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Estudios Políticos

versão impressa ISSN 0121-5167versão On-line ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  n.37 Medellín jul./dez. 2010

 

 

La visión heroica sobre la independencia de Antioquia*

The Heroic Vision of the Independence of Antioquia

 

Marta Cecilia Ospina Echeverri**

 

** Historiadora, Magíster en Ciencia Política. Adscrita al grupo de investigación en Historia Contemporánea, Universidad de Antioquia. E-mail: corrita@une.net.co

 

 


RESUMEN

Es claro el predominio de las visiones heroicas sobre la independencia de Antioquia. En esta labor de heroización se han comprometido principalmente los historiadores adscritos a la Academia Antioqueña de Historia, herederos de una tradición historiográfica que destaca personajes ilustres y momentos determinantes de la independencia regional. Los héroes no son siempre militares; se unen a este selecto grupo algunos sacerdotes, un muy limitado número de mujeres y unos pocos hombres públicos. Unos y otros, según esta historiografía, contribuyeron desde su rol social a hacer viable la campaña emancipatoria: los sacerdotes arengaron a la población, modelaron el proyecto de república cristiana e hicieron aportes económicos; las mujeres educaron a los héroes con amor y abnegación y esperaron su regreso de la guerra con mariana resignación; los políticos contribuyeron con sus conocimientos y fuerza patriótica al nuevo ordenamiento constitucional republicano.

Palabras clave: Independencia; Independencia de Antioquia; Héroe; Tradición Heroica.


ABSTRACT

It is evident the predominance of the heroic visions on the independence of Antioquia. The historians ascribed to the Academia Antioqueña de Historia, the heirs of a historiography tradition that emphasizes on illustrious personages, and conclusive moments of the regional independence, have been compromised in this labor of turning someone into a hero. Heroes are not always military men; some priests, a limited number of women, and few public men are joined to this select group. According to this historiography, both contributed to make feasible the campaign of emancipation: the priests harangue the population, they model the project of a Christian Republic, and they also gave economic contributions; the women educated the heroes with love and abnegation, and they waited their return from the war in a Marian resignation; the politicians helped to the new republican constitutional order with their knowledge and patriotic power.

 Keywords: Independence; Independence of Antioquia; Hero; Heroic Tradition.


 

 

Introducción

Desde el siglo XIX hasta nuestros días, la historia política colombiana tuvo evidentes transformaciones que partieron de una exaltación al patriotismo nacional, elaborada desde el culto a los héroes de la independencia, hasta el cuestionamiento de este estereotipo con la predilección de otras temáticas como la historia regional y local, la historia económica y social, entre otras. En este proceso, la historia política fue rechazada en virtud del descrédito de la veneración heroica, de la insuficiencia de las explicaciones que concentraban lo nacional en un fragmentario marco territorial y en el accionar de unos cuantos personajes ilustres. El repudio llevó al abandono, lo que condujo al extremo de negarle a lo político su lugar en la explicación histórica. Pese a lo anterior, este trabajo tiene como propósito retomar la historia heroica circunscrita a la independencia de Antioquia para evaluar las lógicas de su elaboración desde las perspectivas de José Manuel Restrepo y la historiografía de los siglos XIX y XX.

Realizar un nuevo estudio sobre los héroes de la independencia no es el objeto de esta investigación, pero bien vale la pena evaluar la historiografía que se centró en dichas figuras para entender las lógicas de elaboración del discurso heroico, sus perspectivas teóricas, sus apuestas ideológicas y sus alcances.

En Antioquia pervive un consenso historiográfico que destaca algunos elementos entre los cuales se pueden señalar: la particularidad de la región de no haberse constituido en escenario decisivo para las grandes batallas que determinaron el rumbo de la independencia, al punto que se ha fomentado la imagen de una predilección por las negociaciones políticas y las confrontaciones por fuera del territorio regional; la emancipación como una experiencia inevitable; la existencia de algunos íconos de la libertad propios que se reeditan constantemente y la participación de estos héroes en la indepndencia nacional y americana[1]. La historiografía ha destacado que los escenarios de actuación del héroe se diversificaron hacia espacios más amplios: la provincia se habría quedado corta para permitirle al héroe desplegar sus capacidades. En el momento en el cual el personaje se ve precisado a salir, coinciden el propósito personal de la búsqueda de la grandeza heroica y el del colectivo regional[2] de apoyo a la causa patriota. El presupuesto básico es que la provincia pudo exportar sus mejores hombres para respaldar la gesta emancipadora. Lo destacado, en buena medida, es la actuación de los héroes nacidos en Antioquia y partícipes de campañas con mayor renombre, libradas en diversos sitios de América. De otra manera habrían quedado por fuera del recordatorio de eventos heroicos, individuos como Atanasio Girardot —quien clavó en la cumbre del Bárbula el pendón republicano— y Antonio Ricaurte —inmolado en San Mateo (Venezuela) al volar un arsenal patriota e impedir que cayera en manos de los españoles.

 

1. Consideraciones de José Manuel Restrepo sobre el caso antioqueño

Tres asuntos fueron relevantes en el tratamiento que José Manuel Restrepo le dio a los sucesos emancipatorios en Antioquia: el primero fue explicar las disensiones internas, similares a las de la nueva república; el segundo fue interpretar la particular forma de resolver los problemas políticos y sociales; el tercero fue la exaltación de la política abolicionista que retrató a sus dirigentes como modelo de las nuevas libertades gracias a la liberación de esclavos (Restrepo, 2009, pp. 264-268). Esta visión de Restrepo representó, en primer lugar, una imagen corporativa, propia del espíritu español, que se contravenía en no pocas ocasiones con las aspiraciones del liberalismo individualista. Las pretensiones soberanas de los distintos pueblos fueron asociadas al deterioro de la unidad durante la primera república —en el período 1810-1814—, lo que se tradujo en falta de energía, dilapidada en los siguientes congresos que no lograron aliviar la situación de la recién creada república (Restrepo, 2009, pp. 265 y ss.)[3].

Un segundo elemento que se destaca en la obra de Restrepo se refiere a la forma de atender los problemas internos. Las soluciones adelantadas en Antioquia fueron bastante particulares, siendo una de ellas la opción de la dictadura como mecanismo para conjurar la resistencia realista y evitar las eternas discusiones de los organismos legislativos. Dicho cargo recayó en 1813, en el comandante de milicias e integrante de una junta de seguridad en Antioquia, el comerciante momposino Juan del Corral (Restrepo, 2009, pp. 265). No había mayores controversias entre república y dictadura para los patriotas antioqueños, pero, a decir verdad, la dictadura fue aprobada sólo por tres meses y no fue una usurpación, sino una decisión de los organismos legislativos de la época. Al cabo de este período el dictador presentó un completo informe sobre sus actuaciones, situación que derivaría en su nombramiento como presidente constitucional. La acción a seguir fue la declaración de independencia absoluta desconociéndose la autoridad de Fernando VII y asentándose la soberanía en el pueblo. Tras la muerte de Juan del Corral se aceleraron las pugnas internas y el desenlace, al igual que en el resto de la república, era inevitable. Las disputas entre Rionegro y Antioquia por la capitalidad dividieron a la provincia en zonas de influencia de una y otra ciudad. Después vino la reconquista.

El tercer asunto a destacar en la obra de Restrepo es el proyecto sobre libertad de esclavos, aunque éste tuvo precedentes aislados en prácticas desplegadas desde el período colonial. La norma propuesta por los republicanos contempló la obligación poseída por los amos de mantener a los libertos hasta los 16 años, la prohibición de vender a los hijos separados de sus padres y de importar y exportar esclavos, la obligación para los testadores de manumitir uno de cada diez esclavos cuando hubiese herederos forzosos o de la cuarta parte de los mismos en caso de no tener herederos y un impuesto anual que debían pagar los dueños de esclavos de dos pesos por cada varón y un peso por cada hembra; los fondos recolectados servirían para manumitir otros esclavos (Restrepo, 2009, p. 266-267).

 

2. La independencia de Antioquia en la historiografía tradicional del siglo XX

Ha sido propio de la historiografía tradicional que el historiador realice secuencias cronológicas con énfasis en algunos momentos de la vida de los personajes ilustres. Como si se tratara de un acto de purificación de quien escribe la historia, en este enfoque la interpretación del pasado sólo se debe basar en una amplísima compilación de información y en una crítica sana e imparcial, según la expresión de Tulio Ospina (Ospina, 1905, pp. 15-16).

En general, este tipo de relatos perpetúan la memoria de los héroes y reiteran los mitos fundacionales de la república antioqueña, rememorando eventos como batallas o la literatura constitucional y legislativa de la época. En un buen número de casos la mirada aún no se renueva, los actores siguen siendo los mismos héroes con sus reconocidas hazañas y tragedias. Para este tipo de historias son significativos los sufrimientos y los sacrificios que develan conductas muy humanas, pero a la vez admirables. Se destaca el tesón para sortear dificultades, el desprendimiento, la escasa valoración de los intereses propios y la primacía del interés público sobre el particular[4].

Pese a la recurrencia de la heroización, algunos autores coinciden en señalar que, en general, en la Nueva Granada no había un gusto muy arraigado por la guerra, y la propensión a la discusión filosófica y jurídica restó disposición para la vocación militar. La escasez de militares se anotó como problema no sólo por la necesidad de combatientes, sino por la falta de preparación en estrategias bélicas en el momento de la independencia (Gómez Hoyos, 1969, p. 271). Al ser tan escasos los que murieron, son constantes las alusiones a ellos. En una región de pocos muertos en el patíbulo y en los campos de batalla se sigue reclamando un mayor tributo a la memoria de los caídos. Según esta visión, a la provincia le favoreció que no fuera cuna de muchos abogados y eruditos y que no existiera imprenta que difundiera demasiadas ideas peligrosas en su momento. La independencia se ajusta de esta manera a la perspectiva conservadora que descalifica la difusión de ideas liberales por considerarlas inconvenientes para mantener el statu quo favorable para los criollos.

La terrible plebe deja de ser un instrumento útil en Antioquia, pues sólo se le destaca cuando valerosamente se inserta en las milicias y luego en los ejércitos patriotas, de lo contrario, pasa a ser el pueblo raso, masa amorfa a la que se debe controlar. Jaime Sierra García, reconociendo que sobre la participación de indios, mulatos y negros se sabe muy poco, menciona algunos detalles interesantes como la conformación de milicias indígenas dirigidas por Juan del Corral; la condecoración que José María Córdoba envió a los indios

Cunas del Chocó por su apoyo a la expedición de Juan María Martínez en 1819; los esclavos antioqueños (aproximadamente 1.000) que hicieron parte de las fuerzas patriotas que viajaron al Perú. Además cita un comentario del obispo Garnica quien hace cuentas de 2.000 esclavos perdidos en la guerra (Sierra García, 1988, p. 93).

La experiencia antioqueña, al ser presentada como un caso particular con notables ventajas sobre otras regiones del país, destaca la “dictadura-presidencia”, como fue conocido el gobierno de Juan del Corral, y percibido como una solución apropiada para prevenir los probables enfrentamientos entre localidades. Según Roberto Tisnés, al estilo romano, la dictadura de Juan del Corral era necesaria porque la salud de la patria lo obligaba. El autor afirma que la dictadura salvó a Antioquia de la desintegración por la vía de las luchas entre localidades (Tisnés, 1980, p. 113); el federalismo, a su juicio, no pasaba de ser una utopía (Tisnés, 1980, pp. 104-105). Lo interesante es que la provincia se sumó a las fuerzas federalistas para luchar contra Cundinamarca, aunque en su interior las leyes fueron especialmente duras para reprimir insubordinaciones locales. Antioquia aceptó una dictadura que tenía una conveniente combinación así fuera contradictoria: quien la ostentaba fue un dictador-demócrata y a la vez liberador de esclavos, por ello, el autoritarismo y el militarismo impulsado por del Corral tiene un apropiado velo que lo cubre. La provincia en este tipo de relatos ama los tiempos de paz y prefiere un poder fuerte que la controle precisamente para asegurar esa paz.

En este sentido, los lenguajes políticos se combinan, la república, instaurada para la defensa de los derechos de los ciudadanos, no encuentra problemático que un dictador gobierne para asegurar la nueva institucionalidad. Este mestizaje de los lenguajes políticos[5] funcionó también para el diseño de las nuevas instituciones republicanas, pues los patriotas mantuvieron su espíritu de cuerpo (de élite) con una clara ideología tradicionalista, adhirieron a los principios liberales vigentes y los combinaron con su devoción católica. Para Javier Piedrahita, la Constitución de Antioquia de 1812 tenía como punto a su favor haber incluido todos los principios, ritos e íconos que remitirían a una república católica (Piedrahíta, 1972, p. 18). Según Tulio Ospina, la inclusión del credo católico en el orden constitucional probó no tanto la perspicacia como la buena fe de los padres fundadores (Ospina, 1988, pp. 175-176). La fe católica le imprimiría un sello de legitimidad al nuevo orden y reafirmaría a las élites proindependentistas en sus posiciones de privilegio. Los principios liberales fueron articulados con las convicciones religiosas, los más preciados bienes, la libertad, la igualdad, la seguridad y la propiedad se invocaron al apoyo del Todo poderoso (Sierra García, 1988, pp. 93). Además, ha interesado destacar la coincidencia entre un afán legislativo y una preocupación por la seguridad, o mejor, los intentos en Antioquia por establecer un gobierno con atribuciones generales para controlar el desorden (Pérez, 1970, p. 152).

En general, estos estudios exaltan los hechos cumplidos y los personajes que actuaron en el proceso independentista. En ellos se devela un interés político que privilegia la noción de ruptura del lazo que unía a la provincia con España. Al hacer énfasis en momentos y no en el proceso, buena parte de las publicaciones presentan una mirada cortoplacista y anecdótica, con miras a encomiar hechos y personajes decisivos. Esta perspectiva revela una postura ideológica que busca exaltar el sentido de pertenencia a la región, de manera similar al tratamiento que durante el siglo XIX se hizo del tema en el escenario nacional. Las viejas formas de hacer la historia patria se repiten en escenarios más reducidos; la construcción que se logra es muy similar aunque ciertas particularidades se destaquen con gran interés para marcar diferencias. Las cronologías son el recurso utilizado para ordenar las ideas. Los eventos se suceden en orden estricto: cada administración con sus respectivas realizaciones, el peligro del avance español desde el sur y la respuesta antioqueña, la dictadura de Juan del Corral, la reconquista y la expulsión final de los españoles del territorio antioqueño.

En la actualidad algunos estudios sobre la independencia intentan explicar las formas en que las élites mantuvieron el control político y social, pese a la apertura del sistema político basado en la existencia de ciudadanos iguales ante la ley. Se han explicado los mecanismos de la ficción democrática que permitieron la coexistencia de principios liberales con rasgos tradicionales de las relaciones sociales, como sustentadores de las estructuras del poder conveniente a los criollos (Herrera, 2008). En otras palabras, en la actualidad se ha reconocido la pervivencia de un corporativismo heredado de la tradición española, que se combina con algunos principios liberales como la soberanía popular, la libertad individual y el ordenamiento republicano. En su lugar, la historiografía tradicional ha explicado que el liberalismo promovido durante las primeras décadas del siglo XIX correspondió al pensamiento de la época. Por ello encuentra comprensible el voto censitario que excluyó del derechoa sufragar a sirvientes, jornaleros y esclavos (Sierra García, 1988, pp. 93-94). La apelación a la soberanía popular en el siglo XIX contiene una inexactitud debido a que la mayoría de la población no goza de derechos políticos. Lo destacado en este caso no es la pregunta por la ampliación de la base civil sino por la actuación de aquellos a quienes se les confiere un papel directivo en el nuevo Estado-nación por construir, en cuyo caso la tradición resalta un cierto tipo de héroe: el político, que discute con elocuencia y convence a sus compañeros en la Cámara, el que aporta sus luces para la redacción de la nueva carta constitucional (Correa, 1905, pp.85-111; Escobar, 1969, pp. 231-232).

 

2.1 El relato heroico y la restitución del héroe

En la historiografía tradicional el héroe, servidor de la causa republicana, aportó su cuota de sacrificio y los hechos insignes que lo caracterizaron para entregar al porvenir una feliz realidad: la patria. Bajo dicha interpretación este personaje se hace inmortal y la historia debe tomar por su propia cuenta su reivindicación. El olvido se transmuta en culpa y el historiador convierte su obra en un acto de justicia con aquellos que lucharon por la patria. Evocar al héroe olvidado no es solo una obra de reivindicación, es, sobre todo, una acción de justicia.

En esta visión, es precisamente la hoja de servicios de los héroes la que puede servir para que la historia, según Ramón Correa, cumpla su papel de medir su grandeza y distinguirlos (Correa, 1905, pp. 102). Debido a la imposibilidad de abordarlos de igual manera, entre otras razones porque sus actuaciones fueron muy distintas, fue necesario clasificarlos en dos grandes ramas: los militares y los civiles. Por cuenta de los primeros se ha elaborado buena parte de los relatos sobre la independencia, especialmente por su aporte a la campaña libertadora, es decir, a la fase 1816-1819. Sobre los segundos, las referencias son más escasas y por lo general se plantean como si la historia debiera cubrir una deuda de gratitud merced a sus invaluables aportes a la causa. Entre estos últimos se destacan el sacerdote, la mujer, el estadista y el hombre público.

2.1.1 El héroe militar y la reivindicación de la guerra

La Iliada es el relato clásico utilizado para extraer las metáforas del héroe: Córdoba, en la historiografía más reciente, es el Aquiles de la epopeya moderna y su contrapartida, el divino Héctor, es otro símil de gran utilidad a la hora de aclamar la resistencia ante los invasores. Fueron asociados con Córdoba, además de Aquiles y Héctor, el general espartano Leónidas, héroe de las Termópilas y Arístides de Atenas, entre otros (López, 1996, p. 193).

En el héroe militar se combinan lo humano y lo sobrenatural. La primera caracterización alude a su nombre, a su lugar de origen, a su parentela, pero especialmente a sus errores, a sus sentimientos y a su actuación en las vicisitudes guerreras, a su espíritu de sacrificio y a su amor a la patria; la segunda, descubre sus dotes excepcionales. A esa combinación se le suman otras amalgamas de virtudes y defectos, de características propias de la personalidad del héroe y de los avatares achacables al medio, pero éstas no excluyen los aspectos más sublimes de la actividad heroica. Entronizado en el amor a la patria, el héroe despierta simpatía y compasión, es ejemplo en los aspectos positivos de su labor. Sus errores no le niegan la gloria, son ejemplarizantes —de lo que no debe hacerse—, hacen parte de un destino del cual el héroe no puede escapar. La perspectiva humana del héroe sirve para excusarlo de sus yerros, lo que trasciende es lo positivo.

El héroe de la independencia asume varios roles; de sus hazañas puede pasar fácilmente al sufrimiento, es víctima de sus errores y de las circunstancias (Vega, 1998, p. 38). El relato heroico hace que el pueblo admire e imite a su adalid, no lo critique ni lo juzgue, que sienta simpatía y compasión por él, aprecie lo sublime y lo humano de su condición, sienta que en él conviven la audacia y la terquedad. El sufrimiento del final de sus días sirve como lavatorio de sus culpas. Al final, sólo queda la gloria y los actos dignos de ser recordados[6].

Rafael Gómez en su libro La vida heroica del general José María Córdoba (Gómez Hoyos, 1969, p. 131), exhibe los errores del héroe después de describir con lujo de detalles sus virtudes. Su valentía y arrojo solo eran posibles, según el autor, en un temperamento impulsivo, que en su momento de gloria lo llevó a tomar decisiones de guerra acertadas, pero su fatídico error de adelantar una insurrección contra Bolívar le costó la vida: en este sentido  el héroe es excusado porque no es posible que escape a su destino siniestro.

En este tipo de relatos no se concibe un militar fuera de la guerra. Así como no podemos proyectar un Aquiles ajeno al trágico final de Troya, es difícil imaginar a un Ricaurte o a un Girardot distantes del campo de batalla. La paz genera muchos problemas para los héroes, el mismo Bolívar no pudo escapar a este designio. Sus críticos más acerbos se expresaron a raíz de sus  actuaciones en tiempos de paz, cuando lo que seguía era administrar las repúblicas recién liberadas. Córdoba, nuestro héroe regional, concibió sus planes de rebelión cuando ya se habían apagado las últimas humaredas de los escenarios de guerra.

Es una constante de los relatos heroicos de la Independencia que el héroe no vea limitado su espacio de actuación al sitio donde es oriundo. Se alude a su lugar de nacimiento para avivar el sentimiento de orgullo entre la población, pero el héroe tiene su razón de ser por fuera, en los escenarios de batalla o en los difíciles caminos por donde cruza para cumplir su misión que lo llevará a la gloria. Bolívar se inmortalizó en Boyacá, Córdoba en Ayacucho, Ricaurte en San Mateo, Atanasio Girardot en Bárbula.

Las semblanzas sobre el héroe transitan con extrema facilidad de los detalles a las generalizaciones. El contexto es la epopeya neogranadina y americana de la Independencia. El recurso más expedito es el anecdotario sumado a las frases concluyentes, hiperbólicas. Valga como ejemplo la expresión de Manuel Vega cuando un orificio de bala dejó marcado el sombrero de Córdoba en el fragor de la batalla del Palo: Según el autor, éste fue su bautismo guerrero (Vega, 1998, p. 20). Otros atributos como ilustre paladín y héroe inmortal de la liberación de cinco naciones (Vega, 1998, p. 131), sirven como calificativos que describen y complementan la semblanza que el autor realiza del personaje.

La metáfora es utilizada para darle más peso a la hazaña heroica, para mitificarla o al menos acercarla a otros referentes que despiertan admiración. Ésta redimensiona al héroe y sustituye su nombre. ¿Quién no descubre que el “adalid del Bárbula” fue Atanasio Girardot? La heroización de este joven fue utilizada como símbolo en 1813 para celebrar la fusión entre los ejércitos neogranadino y venezolano. Mediante un acto simbólico su corazón fue llevado a Caracas, mientras sus despojos mortales fueron enterrados en su patria[7].

Para la heroización de los militares, el historiador tradicional da fe de su contribución a la causa patriota a través del relato de sus campañas militares y los juicios de sus superiores. La vinculación a los ejércitos a una edad temprana es una prueba fehaciente de la disposición del héroe para la defensa de los ideales republicanos. El historiador en una labor juiciosa, parecida a veces a la del coleccionista de datos, enumera una a una las batallas en las cuales participó. Tal es el caso de los panegíricos sobre la figura de Córdoba quien combatió al lado de Serviez en el Cauca, que hizo parte de la Columna de Conscriptos de Antioquia y luchó en Achaguas, el Yagual, Chorros Blancos, Majagual, Tenerife, Barbacoas, Cartagena, Guaitará, Taindala, Yacuanquer, Pasto, Cebollas, Veinte quatro, Pichincha y se inmortalizó en Ayacucho (Gutiérrez Isaza, 1972, pp. 282-283)[8].

El militar debe actuar con inteligencia en el campo de batalla. Las determinaciones tácticas y la planeación estratégica son indicadores de la grandeza del héroe, de su alto valor para la liberación de la patria, sus decisiones apresuradas en el campo de batalla dejan de tener este calificativo para convertirse en audacias que en su momento de gloria lo llevaron al triunfo.

Las visiones del héroe no son estáticas, ellas se acomodan a los nuevos sentidos refrendados en las distintas épocas. Las percepciones sobre Córdoba han variado, desde la imagen poco afortunada que presentara José Manuel Restrepo, que lo exhibió como un personaje ambicioso, capaz de conspirar contra Simón Bolívar, de conducta hipócrita y de corazón depravado, hasta transitar a lo largo del siglo XIX por otras miradas que lo califican como un líder de gran reputación, militar íntegro, con una carrera completa al servicio de la institución castrense, disciplinado y cumplidor de su deber como corresponde a un soldado de tiempo completo (Cf. López, 1996, pp. 183-214). El acto de rebeldía contra Bolívar no haría más que confirmar otras virtudes del héroe: las de su espíritu republicano, opuesto a la dictadura.

El afecto por Córdoba ha llevado a la historiografía tradicional a exaltar diversos atributos que se suman a los de la valentía y el arrojo en el campo de batalla. Entre estos se aprecian la urbanidad, la pulcritud, la sencillez, el desinterés por el dinero, o mejor, el desprendimiento frente a los bienes terrenales, la sobriedad y la austeridad (López, 1996, pp. 191-192). Esta imagen aún es incompleta, pues falta la belleza encarnada en una figura varonil de porte griego (Gómez Hoyos, 1969, p. 289) y su cultura; Córdoba, quien pese a su escasa formación académica, a su marcado acento militar en el estilo de su prosa y su correspondencia, logró, mediante su paso por los salones aristocráticos o su trato con personajes de la talla de Bolívar y Santander, un refinamiento que lo destacó siempre (Gómez Hoyos, 1969, pp. 273). En este tipo de exaltaciones la falta de educación es subsanada con el esfuerzo propio y la especialización en el oficio, o sea el militar (Gómez Hoyos, 1969, pp. 274).

Esta misma historiografía señala que en Antioquia no se dieron fuertes combates como el del Pantano de Vargas o el de Boyacá. El más nombrado de la región es Chorros Blancos, ocurrido en 1820, después de que se librara la batalla de Boyacá. En la monografía de Javier Piedrahita sobre esta contienda, el sello de veracidad está fundado en los documentos de la época como el Diario de la División de Antioquia de José María Córdoba y el de José Manuel Restrepo. Piedrahita centra su interés en varios aspectos como algunas tácticas de guerra, la conformación de ambos bandos (realistas y patriotas) y la actuación de personajes ilustres. Su fervor por la causa patriota es claro, al punto de desestimar las versiones de algunos historiadores en el sentido de que el enfrentamiento fue tan solo un tiroteo y aunque reconoce que ni Córdoba, ni José Manuel Restrepo hacen un balance de los muertos y heridos, la sola definición del evento por parte del primero como un combate ubica la acción en una categoría superior, para permitirle concluir al autor que Chorros Blancos fue una de las quince batallas que decidieron la emancipación[9].

Jaime Sierra García describe el combate de Chorros Blancos como una breve escaramuza que provocó la huída de Warleta dejando en el escenario de la contienda 40 soldados entre muertos, heridos y prisioneros. De todosmodos resalta que se hubiese despertado cierto patriotismo entre soldados  y voluntarios para engrosar las filas que desde Barbosa y Santo Domingo partieron para enfrentar al enemigo (Sierra García, 1988, p.97).

Otra batalla de singular exaltación es la de la Cuchilla del Tambo ocurrida el 29 de junio de 1816 en el actual departamento del Cauca. Pese a la derrota patriota se alaba el sacrificio de los héroes y el brillo que adquirió la figura de Liborio Mejía, comandante del Batallón Antioquia. A esta inmolación, según Roberto Tisnés, con base en las memorias del coronel Ramón Correa Azuela, asistieron 400 patriotas entusiasmados, enfrentados en una lucha desigual a 3.000 bien entrenados españoles (Tisnés, 1980, pp. 193-194).

En estos dos eventos guerreros: la Cuchilla del Tambo (fuera de Antioquia) y Chorros Blancos (cerca al Alto de Boquerón en el municipio de Yarumal) se ha concentrado la escasa alusión de la historiografía antioqueña a las batallas significativas para los intereses regionales. No se conocen estudios sobre la actuación de las milicias o sobre otros combates. La escasa alusión a ofensivas militares internas ha alimentado la idea de que los antioqueños no eran muy dados a la guerra. No obstante, otras pesquisas que se hagan a posteriori podrán arrojar luces sobre situaciones poco estudiadas. En este sentido, la tarea a seguir es evaluar la magnitud de la guerra en la provincia utilizando otras fuentes que amplíen lo señalado en la obra de José Manuel Restrepo o en las memorias de personajes destacados.

Sin duda, el lugar preponderante en la historiografía regional es ocupado por las batallas de Boyacá y Ayacucho, la primera por su trascendencia nacional y la segunda para destacar la actuación de héroes regionales. La figura 1 muestra que en el Repertorio Histórico tienen un lugar de preferencia las batallas de Boyacá, Ayacucho y Junín, mientras que Chorros Blancos y la Cuchilla del Tambo no superan el 10% y el 3% respectivamente. Incluso, la batalla del Bárbula con un 7% fue más estudiada que la de la Cuchilla del Tambo.

Figura 1. Batallas memorables

2.1.2 Sacerdotes, personajes públicos y mujeres

La historiografía tradicional ha elevado a la categoría de próceres a algunos sacerdotes por sus aportes espirituales y patrióticos a la Independencia. Ramón Correa asegura que de los 50 sacerdotes de la provincia de Antioquia, sólo 5 no abrazaron la causa patriota (Correa, 1905, p. 51). Alfonso Zawadzky aumenta esta cifra a 13 sacerdotes, basado en un Informe Secreto del Obispo de Popayán al rey de España sobre la actuación del clero en la independencia (Zawadzky, 1946, p. 154). En la extensa lista ocupan un lugar de privilegio José Miguel de la Calle, José Félix Mejía, Félix A. Jaramillo, Manuel José Bernal, Fray José Ignacio Botero, Francisco Javier, Ramón e Isidro Gómez, José Tomás Henao, Juan Francisco Vélez y Lucio Villa (Tisnés, 1980, p. 145). Recientemente, María Teresa Uribe intentó explicar que la participación mayoritaria del clero en las filas republicanas se debió a su articulación a las redes de poder desde los años postreros de la colonia, a su integración al grupode intelectuales y a su influencia en la organización de las juntas de las distintas localidades, todo ello amparado en la ausencia de una jerarquía eclesiástica  que pudiera oponerse con cierta eficacia como sucedió en Bogotá, Popayán y Cartagena, entre otros (Uribe, 1998, pp. 396-397). El sacerdote héroe de la historiografía tradicional antioqueña es agitador de la causa, soporte económico y genio que ilumina las primeras constituciones y congresos.

No obstante, en las otras regiones de la Nueva Granada, la resistencia realista del clero fue más notoria. El obispo Jiménez de Padilla recurrió a las excomuniones para frenar el impulso patriota. Es interesante que José Manuel Restrepo censure la actuación del prelado como un abuso escandaloso de su autoridad y lo trate como un fanático que se apartaba de los preceptos del evangelio mientras apoyaba la tiranía del monarca español (Restrepo, 1969, pp. 1028-1029). En buena medida los argumentos del clero realista estaban  ajustados a la idea de la delegación divina del poder real. El presbítero Javier Piedrahita aventura su propia hipótesis y dice: “[…] al hacer un estudio más a fondo de por qué no apoyaban estos sacerdotes la lucha de la independencia parece ser que fue porque juzgaban que ella no estaba informada por principios cristianos sino por principios revolucionarios, principios anticristianos” (Piedrahíta, 1973, p. 312).

En realidad, eran más los sacerdotes patriotas que los realistas. Adicionalmente, la mayoría de los religiosos antioqueños durante la reconquista escondieron en sus iglesias y propiedades a los patriotas perseguidos. Álvaro Restrepo Eusse celebra esta actuación al tiempo que refiere el celo de los curas para cumplir tal tarea con prudencia, sí, pero con esperanza cristiana (Restrepo Eusse, 1903, p. 118).

La influencia de estos sacerdotes y el acentuado catolicismo de las élites patriotas fueron elementos que, sin duda, ayudaron a plasmar en la nueva Carta, los lineamientos de una república católica. La tradición inaugurada por José Manuel Restrepo desde el siglo XIX destacó que el resultado de las nuevas constituciones fuera la combinación de fórmulas católicas e ideales republicanos. Los constituyentes de Villa de Leyva (1812) juraron con una  mano puesta sobre la Biblia y la otra formando la señal de la cruz, en presencia de una imagen de Jesucristo crucificado, que cumplirían religiosamente la Constitución y la voluntad del pueblo expresada allí. También prometieron derramar hasta la última gota de sangre por defender la religión, el monarca y la libertad de la patria (Restrepo, 2009, p. 213). Finalmente, cobra sentido la expresión de Juan del Corral citada por José Manuel Groot sobre el tratamiento que recibió el clero en Antioquia, al punto de alabar “la buena inteligencia y armonía que reina entre el báculo y la banda de la república” (Groot, 1953, pp. 382-383).

Junto a los religiosos, algunos civiles fueron distinguidos con la categoría de héroes por su papel como ideólogos de la revolución, por su resistencia a la reconquista o por el ejercicio de sus funciones en los nacientes estados. En los terrenos del hombre público los hechos relevantes son de diversa índole: su carrera política, su participación en la elaboración del ordenamiento constitucional, su postura frente a la liberación de esclavos o su apoyo, ya sea  económico o moral a la gesta libertadora. La nómina patriota antioqueña es nutrida en este grupo. En ella se inscriben José Manuel Restrepo, José Félix de Restrepo, José María Ortiz, Simona Duque, entre otros. Uno de los ejemplos más relevantes es el de Juan del Corral, las referencias bibliográficas lo ubican como un estadista y un gestor de la liberación de los esclavos en Antioquia. En palabras de Libardo Bedoya, su temprana muerte le quitó la gloria que seguramente habría obtenido de haber caído en los patíbulos de Sámano o de Morillo (Bedoya, 1985, p. 46). Así como José Manuel Restrepo exaltó a Juan del Corral, la historiografía tradicional continuó con los panegíricos en su honor. Roberto Tisnés Jiménez eleva al personaje a la categoría de precursor de la libertad de esclavos en Colombia y América (Tisnés, 1980, p. 268).

Otras actuaciones realizadas por Juan del Corral, como la organización de las milicias en Antioquia y de la junta de seguridad, la represión a los peninsulares realistas y el ejercicio de su dictadura, son igualmente aplaudidas. Las razones son bien simples; de un lado, se aduce la necesidad de proteger la provincia de los desórdenes y enfrentamientos, ya traumáticos en otras regiones del país, y de otro, se trata de la protección ante la eventual arremetida española en momentos en que Juan Sámano ya había reconquistado a Popayán. Según Roberto Tisnés “la utopía federalista nublaba las ideas a sus defensores con las gravísimas consecuencias para la salud de la patria que todos conocemos”, de ahí que la opción por la dictadura desde esta óptica haya salvado a Antioquia de caer en una crisis similar a la del resto de la república (Tisnés, 1980, pp. 104-105).

La dictadura de Juan del Corral ha servido a la historiografía tradicional para difundir la idea de que en Antioquia no se dio la Patria Boba. De aceptar esta hipótesis habría que buscar otras explicaciones para entender por qué Antioquia, igual que las otras regiones del país, padeció la reconquista al punto de que las autoridades republicanas abandonaron la ciudad de Medellín cuando era inminente la entrada de Warleta en esta ciudad. El mismo Roberto Tisnés propone llamar a la Patria Boba como Patria Niña. Señala que nuestros patriotas del 20 de julio estudiaron las ideas contenidas en la independencia norteamericana y la revolución francesa pero no tenían ninguna práctica en el gobierno representativo, carecían de estudios de ciencia política y no conocían otras tierras distintas a su lugar de nacimiento, amén de otras dificultades como el tener que enfrentarse a un enemigo poderoso que tenía a su favor la tradición y el hábito de obediencia de los americanos junto con otros intereses ya creados (Tisnés, 1980, pp. 83-84). Esta explicación contrasta con la idea ya generalizada por la historiografía moderna que hace énfasis en la preparación intelectual de los patriotas y en su pertenencia a los círculos de poder político y económico.

El citado autor hace una relación de los representantes que se reunieron en el primer congreso provincial de Antioquia entre agosto y septiembre de 1810. Los personajes que aparecen en dicha nómina eran destacados. Al congreso concurrieron: el presbítero Lucio de Villa y el doctor Juan Elías López por Medellín; el presbítero José Miguel de La Calle y el doctor José María Montoya por Rionegro; el doctor José María Restrepo y don Juan Nicolás de Hoyos por Marinilla y, por Antioquia, los doctores Manuel A. Martínez y José María Ortiz (Tisnés, 1980, pp. 46-47)[10]. La pertenencia de estos personajes a las redes parentales de poder ha sido planteada recientemente, pero aún son necesarios estudios que evalúen su real significación para confrontar la tesis de la supuesta inexperiencia y la poca preparación de los insurrectos para el autogobierno.

Es un contraste interesante que en la historiografía tradicional antioqueña se proponga llamar Patria Niña al período 1810-1814, revaluando el epíteto de Patria Boba promovido por José Manuel Restrepo. Es probable que la actuación de Juan del Corral haya repercutido en la actitud particular de los historiadores tradicionales antioqueños al calificarlo de dictador-demócrata (Tisnés, 1980, pp. 211-212). Este atributo, más que surgir de una evaluación de sus actuaciones gubernamentales, confirma la falta de críticas y la aprobación unánime de su actuación.

Otro acto de heroísmo recalcado es el aporte económico a la fuerza patriota. Para la época, Antioquia ya era reconocida como una provincia rica, especialmente por su economía aurífera y sus influyentes comerciantes. Parece clara la prodigalidad de los antioqueños al entregar fuertes sumas de dinero para la causa independentista.

Sumado al reconocimiento de los sacerdotes y los hombres públicos, las mujeres ocupan un lugar sobresaliente en la historiografía antioqueña sobre la independencia. El talante para soportar el sufrimiento es una de las virtudes esenciales realzada de las heroínas de la independencia. No figuran en el combate, no saben de estrategia militar, pero acompañan al héroe —por lo general de corazón ausente— en su condición de madre, hermana, esposa e hija. Las heroínas son compañeras del dolor y la angustia del héroe, llevan con dignidad el luto, al tiempo que mantienen su fe en la causa patriota

(Gutiérrez Isaza, 1972, p. 285). Así como el modelo griego siempre existió para los hombres, a las mujeres se les reinterpreta desde la tradición mariana y se les equipara con María madre de Jesús que las representa a cabalidad. Lo que convierte en heroína a la mujer es su capacidad de dar afecto, su disposición para cumplir ejemplarmente su papel de madre, esposa, hermana o hija y para hacer más feliz al héroe.

Lo acentuado por quienes dan cuenta de ellas es la “grandeza moral de aquellas mujeres a quienes les corresponde la penosa tarea de alentarlos [a los héroes] en el deber y de hacerles creer en sí mismos” (Mejía, 1971, p. 271). La metáfora más cercana de la época clásica es Cornelia, la madre de los célebres tribunos romanos Tiberio y Cayo Graco, asesinados por defender causas que intentaban favorecer al campesinado romano. Simona Duque es asociada a ella, pero así como no son las virtudes de Cornelia las que se destacan sino su condición de madre de dos héroes sacrificados, Simona Duque es la madre que supo desprenderse de lo que más amaba: sus hijos, para que sirvieran a la independencia. Su desprendimiento la convirtió en heroína (Gutiérrez Isaza, 1972, p. 248). Su condición de madre la eleva al panteón heroico, no por su capacidad de combate, sino por su abnegación; en este caso la heroína sufre y se sacrifica por su patria (Solís, 1937, pp. 661-666). Es claro que el aporte en hombres y en recursos no es lo único reeditado en la memoria patria; la Cornelia americana, es un tema que ha ocupado largas y repetitivas semblanzas de la epopeya regional. En las localidades abundan las Cornelias, ellas están por todos lados, en todos los pueblos que entregaron sus hijos para la causa.

Las virtudes femeninas son subrayadas como heredadas de la tradición ibérica, como si no existiese ninguna posibilidad de algún aporte basado en la identidad americana o no pervivieran valores de ancestros indígenas o negros. Al sacrificio de la heroína se suman los martirios de sus hijos, la muerte de alguno de ellos en batalla, su invalidez por heridas recibidas en la guerra o la miseria de sus postreros años (Gutiérrez Isaza, 1972, p. 248). Doña Pascuala Muñoz y Castrillón de Córdoba es otro ejemplo de la heroización femenina por la vía de su parentesco con los héroes epónimos de la independencia. A esta mujer le cabe la fortuna de ser prima de Francisco Antonio Zea y madre de José María y Salvador Córdoba (Gutiérrez Isaza, 1972, p. 282). A la mujer también se le confieren como atributos su capacidad de ruego, el cariño prodigado a sus hijos y su alta valoración en el seno familiar, todo ello canalizado hacia la formación de los héroes, educados en ambientes llenos de afecto que los prepara para su entrega sin reparos a la causa independentista (Gutiérrez Isaza, 1972, p. 280).

2.2 El quehacer de las localidades

La literatura heroica local reafirma las ideas generales del discurso patriótico nacional. Las élites sociales son las únicas que ostentan el derecho de ser citadas con nombre propio, el resto de la gente, los indios, los negros, los labriegos sin nombres ni apellidos son, a secas, los “hijos” del pueblo; sólo su sangre, vertida en las batallas son el testimonio fehaciente de la participación pueblerina en la epopeya nacional.

La alusión a las localidades no es generalizada, antes bien se destacan muy pocos lugares, aunque con relativa frecuencia. Hacen parte de este selecto grupo, por citar sólo los casos más reiterativos, Santafé de Antioquia, Medellín, Rionegro, Marinilla, Sonsón y Yolombó, tanto en el momento en que declararon su independencia absoluta y conformaron los primeros gobiernos como en la organización de milicias, en la reconquista o durante el accionar del ejército libertador. Se aprecia un marcado interés por demostrar que se participó en la independencia y para ello los escritores disponen de las listas de próceres que, en palabras de un autor del Repertorio histórico, “nos limpian de descrédito y nos enseñan el camino del deber y del honor” (Ramírez, 1927, p. 129). El descrédito aludido es el de la cobardía frente a una empresa que exigía espíritu de sacrificio por la patria.

Pero la participación de las localidades en la independencia no puede ser interpretada desde los marcos geográficos actuales. Al dar cuenta la historiografía de los lugares mencionados, debe entenderse que estos tenían jurisdicciones más amplias que las vigentes hoy. Por ejemplo, la villa de Medellín no estaba restringida al Valle de Aburrá. Buena parte del territorio asociado a su jurisdicción se dividirá posteriormente en municipios autónomos que trascienden el valle referido.

La historiografía destaca que el derecho republicano de los primeros años de la emancipación privilegiaba sólo la representación de las ciudades. Roberto Tisnés cita el decreto emitido por Juan del Corral el 21 de Agosto de 1813, en el cual se concede el ascenso a la categoría de ciudad a las villas de Medellín y Marinilla, luego de destacar que el origen de esa medida era su deseo de ampliar la ola emancipadora hacia diversos horizontes. Esta promoción fue un acto triunfal que se justificó como un premio al patriotismo de sus moradores, equiparándolas con Rionegro y la ciudad de Antioquia (Tisnés, 1980, pp. 129-130).

El temprano ascenso de Marinilla a la condición de ciudad, cuando apenas la provincia se ensayaba en su libertad republicana, la hacía partícipe de las redes de poder que reordenarían los escenarios político y económico, pero este último no fue recalcado por la historiografía tradicional. Lo acentuado fue el espíritu de colectividad que animó a los representantes locales al momento de instalar la junta provincial, su acatamiento a las directrices trazadas por los nuevos gobiernos y su compromiso con la defensa de la fe católica y de la libertad recién proclamada. Las localidades accedieron a la condición heroica por la inserción de sus pobladores a las filas republicanas. La exaltación a la valentía de los jóvenes pueblerinos y de sus sacrificios tuvo como propósito recabar en sus anhelos de libertad, para ello se presentaron pruebas como la pronta conformación de batallones o la vinculación de los hijos de las familias distinguidas dispuestos a combatir en otros lugares.

En los ambientes de confrontación, es decir en los combates, o simplemente en las escaramuzas entre patriotas y realistas, se desdibujan las localidades. La historiografía no es clara en la descripción de los escenarios de la contienda, los lugares citados son pocos y con escasa información. Es probable que esta haya sido una de las circunstancias que incidió en la apreciación sobre la poca disposición de los antioqueños para que en sus predios se libraran batallas y que se tuviera la convicción de que sus élites prefirieron financiarlas en otros lugares antes de afrontarlas en su territorio. Lo anterior sugiere la necesidad de abordar a futuro estudios sobre los escenarios  e la independencia y la suscripción a favor o en contra del proceso de las diversas comunidades de la provincia. Ha merecido un tratamiento más preciso el lugar donde murió el prócer José María Córdoba. El Santuario ostenta la triste celebridad de haber sido el sitio donde de manera infame fuera asesinado el héroe rionegrino (Gutiérrez Villegas, 1969, pp. 212-213)[11].

Sonsón fue otra localidad que tuvo el privilegio de figurar en los registros del patriotismo criollo, no tanto por su organización local o porque allí se libraran batallas, sino porque fuera la cuna de Braulio Henao, militar que acompañó a Córdoba hasta sus últimos momentos (Botero Restrepo, 1981, pp. 120-128). De la localidad se destaca simplemente que sus jóvenes atendieron al llamado de la patria y entregaron sus vidas con valor. Es un discurso que se repite una y otra vez en los panegíricos sobre el evento.

 

Consideraciones finales

La visión heroica sobre la independencia de Antioquia pervive hasta nuestros días. Diversos tipos de héroes desfilan por las páginas de la historiografía tradicional: los bravos y sagaces en las batallas, los elocuentes e inteligentes hombres públicos, los sacerdotes comprometidos con la causa, las abnegadas madres y los hijos de una que otra localidad, son los que más atención han merecido. Trátese del momento político o del momento militar, la literatura heroica asume un papel reivindicativo al dar cuenta de las acciones de estos héroes dispuestos a brindar su apoyo económico o de agitación (en los sacerdotes), de adhesión incondicional al destino patriota de sus seres amados (en las mujeres) o de inspiradores de los nuevos ordenamientos constitucionales y legislativos (en los hombres públicos).

En la visión heroica de la corriente historiográfica tradicional los temas son los héroes y las batallas, allí se ha inscrito casi en su totalidad la historiografía antioqueña sobre la independencia. El héroe mitificado se reivindica en su dimensión patriótica. Todas sus flaquezas y debilidades pasan a un plano sin importancia porque pervive su más sublime sacrificio por la patria. Las semblanzas sobre el héroe, la literatura que lo redimensiona es completamente subjetiva, priman los elogios, se dispensan los errores. Esta línea tiene varios problemas aún no resueltos como la explicación a la forma como las élites criollas pudieron hacerse al poder y cómo combinaron sus privilegios con las aspiraciones liberal-republicanas.

Finalmente, se destaca en la historiografía un afán por evaluar los alcances del proyecto de construcción del Estado-nación a partir del proceso independentista. La guerra ocupa un lugar primigenio, luego viene la tarea de organizar el Estado, que en nuestro caso precede a la nación y se convierte en el agente unificador. Los creadores del Estado tienen entonces la tarea de crear una conciencia del pasado y del futuro para avivar el sentimiento de unidad nacional. El nacionalismo cumple bajo estas premisas un papel esencial. Todo lo anterior, revertido en el ámbito regional se explica desde el accionar de una élite que le apostó al proyecto republicano, supo mantener las riendas del poder y estableció un orden basado en premisas católicas y en el manejo ideológico de la justicia de su causa. De ahí que sea explicable que sobre un personaje como Juan del Corral pesen dos apelativos que lo representan a cabalidad: el de dictador-demócrata (pese a la incongruencia de estos dos atributos juntos) y el de libertador de los esclavos. A futuro quedan muchas tareas para el historiador, una de ellas es trascender la visión heroica, otra es preguntarse por los actores sociales que no aparecen en las historias ya citadas, y una última es seguir haciéndose preguntas sobre este mismo proceso.

 

 

Notas

* El presente artículo es producto de la investigación financiada por el CODI de la Universidad de Antioquia realizada en el año 2007 “Guerras civiles o revolución independentista”.

[1] El panteón heroico regional se ha constituido con personajes como: Atanasio Girardot, inmolado en el Bárbula (Venezuela) el 30 de septiembre de 1813; Francisco Antonio Zea, elegido por el Congreso de Angostura, vicepresidente de la Gran Colombia; José María Córdoba, quien participó en la batalla de Ayacucho (Perú) en 1824.

[2] Es un anacronismo atribuirle a los antioqueños de principios del siglo XIX una percepción sobre sí mismos que se generalizó durante el siglo XX. No obstante, la literatura heroica se pregunta por los aportes de los antioqueños a la causa patriota sin importar si ellos se percibieron como colectivo regional.

[3] Casi dos siglos después, la ofensiva militar antioqueña hacia los territorios del sur neogranadino en el marco de la emancipación es interpretada por María Teresa Uribe, como una ofensiva expansionista de la república de Antioquia, afán que sólo pudo ser frenado por la reconquista. Las intenciones, según la autora, fueron menos patrióticas de lo que se ha reconocido tradicionalmente y obedecían a una clara política anexionista. Cf. Uribe de Hincapié y Álvarez, 1998, pp.392-394.

[4] El ideal liberal llevaría a la primacía de los derechos individuales, rechazados por el Antiguo Régimen; el interés colectivo en este caso no es el de los estamentos propios de la colonia, sino el de la sumatoria de las individualidades que componen la nueva república. Nótese que el desprendimiento del héroe descrito en los relatos tradicionales se acerca más a la visión católica de la abnegación y el sufrimiento que a los ideales del liberalismo decimonónico del siglo XX.

[5] Sobre este concepto, ver Uribe y López, 2006, pp. 15 y ss.

[6] El Repertorio histórico es un buen ejemplo de la prelación del héroe en la historiografía y nos permite medir el lugar que ocupa en sus escritos sobre la Independencia. La sistematización de 427 artículos de esta revista, publicados entre 1905 y 2005 refrendó la tesis sobre la preponderancia del héroe en los diversos escenarios (americano, nacional, regional y local). Entre Simón Bolívar, Francisco Miranda, Francisco de Paula Santander, José María Córdoba, Atanasio Girardot, Francisco Antonio Zea, Juan del Corral, José Manuel Restrepo, José Félix de Restrepo, Francisco José de Caldas, Antonio José de Sucre, Liborio Mejía y Antonio Nariño, el lugar más destacado lo ocupa Simón Bolívar, un héroe nacional con el 34% de los textos publicados en este seriado, seguido por Córdoba a una prudente distancia del 14%.  Lo sugestivo es el gran peso que se le sigue concediendo a figuras nacionales como Bolívar, Santander y Nariño, mientras otros héroes de la provincia son tratados de manera esporádica; tal es el caso de Juan del Corral (6%), José Manuel Restrepo, Liborio Mejía (3%), entre otros.

[7] Clement Thibaud anota en este simbolismo una estrategia para reunir los objetivos neogranadino y venezolano en una sola causa. Véase: Thibaud, 2003, p. 148.

[8] En un artículo de Pilar Moreno de Ángel se transcriben documentos de carácter oficial en donde se da cuenta de los ascensos de que fue objeto Córdoba, desde su figuración como cadete en 1814 hasta el cargo de general de división en diciembre de 1824. El último aparte está dedicado a las campañas, batallas y combates donde estuvo presente José María Córdoba. Ver: Moreno de Ángel, Pilar. “Hoja de servicios del general de división don José María Córdoba, héroe de Ayacucho”, en: Boletín de Historia y Antigüedades, Volumen 72, N° 748, Bogotá, ACH, 1981, pp. 137-145.

[9] El interés por citar permanentemente documentos de la época es una característica que identifica a los escritores de la historiografía tradicional. Cabe destacar que el autor en un aparte dedicado a Francisco Warleta, cita las actas del cabildo y correspondencia de la época. Al respecto véase: Piedrahita, 1972, p. 96.

[10] María Teresa Uribe, en una relación sobre la élite política y militar de la independencia 1810-1821 ubica a Lucio de Villa adscrito a la élite minera, a Juan Elías López como comerciante importador, a José Miguel de la Calle como propietario de tierras, a José María Montoya de la élite mercantil, a José María Restrepo de la élite local de Marinilla y dedicado al comercio, a Juan Nicolás de Hoyos dedicado a la minería de aluvión en Guatapé y miembro de la élite local de Marinilla, a Manuel A. Martínez de la élite comercial y minera de Santa Fe de Antioquia y a José María Ortiz, dedicado a la minería en Santa Fe de Antioquia. Véase: Uribe y Álvarez, 1998, pp. 419 y ss. (Anexo 7.1).

[11] Este mismo texto es citado en otro número del Repertorio Histórico, esta vez el panegirista citado es Luís López de Mesa. Véase: Gutiérrez Villegas, 1980, p. 200.

 

 

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Fecha de recepción: 24 de febrero de 2009 / Fecha de aprobación: 15 de julio 2009

 

Cómo citar este artículo

Ospina, Marta. (2010, julio-diciembre). La visión heroica sobre la independencia de Antioquia. Estudios Políticos, 37, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, (pp. 129-152).

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