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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.34 Medellín Jan./June 2009

 

 

El neopopulismo: una aproximación al caso colombiano y venezolano*

 

Neopopulism: an Approach to the Colombian and Venezuelan Cases

 

Luis Guillermo Patiño Aristizábal**

Porfirio Cardona Restrepo***

 

** Magíster en Estudios Políticos y candidato a doctor en Filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana; actualmente es profesor en la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la misma Universidad. Miembro del grupo de investigación Estudios Políticos de la Universidad Pontificia Bolivariana, categoría "A" de Colciencias. E-Mail: luisguip@une.net.co

*** Magíster en Estudios Políticos. Doctorando en Filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Actualmente es profesor en la Facultad de Filosofía de la misma Universidad. Coordinador de las revistas Cuestiones Teológicas y Escritos. Miembro del grupo de investigación Religión y Cultura de la Universidad Pontificia Bolivariana, categoría "A" de Colciencias. E-Mail: porfirio.cardona@upb.edu.co

 

 


RESUMEN

Un ejercicio comparativo desde la teoría política de los gobiernos actuales de Colombia y de Venezuela ha permitido identificar el resurgimiento de líderes personalistas que poseen tanto rasgos del populismo clásico como del neopopulismo de la década de los noventa. Tales rasgos se caracterizan por ser parte del juego político democrático en un mundo globalizado, pero que hacen del escenario de las relaciones de poder en América Latina, algo complejo y paradigmático en la búsqueda de soluciones a los conflictos nacionales e internacionales.

Palabras clave: Teoría Política; Relaciones Internacionales; Populismo; Neopopulismo; Relaciones de Poder.


ABSTRACT

A comparative exercise from the political theory of the present governments of Colombia and Venezuela has allowed us to identify the resurgence of self-oriented leaders who have traits of classical Populism as well as those of the Neopopulism of the nineties. Such traits are part of the democratic political game in a globalized world, but they turn the arena of power relations in Latin America into something complex and paradigmatic in search of solutions to national and international conflicts.

Keywords: Political Theory; International Relations; Populism; Neopopulism; Power Relationships.


 

 

Introducción

En Latinoamérica, el populismo se instaura a partir de la tercera década del siglo pasado. Desde los años 30 los populismos en la región han tenido como centros primordiales a las ciudades, donde los procesos de industrialización, modernización y los problemas propios  de la urbanización posibilitaron su consolidación. Es el resultado de una realidad histórica particular, producto del cansancio y de las contradicciones del Estado oligárquico y del quiebre del modelo exportador clásico a causa de la crisis económica de 1929.

El populismo que se desarrolló entre los años 1930 y 1950, fue víctima de contradicciones que lo hicieron colapsar. A pesar de estimular el sentido de inclusión social, de permitir la incorporación de las clases populares al sistema político y de despertar la conciencia e identidad nacional, no tuvo éxito en mantener un equilibrio de forma permanente; se constituyó en un mecanismo manipulativo para controlar poblaciones marginales que deseaban incorporarse a la vida urbana; no modificó estructuralmente el statu quo, más bien, y sin querer, las masas populares se convirtieron en su aliado, impidiendo una modificación real de la estructura social; las reformas impulsadas por sus líderes tuvieron un tope, pues el miedo, inspirado por la irrupción de millones de pobres, indisciplinados políticamente y, con frecuencia, poco manejables, hicieron que el alcance de las reformas fuera limitado.

La larga aventura populista latinoamericana parecía terminar, pues los fracasos de líderes y gobiernos de corte populista para consolidar las reformas que habían planteado, hicieron colapsar este tipo de proyectos. Pero a pesar del contexto hostil (al menos en apariencia) para los populismos tradicionales, empezó a surgir en los años noventa una nueva oleada populista llamada de "tercera generación" o "neopopulista", que logró adaptarse gracias a su discurso, estilo y estrategias al contexto de la globalización. Los nuevos populistas como Menem, Fujimori, Salinas de Gortari y Collor de Melo adoptaron rasgos políticos del viejo populismo latinoamericano en cuanto a la forma de hacer política, liderazgo, carisma personal y discurso, pero adaptándolo al nuevo contexto mundial.

El neopopulismo es un fenómeno de primer orden en el escenario político de América Latina. Se instaura como una "nueva" forma de representación e identificación política a causa de la paulatina deslegitimación de las instituciones políticas tradicionales. La crisis de representación, la debilidad del régimen democrático y el desmonte del modelo del Estado protector, posibilitó el "resurgimiento" de líderes populistas que, apoyados en su carisma personal, se mostraron como salvadores de la nación y hombres providenciales restituidores del orden perdido. En el presente artículo queremos plantear que el populismo no ha desaparecido, sino que se ha transformado y ha adquirido nuevos rasgos que le permiten adaptarse a los nuevos escenarios histórico-políticos, sin dejar de lado, por supuesto, los atributos que conceptualmente lo delimitan. La referencia al caso colombiano y venezolano nos dará los elementos de juicio necesarios para evaluar lo anterior y comprender las consecuencias de este tipo de fenómeno que hoy se define como neopopulismo.

Para lograr el propósito de este trabajo, se explicarán las razones políticas que le permitieron a Álvaro Uribe consolidar su liderazgo en Colombia y convertir su propuesta electoral en una opción de gobierno. Igualmente, se mostrará con Marcos Novaro dos principios que permiten comprender la forma como se quiere consolidar la unidad de la nación y la identidad política de los colombianos. El primero, "principio de alteridad", expone que la existencia de un "otro" es lo que permite constituir el nosotros. El segundo, el "principio de escenificación o representación", en cuanto hace referencia a la existencia de un "tercero" que se destaca del conjunto de la población y permite la unidad de la nación. Si aplicamos estos principios a la realidad colombiana, encontramos que el presidente Álvaro Uribe ha querido mantener la cohesión de los colombianos a partir de su figura fuerte, carisma personal e imprescindibilidad.

Posteriormente, aplicaremos la teoría del neopopulismo latinoamericano para identificar cómo operan y se materializan algunos de sus atributos en el caso colombiano y venezolano. De esta forma, podemos dar respuesta a algunos interrogantes: ¿Son Álvaro Uribe y Hugo Chávez realmente neopopulistas? ¿Cuáles son las razones para tal imputación? ¿Sus actuaciones, idearios políticos y discursos se identifican con los rasgos definitorios del neopopulismo latinoamericano? ¿Qué consecuencia puede traer este tipo de proyectos con tintes personalistas para los Estados colombiano y venezolano, respectivamente? Por último, ofrecemos algunas pistas de interpretación del populismo en el contexto político internacional.

 

1.  El proyecto personalista de Álvaro Uribe: principios que lo caracterizan

¿Álvaro Uribe Vélez es neopopulista? Mucho se ha discutido sobre las características de su gobierno. Algunos autores nacionales e internacionales, entre ellos, Cristina de la Torre (2005), Kurt Weyland (2003) o Michael Connif (2003), lo señalan de neopopulista. ¿Cuáles son las razones para tal imputación? ¿Será realmente un neopopulista? ¿Sus actuaciones y políticas se identifican con los rasgos y atributos que caracterizan al discurso neopopulista latinoamericano? ¿Cómo instaura su liderazgo? Al igual que las demás democracias latinoamericanas, la colombiana sufrió en la década de 1990 una serie de problemas que la han puesto en cuestión, destacándose la crisis del sistema de representación política, que se evidencia en la pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones republicanas y en los partidos políticos tradicionales, quienes en sucesivos periodos de gobierno fueron incapaces de brindar una respuesta acertada a los problemas más sentidos de la nación, desatándose entre los electores y la opinión pública, en general, un clima de desconfianza y de rechazo a la clase política, al gobierno de turno y a las instituciones democráticas.

Ante el descrédito de los tres gobiernos anteriores (Gaviria, Samper, Pastrana), y el fracaso de sus principales propuestas políticas, el pueblo colombiano acrecentó su desinterés por la política y los políticos, quienes se han mostrado incapaces de resolver las problemáticas que han afectado la nación, lo que explica el debilitamiento de las imágenes de unidad social y las estructuras de representación políticas que habían sido significativas para el país. Unido a lo anterior, algunos segmentos de la población (campesinos, trabajadores urbanos, clase media e incluso sectores de propietarios), ven degradadas sus condiciones de vida por múltiples factores económicos y de seguridad.

En el contexto anterior surge el liderazgo de Álvaro Uribe. Su campaña contra la guerrilla de las FARC, la crítica a las concesiones que el gobierno de su antecesor Andrés Pastrana había dado al grupo armado, y el posterior fracaso de las negociaciones de paz, le permitió obtener apoyo popular y así derrotar a sus adversarios políticos en los comicios de 2002.[1] En este escenario planteado: ¿Cómo logró Álvaro Uribe en tan corto tiempo representar los intereses de la nación? ¿Qué clase de identificaciones operaron para el éxito de este líder carismático y personalista?

Las respuestas a las anteriores inquietudes podemos encontrarlas acudiendo a la noción de identidad que establece Marcos Novaro (1996) y puede aplicarse al caso colombiano: "se refiere al principio de unidad de un colectivo, aquello que lo mantiene unido y que de otro modo sería una multitud políticamente inerte" (p. 144). Unidad que es resultado de dos principios: el de alteridad y el de escenificación o representación. El primero determina la existencia de un 'otro' frente al cual se constituye el 'nosotros'. El segundo, hace referencia común a un tercero que se destaca del conjunto (p. 144). El principio de "alteridad" se comprende cuando Álvaro Uribe en campaña y como mandatario, logra convocar a la unidad nacional en la que pone de relieve el enfrentamiento a un "otro", en este caso las FARC. En Colombia, la identidad como unidad del colectivo, se quiere constituir a partir de las relaciones que se establecen con los otros, insistiendo en la función central que cumple la distinción y el enfrentamiento "amigo-enemigo" (para Schmitt es la concepción que fundamenta lo político). Los amigos defienden el orden y la integridad de la nación y están decididos a enfrentar y a terminar con los enemigos. Este principio de alteridad en la identificación de un enemigo común para mantener unido al colectivo —establece Marcos Novaro—, se evidencia también en Carl Schmitt (1991) cuando escribe: "es a partir de la contraposición a un enemigo, vale decir, la decisión de enfrentar a 'otro', que se constituye la identidad del 'amigo' en tanto entidad política" (p. 95).

El principio de escenificación o representación hace alusión a un común, a un tercero que se destaca del conjunto. Álvaro Uribe ha querido mantener la unidad de los colombianos a partir de su figura y carisma personal, pues, de acuerdo con Hobbes, la consolidación de la República puede efectuarse en torno a un jefe capaz de construir identidades y agregaciones políticas con base en vínculos de representación que se estructuran en torno a él. De ahí el poder y la fuerza del legislador que sabe cuáles son las decisiones que deben tomarse en el momento justo, con capacidad para interpretar las expectativas de sus seguidores, y con la convicción del timonel para señalar el camino que ha de recorrer la nación.

El objetivo de consolidar la unidad nacional ha tenido limitantes históricos en cuanto a la formación de la nación y la estructuración del Estado colombiano. Ante la ausencia de un proceso unificador, los partidos políticos tradicionales se habían convertido en un mecanismo para la formación de una identidad nacional y, por ende, en obstáculo para un verdadero proyecto de nación, contrario a lo sucedido en la construcción de los Estados nacionales de Europa en los siglos XVI y XVII (Cf. González, 1989). Ante las dificultades para consolidar un proyecto de nación, se puede apreciar que en Colombia, actualmente, se aprovechan esos limitantes históricos para tratar de aglutinar a la nación y procurar la identidad del colectivo, no a través de unos vínculos culturales o étnicos que se consoliden gracias a un pasado común, a unas representaciones colectivas, a unos símbolos, a una lengua, a unos héroes nacionales ancestrales o aludiendo a la noción de patria como ocurrió en los Estados-Nación occidentales, sino en torno a la figura y liderazgo del Presidente. Estos antecedentes permiten ver cómo y de qué manera se da el escenario para propuestas de tinte neopopulista.

1.1 Aplicación de la teoría neopopulista al caso colombiano[2]

Latinoamérica no ha experimentado un único periodo o ciclo populista, sino ciclos populistas que se acomodan al escenario histórico, político y social; pero a su vez comparten una serie de atributos capitales que hacen posible relacionar y reconocer como populistas a líderes, movimientos o gobiernos donde dichos atributos se materializan. Para acercar y relacionar el neopopulismo con el populismo, evitando transplantar y confundir los contextos históricos y políticos donde se han desarrollado, es fundamental adoptar la estrategia que James Mahón y David Collier (1993) proponen y denominan "parecidos de familia", pues, facilita que el concepto consolidado en los años 30, pueda ser aplicado en el contexto político e histórico de los años 90 y primera década del presente siglo. La estrategia de "parecidos de familia" (family resemblance) señala que: dos conceptos apartados en el tiempo tienen relación y dan cuenta de un fenómeno, sin que éste pierda poder explicativo cuando comparten la mayoría de los atributos que definen el concepto original, o cuando los comparten todos, pero en grados diversos.[3]

Al aplicar la estrategia de "parecidos de familia", podemos considerar al neopopulismo un tipo de populismo, puesto que comparte la mayoría de los atributos del populismo, o todos, pero en grados variados, dependiendo del escenario político del país donde se materializa (Cf. Lodola, 2004). Es pertinente recordar por qué la teoría sobre los ciclos populistas latinoamericanos, ha señalado unos atributos definitorios del populismo histórico de la región: un patrón de liderazgo político personalizado, paternalista y carismático; una forma de movilización política vertical; la existencia de una ideología ecléctica y anti-establecimiento; una coalición de apoyo multiclasista, basada en sectores urbanos y/o rurales; la utilización sistemática de métodos redistributivos y clientelares como instrumentos políticos para conseguir apoyo (Lodola, 2004 y Kenneth, 1995). Dados los cinco atributos anteriores, sólo abordaremos tres de ellos.

a) El patrón de liderazgo político personalista, paternalista y carismático, se observa en la forma como el líder establece una relación directa y casi mística con su pueblo, que posibilita movilizar y dirigir la acción política de las masas. El candidato y luego Presidente, se ha mostrado dotado con "capacidades excepcionales" para restituir el orden en el país y afrontar personalmente como "un gran caudillo"[4] problemáticas tales como la corrupción, la politiquería y el terrorismo. Para ello, apela al presidencialismo unipersonal heredero del caudillismo latinoamericano, que adopta rasgos neopopulistas en tanto su liderazgo y poder personalista es alimentado por la televisión, la cual ha permitido vender una imagen positiva de un hombre "incansable", trabajador y comprometido. La video-política permite un contacto directo del pueblo con su líder; los discursos, las imágenes y la emotividad reemplazan el análisis racional y los programas estructurados, emergiendo la ilusión de una relación más cercana y transparente entre el electorado y su Presidente.

Su figura encarna las aspiraciones del pueblo, pues no son los partidos, ni las instituciones republicanas las encargadas de buscar soluciones pertinentes a las problemáticas que afronta el sistema político; es el líder único capaz de enfrentar la crisis con decisión, es él quien sabe qué hacer, tiene la capacidad de responder por todo, convirtiéndose en el centro de la escena política.

b) La movilización política vertical tiene concurrencia en el gobierno. Desde el inicio de la campaña electoral para los comicios del 2002, Álvaro Uribe consolidó un liderazgo vertical donde las instituciones de intermediación política ocupaban un segundo orden y su visión particular prevalecía. Esto se evidenciaba en la escisión con su tradicional partido (Liberal) y la creación del movimiento Primero Colombia, donde rechazaba y criticaba no sólo a su partido natural, sino que tomaba la bandera de la lucha contra la clase política tradicional acusándola de corrupta y politiquera: "El 7 de Agosto, a las 5:00 pm, si con la ayuda de Dios y el apoyo del pueblo colombiano llego a la Presidencia de Colombia, presentaré el 'Referendo contra la corrupción y la politiquería', que incluirá la reducción del Congreso, la eliminación de los auxilios parlamentarios y de sus privilegios en pensiones y salarios" (Uribe Vélez, 2000-2001).

Al inicio de su mandato y a través del Referendo, parecía iniciar su lucha contra la corrupción, pero al fracasar el mecanismo de participación, ésta comenzó a ser parte de un discurso demagógico, pues el Presidente se dedicó a negociar con la clase política clientelista de Colombia, con el objeto de mantener una gobernabilidad que se encontraba en riesgo. Es así como el Congreso, al que había criticado desde su primera campaña presidencial, lo mantuvo intacto, se generalizaron los nombramientos burocráticos en embajadas, ministerios y demás organismos del orden nacional.

Otro ejemplo de este atributo son los Consejos Comunales. Por medio de ellos le resta importancia y capacidad para desarrollar las funciones a otras instancias del poder nacional: el Congreso de la República, las alcaldías municipales, las gobernaciones de departamento, los cabildos de las ciudades e incluso a los ministerios públicos. Allí promete ejecutar obras y presupuestos de diversa índole, imponiendo una "jerarquía política", lo que pone en cuestión la propuesta descentralizadora de la Carta Constitucional de 1991.

c) La existencia de una ideología anti-establecimiento o anti statu quo a partir de la cual se pretende modificar las relaciones políticas que determinan los múltiples escenarios de un país. Este atributo se encuentra en la firme propuesta de transformar el escenario socio político, ofreciendo a la población la "visión" de derrotar a la subversión a partir de la relegitimación de las instituciones del Estado, el fortalecimiento del Ejército y la fuerza pública, en cuanto garantes de la recuperación del orden, la seguridad y el poder del Estado. Conforme a loexpresado en el 2001, el entonces candidato Álvaro Uribe propuso una ruptura  con el pasado y la forma tradicional en que Colombia había enfrentado el tema del conflicto armado. Le apostó a un cambio radical a partir de la guerra para modificar el statu quo del enfrentamiento del Estado con la subversión, que impedía las grandes transformaciones que el país necesitaba. Esta propuesta resultó interesante y atractiva para diversos sectores de la población nacional y encontró también un ambiente internacional favorable, porque desde el 2001 el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados occidentales, habían decretado la guerra contra el terrorismo internacional a raíz de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, lo que le daba un alto grado de maniobra a Álvaro Uribe, tanto en el interior del país como en el exterior, puesto que la población estaba cansada de los estragos de un conflicto continuado y la incapacidad de los gobiernos de turno para resolverlos vía procesos de paz.

Desde esta óptica logra alinear para su causa las expectativas de la población saturada por los estragos del conflicto armado y las demandas de la comunidad internacional para la lucha frontal contra el terrorismo, con lo que consigue legitimar su proyecto político, que a la postre se materializaría con su triunfo indiscutido en la primera vuelta de las elecciones para la presidencia de la República de 2002. Dado lo anterior, la "visión" propuesta para modificar el statu quo reinante en el país, con respecto al conflicto armado y a la posición del gobierno con los grupos guerrilleros, le permitió en poco tiempo modificar las tendencias de voto y reunir el apoyo de las masas para convertirse en el primer mandatario.

Para tener éxito, el populismo en cualquiera de sus generaciones (primera, segunda o tercera), ha necesitado explotar un componente ideológico; es decir, un discurso político que le posibilite al líder identificar sus adversarios y enemigos para conseguir apoyo popular y vincular a su causa sectores de la población. Por esto, Álvaro Uribe siendo coherente con su propuesta, asume como eje central de su discurso y acción política, la lucha frontal contra la guerrilla de las FARC, el ELN y las AUC, a través de su "Política de Defensa y Seguridad Democrática". Como otros líderes de tendencia neopopulista de la región, logra aglutinar a la nación en torno a un adversario común (éste es un atributo que comparte con los populistas históricos latinoamericanos), que no es ya la oligarquía nacional, ni el capital extranjero o el imperialismo norteamericano, sino un enemigo interno que pretende desarticular la unidad de la nación.

Después de cuatro años del primer mandato, la tarea de derrotar al terrorismo de las FARC estaba aún distante a pesar de los logros obtenidos en materia de seguridad, orden público, movilidad ciudadana y reactivación económica. Ante esta situación y los altos niveles de opinión favorable, el gobierno, sus simpatizantes y defensores señalaban insuficiente el periodo gubernamental, para lo cual promovieron la reelección inmediata como la única fórmula viable para conjurar la difícil situación, y continuar con la labor propuesta desde su candidatura. Al no bastar con lo anterior, actualmente se tramita en el Congreso de la República la aprobación de un Referendo para que se reforme la Constitución y se permita la segunda reelección inmediata, con lo cual se le asignaría nuevamente la responsabilidad de restablecer el orden social y culminar su legado, a costa de un desgaste de las instituciones del Estado.

No son entonces, las instituciones, los partidos ni los nuevos actores los llamados a enriquecer el juego democrático y dar continuidad a los programas y proyectos de un gobierno, sino que se le apuesta y otorga a una sola persona la potestad para decir y agenciar dichos proyectos. La imagen del hombre que todo lo puede resurge en Colombia, acrecentando el unanimismo político (Cf. Vargas, 2005) tan nocivo para los regímenes pluralistas.

 

2. El proyecto populista de Hugo Chávez

 ¿Es realmente Hugo Chávez un líder de izquierda? ¿Su proyecto se identifica más con los rasgos definitorios del populismo clásico latinoamericano de los años 30 al 60, que con las características centrales del neopopulismo o populismo de tercera generación que se estructuró en la región a partir de la década del 90? Para resolver estos interrogantes debemos comprender, inicialmente, cómo fue el proceso de consolidación de su liderazgo y por qué en tan poco tiempo logró representar los intereses políticos y las aspiraciones sociales de las clases populares venezolanas.

El sistema político venezolano que había sido considerado ejemplar y señalado como la "vitrina" de la democracia en América Latina, sufre fracturas a partir de los a años 70' cuando las condiciones de vida de los diferentes sectores de la sociedad fueron diezmadas por las crisis económicas y políticas que sacudieron al país. Detengámonos un poco en este punto. Con la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, se inicia en Venezuela un período político denominado el Puntofijismo. En palabras de Edgardo Lander (2005) fue:

Un pacto de gobernabilidad que tiene como protagonistas a los dos principales partidos políticos del país —Acción Democrática y Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI)— y que contó con el respaldo de las fuerzas armadas; la alta jerarquía de la Iglesia Católica; de la principal federación sindical, la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV); y de la mayor organización empresarial, la Federación de Cámaras de Comercio y Producción (Fedecámaras) (p. 99).

Durante la década de 1960, y paralelo al Puntofijismo, Venezuela experimentó un auge económico y de estabilidad social, representado en las rentas petroleras y las políticas públicas para generar empleo, brindar salud y educación a la población. Igualmente, hubo inversiones en infraestructura y políticas para la industrialización nacional. En consecuencia, las condiciones de vida mejoraron y las expectativas de un mejor futuro se expandieron entre los habitantes del país, con lo cual se afianzó la gobernabilidad del bipartidismo y se legitimó el sistema democrático que se mantuvo en pie por más de 30 años.

El viraje de 1989 implementado por Pérez, consistió en una serie de reformas: reducción del gasto público, devaluación de la moneda, supresión de subsidios a la gasolina y al transporte, y la congelación de los salarios. Lo anterior con el objetivo de lograr un equilibrio en las cuentas públicas, pagar las deudas en el exterior contraídas en épocas de bonanza y superar el déficit fiscal de balanza de pagos y comercial. Las medidas de choque adoptadas por el presidente Pérez, al igual que los acuerdos económicos con el Fondo Monetario Internacional para insertar al país en la órbita neoliberal, lejos de producir un alivio a la golpeada población nacional, acrecentó la crisis y desató una oleada de motines y saqueos que a fines de 1989 desencadenó "El Caracazo" en la capital bajo la consigna: "el pueblo tiene hambre". Estas revueltas arrojaron un saldo de más de 500 muertos y una represión militar acompañada del toque de queda decretado por el gobierno y la suspensión parcial de garantías constitucionales.

Después de esta explosión social, aconteció tres años después otro hecho que marcó la historia contemporánea del país, el intento fallido de golpe de Estado (1992) encabezado por una parte de la alta jerarquía militar venezolana: tenientes coroneles Francisco Arias Cárdenas de Maracaibo y Hugo Chávez de Caracas. A diferencia de lo que podía esperarse, el pueblo venezolano apoyó y consideró héroes a los sublevados por el desencanto que tenían con su régimen democrático y, sobre todo, con los partidos tradicionales COPEI y Acción Democrática, que desde 1958 se habían repartido el poder, y en la década de los 90 fueron acusados de corrupción, clientelismo y responsables directos de la crisis que a todo nivel experimentaban las diferentes clases sociales de Venezuela.

Este cansancio de los venezolanos por las partidos tradicionales y por la política fue la que, en palabras de Marco Palacios (2001), permitió: "ganar popularidad al desconocido y carismático Hugo Chávez, quien tuvo la oportunidad de dirigirse al país para explicar las razones políticas del alzamiento del Movimiento Bolivariano Revolucionario, MBR 200, que encabezaba" (p. 66). Con lo cual se convirtió en una referencia política nacional al margen de la élite tradicional del país.

Durante el gobierno del presidente Caldera, se realizaron reformas para conjurar la crisis nacional, pero pronto éstas fueron insuficientes, teniendo que asumir recetas neoliberales propuestas por el Fondo Monetario Internacional que él mismo había criticado. Sobre la carta de intención llamada Agenda Venezuela, firmada por los organismos multilaterales y el gobierno, Edgardo Lander (2005) señaló:

fueron particularmente severas las consecuencias de la reforma de la ley del trabajo, que redujo drásticamente el monto de las prestaciones sociales a los trabajadores y las políticas de apertura e internacionalización de la industria petrolera. Continúa el deterioro sostenido de las condiciones de vida de la población y se profundiza la ilegitimidad del sistema político, de sus partidos y de sus dirigentes (p. 108).

Esta fractura del régimen político venezolano y de la deslegitimación total del bipartidismo, se acrecentó en 1997 como señala Marcos Palacios (2001): "los precios del petróleo caen nuevamente, agravando la situación social, el pesimismo de las élites empresariales y el descrédito de la partidocracia" (p. 67). Es en este contexto donde hace su aparición la figura providencial de Hugo Chávez. En las elecciones para Presidente de 1998 se lanza como un candidato antipolítico, crítico férreo de los partidos tradicionales acusados de corrupción, clientelismo y de la crisis institucional de la nación, y con un discurso nacionalista, mesiánico y refundador de la patria, logra la victoria con el 56% de los votos válidos en 20 de los 23 Estados.

Al relacionar los atributos del populismo histórico latinoamericano, podemos decir que Hugo Chávez ha adoptado más rasgos del populismo clásico o de primera generación por su inclinación nacionalista, redistributiva y anti-imperialista, que del populismo implementado por Menem, Fujimori e incluso Álvaro Uribe. Así lo señala Marco Palacios (2001):

A diferencia de los neopopulistas, Hugo Chávez pretende volver a los fundamentos del estatismo nacionalista de los años cuarenta y cincuenta, y a las reformas sociales postergadas, a contracorriente de la globalización y del renacimiento de la llamada sociedad civil […]. El ascenso del comandante Hugo Chávez deja la impresión, de que trae cola de cerdo. Sin embargo, Hugo Chávez no parece ganarse la extremidad por ser el último de la estirpe, sino por su obstinada intención de volver a los orígenes míticos y abultar más un legajo truculento de ilusión y fracaso (pp. 68-69).

Lo anterior sitúa al mandatario venezolano en el camino de los primeros populistas, por lo menos en cuanto a su discurso político que evoca la refundación de la nación, promueve la redistribución económica, la nacionalización de recursos y capitales, mantiene una confrontación permanente con las élites del país —partidos tradicionales, industriales, propietarios de medios de comunicación— y con los poderes internacionales —FMI, BM, Consejo de seguridad de la ONU, Estados Unidos, entre otros— a los que acusa de imperialistas y responsables de todos los males del mundo. Pero a renglón seguido manifiesta que la deuda externa del país es sagrada y cumple compromisos contraídos con los organismos multilaterales; a pesar de su anti-imperialismo mantiene excelentes relaciones comerciales con Estados Unidos.

Se deja notar un discurso político demagógico, que en apariencia rompe con las estructuras del poder internacional, pero al mismo tiempo se acomoda sacando provecho de su situación privilegiada dentro del sistema económico capitalista. Igualmente, utiliza su potencial energético para conectarse exitosamente con los circuitos comerciales internacionales, a los cuales critica utilizando la retórica populista propia de los líderes latinoamericanos.

2.1 Aplicación de la teoría populista al caso venezolano

Como hemos señalado, América Latina ha experimentado diferentes ciclos populistas, los cuales se relacionan entre sí por los atributos comunes que los definen, pero a su vez permiten reconocer algunas diferencias de acuerdo con el contexto histórico, político y social donde se desarrollan. Teniendo presente los atributos definitorios del populismo que hemos abordado en el caso colombiano, nos concentraremos ahora en el proyecto político de Hugo Chávez.

a) El patrón de liderazgo político personalista, paternalista y carismático, se evidencia en la relación directa que ha establecido el líder venezolano con su pueblo, sin "interferencias" institucionales y mediada por unos símbolos y un lenguaje incluyente para sectores significativos de la población. Se ha mostrado como el redentor de la patria, el padre refundador de la nación destrozada por una clase política corrupta. Es allí donde aparece su figura providencial, la del hombre con capacidades "extraordinarias" para restituir el orden perdido y continuar con la misión iniciada por el libertador y padre de la patria Simón Bolívar.

Como los populistas de otrora —Juan Domingo Perón, Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas— y los contemporáneos —Alberto Fujimori, Abdalá Bucarám, Carlos Menem, Evo Morales y Rafael Correa—, Hugo Chávez despunta como el gran caudillo latinoamericano, heredero de los próceres de la Independencia del continente: Bolívar, Santander, Páez, O'Higgins o San Martín; además, coincide con ellos en su procedencia castrense y los rasgos autoritarios de sus propuestas políticas.

El mandatario venezolano representa la "nueva" versión de los caudillos militares adaptada a los tiempos modernos. Después de su fallido golpe de Estado en 1992 y de ser amnistiado, recoge las banderas de la democracia y obtiene la victoria en las elecciones con el beneplácito del aparato militar y de sectores representativos de la población que tradicionalmente habían sido marginados de la esfera del poder y de los beneficios del "petro estado". Del mismo modo, retoma las banderas del caudillismo personalista de los años 90 alimentado por los medios de comunicación, estrategia que había sido recurrente en figuras neopopulistas como Menem, Bucarám y Fujimori. Sobre esta nueva clase de caudillos, Carlos Lemos (2002) apunta:

Bajo esa nueva estirpe de gobernantes sin partidos y, por tanto, sin raíces ni centro de gravedad, la disciplina es sustituida por la frivolidad, arrogancia, la demagogia y la improvisación. Con Cortes, Congreso y ejércitos de bolsillo, y con el referendo y el plebiscito (el "golpe de Estado permanente", como decía De Gaulle) como expedientes personalistas para legislar, esos personajes ofrecieron el cambio, pero nos entregaron la decrepitud […] Dios nos libre de los Napoleoncitos de cartón.

Al igual que Álvaro Uribe en Colombia, ha fortalecido su liderazgo político personalista en la utilización estratégica de los medios de comunicación que lo han hecho ver como un símbolo representativo del pueblo; además, su control y sus intervenciones frecuentes en radio, prensa y televisión, le han posibilitado, al menos en apariencia, mantener una estrecha relación y contacto directo con sus seguidores. Un ejemplo fehaciente de ello es su programa "Aló Presidente", el cual ha tenido como propósito fortalecer su mandato y mantener un apoyo popular para conservar la gobernabilidad y legitimar su régimen.

b) La existencia de una ideología anti-establecimiento o anti statu quo. Desde sus primeras apariciones en la esfera pública manifestó su intención de transformar de manera radical las relaciones políticas, económicas y sociales en su país, porque consideraba primordial no sólo acabar con el Puntofijismo de los partidos tradicionales, sino con la corrupción que amenazaba con destruir la unidad de la nación y las posibilidades futuras del pueblo venezolano. De ahí que tomara la bandera de la anticorrupción y afrontara una lucha total contra las élites económicas y políticas señaladas como responsables de la crisis social e institucional. La propuesta resultó atractiva para diversos sectores de la sociedad y condujo a su primer triunfo electoral en las elecciones de 1998.

En cualquier época los populistas han necesitado identificar enemigos que aglutinen a las masas populares en torno a sus causas personalistas. Hugo Chávez ha sido, sin duda, un maestro para explotar un discurso político que identifica a sus enemigos representados por las élites tradicionales de su país (oligarquía nacional) y a los Estados Unidos (imperialismo norteamericano). A ambos los ha convertido en instrumentos para unificar el pensamiento de sus seguidores, defenderse de sus detractores y plantear una propuesta con proyección internacional a partir de su carisma personal y el poder que le otorgan los altos precios del petróleo. En cuanto a la propuesta internacional, el antiimperialismo es parte de un discurso demagógico que le ha posibilitado ganar adeptos en distintos países; Mientras que en la esfera nacional, su discurso ideológico marcado por un anti establecimiento, pretende una ruptura con el pasado, modificar las estructuras de poder tradicional y convocar a la integración de los ciudadanos a partir de una propuesta nacionalista en la que utiliza referentes históricos significativos como la imagen del libertador Simón Bolívar. Así lo expone Juan Eduardo Romero (2001):

Chávez, al igual que Cipriano Castro, J.V Gómez, López Contreras, Pérez Jiménez, y Betancourt, manipula la asociación con el padre de la patria para avalar su accionar político, pero introduce una diferencia significativa y es que en su afán de ruptura se desplaza hacia otros referentes simbólicos históricos concretos: Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora (p. 238).

Aunque el bolivarismo se constituye en el estandarte ideológico del régimen Chavista, no puede considerarse una doctrina de pensamiento unificada, ni un cuerpo teórico que responda a una lógica racional que sirva de forma pragmática para resolver los problemas sociales y políticos. Por el contrario, se ha convertido en un fetiche utilizado de forma estratégica para crear unos nexos entre el pueblo y la estructura político-militar.

Como todos los populistas de la región, Hugo Chávez bebe de diferentes fuentes ideológicas para justificar sus propósitos personalistas y fortalecer su proyecto político. Su retórica tradicional pretende ocultar las inconsistencias de un discurso frecuentemente cambiante, lo cual deja entrever la carencia de un norte ideológico. Dependiendo de la ocasión, alude al pueblo e invoca la "supremacía popular" como lo hicieran líderes dentro del régimen comunista, nazista y fascista, quienes en nombre de la "voluntad general" instauraron gobiernos totalitarios que coartaron derechos y suprimieron las libertades de los ciudadanos. Igualmente, dentro de los regímenes democráticos la alusión a la "voluntad general" ha sido la fuente de inspiración de hombres carismáticos como Hugo Chávez. Es precisamente su difusa orientación ideológica y discursiva la que le permite transgredir los límites de la democracia liberal, y acercarse a las propuestas autoritarias de regímenes que durante muchas décadas llenaron de violencia y desolación al subcontinente.

c) La movilización política vertical es evidente en el gobierno de Hugo Chávez y complementa eficazmente su patrón de liderazgo político personalista, porque le permite subordinar a su favor las formas institucionales de intermediación y representación política para consolidar una relación directa con los ciudadanos. Al igual que todos los populistas y neopopulistas latinoamericanos, desconfía de la democracia representativa y aprovecha las bondades de otro tipo de democracia, denominada por Guillermo O'Donell como "delegativa o delegataria", para conseguir mayor poder, obtener respaldo popular y ubicarse por encima de los poderes públicos, puesto que este tipo de regímenes que instrumentalizan la participación del pueblo son considerados aún democráticos por recurrir a elecciones periódicas. Pero, la constante manipulación a las instituciones para beneficiar a su líder y aumentar su poder, hace que sean denominadas delegativas, pues el pueblo entrega parte de sus responsabilidades y derechos al mandatario para que éste emprenda las grandes obras y las transformaciones sociales. Naomi Daremblum (2003) explica que lo experimentado en Venezuela es una "democracia callejera" o una "hiperdemocracia", donde las pasiones políticas gobiernan y ninguna de las partes propone soluciones responsables a las problemáticas del país. En la "democracia delegativa" y en la "hiperdemocracia" no existen partidos detrás del líder, sino movimientos que dicen encarnar los más sublimes intereses nacionales; las elecciones tienen un alto componente emocional que se diluye después del triunfo del candidato, se crea una actitud pasiva entre los electores quienes parecen sólo estar expectantes frente a las actuaciones estelares del Presidente.

Desde su llegada a la presidencia (1999) ha ocasionado el debilitamiento paulatino de los partidos tradicionales, organizaciones de presión civil y del poder público, en cuanto ha limitado o sustituido al poder legislativo y judicial a favor de su proyecto autoritario, acabando así con los frenos y contrapesos institucionales tan importantes en las democracias modernas. En definitiva, ha querido construir una Venezuela distinta pero a su querer: con la nueva Constitución Bolivariana de 1999; los nuevos poderes que adquiere gracias a la Asamblea Nacional en el 2000; la derrota a la oposición en el Referendo revocatorio en el 2004; la reforma monetaria del 2008; la no renovación de la licencia de funcionamiento a la cadena privada Radio Caracas Televisión (RCTV); la aprobación de la "Ley Habilitante" por parte de la Asamblea Nacional en el 2007, en la que adquiere poderes especiales durante 18 meses para revocar leyes y legislar en los distintos ámbitos; y, en el 2009, el triunfo del Referendo que le permitirá al Presidente la reelección inmediata e indefinida.

Es indiscutible el fortalecimiento del poder Ejecutivo en detrimento de las instituciones de intermediación política, de los poderes públicos y de la sociedad civil venezolana. Al  otorgársele "plenos poderes", se están sentando las bases de un hiper-presidencialismo sin límites, que consolide un régimen autoritario y militarista que desconoce los derechos fundamentales, decide sobre los estados de excepción y controle las libertades individuales, tal y como aconteció con los regímenes dictatoriales latinoamericanos del siglo XX.

 

Conclusión

El populismo considerado como estrategia política o estilo de hacer política que se materializa a través de un discurso, y no como una especie particular de estadio de desarrollo, sistema ideológico o económico, es lo que permite comprender por qué han sido llamados populistas tantos movimientos y líderes en el contexto internacional, a pesar de sus marcadas diferencias. Este discurso se instaura sin dificultad en diversas sociedades, tradiciones políticas, culturas y regímenes políticos, gracias a sus promesas de hacer posible el sueño de igualdad, felicidad y bienestar. El populismo se ha convertido en una forma de hacer política en el contexto latinoamericano porque se adapta a los escenarios cambiantes de la realidad, como lo hemos expuesto en los gobiernos de Álvaro Uribe y Hugo Chávez.

En el caso de Colombia, al mostrar los dos principios que establece Marcos Novaro (el de alteridad y el de escenificación o representación) para evidenciar el trasfondo ideológico que subyace a la identidad que se quiere logar con el pueblo, tenemos lo siguiente. En primer lugar, al materializarse el principio de alteridad bajo la concepción amigo-enemigo, se están radicalizando las posturas en torno al conflicto armado que desde décadas padece el país. El señalamiento que hace el gobierno a las FARC puede convertirse en el  único problema y olvidar así una serie de factores que, como la corrupción, el narcotráfico, el paramilitarismo y, en general, la descomposición económica y social, también hacen parte de las dificultades que afronta la población. También, la confirmación del principio de alteridad bajo la concepción de amigo-enemigo, lleva a unificar al soberano y a los ciudadanos haciendo que desaparezca la eventual división Estado-sociedad. Decía Schmitt (1983): "El Estado y la sociedad deben ser fundamentalmente idénticos: con ello todos lo problemas sociales y económicos se convierten en problemas políticos y no cabe distinguir ya entre zonas concretas políticoestatales y apolítico-sociales" (p. 136).

En segundo lugar, la materialización del principio de escenificación o representación en torno a su figura personalista lo hacen ver como un hombre providencial y regenerador del orden social. Esto supone que la solución a todos los problemas del país está en manos de una sola persona. Tal posición mesiánica puede contribuir al unanimismo político, donde las aspiraciones y la voluntad del pueblo pretenden ser encarnadas únicamente por este líder carismático, y se dejan de lado otras instancias de la representación política institucionalizada. El unanimismo político conlleva al descarte de nuevas ideas, pensamientos, posturas y proyectos políticos de diversa índole, desestimando las posibilidades y bondades que brinda el pluralismo político.

En el caso venezolano, se destacan algunas características: el fortalecimiento del poder de Hugo Chávez en detrimento de las instituciones de intermediación política y de la sociedad civil, estaría sentando las bases para la consolidación de un régimen autoritario que restrinja libertades individuales y desconozca derechos fundamentales. Actualmente el proyecto bolivariano no sólo tiene una duración indeterminada en la cúpula del poder en Venezuela, sino también, posee pretensiones internacionales al aprovechar la riqueza generada por la renta petrolera para intervenir en asuntos internos de otras naciones, desarrollando una suerte de "neoimperialismo" del Tercer Mundo. En Ecuador: compra bonos de su deuda externa y está en plena ejecución el intercambio de crudo por derivados que fortalece las relaciones con el gobierno de su aliado, Rafael Correa. En Cuba y Nicaragua: suministra y vende a bajos precios combustibles en detrimento de los intereses venezolanos. En Bolivia: apoya ideológica y económicamente el proyecto nacional populista de Evo Morales, adquiere el semanario boliviano "La Época", inyecta dos millones de dólares al "Canal 7" (propiedad del Estado), instala más de 10 emisoras comunitarias en zonas apartadas del país. En Argentina: compra más de 5.000 millones de dólares en bonos para apalancar su deuda externa; sostiene financieramente a la imprenta de las Madres de Mayo, donde se publican miles de ejemplares del pensamiento chavista; mantiene relaciones cercanas con movimientos sociales argentinos como Patria Libre, la Federación Tierra y Vivienda, el movimiento Piquetero y Barrios de Pie; incluso algunos líderes de estas agrupaciones integran el congreso Bolivariano de los Pueblos. En Uruguay: para extender sus redes, en el 2006 compra el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (Bandes), desde entonces sus relaciones con el Presidente Tabaré Vásquez no son las mejores.

En América Latina, desde los años 90 hasta la primera década del siglo XXI, se han venido consolidando proyectos y liderazgos de corte populista en cuanto al estilo político, aunque no son uniformes, puesto que se diferencian dos tendencias: una de ellas representada por "populistas de corte neoliberal" que se adaptan al contexto global, tienen relaciones fluidas con los poderes económicos y políticos internacionales, pero su estrategia política es altamente personalista. Entre sus actores tenemos a Menem, Fujimori, Bucaram y Álvaro Uribe. La otra tendencia está representada por un "populismo de izquierda", que evoca los fundamentos de los movimientos populistas clásicos o de primera generación. Es marcadamente nacionalista, paternalista y "anti-imperialista", sin importar la adversidad del contexto en el que se presente. Aunque, su discurso político sea crítico respecto a los poderes internacionales y el neoliberalismo económico, mantiene unas fluidas relaciones comerciales con países a los cuales cuestiona —caso venezolano—, lo que podría parecer incoherente si no se tiene en cuenta que los populistas de otrora y los contemporáneos manejan un discurso cambiante que se ajusta a sus necesidades. Entre sus representantes tenemos a Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales.

Es precisamente el choque de estas dos tendencias, en cabeza de Álvaro Uribe y Hugo Chávez, con sus visiones de política interna y sus objetivos en la geopolítica regional, lo que ha quedado en evidencia con los acontecimientos recientes que desencadenaron una de las crisis más visibles que ha padecido Colombia con los países vecinos en épocas recientes. Lo anterior tiene como origen la baja en territorio ecuatoriano de uno de los miembros más importantes del Secretariado de las FARC, Raúl Reyes. La operación militar considerada por el gobierno colombiano como un acto de legítima defensa, se desarrolló en el marco de la "Política de Seguridad Democrática".

Paradójicamente, este hecho fue el detonante de una serie de reacciones internacionales y de una crisis diplomática sin precedentes entre Colombia y las naciones de Ecuador, Venezuela y Nicaragua, quienes no aceptaron los argumentos del Estado colombiano, crearon un escenario pre-bélico y pusieron en riesgo el comercio subregional.

Aunque la intervención de la OEA y el papel de los jefes de Estado en la Cumbre del Grupo Río parecía determinante para conjurar la crisis diplomática, los acontecimientos recientes han demostrado que las diferencias siguen latentes entre estas dos tendencias populistas latinoamericanas. En el caso de Ecuador, la escalada de tensiones aumenta con respecto a Colombia, creando un escenario de inestabilidad política, económica y de seguridad regional, que puede llevar a una situación sin retorno que fracture definitivamente las maltrechas relaciones entre los dos países.

Finalmente, de esta crisis entre países vecinos surgen algunos interrogantes que sin duda se deben discutir, pues marcarán en gran medida el espectro político de la región: ¿hasta qué punto los líderes populistas contemporáneos con sus respectivas tendencias pueden personificar el cambio político, económico y social sin fracturar las instituciones de sus países y las relaciones con las demás naciones del continente? ¿Su versión soberana puede llevarlos a quebrantar el establecimiento democrático impidiendo el desarrollo pleno del ciudadano en la esfera pública y sustituyendo el actual régimen por otro con tintes totalitarios? ¿Tiene el Estado venezolano la capacidad para jugar un papel protagónico tanto en el escenario interamericano como en el ajedrez geopolítico mundial? ¿Ha diseñado Colombia como Estado soberano una política exterior que le permita claramente definir su papel y posición dentro de la dinámica geopolítica internacional?

 

 

Notas

[1] Una de las mayores críticas que hizo Álvaro Uribe a la política de paz del presidente Andrés Pastrana, fue la referida al fracaso en los diálogos y la zona de distensión que se le otorgó a las FARC desde el mes de octubre de 1998 hasta enero de 2002.

[2]La profesora María Teresa Uribe hace un análisis de los dos primeros años del gobierno de Álvaro Uribe Vélez en el cual indica que "Las prácticas de gobierno no se enmarcan la mayoría de las veces en modelos preestablecidos o en principios teóricos puros, son habitualmente mezclas bastante originales entre principios programáticos, realidades socio-culturales y demandas políticas; de ahí la dificultad para caracterizar un gobierno como el actual; dadas sus tendencias liberales una se siente tentada a nombrarlo como populista, bonapartista, cesarista o incluso dictatorial". Más adelante agrega que los "bonapartismos y los cesarismos parecerían más cercanos a las prácticas del actual Gobierno, dado su verticalismo en las relaciones de mando y obediencia, y la intención de relacionarse directamente con la población, saltándose los canales institucionales y las intermediaciones tradicionales" (Uribe, et al., 2004, pp. 13-14). A nuestro juicio, hoy después de 5 años del análisis de la profesora Uribe, el gobierno actual de Álvaro Uribe se constituye en una suerte de neopopulismo o populismo de tercera generación.

[3] Es importante destacar el esfuerzo desarrollado por Ernesto Laclau (2005) para reinterpretar el fenómeno del populismo más allá de la concepción clásica peyorativa que ha prevalecido en el discurso de las ciencias sociales. Así lo expresa: "Podemos afirmar que para progresar en la comprensión del populismo, es una condición sine qua non rescatarlo de su posición marginal en el discurso de las ciencias sociales, las cuales lo han confinado al dominio de aquello que excede al concepto, hacer el simple opuesto de formas políticas dignificadas con el estatus de una verdadera racionalidad. Debemos destacar que esta relegación del populismo sólo ha sido posible porque, desde el comienzo, ha habido un fuerte elemento de condena ética en la consideración de los movimientos populistas" (p. 34).

[4]Según Marco Palacios (Cf. 2000; 2001), el pueblo colombiano históricamente desperdició a mediados del siglo XX la oportunidad de concebir un gobierno caudillista en manos de Jorge Eliécer Gaitán.

 

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Fecha de recepción: septiembre de 2008 / Fecha de aprobación: marzo de 2009

 

Cómo citar este artículo

Patiño, Luis y Cardona, Porfirio. (2009, enero-junio). El neopopulismo: una aproximación al caso colombiano y venezolano. Estudios Políticos, 34, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, (pp. 163-184).

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