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Cuadernos de Economía

Print version ISSN 0121-4772On-line version ISSN 2248-4337

Cuad. Econ. vol.39 no.81 Bogotá July/Dec. 2020

 

Reseñas

LAURENT, E. (2018): L'IMPASSE COLLABORATIVE: POUR UNE VÉRITABLE ÉCONOMIE DE LA COOPÉRATION. PARÍS: LES LIENS QUI LIBÈRENT

Eguzki Urteagaa 

a Profesor de Sociología, Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Correo electrónico: eguzki.urteaga@ehu.eus.


Eloi Laurent ha publicado su último libro titulado L'impasse collaborative: pour une véritable économie de la coopération (El impase colaborativo: para una verdadera economía de la cooperación) en la editorial Les Liens qui Libèrent. Este doctor en ciencias económicas por la Universidad París-Dauphine, es investigador en el Observatoire français des conjonctures économiques (OFCE) y profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París y en la Universidad de Stanford. Ha sido igualmente profesor invitado en el Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard. Sus temas de predilección son la socialecología, los nuevos indicadores de bienestar, la resiliencia y la sostenibilidad, el desarrollo territorial y la economía territorial. Entre sus obras más recientes, conviene mencionar Nos mythologies économiques (2016) y Notre bonne fortune: repenser la prospérité (2017).

El punto de partida de este libro es que la fuente de la prosperidad de la especie humana "no reside ni en la [magnificencia] de la naturaleza, ni en la potencia del mercado, ni en [el carácter fulgurante] del genio individual" (pp. 9-10). La prosperidad humana se explica ante todo, nos dice el autor, "por la cooperación social, es decir por [la] capacidad para actuar juntos [de cara a] resolver problemas y realizar deseos" (p. 10). En ese sentido, el ser humano es "un animal cooperativo" (p.10); sabiendo que cooperar significa "obrar libremente [de manera conjunta], incluso [...] con un fin otro que la supervivencia, la reproducción o el trabajo" (p. 10).

Dos constataciones se imponen. Por una parte, los individuos "son únicos entre las especies vivas por la amplitud y la profundidad de su cooperación" (p. 11). Por otra, "esta cooperación, que esté motivada por el egoísmo o el altruismo, es posibilitada por unas instituciones formales (como las leyes) e informales (como las reglas de cortesía)" (p. 11). En realidad, los seres humanos no han nacido cooperativos, sino que se han convertido en ello (p. 12). De hecho, la especie humana se distingue de las demás especies por su capacidad, "no solo de reproducir los comportamientos cooperativos observados entre [sus] mayores, sino [también] de construir unas instituciones duraderas y reformables útiles a la cooperación de cada humano con todos los demás" (p. 11).

Habitualmente, la elección de la cooperación se explica por dos factores. Por un lado, "la cooperación sería un sacrificio calculado, consentido para obtener un beneficio" (p. 12). Por otro, "la cooperación sería un acto altruista [...] que aspira a satisfacer el interés, o bien de otro individuo, o bien de una colectividad" (p. 12). En ambos casos, la cooperación se funda en "la utilidad y la eficacia" (p. 13). No en vano, indica Laurent, las personas "cooperan ante todo para mejorar su conocimiento de sí mismas, de los demás y del mundo" (p. 15). En efecto, los seres humanos cooperan para un beneficio que es el saber (pp. 15-16), por lo cual la cooperación toma la forma de "una inteligencia colectiva a finalidad ilimitada" (p. 16), porque "cooperar es aprender a conocer juntos. La cooperación transforma a los humanos en pedagogos unos para otros" (p. 17). La cooperación "es el espíritu común que ha permitido a los humanos imaginar, contar y, luego, cartografiar y explorar el espacio juntos" (p. 17), así como contemplar, identificar, describir y, posteriormente, dibujar los animales y las plantas (p. 17).

Para el autor, es necesario distinguir colaboración y cooperación, básicamente, por tres razones: a) "la colaboración se ejerce por el único medio del trabajo, mientras que la cooperación solicita el conjunto de las capacidades y finalidades humanas"; b) "la colaboración es a duración determinada, [al tiempo que] la cooperación no tiene un horizonte finito"; y, c) "la colaboración es una asociación a objeto determinado, mientras que la cooperación es un proceso libre de descubrimiento mutuo" (p. 18). Actualmente, asistimos al imperio de la colaboración y al retroceso e, incluso, al declive de la cooperación (p. 20), dado que, hoy en día, "la cooperación está [...] devorada por la colaboración" (p. 21). El riesgo es palpable, dado que "unas sociedades colaborativas en las que el espíritu de cooperación desaparece son unas sociedades frenéticas pero desvitalizadas, nerviosas pero inestables, y finalmente conservadoras, porque son incapaces de innovación y de adaptación" (p. 22).

La dificultad contemporánea de cooperar tiene serias consecuencias. "Entorpece las aptitudes de los individuos y reduce su bienestar; debilita la resiliencia común, es decir, la capacidad colectiva de [afrontar] los choques; aleja un poco más el horizonte de la sostenibilidad" (p. 22). "La atrofia de la inteligencia colectiva y de su corolario, la innovación social", caracteriza el siglo XXI (p. 23).

Si la cooperación ha conocido varias crisis en el pasado, la crisis actual tiene ciertas especificidades (pp. 23-24). En efecto, el economista francés distingue tres dimensiones de la presente crisis: "la epidemia de la soledad [...] que aisla a las personas y les impide [formar parte de] la sociedad; los nuevos pasajeros clandestinos que [rodean, ridiculizan y sabotean las reglas del juego y el derecho social, y] acaban desanimando la cooperación; y, [por último], la guerra contra el tiempo, inducida por una transición digital hipertrofiada y una transición ecológica descuidada, [que convierte en] incierto el futuro de la cooperación" (p. 24). Ante semejante panorama, Laurent propone tres vías para "reconquistar los imaginarios y reconstruir las instituciones de la cooperación. La primera consiste en superar las mitologías económicas y en salir del crecimiento para reencontrar la benevolencia de la economía civil y la profundidad de la economía ecológica" (pp. 24-25); la segunda estriba en "contener la competencia fiscal y social [...] para restaurar la potencia cooperativa de los sistemas sociales y fiscales" (p. 25); y, la tercera radica en "desacelerar la transición digital para acelerar la transición ecológica" (p. 25).

Dentro de la primera parte, que realiza "una breve historia de la cooperación humana", el autor dedica su primer capítulo a la "especie cooperativa" (p. 29). Laurent recuerda que, tras los trabajaos pioneros de Charles DeLisi (1988) sobre el genoma humano, se inician "quince años de cooperación internacional entre los más grandes especialistas de dieciocho países, bajo la égida de un consorcio internacional público: el Human Genome Project" (p. 30). Como fruto de esa labor cooperativa, la secuenciación del genoma humano es acabada en junio de 2000, hecha pública el 12 de febrero de 2001 y definitivamente finalizada el 25 de abril de 2003 (p. 30). En quince años, "tras varios intentos infructuosos, la especie humana ha descifrado su naturaleza biológica apoyándose en su cultura de cooperación" (p. 30). Estos descubrimientos solo son posibles gracias a "la exploración libre, acumulativa y, a menudo, accidental de las fronteras del saber [...]; solo son realizables por la cooperación social a gran escala [...]; esta última se nutre de la creación de nuevas instituciones [...] que convierten finalmente estos avances en fecundos y forman el armazón de futuros progresos del saber" (p. 31).

Para comprender la singularidad de la cooperación humana, es preciso distinguir tres nociones. Si la solidaridad "es una coacción de hecho vinculada a la pertenencia a un grupo" (p. 34), la colaboración "es una elección utilitarista limitada a la supervivencia y a la reproducción" (p. 34), mientras que la cooperación "es una elección libre cuyo objeto es la adquisición de conocimientos" (p. 35).

La capacidad humana de cooperar es el fruto de la adaptación cultural. "Es lo que ha permitido la emergencia y el desarrollo de las instituciones de la cooperación, es decir, de procedimientos y de reglas que [, con el transcurso del tiempo,] han tejido entre individuos aislados unos lazos sólidos y duraderos basados en la reciprocidad y la confianza" (p. 39). En la medida en que una institución es "una coacción humanamente formada que estructura las interacciones sociales" (p. 39), las instituciones permiten la cooperación, evitan la secesión, definen "el marco aceptable de los comportamientos humanos" y saben que en el centro de las instituciones de la cooperación se halla la confianza (p. 40). En efecto, la confianza se encuentra en el corazón de la cooperación social (Laurent, 2012), porque "transforma la incertidumbre en riesgo y acelera la reciprocidad entre individuos" (p. 41). Desempeña un papel crucial en la cohesión social, el desarrollo económico y la sostenibilidad medioambiental (pp. 41-42). Y, poco a poco, las sociedades han pasado de una confianza interpersonal a una confianza institucional, lo que ha permitido a los seres humanos ahorrar cálculos sobre la confianza interpersonal "para liberar su tiempo y su energía creativa" (p. 44).

Asimismo, en materia de cooperación, "la calidad de las instituciones importa más que la moralidad de las personas" (p. 44). Dado que las instituciones son las formas perennes de la cooperación social, "la cooperación por las instituciones permite proyectarse juntos en el tiempo" (p. 44). Los poderes públicos, las ciudades y las empresas son, hoy en día, las encarnaciones de la cooperación por las instituciones; sabiendo que cada una revela una faceta de la cooperación y permite "precisar las relaciones que mantienen cooperación y colaboración" (p. 45).

- Así, los poderes públicos son tanto la consecuencia de la cooperación como una de sus causas, dado que "la cooperación preexiste a la institución que [permite] su perennidad" (p. 45). La creación de una autoridad pública, nos dice el autor, "resulta a menudo de la necesidad de disponer de un sistema de sanción de la defección [...]. Responde también a la necesidad de proteger por la fuerza los vínculos densos tejidos a lo largo del tiempo por una comunidad humana" (pp. 45-46). Pero, los poderes públicos pueden igualmente romper la cooperación que les ha dado vida (p. 46), "utilizando los instrumentos de la colaboración y sometiéndose a sus imperativos de utilidad y eficacia" (pp. 47-48). Según el economista francés, "en la crisis contemporánea de la cooperación, [es necesario] interrogarse, no solo sobre la eficacia o los medios de acción de la potencia pública, sino también sobre la vitalidad de los principios cooperativos que la subtiende" (p. 48).

- En lo que se refiere a las ciudades, la mundialización se ha acompañado de la urbanización. Desde 2007, las ciudades agrupan a la mayoría de los seres humanos. Esto ha generado un fenómeno de aglomeración sinónimo de "una concentración considerable de recursos en zonas abiertas a los flujos [internacionales]" (p. 49). Más allá de los beneficios económicos que procura, la ciudad es también fuente de bienestar, ya que procura seguridad, movilidad, redes de sociabilidad, así como cultura, conocimiento y emociones (p. 50).

- En cuanto a las empresas, además de buscar el beneficio, son unos colectivos humanos que hacen vivir una idea y unos principios, y que se desarrollan a través del intercambio y de la transmisión del conocimiento común (p. 52). Las empresas son los lugares, por excelencia, del arbitraje entre cooperación y colaboración (p. 52). De hecho, cuando unas empresas están acaparadas por la colaboración en detrimento de la cooperación, son menos robustas y duraderas (p. 52).

En el segundo capítulo, titulado "Del fatalismo de la secesión a la revolución de los comunes", el autor recuerda que "el análisis de la cooperación humana ha conocido, a mediados del siglo XX, una fase de [profundo fatalismo]" (p. 55). En efecto, "en las décadas de 1950 y 1960, nace y se propaga un [notable] pesimismo en cuanto a la capacidad de los sistemas sociales de engendrar más comportamientos cooperativos y de mantenerlos en el tiempo" (p. 55). Se incide en "la perversidad de las instituciones" que, supuestamente, además de no fomentar la cooperación, propiciarían la secesión concediendo un lugar excesivo a las estrategias individuales y favoreciendo el repliegue de las personas en sus propios intereses (pp. 55-56). "El economista Kenneth Arrow aparece como el pionero de ese declinismo de la cooperación" (p. 56). En 1951, publica Choix collectifs et préférences individuelles que constituye "la primera exposición del teorema de la imposibilidad de la elección social" (p. 56). A su entender, para alcanzar una solución común, es imposible respetar los criterios de libertad y de coherencia (p. 57). Arrow incide en la "insuficiencia de las instituciones ante la complejidad de la cooperación humana" (p. 57).

Mancur Olson (1987) va más allá, ya que, según su teoría, "no solo los comportamientos desviantes que hacen la cooperación humana imposible no son impedidos por las instituciones de la cooperación, [sino que] son [propiciados] por ellas" (p .58). Afirma que "unos individuos [dotados] de razón y motivados por sus propios intereses no van a obrar a favor del interés de los grupos a los que pertenecen" (p. 58). En este caso, es "la posibilidad de secesión y de privatización de las ganancias que convierte la cooperación en imposible" (p. 58). Los comportamientos de tipo "pasajero clandestino (free rider), [que constituyen unas] estrategias no cooperativas por excelencia, dependen de los incentivos percibidos por los individuos que [desean] minimizar sus costes y maximizar sus beneficios en el seno de los grupos, [sabiendo que] estos dependen del tamaño de los grupos" (pp. 58-59). Para Olson, "los comportamientos no cooperativos son inherentes a las instituciones" (p. 60).

Garrett Hardin (2018) supera a Olson en el fatalismo, mostrando que, "no solo las instituciones favorecen la secesión y la defección, sino que, además, conducen a la ruina colectiva" (p. 60). Contrariamente a Adam Smith, considera que, en una economía de mercado, si "los individuos solo deben preocuparse por sus propios intereses personales, sin jamás preocuparse por la suerte del prójimo, la suma de los egoísmos de cada uno conducirá [...] a la ruina de los ciudadanos" (p. 60). Según Hardin, es preciso "instituir una concertación recíproca por aceptación mutua", o, dicho de otra forma, "recurrir a una autoridad central que monopoliza el poder de elegir" (p. 61).

Conviene subrayar que "estas tres visiones del declive de la cooperación han aparecido en el contexto de la Guerra Fría", en un momento en el cual la democracia liberal es cuestionada por los regímenes autoritarios (p. 62). En ese sentido, "la crisis de la cooperación está en parte vinculada con la crisis de la democracia" (p. 62).

No en vano, una visión más optimista de la cooperación humana surge en la década de 1970 con la idea de recursos de libre acceso (open access resources) (pp. 62-63). "Los recursos comunes o comunes son unos recursos detenidos bajo el régimen de la propiedad privada por un grupo humano, mientras que los recursos en [libre acceso] no son exclusivos" (p. 63). Elinor Ostrom (1990) identifica y analiza sistemáticamente "las instituciones que permiten [o no] una explotación sostenible de los recursos naturales" (p. 65). Ostrom y sus colaboradores muestran que "las instituciones que permiten la preservación a través de la cooperación son engendradas por las propias comunidades" (p. 66). Por lo tanto, la cooperación es posible y está autodeterminada (p. 66). Según Ostrom, en el juego del "bien público", "los individuos cooperan mucho más de lo que presupone la teoría estándar, en particular si tienen la posibilidad de castigar a los pasajeros clandestinos" (p. 67). De hecho, ese juego es más complejo de lo que se piensa habitualmente (p. 67). En numerosos casos, los seres humanos consiguen evitar la "tragedia de los comunes" construyendo unas reglas colectivas cuyos principios son la reciprocidad y la confianza (p. 69). A partir de estas observaciones de campo, Ostrom intenta "definir los grandes principios de una gestión duradera de los recursos comunes para salir [...] de los dilemas sociales de la gobernanza medioambiental" (p. 70). Se trata de las "reglas del juego de la cooperación humana" (p. 70).

Al contrario, "las reglas impuestas de manera autoritaria a unos grupos locales por unos gobiernos lejanos resultan ser a menudo contraproducentes, porque las autoridades en cuestión no disponen de la información y de la legitimidad suficientes" (pp. 72-73). En ese caso, se percibe claramente la importancia de la relación entre la preservación de los recursos naturales y la confianza (p. 73). Según Ostrom (1990), "los individuos que cooperan son capaces de aprender de los demás; recuerdan unos comportamientos de cooperación y, más generalmente, la fiabili-dad de las personas [con las cuales se han relacionado]; utilizan su memoria y otros indicios [...] para evaluar la fiabilidad de sus socios en el intercambio antes de concederles su confianza; intentan [construir] una reputación de fiabilidad; castigan a los pasajeros clandestinos, incluso si ello induce un coste para ellos mismos; adoptan unos horizontes temporales que exceden el futuro inmediato" (p. 74). En ese sentido, la cooperación es una búsqueda de conocimiento compartido (p. 74). Ostrom postula que "son los propios individuos los que deciden cambiar de comportamiento y se convierten en cooperativos adoptando unas reglas y unas actitudes de reciprocidad basadas en su propia experiencia. Frente a cada nuevo desafío, reinventan las instituciones de la cooperación a partir de principios de justicia, lo que conduce al bien común" (p. 75).

En el tercer capítulo, que se centra en "el juego de la inteligencia colectiva", Laurent observa que, en el lenguaje de la teoría de los juegos, Axelrod plantea el dilema del prisionero en el cual "cada jugador puede adaptar su estrategia en función de las elecciones del socio/adversario. Pero puede igualmente [decidir] hacer defecto [sistemáticamente], cooperar siempre o adoptar una estrategia aleatoria de cooperación" (p. 79). Ante ese dilema, la estrategia ganadora consiste en proceder al tit for tat (p. 80). "En el primer golpe, el [jugador] coopera [y] luego se adapta estrictamente al golpe jugado por el socio: si el socio coopera, coopera; si el socio hace defecto, hace defecto; y vuelve a la cooperación si el socio [vuelve a cooperar] tras haber hecho defección" (p. 80). Por lo tanto, una "estrategia espejo", cuyo resorte es la reciprocidad, "demuestra que ninguna regla universal construye mejor la cooperación que la atención prestada a las acciones del prójimo, incluso sus acciones negativas" (p. 80). En otras palabras, los seres humanos consiguen cooperar superando sus intereses personales inmediatos, porque "se educan mutuamente en la cooperación" (p. 81). Para ello, necesitan un horizonte temporal relativamente amplio "que se encarna en unas instituciones robustas. [...] Supone igualmente un proceso de descubrimiento mutuo" (pp. 81-82). La cooperación "es un juego de inteligencia colectiva cuyo desenlace debe permanecer indeterminado" (p. 82).

Con Émile Durkheim (1893), la división del trabajo, característica de las sociedades contemporáneas, reúne a las personas, reforzando su complementariedad y conduciéndolas a cooperar (p. 87). "La colaboración se [transforma] en interdependencia y [esta] en cooperación" (p. 87). Además de propiciar la organización del mundo existente, la cooperación permite "inventar un mundo [a través del] juego indeterminado de la cooperación" (p. 88).

Los ámbitos de la educación, la investigación y la política ilustran "la crisis de la cooperación [que se expande] bajo las apariencias de una sociedad cada vez más colaborativa" (p. 97). Esta crisis se cristaliza de tres maneras. En primer lugar, en "el auge [...] de la soledad, que significa [especialmente] que el mundo del trabajo no [protege] contra el aislamiento y no responde a las necesidades de socialización" (p. 97). En segundo lugar, en el advenimiento de nuevos pasajeros clandestinos que "maximizan sus beneficios socializando sus pérdidas", porque consideran los bienes comunes como bienes de consumo (pp. 97-98). En tercer lugar, en "la guerra contra el tiempo, que inaugura una crisis de los horizontes colectivos, [como consecuencia] de una transición digital hipertrofiada y una transición ecológica atrofiada" (p. 98).

La segunda parte, que analiza "la crisis de la cooperación", empieza por el cuarto capítulo consagrado a la "epidemia de la soledad" (p. 101). En su seno, el economista francés constata que las instituciones actuales contribuyen "a un aislamiento creciente de las personas que socava los fundamentos de la cooperación social" (p. 102). Para Putnam (1995), "la calidad de las políticas públicas está vinculada a la aptitud para la cooperación social, ella misma [basada] en el capital social" (p. 104). Según el politólogo norteamericano, el declive progresivo pero continuo del capital social en su país provoca una caída de la participación democrática que conduce finalmente "a una degradación de la calidad de la vida pública" (p. 105).

- Por una parte, se produce un contagio de la soledad. "Esa transmisión se opera por la mediación de las instituciones que aíslan progresivamente a los individuos: [obligaciones laborales] que separan duraderamente a las personas de sus familias y amigos, pobreza masiva, [negligencia] de los servicios sociales, austeridad drástica impuesta a los municipios", etc. (p. 106).

- Por otra parte, las consecuencias de la soledad son considerables a nivel sanitario. En este caso, la soledad se asemeja "a una forma de patología o [es un] vector patológico que deteriora la salud humana" (p. 108).

Aunque el aislamiento social y la soledad son característicos de "una desconexión del individuo de sus redes de sociabilidad", es preciso distinguir "la realidad objetiva del aislamiento, medible [a través de] ciertos indicadores de la densidad del contacto social [...], y la subjetividad del sentimiento de soledad, medido por vía declarativa" (p. 108). En ese sentido, en 2010, el 15 % de los ciudadanos norteamericanos sufren de soledad crónica, sabiendo que esta "aumenta fuertemente el riesgo de mortalidad prematura y contribuye al desarrollo de numerosas patologías mentales y físicas" (p. 109). De hecho, desde la primera década del siglo XXI, la mortalidad prematura se ha incrementado como consecuencia de la desindustrialización, la desocialización y la crisis de los opioides, lo que ciertos autores han denominado "muerte por desesperación social" (p. 110).

El aislamiento social "entendido no como una elección de vida, sino como una insuficiente conexión social e incluso una desconexión total de las redes de sociabilidad, es muy mayoritariamente padecida" (p. 112). Así, en Reino Unido, "la progresión del aislamiento social y de la soledad que lo acompaña se ha convertido en una preocupación política de primer [orden]" (p. 113). Asimismo, en Francia, el número de personas que padecen soledad ha pasado de 4 a 5 millones entre 2010 y 2016, y concierne especialmente a "las grandes zonas urbanas" (p. 115). Y no afecta solo a las personas mayores, ya que el 18 % de los jóvenes de entre 15 y 30 años "son socialmente vulnerables según las grandes variables que van de la fragilidad al aislamiento completo" (p. 116). Están a menudo en situación de fracaso escolar y su estado de salud es peor (p. 117).

En el quinto capítulo, que se interesa por "los nuevos pasajeros clandestinos", Laurent observa que la complacencia de los poderes públicos hacia los nuevos pasajeros clandestinos mina, hoy en día, la cooperación social. Son todos aquellos que consiguen beneficiarse de las infraestructuras, los servicios sociales y los sistemas de regulación basados en el funcionamiento del sistema fiscal y social sin asumir ningún coste a nivel personal (p. 126). Estos comportamientos tienen consecuencias, no solo sobre las personas e instituciones que los padecen, sino también sobre la propia viabilidad de la cooperación. "Sabotean la cooperación social [desincentivando] a los demás a cooperar" (p. 127).

En el juego del bien público, "los jugadores tienen tendencia a cooperar [desde el inicio]. Pero esta cooperación puede [disminuir] progresivamente" (pp. 127128). Pueden distinguirse tres categorías de jugadores: "los altruistas, los cooperadores condicionales y los pasajeros clandestinos. Los altruistas cooperan todo el tiempo y los pasajeros clandestinos jamás [lo hacen], mientras que los cooperadores condicionales [, siempre a la expectativa,] empiezan cooperando, pero cesan [posteriormente] bajo el efecto de la decepción, e incluso del resentimiento que sienten hacia los pasajeros clandestinos" (p. 128). Unos estudios empíricos han establecido que "el 30 % de los jugadores se comportan como pasajeros clandestinos, el 50 % son cooperadores condicionales y el 20 % [son] altruistas" (p. 129). A su vez, "la instauración de mecanismos de sanción de los tramposos consigue restaurar [el deseo] de cooperación" (p. 129). De hecho, "cuando los castigos están autorizados, la cooperación no se deteriora a medida que el juego avanza" (pp. 129-130). En otros términos, "la no cooperación no es una fatalidad. Solo existe porque unas instituciones la posibilitan y unas autoridades [rehúyen] sancionarla" (p. 130).

En el sexto y último capítulo, que aborda "la guerra contra el tiempo", el autor observa que "el inicio del siglo XXI se caracteriza por una doble crisis temporal" (p. 143). La primera resulta de la aceleración del presente bajo el efecto de la transición digital, ya que provoca "innovaciones incesantes que alteran las existencias humanas [en sus vidas diarias y modifican] la organización social en profundidad" (p. 143). La segunda crisis alude al hecho de que el futuro está obstruido por las crisis ecológicas, empezando por el calentamiento climático (p. 144). La dificultad propia de la época actual, nos dice Laurent, estriba en que "estas dos crisis se producen conjuntamente [y] se agravan mutuamente" (p. 145). En ese sentido, "la transición digital constituye un obstáculo creciente para la transición ecológica, de manera que los horizontes de la cooperación están doblemente [condicionados] por la crisis del presente y la del futuro" (p .145). De hecho, "la guerra contra el tiempo, en particular el tiempo libre, [...] es también una guerra contra el [largo plazo]" (p. 146).

En cuanto a los daños ocasionados por la transición digital en materia de cooperación, es preciso recordar que esta transición no es solo tecnológica, sino que es también "una transición de los imaginarios y de las prácticas" (p. 146). "La transición digital plantea al menos dos problemas a la cooperación" (p. 146). Por una parte, "su mitología fundadora es la de un inventor genial conectado a las máquinas, pero desconectado de la sociedad" (p. 146). En realidad, esa imagen es falsa, "porque todas las innovaciones tecnológicas de la transición digital han sido posibilitadas por la cooperación de equipos que mezclan diferentes especialidades y cuyo trabajo en común ha permitido, no solo la propia innovación, sino [también y] sobre todo su difusión" (p. 148). Por otra parte, la transición digital entorpece la cooperación en su búsqueda del conocimiento compartido. En efecto, "el horizonte del conocimiento común se aleja, porque el conocimiento aparece como [inmediatamente disponible]" (p. 149).

Además, para el economista francés, "uno de los aspectos más preocupantes de [la era] digital es que [el tránsito] hacia el nuevo mundo que propone es [un retorno al] pasado" (p. 153). Así, Cathy O'Neil (2016) muestra cómo "el uso sistemático de los algoritmos con fines de eficacia administrativa encierra los individuos en sus elecciones pasadas [condenándolos] a un porvenir inamovible extrapolado por unas máquinas. Los algoritmos de personalización se convierten en algoritmos de persecución" (p. 154). En ese sentido, "la transición digital, porque no olvida nada de los comportamientos pasados, es, en el fondo, una transición nostálgica" (p. 155). A su vez, "la transición digital favorece la hipertrofia del mundo virtual [en la misma proporción en que propicia] la atrofia del mundo real" (p. 155). En esa tensión entre un corto plazo omnipresente y un largo plazo que se ha perdido de vista, "se produce la guerra contra el tiempo en el cual estamos atrapados" (p. 156).

Los seres humanos se han comprometido históricamente en la lucha por liberar su tiempo (p. 156). "Dos etapas han marcado esta emancipación: la liberación del tiempo natural y la liberación del tiempo social" (p. 156). De hecho, hoy en día, el tiempo libre está cada vez más acaparado por los aparatos digitales que proceden a una colonización progresiva de los tiempos familiares, amistosos, amorosos y de ocio (p. 159). De la misma forma, las crisis ecológicas, que se infravaloran y se agravan ante nuestros ojos, incrementan las desigualdades sociales. Debilitando los horizontes colectivos, impiden "las necesarias adaptaciones de las sociedades humanas, inmersas en una espiral no cooperativa" (p. 160). A medida que las crisis ecológicas desorganizan las sociedades contemporáneas, desmonetizan la cooperación, "porque hacen desaparecer los horizontes comunes y privan la cooperación de su objeto" (p. 161). Para Laurent, además de poner la transición digital al servicio de la transición ecológica, es preciso "desacelerar la transición digital para acelerar la transición ecológica" (p. 163).

En el apartado de conclusiones, en el que aspira "reconstruir la cooperación" a través de los imaginarios y las instituciones, el autor considera que, ante el resurgimiento del espectro del declive de la cooperación humana, se trata de intentar conjurarla, empezando por comprenderla, evitando "reinventar la naturaleza humana" y forzando a los seres humanos a cooperar. Es cuestión de trabajar en la reconquista de los imaginarios y en la reforma de las instituciones (p. 165). De hecho, "los imaginarios sirven para dar sentido al pasado y para vincularlo al presente, [mientras que] las instituciones sirven para proyectarse en el futuro. Los imaginarios moldean los valores, [al tiempo que] las instituciones moldean los comportamientos" (pp. 165-166).

La reconquista de los imaginarios y la reforma de las instituciones para reconstruir la cooperación son propiciados por los avances "del conocimiento sobre los mecanismos de la cooperación y de sus crisis" (p. 167). Laurent contempla tres ámbitos en los cuales puede producirse esa reconstrucción; sabiendo que, para cada uno de ellos, se trata de "determinar en qué consiste precisamente el trabajo sobre los imaginarios y las instituciones" (p. 167).

El primer ámbito es el de "la desconstrucción del conocimiento [...] y de la salida del crecimiento" (p. 167). En efecto, conviene "desmitificar un discurso económico hoy en día reducido, en su versión dominante, a un conjunto de mitologías cada vez más irreales y destructivas, reformar su enseñanza e inscribir las nuevas maneras de pensar la economía en el corazón de las políticas públicas" (p. 168). Existen dos maneras de superar ese imaginario: "el retorno a la economía civil y el recurso a la economía ecológica" (p. 168).

- "La economía civil, que se apoya en las instituciones, las leyes y las virtudes cívicas, [desea convertir el] mercado en un lugar de desarrollo humano que aspira a la felicidad de los ciudadanos a través de un uso social de la riqueza y apoyándose en la reciprocidad en las relaciones sociales" (pp. 168-169). Actualmente, "volver a la economía civil consiste en dar la prioridad a la cooperación sobre la colaboración en todos los espacios sociales, se trate del trabajo, de la educación o de la investigación. Es también redescubrir la riqueza y la diversidad de las formas institucionales que han preexistido a las instituciones del capitalismo" (p. 170).

- La economía ecología, por su parte, implica no concebir la economía sin el medio ambiente. "El recurso a la economía ecológica supone fundamentalmente salir del crecimiento como proyecto social" (p. 171). La economía ecológica es favorable a la cooperación en la medida en que "propone un enfoque interdisciplinar de las riquezas ecológicas" (p. 175).

Según el autor, "la economía civil y la economía ecológica combinadas forman una perspectiva social-ecológica [del] mundo que tiene el poder de restaurar el bienestar humano (su resiliencia y su sostenibilidad) como finalidad de la cooperación" (pp. 175-176). Es preciso, nos dice el economista francés, que esta nueva concepción de la economía esté presente en "los programas de enseñanza secundaria y superior, lo que constituye la primera reforma institucional" (p. 176). Además, para salir del crecimiento, es necesario "inscribir el bienestar, la resiliencia y la sostenibilidad en el corazón de las políticas públicas" (p. 177).

El segundo ámbito consiste en "restaurar la potencia cooperativa del sistema fiscal y social", sabedor de que es "la deconstrucción sistémica de las reglas sociales y fiscales la que fomenta los comportamientos no cooperativos recompensando la renta y la depredación" (p. 178). La principal reforma a llevar a cabo en esta materia es "la lucha contra los paraísos fiscales y la competencia fiscal y social en Europa" (p. 178). A su entender, "el sistema social debe también abrirse a la cuestión ecológica para dar profundidad a la cuestión social y estabilizar los horizontes de la cooperación" (pp. 178-179).

El tercer ámbito estriba en "desacelerar la transición digital para acelerar la transición ecológica" (p. 179). De hecho, la transición digital complica y ralentiza la transición ecológica. Al complicar las relaciones humanas en el espacio, ralentiza la cooperación (p. 180). La transición digital complica y ralentiza igualmente la cooperación en el tiempo, [dado que] la interrupción permanente de la atención y la diversión constante imposibilitan la continuidad requerida por la cooperación. "La intermitencia tecnológica es el enemigo de la continuidad social" (p. 180). En ese ámbito, la reforma a llevar a cabo consiste en "poner lo digital a distancia, en el espacio y en el tiempo" (pp. 180-181). El derecho a la desconexión de los asalariados es un buen ejemplo (p. 181). A su vez, es preciso aproximar la transición ecológica, es decir "darle un sentido", puesto que la ecología "permite a los humanos acceder a una dimensión esencial de su bienestar: la salud" (p. 181), además de ser "un formidable campo de innovación social que libera las iniciativas" (p. 182).

Al término de la lectura de L'impasse collaborative: pour une véritable économie de la coopération, es obvio reconocer la originalidad de la perspectiva ofrecida por el autor sobre la cooperación humana y su claro dominio tanto de la literatura económica como filosófica a nivel internacional. Antes de la reflexión pormenorizada llevada a cabo sobre los riesgos que pesan sobre la cooperación en un periodo dominado por la colaboración, procede a una perfecta delimitación y problematización del objeto de estudio y a una definición precisa de los principales conceptos que maneja con soltura y pertinencia; todo ello desarrollando un pensamiento articulado, recurriendo a una argumentación sólida y utilizando un estilo fluido que facilita la comprensión de esta obra y convierte su lectura en agradable. Además, el autor no duda en profundizar ciertas cuestiones, tales como las reglas de la cooperación según Elinor Ostrom, en unos cuadros previstos a tal efecto (pp. 70-72). Por último, Laurent completa su faceta analítica con una dimensión normativa al formular propuestas concretas en tres ámbitos determinados. No en vano, y de cara a matizar la valoración positiva que merece esta obra, se echa en falta un mayor número de ejemplos concretos que puedan ilustrar las tesis defendidas, dado el alto nivel de abstracción del libro.

En cualquier caso, y más allá de estas reservas, la lectura de la última obra de Laurent es sumamente recomendable para profundizar nuestra reflexión sobre la cooperación humana en las sociedades contemporáneas.

REFERENCIAS

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2. Durkheim, É. (1893). La division sociale du travail. París: Presses Universitaires de France. [ Links ]

3. Hardin, G. (2018). La tragédie des communs. París: Presses Universitaires de France . [ Links ]

4. Laurent, E. (2012). Economie de la confiance. París: La Découverte. [ Links ]

5. Laurent, E. (2016). Nos mythologies économiques. París: Les liens qui libèrent. [ Links ]

6. Laurent, E. (2017). Notre bonne fortune: repenser la prospérité. Paris: Presses Universitaires de France. [ Links ]

7. Laurent, E. (2018). L'impasse collaborative: pour une véritable économie de la coopération. Paris: Les Liens qui Libèrent. [ Links ]

8. O'Neil, C. (2016). Weapons of math destruction: How big data increases inequality and threatens democracy. Nueva York: Crown Publishing Group/Pengun Random House. [ Links ]

9. Olson, M. (1987). Logique de l'action collective. Paris: Presses Universitaires de France . [ Links ]

10. Ostrom, E. (1990). Governing the commons: The evolution of institutions for collective action. Cambridge: Cambridge University Press. [ Links ]

11. Putnam, R. D. (1995). Bowling alone: America's declining social capital. The Journal of Democracy, 6(1), 65-78. [ Links ]

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