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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.47 Medellín July/Dec. 2015

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n47a01 

EDITORIAL

 

DOI: 10.17533/udea.espo.n47a01

 

 

Carlos Gaviria Díaz, un recuerdo todavía vivo*

 

Carlos Gaviria Diaz, A Memory Still Alive

 

 

William Restrepo Riaza1

 

1 Miembro honorífico de la revista Estudios Políticos. Historiador. Magíster en Historia y en Administración Educativa. Doctor en Historia Política. Decano de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales, Corporación Universitaria Remington. Correo electrónico: williamrestrepor@hotmail.com

 

Cómo citar este artículo: Restrepo Riaza, William. (2015). Editorial. Carlos Gaviria Díaz, un recuerdo todavía vivo. Estudios Políticos, 47, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, pp. 9–12. DOI: 10.17533/udea.espo.n47a01


 

 

Hablar de Carlos Gaviria es tarea que me supera, para lo cual no tengo sino la energía afectiva y un reconocimiento al hombre que con su ejemplo de vida abrió el camino a las curiosidades intelectuales de nuestra generación y de aquellas por venir.

Su capacidad de elaboración conceptual fue la base de una construcción e interpretación axiológica y heurística de la norma y de la Constitución, que le permitió abrir el campo hacia el futuro y el cambio de una disciplina, por naturaleza lenta y con muy poca dinámica transformadora, mostrándonos el camino de ruptura, sin salirse de los principios más puros que cultivó y defendió con inteligencia superior. Marcó un hito que solo el futuro sabrá apreciar, porque su visión amplia y de ruptura con todos los órdenes cerrados y autoritarios fue y es causa de un temor naturalmente violento, en un país que apenas ahora apunta a un horizonte de transformación civilizatoria, que Carlos Gaviria desde hace tiempo ha contribuido a forjar y a estimular.

Se apropió del marco normativo y constitucional para elaborar propuestas de cambios radicales; planteó y sacó adelante posiciones y decisiones de carácter social y humano que rompieron con lo establecido, que valen por su trascendencia académica e histórica y por su referencia a los derechos y a la dignidad del hombre, a partir de un compromiso académico con soporte político, de bases éticas y racionales en el pensamiento crítico; aportes que causaron y causan escozor y temor a los adalides del conservadurismo, defensores de una visión anquilosada, estática y ajena a la realidad dura, que exige —como él lo entendió y practicó— una reflexión que permita reconstruir de manera crítica la realidad y superar la abstracción vacua que defiende por defender el statu quo social, disfrazada de una valoración escolástica de la norma, de la ley y de la ética que esconde todos los males propios de una sociedad que muchos quieren defender a capa y espada.

Es necesario valorar a Carlos Gaviria como un símbolo de la libertad que vuela sin límites y construye, de la realidad presente, el futuro que es ajeno a aquellos que lo ven como un peligro para sus propias ideas; ideas cargadas de temores y alimentadas por los odios ancestrales que no permiten que este país se apoye en una concepción de destino abierto y de transformaciones necesarias para una sociedad que avanza a empujones, que se detiene y encierra ante quienes la piensan y la ven distinta, con la lupa del futuro en cambio, del futuro en transformación radical y superior, hacia el ideal de la democracia buscada en sentido civilizatorio.

También valoro la entereza para jugarse su representación en el marco formal de la academia pura, unida a una cultura refinada pero que manejada a su manera, en identidad con la base social, con su amor al arte y a la música, a "todas las músicas mientras tengan un significado, un sentido", en palabras de uno de sus símbolos intelectuales, Wittgenstein.

La fusión entre la vivencia afectiva con la causas sociales y su posición ideológica y política, sustentadas en la democracia y la libertad, fueron sus armas de combate para la práctica del derecho o de su corta pero fructífera y ejemplarizante experiencia en la política, que constituyó la mejor prueba de responsabilidad ética frente a la clase intelectual del país encerrada en las aulas, escondida en la investigación o tras bambalinas.

Mucho más cómodo —y estoy seguro, mucho más fructífero para su carrera en el país— hubiera resultado recoger los logros de su magistral papel y liderazgo que le dio sentido y valor a la Corte Constitucional y a la Constitución, si en lugar de salir a luchar por la democracia desde una postura alternativa hubiera decidido arrimarse a cualquiera de los símbolos del establecimiento, para así alcanzar los puestos gubernamentales más altos de este país. En lugar de tal postura, contraria a su causa y a sus principios éticos, prefirió recibir el apoyo y aval de un grupo significativo de colombianos que consideramos que él siempre fue y será un ideal para la juventud de este país.

Carlos Gaviria encarnó y encarna el símbolo de una nueva forma de concebir la política y la lucha democrática. Prefirió ese apoyo afectivo, simbólico y real por un nuevo país, a costa de ser objeto de las agresiones de un proyecto perverso y mentiroso para enlodar su figura y su valor; símbolo de probidad, decencia y defensor de las causas de una sociedad más justa, libre, responsable y solidaria, una sociedad ciudadana, el ideal filosófico y humano que siempre pregonó, demostrando su validez con energía y compromiso.

Aquellos que lo conocimos en la Universidad de Antioquia, valoramos su relación con el conocimiento del Derecho Constitucional y la Filosofía del Derecho, ejes y centros de su preocupación profesional, pero pensados constructiva y críticamente, con la combatividad discursiva de que hizo gala, ejemplo para las pasadas, actuales y futuras generaciones del país.

Se comprometió con sus ideas más valiosas en relación con la dignidad humana y con la libertad filosófica, que siempre lo encontraron seguro para confrontar las fuerzas nefastas que han dominado a un país que se debate entre el atraso y la miseria, de los cuales se aprovechan las mentes que reproducen la violencia y la negación de aquellos valores y principios que supo elevar con su compromiso, su palabra y su obra.

Me imagino el espacio en que ahora vuela Carlos Gaviria, buscando su lugar en el nuevo cosmos, entre el realismo mágico y el pensamiento crítico, un rincón entre opaco y cristalino, la novena sinfonía; en frente, un cuadro que Botero aún no ha podido realizar para alcanzar su ideal de perfección; y en el centro de ese espacio metafísico, el texto de la mayéutica que tampoco pudo terminar Sócrates, que se apoya en dos líneas figuradas pero nítidas, bases del estatuto histórico, filosófico, político y ético, La Política de Aristóteles y La República de Platón.

Líneas abstractas, ideas que vuelan desde hace mucho y toman asiento en su ilustración, que se apoya en la política de Rousseau para encontrar la episteme y la lógica del positivismo, como guías de un trabajo originario que fue girando en espiral hasta llegar al culmen; haciendo erudición fina, segura, reflexiva y crítica al encontrar a Wittgenstein y a otro grupo de pensadores contemporáneos del arte, la literatura, la poesía, la filosofía, y los demás creadores que hizo propios, que son desconocidos para muchos de nosotros que vamos muy detrás de él.

En este espacio todo se dibuja con una peculiar forma de construir y desarrollar una visión totalizante que hacía del arte una forma de vivencia particular, guardando el contexto reflexivo para dar cabida a la sensibilidad profunda y apostolar, como forma única de simbolizar un humanismo manifiesto en todos los frentes de su actividad y, mucho más, en el contexto imaginado. Y así el espacio se vuelve realidad y se concreta proyectando el rescate de la filosofía moderna, integrando la complejidad contemporánea y delineando el proyecto de futuro que todavía valida —tal vez más que nunca— las bases de la democracia y de los fundamentos no superados de la libertad, el respeto de los valores y derechos del ciudadano moderno.

En este ciclo que ahora inicia, todo vuelve finalmente a integrarse en uno solo, el espacio original imaginado que se ubica en el rincón extremo —aquel en que se fusionó su elaborado y cuidadoso pensamiento—, para colocar del lado de su vida cotidiana el rumor grave, lento y cortado del bandoneón de Troilo que le escapó lágrimas en las noches siempre ordenadas de su bohemia, con la voz profunda y llena de decir el tango de Goyeneche, un eco espacioso y brillante que abre el compás y marca la expresión del tango gavirista, y que también hace parte —mucho más a partir de ahora— de ese espacio imaginado cuyo mito real es sublimado en un hombre que viene desde antes y en su última curda dice su último tango:

Lastima bandoneón, mi corazón,

tu ronca maldición maleva.

Tu lágrima de ron me lleva

hasta el hondo bajo fondo,

donde el barro se subleva.

¡Ya sé, no me digás, tenés razón!,

la vida es una herida absurda.

Y es todo, todo, tan fugaz

que es una curda, ¡nada más!,

mi confesión.

 

Notas

* Una versión de este texto se leyó en el acto conmemorativo a propósito de la muerte de Carlos Gaviria Díaz en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, el 10 de abril de 2015.