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Estudios Políticos

versão impressa ISSN 0121-5167versão On-line ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.43 Medellín jul./dez. 2013

 

SECCIÓN GENERAL

 

Auge y Caída de Japón en Chile, 1897–1943*

 

Rise and Fall of Japan in Chile, 1897–1943

 

 

César David Ross Orellana1

 

1 Doctor en Estudios Americanos, en la Especialidad Relaciones Internacionales, Universidad de Santiago de Chile, 2005. Profesor Titular, Investigador del Instituto de Estudios Avanzados, IDEA (USACH). Director del doctorado en Estudios Americanos. Correo electrónico: cesar.ross@usach.cl.

 

Fecha de recepción: agosto de 2013

Fecha de aprobación: octubre de 2013

 

Cómo citar este artículo: Ross Orellana, César David. (2013). Auge y Caída de Japón en Chile, 1897– 1943. Estudios Políticos, 43, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, (pp. 156–179).

 


RESUMEN

La interrogante que guía este trabajo se pregunta por cuáles son las claves explicativas de la relación bilateral entre Japón y Chile durante su primera gran fase (1897–1943). Se plantea como un proceso histórico de auge (1897–1939) y caída (1939–1943) que en su final estuvo marcado por una intensa dimensión política que ha estado casi totalmente ausente del debate académico. El enfoque teórico–metodológico de este trabajo es el de la Historia de las Relaciones Internacionales, centrado en determinar las claves de continuidad y cambio dentro de un proceso histórico específico. Se concluye que el debate académico referido a las relaciones entre Japón y América Latina y el Caribe (ALC) —en general— y las relaciones entre Japón y Chile —en particular—, ha generado interpretaciones globales basadas en generalizaciones válidas para el ámbito mundial y para los patrones históricos derivados de la política y la acción internacional de las potencias hegemónicas. Tal planteamiento no resulta igualmente válido para las relaciones entre dos países cuya historia, ubicada en los bordes de los grandes acontecimientos de entonces, se escribía conectada pero al margen de esos fenómenos.

Palabras clave: Comercio; Inmigración; Segunda Guerra Mundial; Japón; Chile.


Abstract

The theoretical–methodological approach of this work is the History of International Relations, focused in determining the keys to continuity and change in a specific historical process. The article concludes that the academic debate surrounding Japanese–Latin America and Caribbean relations and Japanese–Chile relations in particular has generated global interpretations based on valid generalizations to the world stage and to historical patterns arising from the political and international action by hegemonic powers. Such an approach is not equally true of relations between two countries whose history, located at the edges of the great events of that time, were connected but independent of these phenomena.

Keywords: Commerce; Immigration; World War II Japan; Chile.


 

 

Introducción

Este artículo examina el primer gran período histórico de las relaciones entre Chile y Japón, que ha sido analizado por el debate académico bajo tres claves generales: las relaciones internacionales de Japón, las relaciones internacionales de América Latina y el Caribe (ALC), y la influencia que Estados Unidos (EE.UU.) ejerció sobre ambos espacios geográficos durante la primera mitad del siglo XX.

En este contexto, el debate académico ha formulado un marco analítico que ha sostenido básicamente tres puntos: primero, que desde sus inicios, las relaciones entre Chile y Japón estuvieron caracterizadas exclusivamente por las dimensión comercial y migratoria; segundo, que la relación de Japón y ALC —ergo Chile— estaba intermediada por EE.UU. en un esquema de trilateralidad; y tercero, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y del Eje, Japón había sido casi un satélite de Alemania, careciendo de política e influencia en la región, de modo que cuando se produjo la ruptura de relaciones, esto solo se explicaba por la acción y peso de Alemania.

Este artículo se propone rebatir estas afirmaciones con argumentos y datos que permiten aseverar que para el caso de las relaciones de Japón con Chile, la situación fue más bien la opuesta.

En una mirada sinóptica de las relaciones entre Chile y Japón, se puede plantear que el periodo 1897–1943 fue un proceso histórico descrito como de auge y caída, que al final estuvo marcado por una intensa dimensión política que hasta ahora ha estado casi totalmente ausente del debate académico. La fase de auge, ocupó la mayor parte del medio siglo (1897–1939), mientras que la fase de caída transcurrió desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial hasta la ruptura de relaciones (1939–1943).

En el auge se constituyeron las características permanentes y claves de estas relaciones: comercio, migración y diplomacia económica. En la fase de caída, la dimensión política adquirió relevancia, reforzada por el fantasma de la guerra. La ruptura final, en enero de 1943, no estuvo exenta de una estrategia japonesa de amenaza, la que hizo dudar y dilatar la decisión final del Gobierno de Chile.

Este trabajo fue elaborado a través de una metodología que combinó tanto el análisis bibliográfico, como el procesamiento de información de fondos documentales depositados en Chile y Estados Unidos.1 Paralelamente, se elaboró información estadística relacionada con el comercio bilateral, se examinó la prensa de la época y medios institucionales del mundo empresarial. Esta masa de información permitió desarrollar la idea de auge y caída, así como contrastar las interpretaciones bibliográficas, con un acopio de información más detallada.

 

1. Contexto general

Los cuatro hitos o coyunturas críticas, funcionaron como puntos de inflexión que se presentaron como oportunidades y como desafíos. Japón y ALC enfrentaron estas coyunturas como actores de rango menor en la escena internacional, reaccionando al devenir de la historia mayor, cuya dirección e intensidad era jalonada por los grandes jugadores de la historia mundial de entonces. Con todo, Japón y ALC fueron capaces de encontrar espacios libres por donde canalizar sus agendas y sus intereses, creando una historia paralela y, hasta cierto punto, invisible para las generalizaciones basadas solo en la historia de las grandes potencias (Ross, 1999).

La Primera Guerra Mundial dio lugar a la crisis económica mundial de 1921. Estas coyunturas —y en particular la segunda— activaron un cambio estructural como fue el ascenso de Estados Unidos al liderazgo económico mundial, desplazando al Reino Unido, que había detentado este lugar desde el último tercio del siglo xviii (Drake, 1989; Throp, 1988). La misma crisis económica mundial detonada desde Wall Street en octubre de 1929, fue el mejor reflejo de que el centro de la economía–mundo residía indiscutiblemente en EE.UU., lo que luego se reafirmó en la Segunda Guerra Mundial.

1.1 Transformación económica estructural de Japón, 1914–19382

Byron K. Marshall (1967), en un trabajo clásico, William Mass y Hideaki Miyajima (1993) y Charles Kindleberger (1996), en estudios más recientes, han logrado sintetizar la discusión académica acerca de la transformación económica estructural de Japón, identificando cinco hitos clave3 de la estrategia de desarrollo estatal seguida por este país entre los años 1914 y 1938.4 Desde la perspectiva planteada en estos puntos, el desarrollo económico japonés le dio una dimensión económica suficiente como para sostener un proyecto político de alcance internacional5 y un proyecto geopolítico6 de alcance subregional, que abarcaba fundamentalmente el Asia Pacífico.

1.2 El lugar de América Latina y el Caribe en la transformación de Japón

Kotaro Horisaka (1994) ha periodizado con gran precisión el vínculo entre Japón y ALC, durante el siglo XX, en cuatro etapas: la primera, de migración y comercio; la segunda, de inversión extranjera; la tercera, de préstamos de los bancos privados; y la cuarta, de inactividad. Esta clasificación resulta útil para ilustrar en términos generales el lugar de ALC dentro del universo de Japón: un sitio donde encontrar materias primas para su proyecto industrial, donde no había cabida para las manufacturas latinoamericanas y un territorio donde ubicar a su población excedente, cuya corriente migratoria había comenzado a llegar desde comienzo del siglo XX.

ALC no alcanzó a conocer al Japón militarizado, capaz de invadir y doblegar a enemigos poderosos, aquel que se había ganado el temor y resentimiento justificado de sus vecinos de Asia, lo que para algunos autores no hacía sino implementar su concepto de la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental (De Bary, 2008; Iriye, 1999; Ugaki, 1991; Myers y Peattie, 1988; Dower, 1986; Lebra, 1975), originalmente concebida como una estrategia de coordinación entre los países asiáticos para liberarse del colonialismo europeo, pero que también había servido al nacionalismo japonés de la década de 1930 para justificar su política de subordinación de la región bajo la hegemonía nipona (Paine, 2012).

 

2. Japón y América Latina y el Caribe

Siguiendo la periodización planteada por Horisaka, desde finales del siglo XIX hasta la ruptura de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones entre Japón y ALC, habrían pasado por la primera de sus etapas —migración y comercio—, en un proceso que se ha descrito como de auge y caída. En el final de esta primera etapa, el vínculo estuvo marcado por una intensa dimensión política que hasta ahora ha estado casi totalmente ausente del debate académico.

2.1 Trilateralidad Estados Unidos, Japón, América Latina y el Caribe

Debido a que Japón se vinculó con el mundo occidental a través de la acción e influencia de EE.UU., la historia de las relaciones de ALC con este país quedaron atadas a la visión que Washington pudiese tener de la situación como un actor de trasfondo, cuya política hacia ambos territorios creó un marco dentro del cual los datos deben ser ubicados. En un libro publicado en 1994, Barbara Stallings y Gabriel Székely denominaron este esquema como de trilateralidad, pensando más en el futuro de las relaciones. Esta categoría puede ser utilizada también para examinar el pasado de esta relación, pese a que la evidencia empírica también demuestra que este concepto tiene su contracara: que por lo menos para el caso de Chile, EE.UU. nunca llegó a ser lo que la tesis de la trilateralidad señaló.

Para Stallings y Székely la trilateralidad es una categoría que puede ser entendida de dos modos: primero, como una estrategia general de diversificación; y segundo, como un modelo de hegemonización del poder desde la perspectiva de Robert Keohane (1980).

Respecto a la primera categoría, para el caso de Chile no resulta obvio que a finales del siglo XIX tuviera una estrategia de inserción internacional respecto de Asia; sin embargo, sí era una economía abierta a ampliar los horizontes comerciales del salitre y en ese marco Japón podía ser una opción. Esto se hizo aún más evidente después de la Guerra ruso–japonesa, cuando el Imperio japonés apareció en la escena mundial de manera triunfal.

La segunda categoría se refiere a la naturaleza de la relación entre los protagonistas externos. Al parecer, una rivalidad entre estos sería preferible desde el punto de vista del Tercer Mundo, ya que así podría enfrentar a los dos protagonistas externos para incrementar sus propios beneficios, pero el resultado es dudoso.

Para el caso de las relaciones Chile–Japón, la dimensión conflictiva solo apareció en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y allí sí es posible advertir qué actores específicos de ambos países procuraron desarrollar un vínculo estratégico de espaldas al Estado hegemónico, cuestión que funcionó durante el año 1942.

En un sentido más amplio, la trilateralidad se puede entender desde la perspectiva de la hegemonía, en tanto se trata de un esquema de relaciones en que suele haber conciencia y tensión por el poder, cuyo balance se inclina en razón de los atributos clásicos —coerción, capital, tradición y prestigio—. Para el caso de la trilateralidad entre EE.UU., Japón y ALC, la utilidad y la tensión solapada del esquema son una parte central de cómo se constituyó este vínculo durante la primera mitad del siglo XX, hasta que la tensión derivó en un conflicto abierto entre EE.UU. y Japón, en el que ALC debió optar por el Estado hegemónico (Keohane, 1980; Gilpin, 1990). A partir de allí la trilateralidad de disipó para solo rearticularse y redefinirse después de la Segunda Guerra Mundial.

2.2 El Impacto de la transformación japonesa en su relación con América Latina y el Caribe

La transformación radical de la economía japonesa de los periodos Meiji (1868–1912), Taisho y Showa (1912–1945), cambiaron su diplomacia, convirtiéndola en un instrumento al servicio del proyecto histórico del Japón contemporáneo; así la industrialización, el comercio internacional, la necesidad de relocalizar su población excedente —emigración estimulada desde el Estado— y la búsqueda de su hegemonía militar en Asia, provocaron un efecto inmediato en los vínculos que Japón estableció con el exterior.

De ahí que a finales del siglo XIX la diplomacia japonesa se concentrara en establecer tratados de amistad, comercio y navegación con México y con los países del Cono Sur que eran importantes para sus intereses de entonces.7 Estos acuerdos fueron la base para el logro de los objetivos siguientes, en los que se encontraba desarrollar espacio para la migración nipona y para sus intereses comerciales. En la segunda fase, que se puede ubicar entre la Guerra ruso–japonesa (1904–1905) y el final de la Primera Guerra Mundial (1914–1918), Japón amplió su red de acuerdos y relaciones hacia América Central y del Sur.8 En una tercera fase, entre la Primera y Segunda Guerra Mundial, la diplomacia japonesa amplió sus vínculos hacia América Central y el Caribe, además de completar una red de relaciones diplomáticas en América del Sur.9

La mayoría de las explicaciones sobre la migración japonesa hacia América Latina (Ross, 2012) ven en este proceso solo dos periodos u olas migratorias: antes y después de la Segunda Guerra Mundial (Endo, 2009). Desde el punto de vista de las motivaciones, Eizaburo Okuizumi, ha planteado que este proceso se explica principalmente por razones internas asociadas a las transformaciones derivadas del periodo Meiji (1868–1912), lo que actuó como una ''fuerza de expulsión'' de esta población (Laborde, 2006). En esta línea argumental, como han sostenido otros autores (Matsushita, 1994; Masterson y Funada–Classen, 2004), la explicación está centrada en cuatro factores: el primero, asociado a la reforma agraria y sus efectos principales, derivados de la modernización productiva; ambas llevaron a los jornaleros japoneses a migrar hacia las ciudades, por lo que el propio Gobierno se vio enfrentado a buscar formas de reducir esta presión por la vía de implementar una política emigratoria desde el Estado. El segundo factor (Masterson y Funada–Classen, 2004), es que la migración también respondió al objetivo geoestratégico de expandir la influencia de Japón en el mundo. El tercer factor (Matsushita, 1994), fue la necesidad de conseguir recursos naturales. El cuarto factor —y conectado con el anterior— estuvo determinado por la necesidad de extender una amplia red de japoneses que completaran la red de intereses en las fuentes de esas materias primas.

En este contexto, Japón elaboró una política emigratoria de largo plazo que contó con grandes recursos.10 En la década de 1930, Segimura, ex director de la oficina de Comercio del Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón (MOFA), promovió las relaciones con Brasil con el fin de cumplir, tanto con los objetivos de mayor influencia comercial y política, como de encontrar un nuevo espacio para la migración japonesa en América del Sur.

Como puede apreciarse en la estadística, la política emigratoria japonesa tuvo un correlato muy alto con los resultados alcanzados por ella. Efectivamente logró que el desplazamiento de su población hacia América Latina se llevara a cabo y consiguió centrarla en los tres países definidos inicialmente —México, Brasil y Perú—, pese a que en el transcurso de estos años, y por la presión de EE.UU., México dejaría de ser un destino viable (Stallings, 1994).

En el periodo 1897–1943 —y años posteriores— la migración japonesa a América Latina se transformó en un factor de las relaciones entre estos dos actores, lo que alcanzaría una perturbadora significación con el ingreso de Japón a la Segunda Guerra Mundial.

Durante la primera mitad del siglo XX, las relaciones económicas entre Japón y ALC se concentraron en el comercio. La dinámica de lo que después se llamaría inversiones extranjeras directas y flujos financieros internacionales, estaban casi totalmente ausentes, excepto por las derivaciones que el comercio implicaba para esos dos ámbitos de las relaciones económicas aludidas.

Con la Segunda Guerra Mundial se cierra la primera etapa de las relaciones económicas entre Japón y ALC. Hasta entonces, como planteó Kotaro Horizaka (1994), para ALC el comercio nipón representó un porcentaje muy bajo de su comercio total, pero su no despreciable inmigración sentó las bases de un vínculo futuro que en algunos casos— como fueron los de Brasil, Perú y Chile— llegaron a alcanzar cierto grado de notoriedad.

Con las excepciones de Argentina y Chile, el resto de los países de ALC se alinearon muy tempranamente con la causa de los Aliados y con los intereses específicos de EE.UU. Con el ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, EE.UU. entró al conflicto y rápidamente la mayoría de los países de ALC11 rompieron relaciones con el Eje.

La ruptura de relaciones, con la consiguiente salida de los diplomáticos nipones de los países y el impacto que esto implicó para los intereses de Japón en la región, generaron una crisis diplomática que no solo dañaba las relaciones oficiales que hasta entonces se tenían, sino que las que implicaban a los actores no Estatales —empresarios, migrantes— y actores informales, como eran las redes de espías japoneses distribuidos por casi todo el Continente (Matthews, 1994; Rodao, 2002).

 

3. Auge y caída de Japón en Chile, 1897–1943

Durante la primera etapa larga de estas relaciones bilaterales, el vínculo entre ambos Estados se estableció formalmente mediante un tratado. Esta conexión activó el desarrollo de las dimensiones diplomática, económica y social —migración—, de manera muy dinámica, como lo caracterizó el profesor Horizaka.

Desde el punto de vista del proceso histórico, este ciclo de casi medio siglo de relaciones, se estructuró en dos fases: una de auge (1897–1939) y otra de caída (1939–1943). Cada una de estas, a su vez, transitaron por dos ciclos, que complejizaron un vínculo que en la superficie tenía la apariencia de una relación simple y acotada a la dimensión económica.

La fase de auge, caracterizada por las dimensiones económica y migratoria, estuvo constituida por dos ciclos: en el primero, de expansión y crisis (1897–1930), se constituyeron las características permanentes y clave de estas relaciones —comercio, inmigración y diplomacia económica—; en el segundo, de crisis y recuperación (1930–1939), las relaciones económicas se transformaron de manera estructural, equilibrando el comercio bilateral de minería y productos industriales, que hasta la crisis había estado concentrado en el comercio minero.12

La fase de caída, estuvo marcada por la dimensión política y por el fantasma de la Guerra, y también estuvo constituida por dos ciclos: en el primero, desde la tensión geopolítica hasta la amenaza latente de la guerra (1939–1941), las relaciones se densificaron diplomáticamente en torno a esta y la tensión respecto de una eventual participación de Japón; en el segundo (1941–1943), las relaciones estuvieron marcadas por el ingreso de Japón a la guerra y por una eventual ruptura de relaciones, lo que desató una estrategia diplomática doble, de contención por parte de Chile y de seducción —diplomacia del yen— por parte de Japón.

La ruptura final, en enero de 1943 no estuvo exenta de una estrategia japonesa de amenaza, la que hizo dudar y dilatar la decisión final del Gobierno de Chile.

3.1 La Fase de auge, 1897–1939. Formación de las relaciones bilaterales

Durante el primer ciclo (1897–1930), y a diferencia de lo que se estima como una trayectoria histórica tradicional —que los intercambios comerciales existan antes de un acuerdo formal—, las relaciones comerciales bilaterales se iniciaron seis años después de la firma del ''Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre Chile y el Imperio de Japón'', suscrito en la ciudad de Washington el día 25 de septiembre de 1897 (MINREL, 1897). A su vez, en 1899, Chile comisionó a su primer representante diplomático ante el Imperio japonés, el embajador Carlos Morla Vicuña. Con estos actos se dio comienzo al vínculo político–diplomático entre ambos Estados.

El comercio propiamente tal se inició en 1903, con un pequeño intercambio total de US$108.803; sin embargo, las transacciones solo alcanzaron un ritmo sostenido con la apertura de la línea de Vapores de la Toyo Kisen Kaisha, en 1905 (Jara, 1991), que hacía el viaje desde Tokio hasta Valparaíso. A partir de este hito, migración y comercio crecieron sostenidamente hasta la crisis económica de 1929–1930. En esta etapa histórica, sin embargo, Japón se transformó en el principal mercado para las exportaciones de Chile en Asia.

El segundo ciclo (1930–1939), estuvo condicionado por la crisis económica de 1930, que tuvo una importancia mayor (Galibraith, 2009; Kindleberger, Aliber y Solow, 2005; Marichal, 2010a; Thorp, 1984) —entre otras cosas— porque puso término a una etapa muy larga del desarrollo del capitalismo mundial, en que el mercado había sido dominante. Con posterioridad a 1930, el Estado emergió en un nuevo rol —de empresario— y adquirió una importancia económica inédita.

El 24 de octubre de 1929 en Chile fue —como en el resto del mundo occidental— un día a partir del cual muchas cosas fueron irreversiblemente diferentes. Se cerró un largo ciclo de historia económica (1830–1929)13 y abrió otro (1930–1975).14

Para la economía chilena, esta crisis cerró también el ciclo de exportación del salitre, que había impulsado el crecimiento nacional entre los años 1880 y 1930. Dentro de este periodo se habían constituido las relaciones entre Chile y Japón, las que además reprodujeron el esquema clásico del periodo —exportaciones primarias e importaciones industriales—. En lo específico, la crisis produjo un enorme impacto en la economía nacional, afectando gravemente su capacidad para sostener su deuda externa (Marichal, 1988) y su participación en el comercio mundial.

Las cifras del intercambio bilateral ratifican que para las relaciones comerciales, 1921 y 1929 fueron los momentos clave del primer ciclo largo de las relaciones entre Chile y Japón. La crisis de 1921 inclinó el momento de mayor expansión del comercio bilateral y la crisis de 1929 contrajo el comercio entre ambas economías de manera severa, del que no logró recuperarse al grado de precrisis hasta mediados de la década de 1960. La crisis de 1929, además, transformó la estructura del intercambio que los países habían tenido hasta entonces.

 

 

Como puede observarse en las estadísticas siguientes, si bien el comercio bilateral se vio afectado por la dinámica de la economía mundial, también reflejó los cambios asociados a los ciclos mencionados más arriba. En efecto, hasta 1930 el patrón clásico de exportaciones primarias de Chile e importaciones industriales desde Japón fue ''químicamente puro'', pese a que la principal fuente de estas últimas seguía siendo Alemania, Gran Bretaña y EE.UU.

Después de la crisis, la capacidad exportadora chilena se debilitó ostensiblemente, al tiempo que se reforzó la presencia de las exportaciones industriales japonesas en el mercado chileno. Este cambio de tendencia también demuestra la fortaleza del proceso industrial japonés, que tenía en Chile una fuente de recursos mineros clave para su floreciente ''complejo industrial–militar''15 que constituía el núcleo de su proyecto económico de entonces.

 

 

Las exportaciones mineras fueron, como casi en toda la histórica relación de Chile con Japón, el principal producto de exportación. El salitre, el carbón y el hierro constituyeron los productos principales, en corrientes específicas: la primera declinó con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, la segunda tendió a permanecer hasta mediados del siglo XX, mientras que la tercera tendió a reemplazar a la primera desde mediados de la década de 1930 (SONAMI, 1936), adquiriendo una posición relevante hasta el día de hoy, la que solo ha sido superada por el cobre.

La Sociedad Nacional de Minería (Sonami) de Chile, a través de su publicación oficial, a partir de 1917 comenzó a publicar una serie de artículos referidos al sector minero japonés —producción y demanda— (Sonami, 1922) y de sus principales compañías como Mitsubishi y Mitsui. Esta atención se fue consolidando en la década de 1930 (Sonami, 1934; 1935; 1936; 1937; 1942) en la medida que los productos minerales de Chile ampliaban su participación en el mercado japonés.

 

 

El empresariado japonés pasó por una etapa de estudio y conocimiento del mercado chileno mediante misiones específicas, así como de difusión de su propia industria, para lo que empleó la fórmula de organizar ferias internacionales. Paralelamente, la industria manufacturera, organizada en torno a la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), desde 1912 se ocupó de informar acerca del mercado japonés, de las opciones de utilizar el transporte naviero nipón para las exportaciones chilenas y de las ferias organizadas en Japón.

 

 

En síntesis, durante las primeras décadas del siglo XX, el empresariado privado y la diplomacia de uno y otro país, impulsaron el conocimiento, la cooperación y los encuentros para potenciar el comercio bilateral, lo que quedó reflejado en la estadística histórica referida a estos intercambios.

La crisis de 1929–30 tuvo un impacto doble, tanto en la estructura del intercambio comercial, como en el volumen del mismo. Como puede apreciarse en las cifras del comercio, en 1935 podía observarse señales claras de una leve recuperación, pero muy por debajo de lo reflejado en precrisis.

3.2 Fase de caída, 1939–1943. El Fantasma de la guerra

La primera fase (1939–1943) fue de alta tensión en las relaciones bilaterales, las que concluyeron con la ruptura de las relaciones bilaterales. Dentro de este breve periodo, se observan dos ciclos específicos: El primero, 1939–1941, fue desde lo que se ha llamado la tensión geopolítica a la amenaza latente; el segundo, 1941–1943, estuvo marcada por el ingreso de Japón a la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias locales, lo que llevó a la ruptura chilena de sus relaciones diplomáticas con Japón.

En el primer ciclo, el fantasma de la guerra y sus eventuales efectos sobre Chile marcó el estado de ánimo de las relaciones. Como han señalado varios autores citados en este texto, desde el comienzo de la guerra, las hipótesis realistas y fantásticas acerca de los efectos del conflicto en el territorio chileno fueron variadas; sin embargo, predominó la idea de que se trataba de algo que ocurría a una gran distancia y que, por lo tanto, sería algo que se leería en la prensa y se vería en los noticieros, que por entonces se exhibían en los cines locales.

Como ha planteado la historiografía especializada (Barros van Buren, 1998; De la Cerda; 2000; Fermandois, 2005; Nocera, 2005), la tensión geopolítica, vale decir la preocupación pública por la eventual participación del país en la guerra que comenzaba, dio lugar a la percepción concreta de amenaza. El factor más crítico que contribuyó a configurar esta noción fue el espionaje alemán, con sus fuertes nexos hacia los inmigrantes, descendientes y diplomáticos germanos y hacia los otros integrantes y adherentes del Eje en Chile. Esto, que hoy es parte de la ''historia secreta'' de la Segunda Guerra Mundial en el país, entonces era un rumor que iba de un círculo social a otro, alimentando la incertidumbre creciente sobre el futuro de Chile en la guerra.

Los gobiernos de ALC fueron reaccionando a la noción de peligro. Ya en 1940, en la segunda reunión de consulta de los cancilleres de América realizada en La Habana, se acordó crear una zona de seguridad en América, frente al peligro de la guerra y la declaración de un ataque contra un país de la región.

El ciclo 1941–1943 fue extremadamente intenso desde el punto de vista político–diplomático. Desde luego, estuvo marcado por la guerra y por la intensa actividad que los beligerantes desarrollaron para impedir la ruptura de relaciones entre Chile y los países del Eje.

Como se ha señalado en otra publicación (Ross, 2012), Chile participó en el conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial por tres vías: a través de la prensa local que reproducía los cables que las agencias internacionales distribuían por todo el mundo; mediante el alineamiento —polarización— de la población chilena impulsada por sus preferencias ideológicas y por sus afectos —muchas veces explicados por el origen de sus antepasados—; y por la acción diplomática encubierta que adquirió la forma del espionaje de uno y otro lado. En consecuencia, la guerra no fue un fenómeno ajeno a la política y a la sociedad chilena de la época, por el contrario, en cierto modo el país estuvo en medio del conflicto sin tener plena conciencia de ello.

El ingreso de Japón al conflicto fue el punto de inflexión que activó el proceso de transformación en las relaciones de Chile con Japón y de la valoración que hasta entonces se le daba al complejo industrial nipón: Se pasó de la admiración por ''el periodo Shõwa''16 al terror que provocaba pensar en esa admirable eficiencia japonesa puesta al servicio de la destrucción. En este escenario, el comercio chileno–japonés se redujo ostensiblemente y rápidamente a un grado muy cercano a cero.17

Las interpretaciones historiográficas permiten aseverar que esta posibilidad tuvo una doble cara. Por una parte, existía la percepción de que constituía un peligro real (Barros van Buren, 1998; Bowers, 1958) que el Gobierno chileno se encargó de esconder a la opinión pública a fin de evitar una alarma pública; por otra, la idea que tal amenaza era irreal (Takeda, 2006; Fermandois, 2005) y que eran, como señaló Mario Barros van Buren (1998), más ''espectaculares que efectivas''.

El ataque japonés a EE.UU.18 precipitó las decisiones y en la Consulta de Río de Janeiro (1942) se propuso romper relaciones con el Eje, frente a la que solo se opusieron Argentina y Chile. Para este último, el horizonte geográfico del conflicto se hizo más próximo, incrementando los temores y las especulaciones públicas sobre eventuales bombardeos, incluida una invasión nipona a Chile. Este hito activó la última y breve etapa previa a la ruptura de las relaciones bilaterales (Barros, 1998). Los ciudadanos chilenos comenzaron a ver una serie de alarmantes noticias en la prensa nacional cuyo foco estaba en la posibilidad de que el país fuera objeto de la hostilidad militar japonesa, con base también en la creciente imagen bélica que Japón había ganado hasta entonces.19 La revista Ercilla, por ejemplo, en su edición del 27 de enero de 1943, reproducía las siguientes opiniones oficiales del Gobierno japonés:

Tomakazu Hori, portavoz del Gobierno japonés, declaró el pasado jueves [enero 21] en una conferencia de prensa, que ''Chile será completamente responsable de las consecuencias de la ruptura de relaciones con el Japón y de las otras dos potencias del Eje''. Y que ''Chile había renunciado a su destacada posición marítima en la Costa sur del Pacífico'' (S.a., 1943).

En esta misma publicación, se entregaban argumentos sobre un posible ataque nipón, señalando que la distancia geográfica, y la brecha técnica y económica, de las fuerzas armadas japonesas hacían difícil una ofensiva desde el Pacífico. Incluso la publicación especulaba que, ''El Japón, para atacar Chile con eficacia debería apoderarse de la Isla de Pascua,20 que se halla a 3.760 kilómetros de Caldera'' (S.a., 1943) y que era parte de sus intereses geopolíticos y geoestratégicos desde mucho antes de la guerra (Fisher, 1999).

Posible o no, a comienzos de 1942 el Gobierno de EE.UU. envió cien efectivos militares a Chile, con la intensión de instalar artillería pesada en Antofagasta y en Tocopilla. El objetivo era proteger de posibles sabotajes japoneses los yacimientos de cobre y no detener las exportaciones de ese metal a la industria militar de EE.UU (Fermandois, 2005).

De esta forma, la inteligencia norteamericana puso su mirada sobre diplomáticos21 y ciudadanos japoneses residentes en Chile, por lo que el Gobierno de Juan A. Ríos encargó al Departamento 50 de la Policía de Investigaciones,22 indagar la existencia de una red de espionaje que sería dirigida desde la embajada japonesa en Santiago (Matthews, 1994; Rafalko, 2004; Rodao García, 2002) y que operaba en los puertos de Mejillones, Tocopilla, Antofagasta y Valparaíso.23

Décadas más tarde, algunos autores señalaron que esta asociación fue parte de otra gran organización internacional denomina Red To (Rodao García, 2002), y cuya actividad de espionaje en el país (Sanchís, 1997) se centró en el reclutamiento de chilenos para su causa, así como penetrar las más altas esferas de la política nacional para influir en la toma de decisiones.

Estas formas de actuar fueron factores clave para que se configurara una nueva forma de relaciones bilaterales: la ''Diplomacia del yen'' (Ross, 2012), una política oficial, pero informal, mediante la cual Japón ejerció su influencia por la vía del poder compensatorio24 y sobornos25 dirigidos a evitar la ruptura de relaciones con el Eje y aún más. Varios autores sostienen que a finales de 1943 la inteligencia inglesa descubrió un intento de golpe de Estado contra el Presidente Ríos para volver a la neutralidad y reabrir las puertas a Alemania (Takeda 2006; Meneses 1989). Detrás de esta iniciativa estuvo el dinero japonés, ya que el Gobierno del Imperio de Japón que habría financiado un primer fondo de 1,5 millones de pesos chilenos de la época —alrededor de 47 mil dólares—26 y luego un segundo monto de 5,5 millones de pesos —170 mil dólares—, ante la inminente ruptura de relaciones en enero del mismo año, con el mismo propósito. No obstante, estas actividades estaban siendo seguidas por el FBI,27 la que rindió frutos en febrero de ese año, cuando la Embajada japonesa en Buenos Aires informó que una reunión planificada entre los ''golpistas'' chilenos y el Embajador nipón en Argentina, Shu Tomii (Sanchís, 1997), había sido abortada por la inteligencia norteamericana.

Este tipo de acciones, hicieron que la posición neutral del país fuera insostenible, por lo que la ruptura de las relaciones de Chile con el Eje, y con Japón en lo específico, no fue más que el resultado de una tensión creciente y que terminó por desencadenarse cuando el Gobierno y el Senado chilenos tomaron conciencia de que el país era una pieza en el conflicto y que las operaciones de inteligencia de varios de los beligerantes, en territorio nacional, estaban poniendo en peligro la seguridad del país, por lo que el martes 19 de enero y en sesión secreta, el Canciller Joaquín Fernández informó al Senado (1943) de la situación. En dicha sesión se tomó la decisión de ''suspender'', como matizó Barros (1998), las relaciones con el Eje.28 La fase de caída había llegado a su fin y con ella, un modelo específico que dio lugar a relaciones bilaterales que desaparecieron con el belicismo que caracterizaron a Japón y a la primera mitad del siglo XX,29 como manifestación de un mundo en crisis.30

 

Conclusión

En síntesis, este artículo plantea que el debate académico referido a las relaciones entre Japón y ALC y, aún más específico, el relacionado con las relaciones entre Japón y Chile, ha elaborado interpretaciones globales basado en generalizaciones válidas para el ámbito mundial y para los patrones de la historia derivados de la política y la acción internacional de las potencias hegemónicas; sin embargo, ese planteamiento no resulta igualmente válido para las relaciones entre dos países cuya historia —ubicada en los bordes de los grandes acontecimientos de entonces— se escribía conectada, pero al margen de esos fenómenos. Se trató de una historia soslayada por el peso historiográfico de la Historia mayor.

Como se ha planteado a lo largo del artículo, el debate académico ha formulado un marco analítico sostenido en tres hipótesis principales:

La primera de ellas sostiene que desde sus inicios, las relaciones entre Chile y Japón estuvieron caracterizadas exclusivamente por la dimensión comercial e inmigratoria. La evidencia presentada por este artículo revela que hubo una dimensión política e ideológica, tanto en la política exterior oficial de ambos Estados, como de las relaciones no oficiales.

La segunda, plantea que la relación entre Japón y ALC, ergo de Japón con Chile, estaba intermediada por EE.UU. en un esquema de trilateralidad. Los datos aportados por este artículo permiten aseverar que, en los hechos, Japón y Chile llevaron la relación por su propia vía, no solo más allá de los deseos de Washington, sino que en contra de sus deseos.

La tercera y última, afirma que en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y del Eje, Japón había sido casi un satélite de Alemania, careciendo de política e influencia en la región, de modo que cuando se produjo la ruptura de relaciones, solo se explicaba por la acción y peso de Alemania. Otra vez, el trabajo de archivo de esta investigación demuestra que Japón no solo tuvo una política y una agenda propia, sino que una conducta de gran impacto en Chile, capaz de provocar, por sí sola, una ruptura de relaciones.

En consecuencia, la evidencia aportada por este trabajo refuta los puntos centrales del debate académico precedente y propone la existencia de una nueva agenda de investigación no solo para el estudio de las relaciones entre Chile y Japón, sino también para las relaciones entre ALC y Japón de la primera mitad del siglo XX, invitando a mirar este vínculo desde las políticas y las agendas de los sujetos de análisis como actores no centrales de la historia y de las relaciones internacionales de aquel periodo.

 


Notas

* El artículo es producto del proyecto N.? 1110820 del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (Chile), titulado Un Mundo en Crisis: El caso de las Relaciones entre Chile y Japón, 1930–1973.

1 National Archives and Records Administration, United States (NARA).

2 Existen muchas explicaciones históricas sobre la primera mitad del siglo XX. Una síntesis didáctica y erudita es la publicada por la revista Look Japan (2000), que fue elaborada sobre la base de entrevistas a cuatro expertos de reconocido prestigio: Yamakazi Masakasu (Presidente de la Universidad del Este Asiático), Iokibe Matoko (Universidad de Kobe), Mikuriya Takashi (Instituto Nacional de Postgrado y Estudios Políticos) y Funabashi Haruo (Agencia Territorial Nacional).

3 1) Durante la Primera Guerra Mundial (1914–1918), el gobierno comenzó a considerar nuevas medidas para la promoción de las industrias de productos químicos domésticos para sustituir las importaciones después del estallido de la guerra; 2) En el periodo 1918–1924 el gobierno japonés estableció una comisión para investigar cómo sostener industrias establecidas por primera vez durante la guerra; 3) En el periodo 1925–1928, la estrategia del Estado desarrollista comenzó a ser claramente formulada; 4) El periodo 1929–1932, se inició una política de racionalización industrial que fue influenciada en gran parte por el movimiento de racionalización industrial alemán; 5) En el periodo 1933–1937, el estancamiento de los cambios globales forzaron modificaciones en las estrategias de desarrollo de Japón.

4 Como plantearon Mass y Miyajima (1993), desde las primeras etapas de la industrialización japonesa, la forma y las prioridades de expansión de las exportaciones y estrategias de sustitución de importaciones han cambiado en respuesta a factores externos e internos que le habían limitado históricamente.

5 Investigaciones recientes demuestran que la innovación exclusivamente interna fue en este proceso, un factor hasta ahora subestimado (Nicholas, 2011).

6 El proyecto geopolítico, denominado La Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental fue un concepto creado y promulgado por las autoridades del Imperio de Japón, que representaba el deseo de formar un bloque de naciones asiáticas lideradas por Japón y libres de la influencia europea. Fue uno de los términos más empleados para justificar la agresión japonesa en Asia oriental desde la década de 1930, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

7 Argentina, 1898; Brasil, 1895; Chile, 1897; México, 1888; y Perú, 1873 (Protocolo complementario de 1897).

8 Bolivia 1914; Colombia, 1908; Ecuador, 1918; Panamá, 1904.

9 Costa Rica, 1935; Cuba, 1929; El Salvador, 1935; Guatemala, 1935; Honduras, 1932; Nicaragua, 1935; Paraguay, 1919; Uruguay, 1921; y Venezuela, 1938. Después del restablecimiento de la paz, post Segunda Guerra Mundial y gradualmente, la red de tratados se fue extendiendo hacia el resto del Caribe, donde estaban los países con los que aún no se establecía relaciones, tarea que concluyó recién en la década de 1980. Antigua y Barbuda, 1982; Bahamas, 1975; Barbados, 1967; Belice, 1982; Commonwealth of Dominica, 1978; Grenada, 1975; Guyana, 1967; Haití, 1956; Jamaica, 1964; Saint Christopher and Nevis, 1985; Saint Lucia, 1980; Saint Vincent and the Grenadines, 1980; Suriname, 1975; y Trinidad y Tobago, 1964 (MOFA, 2012, diciembre 29).

10 Masterson y Funada–Classen (2004) han calculado que para consolidar los proyectos de colonización, durante los primeros años el Gobierno japonés dispuso alrededor de 800 mil yenes de la época.

11 Brasil (1942), Colombia (1942), Guatemala (1941), Honduras (1941), El Salvador (1941), México (1941), Uruguay (1942), Venezuela 1941.

12 A partir de 1930, el sector industrial nipón tendió a sustituir las importaciones industriales que antes provenían desde Estados Unidos y de Gran Bretaña.

13 Fase de desarrollo hacia afuera clásica, caracterizada por el crecimiento económico impulsado por la expansión de las exportaciones y el dinamismo de los mercados externos.

14 Etapa de desarrollo hacia adentro clásica, caracterizada por el crecimiento económico impulsado por la expansión del mercado interno, mediante una estrategia de industrialización por sustitución de importaciones (ISI).

15 Concepto que se refiere a los intereses económicos y sociales aplicados al armamentismo.

16 Corresponde al reinado del emperador Hirohito, desde el 25 de diciembre de 1926 hasta el 7 de enero de 1989.

17 Un informe muy elocuente de la situación fue elaborado por Mauricio Hartard Ebert, Comercio chileno durante el período de la guerra (Sofofa, 1945, pp. 650–652).

18 Bombardeo del Imperio japonés a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941 (Record, 2009).

19 Algunos autores han afirmado que hasta el término de la guerra Japón había desarrollado una verdadera ''apología de la guerra'' (Yamazaki, 2006). Esta imagen amenazante era ostensible en las informaciones que por entonces publicaban los diarios chilenos. Los examinados por esta investigación ratifican esta afirmación: El Mercurio (de Santiago y Valparaíso), La Segunda, La Nación y El Siglo (de Santiago), Tarapacá (Iquique) y El Sur (Concepción).

20 En esta misma época, según el FBI, el Gobierno japonés hacía significativos esfuerzos para comprar la Isla de Pascua, opción que finalmente se frustraría (Fischer, 2005; McCall, 1994).

21 La sospecha principal estaba centrada en 34 nuevos pasaportes diplomáticos que habían sido entregados entre de julio de 1941 y febrero de 1942 (Memorias anuales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, 1941–1943)

22 Una pequeña unidad creada ad hoc a finales de 1941 y cuyo nombre lo recibió por el número de anexo telefónico que le fue asignado.

23 National Archives and Records Administration. Federal Bureau of Investigation; Archivo Histórico Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile (AHMRREE) (1942), Vol. 1970. AHMRREE (1942–1943), Vol. 2091.

24 Se ha tomado la categoría de poder compensatorio de John K. Galbraith (1983). Según los archivos de la Federal Boureau of Inteligence (FBI), los informes del Secret Inteligent Service (MI6) y los informes de la Dirección General de Inteligencia de Chile, esta política fue empleada en 1942 y que, entre otros, implicó tres cursos de acción: a) intentos por comprar la Isla de Pascua y el diario La Nación (Meneses 1989); b) organización de un sistema de lobby para influir en la prensa de la época: La Opinión, El Diario El Ilustrado, Zig–Zag, La Hora; c) organización de un sistema de sobornos a congresistas chilenos para garantizar una opinión pública favorable a Japón y para evitar que el Congreso de Chile votara mayoritariamente para interrumpir las relaciones con el Eje y que le declarara la guerra.

25 Según informes del FBI, el propio Presidente del Senado de Chile, Florencio Durán, le sugirió al Embajador japonés en Santiago, Kioski Yamagata, utilizar una estrategia de sobornos. ''Cable 53531'', NARA, Archivo FBI.

26 El cálculo del tipo de cambio y los siguientes, se han a partir de las estimaciones de la tasa cambiaria hecha por Horacio D'Ottone y Hernán Cortés (1965), Tasas cambiarias de Chile en relación al dólar y la libra esterlina (1830–1964) (BCCH, 1965).

27 Según el FBI, el propósito del golpe era obligar a Ríos a cambiar su gabinete para impedir la interrupción de las relaciones. Pese a que no aparece el nombre en los cables japoneses interceptados por el FBI, la inteligencia estadounidense creía firmemente que el líder de los golpistas chilenos era Carlos Ibáñez del Campo, que por aquellos días también se encontraba en Buenos Aires (NARA, 1942).

28 La ruptura fue anunciada el 20 de enero de 1943 a través de un discurso del Presidente de la República, Juan Antonio Ríos, desatando una polémica muy apasionada que reflejó la polarización misma del conflicto mundial. Senado (1943). Sesión Secreta. Boletín de Sesiones Extraordinarias, 1942–1943. Santiago: Congreso Nacional de Chile.

29 Esta cualidad bélica fue sustituida, por el artículo 9 de la Constitución Política japonesa de 1947 y por la llamada ''Doctrina Yoshida'', que en lo sustantivo significó: a) abandonar el belicismo y dejar la seguridad y defensa de Japón en manos de Estados Unidos; y b) concentrar los recursos económicos en la recuperación del país.

30 La primera mitad del siglo XX, transcurrió entre crisis económicas (1921 y 1929–30) y guerras (1914–18 y 1939–1945).


 

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