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Revista de Ingeniería

Print version ISSN 0121-4993

rev.ing.  no.31 Bogotá Jan./Jun. 2010

 

Inundados, reubicados y olvidados: Traslado del riesgo de desastres en Motozintla, Chiapas

Flooded, Resettlements and Forgotten: Disaster Risk Transfer in Motozintla, Chiapas

* Este trabajo forma parte de los resultados de una estancia posdoctoral en el CIESAS, inscrita el proyecto coordinado por el Dr. Jesús Manuel Macías La intervención de SEDESOL en recuperación de desastres. Evaluación de acciones y omisiones en reubicación de comunidades.

Fernando Briones Gamboa
PhD. en Antropología Social y Etnografía. Profesor e investigador, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). Ciudad de México, México. briones@ciesas.edu.m

Recibido 22 de Junio de 2010, modificado 5 de Julio de 2010, aprobado 7 de Julio de 2010.


RESUMEN

Por sus condiciones de vulnerabilidad, la ciudad de Motozintla (Chiapas, México) está expuesta al riesgo de desastres hidrometeorológicos. Las lluvias de 1998 y la tormenta Stan en 2005 provocaron daños materiales y pérdidas humanas. Las respuestas de las autoridades fueron medidas estructurales en el río Xelajú y la reubicación de familias de las zonas de riesgo. La creación de los barrios Milenio y Vida Mejor reconfiguración el espacio, desarticulando redes sociales y redistribuyendo el riesgo. Exponemos algunas implicaciones de las reubicaciones; hacemos énfasis en la necesidad de aplicar políticas participativas y adaptar al contexto local el diseño de los programas de recuperación de desastres.

PALABRAS CLAVES
Chiapas, reubicaciones, riesgo, vulnerabilidad.

ABSTRACT
Because of its vulnerable situation, the city of Motozintla (Chiapas, Mexico) is exposed to the risk of hydrometeorological disasters. Both the rains of 1998 and Hurricane Stan in 2005 caused a great deal of damage and many casualties. The authorities responded by imposing structural measures in the Xelajú River and by resettling families from risk areas. Creating the new neighborhoods of Milenio and Vida Mejor reconfigured the space by disrupting social networks and redistributing risk. We expose some of the implications of the resettlement, emphasizing the need for applying participatory policies and for adapting the disaster recovery programs to the local context.

KEY WORDS
Chiapas, resettlements, risk, vulnerability.


INTRODUCCIÓN

Si la célebre hipótesis de Prince [1] que argumenta que las catástrofes son oportunidades para el cambio social es cierta, las reubicaciones por desastres son potencialmente mecanismos transformadores. Sin embargo, casi generalizadamente, las reubicaciones son representativas de una trasformación negativa y —en el mejor de los casos— se limitarán a la reducción parcial y temporal de los riesgos, y no a la mitigación sostenible en el largo plazo.

Los casos que presentamos analizan bajo una perspectiva comparativa las reubicaciones Milenio III (1998) y Vida Mejor III (2005) en la ciudad chiapaneca de Motozintla. El primer caso contiene elementos que tendrían que haber servido para el diseño del segundo. Analizaremos las diferencias y similitudes pero, sobre todo, las consecuencias de las acciones a partir de las siguientes hipótesis:

  • Los modelos de reubicaciones implementados no corresponden a las necesidades socioeconómicas ni a los patrones culturales de las comunidades; se puede esperar reticencia en la participación y bajo nivel de ocupación de las reubicaciones, si no se ofrecen garantías de seguridad alimenticia.
  • Las reubicaciones en Motozintla son reveladoras de un proceso de traslado y redistribución del riesgo, en la medida en que sus habitantes ocupan un nuevo espacio expuesto a nuevas amenazas y con deficientes mecanismos para la reintegración a la comunidad de sus redes sociales, fuentes de producción y servicios públicos.
  • La metodología utilizada en la recuperación de los datos presentados se basa esencialmente en el trabajo de campo etnográfico; se realizaron entrevistas semiestructuradas en los barrios originalmente dañados, en las comunidades reubicadas y con funcionarios públicos locales. Esto se analiza a través de un marco teórico fundamentado en los estudios sociales sobre reubicaciones humanas por desastres y en la noción de construcción social del riesgo. Al estudiar el riesgo como construcción social, reconocemos que una de sus características más importantes es su condición evolutiva: el riesgo no es una condición estática sino una en constante transformación. Así, la construcción social del riesgo es un proceso que representa el aumento de las condiciones de vulnerabilidad que hacen de una sociedad susceptible de sufrir daños. Los casos presentados son ilustrativos de un proceso de transformación social: ¿hacia dónde esos cambios dirigen a las sociedades en cuestión?, ¿las reubicaciones fueron mecanismos eficaces en la reducción del riesgo o sirvieron únicamente para su traslado geográfico y temporal?

    ¿SON LAS REUBICACIONES UNA SOLUCIÓN A LA GESTIÓN DEL RIESGO?

    En este trabajo no analizamos los mecanismos institucionales sobre la decisión de reubicar ni los procesos de licitación sobre la construcción de los nuevos asentamientos; partiremos de la suposición que fueron resultado de legítimas estrategias de mitigación del riesgo. No obstante, estudiamos la eficiencia de los modelos utilizados para ver si se cumplió el propósito de mitigación del riesgo.

    Por el costo social y económico, reubicar tendría que ser la última alternativa. En la gestión del riesgo reubicar es una de la decisiones más difíciles porque representa, como recuerda Musset "un fracaso para los habitantes obligados no solamente a abandonar su lugar de residencia y patrimonio inmobiliario, sino también pone en causa el estatus social que ellos pudieron adquirir al ser miembros de la comunidad, con todas las ventajas económicas y políticas que esta situación les podía aportar" [2]. Desde esta perspectiva, las reubicaciones son resultado de una política territorial deficiente y supone procesos sociales sensibles, al implicar la reconfiguración casi total de las redes sociales y medios productivos de los afectados o beneficiados, según quiera verse. Barrios [3], recuperando las reflexiones de Cernea (1997) y Partridge (1982), sostiene que "la reubicación de comunidades, ya sea causada por un desastre o un proyecto de desarrollo, se caracteriza por varios riesgos sociales y de salud pública. Estos riesgos incluyen el desempleo, la pérdida de tierras, la pérdida de hogares, marginalización y seguridad alimentaria, el acceso a la propiedad comunal, la polarización económica, la desarticulación social y los aumentos en la mortalidad y morbilidad".

    ¿De qué depende el éxito o fracaso de una reubicación? La tendencia general en la discusión del "éxito" o "fracaso" es evaluar el porcentaje de ocupación en las nuevas casas; la participación y disponibilidad de los afectados a reubicarse depende de factores de exposición al riesgo físico y la restructuración del sistema comunitario que permitiría efectivamente consolidar el nuevo asentamiento. Macías afirma que "cuenta mucho el factor expulsor del antiguo asentamiento para la determinación de comportamiento individual y colectivo de los que se reubican" [4]. Desde la perspectiva comunitaria, Vera muestra que algunas de las consecuencias de las reubicaciones son la "desintegración familiar y desarticulación de las comunidades" [5]. Las reubicaciones corren el riesgo de fracasar si los proyectos no consideran a las comunidades como sujeto principal, entendiendo por esto el ensamble de redes sociales que mantienen en actividad un territorio; estas redes incluyen relaciones de parentesco, sistemas productivos, comerciales y relaciones políticas. Sliwinski recuerda que una reubicación "posiblemente tendrá altos niveles de ineficiencia si la comunidad y sus redes no son incluidas como participantes activos durante el ciclo del proyecto" [6].

    Pese a que la decisión de reubicar una comunidad puede justificarse frente al valor indiscutible de una amenaza natural o un desastre, para las comunidades representa un impacto social tan alto que frecuentemente la apuesta es mantenerse en sus lugares de origen. Oliver-Smith parafraseando a Wallace (1957) escribe: "Escogiendo mantenerse cerca del sitio anterior (o ciudad), los sobrevivientes (afectados) reducen la carga de reestructuración cognitiva para adaptarse al medio ambiente"[7]. Esto significa que los afectados tienden a buscar las soluciones que requieran menos energía en el proceso de adaptación, lo que implica recurrir a sus esquemas organizativos y productivos ya conocidos, situados en los antiguos asentamientos.

    Son pocos los casos exitosos expuestos en la biografía sobre reubicaciones. Wilches-Chaux expone que «un "modelo de intervención" o una "estrategia", que en una situación determinada puede considerarse como "un éxito", en otro momento o en otras circunstancias puede resultar totalmente inaplicable o conducir al fracaso » [8]. Es decir, el éxito o fracaso está sujeto a un Contexto especifico, lo que supone un gran reto en la planeación de reubicaciones, ya que cada proyecto tendría que ser original y adaptado a los esquemas culturales, ecológicos y económicos. Argüello argumenta que "deben diseñarse verdaderos asentamientos y no sólo conglomerados de casas" [9], como ha sido el caso en Motozintla y en numerosos lugares de Latinoamérica.

    MOTOZINTLA, ¿VULNERABLES A QUÉ Y POR QUÉ?

    En México la temporada lluvias de 1998 ha sido recordada como una de las más destructivas de la última década del siglo pasado, a tal punto que el mismo Presidente Ernesto Zedillo comparó la destrucción con el terremoto de 1985 en la Ciudad de México [10]. Casi todo el sur del país se vio afectado por depresiones tropicales y lluvias intensas que causaron daños principalmente en los estados de Puebla, Veracruz y Chiapas. Esta última entidad tuvo afectaciones en la costa (municipios de Tapachula, Pijijiapan y Mapastepec), destacándose la comunidad de Valdivia que quedó sepultada por el lodo proveniente de la Sierra. Justamente, algunas de las hipótesis sobre la destrucción en la costa giran alrededor de la deforestación en la Sierra, lo que supuestamente contribuiría a la disminución en la capacidad de absorción de la tierra y en consecuencia al aumento de las corrientes de agua que por la naturaleza desembocan en el litoral del Pacífico. En la ciudad de Motozintla1, ubicada en el estado su- reño de Chiapas, lluvias intensas atípicas al inicio de septiembre produjeron un escenario de devastación que dejó por lo menos 800 casas destruidas por la crecida de los arroyos que cruzan la ciudad y por el desbordamiento del río Xelajú, un importante afluente que domina el paisaje de la ciudad incrustada en la Sierra Madre de Chiapas. Hay que destacar que la ubicación misma de Motozintla la convierte en una zona de riesgo con pocos espacios no expuestos a las inundaciones por los desbordamientos de los ríos y arroyos, y por los cerros de rocas del accidentado terreno, producto de las fallas tectónicas Motagua y Polochic [11], además de la erosión que hace al terreno susceptible a deslaves.

    El poblamiento de la ciudad se explica por su importancia como centro económico regional y cabecera municipal. Frontera entre las regiones Sierra y Soconusco, su cercanía a la costa del Pacífico y su proximidad con Guatemala favorecieron a que Motozintla fuera el punto de concentración para la distribución de los productos de la región, entre los que destacan la madera y el café. Todavía en esta década, pese a la transición económica dirigida al desarrollo industrial más que al agrícola, el municipio concentra 59% de sus actividades productivas en el sector primario (actividades agropecuarias). La industria manufacturera representa apenas el 11% de las actividades; mientras que el sector terciario (servicios y comercio), el 30%. La mayoría de los motozintlecos de las comunidades aledañas se dedican a la agricultura; por su parte, en la cabecera municipal predominan los servicios y el comercio.

    Uno de los patrones de poblamiento más evidentes en muchos municipios del país es la concentración de los servicios y comercios en el centro de la ciudad donde vive la clase media, mientras que la periferia es receptora de población migrante. Las orillas de Motozintla se comenzaron a poblar, según los testimonios recuperados directamente con los rivereños, a partir de los años setentas, como consecuencia indirecta de una reforma agraria mal concluida. Esto respondió también a la necesidad de vivienda y empleo: los migrantes llegaron de las comunidades aledañas con la finalidad de aprovechar el potencial comercial de la cabecera municipal y, al mismo tiempo, trasladaron sus actividades agrícolas. Se trata de la transición rural-urbana en su mayoría de familias de campesinos que en un inicio no tuvieron vivienda propia y que esperaban que sus hijos accedieran a servicios educativos y de salud.

    Figura 1. El Estado de Chiapas en la República Mexicana. Fuente: Secretaría de Obras Públicas, Gobierno del Estado de Chiapas.

    Figura 2. La ciudad de Motozintla. Fuente: Secretaría de Obras Públicas, Gobierno del Estado de Chiapas.

    Los pobladores de las orillas del río Xelajú son los más expuestos al riesgo de inundación. Su vulnerabilidad no radica únicamente en su ubicación geográfica sino en una menor experiencia y memoria histórica de los fenómenos hidrometeorológicos. Se trata de un grupo social marginado y con elevado índice de pobreza. Por sus características (agricultores de auto sustento, sin seguridad social, con hábitos rurales en contextos urbanos y sin acceso permanente a servicios públicos), son un grupo con opciones limitadas.

    A través del trabajo de campo etnográfico en la ribera del Xelajú podemos comprobar que aumentó la demanda de servicios, debido al poblamiento paulatino y fragmentado de sus orillas por parte de campesinos de la Sierra y familias de comunidades aledañas que se instalaron buscando empleo. En algunos casos, la migración se ha traducido en el acceso a la vivienda en zonas de riesgo; parafraseando a uno de nuestros informantes: "Ya no quisiera estar aquí, pero aquí tengo el terreno". El riesgo se asume como una condición inevitable e incluso preferible a la condición marginal de no-propietario.

    El carácter aleatorio de los fenómenos hidrometeorológicos favorece a una percepción poco consistente del riesgo; se asume la posibilidad de inundación pero se considera también la posibilidad que ningún daño se presente. Cada año a final de la temporada de lluvias (septiembre-noviembre) el río Xelajú aumenta su caudal, pero no cada año se desborda. Si bien muchas casas fueron legalizadas colectivamente en los años setentas y ochentas, con frecuencia los terrenos están en litigio, lo que aumenta su condición de vulnerabilidad al ser marginalizados de los trabajos municipales. Para los habitantes de las zonas de riesgo de inundación, las opciones de mantenimiento cotidiano y recuperación del desastre están basadas en sus propias redes de parentesco y vecindad. El trabajo colectivo, con todo y sus límites, resulta muchas veces más efectivo que los trabajos institucionales poco recurrentes y con frecuencia no concluidos.

    Si bien las inundaciones son frecuentes al final de la temporada de lluvias, el desastre de 1998 marcó una ruptura en la gestión de los riesgos en Motozintla: la respuesta de las autoridades se concentró en la creación de nuevos barrios para reubicar a los damnificados y así "mitigar" el riesgo. Trece años después, en octubre del 2005, la tormenta tropical Stan2 provocó intensas lluvias en todo el municipio. En la ciudad de Motozintla los arroyos Allende y La Mina, y el río Xelajú se desbordaron nuevamente y provocaron una vez más daños a numerosas viviendas de los Barrios Xelajú, Chico, Reforma, Miguel Hidalgo, Francisco Sarabia y Canoas. La respuesta fue enfocada a la reubicación de los afectados y a las canalizaciones del río Xelajú y los arroyos.

    ACCIONES Y CONSECUENCIAS

    ¿Cuáles son las opciones de mitigación del riesgo de inundaciones en Motozintla? Las políticas públicas y gestión del riesgo en México y el estado de Chiapas tienen esencialmente un enfoque reactivo, se centran en el pos-desastre, la ayuda a los afectados, la reconstrucción y en, algunos casos, la mitigación del riesgo. Sin embargo, ésta se realiza básicamente a través de grandes obras que recuerdan la vieja pero vigente visión fisicalista. Pese a que las ciencias sociales han realizado aportaciones significativas al análisis de los desastres y su gestión al centrarse en la compleja realidad social, las reubicaciones de Motozintla son ejemplos representativos de la manifestación —todavía presente— de un determinismo científico inspirado en la vieja guardia de las ciencias naturales y que hace más de un cuarto de siglo evidenciara Kenneth Hewitt en Interpretations of Calamity [12]. Efectivamente, Hewitt expuso el paradigma dominante de los desastres naturales considerados como inevitables y el modo en el que el centro de atención de la investigación se limita al dominio geofísico, el cual pone mayor importancia a las amenazas que a la vulnerabilidad social. Las acciones en Motozintla partieron de la reducción de la vulnerabilidad a través del desarrollo de la construcción de viviendas. A priori, esto es una medida eficiente para mitigar —a mediano plazo— la exposición a las amenazas de las familias de ribereños y para dotar de techo a los damnificados; sin embargo, las consecuencias —negativas— a largo plazo se vislumbran a través de los efectos sociales y no necesariamente de los físicos. Así, no son las reubicaciones el problema fundamental sino los modelos implementados.

    El terreno, dominado por una abrupta geografía de cerros susceptibles a desgajarse y por una alta probabilidad de inundaciones recurrentes, no ofrece opciones para nuevos espacios habitacionales. En ese sentido, las reubicaciones de las zonas afectadas tendrían que ser cuidadosamente diseñadas, con programas de acompañamiento a mediano y largo plazo. No obstante, desde el desastre de 1998 las reubicaciones fueron estrategias institucionales para dotar de vivienda a los afectados y evitar el repoblamiento de las zonas de riesgo.

    En 2005, además de la construcción de nuevos barrios, se consideraron como las soluciones más importantes la canalización de los arroyos que cruzan la ciudad (La Mina y Allende) y los trabajos de contención (enrocamiento) del río Xelajú que domina la parte norte. Las obras hidráulicas fueron financiadas con recursos del Fondo Nacional de Desastres (FONDEN) y ejecutadas por el Departamento de Obras Públicas del Estado de Chiapas, mientras que la supervisión de su funcionamiento corresponde a la Comisión Nacional del Agua. Por otra parte, las obras de vivienda para reubicación fueron implementadas a través del Programa Emergente de Vivienda desarrollado por la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL) bajo las reglas de operación del FONDEN.

    MILENIO III: NUEVOS BARRIOS, NUEVAS VULNERABILIDADES

    El desastre de 1998 provocó un significativo número de viviendas afectadas en el estado de Chiapas. Más de 26,000 casas sufrieron perjuicios, de las cuales casi 11,000 presentaban daños estructurales y fueron beneficiadas por el Programa Emergente de Vivienda que proyectaba la reubicación de 7000 familias; de estas viviendas, casi 700 se planearon para los nuevos barrios de Milenio I, II, y III en Motozintla [13]. Para Milenio III, se consideraron 172 casas y, según el censo del proyecto La intervención de SEDESOL3 en Recuperación de Desastres: Evaluación de Acciones y Omisiones en reubicación de comunidades (CIESAS- SEDESOL), fueron construidas 152 casas que beneficiaron a 576 personas de 143 familias. Según el mismo censo, para el 2008, nueve casas estaban desocupadas. Si consideramos que las reubicaciones son una estrategia de largo plazo —ya que no se trata de desplazamientos temporales— y son resultado de un proyecto estudiado y consensuado, representarían un éxito en la medida en que logra reducir la exposición a las amenazas naturales y generar un contexto socioeconómico favorable que limite la reproducción de la vulnerabilidad social. A una década de la reubicación, ¿las familias reubicadas en Milenio III están expuestas a menos riesgos y son socialmente menos vulnerables?, ¿son sus condiciones de vida acordes con la inversión económica y psicológica que representó la reubicación? Las respuestas a estas preguntas no son unilaterales; los datos arrojados por el trabajo de campo contrastan una serie de insuficiencias frente al nuevo entorno que terminan por ofrecer un escenario paradójico: los habitantes de Milenio III, al no tener mayor opción que adaptarse a su nuevo barrio, reconstruyen paulatinamente su cotidiano tomando como punto de partida la experiencia traumática de las inundaciones y sus hábitos anteriores.

    La primera insuficiencia considerable radica en la elección de los terrenos, delegada a las autoridades municipales quienes directamente buscaron una negociación con los propietarios de los terrenos elegidos. La negativa a la venta se tradujo en la presión para expropiar y, sobre todo, en la opacidad en el proceso de selección de los terrenos. Dadas las características geográficas, la elección del espacio resulta fundamental para cubrir el objetivo de reducción del riesgo de desastres. El terreno elegido se situó aproximadamente 1 km. arriba del río Xelajú en la ladera norte, en una zona accidentada donde confluyen (como en casi toda la región) pequeños riachuelos de temporal. Si bien la reubicación se alejaba del riesgo de inundación, la erosión de los cerros aledaños sugiere el riesgo de deslaves y desgajamientos, lo que ha desembocado en la incertidumbre por parte de los reubicados, que temen un nuevo desastre. En ese sentido la elección de los terrenos se realizó con el argumento de completar el proyecto pero no para cumplir los objetivos. Argüello recuerda que la gestión de los riesgos termina por ser deficiente si sólo se funda en compromisos institucionales: "la satisfacción de la necesidades de vivienda lleva a una serie de acciones constructivas que incluyen el uso de tierras inadecuadas para habitar" [9]. El caso de Motozintla no es la excepción.

    Otra deficiencia importante es el tamaño de las casas. La reubicación de Milenio III fue diseñada bajo el esquema de conjunto habitacional urbano; se trata de casas individuales de 8 x 20 m. (160 m 2), cuyo espacio interior es de 40 m2 . No hubo consulta previa sobre las necesidades de los habitantes. La mayoría de las familias reubicadas provenían de las riberas del río Xelajú y de los arroyos, sus casas estaban distribuidas en terrenos que, según las entrevistas, superaban los 300 m² y los interiores rondaban por los 100 m². Al tratarse de familias rural-urbanas, uno de sus espacios privilegiados es el solar, un terreno de tamaño variable generalmente situado alrededor la casa. El solar es de suma importancia porque es el espacio donde se siembran algunos ingredientes de su subsistencia y apoyo económico: maíz, frijol, tomate, chiles, hierbas y árboles frutales. En el solar también se distribuyen animales: gallinas, guajolotes, patos, cerdos y ovejas que son el ahorro familiar. En el solar además se encuentra la fosa séptica y el lavadero. En una de las casas visitadas en Mileno III advertimos que el baño, originalmente diseñado en el interior de la casa, se adaptó como un pequeño altar para recordar a un familiar fallecido4. El mingitorio se trasladó al exterior como tradicionalmente se usa, adaptando una fosa séptica y el lavadero.

    Las labores cotidianas en ese contexto requieren espacio para almacenar herramientas, alimentos para los animales y la producción misma. El uso que se hace del espacio exterior e interior en las casas no es sólo habitacional sino utilitario, una casa práctica es aquélla donde caben todas las cosas. Un habitante de Milenio III remarcó que "las casas se llenan rápido", lo que limita sus posibilidades de trabajo y pone en riesgo su seguridad alimentaria. Durante el trabajo de campo, se pudo observar que la mayoría de las familias adaptan a sus pequeñas casas a sus antiguos hábitos. No obstante, si esto podría argumentarse como capacidad de adaptación, también puede considerarse que las casas tienen un diseño que no corresponde a sus necesidades, que no tienen mayor opción que forzar el uso del nuevo espacio que, al ser tan limitado, termina por convertirse en una vivienda menos práctica y de menor calidad de vida que incluso aquélla situada en la zona de riesgo.

    Otro de los aspectos es el uso y cobro de los recursos hídricos. La cercanía con el río en las zonas de riesgo, aún en temporada seca, les garantizaba agua para sus actividades cotidianas (por recolección directa o extracción en pozo). En las nuevas viviendas, pese a que están dotadas de drenaje y tuberías para agua corriente, el recurso es irregular y costoso. Muchas personas mostraron su inconformidad por el pago del agua, en especial porque sus ingresos son menores que antes. Lo que está en cuestión no es el cobro de los recursos sino la incapacidad para pagar, lo que se traduce en reticencia y desconfianza hacia las autoridades.

    La reubicación en Milenio III provocó igualmente una reestructuración de la repartición del trabajo y un cambio en la frecuencia de los ingresos habituales. A falta de un proyecto productivo de largo plazo, las familias instaladas en las nuevas casas tuvieron que diseñar con sus propios medios los mecanismos para sus cubrir necesidades elementales. En primer lugar, se transformó la mano de obra agrícola en comercial pues las nuevas casas están ubicadas a varios kilómetros de sus parcelas; en algunas entrevistas nos afirmaron que prefirieron vender sus tierras y utilizar ese dinero para "mejorar" la nueva casa y cambiar de actividad laboral y emplearse como albañiles. En general, los trabajos de albañilería son temporales y motivan a muchos hombres a migrar temporalmente a comunidades cercanas en busca de trabajo, lo que tiene como consecuencia el gasto adicional en pasajes y la ausencia constante en sus hogares.

    Por otra lado, esto ha detonado una distribución de los roles familiares: las mujeres se dedican al trabajo doméstico, poco valorado y sin seguridad social. En algunos casos, al quedarse en casa, realizan adaptaciones al espacio exterior para transformarlo en una pequeña tienda; los ingresos obtenidos, menores pero constantes, sirven para completar el gasto de la canasta familiar. En términos generales, se puede apreciar que las familias en Milenio III viven al límite de sus capacidades materiales y sin posibilidades de un aumento real en su calidad de vida. Barrios recuerda que "las poblaciones desplazadas son afectadas por un período de vulnerabilidad elevada a la marginalización, el cual se extiende mucho más allá de la etapa de emergencia de los desastres" [3]. Desde esa perspectiva, la mayoría de los habitantes de Milenio III se mantienen en una situación de contingencia de baja escala y, por su ubicación geográfica, vulnerables a una amenaza física. Como lo señala Macías, las reubicaciones implican "la imposición de un cambio y dicha imposición asume responsabilidades de mejoría, de manera que reubicar no puede reducirse al cambio de vivienda por el conjunto de viviendas, dado que esto supondría que el diseño del plan y/o proyecto de reubicación se limitaría al problema de construcción de un conjunto de casas" [14]. La reubicación en este caso se limitó a la construcción de viviendas, con un diseño arquitectónico inadecuado y no a la reducción de los elementos fundamentales de reproducción de la vulnerabilidad social: falta de empleo, actividades económicas sustentables y servicios eficientes.

    DE VIDA MEJOR A "VIDA PEOR"

    El barrio Vida Mejor III fue una de las respuestas institucionales a la necesidad de cubrir con vivienda a las casi 800 familias afectadas en la cabecera municipal por la tormenta tropical Stan en 2005. Originalmente, el programa que implementó el gobierno estatal preveía que las reubicaciones contaran con un programa de actividades de traspatio y permitieran mantener algunas de las dinámicas productivas y de consumo de las familias. Se realizó con recursos del Fondo Nacional del Habitaciones Populares, el fraccionamiento fue implementado por el Fondo Nacional del Apoyo Económico a la Vivienda. La distribución de casas fue organizada por el Instituto Nacional de la Vivienda y la Secretaría de Desarrollo Social, que organizó el patrón de beneficiarios con base en los daños estructurales en sus casas y un perfil socioeconómico determinado por un ingreso no mayor a dos y medio salarios mínimos mensuales [11].

    Los terrenos elegidos, situados en la parte norte del río Xelajú —al Este Fracionamiento Milenio III— aunque tuvieron que pasar por la aprobación de la Comisión Nacional del Agua y por el visto bueno del Instituto de Protección Civil del Estado de Chiapas, están situados a sólo 900 m. del basurero municipal. Sin duda, se trata de un defecto mayor pues las consecuencias en la calidad de vida de las personas son de un impacto evidente: mal olor, enfermedades respiratorias, gastrointestinales y conjuntivitis. Al tratarse de un grupo social de recursos económicos limitados, el aumento de enfermedades crónicas se traduce en un mayor gasto económico y en la degradación de sus condiciones de salud, además, la falta de una clínica familiar favorece al sentimiento de exclusión. En el trabajo de campo constatamos que algunos habitantes —en especial personas mayores— expresan su estrés por la presencia de moscas y mosquitos; para algunos, la única opción es tener las ventanas y puertas permanentemente cerradas, lo que la mayor parte del año es incómodo debido a las altas temperaturas.

    El tamaño de las 62 casas, de 7 x 15m (105 m²), resulta pequeño para las necesidades de sus habitantes: el espacio de construcción no es mayor de 38 m². Nuevamente, se trata de un diseño de tipo multifamiliar urbano para usuarios rurales. Uno de los habitantes argumentó su incomodidad en la nueva casa diciendo que el terreno no es mayor a 15 x 8 m²: "Antes tenía un terreno de 40 x 20 m² para seis personas en la casa, ahora tenemos que estar todos amontonados". A sólo tres años de la reubicación, es posible constatar que el uso del espacio interior ha sido adecuado a los hábitos del medio rural. Esto no se puede comprobar por afuera ya que el exterior de las casas tiene pocas capacidades de ampliación, pero el pequeño patio ubicado en la parte trasera ya ha sido transformado por los habitantes que almacenan animales domésticos y objetos para sus actividades. La acumulación en un espacio tan pequeño conlleva un riesgo sanitario: la presencia de cucarachas y roedores es constante y favorece alergias y cuadros asmáticos.

    La reubicación Vida Mejor III presenta un alto número de viviendas desocupadas, 29 casas, según el censo realizado por el proyecto CIESAS-SEDESOL. Durante el trabajo de campo, identificamos algunas familias que se vieron beneficiadas por el programa pero que prefirieron no trasladarse. Los argumentos que exponen son los siguientes:

  • Infraestructura de servicios públicos incomplata, en particular falta de agua, alumbrado público y seguridad.
  • Construcción deficiente: falta de techos meabilizados, fugas, casas sin puertas5.
  • Lejanía con sus lugares de trabajoj(parcelas).
  • Otro aspecto que desfavorece el porcentaje de ocupación fue el sistema de atribución de las viviendas. Realizado a través de un sorteo, fue el azar el que definió las nuevas relaciones de vecindad; si bien éstas posiblemente terminarán por tejerse con los años, el período de adaptación al nuevo entorno favorece un esquema de aislamiento. Oliver-Smith al respecto escribe "el estrés cultural nace de la falla por parte de las autoridades de hacer caso omiso a la necesidad de los miembros de una comunidad de quedarse juntos, de la falta de sostenibilidad económica después del reasentamiento y la ruptura de actividades culturales como resultado del desplazamiento. El resultado frecuente es la pérdida de la lógica de la vida, de una razón de ser que otorga un sentido y significado a la existencia" [15]. A diferencia de los habitantes que viven en la ribera del Xelajú, los habitantes de Vida Mejor III cierran las puertas por temor a robos. La sensación de inseguridad pública no favorece el intercambio social, base elemental para la construcción de redes sociales que tradicionalmente han servido como motor alterno para la sobrevivencia cotidiana. Macías recuerda al respecto que "las redes sociales informales que son parte de la manutención cotidiana (...) pero el principal riesgo identificado se refiere al empobrecimiento de los desplazados como consecuencia del deterioro de sus relaciones con su trabajo, posiciones, salud y pérdida generalizada de los accesos reconstruidos a todos los servicios" [16].

    La presión en tiempo y presupuesto por realizar los proyectos, por parte de las instituciones encargadas de la gestión del riesgo —en los tres ámbitos de gobierno—, se traduce en este caso en un desarrollo habitacional que literalmente, como recuerda Argüello, puede convertirse en una bomba de tiempo: "Tanto la localización en territorios de alto riesgo como la baja calidad de materiales, su uso inadecuado y desconocimiento de las técnicas, implica la construcción de refugios que se pueden convertirse en trampas mortales" [9] .

    La reubicación se dio de forma centralizada y sin un diagnóstico que permitiera el diseño de un modelo adecuado a los hábitos y necesidades de los usuarios en cuestión. Quarantelli afirma que "la falta de reconocimiento de los conflictos y carencias y en la comunidad; el uso inadecuado de las fuentes de supervivencia; una estática organización de la movilización; pobre coordinación inter organizacional; dificultades en la información de los grupos; y otros factores organizacionales y a nivel de comunidad generan problemas en la preparación para proveer correctas condiciones en albergues y casas" [17]. El caso de Vida Mejor III ilustra la implementación de medidas en serie que mitigan el riesgo de inundación a corto plazo pero trasladan a sus habitantes a escenarios con otras amenazas e incertidumbres económicas mayores. Una vez concluida la emergencia y terminada la construcción de las casas, no se aplican proyectos de largo plazo de reactivación económica y empleo. Dependientes únicamente de la oferta en la construcción, los albañiles, otrora campesinos, recurren a la migración o la renta de sus nuevas casas. Vida Mejor III es un barrio olvidado, aunque paradójicamente es uno de los más nuevos de la cabecera municipal.

    LOS NO-REUBICADOS, ¿POR QUÉ SE QUEDAN?

    Para entender mejor las dinámicas sociales que se generan alrededor de las reubicaciones, es preciso analizar los argumentos de los pobladores que no aceptan o no tienen acceso a los programas de reubicación. Esto permite explicar algunas de las deficiencias en los proyectos ejecutados. Conviene recordar que una reubicación por desastre no es únicamente el traslado de los habitantes sino "la relocalización el ensamble de estructuras y funciones urbanas" [18]. Sin embargo, en el caso de Motozintla las reubicaciones se limitaron la construcción de viviendas y la puesta en marcha de algunos programas sociales de carácter asistencialista. En la medida que no se aplican propuestas de desarrollo de largo plazo, coincidentes con el tipo de actividad previa de los afectados, es muy probable que la reubicación conlleve a transformaciones sociales como la transición de agricultor, ejidatario o propietario, a la de asalariado temporal. Durante las entrevistas realizadas en el trabajo de campo, se pudo observar que la mayoría de los hombres que se trasladaron se emplearon como albañiles, mientras que aquéllos que se quedaron en las colonias de riesgo mantenían su actividad agrícola, precaria pero segura.

    Prácticamente en todos los barrios de la parte occidental de la ribera del Xelajú la mayoría de los habitantes fueron afectados por las inundaciones de 1998 y 2005. En las conversaciones con los pobladores surge generalmente la falta de opciones que les permitan una mejor reinserción en el nuevo barrio. Los argumentos presentados para quedarse en una zona de riesgo, en orden de importancia, son:

  • Las cercanía con el lugar de trabajo o incluso viven en sus lugares de trabajo.
  • La falta de servicios públicos en las reubicaciones: agua, drenaje, luz, seguridad.
  • La falta de escuelas, en particular para los niños.
  • El tamaño de las nuevas casas no corresponden a sus necesidades de espacio.
  • Los mecanismos burocráticos de distribución de Vivienda y en particular la falta de oficinas (mesas permanentes de atención) y calendario eficaz des motiva a los ciudadanos a concluir el proceso de reubicación.
  • El carácter aleatorio del proceso de atribución de casas.
  • La separación de redes de parentesco y vecindad.
  • Para los ribereños, la reubicación representa entonces la pauperización de sus condiciones de vida. Aceptar o no la nueva vivienda es una decisión tomada en función no del riesgo de inundación sino de la incertidumbre alimenticia que el nuevo entorno genera. Una familia que, por ejemplo, dentro de su margen de pobreza tenga garantizado acceso al empleo y educación en la zona de riesgo, difícilmente apostará por una reubicación que implicará comenzar desde cero el tejido de sus redes sociales, única garantía en caso de mayor necesidad. Es probable que prefieran quedarse junto al río y reconstruir su casa lentamente con la garantía de una vida cotidiana relativamente estructurada. Si bien es cierto que el riesgo de inundación de su casa queda presente, éste resulta menor que la "certeza" de la degradación de sus condiciones de vida en las reubicaciones. El sentimiento generalizado es que reubicarse es un fracaso familiar que representa, como cita Oliver-Smith con base en Hansen, "una significativa pérdida de poder social" [15].

    Paradójicamente, las zonas de riesgo ofrecen cierto grado de seguridad que las reubicaciones no pueden garantizar. Una mujer del barrio Xelajú Chico, que se dedica a lavar ropa, argumenta que reubicarse reduciría sus ingresos: "Aquí por lo menos conozco gente que me da ropa para lavar, allá no". En el mismo sentido un campesino y albañil del barrio Canoas sostiene: "No quisiera estar aquí junto al río. Pedí la vivienda (reubicación) pero no está terminada, está en mal estado, sin agua, no hay drenaje. Aquí no hay drenaje pero tengo fosa séptica". El testimonio anterior revela la preocupación por el acceso los servicios públicos: las reubicaciones resultan poco interesantes si no cuentan con los servicios básicos funcionando, una vez más se prefiere mantenerse en la zona de riesgo donde durante años se ha invertido en pequeños trabajos de adaptación como la construcción de fosas sépticas y bordos que sirven como improvisadas barreras en caso de inundación. Otra mujer expresa: "Estamos aquí porque mi esposo siembra maíz y tomate. Yo tengo una tienda de pollo. Si nos vamos a otro lado no tenemos espacio, ni mi esposo trabajo". La resistencia a reubicarse, explica Oliver-Smith, "constituye una afirmación de la identidad y defensa contra el colapso cultural" [7] y, agregaríamos, contra el colapso económico. Mientras que las reubicaciones no ofrezcan garantías de integración a un mercado laboral similar o mejor al anterior, y se respeten las redes de parentesco y organización social, difícilmente la gente que goce de ciertas opciones elementales para mantenerse en las zonas de riesgo se convencerán de reubicarse. El cambio de vivienda, que institucionalmente representa la mitigación del riesgo, para los pobladores representa el aumento en su incertidumbre cotidiana.

    CONCLUSIONES

    Las inundaciones de 1998 y 2005 tuvieron considerables consecuencias en la ciudad de Motozintla. Independientemente de las lamentables pérdidas humanas y materiales, una parte de la población ha tenido que sumar al estrés post traumático del desastre, un esfuerzo considerable por adaptarse a las reubicaciones desarrolladas por diferentes programas de gobierno. Pensadas como una estrategia de mitigación del riesgo, las reubicaciones Milenio III y Vida Mejor III han reducido la exposición a la amenaza natural de aproximadamente 700 personas, pero han desencadenado una serie de consecuencias sociales que conllevan al deterioro en la calidad de vida de un grupo social con tendencia a preferir vivir en una zona de riesgo y asegurar sus ingresos y recursos naturales.

    Las reubicaciones, como opción última en la gestión de los riesgos, tienen que venir acompañadas de medidas de reestructuración socioeconómica de largo plazo, adaptadas a las condiciones económicas regionales y los hábitos de las personas involucradas. Su objetivo debe ser la reducción del riesgo y la transformación positiva de las condiciones sociales. Sin embargo, los ejemplos mostrados sugieren procesos de transformación negativa, de reducción parcial y temporal de los riesgos. Los procesos de toma de decisiones que van desde la elección el terreno, el modelo de urbanización, el diseño arquitectónico de las casas hasta la distribución de los lotes, se basa en un centralismo asistencialista y temporal que favorece a una exclusión de facto de los reubicados.

    Es pertinente recordar las moralejas que escribiera Robinson: "sin información en el dominio público y al alcance de los habitantes, no sólo aumenta el riesgo de conflictos, también se niega la dimensión participativa tan importante en una democracia. Otra moraleja: nunca un pueblo nuevo para desalojados sin comprender la dinámica anterior, sus preferencias y sin investigar otras opciones productivas"

    Las consecuencias sociales más importantes de las ubicaciones son la transformación de las dinámicas productivas y laborales, la desarticulación de redes sociales y el traslado de un grupo social a una zona también de riesgo donde lo que cambia es la amenaza. En Milenio III, el riesgo de deslave y desgajamiento genera condiciones de incertidumbre; mientras que en Vida Mejor III, la cercanía con el basurero municipal genera una condición de permanente desastre sanitario. Las respuestas sociales se sitúan en la reticencia generalizada frente a las instituciones; los grupos vulnerables optan por desarrollar mecanismos propios de resistencia y adaptación que incluyen la aceptación misma del riesgo. Las reubicaciones en Motozintla sugieren, más que mitigación del riesgo, el afianzamiento de programas de vivienda urbanos en un contexto rural que trasladan el riesgo de lugar por falta y/u omisión de proyectos productivos y alternativas para el bienestar social, lo cual favorece la degradación paulatina de las condiciones de vida y estandarización en la pobreza.

    Por su costo económico y social, las reubicaciones tendrían que ser diseñadas como acciones compartidas entre la población y los diferentes ámbitos de gobierno. Se necesitan marcos normativos que generen la participación y el fortalecimiento de capacidades locales; esto es desde capacitación a los gestores locales hasta el impulso de programas de desarrollo basados en los contextos culturales y laborales. Por último, no se debe olvidar que la tendencia de los grupos vulnerables frente al riesgo es la de considerar a los desastres como eventos con una temporalidad puntual; por lo general, se prefiere vivir en una zona de riesgo esporádico, que reubicarse en una zona de exclusión permanente. Para garantizar el éxito de los reubicación se tienen que asegurar mejores condiciones de vida que las anteriores.

    NOTAS AL PIE

    1. 58,115 habitantes según CONAPO, 2005.

    2. La decimoctava tormenta tropical de la temporada. Alcanzó el grado de Huracán categoría 1, pero la afectación en Motozintla ocurrió cuando su intensidad fue clasificada como tormenta tropical.

    3. Secretaría de Desarrollo Social.

    4. Hijo migrante a Estados Unidos.

    5. Según el programa de construcción, corresponde a las familias asumir ese gasto.


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