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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.46 Medellín Jan./June 2015

 

SECCIÓN TEMÁTICA: PREGRADO EN CIENCIA POLÍTICA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA. "UNA DÉCADA DE PENSAMIENTO CRÍTICO Y COMPROMISO SOCIAL"

 

Contribuciones de la teoría política posestructuralista al desarrollo de la Ciencia Política y el análisis sociopolítico y crítico*

 

Contributions of the Post–Structuralist Political Theory to the Development of Political Science and Sociopolitical and Critical Analyses

 

 

Hernán Fair (Argentina)1

 

1 Licenciado en Ciencia Política. Magíster en Ciencia Política y Sociología. Doctor en Ciencias Sociales. Investigador del Conicet, con sede en la Universidad Nacional de Quilmes. Docente de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires y en la UNQ. Correo electrónico: herfair@hotmail.com; hernanfair@conicet.gov.ar

 

Fecha de recepción: marzo de 2014

Fecha de aprobación: junio de 2014

 

Cómo citar este artículo: Fair, Hernán. (2015). Contribuciones de la teoría política posestructuralista al desarrollo de la Ciencia Política y el análisis sociopolítico y crítico. Estudios Políticos, 46, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, pp. 153–178.

 


RESUMEN

El artículo analiza las principales contribuciones teóricas, epistemológicas y ético–políticas de la teoría política posestructuralista al desarrollo de la Ciencia Política y al análisis sociopolítico y crítico. Se plantea un debate con las perspectivas predominantes en la disciplina, que tiene como objetivo contribuir a una comprensión más compleja de la realidad social y a destacar su dimensión crítica y de transformación radical. La hipótesis central sostiene que las perspectivas predominantes de la Ciencia Política presentan una limitada concepción de la complejidad. Desde el plano teórico–metodológico y epistemológico, el énfasis en la racionalidad, la objetividad y la estabilidad, reduce su capacidad de comprender los aspectos subjetivos y no racionales, y la dimensión contingente del conocimiento, las formas de estructuración imaginarias e inconscientes, y los límites ontológicos de la realidad social. Desde el plano ético–político, estos déficits se expresan en el predominio de una visión estrecha sobre la democracia, lo político y la política, que resalta la dimensión racional e institucional. De este modo, se tiende a reprimir la dimensión polisémica, antiesencialista y en disputa hegemónica de los conceptos, y a relegar los aspectos pasionales, afectivos y de identificación inconsciente, que limita la capacidad de explicar fenómenos políticos y sociales que escapan a sus presupuestos teóricos y ontológicos.

Palabras clave: Posestructuralismo; Análisis Político; Pensamiento Político; Teoría Política; Ciencia Política.


Abstract

The paper analyzes the main theoretical, epistemological and ethical–political contributions of post–structuralist political theory to the development of political science in general, and socio–political and critical analysis in particular. The article proposes a critical debate with the predominant perspectives in the discipline and aims to contribute to a more complex understanding of social reality, highlight its critical and transformational dimension. The central hypothesis is that the predominant perspectives of political science have a limited understanding of complexity. At the theoretical–methodological and epistemological level, the emphasis on rationality, objectivity and stability, reduces the ability to understand subjective and non–rational aspects and the contingent dimension of knowledge, the imaginary and unconscious ways of structuring, and ontological limits of social reality. At the ethical–political level, these shortcomings result in a narrow view on democracy, politics and policy, highlighting the rational and institutional dimension. Thus, these perspectives tend to suppress the polysemic, anti–essentialist and hegemonic dispute dimension of concepts, and relegate the passionate, emotional and unconscious aspects of identification. That limits the ability to explain political and social phenomena.

Keywords: Post–Structuralism, Political Analysis, Political Thought, Political Theory, Political Science.


 

 

Introducción

Frente a los límites de las concepciones predominantes de la Ciencia Política, aquí se sostiene la necesidad de incorporar una (auto)reflexión acerca de la utilidad social del conocimiento y sus vinculaciones y correlativos efectos sobre la realidad concreta. Esto implica analizar las múltiples relaciones de poder y dominación en las que necesaria e inevitablemente se inserta, e impulsa el desarrollo de una disciplina que acepte explícitamente su normatividad prescriptiva —una normatividad implícita en toda teoría y en toda concepción de la política y de la sociedad—.

Precisamente, la teoría posestructuralista aporta herramientas clave para desarrollar esta dimensión ontológica del conocimiento, criticando el mito de la objetividad científica y limitando los aspectos racionalistas y universalistas del paradigma hegemónico. Sin embargo, aunque no existe una distinción tajante entre la dimensión científica, ideológica y ético–política, en este artículo se sostiene la necesidad de mantener una relativa autonomía entre los planos teórico, epistemológico y normativo. De este modo, se abre la posibilidad de entablar un dialogismo intradisciplinario que contribuya a fortalecer la capacidad heurística y la utilidad política y social de la Ciencia Política, sin perder de vista la necesaria rigurosidad teórico–metodológica y el ideal de objetividad.

 

1. Los déficits de la Ciencia Política dominante

Desde su profesionalización como disciplina autónoma a comienzos del siglo XX, la Ciencia Política se estructuró bajo un paradigma dominante —el conductista—, que tendió a definir a la disciplina a partir de una postura objetivista, racionalista y de raíz empirista, escindida de todo componente normativo vinculado a la filosofía política especulativa (Caminal, 1996). No obstante, en las últimas décadas se han desarrollado una multiplicidad de críticas al racionalismo objetivista e hiperfactualista del conductismo y sus distintas vertientes, incluyendo las críticas a las teorías sistémicas y de la acción racional, emergiendo enfoques alternativos de análisis de la política, que han intentado recuperar el elemento subjetivo, político y ético–normativo, intrínseco al propio conocimiento. Incluso dentro de la Ciencia Política, han surgido diversas críticas, como el rechazo de Giovanni Sartori (2004) a su anterior visión cuantitativista y la necesidad de pensar en una elaboración científica más plural (Retamozo, 2009). En ese contexto, especialmente en Europa continental, se ha profundizado la crítica a la avaloratividad y al empirismo del conductismo, erosionada por los aportes de pensadores como Norberto Bobbio (1993) y Danilo Zolo (2007), que recuperan lo mejor de la tradición del pensamiento filosófico–político y hermenéutico, sin perder por eso el intento —imposible— de objetividad científica de la disciplina. En ese sentido, algunos autores destacan que: ''Lo que se discute en la Ciencia Política no es su cientificidad, sino la cuestión de si es conveniente o no el actual estado de pluralidad, o es necesario disciplinar a la disciplina'' (Vidal, 2009, p. 42).

Sin embargo, pese a estos indudables avances, en la Ciencia Política actual persiste un doble déficit, que se puede examinar haciendo una distinción analítica entre dos planos anudados: el teórico–metodológico– epistemológico y el ético–político.

Desde el primer plano, persiste una visión de la Ciencia Política en gran medida racionalista y objetivista, que tiende a renegar o relegar el componente ontológicamente subjetivo, normativo, contingente, irracional, contradictorio y precario, del conocimiento, no solo en el llamado ''contexto de descubrimiento'' sino en el de ''justificación''. Su estrecha concepción ontológica reduce su capacidad de comprender el cambio y la inestabilidad, y la presencia constitutiva del caos, la contradicción y los factores emotivos y deseantes, que condicionan y restringen el conocimiento. Aunque es cierto que en las últimas décadas diferentes vertientes de la disciplina han criticado el cientificismo, esta valorización del aspecto normativo y subjetivo constituye un intento limitado de pensar la complejidad inherente a la política y a la propia realidad social.1

Se identifican así tres déficits: a) se sobrevalora la dimensión racional, estable y coherente de la realidad social y del conocimiento; b) se asume un método y una serie de técnicas de investigación que se presumen objetivos, ahistóricos y universales; por último, c) se reduce la capacidad de comprender los aspectos que escapan a la racionalidad y el control, como los factores inconscientes y emotivos, y los límites constitutivos para acceder al conocimiento de lo social.

Desde el plano ético–político, las principales críticas están dirigidas a su visión estrecha y simplificada acerca de la política, lo político y la democracia. Resulta importante definir cómo se entienden aquí estos conceptos, así como sus diferentes niveles de análisis. Retomando los aportes de Oliver Marchart (2009), se vincula lo político a la dimensión ''disociativa'' de lo social, que permite incorporar diferentes niveles ontológicos, observados inicialmente por Nicolás Maquiavelo (1995), precursor de la política como disciplina científica.

Primero, existe lo que se puede denominar un nivel conflictivo de todo orden, signado por la presencia constitutiva de desequilibrios de poder, que se trasmutan en ejercicios de dominación de determinados individuos y grupos sobre otros; segundo, el nivel antagónico de lo político, que se vincula a la clásica distinción, teorizada por Carl Schmitt (1987), entre un ''nosotros'' que se contrapone a un ''ellos''; tercero, lo que Marchart (2009) define —con base en los aportes de Ernesto Laclau (1993, pp. 51 y 173)— como el momento político, que representa el acto de institución de lo social, producto de una decisión ''contingente'', ''arbitraria'' y ''violenta''; finalmente, la dimensión incompleta o precaria del conocimiento, definida en otro lugar como la dimensión ''macroestructural'' (Fair, 2011) del orden social. Este nivel se vincula a la existencia ontológica de una ''dislocación estructural'' (Laclau, 1993, p. 53), penetrado por la presencia de un axioma de base, constituido por el registro éxtimo de lo real, en un sentido lacaniano (Laclau, 2003).

La política, por su parte, es entendida como el modo de ordenamiento social en el plano óntico, ces decir, como se estructura históricamente el orden social. Este eje corresponde a lo que Marchart (2009) define como el elemento ''asociativo'' y que se puede vincular al plano ''estratégico'' que teorizara Maquiavelo (1995), y a la dimensión ''articulatoria'' que destacan Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1987). Partiendo de un enfoque posfundacional y tomando como base la visión ''agonista'' de Mouffe (1999; 2007), la política puede ser definida como las diversas modalidades discursivas tendientes a limitar o ''sublimar'' la presencia inherente de lo político y a conformar un determinado orden colectivo. La política, en ese sentido, representa un modo —siempre precario y parcial— de reconducir el antagonismo constitutivo, la alteridad y las relaciones desiguales de poder y dominación de la sociedad, para constituir un determinado orden social (Fair, 2010).

La crítica a las visiones predominantes de la Ciencia Política se vincula a su concepción estrecha de lo político, que rechaza o relega la dimensión disociativa en sus diferentes niveles,2 y a que la Ciencia Política predominante presenta una visión estrecha de la política. Como señala Martín Retamozo (2009), gran parte de la Ciencia Política ha defendido y promovido una concepción de la política que redujo el campo de la propia política a un determinado tipo de la misma, la llamada ''democracia liberal''. Concentrándose en las formas institucionales de las democracias parlamentarias europeas, no solo se tendió a reprimir otras opciones alternativas, ignorando que la democracia no es un significante unívoco sino polisémico y, por lo tanto, en diputa hegemónica entre diversos enfoques y cosmovisiones generales sobre la realidad social (Nun, 2001), sino que además —y por esta misma razón— se tendió a menospreciar —y no se ha logrado comprender en toda su complejidad— a los fenómenos nacional– populares y a los movimientos sociales (Retamozo, 2009, pp. 75–89).

Finalmente, en el marco de su concepción teórica y política, y sus presupuestos ontológicos, la Ciencia Política predominante presenta un déficit en la dimensión de crítica y transformación radical. Al centrarse en una visión meramente institucional y formal de la democracia, y en una perspectiva racionalista y objetivista del conocimiento, ha desvalorizado —o directamente ignorado— la elaboración de una crítica política, socioeconómica y cultural del sistema capitalista, sus modos de producción y reproducción, y sus efectos. Como señala Retamozo (2009), la defensa de esta concepción estrecha de la política —y de la democracia—, reducida a una ciencia de las instituciones y prácticas que gestionan el orden social, ha conducido a la Ciencia Política a convertirse en una: ''Restringida disciplina de las instituciones políticas, cuando no, directamente, una ciencia de la administración o la gestión'' (p. 81).

La consecuencia de esta concepción academicista es la desvinculación del campo científico de las problemáticas sociales y humanas en las que se inserta. Refugiada en la mítica idea de objetividad, la Ciencia Política predominante niega la relación inherente del campo académico con las demandas sociales más acuciantes —pobreza, desempleo, desigualdad social, explotación laboral—, los valores culturales y las vivencias históricas de cada sociedad. Esto se traduce en una visión compartimentada de la disciplina, que separa a la política —vinculada a la esfera de lo estatal e institucional— de la sociedad —vinculado a fenómenos sociológicos— y la ética —vinculada a la filosofía meramente especulativa—. De este modo, se dejan de lado aportes centrales de la teoría social, la teoría de la comunicación, la filosofía y la historia económica. Además, persiste, como en la clásica división de Max Weber entre ciencia y política, y entre hechos y valores, la tradicional separación entre los científicos que analizan objetivamente y los políticos que reciben e implementan los conocimientos investigados (Camou, 2009, p. 35–36). En dicho contexto, no solo se rechaza la dimensión crítica tendiente a transformar radicalmente las condiciones de existencia del capitalismo, sino que se desprecia la utilidad técnica y política para promover el desarrollo económico y social de sus habitantes.

 

2. La emergencia de concepciones más complejas en la Ciencia Política contemporánea

A partir de la fuerte influencia política, económica y sociocultural del mundo anglosajón, la Ciencia Política se constituyó e institucionalizó históricamente bajo un paradigma objetivista, racionalista y liberal conservador. Tanto el conductismo, como las teorías elitistas, sistémicas, pluralistas, económicas de la democracia y los modelos neoliberales y gerenciales —más allá de sus divergencias internas—, son una muestra de la influencia de esta concepción de la ciencia y del orden social (Pinto, 1999).

En América Latina, sin embargo, el paradigma dominante compite con el desarrollo de los estudios neoinstitucionalistas y de política comparada, que toman como base herramientas de autores anglosajones, pero también de corrientes hermenéuticas y procedimentalistas de la Europa continental. En ese marco, se comparte la concepción racionalista, objetivista y liberal, pero adoptando una postura más heterodoxa y compleja.3 Esto ha conducido a que la Ciencia Política regional, sobre todo en las instituciones públicas nacionales, sea más hermenéutica que positivista y que promueva una concepción ético–política en defensa del liberalismo democrático, antes que un liberalismo conservador o neoconservador.4 El auge de las teorías neoinstitucionalistas, la influencia regional de la teoría de la ''transición'' y la ''consolidación'' de la democracia, de las décadas de 1980 y comienzos de la de 1990, la ampliación hacia cuestiones liberal–republicanas desde la teoría de la democracia ''delegativa'', y en particular las teorías deliberativas y neokantianas vinculadas a la filosofía política, son un ejemplo de estas divergencias con la corriente principal anglosajona.

 

3. El ejemplo de la Ciencia Política argentina

Como señalan Marcelo Leiras, Juan Manuel Abal Medina y Martín D'Alessandro (2005), la Ciencia Política argentina se estructuró históricamente mediante el predominio de los enfoques institucionales y empiristas. En el caso de la Universidad de Buenos Aires (UBA), principal centro de estudios en Argentina, han predominado las contribuciones de la Ciencia Política europea, influidos notablemente por los aportes de Sartori, Bobbio y los referentes de la Universidad de Florencia (Pinto, 1999, p. 94; Bulcourf, 2008, p. 230). En ese marco, potenciado por el impacto inicial del derecho en la conformación de la disciplina, el énfasis se posiciona en los aspectos institucionalistas (Leiras, et al., 2005; Lesgart, 2008). Como reconoce Pablo Bulcourf (2008):

[...] nuestras herramientas conceptuales más poderosas sirven, sobre todo, para el análisis institucional. [Esto] ha dificultado prestar debida atención al análisis de las raíces políticas de problemas nacionales graves, como la desigualdad, el desempleo, la pobreza y la inseguridad ciudadana (p. 230).

Este déficit de base no ha logrado explicar, por ejemplo, las nuevas formas de protesta y movilización social extrainstitucionales de la década de 1990. Pero sobre todo, como señala Mora Scillamá (2007), ignora los motivos ideológicos, económicos y sociales que condujeron a la formación y al estallido de la crisis socioeconómica que concluyó con los trágicos episodios de diciembre de 2001 y el estrepitoso derrumbe del gobierno de la Alianza y de la hegemonía neoliberal. El énfasis en la racionalidad humana y el economicismo, tampoco logra explicar satisfactoriamente fenómenos complejos de identificación duraderos en el país sudamericano, como el peronismo y sus ideas de nacionalismo popular, que son reducidos al ''clientelismo'' o a la plena irracionalidad de las masas. Del mismo modo, no puede explicar la existencia de formas de movilización social espontáneas, como la masiva multitud que acompañó al fallecimiento de Néstor Kirchner, en octubre de 2010, o fenómenos sociales como el nacionalismo, el fervor por los líderes populares o el fútbol.

Actualmente, existe en la Ciencia Política argentina una multiplicidad de concepciones teóricas en disputa, que pueden ser distribuidas, parafraseando a Gabriel Almond (1999), en cuatro grandes ''mesas'' enfrentadas:5

a) Dentro del ala derecha de la disciplina y en la centroderecha del espectro político, se ubica la mesa de los cuantitativistas y objetivistas, aquellos académicos (neo)liberales, herederos del conductismo anglosajón. Se sitúan en esta mesa los admiradores de los valores e ideales liberal–conservadores e individualistas de Estados Unidos, defensores de metodologías empiristas y de la neutralidad axiológica, y opositores de los elementos valorativos y de integración social y colectiva.

b) Los marxistas clasistas, ubicados en la ''izquierda dura'' de la Ciencia Política y fuertemente críticos de los valores capitalistas y liberales. La mayoría de ellos solo dialogan entre sí o ni siquiera participan de los diálogos, concentrándose en la defensa cerrada de sus análisis en términos de lucha de clases y su rechazo dogmático a los debates ''burgueses''.

c) Los referentes nacional populares o populistas de izquierda, ubicados del centro a la centroizquierda del espectro ideológico. Estos académicos, la mayoría de ellos cercanos al kirchnerismo —ya sean críticos o no—, tienden a rechazar el diálogo con los cuantitativistas por diferencias teórico– metodológicas, epistemológicas y, sobre todo, políticas; tampoco dialogan con la izquierda dura, que los acusa de pequeño burgueses, antimarxistas y funcionales a la dominación capitalista.

d) En el margen que va del centro a la centroderecha del espectro ideológico, los neoinstitucionalistas. En esta mesa, la más numerosa, se encuentra una mayoría de académicos, promotores de los valores del liberalismo democrático y parlamentario de los países europeos centrales, y que se posicionan moderadamente distantes al hiperfactualismo y al neopositivismo aséptico de la derecha dura, así como a las visiones ''confrontacionistas'' y ''anti institucionales'' de la mesa de los ''populistas''.6

Pese a que los integrantes de las mesas presentan divergencias teóricas, epistemológicas y políticas irreconciliables —particularmente entre las visiones cuantitativistas y marxistas—, existen algunos ejes posibles de intersección. Antes de iniciar un debate intradisciplinario, se debe reconocer la creciente complejización y pluralidad de teorías y vertientes que conforman actualmente el campo de análisis de la Ciencia Política en Argentina.7

Por ejemplo, dentro de la rama de la administración y las políticas públicas, son ampliamente estudiadas las vertientes neocorporativistas y dirigenciales, que compiten con las tradicionales visiones pluralistas. En los estudios internacionales, junto a las concepciones realistas, existe un amplio desarrollo de las teorías idealistas y constructivistas, incluyendo vertientes neogramscianas —como la de Robert Cox (1993)— y dependentistas. También en el campo de la política comparada existen algunos análisis recientes que alientan la incorporación de variables adicionales a las institucionales, como el análisis del discurso político y de las políticas económicas (Pérez, 2012). Finalmente, en contraste con lo que sostiene una parte considerable del pensamiento político posfundacional (Mouffe, 1999; 2007; Rancière, 1996), las teorías contemporáneas del liberalismo democrático promueven concepciones más complejas y radicalizadas que el simple (neo)liberalismo de Robert Nozick o Friedrich Hayek o la visión neoconservadora y elitista de la Comisión Trilateral. Autores como John Rawls (1996) combinan el liberalismo con aspectos típicos de la tradición democrática, desarrollando una variante progresista del liberalismo político. En otros casos, como en la teoría de Jürgen Habermas (1998), se construyen visiones más neocomunitaristas y deliberativas, que incluso critican el énfasis institucional del liberalismo. En ambos casos, se ha criticado el individualismo neoliberal y planteado explícitamente los límites de las concepciones puramente racionalistas y consensualistas del liberalismo clásico.

Sin embargo, más allá de estos significativos avances, que han logrado complejizar y enriquecer a la disciplina, se sostiene que persiste en la Ciencia Política un doble impasse. En el plano teórico–metodológico y epistemológico, se mantiene el énfasis racionalista y objetivista, si bien atenuado; en cuanto al plano ético–político, se conserva una visión estrecha de la democracia, que no examina los condicionantes ideológicos, económicos y sociales, restringiendo la capacidad de transformar radicalmente la realidad social.

 

4. Contribuciones del posestructuralismo8 a los estudios políticos, la teoría política contemporánea y el análisis sociopolítico y crítico

La teoría política posestructuralista9 emerge y se desarrolla en Francia durante las décadas de 1960 y 1970, a partir de las contribuciones del estructuralismo lingüístico de Ferdinand de Saussure (1961), la antropología social de Claude Lévi–Strauss (1969) y una pluralidad de influencias provenientes de la teoría y la filosofía política. Entre sus contribuciones teóricas y epistemológicas más relevantes, se destaca el énfasis en el aspecto simbólico, precario y contingente de las identidades y del conocimiento. Sus principales referentes efectúan una crítica a las concepciones fundacionalistas, objetivistas y esencialistas —realistas, racionalistas, liberales, materialistas, positivistas, funcionalistas—, en razón de su énfasis en la plena presencia de lo social y su rechazo —para algunas vertientes psicoanalíticas, su deseo inconsciente— del componente ontológico del conflicto, las relaciones desiguales de poder y el ejercicio de la dominación, así como su desprecio a las formas de antagonismo y alteridad.

En el plano epistemológico, los teóricos del posestructuralismo rechazan toda forma de objetivismo, positivismo, racionalismo y universalismo. En contraposición, destaca la dimensión constructiva, polémica, polisémica y performativa del conocimiento, y el componente de arbitrariedad, contingencia, aleatoriedad, historicidad y precariedad ontológica de lo social (Laclau y Mouffe, 1987; Derrida, 1989; Lefort, 1990; Foucault, 1973; 1992; 2008; Laclau, 1993; 1996; 2003; 2005, Rancière, 1996; Mouffe, 1999; 2007; Badiou, 2007; Lacan, 2008).10

En el marco de la primacía del orden significante y de la dimensión ontológicamente precaria de lo social, una de las contribuciones más importantes del posestructuralismo proviene del uso de las herramientas de la teoría psicoanalítica lacaniana. En ese sentido, se debe señalar la tesis de la estructuración simbólica del lenguaje, que destaca el aspecto inconsciente que estructura toda forma de conocimiento; además, esta teoría ha resaltado el aspecto imaginario del orden social. Los conceptos de ''goce'' y de ''fantasía'' permiten enfatizar en las formas de identificación y de apego afectivo, que se ligan a determinadas fuentes de autoridad y al orden social. El registro de lo real como un axioma de base, permite subrayar el aspecto ontológicamente precario y parcial —''no todo''—, destacando la imposibilidad de un acceso puramente objetivo al conocimiento y los límites constitutivos de toda formación social (Lacan, 1971–1972; 2006; 2008).

Un aporte adicional que integra vertientes deconstructivas, psicoanalíticas y posmarxistas, proviene de la ruptura con la lógica de pensamiento binario de lo social. Jacques Lacan (1971–1972; 2008) destaca el aspecto éxtimo de lo real, al mismo tiempo externo e interno a la estructura. También enfatiza, con el concepto de ''nudo borromeo'', la lógica ternaria de lo social y la anudación entre los registros de lo simbólico, lo imaginario y lo real.

También Jacques Derrida (1989) establece una ruptura epistemológica con la lógica binaria que estructuró históricamente al pensamiento moderno, destacando las ''aporías'' constitutivas de lo social, que son al mismo tiempo condición de ''posibilidad'' y de ''imposibilidad''. Su perspectiva deconstructiva complejiza los aportes del estructuralismo, relativizando las formas racionalistas de la lógica.

Tomando como base los conceptos de la teoría psicoanalítica, combinados con aportes hegelianos y althusserianos, Slavoj Žižek (1992; 2006) contribuye a repensar las implicancias de la teoría lacaniana para el análisis político y crítico.11 De manera específica, el filósofo esloveno aporta herramientas que contribuyen a comprender el aspecto no racional de las identidades políticas y a enfatizar su dimensión constitutiva de lo social, refiriéndose a las formas de identificación social que están en la base de fenómenos políticos como el fascismo y el neoliberalismo, vinculándolos a los imperativos superyoícos del sistema, las fantasías imaginarias de plenitud y las fuentes inconscientes de goce.12

Profundizando las contribuciones de la teoría lacaniana al análisis político, Yannis Stavrakakis (2010) enfatiza en la dimensión ''afectiva''. Tomando como base el fenómeno del nacionalismo y del consumismo capitalista, destaca los potenciales aportes del concepto de ''goce'' —parcial— y de ''fantasma'', para explicar tanto la estructuración y perdurabilidad temporal de las formas ideológicas, como los límites ontológicos en el proceso de conocimiento y en todo proceso de identificación social.

Laclau (1993; 2003) resalta tempranamente algunas implicancias del psicoanálisis lacaniano para el desarrollo de la teoría política y el análisis político, enfatizando en el aspecto simbólico como un elemento que construye y sobredetermina lo social. Al mismo tiempo, señala la dimensión constitutiva de la alteridad y se refiere al concepto lacaniano de lo real, para destacar el espacio ''dislocado'' y la dimensión inherentemente contingente, histórica y precaria de toda estructura. Más recientemente, examina las formas de ''ligazón catexial'' en torno a los liderazgos ''populistas'' (Laclau, 2005).13

Articulando herramientas de la deconstrucción y el psicoanálisis lacaniano, Laclau profundiza la ruptura con las disyunciones binarias de la Modernidad, radicalizando sus implicancias políticas. En ese marco, muestra la ''aporía'' de las identidades políticas en términos de una estructura plena, trascendiendo algunas disyunciones clásicas, como sujeto–objeto, agente– estructura, contingencia–necesidad y particularidad–universalidad, a partir del desarrollo de conceptos clave como ''hegemonía'' y ''significante vacío'', vinculados a otros términos empleados por el analista argentino, como ''contingencia necesaria'' y ''universalidad parcial'' (Laclau, 1993; 1996; 2003, p. 52). Las implicancias políticas de estos aportes se vinculan a las formas ''parciales'' de construcción del orden social, que rechazan al mismo tiempo el individualismo liberal y las formas totalitarias y antidemocráticas. En ese sentido, Laclau incorpora una triple crítica al multiculturalismo liberal, al totalitarismo y a los enfoques relativistas y nihilistas, que permite trascender tanto a las posturas particularistas, como a las plenamente universalistas (Laclau, 1996).

Desde el plano ético–político, las principales contribuciones provienen del desarrollo de la crítica político–ideológica y sociocultural a los valores que estructuran a la Modernidad capitalista. Con base en los aportes iniciales de Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger y el psicoanálisis lacaniano, se destacan las críticas de los principales referentes del posestructuralismo al discurso de la ciencia y al —supuesto— saber tecnocrático;14 también las tempranas críticas a la metafísica de la ''presencia'' y el rol constitutivo de las formas de representación política de lo social (Derrida, 1989; Lefort, 1990); finalmente, las críticas al consumismo y al individualismo liberal, y a su concepción consensualista (Mouffe, 1999; 2007), incluyendo los aportes complementarios del psicoanálisis lacaniano (Lacan, 2006; 2008).

En cuanto a los ejes más político–prácticos, que lo distinguen de las perspectivas filosóficas posmodernas, se destacan las tempranas contribuciones de Claude Lefort (1990) para articular la defensa de los derechos humanos con la tradición democrática y socialista, en clave posfundacional. Mouffe (1999; 2007), por su parte, se refiere a la necesidad de pensar en una construcción ''agonista'' de la democracia, ajena a los márgenes estrechos del individualismo (neo)liberal. También Derrida (1995) aporta algunas reflexiones para repensar críticamente la herencia marxista y para profundizar en el aspecto normativo, sin abandonar el respeto a la ''diferencia ontológica'' (Marchart, 2009). Michel Foucault (1992), extiende el análisis de las relaciones de poder al ámbito privado, abriendo una línea de investigación que han desarrollado las ideólogas feministas del posestructuralismo (Butler, 2003).

Laclau profundiza los aportes lefortianos para referirse a la necesidad de construir una democracia ''radicalizada'' y ''plural'', basada en la defensa de los Derechos Humanos y el principio ''socialista'' de la ''igualdad'', y crítico hacia las formas de ''opresión'' social de las minorías (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 1993). En esta etapa, además, aporta herramientas para repensar el vínculo de la teoría política con los valores del socialismo democrático liberal, en clave posfundacional. Más recientemente, recupera y resignifica significantes relegados de la teoría democrática y menospreciados por la Ciencia Política predominante, como el concepto de ''populismo'', vinculándolos al papel re–articulador y potencialmente representativo del líder popular (Laclau, 2005).

Pero el aspecto más innovador proviene de las implicancias de sus categorías teóricas para el análisis de la dinámica política. Un aporte clave ha sido la revalorización del aspecto ''estratégico'' de la política, que se remonta a las contribuciones de Maquiavelo (1995) y de Antonio Gramsci (1984). La concepción de la hegemonía como una forma de universalización parcial del orden social y, particularmente, el rol de los ''significantes vacíos'' en la construcción discursiva de hegemonías (Laclau, 1996, pp. 69 y ss.), adquieren un lugar central. También se destacan los aportes de Mouffe (1999; 2007), que han planteado una forma ''agonista'' y ''pasional'' de construcción de las identidades, que permite alejarse tanto del puro antagonismo antiliberal schmittiano, como del liberalismo procedimentalista y formal de los enfoques racionalistas y consensualistas. A partir de estas contribuciones, Laclau y Mouffe aportan herramientas para edificar una teoría posfundacional de la política democrática, que no se reduce al plano disociativo, pero tampoco a una visión puramente liberal parlamentaria y consensualista, y que reconoce la herencia marxista, pero sin limitarla a sus derivaciones universalistas.

 

5. Síntesis de las principales contribuciones de la teoría política posestructuralista al análisis sociopolítico y crítico en la Ciencia Política

5.1 Contribuciones teóricas y epistemológicas

a) Frente a las concepciones objetivistas, racionalistas, positivistas y universalistas, enfatiza en el componente simbólico, subjetivo, contingente y político, como un aspecto central y constitutivo del conocimiento y de todo ordenamiento social, asociado a la dimensión constructiva, significante, polémica y polisémica, y a la existencia ontológica del conflicto, las relaciones de poder, los antagonismos, la alteridad y el ejercicio de la dominación.

b) Frente a las teorías racionalistas, economicistas y empiristas, las herramientas del posestructuralismo, en particular a partir de sus vertientes psicoanalíticas, permiten destacar el elemento afectivo, pasional e inconsciente —deseante, gozoso, irracional—, que sobredetermina toda identidad y toda formación social.

c) Desde el plano epistemológico, aporta herramientas para radicalizar la crítica constructivista al objetivismo científico y la neutralidad valorativa, así como al empirismo, al racionalismo y al universalismo de la Ciencia Política tradicional, enfatizando su sobredeterminación simbólica, su dimensión polisémica, performativa y en disputa hegemónica, y su anudamiento con un espacio social ontológicamente dislocado, que expresa su carácter de arbitrariedad, historicidad, parcialidad y, por lo tanto, de contingencia, aleatoriedad, precariedad y relatividad.

d) Las contribuciones epistemológicas del psicoanálisis lacaniano y la deconstrucción, permiten criticar y superar de forma no dialéctica las disyunciones del pensamiento binario y cuestionar los principios lógicos que actúan como presupuestos de base de la Ciencia Política tradicional — principios de identidad, no contradicción y de tercero excluido—.

e) En el marco de la dimensión inconsciente y ontológicamente precaria de lo social, las vertientes lacanianas permiten enfatizar el aspecto imaginario de toda forma de conocimiento y de todo ordenamiento social, destacando sus formas de identificación afectivas y su perdurabilidad temporal, pero también sus límites históricos. El diagrama del ''nudo borromeo'', permite integrar la dimensión simbólica con el registro de lo imaginario y sus límites constitutivos —reales—.

5.2 Implicancias para el análisis sociopolítico

a) Las contribuciones de la teoría de la hegemonía de Laclau contribuyen a pensar en formas de construcción y universalización ''parcial'' del orden social, que trascienden los reduccionismos de las concepciones universalistas y particularistas.

b) Las vertientes lacanianas contribuyen a complejizar los enfoques dominantes de la Ciencia Política, enfatizando la dimensión afectiva e inconsciente, y brindando una explicación plausible y alternativa del proceso de identificación y de constitución exitosa y estable de las identidades políticas, así como de los límites históricos de las formaciones hegemónicas.15

c) Integrando la teoría de la hegemonía y de la izquierda lacaniana, el posestructuralismo contribuye a pensar la combinación de las formas particulares y universales, racionales y no racionales, que condicionan la construcción del conocimiento, las identidades políticas y la estructuración del orden social.

5.3 Contribuciones ético–políticas

a) Frente a la crisis general de las grandes narrativas y el predominio del discurso liberal–parlamentario y procedimentalista dentro de la Ciencia Política, las vertientes posmarxistas del posestructuralismo promueven una democracia igualitaria, participativa, pasional y no reducida a los canales parlamentarios e institucionales, recuperando el papel de la soberanía popular, la estrategia socialista y el ideal marxista de la emancipación.

b) Frente al individualismo, el elitismo y el formalismo parlamentario de las visiones liberales de la democracia y frente a las formas esencialistas de las concepciones comunitaristas, organicistas y totalitarias, la teoría de la democracia radical y plural de Laclau y Mouffe brinda una novedosa concepción posfundacional de la democracia, integrando aportes de las tradiciones socialistas, liberales y democráticas.

c) En el marco de los aportes de la teoría posfundacional de la democracia, el concepto de hegemonía permite criticar los límites del multiculturalismo liberal y de los enfoques relativistas y nihilistas, rechazando tanto las concepciones ultraparticularistas, individualistas y de la plena presencia, como las universalistas y esencialistas.

d) Frente a las visiones conservadoras del liberalismo y el posmodernismo, las concepciones reaccionarias y excluyentes del neoliberalismo, y las teorías autonomistas del marxismo, las vertientes posgramscianas del posestructuralismo permiten abordar una praxis colectiva al mismo tiempo articulatoria y transformadora, aportando herramientas para construir una estrategia política contrahegemónica al orden vigente.

 

6. Repensando dialogismos potenciales entre el posestructuralismo y los enfoques dominantes de la Ciencia Política

Este último apartado pretende contribuir a entablar un mayor dialogismo intradisciplinario, que permita enriquecer la comprensión y explicación de la compleja realidad social, destacando algunas contribuciones del posestructuralismo al desarrollo de las áreas centrales de la Ciencia Política, para luego examinar posibles intercambios en sentido inverso.

En primer lugar, las herramientas del posestructuralismo pueden ser útiles para:

a) Examinar con mayor profundidad los límites ontológicos para alcanzar el ideal de objetividad y relativizar la mítica idea de estabilidad, orden y permanencia, que persigue la corriente principal de la disciplina, enfatizando en la contingencia, la negatividad, la precariedad, las contradicciones y los deseos inconscientes.16

b) Relativizar el racionalismo, universalismo y esencialismo de la disciplina, enfatizando en la polisemia, arbitrariedad, precariedad e historicidad de lo social, resaltando la dimensión afectiva y los límites de la racionalidad humana.

De modo más específico, se destacan los aportes potenciales de la teoría política de Laclau y del psicoanálisis lacaniano, que son las que presentan mayores vinculaciones con las áreas centrales de la disciplina. Se mencionan los siguientes ejes:

a) El énfasis en la construcción y sobredeterminación simbólica, y la primacía del orden significante, pueden contribuir a complejizar los abordajes neoinstitucionalistas y su método de política comparada, incorporando el análisis de la dimensión ideológica y discursiva, incluso en clave comparada. También puede contribuir al desarrollo de los enfoques idealistas y constructivistas del campo de las relaciones internacionales.

b) El énfasis en la dimensión afectiva y emotiva puede contribuir a examinar el papel de los aspectos inconscientes —pasionales y deseantes— en la dinámica política, complejizando tanto las teorías de la elección racional, como los abordajes de política comparada y, en particular, de la sociología política y el análisis político.

c) La concepción posfundacional de la democracia de Laclau y Mouffe, junto a la resignificación del concepto de populismo de la última etapa de Laclau, pueden contribuir a complejizar la estrecha visión liberal e institucionalista que predomina en la Ciencia Política, enfatizando en la dimensión participativa y extrainstitucional, y en los aspectos igualitarios y sustantivos de la democracia, sin abandonar su dimensión plural.17 A su vez, puede aportar a complejizar las teorías deliberativas, neocomunitaristas y republicanas de la teoría y la filosofía política, enfatizando la imposibilidad de la plena presencia de los representados y la inevitabilidad de ciertas mediaciones políticas. Finalmente, puede contribuir a entablar un dialogismo con vertientes del socialismo liberal de la filosofía política europea, aportando a la elaboración de una teoría posmarxista de la democracia.

d) Las perspectivas posgramscianas pueden contribuir a sortear los déficits normativos de las vertientes posmodernas del pensamiento político posfundacional, profundizando la construcción de contrahegemonías que trasciendan la dimensión de la negatividad, para edificar alternativas políticas al sistema de dominación. El énfasis en la ontología conflictiva y en la dimensión antagónica, las luchas por la hegemonía y la búsqueda de un ideal de igualdad, participación colectiva y emancipación social, pueden contribuir a establecer un diálogo con la tradición neomarxista, en particular con sus vertientes gramscianas y humanistas.18

En sentido inverso, las áreas centrales de la Ciencia Política tradicional también pueden aportar valiosas herramientas para una mayor complejización de la teoría política posestructuralista, de modo tal que:

a) Las perspectivas objetivistas de la Ciencia Política pueden contribuir a una mayor rigurosidad metodológica de los enfoques posestructuralistas, sorteando uno de sus déficits más relevantes. Pueden aportar, al ordenamiento y la sistematización del conocimiento, sin caer en una mítica concepción cientificista.

b) Las perspectivas más empiristas de la disciplina pueden aportar a la incorporación de cierta base empírica en las investigaciones de orientación posestructuralista, sorteando otro de sus déficits corrientes; incluso, pueden contribuir a incorporar técnicas cuantitativas para respaldar el análisis cualitativo, sin que ello implique perder de vista el énfasis teórico, hermenéutico y cualitativo de análisis de lo social.

c) Las perspectivas racionalistas de la Ciencia Política pueden contribuir a enfatizar la dimensión relativamente racional, estratégica y reflexiva de los agentes, sus formas de interacción social y los condicionamientos provenientes de la lógica instrumental de acción social.19

d) Las teorías neoinstitucionalistas y de política comparada, pueden contribuir a enfatizar en los condicionamientos provenientes del marco institucional y a resaltar los canales de participación y negociación institucionalizados; también pueden contribuir al desarrollo de análisis comparados del discurso, ya sea para comparar o contrastar a referentes políticos de diferentes países, o bien para desarrollar comparaciones históricas en un mismo país.

Finalmente, otras áreas y sub áreas centrales de la disciplina, como el campo de las relaciones internacionales, la administración y políticas públicas, la teoría política clásica y moderna, la teoría social contemporánea y la teoría semiótica, pueden aportar al desarrollo de las perspectivas posestructuralistas y posmarxistas:

a) Las teorías realistas, constructivistas e idealistas de las relaciones internacionales, pueden contribuir a enfatizar en la dimensión internacional en la que se estructuran los discursos y el papel de estas interacciones en la construcción de hegemonías.

b) Las teorías neocorporativas de la administración pública y las teorías neomarxistas de la sociología política y económica, pueden contribuir a complejizar los vínculos políticos, económicos e ideológicos entre el Estado y los actores corporativos —empresariales, sindicales, entre otros—.

c) Las herramientas de las teorías políticas clásicas y modernas pueden contribuir a profundizar la conceptualización de los discursos y al análisis de la construcción de hegemonías, a partir del abordaje de las tradiciones culturales —democracia, liberalismo, republicanismo, socialismo, comunitarismo, conservadurismo, entre otras—. En el mismo sentido, las teorías sociosemióticas pueden contribuir a examinar los aspectos enunciativos y los condicionantes culturales e ideológicos provenientes de los mitos, creencias e imaginarios sociales.

 

A modo de conclusión

Este artículo se refirió a las dificultades de las concepciones predominantes de la Ciencia Política actual para pensar de un modo más complejo lo social, al relegar la primacía del orden significante y la dimensión contingente del conocimiento, las formas de estructuración imaginarias e inconscientes y los límites ontológicos de la realidad social. En el campo ético–político, estos déficits se expresan en el predominio de una visión estrecha sobre la democracia, lo político y la política, que tiende a reprimir la dimensión constructiva, polémica y polisémica de los conceptos. La concepción teórica e ideológica y los presupuestos onto epistemológicos objetivistas y racionalistas, limitan la comprensión de toda la complejidad que adquieren los fenómenos nacional–populares, incluyendo los vínculos pasionales, afectivos y de identificación inconsciente. El énfasis en cuestiones institucionales y procedimentales ha relegado el análisis de las problemáticas económicas y sociales acuciantes —pobreza, desempleo, desigualdad social, explotación laboral—, y sus vínculos directos con la implementación del modelo de capitalismo neoliberal. Finalmente, al concentrarse en el eje institucional de la política, se ha tendido a relegar el análisis de las nuevas formas de participación, protesta y movilización social extrainstitucionales, vinculadas a la existencia de una concepción sustancial y popular de la democracia, que muestra sintomáticamente los límites de la tradicional visión representativa e institucional del liberalismo.

Desde el plano praxístico, bajo el mito de la objetividad científica, la Ciencia Política tradicional relegó la dimensión de crítica radicalizada y, en particular, la praxis política y social tendiente a transformar el modelo–sistema socioeconómico y cultural hegemónico. Esto ha conducido a la disciplina a desvalorizar la relación inherente del campo académico con las demandas acuciantes de la sociedad y a relegar la utilidad, a su vez técnica y política, que presenta la Ciencia Política para promover el desarrollo económico y social de sus habitantes.

La persistencia de prejuicios hacia determinados autores y enfoques, y de importantes diferencias teóricas, conceptuales, metodológicas y onto epistemológicas, ha limitado la posibilidad de profundizar el debate crítico y la complejización de la disciplina. A su vez, se debe reconocer la existencia de fuertes intereses y recelos por poder, dinero y cargos. Las diferencias, en efecto, no son nunca solo teóricas o epistemológicas, sino también —en gran medida— políticas, ideológicas y económicas, con valores, ideales, modelos económicos y socioculturales a seguir y promover, que difieren y en ocasiones se contraponen. Como señala Juan Lucca (2008), la Ciencia Política no es una comunidad homogénea y consensual, al estilo Thomas Kuhn, sino más bien un campo de fuerzas bourdiano, signado por la lucha de poder y prestigio entre dominantes y dominados, y por interminables batallas ideológicas y políticas entre una pluralidad de puntos de vista de la realidad social. Estas diferencias ideológicas y políticas, junto a las tradiciones y costumbres arraigadas, las pasiones subyacentes y los aspectos inconscientes, representan un importante escollo que condiciona el diálogo intradisciplinario.

No obstante estas limitaciones, al menos entre las visiones menos extremistas que tienden al centro del espectro político–ideológico, existen importantes vinculaciones potenciales. Sin caer en un optimismo racionalista, puede establecerse un diálogo intradisciplinar constructivo y enriquecedor, e idealmente, una integración —parcial— interdisciplinaria. Sin embargo, para esto deben presentarse dos precondiciones: a) debe existir una predisposición a la apertura hacia puntos de vista divergentes, que se proponga dejar de lado ciertos prejuicios y preconceptos sedimentados; b) debe existir un consenso compartido en torno a la necesidad de fomentar la más amplia pluralidad y apertura de enfoques y perspectivas teóricas, sociológicas y filosóficas de la Ciencia Política, para complejizar la comprensión de la ya compleja realidad social y aceptar la existencia de múltiples puntos de vista legítimos.

Si se superan estas barreras, tal vez pueda concederse a las concepciones tradicionales de la Ciencia Política la necesidad de que la disciplina mantenga la máxima rigurosidad y objetividad posible, así como la existencia de al menos cierta base empírica que respalde el análisis científico. Las vertientes posestructuralistas, y las perspectivas posfundacionales en general, pueden incorporar un abordaje más amplio de las mediaciones institucionales y una reflexión sobre la relativa racionalidad de los agentes sociales. Pero las visiones predominantes de la Ciencia Política deben también ceder un espacio y esforzarse en explicitar el marco normativo subyacente, la polisemia, arbitrariedad y relatividad de los conceptos empleados y sus límites ontológicos; además, deben reflexionar sobre las vinculaciones de la ciencia con los condicionamientos ideológicos y políticos, la estructura económica y social, los valores culturales, el contexto histórico–político y las múltiples relaciones de poder y dominación en las que inevitablemente se inserta todo conocimiento. El potencial dialogismo implica que ambos bandos atenúen las posturas binarias estrictas, como objetividad versus subjetividad, racionalidad versus irracionalidad, política versus ciencia, teoría versus praxis o pensamiento versus acción, para pensar en formas superadoras que anuden estos conceptos, manteniendo y debatiendo sobre su relativa autonomía. Se puede seguir hablando de una Ciencia(s) Política(s) rigurosa, de base empírica y con pretensiones de objetividad, dejando de lado, si se quiere, el término estudios políticos, pero necesariamente esa Ciencia(s) Política(s) debe ser otra Ciencia(s) Política(s) para otra sociedad y otro mundo. En definitiva, el objetivo académico y científico no puede olvidar su dimensión radicalmente crítica y su meta transformativa, vinculada a la necesidad de contribuir al desarrollo económico y social a largo plazo, y a una mejor calidad de vida de los seres humanos que la integran.

 

Notas

* El artículo se inscribe en el marco de mis temas actuales de investigación y docencia en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, con sede en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Agradezco los valiosos comentarios y sugerencias de Pablo Bulcourf y de los evaluadores anónimos de esta revista.

1 En este punto resulta interesante destacar la crítica desde la epistemología de la complejidad, que señala las limitaciones del ''paradigma de la simplificación'' en las Ciencias Sociales y Humanas para complejizar el conocimiento, y enfatiza la necesidad de pensar en una ''complejidad generalizada'' (Morin, 2001).

2 Frente a quienes señalan que esta dimensión es meramente especulativa, se debe recordar que la dimensión conflictiva, antagónica, contingente y hasta ''pasional'' de la política, fue enfatizada por el propio Maquiavelo (1995).

3 El nuevo institucionalismo, que toma como base el institucionalismo formalista de comienzos del siglo XX, posee una pluralidad de enfoques y corrientes, y no todos los autores realizan la distinción de corrientes del mismo modo. Además, este enfoque se ha desarrollado también en análisis sociológicos y económicos, lo que dificulta aún más su aprehensión. Resulta imposible analizar aquí cada una de estas vertientes, así como sus diferencias internas, por lo que se limita a sus principales lineamientos macroteóricos.

4 El liberalismo ha tenido históricamente dos vertientes ideológicas: por un lado, la vertiente conservadora, que luego se extiende con las corrientes neoliberal y neoconservadora; por el otro, la democrática, que fue adoptando mecanismos de democratización social y ampliación de los derechos ciudadanos (Macpherson, 1982, pp. 20 y ss.).

5 El siguiente esquema toma como base la distinción de tres mesas separadas —cientificista, marxista internacionalista y la visión nacional y popular— propuesta por Pablo Bulcourf y Nelson Cardozo (2011), aunque con modificaciones y agregados propios.

6 En muchos casos, imbuidos de una fuerte herencia de las ideas tradicionales del radicalismo — Unión Cívica Radical (UCR)—, incluyen también una crítica republicana a la corrupción del poder político, haciendo hincapié en las raíces institucionales y culturalistas de los fenómenos sociales — ausencia de división de poderes, frenos y contrapesos y cumplimiento efectivo de las normas del Estado de derecho—.

7 Reconociendo que cada país presenta predominios diferenciales, este artículo se concentra en el análisis del caso argentino, tomando como base a las universidades públicas nacionales. Sobre la visión más empirista de la Ciencia Política en Brasil y México, véanse Fábio Cardoso Keinert y Dimitri Pinheiro Silva (2009), y Víctor Alarcón Olguín (2011, pp. 91 y ss.).

8 Se incluye en el campo del posestructuralismo al psicoanálisis lacaniano, al posmarxismo y a la deconstrucción. Cabe destacar que existen, en algunos casos, fuertes diferencias teóricas dentro de los principales exponentes del llamado posestructuralismo; asimismo, resulta complejo realizar una distinción estricta entre estructuralismo y posestructuralismo, al tiempo que muchos pensadores rechazan esta distinción, o bien reniegan situarse dentro de esta teoría.

9 Se considera al posestructuralismo como una teoría de la política aunque presenta fuertes vinculaciones con la filosofía política y la historia de las ideas, así como con subáreas tales como los estudios culturales —en particular, el feminismo y los aportes del psicoanálisis—, la comunicación y la cultura, los estudios del lenguaje político —análisis del discurso, semiótica— y la sociología política —en particular, la sociología de las identidades políticas—.

10 Cabe señalar que estas contribuciones son compartidas por otras visiones posfundacionales, que adquieren fuerte relación con el posestructuralismo pero que no forman parte de esta tradición francesa, como la hermenéutica y el existencialismo posheideggeriano, la filosofía posanalítica y el pragmatismo anglosajón.

11 También se destacan las contribuciones de Cornelius Castoriadis (1993) y Alain Badiou (2007).

12 Eso no le ha impedido, por momentos, mantener algunos resabios esencialistas.

13 Laclau (2003, p. 74) también destaca el doble aspecto de ''internalidad y externalidad'' de lo real lacaniano, al ser tanto ''el nombre de un lugar vacío, como el intento de llenarlo''. Sin embargo, curiosamente, no examina las implicancias políticas del ''nudo borromeo'' para estudiar los vínculos entre los registros de lo simbólico, lo imaginario y lo real.

14 Una crítica compartida por otros referentes del pensamiento posfundacional, como los posempiristas y los filósofos posmodernos.

15 De modo tal que fenómenos como el peronismo pueden ser entendidos también a partir del ''deseo de reconocimiento'' y las identificaciones afectivas, sin que ello implique limitarlo a los aspectos emotivos.

16 En este punto, las críticas de la epistemología de la complejidad a los límites de las teorías dominantes adquieren una importancia central. De hecho, Edgar Morin puede ser ubicado también dentro de una perspectiva posestructuralista, si se tienen en cuenta sus diálogos críticos con Lefort y Castoriadis, en la Francia de la década de 1950 (Palti, 2005).

17 En este punto pueden hallarse algunas limitaciones que no se discutirán aquí, relacionadas a la formalidad del concepto de populismo de Laclau (2005).

18 Se reconocen los límites teóricos, onto epistemológicos, ideológicos y políticos para promover mayor dialogismo entre el posestructuralismo, las escuelas del marxismo y las vertientes de la filosofía posmoderna; sin embargo, no implica desconocer los múltiples aportes potenciales, sobre todo a partir de las visiones posgramscianas, para complejizar estas perspectivas.

19 De hecho, Laclau (1993, 2003, p. 81) ha reconocido la posibilidad de incorporar conceptos como ''interés'' y ''racionalidad'' al análisis político, y de examinar los condicionamientos económicos, aunque enfatizando su sobredeterminación simbólica y su carácter ''parcial'' y ''precario''; sin embargo, aún se mantiene un déficit en este campo que puede ser subsanado incorporando algunas contribuciones de la teoría social contemporánea de autores como Anthony Giddens (1995). Se destacan, los aportes de Federico Schuster (2005), para examinar las formas individuales y colectivas de protesta social, que integran la dimensión identitaria con el aspecto parcialmente racional y estratégico de la acción social, trascendiendo los límites de las visiones marxistas, racionalistas e institucionalistas.

 

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