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Cuadernos de Economía

Print version ISSN 0121-4772On-line version ISSN 2248-4337

Cuad. Econ. vol.24 no.42 Bogotá June 2005

 


LA CONEXIÓN CUBANA


THE CUBAN CONNECTION


Eduardo Saénz Rovner, La conexión cubana: narcotráfico, contrabando y juego en Cuba entre los años 20 y comienzos de la Revolución. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Colección CES, 2005, 278 pp., ISBN 958-701-472-3.


William McGreevey*

* William McGreevey, Director, Development Economics, Futures Group, a Constella Company, Washington, D.C. (wmcgreevey@futuresgroup.com). Reseña traducida por Alberto Supelano.


El profesor Eduardo Sáenz Rovner presentó los resultados principales de este libro fascinante en un seminario de tres días sobre la investigación actual en historia económica latinoamericana que se realizó en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, en mayo de 2005. Tuve el privilegio de escuchar su resumen, que me animó a mirar su trabajo con más detalle. Él dedicó la mayor parte del año sabático 2002-2003 a investigar en archivos en Estados Unidos y Cuba en busca de documentación oculta acerca de delincuentes muy satisfechos de estar fuera del alcance de las agencias públicas. Cabe imaginar que Steven Levitt –coautor de Freakonomics, a rogue economist explores the hidden side of everything,1 y quien recibió el Premio John Bates Clark– habría querido unirse a la expedición que Sáenz Rovner hizo a través de archivos y testigos presenciales.

En mi propio tour d’horizon a través del libro, me sorprendió la manera en que el autor inyecta cierto ritmo a sus doce capítulos, además del prólogo y el epílogo. El prólogo comienza con uno de los actos del final del período estudiado. Se centra, como un film noir francés, en un futuro relacionado con Colombia, la base desde la que trabaja y escribe. Es el año 1956, y Rafael y Tomás Herrán, vástagos de la elite de Bogotá y Medellín, son arrestados en La Habana por importar heroína. “El narcotráfico a través de las fronteras internacionales no era un negocio de pobres. Requería cierto know-how, capital y conexiones internacionales”, dice el autor (pp. 18-19).

En el capítulo 1, el autor retrocede al vínculo entre la prohibición del licor que se promulgó en Estados Unidos en 1919 y la invitación implícita al comercio de contrabando desde la cercana Cuba. El capítulo 2 muestra que los requerimientos para procesar morfina, heroína y cocaína hicieron de Cuba un entrepôt ideal para transformar drogas legales en substancias recreativas ilegales. El capítulo 3 pone como telón de fondo a los 125.000 chinos que entraron a Cuba entre 1847 y 1874, y a otros 20.000, principalmente varones, que llegaron entre 1903 y 1929. Una pequeña minoría de los cuales abastecía el mercado doméstico chino-cubano del opio.

Hacia 1942, las drogas desbordaron los cauces legales para ser descubiertas en Kansas City por el Federal Bureau of Narcotics como empieza el capítulo 4. De los dos colombianos de clase alta, el autor lleva a sus lectores a los temas generales de la Prohibición del consumo de alcohol en Estados Unidos, el comercio internacional de drogas prohibidas, el papel de la minoría asiática dentro de Cuba, la creación de la conexión cubana para el tráfico de drogas y el intento de suprimirla cuando empezaba la Segunda Guerra Mundial. Así se monta el escenario para que los actores claves representen su papel en los capítulos siguientes.

El capítulo 5 presenta a Salvatore Lucania, alias Luciano Luciano, y recuerda al lector que Thomas Dewey, el republicano que después perdió la competencia electoral de 1948 con Harry Truman, había ayudado al convicto Luciano y lo había deportado de Estados Unidos. Cuba, los narcóticos y la mafia se enredan entonces en una batalla que se mantiene sin cesar en el siglo actual.

El capítulo 6 nos presenta a Carlos Prío Socarrás, presidente de Cuba entre 1948 y 1952, sospechoso de ayudar al tráfico de narcóticos. El capítulo 7 empieza con el nombre de Estes Kefauver, Senador por el Estado de Tennessee, y principal investigador del crimen organizado en Estados Unidos. La atención pasa de las drogas a los juegos de azar, quizás una mayor fuente de ganancias criminales. Los casinos cubanos eran parte de una red de operaciones ilegales pero toleradas de juegos de azar en Estados Unidos. (Recuerdo que cuando era niño mis padres viajaban de vez en cuando a un casino ilegal al norte de Kentucky, fuera del alcance de la justicia, en Cincinnati, Ohio. Los casinos habían sido cerrados a comienzos de los años cincuenta.) La supresión de los juegos de azar, la supresión de las drogas ilegales, el retorno a los principios protestantes de comportamiento, una variante del Tercer Gran Despertar tan admirado por Robert W. Fogel en su libro, El cuarto gran despertar y el futuro de igualitarismo,2 estaban en el orden del día en la América del Norte de la posguerra.

El capítulo 8 pasa a una conexión andina revitalizada, centrada esta vez en la cocaína de Perú y Bolivia, que viajaba hacia el norte a través de Cuba en los años cincuenta. El capítulo 9 aborda el tema en una película norteamericana de 1971, La conexión francesa.3 Los corsos y los trabajadores de los muelles de Marsella representaban su papel, el viaje a través de Cuba, especialmente de Camagüey, siguió siendo una vía importante para trasladar la heroína desde el Triángulo Dorado a las plantas procesadoras francesas y de allí al mercado de Estados Unidos.

El capítulo 10 nos recuerda que Harry Anslinger fue durante largo tiempo el director del Federal Bureau of Narcotics de Estados Unidos. Él se quejó de que el gobierno de Fulgencio Batista, 1952-1958, se negaba totalmente a apoyar el esfuerzo para suprimir el comercio de drogas y, a cambio, recibía millones de dólares de sobornos de los traficantes. Sáenz Rovner examinó 30 casos de narcotraficantes a los que se declaró culpables en Cuba en los años cincuenta: la mayoría eran jóvenes, solteros, negros y pobres (pág. 196). Vendían marihuana y no cocaína, y no representaban un riesgo real para la salud y la seguridad de Estados Unidos o de Cuba. El acoso a los sospechosos usuales no era más que una hoja de parra con que se cubría el régimen de Batista para demostrar su cooperación con el esfuerzo de supresión de las drogas.

El capítulo 11 lleva al derrocamiento de Batista el 31 de diciembre de 1958 y a la llegada de Fidel Castro a La Habana a comienzos de 1959. El gobierno revolucionario estaba satisfecho de librarse de los traficantes, jugadores y mafiosos que se decía manejaban estas actividades. Cuando Estados Unidos y Cuba rompieron relaciones diplomáticas en abril de 1961, ningún gobierno confiaba en el otro en asuntos de importancia. En el capítulo 12, el autor muestra que el gobierno de Castro estaba, no obstante, resuelto a acabar con la mafia y otras operaciones ilegales, y arrestó o deportó a personajes importantes de Estados Unidos y varios países latinoamericanos. Cuba ratificó la convención de las Naciones Unidas sobre narcóticos en 1962 (pág. 221). A pesar de las acusaciones periódicas de Estados Unidos de tráfico cubano, la Revolución Cubana, igual que la de China Roja, no era amiga de que los jugadores y narcotraficantes obtuvieran ganancias de monopolio. La moralidad socialista mostró que podía igualar la ira de la moralidad evangélica que inspiraba a Anslinger y Kefauver.

En el epílogo, Sáenz Rovner observa que los narcotraficantes, expulsados de Cuba, encontraron otros caminos para alimentar la inagotable demanda de drogas recreativas en América del Norte. Señala que los hermanos Herrán Olózaga, con quienes empezó su historia, no aparecieron de nuevo en los registros de archivo, aunque un agente de la agencia de drogas de Estados Unidos expresó su certeza de que habían proseguido su tarea, fuera de la pantalla del radar (pág. 240). Es muy malo que ningún gobierno de Estados Unidos haya agradecido alguna vez a Fidel Castro por haber suprimido al menos uno de los canales del comercio de drogas.

Este libro de Sáenz Rovner es a la vez una obra académica y un gran tributo a la integridad y la determinación de un analista que aborda un tema difícil. A diferencia de los políticos o artistas, sus testigos prefieren mantenerse anónimos. Gracias a Francis Coppola y a la serie de películas de El Padrino,4 tenemos algunas imágenes visuales para asociarlas con los pintorescos personajes que se presentan en las páginas de este libro. Ahora estamos en una situación mucho mejor, pues contamos con una imagen factual exacta basada en un sólido trabajo en archivos y fuentes secundarias.

NOTAS AL PIE

1. Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner, Freakonomics, William Morrow, HarperCollins Publishers, 2005.

2. University of Chicago Press, 2000.

3. William Friedkin, Director.

4. Francis Coppola, director, El Padrino (partes 1, 2 y 3), 1971, 1974, 1990. Basada en el libro del mismo título de Mario Puzo.

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