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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.45 Medellín July/Dec. 2014

 

LIBROS

 

Diéguez, Ileana. (2013). Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor. Córdoba: Documenta/Escénicas.*

 

 

Judith Nieto López1

 

1 Licenciada en Filosofía e Historia. Magíster en Filosofía. Doctora en Ciencias Humanas. Correo electrónico: judithnieto48@gmail.com

 


 

 

¿Cómo hacer formas de representación?

''Ahora y en la hora de nuestra muerte [...]'' es lo que alcanzan a susurrar los labios más escépticos, una vez se concluye la lectura de la obra (2013). Se trata de un recorrido reflexivo por los rumbos de la muerte violenta acontecida, especialmente, en países como México y Colombia. Para el primer caso, la revisión se concentra en el sexenio comprendido entre 2006– 2012; para el segundo, las búsquedas se ubican desde 2008 hasta nuestros días. Geografías y periodos que llevaron a la autora a pensar las relaciones entre cuerpo, duelo y prácticas artísticas, en escenarios dominados por la violencia.

Como queda claro desde el inicio de la publicación, su recorrido está lejos de aspirar a una escritura a propósito de la violencia. Procura, en cambio:

Una reflexión sobre el modo en que la violencia ha penetrado las representaciones estéticas y artísticas, ha transformado nuestros compor t amie n tos y visualidades en el espacio real, ha intervenido los cuerpos y generado una nueva construcción de lo cadavérico y se ha apropiado de procedimientos simbólicos y representacionales para transmitir mensajes de terror (Diéguez, 2013, p. 30).

''Por nuestros muertos [...]'', esta parece ser la invocación de la autora, quien artísticamente vuelve escritura la expectativa, el reclamo y, aún más, la búsqueda de las víctimas de un doloroso conflicto que, sin esperanzas de conclusión, impone la memoria anticipada por los desaparecidos de quienes no hay noticia, solo el supuesto y la imaginación de que quizá su rostro y su cuerpo han sido amortajados con la irrompible cobija del tiempo, único testigo del destino.

''¡Cuerpo caído!'' es la exclamación que viene a la mente de un lector que en palabra, imagen y pensamiento, sigue uno a uno los acontecimientos de este inventario del horror. En su conjunto, se trata de un trabajo que da cuenta de un tejido de arte y violencia, donde la hebra del horror sobre el cuerpo, atraviesa sudarios, escenificaciones, paisajes fúnebres, grabados, fotografías, iconografías, tumbas, escrituras y demás representaciones, que a la postre dejan claras las declaraciones de sociólogas como la profesora universitaria colombiana Elsa Blair. Para ella, el cuerpo ha sido: ''El instrumento por excelencia del terror'' (Diéguez, 2013, p. 119).

Esta afirmación bien puede ser corroborada por allegados a las víctimas y por sus familiares, quienes aún esperan, en medio del reclamo incesante, su libertad o sus cuerpos, puesto que en innumerables casos triunfa la fuerza irracional de los captores, quienes, sordos a todo clamor, prefieren asesinar y retener cadáveres para impedir así que la piedad cristiana los honre en su debido momento. Son todos actos que muestran hasta dónde tiene alcance lo siniestro en la condición humana.

Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor, está dedicada a las ausencias sin reparación y hace transparente la preocupación por el cuerpo y su lugar, ambos pensados a partir de prácticas artísticas y estéticas, vinculadas con la puesta en acción de la memoria y las deudas de la justicia. Cuidadoso trabajo que conduce a la escritora–investigadora mexicana Ileana Diéguez por un territorio de luto prolongado, quizá sin fin.

El deber de la memoria y la negación del olvido, la misma inquietud que llevó a la autora a interesarse por los ''cuerpos rotos'' y por los ''cuerpos sin duelo'' —las dos grandes partes que componen la obra—, la hizo detenerse en prácticas como aquellas de las Madres de Plaza de Mayo, las Madres de la Candelaria, y madres y familiares de las mujeres desaparecidas y asesinadas en el norte de México. En conjunto, se trata de experiencias relacionadas de manera visible con ritos fúnebres no realizados y con duelos sin resolver.

Acciones como estas motivan a la escritora a hacer una extensa, erudita y bien fundamentada reflexión en torno al padecimiento inevitable, a la memoria justa frente a hombres y mujeres desaparecidos o muertos abandonados tantas veces al río de las congojas, víctimas de la impensable atrocidad de la que es capaz la siniestra mano del hombre.

La piedad y el terror son sentimientos que acompañan al lector desde el inicio de la obra, cuya publicación estuvo a cargo de Ediciones DocumentA/Escénica, de Córdoba, Argentina. Allí se lee la intención procurada por la escritora para el logro de su obra. En esas páginas se plantean dos tipos de escenarios: el de los cuerpos y el de las representaciones de los poderes soberanos para construir aleccionadores memento mori, espacios donde la autora invita a pensar en los dispositivos visuales, teatrales y actorales implicados en el ejercicio del miedo.

El primer escenario procura desarrollar y entender la realidad de los ''cuerpos rotos'' que, más allá de la muerte, son utilizados para transmitir mensajes de poder y, de esta manera, dar cuenta de la dimensión fantasmal, de las imágenes, de los sujetos borrados y desaparecidos, y de los fragmentos corporales sin nombre cuya identidad ha sido suprimida; asimismo, es un escenario que revisa la forma como una realidad de cuerpos desaparecidos y totalmente silenciados por el arrebato de la vida, que ha contaminado el arte y lo ha configurado como ''una memoria del dolor''.

Lo anterior lleva al otro escenario, el de las prácticas artísticas que trabajan con el dolor. Prácticas realizadas a partir de testimonios y documentos, algunas son inevitablemente evocaciones o representaciones del estado catastrófico en el que se sobrevive o se muere en ciertos espacios de Latinoamérica.

De igual forma, es visible el interés de la autora por los contextos donde los cuerpos son desaparecidos o intervenidos hasta ocultarles toda identidad, y por tal motivo, los rituales fúnebres, los duelos o la justicia también están detenidos, suspendidos, como bien lo expresa la escritora–investigadora mexicana.

En síntesis, la obra revisa: ''Contextos donde la problemática arte y duelo pasa por la problemática de la ausencia del cuerpo, por los desafíos en torno a los modos de dar cuenta de esas ausencias'' (p. 31).

''En el principio, el verbo; al final, la carne muda''. Así, de manera ilustrativa, a medida que se avanza en la lectura puede verse cómo las prácticas y representaciones artísticas seleccionadas para dar cuenta del destino de los ''cuerpos rotos'', de los cuerpos sin tumba, de las identidades eliminadas, se construyen como un desvío poético del duelo inalcanzable. Es el carácter de la aflicción pendiente que trasiega por las doscientas sesenta y cinco páginas constitutivas de la obra. Es la ausencia sin huella que lleva a que algunos de los artistas —Juan Manuel Echavarría, Doris Salcedo, Rosa María Robles, Gustavo Monroy, Álvaro Villalobos, Erika Diettes— abordados por la autora produzcan sus obras a partir de cuerpos destrozados, vestigios materiales, de objetos e incluso de prendas facilitadas por los deudos a quienes les ha sido imposible despedir a sus familiares muertos. Así, los intereses de la escritora para el desarrollo de los escenarios presentados mueven la tensión de la sustitución simbólica entre lo perdido, supuesto de la concepción freudiana del trabajo de duelo, y la noción de duelo como acto de sacrificio, planteada por el psicoanalista de tendencia lacaniana Jean Allouch.

De igual manera, Diéguez evoca con su escritura prácticas artísticas cuyas proyecciones están exentas de las representaciones y de las sustituciones del duelo. Para ello se remite a diferentes tendencias teóricas y disciplinares, entre las que sobresalen las consideraciones benjaminianas a propósito de la alegoría, en particular, las prácticas artísticas como alegoría de duelo. La autora alcanza su obra a partir de un conjunto de tendencias teóricas y de manifestaciones artísticas, asumido con una solvencia y claridad tales que permiten que el lector comprenda la posibilidad y la búsqueda de duelo entre los espectros por donde trasiega la acuciosa escritora–investigadora. ''[...] porque a mí de tus palabras nada me es grato [...], del mismo modo que a ti te desagradan las mías'' (Sófocles [Antígona], v. 500). Versos del poeta griego que anticipan lo agónico que habita la existencia humana.

La confrontación constituye el núcleo del título de la obra de la escritora mexicana. Las guerras —escr ibe Diéguez— siguen produciendo príamos y antígonas que buscan sin consuelo a sus muertos. En especial antígonas, como las mujeres sobrevivientes del conflicto colombiano o de la crisis mexicana, para quienes la propagada violencia que les ha arrancado esposos e hijos parece no acabar nunca. No obstante, todas ellas, en medio de la ''anunciada'' orfandad, presienten el rescate con vida de sus familiares y por ello aguardan con cartas, fotografías, diarios, prendas y objetos que fueron de todo su agrado. Pedazos de vida del objeto amado que no volverán a tener, según paráfrasis de Freud, que el mismo autor ha nombrado como ''examen de la realidad''.

La realidad de la violencia vuelta letra y arte por Diéguez, marca el retorno a Antígona, portadora de la cruzada en pos de un cuerpo que hay que buscar para sepultar. ''[...] ¿dónde hubiera podido obtener yo más gloriosa fama que depositando a mi propio hermano en una sepultura?'' (Sófocles [Antígona], v. 505). Este ejemplo enseña que todas las mujeres a quienes les han sido arrebatados sus hijos, sus hijas y sus maridos, tienen algo en común con la heroína de la pieza clásica: ella no descansó hasta hallar una tumba para su hermano Polinices. Ellas buscan, reclaman y, sin fatigarse, esperan a sus muertos; necesitan, al igual que el personaje de Sófocles, el cuerpo de sus familiares muertos. Cadáveres que aguardan para darles digna sepultura, única forma de exorcizar el dolor luego de presenciar la tormenta de los cuerpos sin voz, de la carne en tempestad.

¿Qué hacer con los muertos cuyos cuerpos no devueltos merecen la piedad del duelo? Esta es quizá la pregunta que debe iluminar a quien se disponga a la lectura de Cuerpos sin duelo. Iconografías y teatralidades del dolor. Obra con la que su autora cumple una cita con el duelo inconcluso; así, desde la letra y la representación artística recuerda a los muertos con sus ''cuerpos rotos'', con sus cuerpos sin tumba...

Una vez se llega al punto final de la obra, se deja para el lector el deber moral de volver a nuestros muertos, de reclamar a los sin regreso. Los seguimos esperando, son nuestros muertos, no una avalancha de condenados. Queremos saber de ellos ahora y en la hora de esta tierra que atardece.

Ileana Diéguez hace vigente la presencia de los cuerpos abandonados y de aquellos que se les ha negado toda forma de ritual; además, pone al lector de parte de los muertos con quienes la memoria tiene un deber impostergable; finalmente, lleva al lector–espectador de sus textos e imágenes a repetir con el filósofo romano Lucrecio: ''[...] De qué calamidad nos hemos librado''.

 

Referencias bibliográficas

1. Nieto, Judith. (2000). ¡Por nuestros muertos! ¿Hay en lo humano algo que lo define como siniestro? Revista Filosofía UIS, 5 (1), pp. 127–133.         [ Links ]

2. Sófocles. (2000). Antígona. En: Tragedias. Madrid: Gredos.         [ Links ]