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Cuadernos de Economía

Print version ISSN 0121-4772On-line version ISSN 2248-4337

Cuad. Econ. vol.27 no.49 Bogotá July/Dec. 2008

 

RESPUESTA A LAS RESEÑAS DE FREDDY CANTE Y JORGE ANDRÉS GALLEGO SOBRE EL LIBRO A UNIFIED THEORY OF COLLECTIVE ACTION AND SOCIAL CHANGE

Luis Fernando Medina*

* Doctor en Economía, actualmente se desempeña como Profesor Asistente del Departamento de Política de la Universidad de Virginia. Email: lfm9b@cms.mail.virginia.edu.


Antes de entrar en materia, quisiera agradecer a la revista Cuadernos de Economía por destinar este espacio a discutir mi reciente trabajo y a los profesores Cante y Gallego por la dedicación con la que acometieron la tarea encomendada. Todo autor aspira a suscitar este tipo de debates por lo que cuando la ocasión se presenta resulta en extremo grato, máxime en estos tiempos de publicaciones excesivamente atiborradas y de lectores excesivamente atareados.

Me tomo la libertad de comenzar aclarando dos equívocos factuales totalmente inocentes que aparecen en la reseña de Cante, que no tienen ninguna importancia para lo que viene, pero que por puro capricho personal, no me gustaría dejar en pie. Primero, no solamente soy "de origen colombiano", sino que soy colombiano. Segundo, nunca he realizado ningún trabajo de consultoría relacionado con el clientelismo. He sido coautor de algún artículo sobre el tema con Susan Stokes, pero nunca consultor en estas materias.

A pesar de sus diferencias, Cante y Gallego coinciden en señalar que mi libro A Unified Theory of Collective Action and Social Change se mantiene demasiado apegado al paradigma ortodoxo de la teoría de la decisión racional y, por lo mismo, ignora muchísimas posibles avenidas de investigación sobre la acción colectiva. Como consecuencia de estas fallas, Cante y Gallego concluyen, el libro no ofrece lo que prometía y sus contribuciones a temas sustantivos (como el clientelismo y la negociación salarial) se quedan cortas respecto a lo que hubiera sido deseable.

Para poder responder mejor a estas críticas debo hacer algunas explicaciones preliminares. El objetivo del libro es sentar las bases para un programa de investigación que busca analizar el nexo entre los fenómenos de coordinación social y la estructura socioeconómica subyacente, con la precisión que caracteriza al análisis microeconómico moderno.

Los comentarios de Cante y Gallego invitan a un ejercicio muy saludable que poco se hace: preguntarnos por las premisas bajo las cuales un programa de investigación es relevante. En este caso, preguntarnos si hay justificación para creer que la coordinación social responde a aspectos profundos de la estructura socioeconómica y, en caso afirmativo, si tiene sentido expresar esta conexión con el lenguaje de la ciencia económica moderna.

Confieso que, a pesar de mis intentos, que la tiranía de los límites de páginas me obligó a eliminar del libro, todavía no he llegado a una respuesta plenamente satisfactoria a estas preguntas. Pero aprovechando la ocasión de este intercambio, diré algunas cosas al respecto.

Una viejísima tradición en ciencias sociales ha tratado de establecer vínculos entre factores estructurales y fenómenos de coordinación social. En nuestros libros de historia las crisis económicas causan estallidos sociales, la introducción de nuevas tecnologías lleva a la disrupción de formas de vida tradicionales y, con ello, a movimientos de protesta, y así sucesivamente. Para muchos esta sucesión de hechos invita a hablar de causalidad. Tras varios siglos de estrellarnos con el mismo peñasco filosófico, hemos aprendido, sin embargo, que la causalidad es un concepto bastante escurridizo, especialmente en las ciencias sociales. No toda crisis económica lleva a una revolución. Pero yo me sigo contando entre quienes creen que, con todos sus problemas, este formato debe ser conservado. Yo sigo creyendo que los procesos económicos dan cauce a la vida social y facilitan ciertas opciones de coordinación, a la vez que dificultan otras y, por lo tanto, contribuyen a determinar los patrones de acción colectiva que observamos. Nótese el lenguaje tan cauto que he utilizado: "dan cauce", "facilitan", "contribuyen a determinar". Deliberadamente me abstengo de decir "causan".

Pero no estoy dispuesto a hacer más concesiones, a debilitar más la formulación de mi punto de partida. No estoy dispuesto a dar el paso siguiente y concluir que la coordinación social es totalmente impredecible, caótica, incomprensible y que, cuando ocurre, de nada vale indagar por la estructura subyacente sino que la causa última hay que buscarla en el papel de algunos agentes individuales que (probablemente por azar) estaban en el lugar preciso, en el momento preciso y que supieron aglutinar a la población de la manera precisa.

En esto difiero de varios autores, muchos de ellos pertenecientes a la tradición de la teoría de la decisión racional. Cante tiene razón al decir que, si uno cree que la acción colectiva es inherentemente impredecible, tal vez a lo máximo que pueda aspirar es a detectar mecanismos, como lo ha dicho Elster repetidamente. Pero yo discrepo de Elster en este punto. Yo sí creo que los fenómenos de coordinación obedecen a su entorno de forma relativamente comprensible. No creo que tengamos nunca un modelo que lo explique y lo prediga todo; pero sí que podemos tener modelos que nos ayuden a entender un poco más de lo que entendemos ahora.

Cante compara la acción colectiva con cataclismos como los terremotos, implicando con ello que es necio tratar de entender sus estallidos. No deja de ser una comparación curiosa en vista de los enormes avances en geología. Hoy en día no podemos predecir los terremotos, pero eso no quiere decir que los geólogos hayan renunciado a estudiarlos. Al fin y al cabo, de ese estudio viene toda la ingeniería antisísmica que nos permite saber cuáles son los terrenos más vulnerables, en cuáles de ellos se puede razonablemente construir y cuál es la forma más segura de hacerlo. Obviamente el paralelo puede llevarse demasiado lejos. Dudo que algún día tengamos una "ingeniería de la acción colectiva" y, si llegare a existir, a mí me parecería una abominación. Pero si queremos estudiar, por ejemplo, la historia francesa, ¿qué daño hay en tratar de entender cómo la severa crisis económica de 1788 allanó el camino hacia la Revolución? ¿No es esto mejor que simplemente encogernos de hombros y, maravillados hasta el silencio, atribuir todo el proceso a los insondables misterios de la naturaleza humana, o reeditar, esta vez con lenguaje microeconómico artificioso, la ya abandonada teoría histórica sobre los "grandes hombres"?

En esto no veo la necesidad de apelar, en los términos de Cante, a "fiebres", "cartas mágicas" y "modas". Se trata simplemente de una discrepancia metodológica entre los seguidores de Elster y aquellos a quienes él, con todo el respeto que nos merece, no nos termina de convencer. Elster cree que estamos buscando una quimera. Nosotros creemos que él se rindió antes de tiempo, que bien vale la pena seguir la búsqueda.

¿Quién tiene la razón? ¿Los que creen que la acción colectiva responde únicamente a factores individuales, en últimas irrepetibles o los que creemos que, por lo menos algunos de sus aspectos se pueden conectar con lo que conocemos sobre el entorno estructural en el que ocurre? No estoy seguro de que valga la pena tratar de responder esta pregunta en abstracto. Ni siquiera sabemos qué constituiría evidencia a favor o en contra de cualquiera de estos puntos de vista. Los fenómenos históricos de acción colectiva no se presentan con un rótulo en la frente que dice "estructuralista" o "individualista". Nos toca a quienes tratamos de entenderlos, discernir allí patrones y luego ver cuál nos parece más satisfactorio. Por lo tanto, es preferible dejar que los distintos programas de investigación se desarrollen y buscar unas reglas de diálogo fructífero que nos permitan aprender unos de otros, en vez de tratar de decidir de una vez y para siempre cuál es el programa correcto.

Por mi parte, yo prefiero la cautela. Si bien estoy de acuerdo con que los manifestantes de Leipzig en 1989 estaban localizados en una posición que les permitió desencadenar un "juego de pivote" que terminó con el colapso de la RDA, también creo que tenían un viento a favor procedente de los enormes problemas estructurales a los cuales se enfrentaba el régimen en los 80s. Honestamente, siempre me ha llamado la atención que quienes nos critican a los "estructuralistas" (por abusar de un rótulo viejísimo), por tener un esquema de causalidad demasiado rígido, inmediatamente se casan con otro esquema tanto o más excluyente y pasan a hacer afirmaciones tajantes acerca de cómo determinadas estrategias (o determinados rasgos individuales o determinadas preferencias, etc.) son la verdadera causa de la acción colectiva.

Aún si se aceptara mi primera premisa, es decir, que tiene sentido buscar la conexión entre fenómenos de coordinación social y factores estructurales, muchos, entre ellos Cante y Gallego, rechazan mi segunda premisa, a saber, que la teoría económica neoclásica ofrece un lenguaje adecuado para tal tarea. Gallego se muestra muy escéptico sobre mi uso del análisis microeconómico ortodoxo y se pregunta por qué no incluir consideraciones sobre otros tipos de preferencias (por ejemplo, preferencias "sociales") o mecanismos evolutivos. Ambos críticos se extrañan, por lo demás, de que el libro no introduzca consideraciones dinámicas.

Tengo varias razones para esto. La primera, que parece extrañar a Gallego, es cierto "reformismo científico". Es decir, en materia de progreso científico creo, al igual que los reformistas en política, que es mejor ir paso a paso, mejorando las teorías que ya tenemos sin rechazarlas de un plumazo para empezar de cero. Si tuviera más tiempo, explicaría por qué esto sigue siendo cierto aún en etapas de "revolución científica", pero eso es tema para otro momento.

En ese sentido, me complace que, por lo menos en varios apartes, mi libro coincida con la ortodoxia teórica. No porque yo esté totalmente de acuerdo con ella (no lo estoy) sino porque creo que, si se van a introducir modificaciones en algunos puntos, se deben mantener otros para poder entender mejor el impacto de los cambios hechos. En este caso particular, recordemos que el libro da algunos pasos un tanto inusuales: utiliza el procedimiento de rastreo para caracterizar conjuntos de estabilidad en equilibrios correlacionados (no de Nash como lo hicieron Harsanyi y Selten) y luego, discrepando otra vez de estos autores clásicos, procede a utilizar dichos conjuntos de estabilidad como medidas de probabilidad entre los equilibrios. Yo quería estar seguro, y quería que mis lectores estuvieran seguros, de que los resultados centrales del libro se debían a esos cambios. Si además hubiera introducido nuevos ordenamientos de preferencias, mecanismos evolutivos, otros tipos de racionalidad y así sucesivamente, al final de cuentas quedaríamos todos, tanto yo como mis lectores, desconcertados sin saber cuál de todos estos cambios en las premisas es responsable de los cambios en las conclusiones. Mi objetivo no era deslumbrar a los lectores con fuegos de artificio, sino mostrar, de la forma más clara posible, los primeros pasos de un programa de investigación.

Parte de mi obstinación teórica se debe también a los objetivos centrales de mi proyecto. En algunos sectores de la literatura sobre estos temas existe una fascinación por "explicar" la acción colectiva, es decir, por generar modelos en los cuales los agentes se involucren en acciones colectivas. Mi libro no comparte esta fascinación. De entrada, creo que en la acción colectiva intervienen tantos ingredientes que dudo mucho que tengamos algún día la explicación última. Mi interés es otro: desarrollar herramientas analíticas que nos permitan entender de qué manera la acción colectiva, con todas sus múltiples causas y manifestaciones, responde a los factores estructurales de su entorno. Nótese que hace unos párrafos me abstuve de usar conceptos de causalidad para describir mi programa de investigación. Yo creo que es posible analizar los patrones de un fenómeno sin casarnos con una explicación causal específica. Esto es moneda corriente en teoría microeconómica; los economistas no presumen de saber por qué la gente consume determinados bienes o crea determinadas firmas, dado que se trata de decisiones individuales muy complejas en las cuales intervienen todo tipo de causas. Lo que los economistas afirman es que, cualesquiera que sean dichas causas profundas, las decisiones individuales de consumo y producción responden de forma relativamente sistemática a ciertos cambios en el entorno. Del mismo modo, mi libro no tiene por objeto determinar qué tipo de preferencias, motivaciones, intereses o pasiones conducen a la acción colectiva; simplemente busca crear una herramienta que nos permita entender cómo la acción colectiva, por variopinta que parezca, está en últimas ligada a entornos socio-históricos que le dan cauce.

Teniendo esto claro, la pregunta es entonces, si en algo hubiera contribuido complicar el modelo de decisión individual con preferencias distintas a las canónicas o con otro tipo de aditamentos. No lo sé, pero lo dudo. A mi modo de ver, el libro tuvo éxito en su propósito central. En él demostré lo que yo quería demostrar: que es posible tener modelos micro consistentes con un análisis estructural, sin necesidad de cambiar el formalismo ortodoxo. Si alguien quiere adelantar el mismo tipo de análisis estructural pero introduciendo otros tipos de preferencias o de racionalidad, no seré yo quien se lo impida.

No deja de parecer irónico que un libro que dice preocuparse por el tema del cambio social elabore un modelo puramente estático. Pero aunque parezca irónico no tiene por qué serlo. La estática comparativa ha sido una herramienta de análisis bastante poderosa que nos ha permitido entender transformaciones muy importantes, por ejemplo, en la economía. Por otra parte, como bien observa Gallego, existe una afinidad entre los conjuntos de estabilidad y las nociones básicas de teoría de juegos evolucionarias. Yo mismo he creído que valdría la pena explorar más esta afinidad. Entonces, resulta difícil entender por qué opté por modelos puramente estáticos.

La respuesta es inconfesablemente sencilla: tiempo. No me refiero al tiempo de los modelos, sino al del autor. Como he dicho repetidamente, este libro es el primer paso en un programa de investigación. Nunca quise, ni insinué, que los modelos del libro fueran la última palabra sobre sus respectivos temas. Simplemente quería ilustrar con algunos ejemplos cómo, gracias al método de conjuntos de estabilidad, es posible abordar preguntas de estática comparativa sobre la acción colectiva, que de otro modo sería muy difícil o incluso imposible, plantear y responder.

Debido a este espíritu tentativo, preliminar, los modelos del libro no son plenamente satisfactorios. Están allí más como ilustraciones del uso del método de conjuntos de estabilidad que como teorías autocontenidas, bien sea sobre el clientelismo o sobre la negociación salarial.

Tomemos por caso el modelo sobre clientelismo. Los observadores del fenómeno tienden a coincidir en que, con muchísimas excepciones, existe alguna conexión entre desarrollo económico y erosión de los monopolios clientelistas. No se trata de una "ley de hierro" del clientelismo ni mucho menos, pero sí de una regularidad suficientemente notoria como para ameritar analizarla. Curiosamente, la intuición básica no ofrece mucho misterio para quienes han observado el fenómeno: mientras mayor es el grado de desarrollo económico, menos dependen los clientes del patrón y, por lo tanto, les es más fácil escapar del yugo político que éste les impone. Pero por razones que no puedo explicar dentro de los límites de este escrito, resulta enormemente difícil ofrecer una explicación de este fenómeno que sea compatible con un análisis de las decisiones individuales de los participantes. Pues bien, con el método de conjuntos de estabilidad esto no es un problema. Como muestro en el libro, es muy fácil desarrollar un modelo con estas propiedades, simplemente si utilizamos el análisis de acción colectiva desarrollado en los capítulos anteriores.

Como todo modelo, éste incurre en simplificaciones. Quienes trabajamos en estos campos ya estamos acostumbrados a un riesgo ocupacional del que casi nunca sufren los autores de novelas de criminales: que nos atribuyan el punto de vista de nuestras creaciones. Así, Cante considera que yo, entre otros anatemas, reduzco el desarrollo al mero progreso material, niego la capacidad de acción de las masas y creo que la superación del clientelismo depende exclusivamente de algunos capitalistas progresistas. Todo lo que el modelo diga, es porque el autor lo cree. Bueno, no todo: el modelo también dice que así como el desarrollo económico puede erosionar el clientelismo, un resultado similar se podría obtener mediante un Estado del bienestar universalista y, sin embargo, Cante omite mencionarlo. La verdad es un poco más aburrida: yo no profeso ninguna de las creencias que Cante me atribuye. Simplemente están allí porque, para los propósitos del libro, era importante que el modelo fuera simple, que quedara claro que el método de conjuntos de estabilidad nos permite, aún en modelos excesivamente sencillos, formular intuiciones que, con otros métodos se nos escapan de entre los dedos. El clientelismo de carne y hueso y votos, es mucho más complejo que el del modelo.

Pero si no podemos entender modelos simples, nunca vamos a entender realidades complejas. Si no podemos captar la interacción entre desarrollo económico y clientelismo (interacción que, como ya dije, ha sido repetidamente observada) en un modelo donde se produce un único bien, los votantes son homogéneos, hay un único patrón clientelista, y así sucesivamente, sería ocioso tratar de entender el mismo fenómeno en situaciones en las que ninguna de estas simplificaciones es válida.

Cante y Gallego, cada uno a su manera, se preguntan por qué mi libro es tan obtuso a la hora de reconocer algún papel para las ideas, reduciéndolo todo a condiciones materiales e intereses individuales. Cante deplora la falta de por lo menos un guiño hacia la "liberación cognitiva" y Gallego aduce, a manera de contraejemplo, la débil conexión entre ingreso y preferencias electorales.

En aras de la brevedad me abstendré de analizar en detalle los resultados que ofrece Gallego a pesar de que son en sí mismos muy interesantes. De momento baste con decir que yo sería más cauto que él antes de saltar a conclusiones. Es cierto que la correlación entre preferencias electorales e ingreso no es perfecta, nadie dijo que lo fuera; pero eso no quiere decir que el fenómeno no exista como tal. Obviamente hay otros factores que afectan las preferencias electorales de la población, muchos de los cuales escapan a todo posible modelo. Pero de ahí no se desprende que se pueda desestimar fácilmente el papel de la estructura económica. Al fin y al cabo, muchos de esos otros factores son relativamente estáticos o cambian en forma demasiado caprichosa para servir de base a una explicación satisfactoria. No siempre entender un fenómeno es captar sus correlaciones estadísticas.

Más allá de esto el problema que Cante y Gallego señalan es que el libro no deja espacio para la formación de creencias, ideas y racionalizaciones. Siempre he creído que ese es un punto ciego de la teoría de juegos. Al fin y al cabo, yo no soy tan ortodoxo como Cante y Gallego creen. Aunque aquí no voy a poder formular mi opinión en forma precisa, sospecho que la teoría de juegos es una herramienta inadecuada para entender estos fenómenos, a tal punto que ni siquiera me tomé la molestia de intentarlo en el libro. A mi juicio, una buena teoría de la formación de ideas y creencias debe partir de modelos de acción humana no estratégica (más Habermas y Davidson, menos Harsanyi y Aumann).

Siendo así, se me preguntará, ¿por qué desarrollar entonces un formalismo de teoría de juegos? Porque yo no creo que las ideas, creencias y fenómenos similares sean los únicos factores importantes. Yo creo que las interacciones estratégicas, inscritas dentro de una estructura determinada, juegan un papel fundamental, mas no exclusivo, en cualquier teoría de la coordinación social. Las ideas no surgen de la nada. Es cierto que las ideas y preconcepciones deter minan cómo vemos la realidad; pero a diferencia de muchos interpretivistas, yo no creo que esto vaya en desmedro de postular una realidad objetiva externa a nosotros que también afecta nuestras ideas.

Pero entonces, si yo estoy en lo cierto, cualquier buena teoría sobre la formación de ideas tiene que acertar en su análisis de los crudos intereses materiales. Si no lo hace, se estará construyendo sobre arena movediza. Por eso decidí que en mi libro la estructura motivacional de los agentes fuera tan simplista, porque me parece que es el punto de partida correcto para avanzar en el análisis ulterior.

A mi juicio lo que se necesita es buscar la forma de combinar en forma rigurosa los dos paradigmas: el de la acción instrumental estratégica y el de la acción lingüística orientada al entendimiento. Pero creo que todavía no tenemos las herramientas para hacerlo. A la hora de elaborar, juzgar y avanzar programas de investigación, hay tres cosas que no podemos confundir. Una cosa es percatarnos de un fenómeno, otra ofrecer una explicación puntual del mismo y otra formular una teoría que dé cuenta de éste en forma compatible con lo que ya entendemos sobre otros fenómenos relacionados. Una cosa es decir que la acción colectiva tiene un componente cognitivo, otra es formular un modelo en el que dicho componente aparezca y otra es tener una teoría en la cual se puedan reconocer los aspectos cognitivos haciendo justicia al papel de las estructuras sociales subyacentes. Las observaciones de Cante y Gallego al respecto, que comparto con reservas, indican que ya superamos el primer paso de esta progresión y que tal vez ya estemos entrando al segundo. Pero yo no me daré por satisfecho hasta que lleguemos al tercero.

Era inevitable que el libro dejara muchas cosas entre el tintero. Como ya lo he explicado, en muchos casos esto se debe no a insolvencia conceptual de mi parte, sino simplemente a mis convicciones en torno a cómo transcurre el progreso científico: un paso a la vez, asegurándonos de haber consolidado un avance antes de lanzarnos al siguiente, tratando de preservar lo que se ha ganado. Se trata de restricciones que yo mismo me impuse, a sabiendas de sus costos, pero convencido de que eran necesarias para sentar unas bases de investigación robustas, que permitan un avance sostenido de largo plazo.

Aunque he insistido en que este libro es sólo el comienzo de un programa de investigación, no quiero parapetarme detrás de esta fórmula. Sí, muchas cosas quedan pendientes, pero otras se han logrado. Por décadas muchos críticos de los programas de investigación estructuralistas han tratado de utilizar la teoría de la decisión racional como un arma contundente para demostrar que es inútil analizar cómo los factores socioeconómicos profundos afectan la acción colectiva. En toda esta discusión, la defensa de mi bando ha sido rechazar el análisis microeconómico moderno. Esto es, a mi juicio, una acción de retaguardia condenada al fracaso: la teoría de la elección racional vino para quedarse (y evolucionar, por supuesto). El objetivo de mi libro era demostrar que es posible ser racionalista y estructuralista al mismo tiempo, que el análisis micro no invalida el punto de vista estructural. En lo que a mí concierne, ahora la carga de la prueba la tiene el bando contrario.

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