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Análisis Político

versión impresa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.36 no.107 Bogotá jul./dic. 2023  Epub 18-Feb-2024

https://doi.org/10.15446/anpol.v36n107.112554 

Tema Libre

ALAIN TOURAINE O LA SOCIOLOGÍA DEL ACTOR SOCIAL. In memoriam

ALAIN TOURAINE OR THE SOCIOLOGY OF THE SOCIAL ACTOR. IN MEMORIAM

Alberto Valencia Gutiérrez1 

1Profesor Titular del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle en Cali, Colombia. Correo electrónico: alberto.valencia@correounivalle.edu.co


RESUMEN

El 9 de junio de 2023 murió en París a la edad de 97 años el conocido sociólogo Alain Touraine, autor de un vasto conjunto de investigaciones y de libros que gira alrededor de dos problemas fundamentales: una nueva sociología del actor social y una indagación por las características de las sociedades contemporáneas. Su proyecto intelectual se podría resumir en la siguiente frase: refundar la sociología a partir del reconocimiento de la primacía de la acción social. Y todo ello en el marco inicial del debate con el modelo estructuralista de los años sesenta en Francia, pero igualmente con el funcionalismo parsoniano, predominante en la sociología norteamericana de la misma época. La sociología de los movimientos sociales, por la que es más conocido, es un corolario de su preocupación fundamental por el carácter creativo de la acción social. A estas dos orientaciones de su trabajo sociológico habría que agregar el interés por el estudio de América Latina, desde el Río Grande hasta la Patagonia. Este artículo pretende construir una presentación sintética de los aspectos centrales de su obra siguiendo sus propios criterios: “más que distinguir cronológicamente las fases de mi producción, lo que procuro es comprender su unidad, pues hoy tengo la convicción de que siempre me he planteado las mismas cuestiones, aunque no del mismo modo y probablemente con un grado de conciencia insuficiente” (2000, p. 114).

Palabras clave: Touraine; sociología de la acción; movimientos sociales; intervención sociológica; teoría sociológica contemporánea; sociedad posindustrial; hipermodernidad; sujeto; sociología de América Latina

ABSTRACT

On June 9, 2023, the well-known sociologist Alain Touraine, author of a vast body of research and books that revolves around two fundamental problems—a new sociology of the social actor and an investigation into the characteristics of contemporary societies—died in Paris at the age of 97. His intellectual project could be summarized in the following phrase: relaunch sociology based on the recognition of the primacy of social action. And all this in the initial framework of the debate with the structuralist model of the sixties in France, as well as with Parsons’ functionalism predominant in North American sociology of the same time. The sociology of social movements, for which he is best known, is a corollary of his fundamental concern with the creative character of social action. To these two orientations of his sociological work, we should add his interest in the study of Latin America, from the Rio Grande to Patagonia. This article aims to construct a synthetic presentation of the central aspects of his work following his own criteria: “Rather than distinguishing chronologically the phases of my work, what I try to do is understand its unity. Because today I am convinced that I have always asked myself the same questions—although not in the same way and probably with an insufficient degree of awareness.” (2000, p. 114).

Keywords: Touraine; social action; social movements; sociological intervention; contemporary sociological theory; post-industrial society; hypermodernity; subject; sociology of Latin America

LOS INICIOS

Alain Touraine nació en el Departamento de Calvados, en Normandía, y se crió en París en un barrio de la “burguesía aristocratizante” (como él lo llama en su obra autobiográfica Un désir d’histoire) situado en el comienzo del Boulevard Raspail, una zona de estrato social alto en el corazón de París, en el seno de una familia burguesa. En el libro mencionado dice:

Yo fui educado, sobre todo, en un elitismo al mismo tiempo exigente y confiado. Crecí con la idea de que nosotros estábamos en el centro del mundo, de que los franceses, los ingleses, los alemanes y algunos otros europeos eran los únicos pueblos cultos de la tierra: los americanos eran unos nuevos ricos más bien insoportables; Europa, por el contrario, era el lugar privilegiado de la cultura, y los parisinos, bajo la condición de que hubieran pasado concursos difíciles, eran verdaderamente la sal de la tierra. (1977, p. 14)

Este tipo de referencias biográficas son útiles para comprender las orientaciones intelectuales de los sociólogos. En contraste, por ejemplo, tenemos el caso de Pierre Bourdieu, nacido en Le Béarn, hijo de un cartero, proveniente de sectores populares y de una región marginal del suroccidente de Francia, un país en el que la proveniencia regional es determinante en la estratificación social (Bourdieu, 2005). El origen social de cada uno de estos sociólogos marca significativamente su orientación sociológica e, incluso, la elección misma de sus temas de investigación.

Touraine, junto a Michel Crozier (1922-2013), Pierre Bourdieu (1930-2002) y Raymond Boudon (1934-2013), hace parte de la generación de sociólogos que orientaron la vida intelectual francesa en el campo de la sociología, en los cuatro dominios predominantes de esta disciplina durante la segunda mitad del siglo XX: la sociología de la acción y de los movimientos sociales, la sociología de las organizaciones, el estructuralismo genético y el individualismo metodológico, respectivamente. En los años noventa irrumpe una nueva generación conformada por los discípulos de los cuatro grandes maestros mencionados: Bruno Latour, Bernard Lahire, François Dubet, Michel Wieviorka, Pierre Rosanvallon, Luc Boltanski, entre muchos otros (Ansart, 1990).

Touraine adelantó estudios de historia en la École normale supérieure (ENS), a diferencia de otros intelectuales franceses de la época, que hicieron estudios de filosofía en la misma institución. En los años cincuenta, después de hacer trabajo de campo en Valenciennes, con los mineros de la región del Nord-Pas-de-Calais entre 1947 y 1948, ingresa muy joven al Centre national de la recherche scientifique (CNRS) y se integra al Centre d’études sociologiques (CES), dirigido por George Friedman y George Gurtvich, dos de los principales mandarines de la época. Gracias a una beca de la Fundación Rockefeller, pasa una temporada en la Universidad de Harvard; allí, conoce a Talcott Parsons, padre del funcionalismo norteamericano —en boga en ese momento—, cuya orientación sociológica estará siempre en el centro de sus críticas (1977, p. 64). En 1956 se desplaza a Chile, donde sella su compromiso con América Latina y se casa con la investigadora Adriana Arenas. En 1958 ingresa a la École des hautes études en sciences sociales (EHESS), también de manera temprana, pues es sorprendente que haya sido admitido tan joven en una institución tan prestigiosa. En 1959 participa en la fundación de la revista Sociologie du travail. Durante muchos años es directeur d’études en la EHESS y dirige el Centre d’études des mouvements sociaux (CEMS) y, posteriormente, el Centre d’analyse d’intervention sociologique (CADIS), dos de los principales espacios de investigación de esta institución (Touraine, 2000).

En 1964 sustenta su tesis de doctorado. En aquella época era obligatorio presentar dos tesis; en su caso, una tesis secundaria sobre la conciencia obrera que tuvo como jurados a Ernest Labrousse (el célebre precursor de la historia cuantitativa en Francia) y George Gurvitch, que dará origen al libro del mismo nombre publicado en 1966, y una tesis principal, un trabajo de carácter teórico llamado Sociologie de l’action, bajo la dirección de Raymond Aron, quien ejercía al mismo tiempo de jurado con George Friedman y Jean Stoetzel (el célebre psicólogo social de la época). Aron cuenta en sus memorias que reprochó a Touraine el hecho de “lanzarse a análisis más filosóficos que sociológicos, sin el dominio de los conceptos, sin la formación del filósofo” (Aron, pp. 480-481). Este planteamiento propició que los otros dos jurados “compitieran en severidad” en el enjuiciamiento de la tesis. De acuerdo con Touraine, su ceremonia de iniciación académica se convirtió en una verdadera pesadilla. Años más tarde, en entrevista con un colega de la EHESS, confiesa que a lo largo de su vida había tenido “poca afición a la filosofía” (2000, p. 44).

Esta supuesta “carencia de formación filosófica” inicial va a ser el punto de partida de muchas de las críticas que se formulan posteriormente a su trabajo intelectual. En el momento de ocupar la vacante dejada por Claude Lévi-Strauss en el Collège de France a comienzos de los años ochenta, la candidatura de Touraine fue derrotada por la de Pierre Bourdieu, quien sí había cursado estudios de filosofía en la ENS. La filosofía y la literatura, como en el caso de Jean-Paul Sartre, eran las credenciales académicas más valoradas en el campo de las humanidades, en un momento en el que las ciencias sociales aún no habían alcanzado su pleno prestigio. Los cuatro grandes maestros de esta generación van a ser, precisamente, los encargados de dar a la sociología el estatus de disciplina respetable en el cenáculo de la vida intelectual francesa de los años sesenta en adelante.

La obra de Touraine se puede clasificar en cinco grandes ámbitos (la sociología industrial, la elaboración teórica, la sociología de los movimientos sociales, la caracterización de las sociedades contemporáneas y los estudios sobre América Latina) construidos antes de 1988, un momento de inflexión en la elaboración de su obra. A partir de 1990, y hasta el final de su vida, el autor se dedica de manera prioritaria al estudio de las características de las sociedades contemporáneas en cuyo marco introduce nuevos referentes intelectuales, como las nociones de sujeto y derechos culturales, con un enfoque que oscila entre la filosofía social y la sociología, con énfasis en el primero. Hay que reconocer que no todos los textos producidos en las últimas tres décadas de su vida son de fácil lectura. A pesar de la diversidad, su obra, construida a lo largo de siete décadas, gira alrededor de una serie de problemas fundamentales que se van enriqueciendo con el paso de los años.

LA SOCIOLOGÍA DEL TRABAJO

En primer lugar, tenemos que considerar los trabajos de sociología del trabajo o sociología industrial, que constituyen la primera parte de su obra y corresponden a investigaciones claramente relacionadas con una sociología de orientación empírica. Touraine trabajó durante algún tiempo bajo la égida de George Friedmann (1902-1977), el gran clásico de la sociología del trabajo en Francia, autor del famoso libro Los problemas humanos del maquinismo industrial (1946), quien fue su maestro y orientador. Bajo su tutela llevó a cabo las investigaciones que dieron origen a La evolución del trabajo obrero en las fábricas Renault (1955), su primera obra. Dos libros más completan el ciclo de la sociología del trabajo: Obreros de origen agrícola (1961) y La conciencia obrera (1966). Los trabajos sobre el movimiento obrero constituyen el antecedente más importante de lo que va a ser posteriormente su preocupación por los movimientos sociales. El último documento de la serie de “intervención sociológica”, como veremos más adelante, se denomina precisamente El movimiento obrero (1984), escrito en colaboración con Michel Wieviorka y François Dubet.

A lo largo de su vida, Touraine combina en grados diversos el trabajo de campo con las preocupaciones teóricas de carácter general sobre la sociedad contemporánea o sobre la teoría sociológica. Sin embargo, su vínculo inicial con la sociología nace de su compromiso directo con las condiciones del trabajo obrero en dos regiones. En 1947 abandona, después de dos años, sus estudios de historia en la ENS para desplazarse a la ciudad de Debrecen en Hungría, donde realiza su primera investigación sociológica, sobre la reforma agraria. A su regreso a París, en lugar de retomar sus estudios, logra un contrato como minero raso en las minas de carbón del norte del país, cerca de Valenciennes, para compartir con sus colegas en “las barracas de los inmigrantes, la mayoría alemanes” las difíciles condiciones de trabajo. Estas experiencias se convierten en el punto de partida de su interés por el estudio de la sociología del trabajo. Fue en esa ciudad precisamente donde encontró en una librería el ya citado libro de Friedmann, a quien escribe solicitándole su apoyo. Gracias a este contacto se integra como investigador a un estudio sobre la industrialización y, por recomendación de su maestro, decide terminar sus estudios universitarios (1977, pp. 34-49; 2000, pp. 44-45).

El punto de partida de su carrera intelectual y sociológica es, pues, el interés por la condición de los obreros y su significación política como actores centrales en el modelo de sociedad representado por la sociedad industrial. En su primer libro autobiográfico afirma: “Yo pensaba, como muchos, que la máquina, el trabajo obrero y la acción colectiva obrera iban a construir una nueva sociedad” (1977, p. 45). A su paso por Chile, en 1956, se interesa igualmente por el trabajo en las minas y en las siderúrgicas. En algún momento, a finales de los años sesenta, llevó a cabo una gran investigación sobre el movimiento obrero en América Latina en la que se refiere a Medellín en uno de sus capítulos, a cargo del profesor Daniel Pécaut (Pécaut y Valencia, 2017, pp. 76-82), uno de sus discípulos más cercanos en aquel momento. Como resultado de este trabajo, se publicó el libro Política y sindicalismo en Colombia (1976), una especie de prólogo al informe de la investigación mencionada.

El movimiento obrero aparece entonces como el modelo por excelencia del movimiento social, propio de la sociedad industrial. Sus características y su dinámica son el punto de partida para llevar a cabo el contraste con otro tipo de movilizaciones. Los obreros compartían con los capitalistas una valoración positiva del industrialismo, la creencia en el progreso y en la significación de la productividad como paso previo a la construcción de una nueva forma de vida. La característica fundamental de la época contemporánea es precisamente la pérdida de centralidad de las luchas de los trabajadores como gestoras del cambio social y la irrupción de nuevos movimientos que compiten por el control y el liderazgo del cambio social.

LA ELABORACIÓN TEÓRICA

El segundo gran ámbito de la obra de Touraine es la producción teórica y comprende, durante la primera parte de su vida, al menos cuatro libros. El primero, Sociologie de l’action, trata temas como el descubrimiento del sujeto, la importancia de la crítica weberiana, los aspectos básicos de la sociología del trabajo, las organizaciones, el trabajo industrial, la conciencia obrera, el movimiento obrero, etc. La sociología es claramente definida como una “ciencia de la acción social”, relacionada con sujetos históricos, con el problema del sentido, con la acción original, creadora de significados nuevos, no considerada simplemente como la respuesta a una situación, estructuralmente definida, sino, sobre todo, como innovación. Su método de análisis es denominado por el autor como “accionalista”. El objetivo del libro es definir los principios fundamentales de este tipo de orientación.

Un libro con este enfoque era relativamente marginal en el ambiente de la época y su publicación era un acto de gran valor intelectual y una apuesta perdida de antemano, puesto que las posibilidades de lograr una audiencia eran casi nulas. Aparece en 1965, en el mismo momento en que el estructuralismo era considerado la realización definitiva del proyecto de las ciencias humanas, consagrado en el inventario que hace Michel Foucault en el capítulo X de Las palabras y las cosas (1977, pp. 334-375).

El libro es sofocado por las grandes obras del estructuralismo, en boga en ese momento: Les mots et les choses (1966) de Michel Foucault, los Écrits (1967) de Jacques Lacan , Lire le Capital (1966) de Louis Althusser y Etienne Balibar, Le système de la mode (1967) de Roland Barthes, la serie Mythologiques (1964-1971) de Claude Lévi-Strauss y muchos otros. El año 1966, coincidente con la publicación, es considerado por François Dosse, en su Histoire du structuralisme, como “l’année lumière” o “l’année structurale”, en el “pays de la structure” (1992, pp. 368-403). El criterio dominante de cientificidad no residía propiamente en una consideración acerca de los actores sociales sino, de acuerdo con Claude Lévi-Strauss, en el modelo lingüístico de Nikolái Troubetzkoy y Roman Jakobson, considerado la máxima expresión de lo que podía ser entendido como ciencia (Lévi-Strauss, 1958, p. 40).

El estructuralismo enfatiza en las estructuras, en la “muerte del hombre”, en la reducción del sentido que los actores le otorgan al lugar que ocupan sus actos en una estructura. Uno de sus principios fundamentales, en palabras de Gilles Deleuze, consiste en afirmar que “los lugares en un espacio puramente estructural son primeros con relación a las cosas y a los seres reales que vienen a ocuparlos”. (1983, p. 572). Touraine, por el contrario, se desplaza desde los sistemas sociales, de la reproducción y de las funciones, hasta el actor social definido por su voluntad de construirse como “un ser activo y autónomo”. La consigna que recorre su obra de un extremo a otro es la de no caer nunca en la explicación de las conductas de los actores por las situaciones.

El libro se inscribe en las repercusiones que tiene en el marco de la vida intelectual francesa la obra de Jean-Paul Sartre y se proyecta más bien para un lector futuro. Así lo dice su autor en la edición francesa:

Este libro se elaboró durante un período dominado todavía por las esperanzas y los movimientos de la Liberación, dominada por la influencia de J.-P. Sartre, y aparece en un momento en el que, en su conjunto, la sociedad francesa ya no se reconoce como un sujeto de la historia y, por consiguiente, su sensibilidad a los análisis estructuralistas es particularmente viva, al mismo tiempo que su “americanización” da un nuevo vigor al análisis funcionalista. Este libro, pues, es inactual y tal vez no se dirige a los lectores franceses de hoy en día, sino más bien a los de sociedades que construyen o tratan de construir, en diversas partes del mundo, nuevos modelos de sociedades industriales. (1966, p. 96)

La segunda gran obra teórica de Alain Touraine es Production de la société (1973), en la que los antiguos temas son recogidos de nuevo en un desarrollo significativamente más complejo. Si en la primera obra cuestiona la concepción estructuralista de las ciencias sociales haciendo “flecha de cualquier madero”, en esta la madurez es evidente y se esbozan más claramente los principios básicos de la sociología de los movimientos sociales. Esta obra pretendía convertirse en un gran tratado de sociología general, alternativo al sistema parsoniano, pero desafortunadamente no tuvo la repercusión que, con seguridad, el autor esperaba.

El nombre de la obra es un claro indicio de su orientación, pues opone la idea de “producción de la sociedad” a la de “reproducción de la sociedad”, que había sido puesta en el tapete por los teóricos marxistas. Étienne Balibar, por ejemplo, dedica uno de los capítulos del libro Para leer el capital (que comparte con Louis Althusser) al estudio del proceso de reproducción (pp. 277-296). Este último inscribe las ideologías en un proceso de reproducción de los medios de producción y de la fuerza de trabajo como parte de la superestructura (1971, pp. 11-20). El tema de la reproducción es claramente de carácter estructuralista.

Para Touraine, por el contrario, el concepto de reproducción no es el punto de partida: las sociedades no solamente se reproducen, sino que también se producen, obran sobre sí mismas, se transforman de acuerdo con las luchas que las definen, se orientan en un sentido u otro. En la introducción a esta obra trae a cuento el famoso aforismo de Marx, que aparece en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias (...) que existen y les han sido legadas por el pasado” (1973, p. 408), para afirmar, a renglón seguido, que su obra es el desarrollo de la primera parte de este aforismo (1973a, pp. 7-20). El objetivo principal de la sociología es comprender cómo los hombres hacen su historia a través de su trabajo y de sus relaciones sociales. La introducción del libro La voix et le regard, que inaugura los estudios basados en la “metodología de la intervención sociológica”, tiene por nombre, precisamente, ‘Los hombres hacen su historia’ (1978a, pp. 9-42).

El libro es un trabajo teórico de gran envergadura, pues pretende definir los elementos conceptuales del campo de la sociología de la acción: la historicidad (la capacidad que tiene la sociedad de obrar sobre sí misma); el sistema de acción histórica con todos sus componentes tal como es expuesto en el capítulo II; las relaciones de clase, el sistema político e institucional, la organización social, el cambio social y, sobre todo, la sociología de los movimientos sociales, que se va a convertir en el aspecto más importante de la sociología de Touraine. El capítulo VI es una excelente presentación de las categorías básicas que los definen (identidad, oposición y totalidad), como veremos más adelante.

La tercera y la cuarta obra teórica de Touraine consiste en dos libros que tienen sobre todo un carácter difusivo y sintético de los planteamientos elaborados en sus dos primeras obras. La primera, Pour la sociologie, publicada en francés en 1974 y traducida (pésimamente) al español como Introducción a la sociología por la Editorial Ariel en 1978, hace referencia a lo que significa ser sociólogo, a las bases teóricas de la sociología, a las características de las sociedades postindustriales y de los modernos movimientos sociales, entre otros aspectos. La segunda, Le retour de l’acteur, publicada en francés en 1984 y traducida al español en 1987 bajo el mismo nombre por Editorial Eudeba, recoge ensayos sobre diversos temas relacionados con los principios básicos de la sociología de la acción social y del actor social, publicados probablemente en diferentes revistas y reunidos allí en un solo volumen.

En El retorno del actor Touraine hace un balance del estado de la sociología entre los años sesenta y ochenta que lo conduce a postular la crisis del modelo de sociedad propuesto por la sociología clásica y la necesidad de su reconstrucción a partir de un modelo de acción social. Los aportes de la sociología clásica son considerados extraordinariamente fecundos por el autor, pero están marcados por una contradicción entre el conocimiento del sistema y la comprensión de los actores. Desde los años treinta el modelo habría entrado en crisis cuando en el plano de los acontecimientos el actor social y la sociedad se oponen en lugar de establecer una correspondencia. Se impone entonces la necesidad de crear una nueva representación de la vida social y una nueva sociología que permita descifrar el comportamiento de los actores como distinto y autónomo frente a la lógica de las estructuras.

La creación de una nueva sociología se enfrenta con dos problemas, presentes en el debate sociológico: en primer lugar, la tendencia a describir la sociedad como un sistema sin actores, propia del estructuralismo; y, en segundo lugar, la idea de analizar el actor por fuera de toda referencia al sistema social, propia de las corrientes inspiradas por el liberalismo o las teorías de la acción racional. Su idea es, literalmente, la siguiente: “Trataré de reemplazar una representación de la vida social fundada sobre las nociones de sociedad, de evolución y de rol, por otra en la que las nociones de historicidad, de movimiento social y de sujeto ocupen el mismo lugar central” (1984, p. 31).

La crisis de la sociología clásica también se manifiesta, según Touraine, en la corriente llamada interaccionismo simbólico, propuesta por Goffman en su obra clásica The presentation of Self in Everyday Life (1959), traducida al español como La presentación de la persona en la vida cotidiana (1981). De acuerdo con su crítica, en esta perspectiva la explicación de las conductas se lleva al extremo de un juego puro de interacciones en un espacio social que no está definido por normas institucionales e interiorizadas. Los actores juegan roles sociales y se definen unos con respecto a otros. Este tipo de perspectiva, en su opinión, al igual que la etnometodología nacida de la obra de Harold Garfinkel, corresponde a una “atmósfera de desencantamiento post-funcionalista”.

La característica central de las sociedades modernas es que han adquirido una extraordinaria capacidad de obrar sobre sí mismas, a la que Touraine da el nombre de historicidad. Las sociedades tradicionales estaban dominadas por mecanismos de reproducción social y cultural, y funcionaban de manera casi automática y sin cambios mayores a lo largo del tiempo; es decir, se repetían sin cesar en sus estructuras básicas. En las sociedades modernas, en cambio, habría que hablar de “producción de la sociedad”, es decir, de la capacidad de acción sobre sí mismas, capacidad que estas sociedades tienen por característica central. Por tal motivo, conceptos como acción y movimiento social son básicos para dar cuenta de la nueva sociedad. Hay que redefinir la categoría de sujeto no sobre la base de su capacidad de dominar el mundo, como ha ocurrido en Occidente desde el Renacimiento (según el autor), sino por la distancia que el propio sujeto puede tomar con respecto a su capacidad de transformar el mundo.

La nueva sociedad está marcada por la existencia de nuevos actores sociales y por la organización de conflictos orientados al control de la historicidad, o sea, al control del cambio histórico. La sociología de la acción se niega a explicar al actor por medio del sistema social; cada situación es vista como resultado de relaciones entre actores, “definidos tanto por sus orientaciones culturales como por sus conflictos sociales”. Un movimiento social no es simplemente la respuesta a una situación, sino la puesta en cuestión de una relación de dominación que permite a un actor controlar por sí mismo los principales recursos culturales de que dispone (1984, pp. 35-36).

Touraine se opone a la idea de determinismo, entendido en el sentido estructuralista (como una forma de definir a los actores sociales), y a cualquier tipo de “fatalismo” que postule una orientación inevitable de la historia, ajena a la acción de los actores sociales. El actor individual, al mismo tiempo que está condicionado por una situación, participa en la producción de esta situación; no es simplemente una marioneta, un efecto de una situación, un ventrílocuo, un medio pasivo de expresión de estructuras, sino un agente activo y original que introduce sentidos nuevos y redefine los contextos. La idea de movimiento social, por ejemplo, considera que los actores no se limitan a reaccionar frente a situaciones, sino que también las engendran” (1984, p. 69). El eco de la sociología de Jean-Paul Sartre está, pues, claramente presente aquí: “un hombre se caracteriza sobre todo por la superación de una situación, por lo que logra hacer de lo que hicieron de él, incluso si no se reconoce nunca en su objetivación” (1960, p. 63).

Su crítica del determinismo y del fatalismo va de la mano con la idea de que los conflictos entre los actores centrales es lo que hace que las sociedades cambien y se transformen. La sociedad se define como un “campo de creación conflictiva”. El desarrollo histórico no es el producto ciego del funcionamiento de unas estructuras, sino de la capacidad que tiene una sociedad para intervenir sobre su propio funcionamiento, producir sus principales orientaciones normativas y definir el tipo de relaciones sociales que se dan en su seno. El conflicto no es valorado con signo negativo, como factor de desestabilización, sino, por el contrario, como expresión de dinamismo y capacidad de transformación. El nivel más elevado de la acción social es precisamente su historicidad, es decir, la capacidad de una sociedad para obrar sobre sí misma.

Es importante valorar el aporte que hace Touraine, pero lo es igualmente formular algunas críticas. Su apreciación sobre la sociología clásica es tal vez demasiado drástica, ya que esta no se puede definir de entrada como una entidad homogénea; es probable que su crítica sea aplicable al modelo de Durkheim y a la concepción estructuralista del marxismo, pero en la sociología clásica también aparece la dimensión de la acción y del actor social en la obra de Max Weber, de Georg Simmel e, incluso, del propio Marx, si se lee con rigor, al igual que en la corriente que se suele denominar como “marxismo occidental” (Georg Lukács, Escuela de Frankfurt, Gramsci, entre otros).

El proyecto de crear sobre nuevas bases una sociología a partir de la noción de acción social y de actor social, aunque legítimo, aparece en algunas partes de su obra como un acto sobredimensionado. Es propio de ciertos autores franceses la costumbre de desechar de un solo golpe la tradición en cualquier ámbito del saber y de considerar necesario volver a construir las bases desde cero, sobre todo a partir de la obra del mismo autor que produce esta clase de juicios terminantes.

Los autores alemanes, por el contrario, son mucho más cautelosos y respetan mucho más la tradición. Habermas, por ejemplo, construye su idea de la conocida “acción comunicativa” con base en una revisión minuciosa de la tradición sociológica, criticando y descartando ciertas cosas, pero conservando otras; en ningún momento nos encontramos con la idea de que una forma de pensamiento se ha derrumbado, y tenemos que emprender una reconstrucción desde el principio. Mientras que el mundo intelectual alemán es más sensible a la idea de Aufhebung (criticar pero conservar), el francés es muy sensible a la idea de ruptura, tal como la plantea Gastón Bachelard en su libro clásico La formación del espíritu científico (1972). La obra de Touraine no es ajena a este rasgo.

Esta actitud se encuentra ilustrada en un artículo llamado ‘Mutación de la sociología’, que aparece en Le retour de l’acteur (pp. 57-74). Un primer acápite, llamado deconstrucción, nos habla de la “descomposición de la sociología clásica”; el siguiente, llamado reconstrucción, nos habla de la definición de lo que sería un nuevo análisis sociológico. Podemos valorar la renovación que Touraine quiere hacer en la sociología a partir de las nociones de sujeto, actor y movimiento social, también su crítica a la concepción estructuralista de las ciencias sociales, pero en lo que no podemos estar de acuerdo es en el juicio drástico sobre la tradición sociológica o en la idea implícita de que sólo por la vía de su propia construcción sociológica es posible renovar la sociología. Hoy en día existen diversas corrientes que fluyen un sentido similar a la propuesta de Touraine.

El lector o aprendiz de sociólogo que quiera formarse una idea básica de la sociología de Touraine puede remitirse al capítulo II del libro Introducción a la sociología, donde el autor expone lo que llama “diez ideas para una sociología” y que da nombre al capítulo con que se inaugura la primera parte del libro (68-119). Igualmente, en El regreso del actor aparece un capítulo llamado “Ocho maneras para desprenerse de la sociología de la acción”, que va en el mismo sentido (107-140). En ambos libros encontramos expuestas las ideas básicas de lo que Touraine entiende por sociología, y lo más valioso es que cada una de estas ideas es presentada en términos de la oposición a un planteamiento que la contradice. Allí el lector podrá juzgar si la “sociología de la acción” es presentada como una ruptura o como una perspectiva que valora y recupera positivamente la tradición, así no la comparta plenamente. El gran impulso vital e intelectual de Touraine, su afán de crear y de innovar, de “penser autrement” (expresión que da nombre a uno de los libros de la última parte de su vida), digno de todo reconocimiento, lo impulsa a veces a exagerar y unilateralizar sus puntos de vista.

LA SOCIOLOGÍA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Los acontecimientos de mayo de 1968, que conmocionaron la vida francesa y tuvieron grandes repercusiones a nivel mundial, tienen una enorme importancia en la trayectoria intelectual de Touraine, tanto en su vida personal como en el desarrollo de su pensamiento y en la evolución de sus intereses investigativos. La novedad de la movilización estudiantil es el punto de partida para el paso del estudio del movimiento obrero al de los movimientos sociales, así como para la redefinición del tipo de sociedad industrial que había predominado en las décadas anteriores.

El movimiento de mayo de 1968 comenzó en la Universidad de Nanterre (París XIV), en las afueras de París, y de allí se extendió a otras universidades, a los liceos y, posteriormente, al conjunto de la sociedad francesa. Desde 1967 y hasta finales de 1969 Touraine fue el director (es decir, el responsable) del Departamento de Sociología (lugar de origen de la movilización estudiantil), cargo desde el que asumió posiciones audaces: fue partidario de la supresión de los exámenes y se opuso a la expulsión de Daniel Cohn-Bendit, principal líder de la revuelta. Su tarea, de acuerdo con sus propios términos, consistía en defender la continuidad de la enseñanza universitaria, pero, al mismo tiempo, la acción de los estudiantes (1977, pp. 193-202).

El propio Touraine es uno de los primeros intérpretes del movimiento, puesto que a los pocos meses escribe una obra para analizar lo sucedido llamada Le mouvement de Mai ou le communisme utopique (1968), reeditada treinta años después. Los planteamientos básicos de su análisis también aparecen desarrollados y sintetizados en un breve ensayo llamado “El movimiento estudiantil: crisis y conflicto”, que hace parte de su libro La sociedad postindustrial, publicado en francés y en español en 1969. Ambos textos fueron escritos al calor de las luchas, durante el segundo semestre de 1968.

El movimiento de mayo ha sido interpretado de muy diversas formas: como complot y como intento de subversión (interpretación del gobierno de Charles de Gaulle y George Pompidou), como resultado de la crisis de la Universidad, como revuelta de la juventud, como crisis de la civilización (puesta en cuestión de la sociedad de consumo, crítica de los valores del progreso), como conflicto social de tipo tradicional cuyo origen estaría en la esfera económica (huelgas obreras y aumento del desempleo), como crisis política (las instituciones de la Quinta República no dejaban lugar a una alternativa política) o como una nueva tipología del conflicto de clases. Esta última interpretación ve en el movimiento “una nueva forma de lucha de clases”, ya no directamente económica, sino más bien “social, cultural y política”, dirigida contra la dominación, la tecnocracia o la explotación.

Para Touraine el movimiento de mayo de 1968 tenía dos sentidos. En primer lugar, se trataba de una “revuelta cultural” que se hacía cargo de temas nuevos relacionados con la vida personal, la sexualidad, la expresión, tal como se manifiesta de manera clara en los grafitis de la época (“seamos realistas: pidamos lo imposible”, entre muchos otros). En segundo lugar, el movimiento representaba, en toda su complejidad y en toda su riqueza, “la renovación de los movimientos sociales” y de las “acciones colectivas de base” (1977, p. 198). Nos encontrábamos, dice el sociólogo, frente a la “presencia de un movimiento social” que implicaba “la definición de un nuevo campo marcado por nuevas luchas” (1977, p. 199).

El principio metodológico del análisis propuesto por Touraine consiste en partir de la idea de que en los acontecimientos existe una mezcla e, incluso, una confusión de diferentes sentidos, y no se puede llevar a cabo una explicación global de conjunto. Por consiguiente, lo que hay que hacer es “aislar en los acontecimientos los diversos sentidos que se encuentran confundidos en ellos” y definirlos uno a uno: la crisis universitaria, la rigidez de las instituciones económicas y políticas, el nacimiento de un movimiento social antitecnocrático, la revuelta cultural. En un segundo momento, habría que estudiar la manera como se entrelazan y conjugan los diferentes aspectos que en el primer momento se han separado hasta conformar una dinámica de conjunto.

Es interesante observar que una de las características centrales del pensamiento de Touraine es un estilo cartesiano orientado por un doble movimiento de descomposición y recomposición. Muchos de sus análisis consisten en mostrar la manera en que diversos elementos se encuentran asociados o disociados, tal como aparece en múltiples ilustraciones que se pueden rastrear a lo largo de su obra: define las sociedades dependientes como el resultado de la desarticulación de las relaciones de producción y las formas de dominación; los movimientos sociales son el resultado de la asociación de tres aspectos: identidad, oposición y totalidad; la sociedad industrial se define por la integración de diversas esferas de la actividad humana (económicas, sociales, políticas y culturales) y la hipermodernidad, característica de la época de la globalización, por la manera como estas actividades se disocian, en particular la economía que, al globalizarse, se aísla del conjunto; la cultura de la modernidad se caracteriza por las disociaciones que se establecen entre diversos aspectos entre los que se impone la escogencia; las mujeres, por el contrario, como movimiento cultural, tienen en sus manos la posibilidad de combinar los elementos que estaban separados en nuestro mundo y en nuestras vidas: lo público y lo privado, lo particular y lo universal, la vida privada y la vida profesional, el cuerpo y el espíritu, el progreso y la estabilidad (Touraine, 2006). No se trata, pues, de una categoría marxista de totalidad, que subordine el sentido de las partes a la lógica del conjunto o de una sofisticada categoría estructural inspirada por la lingüística, sino del conocido método resolutivo compositivo, de análisis y síntesis, que encontramos en la obra de Descartes. El lector atento puede encontrar fácilmente en su obra múltiples ilustraciones similares.

LA INTERVENCIÓN SOCIOLÓGICA

El tercer gran ámbito de trabajo de Touraine es la sociología de los movimientos sociales, tema por el que ha sido mundialmente conocido y campo en el cual ha hecho probablemente los mejores aportes a las ciencias sociales. Esta orientación no le es exclusiva. Se trata de una perspectiva que se desarrolla en la coyuntura de los años sesenta y setenta, en un momento en el que aparecen en los países occidentales luchas sociales o culturales con nuevos ámbitos de conflicto, nuevos elementos en juego y nuevos actores, sobre todo en contraposición con lo que había sido el clásico movimiento obrero que, si bien había entrado en crisis, seguía siendo el modelo de inspiración de las nuevas movilizaciones. Los movimientos sociales más importantes aquí son la lucha por los derechos civiles que estalla en los Estados Unidos en los años sesenta (Martin Luther King es asesinado en abril de 1968) y mayo de 1968 en Francia.

La primera interpretación que aparece de estas nuevas formas de movilización, elaborada por el sociólogo norteamericano Daniel Bell, vincula la noción de movimiento social a las nociones de participación política y cambio social. Los regímenes democráticos favorecen la participación de las gentes, pero esa participación se encuentra limitada por las instituciones existentes que no dan cabida a las nuevas demandas que surgen en la población. El desfase entre las nuevas demandas y la rigidez de las instituciones sería entonces la explicación del surgimiento de la acción colectiva y de las luchas sociales que se llevan a cabo en busca de un mayor reconocimiento. La primera interpretación de estos movimientos sociales se da, pues, bajo la idea de que constituyen una forma de expresión de demandas no institucionalizadas (Bell, 1977).

La sociología de los movimientos sociales de Alain Touraine se opone a esta interpretación. Su idea es que los movimientos sociales no se pueden explicar como demandas sociales que no han tenido respuestas institucionales, sino como resultado de un conflicto propiamente social, que se diferencia del conflicto estrictamente político. Touraine vincula los movimientos sociales a las luchas de clases, pero considera igualmente que el agente del movimiento social no es definible necesariamente en términos de clases (1973a, p. 363).

Existe una conceptualización muy acabada que sirve de punto de referencia para el estudio de los movimientos sociales en la obra de Touraine, al igual que una metodología (la intervención sociológica) que vincula directamente al investigador con los protagonistas de la movilización para que lleven a cabo un autoanálisis de su situación y se confronten con los puntos de vista de los investigadores. La teoría acerca de los movimientos sociales se encuentra esbozada desde su primera obra, Sociologie de l´action, pero aparece plenamente desarrollada en el capítulo V de Production de la societé (1973a, pp. 347-430). En Le retour de l’acteur hay un capítulo donde se exponen los fundamentos de esta teoría (1984b, 141-180), al igual que en ¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes, publicado en 1997 (pp. 99-133), que corresponde a una presentación global de las líneas básicas de su pensamiento, elaborada en la segunda parte de su vida.

El trabajo de Touraine y sus discípulos, como ya hemos observado, consiste en tratar de identificar un movimiento social propio de la sociedad contemporánea que sea tan crucial para ella como lo fue el movimiento obrero para la sociedad industrial. El proyecto, en sus propios términos, consiste en “explorar las luchas sociales de hoy en día” para identificar cuál sería “el movimiento social y el conflicto” que podría jugar el rol central que tuvo el movimiento obrero en la sociedad industrial, es decir, como portador de un “contra modelo de sociedad” (1980, p. 11).

El estudio de los movimientos sociales con base en la metodología de intervención sociológica se inaugura a partir de la publicación de La voix et le regard en 1978, que constituye la obra fundadora de este tipo de orientación en las ciencias sociales, ya que allí se exponen sus principios y su metodología. Alrededor de este tema se conforma un equipo de investigadores que trabajan en el análisis de diversos movimientos sociales: Michel Wieviorka (muy conocido actualmente y tal vez el más destacado de todos), François Dubet, Zsuzsa Hegedus, entre otros.

Este grupo, bajo el comando de Touraine, publicó seis estudios de movimientos sociales en Europa: Lutte étudiante (1978b), sobre los movimientos estudiantiles; La prophétie anti-nucléaire (1980), sobre los movimientos antinucleares en Francia a finales de la década de 1970; L’après socialisme (1980), sobre el modelo político de la izquierda socialista en Francia; Le pays contre l’Etat (1981), sobre el movimiento occitano y sus esfuerzos por separarse del país; Solidarité (1982a), sobre la movilización desencadenada en el mundo socialista del momento, en particular el movimiento Solidaridad en Polonia, y Le mouvement ouvrier (1984).

Touraine entiende por movimiento social un tipo de movilización muy precisa que se diferencia de las llamadas conductas colectivas, que se definen como consecuencia o efecto de un elemento dado en el sistema social o como respuesta a una situación. El movimiento social se diferencia también de las luchas definidas en términos estrictamente políticos, en el marco de una concepción estratégica. Un movimiento social no se define simplemente como una respuesta a una situación, sino precisamente como la irrupción de una novedad que pone en cuestión una situación y crea significaciones nuevas.

La conceptualización de los movimientos sociales que lleva a cabo Touraine parte de tres elementos: el principio de identidad (I), el de oposición (O) y el de totalidad (T). El principio de identidad se refiere a la definición que el actor hace de sí mismo en el conflicto; el principio de oposición es la manera como el actor identifica y construye al adversario; y el principio de totalidad, el campo de conflicto en el que se expresa lo que está en juego. Existe movimiento social cuando los tres elementos están presentes y fuertemente integrados, de tal manera que adquieren sentido unos con relación a los otros; si la integración de los elementos no se produce, o si el campo de conflicto no está claramente definido, no podemos hablar de movimiento social. En La sociologie de l’action, dice: “Sólo se puede hablar de acción histórica, de movimientos sociales más concretamente, si estos tres principios coexisten y están ligados unos a otros” (1965, p. 161).

Sin embargo, los movimientos sociales que conocemos son de alguna manera desequilibrados porque las diversas dimensiones no se corresponden perfectamente. Puede darse el caso, por ejemplo, de que predominen I-T, I-O u O-T. Cuando predomina el componente de la identidad, es decir, la defensa de los intereses propios, pero sin definición de un adversario y sin plantearse el problema del marco en que se desarrolla la acción, nos encontramos frente a un grupo de presión; si un actor se constituye por oposición a otros, pero sin definir su propia identidad, nos encontramos simplemente frente a una forma de protesta social; si un movimiento o un actor se define de manera exclusiva en referencia a los valores generales de la civilización, nos encontramos frente a un movimiento de ideas.

El movimiento de mayo del 68 es uno en el que predomina la dimensión identidad (I), es decir, se trata más de un conflicto social que de cualquier otra cosa. A partir de estas oposiciones Touraine lleva a cabo una clasificación de los movimientos estudiantiles que se desarrollan en ese momento en los Estados Unidos, en Checoslovaquia, en Francia, etc. (1969, 121-142).

La definición del movimiento social pasa por la definición de estos tres elementos de manera indefectible y muy rigurosa, a tal punto que la mayor parte de los estudios impulsados por sus discípulos llegan a la conclusión de que ninguna de las movilizaciones sociales analizadas tiene la dignidad de llamarse movimiento social: ni la lucha estudiantil, ni la lucha antinuclear, ni la luchas ecologistas, ni las luchas regionales contra el Estado logran constituir un movimiento social. El movimiento obrero sigue siendo el único que responde efectivamente a estas tres exigencias, sobre todo en su versión clásica; pero la crisis de la sociedad industrial ha hecho perder al movimiento obrero parte de sus atributos.

El análisis de los movimientos sociales se encuentra vinculado en Touraine a un tipo de trabajo denominado “método de intervención sociológica” (1978a, pp. 181-307), que consiste en una forma de participación y de integración de los investigadores con los actores sociales propios de un movimiento social bajo la idea de romper con la postura clásica del sociólogo como un investigador que toma distancia para captar los procesos sociales objetivamente. El “método de intervención sociológica”, por el contrario, consiste en comprometer a los investigados en una indagación por el sentido de su movilización. Todo ello con base en la idea de que las acciones realizadas están más allá de las ideas que los propios actores elaboran y, por consiguiente, necesitan ser recuperadas en su confrontación mutua.

El método empieza por formar grupos de aproximadamente quince personas que pertenezcan a la movilización social que va a ser estudiada. A cada participante se le informa de la naturaleza del trabajo que se va a realizar y se le permite libertad de expresión total. El grupo lleva a cabo reuniones con interlocutores que hacen parte del campo de acción considerado: si se trata de obreros, por ejemplo, se entrevista a los patronos, capataces, ingenieros y sindicalistas para crear entonces un debate que saque a flote la complejidad de las posiciones y las contradicciones que existen entre ellos.

En un segundo momento, los sociólogos elaboran hipótesis interpretativas que tratan de dar cuenta de las características de las posiciones de los unos con respecto a los otros. Estas hipótesis son presentadas al grupo y debatidas con los participantes de tal manera que ocurra una especie de autoanálisis de la situación. A medida que va transcurriendo el proceso, la intervención de los sociólogos es cada vez mayor y más directa en la proposición de nuevas hipótesis. La idea es que los investigadores y actores sociales trabajen en conjunto. Los sociólogos conforman diferentes grupos y van construyendo hipótesis y contrastándolas dentro de los grupos mismos hasta encontrar las hipótesis válidas (Touraine, 1982b).

Con el “método de intervención sociológica” se llevó a cabo una buena parte de los estudios de movimientos sociales en el marco del grupo de trabajo de Touraine entre 1976 y 1981. Posteriormente, el mismo método fue aplicado por parte de sus discípulos, ya de manera autónoma, al estudio de lo que se denomina “anti-movimientos sociales”, es decir, aquellas movilizaciones colectivas en las que tienden a negarse los principios constitutivos de un movimiento social (I-O-T), como es el caso de la violencia y el terrorismo. Michel Wieviorka usó este método para estudiar diversos grupos terroristas europeos como las Brigadas Rojas, la ETA, la Fraction armée Rouge, etc. Existen varias publicaciones con los resultados de este trabajo (Wieviorka, 2004).

LA CARACTERIZACIÓN DEL TIPO DE SOCIEDAD

El cuarto ámbito de reflexión de Touraine, por el que ha sido ampliamente conocido en el mundo entero, tiene que ver con la caracterización de las sociedades contemporáneas, desde la llamada “sociedad industrial”, definida por la importancia de la industrialización y de los actores vinculados a ella, los empresarios y los trabajadores, hasta la hipermodernidad del momento actual, tema privilegiado de su última obra (2018). Cada tipo de sociedad tiene sus propios actores, sus propias clases sociales, sus propios tipos de movimientos sociales, sus propias formas de organización, de participación social y de innovación cultural.

Los movimientos sociales surgen en los años sesenta en un momento de gran crecimiento económico que bien ha denominado Eric Hobsbawn los “treinta gloriosos” (1996, pp. 257-286), en el mismo momento en que se empieza a hablar de una “sociedad postindustrial”, en el sentido que le otorga el sociólogo Daniel Bell, o de una “sociedad programada”, según los términos de Touraine. La idea que se desprende de este enfoque es que cada tipo de sociedad se caracteriza por un conflicto central propio, similar a la manera como el movimiento obrero caracterizaba la sociedad industrial. En este campo, la obra de Touraine busca identificar cuál sería ese nuevo movimiento social central en el nuevo tipo de sociedad. Esta sería su orientación práctica predominante o, si se quiere, el presupuesto político de su proyecto de investigación. El debate alrededor de la interpretación de los nuevos movimientos sociales va, pues, de la mano del significado de la nueva sociedad postindustrial.

La reflexión de Touraine acerca de la sociedad posindustrial aparece inmediatamente después de los acontecimientos de mayo de 1968 en un libro de 1969 llamado La societé post-industrielle, traducido de inmediato al español bajo el mismo nombre, que recoge diversos ensayos alrededor del tema de la “sociedad programada”. En los libros de las tres últimas décadas de su vida, escritos a partir de los años 1990, se acentúa este interés por definir las características del nuevo tipo de sociedad que se produce en Europa tras el derrumbe del socialismo, contemporáneo de la globalización, que algunos han denominado la “sociedad posmoderna”.

La sociedad de los años noventa ya no es la misma de los años setenta y ochenta. Los intereses en juego que surgen en el nuevo tipo de sociedad ya no giran alrededor de la producción de bienes materiales, que estaban en el corazón de la sociedad industrial, sino en el campo de la cultura, la educación y la comunicación. La dominación no se encuentra localizada en el lugar del trabajo sino en la información o en el consumo, y se ejerce como una forma de “manipulación cultural” de los individuos. El mundo contemporáneo ya no puede ser pensado en términos estrictamente económicos ni con base en las categorías propias del modelo de la sociedad industrial. La sociedad contemporánea se debe pensar en términos culturales.

La revolución industrial y el capitalismo aparecen en un momento como la “base” de la organización social. El paradigma político de las sociedades anteriores fue sustituido por un “paradigma económico y social” cuyas categorías centrales eran las de clase social y riqueza, burguesía y proletariado, sindicatos y huelgas, estratificación y movilidad social, desigualdades y redistribución, etc. El reto de la época contemporánea es la irrupción de un “nuevo paradigma” en el cual “los problemas culturales” adquieren una importancia central y obligan al pensamiento social a construirse “alrededor de ellos”. El reto, que consiste en descifrar cuáles son los nuevos actores, nos obliga a “renunciar a los análisis sociológicos a los cuales estábamos habituados”. Estamos en el tránsito de un “lenguaje social sobre la vida colectiva a un lenguaje cultural” (Touraine, 2005, pp. 9-17).

La nueva situación que aparece entonces es la enorme importancia que adquieren el individuo, el desarrollo personal, el “cuidado de sí mismo” (expresión que proviene seguramente de Le souci de soi (1984), una de las obras póstumas de Michel Foucault), como consecuencia del “declive de las instituciones” (François Dubet) y la pérdida de las redes institucionales de la fábrica, la familia, la escuela, la comunidad y todas las demás formas de mediación social. En los antiguos modelos de sociedad la realización del individuo provenía de su integración a la colectividad, a sus leyes y prescripciones, porque eran ellas las que hacían de él un sujeto “libre y responsable”. Ahora no es la sociedad la que define los parámetros de lo bueno y lo malo sino el propio individuo en el ejercicio de su “libertad creadora”. Como consecuencia, la escuela, por ejemplo, se ha transformado. El reto de pensar estas transformaciones ha sido recogido por sus discípulos, como es el caso de Dubet en su libro En la escuela. Sociología de la experiencia escolar (1996). El nuevo paradigma representa un desplazamiento de lo social hacia lo cultural y del actor colectivo al sujeto personal. Las categorías de sujeto y de «derechos culturales», ampliamente desarrolladas por el autor, constituyen uno de los puntos esenciales de su interpretación.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la liberación del individuo tiene dos caras o dos dimensiones. Una dimensión positiva, relacionada con una orientación romántica, en la cual el individuo aparece como el “autor de su propia existencia”, capaz de asumir decisiones, resistirse a la lógicas económicas, comunitarias o tecnológicas dominantes y a la omnipotencia del mercado, para definir su propia trayectoria. Una dimensión negativa tiene que ver con que el individuo, ante el hecho de perder el amparo de las instituciones y de las “redes protectoras”, se encuentra frente a un “vacío de sentido” como consecuencia de un proceso de “desocialización”, de destrucción de vínculos sociales, de soledad y de crisis de identidad, resultado de la “relación directa del sujeto consigo mismo”.

Durante las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el Estado se convirtió en un factor fundamental de la vida económica, social y política, y en el gran impulsor de la reconstrucción económica y de las reformas sociales. En las últimas décadas del siglo XX este modelo de “Estado intervencionista” fue sustituido por un Estado que busca ante todo favorecer “la inversión extranjera y la promoción de las exportaciones nacionales”, como parte de las políticas neoliberales. En este marco aparece entonces la globalización de los mercados, el crecimiento de las empresas transnacionales, la formación de redes internacionales, la omnipresencia del sistema financiero, la promoción de los bienes culturales de masas. El “gran capitalismo” se impone desde los centros de decisión, sobre todo desde los Estados Unidos bajo la égida, ya no del capital industrial, sino del capital financiero.

La globalización tiene que ver con el auge de un “capitalismo extremo”, liberado de trabas nacionales, por fuera de todo tipo de regulación. La economía, a diferencia de lo que ocurría en la “sociedad industrial”, que estaba conformada por la interdependencia “en el mismo ámbito territorial de diversos sectores de la actividad colectiva”, se disocia de lo social, lo político y lo cultural, y se convierte en el punto de referencia absoluto de las sociedades modernas. En contraste con una economía globalizada, las instituciones locales, que se mueven en ámbitos restringidos, no tienen el poder suficiente para establecer la regulación de la actividad económica.

La globalización incide de manera decisiva en el declive del Estado nacional e igualmente en la “disolución de la sociedad”. Entre los extremos de la globalización y de la vida individual se encuentra “una sociedad que ya no existe”. En este marco, la pertenencia a una sociedad ya no representa para el individuo una estabilidad, que ya sólo puede encontrar en sí mismo. La globalización ya no nos permite pensar con base en las categorías con las que pensábamos los Estados nacionales ni el tipo de sociedad correspondiente. Estamos, pues, ante el “fin de las sociedades”, para utilizar el nombre de uno de sus últimos libros (2013).

No obstante, la globalización no logra arruinar la vida local y regional. En los últimos años hemos visto la irrupción de movimientos antiglobalización, que, sin desconocer la importancia de la existencia de una comunidad global, abogan por el control del “capitalismo salvaje” y por la defensa de los que sufren sus consecuencias, la exclusión y las desigualdades. En este marco aparece una “sensibilidad multicultural” como contrapeso de la globalización (1997). Los acontecimientos ahora tienen que ser comprendidos a nivel mundial, así las condiciones locales agreguen un “sentido secundario” a su explicación.

El “proceso de individuación”, propio de las sociedades contemporáneas, no es un tema exclusivo de Touraine ya que se encuentra también en autores como Ulrich Beck, Zygmunt Bauman, Anthony Giddens, entre otros. En el caso particular de Touraine, la reflexión se va desarrollando y enriqueciendo a medida que van apareciendo nuevas publicaciones y se formulan nuevos problemas: la modernidad tardía (1992), la democracia (1994), el multiculturalismo (1997, pp. 165-204), la situación de las mujeres y los movimientos feministas (2013), etc.

El lector interesado en conocer las últimas orientaciones del trabajo de Touraine puede consultar un libro clave en este recorrido intelectual: Un nouveau paradigme: pour comprendre le monde aujourd´hui (2005), en el que traza los diferentes momentos de estas transformaciones. El autor produce igualmente una serie de obras que giran alrededor de estos cambios: Penser autrement (2007), La fin des sociétés (2013), entre otros. La larga entrevista concedida a uno de sus colegas de la EHESS, con el nombre de La recherche de soi (traducido al español como A la búsqueda de sí mismo. Diálogo sobre el sujeto), es una excelente introducción al conjunto de su obra, que puede ser complementada con la última obra publicada en vida del autor, Défense de la modernité (2018), síntesis de la reflexión de las últimas décadas y una caracterización de lo que el autor entiende por sociedad hipermoderna.

LA SOCIOLOGÍA DE AMÉRICA LATINA

El quinto ámbito de estudio de Alain Touraine es América Latina, una de las mayores especialidades de su trabajo, hasta el punto de que buena parte de su labor como director de estudios consistió en la dirección de trabajos de tesis sobre este continente. El seminario Sociologie des mouvements sociaux que durante muchos años orientó en la École des hautes études en sciences sociales los jueves de 10:00 a. m. a 12:00 m. (44, rue de la Tour) era el lugar de encuentro por excelencia de nosotros, los estudiantes de habla hispana.

Sobre América Latina publicó varias obras. En primer lugar, una crónica de orientación periodística escrita inmediatamente después de la caída de Allende en el segundo semestre de 1973 llamada Vie et mort du Chili populaire. En segundo lugar, una obra publicada en 1976, en pleno auge en América Latina de la teoría de la dependencia, titulada Les sociétés dépendantes (1976). Pero su trabajo más extenso consiste en un volumen de más de quinientas páginas publicado en francés en 1988 bajo el nombre de La parole et le sang. Politique et société en Amérique Latine, traducido al español en 1989 como América Latina. Política y Sociedad.

El libro es una mirada de conjunto sobre América Latina desde el Río Grande hasta la Patagonia a partir de una serie de temas transversales sin tomar necesariamente el caso concreto de cada país: el Estado, la democracia, los movimientos sociales, las fuerzas políticas, etc. La pregunta que deberíamos plantearnos es si es acaso posible integrar una mirada global sobre tantos países diversos a partir de unos temas generales. América Latina es tratada como si existiera una gran unidad en el desarrollo de los países, como si fuera un mismo país con variaciones regionales.

Y el problema que habría que plantear es si este proyecto de visión macro sobre América Latina no tiene como consecuencia dejar de lado las diferencias entre los países. Algunos analistas colombianos han señalado que algunas de las referencias sobre Colombia que aparecen en el libro no son lo suficientemente precisas. En realidad, el proyecto de integrar a América Latina en una sola mirada es extremadamente problemático: ¿escribir desde París autoriza a elaborar una mirada con estas características? Touraine siempre fue un hombre de apuestas intelectuales audaces y globales.

Aún en el marco de esta crítica hay que considerar que Touraine fue gran inspirador de estudios sobre América Latina, especialmente en Chile, el país de sus preferencias, pero también en Brasil, Argentina y México. Muchos estudiantes latinoamericanos escribieron sus trabajos de doctorado bajo su dirección, que luego fueron publicados en sus países de origen. En Colombia su influencia ha sido menor, aunque contamos con ejemplos como el libro Orden y violencia. Colombia: 1930-1953 de Daniel Pécaut, que, aunque es el resultado de muy diversas orientaciones intelectuales, tiene la marca de la influencia del sociólogo francés.

CONCLUSIÓN

Hemos expuesto los cinco ámbitos fundamentales en que se desarrolla la reflexión de Touraine, que se constituyen y se enriquecen sin reposo desde el comienzo de su carrera en los años cincuenta hasta el final de su vida. Lo fundamental, lo que define la quinta esencia de su trabajo, es el hecho de repensar las sociedades contemporáneas, el universo de América Latina y las teorías sociológicas, a partir de la noción de actor social. Desde este punto de vista representa un reto de primer nivel, a pesar de las críticas que hemos podido formular a su orientación.

Nunca somos completamente contemporáneos de nuestro presente. La principal invitación que nos hace Touraine es, precisamente, a pensar siempre en qué consiste la sociedad en la que vivimos y cuáles serían las exigencias teóricas, intelectuales y de investigación adecuadas para poder dar cuenta de ella. Sólo así podemos estar a tono con la actualidad, que debe ser el punto de partida de nuestros trabajos. Se trata de ir más allá de una tendencia muy difundida entre los investigadores que consiste en pensar las nuevas situaciones con las mismas categorías con que se pensaban situaciones ya superadas, actitud muy común en nuestros medios universitarios; como dice el dicho: “envasar vino nuevo en odres viejos” (Valencia, 2014, pp. 15-32).

La primacía del actor social y del carácter creador de su actividad es la clave fundamental para orientarnos en su pensamiento. La acción humana no puede ser concebida simplemente como una entidad pasiva, como una especie de medio inerte a través de la cual se transmite el efecto de unas estructuras, ni tampoco como la forma a través de la cual las estructuras se activan y se despliegan. Si algo tenemos claro hoy en día, en un mundo marcado por la incertidumbre, es que el futuro, lo que puede ocurrir mañana o pasado mañana, no depende de la dinámica ciega de las estructuras sino de lo que hagamos aquí y ahora. Desde este punto de vista, el aporte de Alain Touraine es supremamente valioso

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Cómo citar:Valencia Gutiérrez, A. (2024). Alain Touraine o la sociología del actor social. in memoriam. Análisis Político, 36(107), 174-195

Recibido: 22 de Agosto de 2023; Aprobado: 20 de Octubre de 2023

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