que una acción comunista hubiera desencadenado los sucesos de Bogotá, pues el Partido Comunista no contaba con apoyo alguno de las masas populares en Colombia.11

Unas semanas más tarde, y considerando que aún no había una explicación satisfactoria a la “violencia extraordinaria” y la “explosión popular” que habían asolado a Bogotá, Le Monde publicó una carta de Fernando Londoño y Londoño (embajador de Colombia en París) en respuesta a la versión dada por Paul Rivet. En su réplica, el embajador transcribió extractos de un editorial de El Tiempo, en el que Enrique Santos Montejo (‘Caliban’) -hermano del expresidente liberal Eduardo Santos- negaba que los comunistas eran una fuerza inofensiva. El editorial sostenía que, a pesar de su escaso número, los comunistas habían sido colocados en “posiciones clave” desde las cuales podían provocar “con infernal astucia” los disturbios. El embajador reconocía que no era fácil determinar quién había sido el verdadero culpable del asesinato de Gaitán, pero negaba la responsabilidad de los conservadores y afirmaba que poner en duda la responsabilidad de los comunistas equivalía a sospechar de los liberales colombianos. Por eso, denunció la publicación de la carta de Rivet como un acto injusto y difamatorio contra el gobierno, los liberales y el pueblo colombiano (Londoño y Londoño, 1948).

El 2 de junio de 1948 -casi tres meses después del 9 de abril-, Le Monde brindó nuevas luces sobre el Bogotazo, mediante la publicación de otra carta de Paul Rivet (1948). En su misiva, Rivet primero descalificó, respetuosamente, las opiniones expresadas por Enrique Santos en el editorial de El Tiempo, que habían sido citadas por el embajador colombiano, y luego compuso una larga narración intentando poner en orden piezas de un rompecabezas que parecían contradictorias e inconexas en varios relatos mediáticos elaborados hasta entonces. Este extenso relato de Rivet podría sintetizarse del siguiente modo:

  1. Rivet comenzó por señalar que había una crisis en Colombia, cuya gravedad no podía subestimarse, pero tampoco debía malinterpretarse. Según él, era necesario partir de la tensión que reinaba en el país desde varios meses antes del asesinato de Gaitán, como resultado de varios asesinatos políticos de liberales en distintas ciudades de provincia. Los asesinatos se estaban produciendo desde la llegada de un gobierno conservador al poder.

  2. Luego, Rivet recalcó que el malestar de los liberales y del pueblo se había acentuado por varias razones: la aplicación de un artículo del Concordato que convertía a los sacerdotes en profesores de enseñanza secundaria; la costosa instalación de la Conferencia Panamericana en Bogotá, así como la impresión del pueblo de estar marginado de ella; el despliegue de lujo de las delegaciones diplomáticas, y el fuerte aumento del precio de la vida, entre otros.

  3. Así, para Rivet, el asesinato de Gaitán -ídolo de las masas liberales- solo fue la “chispa que hizo saltar el polvorín”. De ahí surgió una “reacción brutal” que llevó a las masas a linchar al asesino y a prender fuego a edificaciones consideradas centros del poder conservador (por ejemplo, las oficinas del periódico El Siglo, la emisora Voz de Colombia, los ministerios de Relaciones Exteriores, de Gobierno y de Educación Nacional). Según Rivet, para el pueblo, el asesino era un fanático conservador, y no parecía haber pruebas de que fuera un comunista, sino, más bien, “un religioso exaltado”. Además, el verdadero culpable no parecía ser quien disparó.

  4. Rivet recalcó que, luego, la reacción popular degeneró rápidamente, cuando saqueadores de todos los orígenes entraron en juego. Según él, fue en ese momento cuando intervinieron dos factores que, en otra columna de El Tiempo, el expresidente Eduardo Santos señaló como explicaciones de lo sucedido: “la barbarie” y “la miseria”. Para Rivet, la barbarie correspondía a la violencia de un pueblo dominado por una “doble herencia” española e indígena; un pueblo que se exaltaba fácilmente y cuyos “instintos primitivos” no eran frenados por una disciplina educativa, dada la alta tasa de analfabetismo. La miseria se encontraba en las clases trabajadoras de las ciudades y, más aún, en las poblaciones campesinas. Toda esa “gente amargada e inculta” se precipitó hacia las riquezas, normalmente inaccesibles, pero acumuladas en los grandes comercios de la capital (ferreterías, joyerías y establecimientos de bebidas).

  5. Y Rivet concluyó su relato afirmando que a la “locura del saqueo” se añadió enseguida “la locura de la embriaguez”, que convirtió todo en un “delirio colectivo”, como cuando las puertas de la cárcel se abrieron y la policía se puso del lado de los saqueadores. Sin embargo, Rivet también sostuvo que, en ese “desorden sin sentido”, pudieron observarse algunas reglas sorprendentes: por ejemplo, aunque ninguna iglesia fue atacada, el palacio arzobispal y los conventos sí fueron incendiados. Según Rivet, esto parecía indicar que, incluso en medio de la locura, el espíritu religioso del pueblo sobrevivió, aunque mezclado con un cierto sentimiento anticlerical (Rivet, 1948).

Tras desarrollar su relato de los hechos, Paul Rivet hizo un balance de los daños, los destrozos y los asesinatos a raíz del Bogotazo, e insistió en que no fue la represión de las tropas lo que causó más víctimas, sino los enfrentamientos entre saqueadores durante el reparto del botín. De ese modo, lo que terminó predominando fue una interpretación desprovista de connotaciones políticas, según la cual los disturbios que se desencadenaron por el asesinato del líder liberal habían culminado en una especie de “locura” y de “barbarie” desordenada por parte del pueblo. Según esta interpretación, lo ocurrido en Bogotá fue más bien espontáneo, y no tanto el producto de una verdadera crisis política o de una revuelta organizada.12

Es bastante claro que el relato de Rivet no es una representación de los hechos construida desde un punto de vista completamente externo. Al contrario, ella resuena con el significado dado a los acontecimientos por los propios colombianos; en particular, por las élites. En efecto, su relato de observador extranjero coincide con los marcos interpretativos locales que finalmente dieron un cierto sentido a lo ocurrido el 9 de abril de 1948. Según Herbert Braun y Daniel Pécaut, la difusión de una representación de la tragedia como una cadena de acciones cometidas por un pueblo bárbaro, atrapado en una especie de locura colectiva, debe atribuirse, sobre todo, a las élites de los dos partidos políticos tradicionales del país, que habían sido desafiadas por el populismo de Jorge Eliécer Gaitán, y que buscaron, entonces, crear un sentimiento de culpa y de vergüenza frente a lo sucedido (Braun, 1995; Pécaut, 1987).

Para Braun, esa fue la estrategia empleada por las élites políticas colombianas a fin de mantener la cohesión de sus respectivas redes clientelares, las cuales se habían debilitado con la aparición de un líder carismático y populista como Gaitán. Para ello, era preciso elaborar una representación deshonrosa de los hechos que permitiera eliminar lo sucedido de la memoria colectiva lo antes posible evitando convertir a Gaitán en un mártir o en un caudillo revolucionario.13

Por su parte, Pécaut, en su análisis del discurso populista de Gaitán y del discurso catastrofista de Laureano Gómez, concluyó que la “barbarie” fue no tan solo un marco interpretativo de los acontecimientos difundido por las élites colombianas el 9 de abril de 1948, sino que ya era, mucho antes del Bogotazo, un imaginario arraigado en la mentalidad de dichas élites y en el lenguaje utilizado en la esfera pública local para referirse a la política y a lo político. Según su análisis, a lo largo de los años cuarenta del siglo XX, ambos discursos se referían a “un exterior de lo social” que hacía aflorar un “fondo arcaico de lo político”, así como una representación de la sociedad atravesada por la separación incontrolable entre “lo puro” y “lo impuro”, “las fuerzas buenas” y “las malas”, “la jerarquía” y “el caos” (Pécaut, 1987, pp. 328-329).

El uso de estos marcos locales de interpretación en los relatos de los periodistas extranjeros repercutió en la proyección internacional del acontecimiento. En primer lugar, el descarte definitivo de la tesis de una conspiración comunista bloqueó la posibilidad de inserción de la problemática colombiana en el contexto internacional de la Guerra Fría. Además, la aceptación de la tesis de un motín sin insurrección evitó la prolongación de debates interpretativos en torno a los sucesos de violencia en Colombia, puesto que rápidamente sumió en el olvido el acontecimiento del Bogotazo. Tal cual lo recalcó Herbert Braun, el 9 de abril de 1948, así como terminó siendo interpretado, constituye “un hecho total”. Es decir, el Bogotazo es un hecho en sí mismo que no encaja en un largo patrón de interpretación histórica, sino que su principio y su final se inscriben en el suceso mismo; o sea, el Bogotazo tiene su propio principio (el momento en el que Jorge Eliécer Gaitán es asesinado) y su propio final (el momento en el que es enterrado y casi todo el mundo empieza a convencerse de que el asesino fue solo un individuo con una pistola). Así, lo que ocurrió fue “espontáneo”, no hubo ningún plan ni conspiración. De igual modo, la muerte de Gaitán fue un accidente: no fue eliminado por el régimen, sino por un impulso privado, según lo cual no existe una explicación política del suceso; “la locura colectiva explica lo no inexplicable” (Braun, 1995, pp. 227-228).

Ciertamente, el Bogotazo es un acontecimiento en el sentido de que corta la historia del país en dos: un antes y un después de la “barbarie”. No obstante, en su momento, la interpretación que se impuso y forjó la memoria colectiva no reinsertó el suceso en un campo de memoria más amplio, ni lo proyectó hacia un futuro claro.14 Así, el suceso quedó rápidamente en el olvido y, quizás por eso, una vez la calma volvió a Bogotá, los hechos de violencia bipartidista dejaron de retener la atención de la mayor parte de los periodistas extranjeros.

La Violencia: una “guerra civil” que no se atreve a decir su propio nombre

El descubrimiento de un enfrentamiento armado difícil de entender

El 15 de junio de 1953, el golpe de Estado del general Gustavo Rojas Pinilla volvió a atraer la atención de muchos medios de comunicación extranjeros. Lo que convirtió este hecho en un acontecimiento mediático fue el contexto sin precedentes bajo el cual el general tomó el poder. Primero que todo, hasta ese momento, Colombia era uno de los pocos países latinoamericanos donde los golpes de Estado no solían formar parte de la vida política. Segundo, a diferencia de otros golpes en Latinoamérica, el de Rojas Pinilla buscaba derrocar a un presidente (Laureano Gómez) que, pese a haber sido elegido democráticamente en 1950, desde su llegada al poder se había convertido -según parte de la prensa internacional- en un auténtico “dictador”, un “tirano ciego e intransigente”, e incluso, un “fascista” (Herron, 1953; Olsen, 1953).15 Por tal motivo, al golpe de Estado se lo consideró en varios medios de comunicación internacionales una buena noticia; incluso así se lo vio en la prensa estadounidense (“Coup d’Etat in Colombia”, 1953).

La forma como se realizó el golpe y la actitud del pueblo colombiano ante la toma del poder por los militares también fueron inauditas para los observadores extranjeros. Según los periodistas de varios países, el golpe no siguió el patrón clásico, pues no se disparó un solo tiro; y una vez el presidente Laureano Gómez fue detenido, multitudes de civiles se volcaron a las calles, con un entusiasmo delirante, para saludar al general y vitorear a los soldados. Ahora bien, si el golpe de Estado fue percibido como un acontecimiento, fue sobre todo porque trastocó el horizonte de temporalidad. En efecto, para los periodistas extranjeros, el primer mensaje del general Rojas Pinilla a la población -en el que prometía la instalación transitoria de los militares en el poder, la realización de elecciones libres y el fin de las disputas entre conservadores y liberales- dibujaba para Colombia un futuro menos sombrío que el pasado reciente.

El oscuro pasado al que aludían los relatos periodísticos de la época era el de los sangrientos y despiadados enfrentamientos entre conservadores y liberales, que durante muchos años habían asolado el campo colombiano. Se referían, entonces, a lo que años más tarde empezó a llamarse la Violencia (con V mayúscula). Esta denominación -hoy, de uso común entre los colombianos para referirse al periodo de confrontación armada entre los dos partidos políticos- no era aún utilizada en esa época. Prueba de ello es que ningún medio de comunicación extranjero de los años cincuenta del siglo XX la evocó, aunque se hizo, obviamente, mucha alusión a la violencia, o también, a las violencias (en plural). Además, hasta 1953, muy pocos periodistas se atrevieron a designar la violencia bipartidista como una “guerra civil”.16 En cambio, cuando ocurrió el golpe de Estado del general Rojas Pinilla, todos los periodistas la calificaron de ese modo, aunque uno de ellos recalcó que se trataba de una “guerra civil que no se atrevía a decir su nombre”; es decir, era una guerra que no existía oficial ni extraoficialmente, pues prácticamente nadie -sobre todo, en Colombia- la reconocía como tal (Niedergang, 1953).

También es importante recalcar que la violencia bipartidista solo llegó a adquirir una visibilidad significativa en los medios de comunicación internacionales con el golpe del general Rojas Pinilla. Puede decirse que fue una visibilidad insólita y tardía, considerando no solo los actos de violencia extrema y el número de víctimas dejado por la Violencia,17 sino también, el hecho de que los años con un mayor número de muertos fueron 1948, 1949 y 1950.18 Si bien entre 1949 y 1952 algunos periodistas trataron, ocasionalmente, de visibilizar en la escena mediática internacional la violencia bipartidista (Alba, 1951; Blanc, 1950; D. M., 1949; “Élimination des libéraux en Colombie”, 1949; Lazare, 1949), todos esos intentos fueron más bien aislados, y no dieron lugar a ningún acontecimiento mediático de gran envergadura. Así pues, paradójicamente, la Violencia solo pudo visibilizarse en la escena mediática internacional en el momento en que, se suponía, iba a llegar a su fin; es decir, cuando Rojas Pinilla tomó el poder.

Esa paradoja se explica, en parte, por el hecho de que la violencia bipartidista tampoco fue muy visible ni reconocida por muchos colombianos entre 1949 y 1952, no solo porque el fenómeno tuvo lugar, sobre todo, en las zonas rurales, sino también, porque se desarrolló en un período en el que la censura de la prensa liberal -por parte del gobierno conservador- dificultó un poco la difusión a escala nacional de noticias sobre la violencia en el campo.19 Y si bien en Bogotá, políticos de ambos partidos denunciaron públicamente las atrocidades cometidas en el campo y el discurso político de ambos bandos se refirió cada vez más a la “violencia”, la “barbarie”, el “terror”, e incluso, a las “luchas fratricidas” de las zonas rurales (Acevedo Carmona, 1995), casi nadie en Colombia se atrevía a calificar de “guerra civil” esa división radical entre los partidarios de ambos partidos políticos. Por eso, un periodista de Nation Belge recalcó cómo, según los periodistas colombianos, la violencia aparecía localmente, pero de forma trivial, ya que los asesinatos y las muertes se habían convertido en simples “noticias” para los colombianos (Olsen, 1953).20

Cuando varios periodistas extranjeros empezaron a prestar mayor atención al enfrentamiento armado entre liberales y conservadores -es decir, cuando se produjo el golpe de Estado del general Rojas Pinilla-, varios de ellos tuvieron dificultades para entender lo que sucedía en ese momento en las zonas rurales colombianas. Todos pudieron constatar la gravedad y la crueldad de la violencia, pero pocos lograron estimar cuántos muertos había habido.21 Además, tampoco lograron elaborar fácilmente un relato que diera completo sentido a los enfrentamientos ocurridos.

La primera dificultad que tuvieron los periodistas extranjeros para elaborar sus relatos fue determinar el origen preciso de las hostilidades entre los partidos políticos: algunos se refirieron a una lucha bipartidista que ya había durado cinco años (su punto de partida era el Bogotazo); otros afirmaron que la guerra había durado siete años (y el inicio era, por tanto, dos años antes, cuando Mariano Ospina Pérez ganó las elecciones, y le devolvió el poder a los conservadores, tras un periodo de 16 años de gobiernos liberales); otro tanto redujo su duración a tres años (el comienzo era, entonces, el momento en que Laureano Gómez accedió al poder). En suma, ninguno de los artículos publicados en junio de 1953 pudo establecer un único punto de origen de la confrontación bipartidista.

La segunda dificultad para confeccionar los relatos mediáticos estaba en el entendimiento de las razones que podían explicar el sangriento choque entre liberales y conservadores. De hecho, la mayoría de los artículos no ofrecieron muchas explicaciones históricas, sino que se limitaron a dar un panorama de la situación política del momento y a dar detalles de los hechos que precedieron a la toma del poder por parte de Rojas Pinilla. Solo unos pocos periodistas se atrevieron a ir un poco más allá de las intrigas políticas del momento, para intentar arrojar luz sobre las razones de esa “guerra civil”; para ello, recurrieron a las explicaciones dadas por los mismos colombianos. Sin embargo, de ese modo, no fue posible aclarar satisfactoriamente las causas de la lucha fratricida en Colombia:

Cuando se le preguntó por las razones de la pugna que mantienen conservadores y liberales desde hace siete años, un ‘bogotano’ explicó, medio irónicamente: ‘Unos van a misa a las 9, otros a las 10’. En este país de 11 millones de habitantes, repleto de recursos naturales (café, hierro, petróleo, oro, plata, platino, manganeso, cobre, mercurio, cereales, plátanos) y con una balanza comercial de 180 millones de dólares en 1952, las convicciones políticas son una cuestión de tradición familiar. No hay nada que distinga a los dos grandes partidos conservadores y liberales, salvo que sus respectivos partidarios se han enzarzado, durante generaciones, en una sangrienta venganza sin significación política. (“Le coup d’Etat de Colombie met fin à la guerre civile la plus atroce de l’Amérique latine”, 1953)

En esta guerra no declarada, todo transcurría, entonces, como si las diferencias entre ambos partidos políticos no pudieran quedar claras. Además, las líneas de continuidad y discontinuidad de la historia no parecían poder ser delineadas cómodamente. Más bien, daba la impresión de que era una historia marcada por la repetición:

[…] la guerra civil no es algo nuevo para los colombianos. Los conflictos entre partidos políticos, cuyo origen es casi idéntico al de su historia nacional, son una tradición allí. Unas sesenta luchas fratricidas, más o menos largas, más o menos mortales, los opuso mutuamente durante el siglo pasado. Uno de ellas cobró 80.000 víctimas, otra 100.000. La razón de estos conflictos es que todos los ciudadanos colombianos no solo son apasionadamente nacionalistas, sino que también están ferozmente apegados a uno de los dos partidos políticos del país. La distinción entre esos dos partidos es además muy difícil de establecer. (Olsen, 1953)

Estos relatos periodísticos revelan que las causas de la Violencia (o de la “guerra civil”, como la llamaron los periodistas extranjeros en 1953) no fueron fáciles de identificar ni de aprehender. Sin embargo, hubo un marco interpretativo de carácter religioso que apareció de manera ocasional e intermitente en algunos relatos de la prensa extranjera a partir de 1950, y el cual dio un sentido peculiar a las disputas entre los campos enfrentados, pues introdujo la división religiosa como una retícula de lectura de los sucesos de violencia. Ese marco surgió a través de unas denuncias lanzadas a escala internacional, por redes de la Iglesia presbiteriana y evangélica. Los denunciantes sostenían que en Colombia estaba llevándose a cabo una persecución religiosa contra los protestantes, cuyos responsables eran la policía y el gobierno conservador, así como el clero católico.22 Las denuncias fueron inicialmente difundidas en periódicos estadounidenses (Andrade, 1950), y luego desataron una polémica de alcance internacional, en la que periódicos europeos católicos entraron a negar o a relativizar la supuesta persecución.23 A cada nueva denuncia de los protestantes, los católicos replicaron en sus periódicos que había una interpretación errónea y deliberadamente falseada de los hechos, de modo que las denuncias eran puras mentiras o hechos distorsionados.

Las réplicas de los católicos se enfocaron, sobre todo, en negar la existencia de una verdadera persecución contra los protestantes, y en poner, entonces, el énfasis en las connotaciones políticas de la violencia en Colombia. Los católicos subrayaron, por ejemplo, que los hechos denunciados solo estaban ocurriendo en regiones sometidas al “bandolerismo político”, y que había injerencia de los protestantes y sus pastores en la política, incluso, en los movimientos insurreccionales de “bandoleros” o “indios”. Según ellos, donde el bandolerismo no había ejercido su violencia (es decir, en las grandes ciudades), los protestantes solo podían quejarse por incidentes menores (como el lanzamiento de piedras a personas, casas o templos protestantes). En cambio, donde el bandolerismo había causado estragos y pánico, los protestantes sí habían sufrido graves daños (muertes, incendios, destrucciones). Pero, según la prensa católica, esos ataques eran idénticos a los que sufrían las familias simpatizantes tanto del partido gubernamental -el Conservador- como del Partido Liberal -de la oposición-. En otras palabras, en vez de considerar que la violencia era producto de la persecución contra una determinada confesión religiosa, había que reconocer la “guerra civil” que pesaba sobre el país, así como el hecho de que los verdaderos autores de los excesos violentos eran “bandoleros” que actuaban en medio de una “anarquía absoluta”. Por esa razón, el gobierno colombiano no podía ser culpado (C. M., 1954; Harang, 1953b; “Les protestants sont-ils persécutés en Colombie?”, 1952; “Un appel de la Confédération évangélique du Brésil aux évêques d’Amérique Latine”, 1955).

Mientras la prensa católica elaboró un relato intentando negar el carácter religioso de la violencia en Colombia, los protestantes se expresaron en otros periódicos tratando, más bien, de conectar lo religioso con lo político. Para ellos, en la “guerra civil” colombiana, lo religioso no podía separarse de lo político, tal y como quedaba demostrado con algunas declaraciones reaccionarias conservadoras en las que se equiparaba, de manera automática, a un protestante con un “liberal” o con un “comunista”, y viceversa. Con base en esas declaraciones, los protestantes sostuvieron que en Colombia sí estaba desplegándose una persecución religiosa o una campaña de exterminio contra ellos (Marion, 1956).24

Esta polémica entre protestantes y católicos en la escena mediática internacional duró mucho tiempo, y aunque su impacto fue esporádico, dejó rastros regulares entre mayo de 1950 y mayo de 1957. Un aspecto interesante de esta polémica es la manera como las referencias a la guerra civil comenzaron a entrelazarse con otros registros de categorización de la situación, como el del bandolerismo y el caos, y así desdibujaron un poco el sentido y el significado de los sucesos. Es decir, a medida que la polémica se desarrolló, la situación de la violencia colombiana fue apareciendo cada vez más como un asunto complicado e intrincado. Esto revela el nivel de complejidad que caracterizó al fenómeno de la Violencia, y que hizo difícil su comprensión dentro de Colombia, pero también, para los observadores extranjeros.

Además, es importante destacar hasta qué punto las redes religiosas permitieron proyectar en la escena internacional una interpretación del problema que no era en realidad dominante en la escena pública nacional. De hecho, las noticias sobre la violencia contra los protestantes se difundieron primero exclusivamente en el extranjero, y luego, a través de los ecos del exterior, los colombianos se enteraron de que en su país estaba, aparentemente, ocurriendo una persecución religiosa. En cambio, los marcos interpretativos usados por los actores religiosos tuvieron bastante resonancia en Europa y Estados Unidos; quizás, porque eran marcos conocidos que ya habían dado sentido a conflictos que asolaron en el pasado al viejo continente. De hecho, esta polémica no solo tuvo lugar en la prensa extranjera, sino que también llegó a otros ámbitos del escenario internacional, como las Naciones Unidas25 o la Cámara de los Comunes, en Inglaterra (C. M., 1954). En suma, el desarrollo de esa controversia en torno a la persecución religiosa de los protestantes impidió que el fenómeno de la Violencia despareciera de la escena mediática internacional tras el golpe de Estado del general Rojas Pinilla, en junio de 1953.

Una “guerra civil” difuminada en medio de un nuevo acontecimiento

Un acontecimiento es un hecho inesperado y repentino que suscita no solo una mirada renovada del pasado, sino también, una actitud vigilante hacia el futuro. Esto fue lo que ocurrió el 10 de mayo de 1957, cuando una noticia se difundió rápidamente en Bogotá y en el extranjero: el general Rojas Pinilla -tras un intento de renovación de su mandato presidencial, con la ayuda de una Asamblea Nacional Constituyente manipulada por él- se había visto obligado a dejar el poder y a abandonar el país, como resultado de un paro nacional que se opuso a sus ambiciones. Antes de su precipitada salida, el general entregó el poder a una junta militar, que anunció la celebración de elecciones libres. Para los periodistas extranjeros, tanto la tensión y la movilización social que precedieron a la caída del general como las “impresionantes escenas de entusiasmo popular” que le sucedieron fueron parte constitutiva de ese acontecimiento (“Colombie: le dictateur Rojas Pinilla contraint d’abandonner le pouvoir”, 1957).

Lo que generó el acontecimiento fue no solo la inesperada salida del general Rojas Pinilla, sino también, el “movimiento unánime de resistencia pasiva” que -según las primeras interpretaciones de los periodistas extranjeros- estaba en el origen de la dimisión. De acuerdo con los relatos de los periódicos, una sola semana de “revolución pacífica” había sido más eficaz que meses de complots o disturbios, y había bastado para que los más diversos círculos colombianos -en esta ocasión, reconciliados- obligaran al general a abandonar el poder. Todo ocurrió como si la opinión pública se hubiese vuelto repentinamente contra el dictador -o contra quien estaba convirtiéndose en uno- y lograra expulsarlo del poder (J. G. D., 1957).

Estos sucesos curiosos e imprevisibles tuvieron que ser explicados por los periodistas en sus relatos. Para contextualizarlos, varios de ellos recordaron las condiciones bajo las cuales Rojas Pinilla tomó el poder unos años antes, refiriéndose tanto al gobierno “ultraconservador”, “tiránico” y “dictatorial” de Laureano Gómez, que el general depuso, como a las luchas despiadadas entre los dos partidos políticos que se habían extendido por el campo colombiano, y que habían creado un clima de anarquía (Dominguez, 1957; J.G.D., 1957; Macdonald, 1957). Los periodistas también rememoraron el frenesí con que la opinión pública y los dirigentes de los partidos políticos habían acogido el golpe de Estado del general Rojas Pinilla, en 1953, tras prometer que pondría orden y armonía en el país, para así recalcar que, a la postre, el general incumplió sus promesas, por cuanto no había actuado como árbitro entre los partidos ni como un demócrata; más bien, se había dejado llevar por una deriva dictatorial.26

La puesta en perspectiva del acontecimiento de mayo de 1957 es interesante, ya que presenta diferencias con la realizada para explicar los sucesos de junio de 1953. Si bien el golpe de Estado de 1953 contribuyó a visibilizar el fenómeno de la Violencia en la escena mediática internacional, la caída del general Rojas Pinilla más bien lo eclipsó. En efecto, los relatos periodísticos de 1957 no hicieron casi ninguna alusión a la violencia que seguía teniendo lugar en zonas rurales, y casi no evocaron la “guerra civil”. En las pocas ocasiones en que la mencionaron, casi siempre lo hicieron dando por sentado que ese episodio formaba ya parte del pasado y recordando que la intención del general había sido, justamente, acabar con ella.27 Tal suposición fue un poco paradójica, pues unos cuantos periodistas venían informando desde 1955 sobre la reaparición de “guerrillas” -sobre todo, en Tolima-, y cuestionado, por lo tanto, la pacificación del país por parte de Rojas Pinilla (Dupoy, 1956; “L’Affaire du journal ‘El Tiempo’”, 1955; “La Colombie censure un journal libéral2, 1955).

Varias razones explican por qué la violencia y la guerra civil se desvanecieron de ese modo de los relatos mediáticos de la prensa extranjera entre 1957 y 1958. Primero, tal como lo reconocieron los periodistas extranjeros de esa época, las violencias de las zonas rurales no eran muy visibles en las grandes ciudades de Colombia, y la información disponible allí sobre la realidad del campo colombiano era escasa. Además, la violencia alcanzó un punto crítico en 1950, y desde ese año el número de víctimas empezó a disminuir considerablemente.

Segundo, la disipación de la polémica en torno a la persecución de los protestantes contribuyó también a que el fenómeno de la Violencia desapareciera de la escena mediática internacional. Esa polémica se cerró a partir de 1957, con un artículo en el cual un periodista sostuvo que las divisiones religiosas no podían ser proyectadas automáticamente sobre las divisiones políticas en el caso colombiano, pues tanto católicos como protestantes engrosaban las filas de ambos partidos políticos. Según él, la violencia no parecía, entonces, muy relacionada con una intolerancia religiosa, sino, más bien, con un problema de “costumbres políticas”, dado que, en Colombia, las diferencias en el plano político, en vez de llevar a discusiones con el oponente, conducían a la eliminación física de dicho oponente (F. B., 1957). Con esa explicación, de corte culturalista, se cerró el debate sobre la persecución de los protestantes en los medios de comunicación fuera de Colombia.

El declive progresivo de la interpretación religiosa impulsó de nuevo la lectura del fenómeno de la Violencia en términos políticos. En efecto, a partir de mediados de la década de 1950, las divisiones partidistas volvieron a aparecer en varios relatos periodísticos, como forma de explicar la violencia rural. No obstante, en esos relatos se aprecia, otra vez, la dificultad de los periodistas para descifrar las razones de fondo de las divisiones partidistas:

No sé por qué la política permanece en un primer plano de la vida nacional. Es un narcótico peligroso para el hombre de la calle. Aquí todo depende de la política. La política lo controla todo. Dos grandes partidos -el partido conservador y el partido liberal- han dirigido siempre los asuntos públicos... en perfecto acuerdo con la todopoderosa Iglesia de este país profundamente católico. Es difícil entender este apoyo permanente que el clero otorga indistintamente a uno u otro grupo político en el poder, hasta que uno se da cuenta de que las doctrinas de los dos partidos no son muy diferentes. El partido liberal es sin duda más avanzado en sus ideas, pero de hecho el objetivo de la lucha entre ellos ha sido más bien la obtención del poder que hacer prevalecer determinadas opiniones. En Colombia se nace conservador o liberal. No se cambia de partido. Los nombres de estos dos partidos podrían hacer pensar que el grupo conservador es el de la burguesía y las clases acomodadas, mientras que el grupo liberal agrupa a los menos privilegiados. Este no es el caso. La mezcla de todas las clases sociales es más o menos igual entre los dos partidos. En las iglesias de Bogotá a los primeros servicios del domingo asisten regularmente los liberales y a los últimos de la mañana los conservadores. (Janières, 1956)

La concepción de la Violencia como una oposición entre liberales y conservadores no facilitó, sin embargo, la proyección mediática de dicho fenómeno en la escena internacional, por cuanto esa lectura se fundaba en unos marcos de interpretación locales que no encajaban bien en los clivajes típicos de las relaciones internacionales en plena Guerra Fría. Tal dislocación frente al ámbito internacional se acentuó a medida que los periodistas narraban cada vez más en sus relatos que los grupos armados enfrentados estaban convirtiéndose rápidamente en “bandas de forajidos sin importancia política” y que los hechos de violencia estaban desarrollándose en un telón de fondo bastante caótico (F. B., 1957; Harang, 1956). Así, a diferencia de 1953, cuando era frecuente que los periodistas extranjeros se preguntaran si los guerrilleros tenían algún carácter político o si eran simples bandidos -sobre todo, a partir de la segunda mitad de los años cincuenta del siglo XX-, la violencia fue considerada un fenómeno más bien vinculado al bandolerismo, y no a rivalidades entre partidos políticos. Ello, además, estuvo acompañado de un cambio en el uso que los periodistas extranjeros dieron a al término terrorismo. Si bien al inicio del decenio de 1950, ese término fue utilizado para calificar los actos violentos del gobierno de Laureano Gómez o de los “grupos de choque” conservadores, con el pasar de la década sirvió también para caracterizar la violencia perpetrada por los “bandidos” o las “bandas de bandoleros” (Harang, 1956; Jobit, 1959).

En las narraciones de los periodistas extranjeros sobre los sucesos de violencia en Colombia se encuentran ambigüedades y vacilaciones, que reflejan, en últimas, la complejidad del fenómeno de la Violencia, así como la dificultad que tuvieron los actores locales para interpretarlo. Al igual que otros académicos, Pécaut ha subrayado que la Violencia reenvía a un conjunto de fenómenos bastante heterogéneos (conflictos sociales, luchas por la tierra, formas de bandolerismo) que se intersecaron con la confrontación bipartidista (Pécaut, 1995).28 A su vez, todas esas violencias imbricadas no fueron interpretadas fácilmente dentro de Colombia cuando surgieron, como queda claro, por ejemplo, en el trabajo académico de Pierre Gilhodès, quien mostró cómo el Ejército de Colombia actuó durante mucho tiempo sin analizar bien la violencia y considerando a los grupos que combatía como simples expresiones del bandolerismo. El Ejército tuvo dificultad para definir qué tipo de enemigo representaban “las guerrillas” formadas en la década de 1950, pues hasta 1958 no siempre percibió con claridad la amenaza del comunismo internacional, y se inclinó, más bien, por usar términos como bandolerismo y antisociales para referirse a los enemigos que debía encarar (Gilhodès, 1995, pp. 349-351).

A medida que el bandolerismo se volvió dominante en la lectura hecha por los periodistas extranjeros sobre los fenómenos de violencia en Colombia a finales de los años cincuenta del siglo XX, esos mismos fenómenos perdieron visibilidad e importancia en la escena mediática internacional. Entre 1957 y 1958, los relatos mediáticos no se refirieron casi a la Violencia, sino que centraron toda su preocupación en el futuro institucional del país tras la salida del general Rojas Pinilla. Es decir, los periodistas focalizaron toda su atención en la rapidez con la que podría producirse el retorno a la vida democrática en Colombia. Y la incertidumbre frente al futuro del país se disipó en la mayoría de la prensa extranjera con el establecimiento del Frente Nacional, en 1958. Ese pacto de liberales y conservadores, urdido para repartirse el poder y programar la alternancia de ambos en la presidencia del país, debía, supuestamente, poner fin de una vez por todas a la violencia.29

CONCLUSIÓN

Para Ricœur (1983), narrar (es decir, elaborar un relato) es una forma de aprehender el tiempo, la cual permite, igualmente, figurar el mundo en el que vivimos. El relato -en especial, el relato histórico- siempre está referido a algo real, de modo que el acto de narración es constitutivo de dicha realidad, y no algo separado de ella. Por eso -porque el mundo puede hacerse inteligible a través de relatos-, muchos científicos sociales se han interesado en observar, estudiar y analizar la manera como los seres humanos hacemos relatos sobre los sucesos vividos.

Daniel Pécaut constató a lo largo de su obra que la operación de narración frente a la violencia que ha golpeado a los colombianos no ha sido sencilla, por cuanto la puesta en relato de los sucesos violentos nunca ha sido fácil de emprender ni de culminar, dadas, sobre todo, la persistencia y la complejidad de los fenómenos de violencia, pero también, la debilidad de elementos simbólicos en el ámbito nacional y la fragmentación social de un país como Colombia. Según él, ante esa dificultad, los colombianos hemos establecido una forma particular de aprehensión del tiempo en la que priman simultáneamente el inmediatismo y la repetición.

El inmediatismo se refiere a un modo de aprehensión de ciertos acontecimientos que irrumpen y sobrevienen en la sucesión continua y cotidiana de hechos violentos banalizados sacando a la luz algún tipo de horror que genera una emoción excepcional y una ruptura. Pero, como lo sostiene Pécaut,

[esos] eventos excepcionales se insertan muy pronto en una rutina, el uno desplazando al otro. La prueba de ello es que la memoria de los eventos excepcionales se pierde rápidamente. Ninguno de ellos tiene valor de principio y todos terminan por confundirse al acumularse. Cada uno deja solo una huella, algo así como una cola de una cometa, pero una huella que no se inserta en una historia enunciable. Banalidad y excepcionalidad de la violencia se mezclan rápidamente en una trama imprecisa. En el desarrollo ininterrumpido de los acontecimientos, los referentes se borran y el olvido es constitutivo de la relación con el instante. Prevalece el ‘inmediatismo’ y [el acontecimiento] viene a inscribirse en un tiempo desprovisto tanto de “horizonte de espera” como de puntos de referencia estables en el pasado. (Pécaut, 1999, p. 24)

La cara opuesta -pero igualmente complementaria- del inmediatismo es la repetición. Esta se relaciona con un tiempo de larga duración y con una temporalidad mítica, en la que todo lo nuevo se va asimilando como una réplica de lo que ya pasó. Más precisamente, tiene que ver con la idea de que hay una “misma violencia que está allí desde siempre y se reproduce sin fin”. En esta temporalidad mítica, “la violencia aparece muchas veces como la fase visible de una realidad subterránea, la de un flujo de fuerzas antagónicas comparable al que engendran las catástrofes naturales y que gobiernan a los hombres a pesar de ellos” (Pécaut, 1999, pp. 24-25).

Lo que revela este artículo es que el inmediatismo y la repetición (el mito) han entrabado las tentativas de elaboración de un relato histórico de los sucesos de violencia en Colombia, tanto dentro como fuera del país. Más precisamente, en el caso abordado en el presente artículo, se demuestra que la tarea narrativa frente a lo acontecido durante el periodo de la Violencia no solo fue difícil de llevar a cabo para los colombianos que vivieron en esa época, sino también, para quienes desde la labor periodística tuvieron que cubrir lo sucedido. Aquí salta a la vista el hecho de que las dificultades narrativas a las cuales se vieron abocados los colombianos se vieron reflejadas en los relatos mediáticos confeccionados desde afuera por los periodistas.

Si se toman, en primer lugar, los relatos periodísticos de la prensa extranjera sobre el Bogotazo, es claro que las interpretaciones de los observadores externos fueron casi calcadas de las tesis explicativas que surgieron en Colombia: la tesis de la rebelión liberal, la del complot comunista y la tesis de la locura y la barbarie popular. Además, al igual que en Colombia, la última tesis -la de la locura colectiva- fue la que terminó prevaleciendo en la prensa internacional. Esto hizo que el Bogotazo apareciera como un evento excepcional que marcó una ruptura, pero que, al mismo tiempo, no fuera posible inscribirlo realmente en una trama histórica. De ese modo, quedó convertido en un “acontecimiento bruto”; es decir, un evento que fue vivido como una catástrofe, pero sobre el cual las élites políticas trataron de arrojar un velo de olvido, para despojarlo así de plena significación histórica (Pécaut, 1999, p. 26 y 28).

En segundo lugar, tal y como ocurre en el registro del inmediatismo, en un primer momento, el Bogotazo pareció quedar en el olvido, como lo revela el hecho de que la mayor parte de la prensa extranjera no le haya dado un seguimiento a la violencia bipartidista que se desencadenó en las zonas rurales tras el asesinato de Gaitán; o también, el hecho de que el 9 de abril hubiese casi desaparecido de los relatos mediáticos, entre 1949 y 1952, como un posible punto de partida de esa “guerra civil”. Como se expuso en estas líneas, los periodistas extranjeros descubrieron tarde la violencia bipartidista (en 1953), cuando el general Rojas Pinilla ejecutó su golpe de Estado. En ese momento, el 9 de abril reapareció parcialmente como acontecimiento que marcó un inicio (el de la Violencia).30 Pero se trata de un comienzo que parece “simultáneamente develar la esencia de lo que se repite sin fin” (Pécaut, 1999, p. 25); es decir, una violencia que está omnipresente en la historia política colombiana. En otras palabras, ante la dificultad para discernir las diferencias entre ambos partidos, a partir de este momento, los relatos de los periodistas comenzaron también a recurrir a la temporalidad mítica, según la cual, la violencia de esa época no era otra cosa que la repetición de las violencias del pasado (las guerras civiles del siglo XIX).

Tercero, la dificultad experimentada por los periodistas extranjeros para encontrar la forma de nombrar, de calificar y de caracterizar la violencia que tuvo lugar en Colombia durante los años cuarenta y cincuenta del siglo XX -bien ilustrada en sus vacilaciones sobre si lo que ocurría allí era una guerra civil de carácter político entre dos partidos, una persecución religiosa o unas simples expresiones de bandolerismo- revela la imposibilidad que tuvieron esos observadores extranjeros -al igual que los colombianos- para elaborar un relato de conjunto de la violencia. Por lo visto, a la postre, tanto fuera como dentro de Colombia, “la multiplicidad de los actores, de las escenas, de las lógicas [contribuyeron] a arruinar la elaboración de un relato de conjunto”. Y así fue como la Violencia “siempre [evadió] la operación de puesta en intriga; como si se tratara de una trama distendida que deja huecos por todas partes” (Pécaut, 1994, p. 6).

Por último, este artículo mostró cómo la esquiva puesta en relato del fenómeno de la Violencia repercutió en su proyección limitada en la escena mediática internacional. En efecto, aunque tres acontecimientos mayores (el Bogotazo, el golpe de Estado y la caída de Rojas Pinilla) emergieron en esa escena, la Violencia nunca terminó de encajar bien en el mundo de la Guerra Fría de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX como un asunto que mereciera mucha atención. Así ocurrió no solo porque los comunistas nunca terminaron siendo realmente percibidos en esa época como una amenaza seria en Colombia, sino también, porque la imposibilidad de elaborar un relato que hiciera inteligible la problemática colombiana para los espectadores lejanos dificultó su implicación en el drama colombiano.31

Hasta ahora, Daniel Pécaut ha sido reconocido como un académico cuyos escritos, ideas y reflexiones han sido de gran valor para impulsar investigaciones en torno a múltiples temas en los campos de la Sociología, la Ciencia Política e, incluso, la Antropología. A través de este artículo se ha querido mostrar que la fecundidad de su obra no se agota en esos campos disciplinares, y que su legado también puede extenderse a investigaciones en torno a temas que se sitúan en el ámbito de las Relaciones Internacionales.

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1Para Paul Ricœur, la elaboración de un relato o de una intriga presupone una ordenación de los hechos que se caracteriza por la completitud, la totalidad y la extensión adecuadas. La inteligibilidad del mundo descansa, precisamente, en esta acción de conectar los acontecimientos. El arte de componer una intriga (trama) consiste en hacer aparecer como concordantes las discordancias. Porque “componer la intriga es ya sacar lo inteligible de lo accidental, lo universal de lo singular, lo necesario o lo verosímil de lo episódico” (Ricœur, 1983, pp. 84-88).

2Entre 1945 y 2005, dicho centro se dedicó a constituir archivos con recortes de prensa sobre la actualidad política, económica, social y cultural tanto de Francia como de otros países del mundo. Allí se encontraron varios archivos con recortes de artículos de prensa extranjera sobre Colombia, desde 1946 hasta 2005. Estos archivos contienen, en total, casi 4.000 artículos sobre Colombia.

3La ventana temporal del corpus se estableció tomando como punto de partida el primer artículo sobre Colombia encontrado en los archivos (Lazare, 1946). Como punto de cierre, se tomó 1958, ya que corresponde al momento en el que se instauró el Frente Nacional, para intentar así poner fin oficialmente a la violencia entre liberales y conservadores. Aunque varios académicos —incluido Daniel Pécaut— consideran que, en realidad, la violencia bipartidista se extendió hasta 1964, este artículo solo realiza el análisis hasta 1958; sobre todo, por limitaciones de espacio que impiden la restitución de unos resultados de investigación más extensos.

4La tabla 1 indica que hay 26 periódicos diferentes contenidos dentro del corpus; la mayoría de ellos son franceses, pero también, con una muestra pequeña de algunos diarios de Estados Unidos, Gran Bretaña, Suiza y Bélgica. Hay 104 artículos escritos en francés y 22 en inglés. Ciertamente, los artículos en inglés no corresponden a todos los que pudieron aparecer entre 1946 y 1958, pues quienes constituyeron el archivo no hacían seguimiento sistemático a la prensa anglófona. Sin embargo, es una muestra interesante, que mantuvimos en el corpus para poder hacer contrastes con la prensa francófona, cuya recolección se hizo con más exhaustividad.

5Las barras azules de la figura 1 indican el número de artículos de prensa publicados por mes. La línea anaranjada corresponde a una tendencia, la cual fue establecida mediante la técnica estadística de promedios móviles. Este cálculo de la tendencia se realizó para poder identificar aquellos meses en los que hubo un cubrimiento mediático por encima del promedio. De ese modo, es posible visualizar los acontecimientos mediáticos más significativos del período cubierto en el corpus.

6Entre los 126 artículos del corpus, hay 82 documentos (el 65 %, aproximadamente) que centran su atención en las tensiones políticas y las confrontaciones armadas entre liberales y conservadores. Estos documentos fueron digitalizados y luego analizados con PROSPERO: una herramienta informática diseñada para la exploración de corpus de textos.

7Como lo afirma Jocelyne Arquembourg, en el lenguaje del periodismo casi todo hecho que ocurre suele llamarse acontecimiento. Así, se tiende a confundir el acontecimiento con la mera ocurrencia de un hecho. Sin embargo, los periodistas también distinguen entre todos los hechos que cubren, ciertos acontecimientos que tienen un gran impacto, y que se destacan de la masa de lo que sucede y de lo que se publicita. Arquembourg propuso designar a ese tipo de acontecimientos como “el acontecimiento del día”; no “un acontecimiento”, sino “el acontecimiento” (Arquembourg, 2006, p. 14).

8Muchos autores coinciden en que el acontecimiento no es un simple suceso; sobre todo, porque provoca una ruptura inesperada en el orden de las cosas que empuja a los sujetos a una búsqueda de sentido, para recuperar el control sobre el acontecimiento (Rebelo, 2006; Ricœur, 1991). A diferencia de los hechos, que pueden determinarse y explicarse por su pasado, que no cuestionan nada y se sitúan al final de una cadena de explicación, los acontecimientos abren una brecha de sentido que nos obliga a volver a lo sucedido. Sin embargo, la diferencia entre hechos y acontecimientos no es ontológica, sino que se basa en la experiencia de los sujetos. Esto quiere decir que ni los acontecimientos ni los hechos existen en sí mismos, sino que todo depende de cómo sean vividos por los sujetos. Los sucesos pueden determinarse, entonces, bien sea como hechos, lo cual sucede cuando movilizan una actividad de comprensión que permite explicarlos y deducirlos de su pasado; o bien, pueden definirse como acontecimientos, lo cual ocurre cuando contienen un elemento de indeterminación que desafía la comprensión y obliga a producir nuevos marcos de interpretación organizando un antes y un después, así como trayendo a su paso una procesión de futuros imprevisibles (Arquembourg, 2006, p. 15).

9Se pone entre comillas la palabra “acontecimiento” para señalar que la IX Conferencia Panamericana no fue un suceso imprevisto que estableció una ruptura en el orden normal de las cosas (es decir, un acontecimiento verdadero), sino un acontecimiento anticipado y creado por la lógica de la mediatización de la vida social.

10De aquí en adelante, siempre que se esté dando cuenta del contenido de los relatos periodísticos, las comillas serán usadas para indicar que son palabras o expresiones tomadas textualmente de los artículos consultados. En esos casos, por lo general, los artículos correspondientes serán citados al final del párrafo.

11No se pone la cita del artículo, pues no fue encontrado en los archivos consultados. Sin embargo, la prueba de su existencia se encuentra en otro artículo del periódico Le Monde, en el que el embajador de Colombia en París intentó responder a la primera carta de Paul Rivet (Londoño y Londoño, 1948).

12De hecho, en su carta, Rivet rechaza de nuevo la responsabilidad de los comunistas en los acontecimientos del 9 de abril, y arguye no solo que su debilidad electoral demostraba la poca simpatía de los colombianos hacia ellos, sino también, que dos rusos arrestados habían tenido que ser liberados por falta de pruebas.

13Esto explica, según Braun, el hecho de que no exista ningún monumento o lugar en Colombia que conmemore el Bogotazo. También explica el hecho de que el entierro de Gaitán tuviera lugar en un agujero excavado en una habitación de su propia casa, y no en un cementerio público ([xref ref-type="bibr" rid="r10"]Braun, 1995[/xref], pp. 230-231).

14“Un acontecimiento induce a un cambio en la temporalidad, obligándonos a repensar nuestra relación con el pasado y el futuro. El acontecimiento reabre el campo de la memoria, así como el de las proyecciones hacia el futuro. Da lugar a debates e interpretaciones y, por lo tanto, es como un ‘taller de historicidad potencial’ en función de lo que las personas y las culturas hagan con él” ( Arquembourg-Moreau, 2003, p. 28).

15Para justificar el calificativo de fascista, algunos periodistas expusieron cómo el presidente Laureano Gómez había establecido una cierta cercanía con el general Franco, de España, y con las Camisas Negras, durante su exilio en España, después del Bogotazo. Los periodistas denunciaron que, con la ayuda de técnicos y pilotos falangistas, presentes en territorio colombiano, el presidente Gómez había emprendido una “campaña de terror” contra los liberales. Afirmaron, además, que Colombia se había convertido en un lugar donde personalidades del régimen franquista invertían sus capitales para hacer grandes negocios (Alba, 1951; Blanc, 1950 Herron, 1953).

16En 1949, un par de artículos evocaron que una amenaza de “guerra civil” se estaba cerniendo sobre Colombia, debido a graves tensiones políticas. Sin embargo, esos artículos no dieron cuenta, en realidad, de los enfrentamientos que ya estaban teniendo lugar en las zonas rurales, sino que vislumbraban los enfrentamientos armados como una amenaza futura para el país (D. M., 1949; Lazare, 1949). En 1950, en otro artículo de la prensa británica, un periodista sostuvo que la reputación de Colombia como uno de los verdaderos países democráticos estaba amenazada, pues llevaba un año y medio tambaleándose “al borde de la guerra civil” (Alexander, 1950). Solo hasta 1951 apareció un primer artículo en el que los enfrentamientos entre liberales y conservadores fueron calificados, sin titubeos, como una “guerra civil” (Alba, 1951).

17Muchos años después de haber cesado la Violencia, los estudiosos han estimado el número de víctimas entre 1948 y 1953 en unas 140.000 personas; es decir, el 1 % de la población de la época; si el periodo considerado se extiende hasta 1958 (cuando se estableció el Frente Nacional), el número de víctimas se elevaría a más de 200.000 personas ( Chernick, 1999 , p. 8).

18Según Pécaut (1987, pp. 331-332), el número de muertos en 1948 fue de 43.000. Posteriormente, en 1949, el balance fue de 18.500, y luego alcanzó su paroxismo en 1950 (más de 50.000 muertos). Las proporciones fueron más modestas en los años siguientes: 10.300 muertos en 1951; 13.250, en 1952, y 8.600, en 1953.

19Las noticias sobre la censura de los periódicos liberales comenzaron a divulgarse tímidamente entre 1950 y 1951, tanto en Estados Unidos como en Europa (Arciniegas, 1951; Blanc, 1950 ). Ahora bien, los hechos que más atención captaron fueron los ocurridos en septiembre de 1952, cuando las sedes de los periódicos El Tiempo y El Espectador fueron incendiadas, según los periodistas extranjeros, bajo la “mirada cómplice” de la Policía. Esos incidentes fueron casi las únicas formas de violencia visibles en las principales ciudades colombianas. Por esa razón —e igualmente, debido a la solidaridad natural de los periodistas extranjeros—, fueron hechos que recibieron una cierta cobertura mediática (Ramírez Moreno, 1952; Santos, 1952).

20La observación del periodista belga sobre la trivialización de la violencia resuena con la idea de banalización de la violencia, planteada por Daniel Pécaut. La banalización remite al hecho de que “la violencia no sea vivida como una guerra o como una catástrofe, aún menos como el producto de una serie de conductas desviadas. La banalidad no se relaciona únicamente con el perfil personal de aquellos que están implicados en la violencia, sino con el hecho de que ésta se traduce en unas interacciones que no parecen en total ruptura con las interacciones habituales ni dan lugar a nuevas representaciones o un nuevo imaginario” (Pécaut, 1996-1997, pp. 155-156).

21En 1953, solo dos periódicos proporcionaron una estimación general del número de víctimas que habían causado las disputas entre liberales y conservadores. Uno de ellos afirmaba que 50.000 personas habían sido asesinadas entre 1949 y 1950 (Herron, 1953), y el otro solo calculaba 25.000 muertos en tres años (Olsen, 1953). Claro está, dichas cifras —sobre todo, las de la segunda fuente— son inferiores a las estimaciones hechas posteriormente por investigadores académicos.

22Los hechos que denunciaron fueron múltiples: detenciones, malos tratos, torturas y asesinatos, incluso durante las ceremonias religiosas; quemas o destrucciones premeditadas de iglesias y casas de los protestantes; cierres de sus escuelas; prohibiciones de toda actividad religiosa no católica en algunas regiones del país, e incautaciones de Biblias (Herron, 1953).

23En Francia, uno de los primeros periódicos que se pronunciaron en contra de las acusaciones protestantes fue el periódico católico La Croix, el cual intentó devolver la denuncia contra los denunciantes, alegando que las “sectas” protestantes llevaban mucho tiempo haciendo un proselitismo religioso que era considerado insultante y ofensivo por la población campesina de Colombia, predominantemente católica. El periódico mencionaba, por ejemplo, que los protestantes hacían “sucias insinuaciones” contra la “Santa Virgen”, “la persona del Papa” o el clero católico (“Les protestants sont-ils persécutés en Colombie?”, 1952). Otros artículos de La Croix recalcaron, además, que el espinoso asunto de las agresiones de los católicos contra los protestantes venía dándose en varios países suramericanos, dado que allí la presencia de los protestantes —como resultado, en buena medida, de las relaciones cada vez más estrechas de los países latinoamericanos con Estados Unidos— era percibida como una forma de penetración política de los anglosajones ( Harang, 1953ª , 1953b).

24Un buen ejemplo de esto son los artículos extranjeros que citaron ciertas declaraciones de monseñor Builes, un sacerdote católico de Santa Rosa de Osos, y conocido en la época por su radicalismo. Allí se recalcaba cómo ese obispo declaraba que la propaganda protestante era “diabólica”, que el protestantismo no quería ganar adeptos, sino “esclavizar a los países latinos”, y que los protestantes apoyaban el «bandolerismo» que infestaba a toda la nación (Herron, 1953). Otros artículos se refirieron a una publicación —según parece, procedente de órganos gubernamentales— en la que la “infiltración protestante” se consideraba “tan peligrosa como la comunista”, razón por la cual no debía ser tolerada (Marion, 1956).

25Los protestantes consideraron que los sucesos de Colombia iban en contra de lo dispuesto en la Declaración Universal de Derechos Humanos en materia de libertad religiosa, libertad de conciencia y libertad de creencias. Por esa razón, intentaron llevar ante las Naciones Unidas sus denuncias (Marion, 1956).

26Dos hechos fueron particularmente evocados en los relatos de los periodistas para sostener esa afirmación. Ambos fueron cubiertos en su momento cuando sucedieron, pero también fueron recordados y retomados en mayo de 1957 como causas del surgimiento de una oposición creciente hacia el gobierno del general Rojas Pinilla. El primer hecho fue la matanza, por parte del Ejército, de algunos estudiantes que participaron en una manifestación pacífica en el centro de Bogotá, en junio de 1954. Esa represión fue considerada innecesariamente sangrienta por varios periodistas extranjeros (“Le calme semble revenu”, 1954). El segundo hecho fue el cierre, en septiembre de 1955, del periódico liberal El Tiempo, después de que su director se negó a publicar una disculpa al gobierno por haber contradicho algunas declaraciones del general. La prohibición del periódico fue considerada una supresión de la libertad de prensa, e inquietó a varios periodistas extranjeros, dado que condujo a una estricta censura de todas las noticias publicadas en el país y enviadas fuera de Colombia (“L’Affaire du journal ‘El Tiempo’”, 1955; “La Colombie censure un journal libéral”, 1955; R.S., 1955).

27Solo dos artículos de toda la serie analizada se refirieron a la guerra civil como un fenómeno del presente que no había del todo cesado (F. B., 1957; Macdonald, 1957).

28En uno de sus textos, Pécaut precisa la heterogeneidad de las dimensiones de la violencia de los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX distinguiendo varias formas como el “bandidismo económico”, el “bandidismo social”, los “grupos de autodefensa campesinos” y las “bandas de sicarios”. Según él, “si bien todos [esos] fenómenos de violencia se colocan bajo el signo de la división partidista, de todos modos, están lejos de reducirse a ella” (Pécaut, 2005, pp. 238-242). De ahí se deriva toda la complejidad del fenómeno de la Violencia.

29Solo unos pocos periódicos —a menudo, de izquierda o confesionales— se refirieron ocasionalmente al fenómeno de la Violencia a partir de 1957, y recalcaron que, pese al acuerdo de cohabitación entre dirigentes conservadores y liberales, la “guerra sangrienta” y las “masacres” continuaban entre las bases que vivían en el campo. En estos artículos, los observadores extranjeros insistieron constantemente en los “componentes oscuros” del drama colombiano; es decir, en esos aspectos difícilmente comprensibles de los fenómenos de violencia (Jobit, 1959).

30Se trata de una reaparición parcial como punto de inicio de la Violencia, dado que, como se mostró en el cuerpo del artículo, en la década de 1950, los periodistas extranjeros no estaban totalmente de acuerdo sobre el año en que habían iniciado los enfrentamientos entre liberales y conservadores. Aunque varios situaron el origen en 1948, otros se remontaron a 1946, y algunos lo ubicaron en 1950. Ese impedimento para establecer un punto de origen es revelador de la dificultad para confeccionar el relato histórico.

31Así como Pécaut recalcó que la dificultad para dar sentido al fenómeno de la violencia en Colombia a través de un relato ha generado una dislocación de la opinión pública nacional al respecto, también es posible considerar que esa ausencia de inteligibilidad no ha facilitado la formación ni la constitución de públicos en la escena internacional que se sientan concernidos por los sucesos de violencia en Colombia (Guerrero Bernal, 2012).

Recibido: 15 de Octubre de 2022; Aprobado: 30 de Noviembre de 2022

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