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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.48 Medellín Jan./June 2016

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n48a01 

 

 

DOI: 10.17533/udea.espo.n48a01

 

Editorial

 

 

Juan Carlos Vélez Rendón1

 

1 Director del Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia. Correo electrónico: direpoliticos@udea.edu.co

 

Cómo citar este artículo: Vélez Rendón, Juan Carlos. (2016). Editorial. Estudios Políticos, 47, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, pp. 9–10. DOI: 10.17533/udea.espo.n48a01

 


 

 

Pese a los prejuicios que la rodean, la política resulta connatural a la vida en común, expresa el sentido del ejercicio de la convivencia y sirve de medio para que grupos heterogéneos, diversos y plurales acuerden unos fines colectivos y definan los márgenes de acción de mayorías y minorías en una sociedad que se dice democrática. En ciertas circunstancias, la política adquiere una extraordinaria intensidad, penetra hasta espacios insospechados de la vida cotidiana y puede tornarse tempestuosa, situación que por inesperada o incomoda no debería servir para descalificarla o desdeñarla. Así se advierte, por ejemplo, en procesos constituyentes que derivan en una inusitada lucha y movilización por derechos; o en momentos de crisis de regímenes dictatoriales o autoritarios que son aprovechados por grupos sociales tradicionalmente reprimidos para salir a las calles, tomarse espacios simbólicos y cuestionar la autoridad y los cuerpos de representación que legitiman al régimen; o en transiciones de la guerra a la "paz", cuando actores armados compelidos a abandonar el instrumento expedito y "eficaz" de las armas ponen en práctica el lenguaje de la política que supone diferencia, deliberación y búsqueda de acuerdo; o cuando se renueva el gobierno y se alteran jerarquías, prioridades y procedimientos que implican el reacomodo de actores y el aprovechamiento de las oportunidades a su alcance para lograr un lugar influyente en un nuevo escenario. Esa centralidad que adquiere la política, pese a la impetuosidad y a la vehemencia que se puede reflejar en quienes la practican, debería ser un motivo para reconocerla y legitimarla como instrumento ideal para agenciar el cambio social, político, económico o cultural. Lo contrario sería desconocerla y abrir el espacio para el atropello, el autoritarismo o la acción violenta.

El análisis de la política tiene una enorme responsabilidad en la confrontación de los prejuicios que la rodean y en la controversia a las voces de quienes la invalidan o desconocen. Sin embargo, ese análisis, que busca responder con prontitud a la rapidez con que suceden los acontecimientos, a veces es inmediato y no se enriquece con la perspectiva que va mostrando lentamente el carácter de los actores, el motivo y naturaleza de sus acciones, los medios con que las emprenden y los resultados que alcanzan; aunque también esos análisis se hacen a destiempo, perdiendo vigencia e interés salvo para analistas del pasado o, peor, resultan teleológicos o anacrónicos, problemas que suelen atribuirse como riesgo profesional propio de los historiadores, pero en el que incurren frecuentemente politólogos, sociólogos, antropólogos o filósofos, entre otros. El análisis de la política también se empobrece y se simplifica en otras circunstancias: cuando se funda en esquemas y lugares comunes; cuando se ancla en posiciones ideológicas que no reconocen realidades empíricas; cuando se reduce a simples esquemas binarios que al trasladarse a actores, frecuentemente deriva en posiciones maniqueas; cuando privilegia marcos teóricos que desconocen realidades espacial y temporalmente situadas que cuestionan dichos marcos; cuando apelan a enfoques monocausales para explicar realidades fácticas que son el resultado de la confluencia de múltiples factores; cuando el abuso o mal uso de herramientas cuantitativas o cualitativas, refleja más un sesgo político que una opción metodológica seria.

Nuestra actualidad requiere de la política como práctica cotidiana que nos aleje de la violencia y de la tentación autoritaria, así como del análisis político como ejercicio académico constante y riguroso que interpele la molicie ideológica y que confronte el lugar predecible y seguro de esquemas, de verdades parciales y de antiguos clichés. Por esta vía, se enriquecerá la deliberación y el debate argumentado, y con ellos seguramente se afianzará la democracia.