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Cuadernos de Economía

Print version ISSN 0121-4772

Cuad. Econ. vol.31 no.56 Bogotá Jan./June 2012

 

A PROPÓSITO DEL LIBRO "ESTUDIOS SOBRE EL PENSAMIENTO COLOMBIANO" de Damián Pachón Soto

J. Mauricio Chaves-Bustos 1

1 Filósofo y Director de Savka Consultores. E-mail: jemaoch@gmail.com. Dirección de correspondencia: Carrera 68 G No. 63c-69 (Bogotá, Colombia).

Este documento hace parte de la presentación del libro realizada el 17 de abril de 2012.

La reseña fue recibida el 22 de abril de 2012 y su publicación aprobada el 2 de mayo de 2012.


Sin lugar a dudas, uno de los mayores preceptos que nos condicionan como fundantes de un proyecto humano, es el pensamiento. Sin equivocarnos, podemos decir que ello diferencia a los entes racionales de los animales, ya que como reconocía el filósofo Cassirer: entre cosas y animales hay una relación directa, en tanto que entre los individuos y las cosas media el símbolo2, el cual nosotros interpretamos como la palabra. Ya los griegos, fundadores del pensamiento racional en occidente, reconocían en ella un poder que sobrepasaba lo puramente interno para enmarcarse en lo social y lo político, es decir, que se reconocía una intima relación entre la psique del individuo y su condición de ente grupal. En este punto existe una correlatividad básica entre el querer y el actuar, entre el acto y la potencia, al decir del mismo Aristóteles. Somos individuos en la medida en que pensamos, con la potencialidad de que nuestras ideas crucen los límites puramente internos del propio ego, para fundarse como precepto de una necesidad que se quiere suplir, y para lo cual nos es necesaria la comunidad.

Es así como la palabra funda el Estado de la polis griega, y de paso de todo Occidente, del cual somos sus herederos, y se ha de reconocer también que todos los modelos de gobierno, pasando desde el despotismo hasta la democracia -y en algunos casos hasta en la anarquía-, deben preceptuarse desde la palabra en el discurso. Además, es menester reconocer una epísteme histórica implícita en el discurso, tal y como lo busca Foucault (1994), y en la cual se entiende que el discurso obedece a cada momento histórico, a cada sociedad; en este sentido, es el reconocimiento de una axiología que se funda para cada pueblo y en cada condición particular.

El estudio del pensamiento implica reconocer una relación intrínseca que se da entre las ideas, y el sustrato de tiempo y lugar donde estos se desenvuelven. El nudo gordiano, resultante de esas interrelaciones, donde confluyen lo corpóreo y lo inmaterial, lo físico y lo espiritual, no puede ser desatado con la impaciencia de la espada del guerrero; se requiere, contrario sensu, el estudio equilibrado de autores, épocas y circunstancias. Por ello, es necesaria la lectura detenida de muchos autores, no con el interés de mostrar una sapiencia, muchas veces obsoleta, sino de entretejer esas obras con la historia de las particularidades y de la generalidad en un espacio determinado.

Este el caso del libro que presenta el filósofo Damián Pachón Soto, donde se parte de una concreción (Colombia) y de una construcción permanente de nuestro pensamiento, no como un index de obras o como una recopilación de datos. En la obra se hace una verdadera revisión crítica de la forma cómo se ha forjado ese pensamiento; de sus impulsores, seguidores; y, por qué no, de la manera cómo ha sido invisibilizado.

Para abordar tan complejo tema, es decir, un estudio acerca de la filosofía colombiana, el autor parte de la Colonia, pasa por la República, y llega a realizar un balance sobre la filosofía en Colombia. En esta parte, el interés es mostrar los desfases y los aciertos que se han dado frente a la realidad de esta nación -en relación con la forma en que ha sido pensada-, encontrando una ilación, difícil de separar, entre pensamiento y política, entendida esta última como ejercicio de poder por parte de las élites. De ahí, se deriva la direccionalidad de una educación que va de la mano con la formación y desarrollo del pensamiento colombiano, en maridaje con el catolicismo, el liberalismo, el conservadurismo, y todas las formas y fracciones que de ello se pueden desprender.

La falta de independencia de la formación de ese pensamiento, es quizás el factor para que no exista realmente una filosofía colombiana, en sentido estricto. La ausencia de lo que el autor llama la falta de una tradición filosófica3, es otra de las limitantes expuestas. Sin embargo, hay también un vacío al desconocer las cosmogonías que forjaron nuestros antepasados indígenas. Hoy por hoy se está despertando un interés por relacionar el pensamiento colombiano con el desarrollo del pensamiento indígena que ha existido siempre, pero que, sin duda alguna, ha sido el más invisibilizado de todos. Esto se explica por la permanencia de un sentimiento de dominio y de un desarrollismo que implica no abordar los temas de la tradición, desde una lengua y una posición diferentes a la occidental.

En la primera parte del libro se resalta que tanto como Colombia como Hispanoamérica son el resultado de un proceso de mestizaje claramente identificable. Es el compendio de un camino recorrido que, bajo el amparo de un idioma y una religión comunes, determinaron el sustrato de lo que hoy se denomina Latinoamérica. Muchos pensadores, sobre todo durante la Colonia y antes de la llegada de la tradición y la modernidad, son hijos de la Ilustración, pero una Ilustración fundada en la heredad del pensamiento Español, es decir, la amalgama de los principios de libertad de conocimiento4. Es por ello que durante este periodo en el pensamiento transcurre libre la concepción y la fe en que la agricultura es el potencial que posee Hispanoamérica, sin desconocer -y en esto se reconoce el liberalismo frente a la fisiocracia-, la importancia del desarrollo e implementación de manufacturas en nuestras naciones. Además, esa ilustración se manifiesta en su posición con respecto a la necesidad de crear escuelas, de divulgar el pensamiento por medio de libros y revistas; de ahí la presencia de José Celestino Mutis, José Félix de Restrepo o Francisco José de Caldas, entre otros.

El desarrollo del pensamiento en el siglo XIX, como lo anota el autor, no puede entenderse sin la compleja relación existente entre el Estado y la Religión, y en el caso colombiano, la relación entre el catolicismo y los partidos políticos tradicionales, lo cual se evidencia mediante su comprensión de la literatura, la sociedad, la religión y la política -entendida como el componente social que suma las particularidades y las distingue para reconocerse en el conjunto, sin perder de vista las individualidades. Sin embargo, no se desconoce que el siglo XIX es un período marcado por la confluencia de la intención de refundar la patria; la búsqueda de originalidad; un fuerte sentimiento que unía a las élites intelectuales latinoamericanas con respecto a lo hispánico; y la añoranza por un pasado común y por un presente manifiesto en la continuidad de la religión y el idioma. Todo ello es lo que Pachón trata de develar frente a la pregunta sobre la filosofía en el siglo XIX, entre tradición y modernidad.

En una Colombia y en una Latinoamérica transida de la confluencia de un sinnúmero de ideologías que buscaban imponerse unas sobre otras, la crisis de un liberalismo que, bien que mal, dio paso a la refundación de los nuevos feudos llamados repúblicas con respecto a un conservadurismo rayano en la ortodoxia y el absolutismo, y la refundación de estados casi que teocráticos al mejor estilo de un Núñez, marcarán la influencia del romanticismo sobre el pensamiento colombiano.

El pensamiento, por tanto, se vierte sobre los entramados del liberalismo y conservadurismo, por eso, frente al maridaje entre Estado e Iglesia, y con ello la subsecuente relación con la educación, se dan los llamados constantes a la separación de poderes, la libertad de conciencia, la abolición de la pena de muerte, el reconocimiento del matrimonio civil, la abolición de la esclavitud, hasta llegar a lo que el autor denomina el ostracismo filosófico durante la hegemonía conservadora.

Las primeras décadas del siglo XX deben enfrentar el pensamiento conservador, como se mencionó ya, con las ideas marxistas que se expandían por el mundo entero, aunque en Colombia, no hay que negarlo, se hizo de manera timorata, gracias el contubernio Estado-Iglesia, lo que realmente desrregularizó su posibilidad, pese a los esfuerzos posteriores de un García Nossa o un Gerardo Molina. En 1928 el país se conmocionó con la llamada masacre de las bananeras, ocurrida en Ciénaga, y que literalmente introdujo al país en la lucha de las reivindicaciones laborales y las luchas estudiantiles que reprime Abadía Méndez. Colombia inaugura así una serie de sucesos que aún no han parado: la política de terrorismo, armada y refinada con la contribución de las nuevas ideologías totalitarias ha tenido las más diversas expresiones, desde el asesinato preventivo hasta el genocidio y la acción punitiva sobre regiones campesinas y aldeas (García, 1981, 56).

Durante este periodo, el hombre latinoamericano no sabe aún lo que es, y empatará con lo que Pachón denomina secularización y normalización filosófica, sumado a la coyuntura de mitad de siglo y los marxistas. Después de la Primera Guerra Mundial, Europa se debilita, y se va imponiendo el modelo liberal de la economía norteamericana, y con ello las modas, las costumbres, las tradiciones, y la cultura. Las élites y la clase media emergente, optan por estudiar en Estados Unidos, y con ello se encauza la imposición de nuevos moldes para pueblos diferentes y en ocasiones hasta divergentes.

No obstante, no será sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que el orden mundial quedará supeditado a las decisiones del país del norte. El auge de una economía de capitales acrecentados y los modelos de una supuesta vida más liberal que la nuestra, atraen la atención de los estados latinoamericanos, para finalmente imponer nuevos modelos de vida: la cultura light, el arte pop y el sueño americano, se pasean campantes en los estilos importados de las plazas de México, los museos de Buenos Aries o las calles de Bogotá. Un nuevo híbrido ha nacido y se sustenta con los modelos políticos alimentados desde la derecha por la Doctrina de Seguridad Nacional.

A la par, con el advenimiento de la Guerra Fría y las clases populares jalonadas por intelectuales utópicos e idealistas, se impone el pensamiento comunista. Mientras en Yugoslavia, Polonia y Hungría se gestaban revueltas para romper los nexos con el bloque soviético, en Latinoamérica los jóvenes suspiraban por Lenin, Mao y Trotsky; las revueltas se tomaron las ciudades y las universidades se volvieron fortín de ideologías de izquierda.

Para el autor, la propia normalización de la filosofía no se da sino a partir de la década de 1970, que es cuando realmente hay una influencia de aquellos pensadores que se educaron en Europa, principalmente en Alemania (como Gutiérrez Girardot, Guillermo Hoyos, Daniel Herrera Restrepo, Rubén Sierra Mejia y Rubén Jaramillo Vélez, entre otros). Sin dejar de mencionar a aquellos pensadores que contribuyeron también con sus trabajos, sin que estén directamente relacionados con las facultades de filosofía. Al respecto se puede agregar lo siguiente: la regularización se da cuando las Universidades piensan las Facultades de Filosofía como escenarios desde los cuales pensar y repensar filosóficamente el mundo, dejando a un lado la sacralización hecha por el catolicismo por más de tres siglos sobre dichos estudios.

Es así como los pensadores se forman acudiendo a los filósofos modernos y contemporáneos, sin desconocer la importancia de los clásicos y de estudios hechos de manera crítica y más sistémica que sistemática. Sin embargo, por fuera de dichas facultades siempre ha existido un pensamiento filosófico, en la medida que hay una búsqueda constante por explicitar lo real desde las abstracciones del pensamiento, y de develar la verdad y la realidad mediante las elucubraciones particulares a partir de lecturas y de comprensiones de otros pensamientos. El pensamiento por fuera de las facultades siempre ha existido y existirá, el autor cita a Estanislao Zuleta, Julio Enrique Blanco, Nicolás Gómez Dávila y Darío Botero, y aunque no contemporáneo a ellos, agregaría al filósofo de Otarparte, Fernando Gonzáles Ochoa.

Pese a todo lo dicho, Pachón resalta críticamente los factores que limitaron el desarrollo de ese pensamiento y su correlativa vocación crítica (Pachón, 2011), tales como:

1. El desarrollo del pensamiento español, una de las principales heredades recibidas, aunque no la única, pero que si determinaría el rumbo del pensamiento latinoamericano.

2. La falta de tradición en el pensamiento.

3. La relación entre pensamiento e ideología, que condujo a la manera inadecuada como se asimiló y recibió la filosofía en general.

Frente a los obstáculos actuales, Pachón señala:

1. La ceñida profesionalización, lo cual puede conducir a la configuración de una filosofía meramente técnica (Pachón, 2011).

2. La fetichización del pensamiento europeo.

3. El marginamiento social del filósofo y del pensador colombiano.

4. El personalismo que conduce a una falta de una verdadera academia intercomunicada entre sí.

5. El imperio de formas dogmáticas y simuladas (rastracuerismo), entre otros.

Para sopesar la crítica hecha por Pachón, la segunda parte del libro la dedica a estudiar a algunos forjadores de ese pensamiento colombiano, desde aquellos que hicieron de la filosofía su forma de vida en las elucubraciones abstractas, hasta aquellos que se sirvieron de ella para buscar dirimir la problemática real y concreta de Colombia. En este segundo apartado, se pone nombre propio a quienes, particularmente el siglo XX y XXI, han intentado crear una tradición filosófica. Es un intento por incluir en el panorama de la filosofía en Colombia los nombres de aquellos que se atrevieron a seguir el vuelo de la Lechuza de Minerva, no observando la lejanía de ese vuelo, sino describiendo el camino que implica seguir ese recorrido. Es el hombre, concreto y real, afanado por dar respuesta a las preguntas que se hace el mundo, reconociendo que lo más importante no es quizá la respuesta, sino la pregunta misma, ya que en ella está contenida parte de la respuesta.

Nieto Arteta y sus estudios serios sobre socialismo y marxismo; Rafael Carrillo y el intento por crear una utopía desde la filosofía del derecho con la unión de lo axiológico con lo ontológico; Cruz Vélez y su propósito de normalizar la filosofía en Colombia; Gutiérrez Girardot y su crítica a la filosofía colombiana; el vitalismo de Darío Botero Uribe; la propuesta humanista-social de Umaña Luna, entre otros, son muestra de ese piélago de autores que de una u otra forma han creado un pensamiento colombiano.

Pensar significa sopesar, es poner sobre la balanza las opciones y ver lo que más conviene. Damián Pachón Soto presenta el intento que se ha hecho en Colombia por sopesar el pensamiento propio, el autor pasa de ser contenido a ser continente, ya que su libro supera la mera expectativa de un estudio descriptivo, para ahondar también en una filosofía propia (la de la vida), lo que se muestra claramente en sus otras obras, pero que aquí asoma en medio de las líneas de la rigurosidad que exige la filosofía y de la necesidad de mostrar la relación que debe existir entre el pensamiento y la realidad, entre la filosofía y la vida. Esa es la pertinencia y el aporte que debe buscarse desde el pensamiento para este país.

NOTAS AL PIE

2 Un profundo ensayo al respecto ha realizado el profesor Danilo Cruz Vélez (1986).

3 Se pasa de una moda intelectual a otra, sin que se relacione el autor impuesto con un pensamiento que se ha intentado construir o con la pertinencia de este último en el país.

4 Al estilo de un Feijoo que cree en la ciencia como posibilidad de dominio del hombre sobre la naturaleza y de Campomanes o Jovellanos, puesto que en algunos de ellos se identifica el interés por la fisiocracia y el liberalismo económico, en el reconocimiento de un mecanismo natural que conducía a que los pueblos y sociedades lograran una economía estable.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

[1] Cruz Vélez, D. (1986). De Hegel a Marcuse. Bogotá: Biblioteca Colombiana de Filosofía, Universidad Santo Tomás.         [ Links ]

[2] Foucault, M. (1994). La arqueología del saber. Barcelona: Fontana.         [ Links ]

[3] García Nossa, A. (1981). Hacía dónde va Colombia. Bogotá: Tiempo Americano.         [ Links ]

[4] Pachón Soto, D. (2011). Estudios sobre el pensamiento colombiano (v. 1). Bogotá: Ediciones desde abajo.         [ Links ]