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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.48 Medellín Jan./June 2016

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n48a09 

SECCIÓN GENERAL

 

DOI: 10.17533/udea.espo.n48a09

 

Emociones y cultura política. Análisis de las galerías de la memoria presentadas por el Capítulo Bogotá del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice)*

 

Emotion and Political Culture. Analysis of Public Activities Presented by the Bogotá Chapter of the National Movement of Victims of State Crimes (MOVICE)

 

 

David Eduardo González Caballero (Colombia)1

 

1 Politólogo. Maestría en curso en Estudios Políticos. Joven investigador del Observatorio de Redes y Acción Colectiva (ORAC) del Centro de Estudios Políticos e Internacionales (CEPI), Universidad del Rosario. Correo electrónico: daegonzalezca@unal.edu.co

 

Fecha de recepción: agosto de 2015

Fecha de aprobación: septiembre de 2015

 

Cómo citar este artículo: González Caballero, David Eduardo. (2016). Emociones y cultura política. Análisis de las galerías de la memoria presentadas por el Capítulo Bogotá del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice). Estudios Políticos, 48, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, pp. 157–178. DOI: 10.17533/udea.espo.n48a09

 


RESUMEN

El texto propone repensar el concepto de cultura política como la lucha por el sentido de lo social, para adaptarlo a las necesidades de un trabajo cualitativo y de perspectiva microsocial, mediante la inclusión de insumos teóricos y metodológicos provenientes de las sociologías de los movimientos sociales y de las emociones. Una vez planteada esta concepción renovada de dicho concepto, el texto se ocupa del análisis de las galerías de la memoria desplegadas por el Capítulo Bogotá del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), argumentando que el principal objetivo de estos actos públicos de memoria es la transformación de la cultura política de quienes los observan, en un proceso de resocialización cognitiva, emocional y moral dirigido contra los significados, reglas emocionales y principios morales que dan soporte a determinadas estructuras y relaciones de dominación en el ámbito macrosocial.

Palabras clave: Emociones; Cultura Política; Memoria Colectiva; Crímenes de Estado.


Abstract

The article proposes to rethink the concept of political culture as the struggle for the construction of meaning in the social world, in an effort to adapt this concept to the needs of a qualitative research from a micro–social perspective by means of the inclusion of theoretical and methodological contributions coming from the sociologies of social movements and emotions. After this new conception is outlined, the article undertakes the analysis of the memory galleries presented by the Bogotá Chapter of the National Movement of Victims of State Crimes (MOVICE by its initials in Spanish), arguing that the main purpose of these commemorative public events is the transformation of the political culture of their observers, in a process of cognitive, emotional and moral re–socialization directed against the meanings, emotional rules and moral principles upholding certain structures and relations of domination at the macro–social level.

Keywords: Emotions; Political Culture; Collective Memory; State Crimes.


 

 

Introducción

El texto presenta los hallazgos de una investigación dedicada al análisis de los actos públicos desarrollados por el Capítulo Bogotá del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice). Este texto se enfoca particularmente en las galerías de la memoria y la idea central es que estos actos públicos ponen en juego mecanismos emocionales, morales y cognitivos que buscan modificar la cultura política de quienes los observan, apelando a sensibilidades ampliamente difundidas en el común de las personas, para luego introducir ideas y significados de mayor complejidad, que hacen parte del marco de acción colectiva construido por el movimiento.

Cabe anotar que la elección de la metodología utilizada durante la investigación obedeció a la necesidad de tener acceso a las galerías de la memoria presentadas por el Movice, atendiendo a la manera en que son preparadas y al significado que tienen para quienes las desarrollan. Por este motivo, el trabajo de observación participante realizado durante un año —entre agosto de 2013 y agosto de 2014— inició con la asistencia a las reuniones semanales del Capítulo Bogotá, en las que sus integrantes discuten la coyuntura política, evalúan las actividades realizadas durante la semana anterior y preparan aquellas que se vienen planeando para las siguientes semanas. Esta labor fue complementada con el registro de las actividades de protesta mediante fotografías, grabaciones audiovisuales, así como la recolección de ejemplares del material distribuido durante las mismas.

Por otra parte, la investigación buscó obtener la primera impresión de los transeúntes que se detenían a observar las galerías de la memoria presentadas por el Capítulo Bogotá, para lo cual se realizaron 36 entrevistas cortas semiestructuradas —ocho minutos de duración en promedio—. Estas entrevistas debían ser cortas porque la población objetivo estaba constituida por personas que no tenían prevista su realización y porque su propósito fue obtener datos que permitieran explorar el impacto emocional que causan tales actividades públicas de la manera más espontánea posible.

Se deben resaltar las múltiples limitaciones de esta metodología: a) el tamaño exiguo de la muestra a partir de la cual se extrajo la evidencia; y b) el sesgo que implica que al menos tres de cada cuatro personas se negaran a responder las entrevistas cortas, por lo que existe un subregistro evidente de las personas en las que la galería de la memoria despertó emociones y reacciones negativas; sin embargo, no existía un método más idóneo a disposición del investigador para indagar acerca de las reacciones que estos actos públicos suscitan en la audiencia. No obstante, esta estrategia metodológica, con todas sus limitaciones, representa un esfuerzo por adecuar los métodos de investigación a contextos represivos o de alto riesgo (Massal, 2014), y poner el foco de atención en las interacciones de los movimientos sociales con el público, particularmente en sus reacciones frente a los actos de protesta, aspecto que ha sido desatendido por la investigación sobre la movilización social (Massal, 2014, Benski, 2005).

 

1. Hacia una ampliación del concepto de cultura política

La concepción de la cultura política como subdisciplina de los Estudios Políticos que se ocupa del estudio del terreno en que ocurre la lucha por el sentido de lo social se aparta de la tradición de la "cultura cívica", que reduce la cultura a sus aspectos psicológicos y lo político a los elementos del sistema político. Esta concepción de la cultura política se refiere "al sistema político que informa los conocimientos, sentimientos y valoraciones de su población" mediante el proceso de socialización, por lo que "la cultura política de una nación consiste en la particular distribución entre sus miembros de las pautas de orientación hacia los objetos políticos" (Almond y Verba, 1992, p. 180), con lo cual se pone el énfasis en la dimensión intraindividual, o psicológica, en una perspectiva conductista del fenómeno (Welch, 1993, p. 6).

Este modelo conceptual incide en el diseño metodológico de la cultura cívica, basado fundamentalmente en encuestas y escalas de actitud que permiten medir el grado de desarrollo o subdesarrollo de la cultura política de un país: "por la frecuencia de diferentes especies de orientaciones cognitivas, afectivas y evaluativas hacia el sistema político en general, sus aspectos políticos y administrativos y la propia persona como miembro activo de la política", en una muestra válida de su población (Almond y Verba, 1992, p. 182).

Varias han sido las críticas lanzadas al paradigma de la cultura cívica, pero de acuerdo con Oscar Mejía (2008), la más importante provino de la tradición hermenéutica, por cuanto permitió liberar al concepto de las cadenas que lastraban ambas partes del constructo: la cultura y lo político, así como enriquecer su arsenal metodológico.

En lo tocante a la cultura, el aporte más radical de esta corriente crítica es la introducción del concepto semiótico de cultura. De esta forma, Martha Herrera, Alexis Pinilla, Carlos Díaz y Raúl Infante (2005) destacan que la inclusión del enfoque funcionalista y conductista en la Ciencia Política trajo consigo el gran problema de "reducir la cultura al análisis de los comportamientos y procesos de regulación de valores sociales", con lo cual se omite su rasgo esencial: "entenderla como un sistema de significaciones" (p. 18).

De hecho, Stephen Welch (1993) hace referencia al contraste entre dos perspectivas en el estudio de la cultura política: la conductista y comparativa por un lado, y la interpretativa y sociológica por el otro. Para este autor la elección entre ambas es una cuestión de diseño de investigación, pues a mayor complejidad y detalle en la explicación de una cultura política, existen menores posibilidades de compararla con otra. En el caso de la comparación, el investigador busca aislar un factor específico que le permita contrastar diferentes culturas políticas nacionales, mientras que para el caso de la interpretación, ha de realizar una descripción detallada —y en cierto sentido más adecuada— de la cultura política en cuestión.

También resulta necesario aclarar cuál es la concepción de lo político que resulta coherente con un enfoque hermenéutico de la cultura política. Como antes se vio, la versión funcionalista del concepto establece la identidad entre lo político y el sistema político. Para esta perspectiva, el campo de lo político se agota en el sistema político, lo que resulta en una reducción similar a la que se opera en el término cultura. El texto de Herrera et al. (2005), ofrece pistas al respecto al proponer "abordar las resistencias, las confrontaciones, las propuestas alternativas, los intereses de las clases subalternas", llevando a sus autores a explorar la posibilidad de "no comprometer la noción de cultura política en una relación unívoca con el Estado–nación, dando paso a la noción de culturas políticas en plural" (p. 27). Esta concepción parece derivar de los análisis de autores marxistas heterodoxos como Antonio Gramsci, que se dedicaron a estudiar la complejidad de la superestructura, desarrollando una concepción amplia de la relación entre cultura y política.

De acuerdo con James Jasper (2005), el concepto de hegemonía sugiere que, aun cuando la mayor parte del poder se encuentre en las manos de la clase dominante, la resistencia es posible, debido a que la posición hegemónica de las élites no es automática e implica un trabajo cultural constante para diseminar ideas favorables a su continuidad en el poder. Esta perspectiva contribuyó a resaltar la dimensión conflictual de la cultura, dejando ver la existencia de múltiples iniciativas enfrentadas por el dominio del campo cultural, visualizado ahora como "un paisaje discontinuo y fracturado por las luchas sociales". De esta manera, la cultura deviene "un campo de batalla y a la vez el objetivo estratégico de esa batalla" (Giménez, 2005, p. 64).

Asimismo, de acuerdo con Oscar Landi (1988), la concepción de lo político no debe ser delimitada mediante un criterio semántico que lo identifique con las instituciones —los partidos políticos, por ejemplo—, los enunciadores —los congresistas— o con lo que habla de política, sino —y más importante— por aquello que "realiza ciertos actos transformadores de las relaciones intersubjetivas" (p. 203), que intervienen en la conformación del campo político. Esta concepción de lo político concuerda con la planteada por Oliver Marchart (2009), que siguiendo a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, desarrolla la diferencia existente entre la política y lo político.

Desde esta perspectiva, la política es entendida como el subsistema social dedicado a la domesticación de la hostilidad y la neutralización del antagonismo potencial mediante las prácticas de la política convencional. La política corresponde a la dimensión institucionalizada, al sistema político en el que ocurren acuerdos y negociaciones que constituyen intentos de sublimación del antagonismo fundamental. Lo político, por otra parte, es concebido como acontecimiento, dislocación y posibilidad de subversión de todo significado; como la dimensión del antagonismo en sí mismo, que impide la fijación y la clausura definitiva de todo significado, desde la cual es posible pensar la fundación y refundación de lo social, su continua institución y destitución (Marchart, 2009).

De esta manera, en la medida en que la política resulta una instancia interna a lo social —el sistema político, que comparte el espacio social con otros subsistemas, como el económico—, la diferencia esencial establecida por Laclau y Mouffe es la que contrapone lo social —como momento de sedimentación de las prácticas sociales— a lo político —como momento de reactivación—, que a su vez muestra la naturaleza contingente de las instituciones y da lugar a una nueva institución de lo social (Marchart, 2009).

Pero, ¿qué hay del poder, que resulta ser un concepto central en la mayor parte de las definiciones de la política? Se puede recurrir de nuevo a Marchart (2009), que siguiendo en este punto a Claude Lefort, señala que el poder consiste precisamente en el acto de institución de la sociedad, a partir del cual adquiere sentido y coherencia toda identidad: "el modo en que la sociedad es escenificada por la instancia de poder simultáneamente le da forma (sin el poder la sociedad sería una masa amorfa, informe) y también le confiere sentido" (p. 128).

Los movimientos sociales participan de esta conflictividad alrededor del sentido de lo social y su politicidad está estrechamente ligada con la "continua reconfiguración de las culturas políticas y los procesos de construcción de subjetividades políticas" (Herrera, et al., 2005, p. 31), entendiendo por sujeto un proceso abierto, una búsqueda constante de la identidad que puede ser concebida desde el punto de vista individual o colectivo, y por subjetividad: "la acción social y política de los individuos sobre el mundo" (Herrera et al., 2005, p. 41).

Respecto de la subjetivación, Etienne Tassin (2012), siguiendo a Jacques Rancière, explica que se trata de la producción de cierta capacidad de enunciación a través de una serie de actos, como la toma de la palabra, que le permiten al sujeto aparecer en la escena pública, desde la cual intentará alterar regiones, identidades, funciones y capacidades mediante la producción de subjetividad y sentido; para lo cual aprovechará algunas ideas o significaciones que ya existen en la configuración de la experiencia dada. Sin embargo, este abordaje pierde de vista un componente fundamental: las emociones, ya que como afirma Fernando González (2012), la subjetividad corresponde a la "producción simbólico–emocional de las experiencias vividas" (p. 13).

Para Sidney Tarrow (1992) la cultura política es útil para el análisis de la decisión de participar en un movimiento social, pero para eso es necesario examinarla mediante el recurso a instrumentos más sensitivos que las encuestas y, más importante todavía, "entender la forma en que las personas escogen los símbolos y definiciones de la situación que los conducen a actuar colectivamente, así como la forma en que estos son ofrecidos por los emprendedores de los movimientos, reales o prospectivos" (p. 186), con lo cual esboza la idea de que los movimientos sociales trabajan sobre los símbolos existentes en los ámbitos más generales de la cultura política y las mentalidades sociales para crear marcos de significado más específicos orientados hacia la acción, que les permiten movilizar a otras personas con el fin de alcanzar sus objetivos políticos.

De acuerdo con David Snow (2004), estos marcos de acción colectiva cumplen tres funciones diferentes: a) enfocan la atención, destacando ciertos eventos, situaciones y fenómenos, y separándolos de los demás aspectos irrelevantes; b) articulan los diferentes elementos resaltados, estableciendo una determinada relación entre ellos, de tal manera que favorezcan la transmisión de un significado determinado respecto del conjunto y no otros; c) pueden llevar a cabo una transformación del significado de los objetos de atención y su relación con los actores, como ocurre cuando eventos rutinarios desafortunados son transformados en "injusticias o reivindicaciones movilizadas en el contexto de la acción colectiva" (p. 384).

Con el fin de analizar el proceso mediante el cual los movimientos transmiten el mensaje que han enmarcado para movilizar el apoyo del público, David Snow, Burke Rochford, Steven Worden y Robert Benford (1986), han acuñado el término alineación de marcos —frame alignment—, que se desarrolla mediante cuatro tipos diferentes de estrategia: construcción de puentes —frame bridging—; amplificación —frame amplification—; extensión —frame extention— y transformación —frame transformation—, siendo esta última la forma más ambiciosa de enmarque, ya que implica la introducción de nuevos valores que deben ser plantados y alimentados, procurando, al mismo tiempo, diezmar los significados y comprensiones establecidos, y reenmarcar las creencias mal fundamentadas o enmarcadas de manera adversa por los oponentes.

No obstante, Tarrow (1992) es enfático al resaltar que estos sistemas simbólicos, diseñados por los movimientos sociales para atraer adeptos a su visión del mundo, no son inventados en el vacío, ni surgen de la nada. Precisamente, David Snow y Robert Benford (2000) acuñaron el término de resonancia —frame resonance— para indicar la manera en que los significados culturales existentes inciden en el potencial de los marcos de acción colectiva para ser exitosos desde el punto de vista estratégico. De acuerdo con estos autores, existen dos variables que interactúan entre sí y dan cuenta de las variaciones en el grado de resonancia de un marco: su credibilidad y su importancia relativa para la vida de la audiencia objetivo.

 

2. Cultura política y emociones

Desde el punto de vista de Jeff Goodwin, James Jasper y Francesca Polletta (2001), la mayor parte de las emociones que resultan relevantes para el estudio de la política y los conflictos sociales pueden ser estudiadas a través de las mismas herramientas de otros significados y constructos culturales que poseen una mayor carga cognitiva, en la medida en que comparten con estos muchas similitudes, y en últimas: "las cogniciones se presentan típicamente mezcladas con las emociones y resultan significativas o poderosas para las personas precisamente por esta razón" (p. 15). En su balance de alternativas teóricas como los marcos interpretativos propuestos por Snow y sus colaboradores, señalan que es difícil estudiarlos "sin notar los sentimientos de las personas acerca de creencias y comprensiones específicas" (p. 9).

El descuido de las emociones en construcciones teóricas como las subjetividades políticas y los marcos de acción colectiva le otorgan legitimidad a la pregunta sobre el rol que estas desempeñan en la cultura política, ya que "no puede existir cognición sin sentimientos, ni significado sin emociones" (Melucci, 1996, p. 71). Y como argumenta Jasper (1997), antes que subvertir el logro de nuestras metas, las emociones nos permiten definir nuestros fines, así como motivar nuestras acciones para alcanzarlos.

Abordajes de las emociones como el propuesto por Helena Flam (2005), para quien la investigación enfocada en el nexo existente entre los movimientos sociales y las emociones debe partir de la esfera macropolítica, pueden ofrecer valiosos elementos para una nueva expansión del concepto de cultura política. La autora propone partir de la distribución rutinaria de las emociones cemento, definidas como aquellas que mantienen unida a la sociedad y dan sustento a las relaciones de dominación que la caracterizan. En este grupo se incluye la lealtad y la gratitud, que transmutan algunas relaciones sociales en instituciones permanentes; la ira, cuya expresión por parte de individuos sujetos a determinados roles sociales es sancionada negativamente, por lo que diversos agentes socializadores se esfuerzan por infundir un cierto habitus de obediencia en los niños destinados a interpretar roles subordinados en la adultez; la vergüenza, como mecanismo para garantizar la obediencia de los individuos inconformes, o como medio para fortalecer sistemas de dominación y estratificación que conducen a ciertos grupos a pensarse a sí mismos como inferiores en términos de apariencia, habilidad, moral, entre otros, y que son internalizados y puestos en juego en diversas prácticas e interacciones sociales; el miedo, surgido en estrecha relación con las oportunidades de desarrollo personal, especialmente con el ámbito laboral y los recursos financieros que le están asociados, y en los regímenes políticos represivos por amenazas a la libertad o a la propia vida, convirtiéndose en una barrera para la movilización.

Para esto los movimientos sociales generan contraemociones que subvierten la distribución de las emociones que cimientan relaciones de dominación que les son adversas e intentan resocializar a sus propios miembros, posibles adherentes y al público en general. Los movimientos buscan suprimir los sentimientos autodestructivos —culpa, vergüenza, miedo, depresión, entre otros— derivados de los procesos de socialización, para reemplazarlos con emociones asertivas que favorezcan la movilización de sus miembros, modificando las reglas emocionales del grupo —feeling rules—. Asimismo, señala que este cambio en las reglas emocionales puede extrapolarse a la sociedad en general (Flam, 2005).

No obstante, de acuerdo con Ron Eyerman (2005), las emociones pueden provocar respuestas que conduzcan a la acción, a la reacción o a algo completamente opuesto: el sentimiento de ser incapaz de actuar, por la parálisis que producen el miedo o el terror. Åsa Wettergren (2005) se ha ocupado de la reacción del público ante actos de protesta con un fuerte contenido visual, esforzándose por explicar el involucramiento político de algunos de los observadores. Su principal aporte es el desarrollo del concepto de conmoción moral —moral shock—, que ocurre cuando "un evento inesperado, o un fragmento de información genera tal sentimiento de indignación en una persona que esta deviene inclinada hacia la acción política" (Jasper citado en Wettergren, 2005, p. 111). El choque moral impacta directamente la ilusión cínica que hace posible cierta estabilidad en la identidad del sujeto, generando una crisis de identidad que solo puede ser resuelta mediante el compromiso político. En términos de la teoría del discurso, la dislocación de la identidad que resulta del choque moral, separa a los individuos de la seguridad y comodidad de su vida cotidiana, forzándolos a renegociar su identidad, proceso para el que el discurso del movimiento ofrece unas posiciones de sujeto–identidad reconstruidas (Wettergren, 2005).

Sin embargo, este es solo el primer paso. Los choques morales y demás emociones emanadas de las intuiciones morales permanecen en un nivel básico y visceral que requiere elaboración cognitiva. Como Jasper (1997) explica, la articulación cognitiva permite darle una forma más acabada a las emociones incipientes y los impulsos morales mediante el trabajo ideológico en el que los integrantes del movimiento elaboran un tejido discursivo a partir de los hilos emocionales, morales y cognitivos.

Al respecto, Jasper (2007) propone dos tipologías: en la primera, referente al grado de elaboración cognitiva de las emociones, ubica las diferentes emociones a lo largo de un continuum que se despliega desde las más fisiológicas y automáticas, hasta las más culturales y complejas, y aclara que cada tipo de emoción opera mediante diferentes canales neuronales y químicos, obteniendo cinco categorías: a) las emociones más fisiológicas son las urgencias, que constituyen fuertes impulsos y necesidades que demandan nuestra atención inmediata y relegan a un segundo plano otras metas hasta el momento en que son satisfechas; b) las emociones reflejo, que se caracterizan por ser rápidas en aparecer y menguar, activando programas de acción automática, entre los cuales se encuentran ciertas expresiones faciales, movimientos corporales, cambios en el tono de la voz y cambios hormonales como el incremento en la producción de adrenalina; c) los afectos, que implican una elaboración cognitiva mucho más compleja que la de los dos tipos ya mencionados y tienen una duración más prolongada, están constituidos por agrupaciones de sentimientos positivos o negativos, formas de atracción o repulsión; d) los estados de ánimo, que son definidos como "filtros de percepción, decisión y acción" (p. 82), se cargan de un escenario o contexto a otro y, contrario a las emociones reflejo y los afectos, no tienen una fuente u objeto definido; e) finalmente, ubicadas en el extremo cultural del continuum, se encuentran las emociones morales, delimitadas conceptualmente por su mayor grado de complejidad y elaboración, así como por ser el resultado de nuestras visiones morales del mundo.

Respecto a esta última categoría, Jasper (2007) menciona la pena y la compasión como las emociones que las víctimas suelen generar. Estas emociones morales implican cierto tipo de empatía, en la medida en que sentimos dolor al percibir la situación difícil en que se encuentran otras personas, y este sentimiento puede conducirnos a actuar para remover las causas que lo producen mediante un mecanismo similar al expuesto por Wettergren (2005).

Otra de las emociones complejas en la que Jasper (2007) pone un énfasis particular es la indignación, que surge de la atribución de culpa a un agente identificado como el causante del daño y el sufrimiento de las víctimas, pues "la pena por las víctimas no conduce, por sí misma, a la acción, hasta el momento en que sentimos indignación hacia el villano" (p. 85).

El grado de elaboración cognitiva requerido para la atribución de culpabilidad conduce directamente hacia la segunda tipología, en la que los significados que intervienen en la protesta son clasificados en un continuum que va de los más implícitos, a los más explícitos: a) en el fondo de esta escala se encuentran las sensibilidades básicas, concebidas como constructos incipientes en los que afectos, intuiciones morales y creencias cognitivas aparecen entremezclados, haciendo que una persona sepa cómo se siente frente a un determinado tema antes de desarrollar razones para sustentar tales posiciones, por lo general estas sensibilidades son ampliamente compartidas al interior de una sociedad. (Jasper, 1997); b) las visiones de mundo, siendo aun bastante implícitas, surgen luego de una explicitación de las implicaciones de lo que las personas solo sienten o creen vagamente, y "proveen referencias familiares, tropos, héroes e historias que son, a menudo, adaptadas por ambas partes en una discusión, y seguramente, por movimientos de protesta relacionados" (p. 157); c) en el extremo más explícito del continuum cognitivo Jasper (1997) ubica a las ideologías, que son un conjunto más o menos coherente de creencias y valores explícitos, adoptados por un movimiento de protesta y representan sus actividades más importantes, puesto que deben presentar un programa coherente frente a sus miembros, adherentes potenciales y el público en general.

¿Cómo actuar sobre estos significados para transformarlos? Una de las actividades más importantes al interior de los movimientos sociales es la creación de nuevos significados y símbolos que expresan varios niveles de significado de manera simultánea (Jasper, 1997). A estos últimos los denomina símbolos condensadores —condensing symbols—, que "impactan profundamente las raíces del inconsciente y difunden su cualidad emocional hacia tipos de comportamiento o situaciones aparentemente alejadas del significado original del símbolo" (Edwar Sapir citado por Jasper, 1997, p. 160).

Por esta razón Jasper (1997) argumenta que los choques morales más efectivos "son aquellos encarnados, traducibles y resumidos en símbolos condensadores poderosos" (p. 161). Un símbolo condensador rico en significado atrae nuevos miembros y le da credibilidad a un argumento explícito mediante la connotación de suposiciones implícitas enraizadas en las visiones de mundo y las sensibilidades básicas, mientras que uno débil le es indiferente a la audiencia hacia la cual está dirigido.

 

3. Galerías de la memoria y transformación de la cultura política de los observadores

A mediados de los años noventa, se puso en marcha el Proyecto Colombia Nunca Más (PCNM), que buscaba recuperar y salvaguardar la memoria histórica sobre los crímenes de lesa humanidad perpetrados por agentes estatales y grupos paramilitares, recolectando evidencia que sustentara su carácter sistemático y generalizado en un contexto diferente al de emprendimientos análogos desarrollados en otros países de América Latina, pues "en Colombia, la violación masiva y sistemática de los derechos fundamentales del ser humano se ha dado en el ámbito de regímenes de democracia formal" (PCNM, 2000, p. 7).

En el año 2000 el PCNM reconocía la necesidad de promover una faceta de movilización social de las víctimas de crímenes de Estado, aunque en esa época no había encontrado una "solución adecuada a las dimensiones de movimiento social, que el proyecto ha querido impulsar, y a su relación con una labor investigativa que necesita ceñirse a ritmos, parámetros y dinámicas muy diferentes a las de un movimiento social" (2000, p. 8).

La disyuntiva entre ambos objetivos parece haberse solucionado mediante la idea de que la movilización social debe girar en torno a la información obtenida sobre los crímenes de lesa humanidad, que constituya un insumo para la tarea de involucrar a numerosas organizaciones sociales, familiares de víctimas y organizaciones de derechos humanos, convirtiendo al Movice (2012) en "un cuerpo de exigibilidad, organización y movilización de las víctimas de crímenes de Estado" (s. p.).

Los capítulos regionales constituyen el ámbito más descentralizado de la estructura organizativa del Movice y, de acuerdo con Alexander Herrera (2008), son los que "se esfuerzan por informar la verdad de las víctimas de Estado al 'ciudadano de a pie"' (p. 40), por lo que desarrollan el grueso del trabajo emocional que permite desplegar significados y símbolos mediante actividades como las galerías de la memoria.

Las galerías de la memoria se componen, esencialmente, de varios soportes visuales —pendones— que son transportados por los integrantes del Capítulo Bogotá hacia diferentes sectores de la ciudad, como universidades, monumentos, placas conmemorativas o espacios particularmente transitados. A pesar de las grandes diferencias en términos de fuentes tipográficas y diseño, 70 de los 85 pendones registrados durante el trabajo de campo comparten la característica de mostrar fotografías o imágenes.

La hipótesis que hay detrás de esta clasificación es que las imágenes más fuertes producen el mayor impacto en los observadores, en la medida en que logran tocar las sensibilidades más básicas y viscerales, y generan emociones como la compasión y la empatía por el simple hecho de representar la fragilidad de la condición humana. Quienes se detienen a observarlas tienden a imaginar el dolor o el sufrimiento que las víctimas han experimentado. Si a esto se le añaden otras connotaciones, como la juventud o la inocencia de las víctimas, el efecto es un poderoso símbolo condensador que apela directamente a las sensibilidades y valores más difundidos en la sociedad.

Es posible someter dicha hipótesis a prueba para el caso de los pendones que se exhiben durante las galerías de la memoria. Si se comparan los datos de los pendones clasificados en el grado 1 de la escala que aparece en el cuadro 1 con el número de veces que fueron referenciados en las entrevistas cortas, se obtiene que tan solo 4 pendones, equivalentes al 4,7% (N=85), acaparan el 39,5% de las menciones: 17 de 43.

 

 

El análisis de los pendones exhibidos en las galerías de la memoria permite apreciar que algunos de los que causan mayor impacto en diversas audiencias, como ocurre con el pendón que aparece en la fotografía 1, presentan una estructura simple pero efectiva, basada en dos tipos de contraste: a) la connotación de características y emociones positivas hacia las víctimas y la demonización de los victimarios, a los que se endilgan motivaciones corruptas y un poder inconmensurable fuera de control (Goodwin, Jasper y Polletta, 2001); y b) imágenes fuertes, que muestran el estado en que fueron hallados los cuerpos de las víctimas y remiten al sufrimiento por el que atravesaron, e imágenes de sus vidas cotidianas en las que aparecen desarrollando sus proyectos de vida.

 

 

No obstante, el análisis de los datos recolectados permite determinar que solo 55 de los 85 pendones (64,7%) señalan de alguna u otra manera a los agentes del Estado como responsables de los crímenes descritos, cifra que debería alarmar al Capítulo Bogotá del Movice, si se tiene en cuenta que 1 de cada 3 pendones no está proporcionando información sobre los culpables de forma adecuada. Asimismo, se propone realizar un análisis de los símbolos utilizados en la composición de los pendones, ¿qué significados son los más connotados por los símbolos condensadores que se construyen mediante estos soportes visuales? Siguiendo en este punto la tipología que desagrega los significados de acuerdo con su grado de complejidad (Jasper, 1997), se propone la siguiente clasificación:

 

 

Los significados identificados en el análisis de la composición de los pendones son: a) sensibilidades básicas: la juventud de las víctimas, la familia destruida por la violencia, la crueldad de los victimarios, el sufrimiento de las víctimas, la irrupción de la violencia en una vida tranquila, la inocencia de las víctimas, la mujer y la madre victimizadas, la destrucción; b) visiones de mundo: el silenciamiento de la crítica mediante la violencia, la actuación arbitraria del Estado, los estudiantes victimizados, la impunidad e ineficiencia del Estado, el campesino trabajador victimizado, la brutalidad policial, el engaño del Estado a la opinión pública, las minorías étnicas victimizadas; c) ideología: el legado de lucha de las víctimas como semilla de una nueva sociedad, la huella y la marca que dejan las víctimas en la piel de la sociedad, el carácter sistemático de los crímenes de Estado, la movilización contra la indiferencia y la pasividad, la complicidad del Estado con los victimarios, la búsqueda de la paz y la imposibilidad de lograrla si persisten los crímenes de Estado.

Esta disposición de los significados utilizados para la construcción de los símbolos condensadores obedece a los requisitos necesarios para que el mensaje pueda ser transmitido al público que observa las galerías, es decir, los significados más complejos —ideología—, como el argumento de que la violencia desplegada por el Estado colombiano tiene un carácter sistemático y está dirigida contra grupos específicos, están acompañados de significados mucho más simples y resonantes con las sensibilidades básicas del público en general. Estos últimos parecen hacer las veces de aperitivo que facilita la digestión de los primeros.

Por otra parte, se denomina "impresos" a los plegables, volantes y calcomanías que pueden ser consultados por el transeúnte después de haber observado los pendones de la galería de la memoria, y cuyo formato permite presentar la información de una manera más detallada.

Al discriminar la información contenida en los 38 impresos recolectados, de acuerdo con el grado de complejidad de los significados que intervienen en la construcción de los símbolos condensadores, se encuentra que, tal como se aprecia en el cuadro 3, la frecuencia que se presenta en el caso de los pendones se invierte y los significados más recurrentes son ahora los de mayor complejidad. Esto se debe a que los impresos ponen el énfasis en aclarar y profundizar los significados de la categoría ideologías, que son introducidos de manera superficial en los pendones mediante la descripción pormenorizada de las características de crímenes como la desaparición forzada, por ejemplo, tal como ocurre en el caso del impreso que aparece en la fotografía 2.

 

 

 

 

La investigación también identificó que el tipo de alineación de marcos que predomina en los elementos que componen las galerías de la memoria presentadas por el Capítulo Bogotá del Movice es la transformación, pues representan una ruptura con respecto a la confianza rutinaria en las autoridades y la suposición de que estas trabajan en beneficio del público (Flam, 2005), cuando señalan a los agentes del Estado como responsables —por acción u omisión— de la violación de los derechos humanos de diferentes sectores de la población. Sus características permiten entender las galerías de la memoria como eventos de ruptura que cuestionan directamente los códigos culturales predominantes (Benski, 2005). De esta manera, el enmarque propuesto por la galería de la memoria busca implantar nuevos valores y comprensiones, lo cual produce una confrontación entre los diversos significados a los que los observadores han estado expuestos y genera una sensación de profunda contradicción en algunos de los entrevistados, como lo ilustran algunos apartes de la respuesta de Luis (observador de la galería de la memoria, comunicación personal, mayo 22, 2014):

[...] La contradicción que siento, en sí, es más o menos sobre..., pues en parte por lo que me han dicho sobre la veracidad de algunos eventos, porque es bien sabido por todos que el Gobierno emplea tácticas típicas para lavar el cerebro a la gente, para invisibilizar todo. Que la mayoría, al ser este país tan complejo, la mayoría de cosas pasan en las veredas y nunca se ven, pero, por decirlo así, no sé si es por lo que ellos... pues las personas que le comenté... en algunos casos pareciera como estar parcializado... o sea, no puedo comprobar la veracidad de lo que me están diciendo, ni de un lado ni del otro, eso es la contradicción que siento [...].

Lo que estuve pensando todo este tiempo mientras los estaba mirando, la verdad era —pues tengo amigos que han estado en el Ejército, cosas así— ellos también me dicen muchas cosas como, por decirlo así, en contra de estos actos, y pues ellos saben... bueno, ellos no saben, no; dan la impresión de que mucha gente del país —y muchísima gente sobre todo fuera de Bogotá— buscaría excusar esto, buscaría excusarlos, que todo lo que sea contra la guerrilla es válido y por eso sucedieron estas cosas, y mi impresión es que la mayoría de gente, la verdad, no. A muchísima gente no le importaría esto, a muchísima gente.

Esta entrevista es bastante interesante porque permite apreciar la contradicción interna que la galería de la memoria produce en una persona como Luis, que no había tenido acceso a información detallada acerca de los crímenes de Estado, pero sí había escuchado tipos de enmarque que favorecen una posición completamente adversa de boca de algunos de sus amigos, que han estado en el Ejército. En teoría, podría esperarse que el enmarque que realiza la galería de la memoria tuviese una resonancia negativa en el entrevistado, en razón de su mayor familiaridad con este último discurso. No obstante, la información percibida produce en Luis una sensación de contradicción interna, antes que un completo rechazo. La información que obtiene de fuentes contrapuestas le genera dudas con respecto a su veracidad o acerca de la posibilidad de que la información expuesta esté parcializada. Sin embargo, parece partir de ideas como que el Gobierno emplea tácticas para lavarle el cerebro a la gente e invisibilizar los hechos engañando a la opinión pública, que no parecen pertenecer exclusivamente al marco específico presentado por el Movice, sino a una visión del mundo común en diversos movimientos sociales.

El entrevistado también ofrece pistas sobre el tipo de sensibilidad que puede fundamentar un rechazo tajante al tipo de enmarque que se presenta en las galerías de la memoria, sensibilidad para la que existen ciertos fines en la jerarquía de valores sociales que están por encima del respeto a los derechos humanos, y que pueden justificar su violación siguiendo la máxima: "todo lo que sea contra la guerrilla es válido". Esta especie de aturdimiento, que Herrera (2008) describe en su texto sobre el Movice como la "inmersión de la sociedad de modo absoluto en la negación de la dignidad humana" (p. 85), se suma a otros estados de ánimo y emociones cemento como la pasividad, la indiferencia, el cinismo, la resignación, la vergüenza y el miedo, que sustentan las estructuras sociales y relaciones de dominación en el ámbito macropolítico que el Movice intenta transformar mediante acciones en el ámbito micropolítico.

Vale la pena recordar que los movimientos sociales buscan modificar las reglas emocionales existentes tanto al interior como en el exterior del grupo, con el fin de promover estados emocionales favorables a la movilización social (Flam, 2005). Este esfuerzo resulta evidente cuando se observa que las dieciocho personas a quienes se interrogó acerca de la utilidad de las galerías de la memoria incluyeron en sus respuestas palabras como tomar conciencia, concientizar, reaccionar, darse cuenta de, informar, conocer, cambiar, reflexionar, sensibilizar; y en general todos opinaron que es un ejercicio útil y positivo. No obstante, cuando se preguntó a los entrevistados qué se requiere para que ellos u otras personas se vincularan al movimiento, solo tres entre diecinueve personas se mostraron dispuestos a hacerlo. Esto tal vez esté relacionado con el desbalance existente entre las emociones mencionadas por los entrevistados, pues como se observa en el cuadro 4, son más comunes emociones pasivas como la impotencia y la tristeza que otras más activas y favorables a la movilización social como la ira o el entusiasmo.

 

 

 

Conclusiones

El análisis de los datos recolectados durante la investigación permitió establecer que los entrevistados fueron impactados por aquellos pendones que cumplían dos características: a) un marco de injusticia más o menos completo, que resalta la inocencia de las víctimas y señala la responsabilidad de los victimarios; y b) imágenes que permiten condensar diversas clases de significado, por lo que se transforman en poderosos símbolos con amplia resonancia en diversas audiencias. Sin embargo, a pesar de que las galerías de la memoria presentadas por el Capítulo Bogotá del Movice parecen contribuir a la resocialización emocional de quienes las observan, mediante el recurso a mecanismos como la conmoción moral para modificar algunas sensibilidades básicas y reglas emocionales del público, e introducir símbolos y significados que hacen parte de la ideología construida por el movimiento, no parecen ser tan útiles para propiciar la acción colectiva o el involucramiento de los observadores con el movimiento.

En este sentido, los hallazgos de la presente investigación permiten reforzar algunas de las dudas planteadas por Julie Massal (2014) con respecto al mecanismo del choque moral, particularmente frente a la naturaleza de las respuestas emocionales que produce y su capacidad para generar acción y compromiso en contextos de alto riesgo: "¿son todos los individuos susceptibles de responder a un choque moral mediante la acción política?, ¿no podría ocurrir que las respuestas sean distintas: resignación, sentimiento de impotencia o de inutilidad, o escepticismo con la acción colectiva? [...] ¿es suficiente el choque moral para generar acción y enfrentar un alto grado de represión?" (pp. 332–333).

 

Notas

* El artículo se deriva del proceso de investigación realizado en 2014 para la tesis Memoria colectiva, emociones y cultura política: análisis de los actos públicos presentados por el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado–Movice, Capítulo Bogotá, para optar al título de magíster en Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.

 

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