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Estudios Políticos

versión impresa ISSN 0121-5167versión On-line ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.44 Medellín ene./jun. 2014

 

SECCIÓN TEMÁTICA: HISTORIA POLÍTICA RECIENTE DE MEDELLÍN (1953–2013)

 

Presentación

Hacia una historia intensa de Medellín*

 

Towards an Intense History of Medellin

 

 

Óscar Calvo Isaza1

 

1 Editor invitado. Historiador de la Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Doctor en Historia por El Colegio de México. Profesor del Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia. Investigador del Grupo de Investigación en Historia Social (Categoría A1–Colciencias). Correo electrónico: oscar.calvo@udea.edu.co

 


 

 

Mezcla fuerte entre historia y política, la parte temática de esta edición debía ser una oportunidad de diálogo de la Universidad de Antioquia con Medellín, así como un momento de comunión entre el pasado y el presente de la vida urbana. La historiografía plantea reflexionar los lugares sociales desde los cuales se construye el discurso crítico sobre el pasado y pensar en la política implica también reconocer las relaciones de poder que hacen posible, en cada presente, una escritura de la historia. Así pues, este número quedó tejido entre las calles y las plazas, en el camino corto entre las oficinas del bloque 14 de Ciudad Universitaria y entre los hilos largos de los sistemas que permite comunicarnos con colegas en otras partes del país o del mundo, pero no es posible presentarlo sin inscribir sus propios textos en los hechos más recientes, que nos muestran cómo se reescribe en estos momentos, en un sentido que todavía está por ser completamente entendido, el pasado reciente de Medellín.

Mientras se editaba esta revista con la colaboración de más de medio centenar de personas entre autores, evaluadores y el equipo editorial de Estudios Políticos, en Medellín tuvo lugar el Foro Urbano Mundial (WUF, por sus siglas en inglés) del programa de la Organización de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU–HABITAT). Durante una semana las calles del centro de la ciudad, algunos barrios y su centro de convenciones —construido a la manera de un palacio de cristal—, vivieron el peregrinaje frenético, el brillo mediático y la palabrería de presidentes, ministros, funcionarios de organizaciones internacionales, activistas de organizaciones no gubernamentales y especialistas en temas urbanos, provenientes de todo el planeta. Además de un apretado programa de reuniones y visitas, el WUF escenificó en el palacio de cristal la exhibición del mundo urbano, sus ansiedades y sus peligros, como un pesebre abigarrado con imágenes terríficas de slums (traducidos allí como ''asentamientos marginales''), zonas densificadas, toneladas de vinilos impresos, pegatinas y suvenires, una maloca artificial, una biblioteca, una cabina de teleférico, cientos de pantallas y algunos platós de televisión, confundidos entre módulos de venta de servicios de las universidades y las instalaciones para la venta de la ciudades como marcas comerciales.1

Por supuesto, en la ciudad también se organizaron actos disidentes, aunque poco publicitados, que buscaban contestar el discurso del ''modelo Medellín''. En la Universidad de Antioquia se efectuó un Foro Social Urbano Alternativo y Popular (FSUAP), con la presencia de organizaciones sociales urbanas y campesinas, que concluyó con una multitudinaria marcha carnaval por el Derecho a la Ciudad el 8 de abril de 2014 y la publicación de un manifiesto:

El desarrollo urbano equitativo no se construye a punta de vidrio y cemento. La equidad es el resultado de la participación democrática de los pobladores urbanos en la construcción de ciudad; es el resultado del ejercicio del derecho a la ciudad que garantiza el acceso a la toma de decisiones en materias como el ordenamiento territorial, la planeación socioeconómica y la definición de las políticas públicas (FSUAP, 2014, s. p.).

También se llevaron a cabo actos simbólicos —casi sin público y coreografiados al parecer para los medios de comunicación— como las instalaciones y las acciones plásticas de ¡Oh, no! ¿Hábitat? llevadas a cabo el 9 de abril de 2014 — Día Nacional de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas — en el Centro Administrativo La Alpujarra y el parque San Antonio. En estos escenarios, como también en la prensa, se denunció que el decorado del Foro Urbano Mundial incluía, como parte del complejo de exhibición, la expulsión y encerramiento compulsivo de los habitantes de la calle. Sergio Restrepo, director del Teatro Pablo Tobón Uribe e inspirador de ¡Oh, no! ¿Hábitat?, dijo a los medios, con un tono cauteloso: ''No están con nosotros algunos habitantes de calle'' (Cañas y Ortiz, 2014, abril, 9, s. p.).

La situación se había hecho evidente dos semanas antes, el 20 de marzo de 2014, cuando un centenar de personas con palos, piedras y bombas de gasolina se enfrentó al escuadrón antidisturbios de la Policía que intentaba desalojarlos (El Colombiano, 2014, marzo 21). Un día después, en la madrugada, cuatro personas fueron asesinadas y una decena heridas con un artefacto explosivo, en el momento que centenares de habitantes de la calle eran recluidos a la fuerza por efectivos de la Policía en un lugar llamado Centro Día 1 de la Alcaldía de Medellín (El Tiempo, 2014, marzo 22). Desde luego, el tratamiento represivo y discriminatorio de estos ciudadanos tiene un extenso historial en Colombia con ocasión de eventos internacionales, ha sido una práctica reiterada del gobierno en Medellín (Martin, 2102, pp. 407–409) y fue reiterado en agosto de 2013 con desalojos masivos en el centro de la ciudad y su desplazamiento a las cercanías de la Plaza Minorista (Duque, 2013, agosto 13). Sin embargo, en vísperas del WUF, los operativos se multiplicaron en la Avenida del Río, frente a la Plaza Minorista y en otros lugares de la ciudad generando sucesivos desplazamientos urbanos, incluso, hacia otros lugares del país, como el puerto petrolero de Barrancabermeja, en Santander, cuyo alcalde, alarmado por la intempestiva llegada de vagabundos, afirmó que ya tenía detectada su procedencia: ''Los traen de Medellín, algunos hacen un recorrido por todo el país y los dejan en Barrancabermeja'' (Mantilla, 2014, abril 3, s. p.).

Para agradar a los visitantes y hacer trasparente la exhibición urbana, cientos de personas fueron detenidas de manera ilegal y enjauladas en diversos centros por orden de la Alcaldía, según declaraciones de la Personería Delegada para los Derechos Humanos: ''No pueden llevarlo a una jaula o a una reja (como denuncian que están) con el argumento de que están protegiendo sus derechos. Estar en la calle es su decisión, nadie se los puede impedir. Por eso ir, o no, a esos centros es solo decisión de ellos, no de las autoridades'' (Gualdrón, 2014, abril 8, s. p.). Un cronista encontró a Rusbel Barrientos agazapado en un nicho del río Medellín y conversó con él:

—¿Y por qué se esconde ahí? —Para que la policía no me lleve a Barrio Triste, donde nos están encerrando. —¿Le da miedo que lo lleven allá? La Alcaldía dice que eso es un Centro de Protección. —Miedo no. Lo que pasa es que nos encierran y ni agua nos dan. Yo estuve dos días la semana pasada. Desde ahí no me dejo ver de los 'tombos' (Gualdrón, 2014, abril, s. p.).

En el palacio de cristal, miniatura de la ciudad del capital y del poder trasnacional, mutación del complejo de exhibición universal y la sociedad del espectáculo del siglo XIX (Bennett, 1988, pp. 73–102), se presentó un relato multimedia sobre cómo la urbe experimentó un martirio doloroso y ahora vivía el milagro de su resurrección. Esto implicaba que los dispositivos de control y disciplina vinculados a la exhibición de las tecnologías y servicios del hábitat a escala mundial atravesaran los cristales y aparecieran proyectados en los objetos, los espacios y los cuerpos en la ciudad. Pero la obsesión por invisibilizar los cuerpos de los habitantes de la calle, los encierros, la persecución y la muerte ante la mirada cómplice del público y con completa impunidad, no hacen otra cosa que reforzar el relato de una dualidad esencial —dos ciudades, dos mundos—, de una ruptura todavía marcada, que la escenografía misma se encarga de revelar. Y esta parece ser también la paradoja de la historia más reciente, que intenta dejar en el pasado la imagen de una ciudad que es comprendida por los observadores externos como un espacio entrópico, oscuro, caótico y violento, y escenificar en cambio una ruptura trascendente, una salida a una crisis prolongada, un renacimiento y puesta en movimiento que promete el orden en un futuro brillante.

Por fortuna, la historia urbana no es un lugar trasparente donde se exhiben los objetos y los cuerpos suspendidos en El Tiempo, sino un escenario que permite evidenciar representaciones del pasado en conflicto, enlazadas con visiones sobre relaciones sociales, violencia y urbanismo que influencian las agendas de investigación y la manera de estudiar la ciudad (Reckner, 2002, pp. 95–112).

La publicación de la obra de Gerard Martin, Medellín, tragedia y resurrección (2012), señala precisamente una lectura muy bien informada de ese cambio, un proceso que permite la redención de una ciudad antes postrada frente al crimen y la muerte. Según su interpretación histórica, la violencia engendrada por el narcotráfico y la consecuente crisis urbana gestada en la década de 1970, encontraron una salida a partir de la formulación de un nuevo proyecto de ciudad, gestado primero entre la ''sociedad civil'' hacia 1990, entre algunas organizaciones no gubernamentales y los empresarios antioqueños, que luego llegó a ser institucionalizado en el gobierno local en la primera década del siglo XXI. En cierta forma, esto implica que el desencuentro entre las élites empresariales y políticas (véase el artículo de Santiago Leyva en este número) fue superado a partir de la formulación de un ''nuevo paradigma'' urbano (Martin, 2012, pp. 471–473) que permite controlar e integrar de forma armoniosa la amenaza permanente de unas masas urbanas violentas, calenturientas y desorganizadas.

No todas las miradas sobre Medellín son tan halagadoras. Forrest Hylton (2010, pp. 359–369), ha sostenido que los cambios recientes en el gobierno local se corresponden con una estrategia neoliberal que permite maquillar los intereses de un modelo de capitalismo financiero e inmobiliario, que parcela la soberanía estatal y emplea la violencia paramilitar para promover su integración en la economía global. Así, las obras urbanísticas, la participación ciudadana y la inclusión social del ''modelo Medellín'', serían la otra cara de una pacificación o modernización paramilitar, entendida como condición de posibilidad para el turismo, la inversión y la seguridad necesarios para el capital corporativo.

Sin embargo, incluso desde posiciones opuestas, diversos observadores coinciden en reafirmar la lectura que privilegia la violencia como relato inmanente de la historia y, por vías disímiles, una respuesta alternativa —resurrección/pacificación— a la crisis urbana y el auge del narcotráfico de las décadas precedentes. En una mirada retrospectiva, la nociones de ''crisis'' o ''tragedia'', así como la invocación permanente de la violencia, reconstruyen y reordenan lo que puede ser pensado y conocido en el pasado de la ciudad. Como ha mostrado Vilma Franco (2006, pp. 319–347), ante los cambios en la estructura urbana, la decadencia de la industria y la formación de una sociedad masificada, ''la coalición políticamente dominante'' reinventó la tradición de grandeza y pujanza de los antioqueños e instauró una ruptura histórica, interpretada como la pérdida de un pasado armonioso y la emergencia de una crisis moral producida por el advenimiento de las masas urbanas de inmigrantes que poblaban la ciudad, calificadas y clasificadas desde entonces como portadoras de la violencia y culpables de la perdida de los valores del consenso. Este relato histórico de ruptura, entendida como pérdida de control en una situación de cambio social en la década de 1970, tiene su contraparte en la necesidad de una nueva ética ciudadana y la construcción de un proyecto común de ciudad a partir de la década de 1990, que se materializa a través de la combinación efectiva de las narrativas de consenso y coerción violenta, legal e ilegal, al despuntar el nuevo milenio.

También Mary Roldán (2003a, pp. 136–137) ha evidenciado cómo la historia contemporánea de Medellín se despliega a través del relato de dos ciudades o, mejor aún, dos mundos enfrentados, una división producida por la crisis industrial y la masificación de la ciudad que hizo colapsar la supuesta comunión entre las élites y de estas con los grupos subalternos. Entre los dos mundos el único vínculo de relación social, la historia en común, es la violencia o la amenaza de violencia, que se atribuía —y se atribuye todavía— a los pobladores de los barrios populares, continuando ahora en la ciudad masificada los conflictos que en un periodo anterior, a mediados del siglo XX, se habían gestado en las zonas periféricas del departamento de Antioquia por la imposición de prácticas sociales, políticas y económicas emanadas de las élites de Medellín (Roldán, 2003b, p. 49).

El relato de las dos ciudades o de la crisis moral, construido por los industriales antioqueños desde finales de la década de 1960, vivificado por algunas ONG en la década de 1980 y apropiado en los programas del Estado en la década de 1990, aparece ahora deificado en la historiografía reciente sobre la resurrección de Medellín al integrar a la ''otra mitad'' o la ''otra ciudad'' (Martin, 2012, pp. 47–48). Así, no causa ninguna sorpresa que durante cuatro décadas se hayan entendido las formas de sociabilidad y organización de los barrios populares primero como ''marginales'' (traducidos al inglés como slums) y luego como culturas de la pobreza o subculturas del narcotráfico y del sicariato, en el sentido de ámbitos de prácticas y creencias colectivas, como si una cierta delimitación espacial, convertida en un determinante ecológico, pudiese reproducir una diferencia social significativa y como si los habitantes de los barrios populares fueran seres de otros mundos.2 Lo que ha permitido opacar estos relatos históricos, es que la diferencia y el conflicto no son cuestiones de orden moral, problemas éticos o culturales, sino de dominación de clase (Franco, 2006) o de exclusión política (Roldán, 2003a, pp. 138–141).

¿Es posible escribir hoy una historia de Medellín que se aparte de esta concepción dualista de la ciudad y su visión de la violencia como metarrelato que lo explica todo? ¿Podemos liberar nuestras representaciones del pasado del palacio de cristal y el complejo de exhibición de la marca de ciudad? Un buen comienzo sería avanzar hacia una historia intensa, una historia inconforme con el presente, como la que seguro se está escribiendo en y sobre la ciudad. Una historia intensa es una historia atenta a los procesos sociales pero también a lo efímero y contingente, una historia viva, que se opone a una mirada autocomplaciente y pastoril de nuestro pasado, que busca plantear nuevas miradas, temas y problemas, con métodos y fuentes de investigación alternativos.

Desde la publicación de la Historia de Medellín (Melo, 1996), no se ha realizado un esfuerzo sistemático por repensar la historia de la ciudad y, mucho menos, por comprender su pasado más reciente. De hecho, los volúmenes citados, prolijos en el tratamiento de los temas coloniales, del siglo XIX y de la primera mitad del siglo xx, cuando abordan las últimas décadas de historia de la capital antioqueña quedan a medio camino y adquieren el tono de la crónica. Casi veinte años después, cuando el conocimiento sobre este periodo de la ciudad se ha multiplicado en las universidades y centros académicos en Colombia y otras partes del mundo, parece oportuno presentar una muestra de la investigación sobre la historia contemporánea de Medellín.

Este número de Estudios Políticos busca abrir el diálogo entre la investigación histórica y política con un escenario común: Medellín, en un periodo de tiempo delimitado por el pasado reciente —o tiempo presente—, comprendido de forma arbitraria en las últimas seis décadas. En diferentes sentidos, estas categorías hacen referencia a la historia de nuestro tiempo, a una historia contemporánea, fugaz por definición, que se desenvuelve en las fronteras movibles entre el pasado, el presente y el futuro. El marco de referencia ha sido la política, entendida en un sentido amplio, como estudio sistemático del poder y las contiendas por el poder, el Estado, las instituciones, la guerra y las relaciones internacionales; así como los procesos expresados en las ciudadanías diferenciadas, los movimientos sociales, la acción colectiva, los actores excluidos y silenciados, la producción simbólica, las luchas por la memoria y sus implicaciones políticas. En el contexto urbano, esto comprende los conflictos políticos por la producción o la apropiación desigual del territorio, el poder local, la planificación, el medio ambiente y los bienes culturales (las artes) entre diferentes actores y grupos sociales. También incluye una dimensión micropolítica, es decir, la trasformación de las subjetividades, el cuerpo y los comportamientos colectivos en la sociedad de masas.

Entre la veintena de manuscritos recibidos fueron aprobados nueve artículos —a través, por supuesto, de un proceso de arbitraje independiente—, pero solo seis aparecen en este volumen debido a limitaciones de tiempo y espacio para su publicación. La característica común de los trabajos es la estrecha y acertada relación entre los componentes sociales y políticos de la historia reciente, pero desde el punto de vista temático evidencian apenas un fragmento de la gran variedad de enfoques y problemas que ocupan a la historiografía política contemporánea. El artículo de Julia Castro presenta una fascinante etnografía histórica de las prácticas corporales en la ciudad en las tres últimas décadas y nos muestra la paradoja de los procesos de reflexividad y subjetivación de las personas que pueden ser incorporadas por las demandas del mercado sobre el cuerpo y la belleza. El trabajo de Santiago Leyva presenta un debate histórico y conceptual sobre el proceso de diferenciación de las élites y propone pensar un orden fragmentado y más competitivo con diversos grupos de poder en lugar de una coalición orgánica o bloque hegemónico como resultado de la crisis de la década de 1970. La contribución de Andrea Pérez y otros, es una reconstrucción de la memoria sobre el conflicto entre diversas generaciones de habitantes en los barrios La Cruz, Bello Oriente y La Honda, que muestra una construcción diferenciada y singular de las experiencias de los inmigrantes recientes y sus familias frente a la violencia desde 1980. Sandra Ramírez y Karim León, sostienen en una tesis heterodoxa sobre la inmigración de la segunda mitad del siglo XX, al plantear —con base en un trabajo sistemático de archivo y la cuantificación de miles de casos— que la mayoría de los pueblerinos inmigrantes en la ciudad fueron atraídos por las oportunidades de educación y trabajo en Medellín y no necesariamente fueron expulsados de sus lugares de origen como resultado de la violencia de mediados del siglo XX. El texto de Andrés Alzate describe un programa de rehabilitación urbana en Moravia a principios de la década de 1980, que atraviesa los intereses del Estado, las clientelas partidistas, la mafia y las organizaciones de izquierda. Finalmente, Lissete Martínez cuenta la historia de una comunidad utópica, el barrio Lenin, inspirada en ideas revolucionarias de la década de 1970 y que durante algún tiempo proclamó su independencia con respecto a las instituciones del Estado.

 

Notas

* La edición de esta sección temática de Estudios Políticos se realizó en el marco de la investigación Tecnologías del Orden: cuerpo, ciudad e ideología en Medellín (1959–1970), en el Centro de Investigaciones Sociales y Humanas, con el apoyo financiero del Comité para el Desarrollo de la Investigación de la Universidad de Antioquia.

1 Información con base en notas y fotografías del editor en el WUF.

2 Sobre la historia de esta construcción simbólica de la ''otra mitad'' y la crítica historiográfica de las nociones de determinación socioespacial véase David Ward (1976; 1989).

 

Referencias bibliográficas

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