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Estudios Políticos

versión impresa ISSN 0121-5167versión On-line ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.49 Medellín jul./dic. 2016

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n49a02 

SECCIÓN GENERAL

DOI: 10.17533/udea.espo.n49a02

Diplomacia en transición. La República Popular China frente a la dictadura cívico-militar en Chile*

Diplomacy in Transition. The People's Republic of China Facing the Chilean Civic-Military Dictatorship

Pablo Ignacio Ampuero Ruiz (Chile)1

1 Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política. Magíster en Relaciones Internacionales. Investigador del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales y profesor de la Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo, Chile. Correo electrónico: p.ampuero@udd.cl

Fecha de recepción: febrero de 2016

Fecha de aprobación: abril de 2016

Cómo citar este artículo: Ampuero Ruiz, Pablo Ignacio. (2016). Diplomacia en transición. La República Popular China frente a la dictadura cívico-militar en Chile. Estudios Políticos, 49, pp. 35-54. DOI: 10.17533/udea.espo.n49a02


RESUMEN

El artículo indaga por qué la República Popular de China (RPC) no rompió relaciones con el régimen de Pinochet en Chile como lo hizo la Unión Soviética y, en términos más generales, en qué aspectos esta situación representa un cambio fundamental en la política exterior de la RPC. Se plantea que China mantuvo y posteriormente potenció sus relaciones con el régimen militar chileno por dos razones estructurales: el proyecto político-diplomático y el proyecto económico. A partir de un abordaje crítico y sistémico de las relaciones sino-chilenas, se propone un análisis de la política exterior china que vincula la configuración político-ideológica doméstica con el cuestionamiento de la hegemonía en el ámbito global. Finalmente, se sostiene que la relación con el Chile de Pinochet tenía una doble dimensión para China: por un lado, debía mantener su proyecto político-diplomático, apoyándose en su amistad con países del Tercer Mundo; por el otro, veía con interés el proyecto económico de la dictadura militar, que parecía exitoso en su liberalización económica sin democratización.

Palabras clave: Política Exterior; Liberalización Económica; Reforma y Apertura Económica; Dictadura; China; Chile.


Abstract

The current article enquires why the People's Republic of China (PRC) did not break diplomatic ties with Pinochet's regime following the Soviet Union. On a more general level, it portends which aspects of such event represent a fundamental change on the PRC's overall foreign policy. The research argues that China maintained and subsequently boosted its engagements with the Chilean military regime for two structural reasons: the politico-diplomatic project, and the economic project. It proposes an analysis of China's foreign policy that links the domestic political configuration with the challenge of global hegemony. Finally, the article concludes that China's relationship with Pinochet's regime was double-faced: on the one side, it must advance its politico-diplomatic project, relying on its friendship with Third World countries; and on the other, China took interest on the dictatorship's economic agenda, which seemed to be successful in handling financial liberalisation without democratisation.

Keywords: Foreign Policy; Economic Liberalisation; Reform and Opening Up; Dictatorship; China; Chile.


El modelo que pretendía emular el gobierno chino no era el de Estados Unidos, sino que algo más cercano al Chile de Pinochet: mercados libres combinados con un control político autoritario, combinado con una represión de mano de hierro (Klein, 2008, p. 185).

Introducción

Las relaciones sino-chilenas son muy importantes en el contexto sudamericano. Siguiendo la narrativa tradicional, se suele hablar de los "cuatro primeros" hitos: el 15 de diciembre de 1970 Chile se convirtió en el primer país sudamericano que estableció relaciones diplomáticas con la República Popular de China (RPC); en 1999 fue el primer país latinoamericano en apoyar el ingreso de la RPC a la Organización Mundial de Comercio (OMC); incluso, fue el primer país de la región en reconocer a China como una "economía de mercado"; y en el 2005 fue el primero en suscribir un tratado de libre comercio con el país asiático. Aparte del discurso historiográfico oficial, Chile fue el primer país de la región donde se abrió un Instituto de Cultura China (1952), así como en establecer una inversión conjunta con la RPC para abrir una industria dedicada a la producción de tubos de cobre en Beijing en 1982: Beisheng tongguan youxian gongsi, Compañía de tubos de cobre Beijing-Santiago Compañía Limitada (Embajada de Chile en China, s. f.).

En general, la relación ha estado marcada por un carácter eminentemente económico. A pesar de que Chile buscó entablar relaciones diplomáticas con China desde el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958), no fue sino hasta la presidencia de Salvador Allende Gossens (1970-1973) cuando ambos países se reunieron en París para formalizar sus lazos diplomáticos en 1971 (Matta, 1991, p. 347). Dos años después, un golpe militar acabó abruptamente con el proyecto socialista e instaló una dictadura cívico-militar que se extendió por diecisiete años, sin necesariamente alterar el lazo diplomático entre ambos países (Klein, 2008, p. 71).

Esta investigación busca responder la pregunta de por qué la República Popular de China no rompió relaciones con el régimen de Pinochet como lo hizo la Unión Soviética y gran parte del Pacto de Varsovia. También se pretende ahondar en qué aspectos esta situación representa un cambio fundamental en la política exterior de China. Junto a la RPC, Rumania y Yugoslavia mantuvieron sus legaciones diplomáticas en Chile (Valenzuela y Valenzuela, 1986, p. 317). Hacia los años setenta, estos tres países socialistas seguían políticas exteriores independientes, con relaciones más cercanas a los países de Asia, África y América Latina. No obstante, solo la RPC profundizó sus intercambios económicos, políticos y científicos con la dictadura cívico-militar chilena (Matta, 1991, p. 356).

China mantuvo y posteriormente potenció sus relaciones con el régimen militar chileno por dos razones estructurales: el proyecto político-diplomático y el proyecto económico. El primero corresponde a la proyección internacional de la RPC posterior a su ingreso en las Naciones Unidas, marcado por la expansión de su reconocimiento diplomático como único representante de China, la defensa del principio de no intervención en asuntos internos de otros países, la oposición al "social-imperialismo" de la URSS, el apoyo a una unión del Tercer Mundo, las relaciones diplomáticas no ideológicas, la defensa mutua de reclamaciones territoriales y la cooperación científica en la antártica (Rajan, 1987, p. 57; Xu, 2006, p. 96). En cuanto al proyecto económico, se refiere al interés que China desarrolló en la reforma económica chilena, especialmente a partir de 1978, cuando la política de reforma y apertura -gaige kaifang- buscó el desarrollo económico capitalista sin perder el control del Estado (Cheng y Sun, 2006, p. 26).

Los significativos cambios observados en el manejo diplomático de la República Popular de China desde 1972 hicieron posible la aceptación de un régimen militar anticomunista en Chile, desvinculándose de la tendencia general entre los países socialistas (Matta, 1991, p. 355; Pérez Le-Fort, 2006, p. 130). Para los líderes chinos, la narrativa tercermundista prevaleció por sobre la estrategia de "inclinarse a un costado" -yibiandao-; Asia, África y América Latina emergieron como terceros actores donde nuevas visiones sobre el desarrollo comenzaron a surgir (Han, 1987, p. 254). A la postre, el experimento neoliberal chileno se convirtió en objeto de interés para China, que a fines de los años ochenta lanzó la política de reforma y apertura -gaige kaifang-. El Partido Comunista de China, ávido de un proyecto de modernización que no pusiera en riesgo su hegemonía, abrazó las reformas de libre mercado, sin relajar el control político (Klein, 2008, p. 185).

Las relaciones sino-chilenas son parte integral de un sistema más grande y complejo de cooperación. Cualquier análisis de sus relaciones bilaterales debe comenzar desde la plataforma de lazos regionales en América Latina, cuya condición trascendente es la insondable posición histórica de Estados Unidos; incluso, debido a la extensión temporal del presente estudio, debe considerarse el impacto de la Unión Soviética, tanto en el ámbito político como ideológico. De esto se desprende que el sustrato teórico de la investigación sea más bien sistémico y fundamentalmente crítico.

Es innegable que la República Popular de China (RPC) desempeña un rol gravitante en el sistema de poder internacional hoy en día, incluso como una fuerza productiva avanzada en la presente división internacional del trabajo y la producción (Arrighi, 2007, pp. 351-352). En la misma forma que muchos teóricos críticos y del sistema-mundo han señalado, hay una tendencia notable de un realineamiento del centro económico, cultural e incluso político global hacia el Este (Li, 2008, pp. 14-15). Esta aproximación resulta fundamental para entender la transición de la diplomacia china en el contexto más amplio de desarrollo del capitalismo global y el rol que desempeñó, desempeña y desempeñará en esta transición.

El valor de esta investigación radica en un abordaje crítico y sistémico de las relaciones sino-chilenas. De esta forma, se trata de proponer un nuevo entendimiento de la política china hacia América Latina, rescatando la lectura hecha por los chinos mismos. Entre más se sepa sobre la perspectiva China y su relación con la región, mejores posibilidades tendrán los pueblos latinoamericanos para fortalecer lazos con el gigante asiático, y así poder sentar las bases de un nuevo sistema de relaciones basado en el respeto mutuo, la cooperación y el desarrollo.

1. Marco histórico

Las relaciones entre China y América Latina pueden rastrearse desde los tiempos del Galeón de Manila, que en el siglo xvi llevaba oro y plata extraído de las colonias españolas hacia Filipinas. Al retorno, acarreaban bienes, entre ellos, seda y especies desde el Imperio Ming (1368-1644) (Pérez Le-Fort, 2006, pp. 124-125). Una memoria vívida del periodo son los pesos mexicanos -también llamado dólar español-, uno de los instrumentos más extendidos para intercambio internacional de mercancías, que aún hoy ocupa un espacio relevante en la exhibición permanente del Museo Nacional de China, en el ala oeste de la emblemática plaza de Tian'anmen. Ese es precisamente el testimonio material más evidente de una larga historia de interacción.

Durante la dinastía Qing (1644-1911), una significativa masa de trabajadores chinos arribó a las costas de América Latina. La mayor parte de estos culíes fueron contratados por gobiernos y terratenientes para trabajar en labores intensivas, como extracción de guano, construcción de caminos y en plantaciones. Estas actividades solían ser rechazadas por pobres e indígenas libres, generando un vacío productivo que amenazaba con estancar la economía local. Para el caso peruano, el punto de inflexión se dio en 1840, con la introducción masiva de trabajadores chinos, especialmente en la producción de guano. A pesar de que los inmigrantes firmaron contratos antes de viajar, estos no solían ser respetados por la parte contratante, generando que los trabajadores chinos terminaran en condición de esclavitud, al punto de registrarse trabajos forzados, encadenados y sin salario (Matthew, 1977, p. 40).

Fue gracias a la guerra de 1879, que enfrentó a Chile contra la confederación de Perú y Bolivia, que estos culíes chinos pudieron ser finalmente liberados. Su colaboración con el Ejército chileno sobre el territorio peruano probó ser un elemento clave de inteligencia y logística. Como resultado, las zonas de Arica e Iquique fueron anexadas al territorio chileno, y precisamente debido a su alta concentración de población china, se mantienen hasta el presente como los principales centros de intercambio entre ambos países (Segall, 1967, p. 56).

Las relaciones diplomáticas bilaterales fueron formalmente establecidas el 15 de diciembre del 1970, durante el gobierno de Salvador Allende. Este fue el último paso de un largo trayecto seguido por ambos países. Zhu Xiangzhong, embajador de China en Chile entre 1990 y 1995, señala que el 18 de febrero de 1915 el embajador chileno en Inglaterra se reunió con el representante chino en Londres y firmaron el Tratado de amistad sino-chileno -zhongzhi tonghao tiaoyue-. Este acto puramente formal fue posteriormente confirmado mediante el acuerdo comercial de 1946 entre ambos países, en el que Chile propuso el intercambio de salitre y cobre por mercancías chinas. Debido a la guerra civil en el país asiático y los problemas logísticos, así como el hecho de que ninguno de los dos países poseía suficientes embarcaciones para comercio transpacífico, el primer intento de relación económica directa debió ser pospuesto hasta julio de 1947, cuando se logró enviar veinte mil toneladas de salitre y una tonelada de madera hacia puerto chino. En retorno, la contraparte envió soja, maní, seda, té, alfombras y variadas artesanías (Zhu, 2009, p. 201).

Tras el establecimiento de la República Popular de China en octubre de 1949, Chile mantuvo sus lazos diplomáticos con el gobierno republicano que había emigrado a la isla de Taiwán. En vista de las circunstancias, la RPC desplegó una política de "diplomacia popular", promoviendo relaciones de amistad y desarrollando intercambios culturales y económicos entre los pueblos, lo que eventualmente podría llevar a la formalización de las relaciones diplomáticas estatales (Xu, 2006, p. 103). Entre 1950 y 1959, hubo varias visitas de personalidades chilenas a China: el poeta Pablo Neruda fue invitado como asistente a las celebraciones del día nacional en 1951; el líder socialista Salvador Allende visitó el país en 1954; y el renombrado artista plástico José Venturelli pasó una buena parte de su vida en medio de la elite política y cultural de Beijing. Estos contactos informales paulatinamente decantaron en instituciones formales, como por ejemplo, la fundación del Instituto Chileno Chino de Cultura el 1 de octubre de 1952, que apuntaba a profundizar la amistad mutua y el vínculo cultural (Sha, Yang, Jiao y Sun, 1986, p. 278). Nueve años más tarde, Chile aceptó la presencia de representantes de la Oficina de Prensa de la Corporación de Importación y Exportación de la República Popular de China, renombrada en 1965 como la Oficina de Asesoría Comercial del Consejo para la Promoción del Comercio Internacional de China -zhongguo guoji maoyi cujin weiyuanhui-.

En 1970, Salvador Allende asumió como Presidente de Chile. Ya antes de ganar las elecciones había instruido a su futuro ministro de Relaciones Exteriores, Clodomiro Almeyda, de consultar con Ling Ping, representante comercial de China en Santiago, acerca de los pasos a seguir para el establecimiento de las relaciones diplomáticas. Para discutir una propuesta de comunicado conjunto, en diciembre del mismo año Enrique Bernstein, embajador de Chile en Francia, se reunió en París con su contraparte china, el diplomático Huang Chen. El comunicado final fue firmado el 15 de diciembre de 1970, y en él la parte chilena reconocía al gobierno de la República Popular China como el único gobierno legítimo de China, rechazando la reivindicación de soberanía por parte del gobierno de Taiwán. En consecuencia, una vez publicado en el Diario Oficial,el 5 de enero de 1971, los representantes taiwaneses en Santiago raudamente retornaron sus credenciales y dejaron el país (Matta, 1991, p. 351).

A pesar de que la revolución china no constituyó un referente político sustancial para la izquierda chilena en general, el rol de Salvador Allende como presidente del Instituto Chileno Chino de Cultura y su visita a Beijing en 1954 fueron eventos fundamentales en el desarrollo de la necesaria confianza mutua. Al otro lado del Pacífico, los comunistas chinos veían con escepticismo la experiencia de la "vía chilena al socialismo". La insistencia de la izquierda tradicional chilena por asumir la vía democrática en función de la estabilidad política y social, y el compromiso firmado por el presidente Allende por respetar la constitución y las leyes nacionales no hacían mucho sentido en la visión marxista china. El Partido Comunista de China conocía muy bien las dificultades para conquistar y asegurar el poder revolucionario, y eran capaces de ver la imagen general de las contradicciones y amenazas en el proyecto chileno. El primer ministro Zhou Enlai fue enfático en sus declaraciones sobre la revolución en Chile. En una entrevista con el periódico mexicano Excelsior (1971, septiembre 6, p. 1) señaló que "La elección no consolida el poder por sí sola. Todo gobierno debe contar con su propia Fuerza Armada, democrática o proletaria, que lo asegure en el poder". Aún más, en distintas ocasiones insistió en que la vía chilena era demasiado ambiciosa, rápida y que no contaba con los medios necesarios para oponerse al imperialismo americano (Matta, 1991, p. 354; Zhu, 2005).

La historia confirmó las sospechas de Zhou Enlai. El 11 de septiembre de 1973, las fuerzas combinadas del Ejército, la Aviación, la Armada y la Policía atacaron la casa de Gobierno y desplegaron su violencia contra la población desarmada. De ahí en adelante, bajo liderazgo del general Augusto Pinochet se consolidó una dictadura cívico-militar de diecisiete años que llevó al país por una ruta muy distinta. La lectura sobre la situación que realizó el viceministro chino Qiao Guanhua fue muy elocuente sobre la posición que asumió su gobierno. En su comunicado se señala que:

El Presidente Allende ofreció su vida en su cargo. Expresamos nuestras más profundas condolencias por su muerte heroica, y al mismo tiempo, consideramos necesario recordar cuán dañina es la absurda teoría de la transición pacífica para las luchas revolucionarias anti-imperialistas que los pueblos de Asia, África y América Latina han seguido. Esta teoría ha sido promovida por una de las superpotencias: la URSS (Pérez Le-Fort, 2006, p. 131).

2. El golpe frente al mundo

El golpe militar chileno sacudió a la comunidad internacional. En el campo socialista, la Unión Soviética inmediatamente canceló sus relaciones diplomáticas con el nuevo gobierno en Chile. No obstante, solo tres países socialistas mantuvieron a sus representantes en el país: la República Federal Socialista de Yugoslavia, la República Socialista de Rumania y la República Popular de China. En el caso de Yugoslavia, el país se había distanciado de la línea soviética desde su expulsión del Cominform en 1948, nutriendo su economía a través de intercambios con países en desarrollo de Asia, África y América Latina. Hacia 1961, Yugoslavia se convirtió en uno de los países fundadores del Movimiento de Países No Alineados, consolidando la independencia de su política exterior. Rumania, en cambio, se opuso a la división del trabajo al interior de la Comecon tras su reactivación en 1955. Dichos planes relegaban al país a la explotación de recursos naturales, lo cual se oponía a su propia proyección como una nación socialista industrializada (Valenzuela y Valenzuela, 1986, p. 317).

Tanto Yugoslavia como Rumania recibieron comunistas chilenos en el exilio, no así China (Angell, 2013, pp. 66-69; Montalva y Navia, 2007, p. 4). Para muchos sectores de la izquierda chilena tradicional, la decisión china resultaba muy difícil de entender, toda vez que los intercambios políticos, económicos y culturales se habían expandido durante el gobierno de Salvador Allende.

A pesar de que China comenzó siendo muy cautelosa en la forma de llevar sus relaciones con la dictadura chilena, es posible evidenciar una transformación radical tras la implementación de la política de reforma y apertura -gaige kaifang-, manifestándose en un incremento drástico del comercio bilateral, cooperación y visitas oficiales precisamente desde 1978 (Cheng y Sun, 2006, p. 25; Jiang, 2001, p. 20). La antinomia subyacente aquí se plantea en términos de soberanía y dependencia, en donde la condición común de ser naciones tercermundistas y en desarrollo actuó -y sigue actuando- como la narrativa fundacional de unas relaciones particularmente saludables entre ambos países. Sin embargo, al menos discursivamente, la aproximación de China hacia la dictadura militar chilena debió ser cautelosa, toda vez que la imposición de la voluntad autoritaria, la violencia política y la recurrente violación de los derechos humanos hacían cada vez más resonancia en la comunidad internacional (Cheng y Sun, 2006, p. 25).

En función de comprender la contradicción aparente desde el punto de vista chino, esto es, constituir una comunidad política autoritaria pero aun así restringir su relación hacia otras entidades similares, se necesita entender cómo los líderes en Beijing interpretaban la realidad del momento. Según el embajador chino en Santiago de Chile entre 1990 y 1995, Zhu Xiangzhong, la situación internacional de los años setenta experimentó un cambio profundo. El estatus de la República Popular de China en el sistema- mundo estaba mejorando progresivamente, hasta el punto de convertirse en el único y legítimo representante de China en la Naciones Unidas en 1971. En febrero del siguiente año, el presidente estadounidense Richard Nixon visitó Beijing, conduciendo el inicio de la normalización de las relaciones entre ambos países. Esta visita sirvió igualmente como un mensaje positivo hacia América Latina, que estando tradicionalmente bajo la sombra de la política exterior de Washington, percibió el acercamiento como una luz verde para formalizar relaciones diplomáticas con el país asiático (Zhu, 2009, p. 201).

3. Una explicación de la reacción china

Chile ha cultivado una larga relación de conocimiento y cooperación mutua con China. Como ya se señaló, los contactos bilaterales desde los años cincuenta, a pesar de ser principalmente simbólicos, fueron muy significativos para ambos lados. Por una parte, Chile apoyó las reclamaciones territoriales de China, y también fue muy activo en la promoción de la cultura china y su presencia en la región; en retribución, China apoyó la defensa chilena sobre las doscientas millas náuticas de aguas territoriales (Pérez Le-Fort, 2006, p. 130) e igualmente proveyó de ayuda humanitaria durante los días de escasez en el gobierno de Salvador Allende.

Sin perjuicio de lo anterior, el elemento central tras las decisiones en la política exterior china era su necesidad de oponerse a la Unión Soviética. Tras la muerte de Stalin en 1953, Nikita Khrushchev comenzó a mostrar una aproximación más cercana y cálida con China. El carácter de las relaciones sino-soviéticas entre 1953 y 1955 se fundó en la cooperación bilateral para contribuir a la reconstrucción económica de China y promover su posición internacional (Chen, 2007, p. 106); sin embargo, la alianza prontamente se rompió debido a la intensificación del debate teórico, y la insistencia china por avanzar en su programa nuclear. En 1956, Nikita Khrushchev realizó una crítica a la carrera política de Stalin en su discurso en el Vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). La forma en que calificó su liderazgo fue considerada como injusta por los camaradas chinos. Estas sospechas se sumaban a las reclamaciones por control soberano de la ruta ferroviaria del noreste de China, financiada por la Unión Soviética. La lectura del momento fue que el nuevo secretario general del PCUS estaba traicionando la revolución y entregándose al revisionismo y al social- imperialismo, lo cual desencadenó una serie de acusaciones que distanciaron a ambos países y la llamada polémica de la línea general en el Movimiento Comunista Internacional (Garver, 1993, p. 64).

Los comunistas chinos criticaban a su contraparte rusa por intentar eliminar el legado de Stalin, y al mismo tiempo perseguir una política intervencionista en Hungría. En respuesta, el Partido Comunista de China fortaleció su línea política, insistiendo en la necesidad de mantener la revolución permanente. Esta narrativa más radical, que sirvió para argumentar las campañas del gran salto adelante y de la revolución cultural, entre otras, se erguía en contradicción con el principio de coexistencia pacífica promovido por la Unión Soviética (Garver, 1993, p. 59).

Una distinta interpretación del marxismo y su aplicación para el desarrollo del Estado socialista complicó profundamente las relaciones entre ambos países. El distanciamiento alcanzó un punto crítico en los años sesenta, cuando la URSS rechazó el apoyo al programa nuclear chino y retiró a sus científicos del país asiático. Al mismo tiempo, apoyó a India en su disputa territorial con la RPC. Para 1969, enfrentamientos fronterizos entre China y la Rusia soviética consolidaron el quiebre absoluto entre ambos países. A partir de este punto, la Unión Soviética fue acusada de "social-imperialista", convirtiéndose en la mayor contradicción -y amenaza- para China en el periodo, al menos hasta la primera mitad de los años ochenta (Chen, 2007, pp. 83-84).

Había una clara intención por parte de China de expandir su influencia en América Latina, particularmente después del alineamiento de Cuba con la Unión Soviética (Matta, 1991, p. 350). La mayor parte de los países latinoamericanos que establecieron relaciones diplomáticas con la RPC lo hicieron después de la visita oficial de Richard Nixon a Beijing, lo cual demuestra la condición secundaria de China en la región, frente a una presencia político-cultural comparativamente más fuerte de la tendencia prosoviética entre los partidos comunistas latinoamericanos. Consecuentemente, desde una visión pragmática, la dictadura chilena era en esencia tan antisoviética -o incluso más- como las autoridades chinas (Matta, 1991, p. 355). En este sentido, bajo la doctrina china de subyugar todas las políticas ante la contradicción principal del periodo, la relación con una dictadura anticomunista del Tercer Mundo no era necesariamente conflictiva, precisamente porque ambos tenían un enemigo en común.

Es importante anotar que esta política no fue una decisión consensuada, ya que existen reportes que hablan sobre la presión ejercida por ciertos grupos al interior del Partido Comunista de China para truncar las relaciones diplomáticas con Chile, mientras otros preferían esperar y observar el curso a seguir por la Junta Militar (Matta, 1991, p. 355). Esto explica la ausencia de una declaración oficial desde Beijing reconociendo al nuevo régimen y, al mismo tiempo, por qué el recientemente nombrado embajador de la RPC en Chile, Xu Zhongfu, dejó el país a la espera de nuevas instrucciones. A la postre, la dirigencia china se acogió a los Cinco principios de la coexistencia pacífica -heping gongchu wuxiang yuanze-,1 cuya aplicación sirvió para mantener las relaciones con Chile, y paralelamente ganarse la crítica por parte de la Unión Soviética (Zhu, 2009, p. 202).

Esta actitud demuestra uno de los cambios más fundamentales en el carácter de la política exterior china: la transición de unas relaciones centradas en lo ideológico a otras centradas en lo pragmático, fundamentalmente de carácter comercial. En este sentido, el Gobierno chino fue muy cuidadoso en sus acercamientos con Pinochet. Chile tomó la iniciativa cuando en 1975 comenzó a considerar una aproximación con los países del Pacífico, bajo la premisa de tolerancia ideológica (Pérez Le-Fort, 2006, p. 132). La intención fue bien recibida: primero, el magnate chileno Ricardo Claro visitó Beijing en calidad de embajador extraordinario y plenipotenciario en 1975, donde discutió sobre asuntos económicos con altas autoridades de la RPC. Dos años más tarde, China concedió un crédito por 62 millones de dólares al régimen cívico-militar chileno; posteriormente, en 1978, Hernán Cubillos, ministro de Relaciones Exteriores, visitó China, concretando la firma de acuerdos para el intercambio militar y cultural.

El proceso de reforma y apertura en China vino a confirmar el comienzo de una nueva era en el país que, desde el punto de vista de su política exterior, se manifestó en el fin de relaciones de tipo político-ideológicas y su cambio por unas de enfoque comercial. Esto se evidencia en el análisis del flujo comercial bilateral entre 1970 y 1980 (véase tabla 1). El periodo correspondiente al gobierno de Salvador Allende experimentó un crecimiento sustancial de exportaciones hacia China, particularmente de cobre y otros minerales, mientras que las importaciones desde el país asiático fueron considerablemente más bajas, inaugurando una era de balance comercial positivo para Chile, en detrimento de su contraparte asiática.

En 1974 se alcanza el punto máximo de exportaciones chilenas, mientras que las importaciones de la contraparte china prácticamente desaparecieron. Lo primero se explica a través de la finalización de ciertos contratos relativos a materias primas asumidos en el periodo anterior, mientras que lo segundo se justifica en el reabastecimiento espontáneo del comercio local posterior al golpe militar. El resto de la década evidencia que las relaciones comerciales nunca fueron realmente truncadas. En el caso de las exportaciones chilenas, se mantuvo una relativa baja intensidad de transacciones que exponencialmente se rehabilitó como consecuencia de la política de reforma y apertura. En cuanto a las importaciones chinas, la tendencia es similar. Hay una recaída significativa en el momento inmediatamente posterior al golpe militar, que progresivamente comienza a levantarse hacia 1978.

Entre los años 1981 y 1990, ambos inclusive, (véase tabla 2), correspondientes al desarrollo del neoliberalismo en Chile, las exportaciones hacia China vieron una tendencia sinusoidal de crecimiento, mientras que las importaciones comenzaron a remontar significativamente a partir de 1986. Este año, simultáneamente, marca el momento en que la crisis de la deuda golpea a los países latinoamericanos, sacudiendo sus economías; sin embargo, observando el intercambio total, la tendencia es relativamente estable, lo cual puede interpretarse como un guiño de relaciones bilaterales saludables, incluso si la balanza comercial seguía siendo negativa para la RPC.

El nuevo régimen en Chile estaba dispuesto a apoyar las reclamaciones territoriales de China, especialmente aquellas sobre Taiwán y Tíbet, y fue especialmente respetuoso del principio de no interferencia en los asuntos domésticos, posiblemente esperando apoyo recíproco en asuntos similares después del distanciamiento diplomático de la comunidad internacional contra el Chile de Pinochet. Para China, el aislamiento diplomático de Taiwán era fundamental para el mantenimiento de relaciones con otros países, cuyas bases debían hacer mención explícita de la aceptación de la existencia de "una China". En este sentido, la RPC no gozaba de mucho espacio de acción, considerando que un quiebre de relaciones con Chile podría significar un restablecimiento de la diplomacia entre Santiago y Taipéi, perdiendo un apoyo importante en una región históricamente más cercana a la isla (Jiang, 2001, p. 20).

En un tono similar, la RPC apoyó los reclamos territoriales del Gobierno chileno sobre la Antártida. Esto permitió que, gracias a la asistencia de Chile, China pudiera establecer su primera base científica, la Estación Gran Muralla, que inició funciones el 20 de febrero de 1985, ubicada precisamente en el territorio chileno antártico (Montalva y Navia, 2007, p. 4). Raudamente, los científicos chinos comenzaron a investigar en las áreas de oceanografía, cubriendo los mares sureños y el océano Antártico, y desarrollaron importantes investigaciones en torno a la meteorología, la aeronomía, la geofísica, la geología, la geomorfología, la biología, la física marina, la química marina y la hidrología (Rajan, 1987, p. 57).

Las tropas chilenas estacionadas en la zona no solo ayudaron a construir las instalaciones, sino que también asistieron a los chinos con el transporte de provisiones y equipamiento.2 Es precisamente por experiencias como estas que la relevante relación entre China y Chile, entendida como una realidad específica a la condición de países del Tercer Mundo, no debería ser tomada con liviandad. La búsqueda por el desarrollo económico y el respeto irrestricto de los Cinco principios ayudó a construir un marco político hábil para el mantenimiento de relaciones diplomáticas bajo cualquier condición. Aun más importante, estos principios fueron establecidos por China como respuesta a su aislamiento diplomático y la necesidad de conectarse con otros países en desarrollo, que no necesariamente se habían alineado con alguna de las dos grandes potencias. En consecuencia, a pesar de las diferencias ideológicas y políticas, China y Chile encontraron que no había limitaciones para la cooperación económica y social de mutuo beneficio.

En una mirada más profunda, China manifestó cierto interés en las nuevas reformas que la dictadura chilena estaba implementando. Wang Jie (1984), en su balance de la primera década del golpe militar, señala: "Pinochet no es solo un soldado, sino también un político. Las políticas llevadas a cabo en los primeros diez años de su mandato han probado que él no representa el sentido tradicional de un 'caudillo', pero de un nuevo tipo de dictadura militar, también conocida como régimen militar capitalista" (p. 24).

4. La lectura china de la reforma chilena

Wang Jie (1984) se refiere a la esencia misma de la nueva dictadura, no solo en Chile, pero ampliada a toda América Latina y, posteriormente, a todo el globo. Los gobiernos militares no eran una novedad en la región, pero la mayor parte de ellos tomaban el poder en función de la protección de la identidad nacional y la soberanía; por tanto, eran fundamentalmente nacionalistas y desarrollistas. En este último punto, la naturaleza del régimen de Pinochet era absolutamente distinta y contradictoria, esto es, divorciar nacionalismo de desarrollismo, pero aún más, imponer por la fuerza la radical ideología económica del neoliberalismo.

En consecuencia, Pinochet recibió conforme el llamado Ladrillo, un documento de quinientas páginas que detallaba el programa económico desarrollado por chilenos graduados de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago. La existencia de un régimen cívico-militar en el país respondía de forma idónea a las teorías de Milton Friedman (Klein, 2008, p. 5) para la implementación del libre mercado, que supone el uso de una terapia de choque, ya sea una dictadura militar, un fenómeno de convulsión social, desastres naturales, entre otros, que generen una consciencia de vulnerabilidad colectiva (pp. 52, 63). De esta forma, la población tiene mayor capacidad de resiliencia ante la implementación de políticas radicales de liberalización del mercado. El neoliberalismo, o el capitalismo de la Escuela de Chicago, desconfía del Estado y niega su responsabilidad social, por tanto, se opone a la idea tradicional del Estado desarrollista (Harvey, 2007, p. 2; Klein, 2008, p. 137).

Después de la muerte de Mao, y con Deng Xiaoping como nuevo líder, la dirigencia del Partido se sentía muy ansiosa sobre la inestabilidad del sistema pos revolución cultural. En consecuencia, la necesidad de crecimiento económico acelerado se vislumbraba como la única vía de escape. Tal como menciona Naomi Klein (2008, p. 283), y demostrado por la evidencia histórica, China vio positivamente lo que estaba ocurriendo en Chile con la versión local de reforma y apertura económica. Deng Xiaoping estaba absolutamente comprometido en la tarea de "modernizar" la economía y convertirla en una basada en corporaciones, tanto que en 1980 su gobierno invitó a Milton Friedman para dar una serie de conferencias en Beijing y Shanghái. Cientos de oficiales de alto nivel, académicos y economistas estaban presentes. Era una posición cómoda para el Gobierno chino, considerando que Friedman sostenía que las libertades políticas son incidentales, incluso innecesarias, en comparación con la libertad de comercio sin restricciones (Klein, 2008, p. 283). Este divorcio entre capitalismo y democracia parecía estar funcionando bien para Chile.

En particular, la valoración china de la reforma chilena se centró en cuatro puntos clave. Primero, la importancia de la presión política para forzar control social. Pinochet hizo uso del recurso de estado de emergencia para proscribir partidos políticos y restringir acciones sociales, y al mismo tiempo, se apoyó en el ejército para asegurar su hegemonía. Este estilo estricto de administración de la política y la sociedad, como ha sido señalado por varios autores, fue el elemento central que aseguró el desarrollo económico de Chile (Klein, 2008, pp. 154-155; Wang J., 1984, pp. 25-26).

En segundo lugar, la promoción de la política de privatización y el auge de la economía chilena. A pesar que el gobierno chino ha reconocido que la clave para lograr estabilidad política radica fuertemente en el desarrollo económico, la vía de los Chicago Boys fue criticada por ser muy radical, rauda y desconectada de la realidad local; sin embargo, la dirigencia china admiraba los efectos positivos de la menor presencia estatal y de la privatización de ciertos sectores de la economía. Al mismo tiempo, acordaron disminuir el gasto fiscal para así incrementar los ahorros, lo cual últimamente ayudaría a fortalecer la hegemonía, abrir el país y aumentar la riqueza (Wang S. Y., 1986, p. 28).

Tercero, el cambio positivo de la opinión pública y la lucha por reconocimiento diplomático. El Gobierno chino vio con buenos ojos cómo Chile recibía cada vez más atención de la comunidad internacional debido a su estatus económico. No es un misterio que líderes mundiales de la época como Margaret Thatcher estuvieron particularmente interesados en el régimen de Pinochet. A la postre, tanto Ronald Reagan como la Dama de Hierro aplicaron programas económicos similares en sus respectivos países. Eventualmente, China se benefició de las ventajas de la reforma económica y de mayor reconocimiento diplomático, cuyas consecuencias probaron ser positivas para su propio desarrollo nacional (Cheng y Sun, 2006, p. 25).

Finalmente, la forma en que Pinochet manejó las contradicciones del sistema y las crisis que surgieron. La sociedad chilena bajo la dictadura estaba muy lejos de ser armoniosa, el activismo social y las crisis económicas tuvieron gran presencia, especialmente en la segunda mitad de los años ochenta; en consecuencia, había un interés por parte de los economistas neoliberales, como de los chinos, de observar las capacidades de manejo de crisis del Gobierno chileno. En este sentido, la rígida estructura del Estado autoritario probó ser efectiva, en cuanto que hacía posible la ejecución de respuestas radicales y aceleradas sin preocuparse de la aceptación social ni de la crítica política (Cheng y Sun, 2006, pp. 25-26). A pesar de que China criticó las violaciones a los derechos humanos en los países de América Latina, esta parecía balancearse con los éxitos de "milagro económico" que ha mejorado la vida de miles de personas. Dicha visión ha quedado impresa en la narrativa china sobre la dictadura militar chilena, como muestra el ejemplo de un artículo publicado por la agencia Xinhua con ocasión de la muerte de Pinochet: "durante sus 17 años de mandato, la economía chilena se ha desarrollado significativamente. Sin embargo, más de 3.000 personas desaparecieron o fallecieron, y 28.000 fueron encarcelados" (Yao, 2006, diciembre 10).

Conclusiones

La dictadura militar chilena coincidió con el eje transicional en la política china. Las nuevas líneas ideológicas promovidas por la RPC -consolidación diplomática, oposición a la Unión Soviética, promoción de relaciones con países del Tercer Mundo y búsqueda por el desarrollo económico- ayudaron a conformar un marco de política exterior crecientemente pragmático. En consecuencia, cuando la Junta Militar se proclamó anticomunista, que en términos geopolíticos significaba antisoviética, y valoró sus posibilidades estratégicas en el océano Pacífico, China comprendió que no había conflicto de intereses, muy por el contrario, eran perfectamente complementarios.

En el frente político-diplomático, las relaciones sino-chilenas se beneficiaron enormemente del apoyo mutuo en reclamaciones territoriales y el respeto de los Cinco principios. Desde la perspectiva china, Chile se convirtió en un socio importante para la defensa de Taiwán y Tíbet como partes integrales del territorio de la República Popular de China; asimismo, esta amistad fue clave para el lanzamiento de su programa científico en la Antártida, incluso, Santiago fue la posición de avanzada para la estrategia diplomática del país asiático en la región. Esta narrativa ha sido reafirmada constantemente por ambas partes aludiendo a los "cuatro primeros" de la relación bilateral. Entre ellos, el apoyo chileno para el acceso de la República Popular de China a la OMC y la firma del tratado de libre comercio han sido transcendentales pasos en la reemergencia global de China después de la Guerra fría.

En el área económica, debido al desarrollo limitado de la economía chilena, esta se sustentaba fundamentalmente en la exportación de recursos naturales, especialmente cobre, salitre y otros minerales, posteriormente incluyendo papel, frutas y vino. En retorno, China envía a Chile productos manufacturados. Considerando la escala, dicho flujo comercial ha ayudado a alimentar la maquinaria industrial china, tanto como a abrir nuevos mercados para posicionar sus productos manufacturados. Al mismo tiempo, gracias a la mayor integración de las economías latinoamericanas, Chile ha servido como plataforma de conexión para otros países en la región, tales como Argentina y Brasil.

En términos generales, las relaciones sino-latinoamericanas han transitado desde contactos socioculturales hasta cooperación económica oficial. Esta transición ha sido especialmente buena para la región, que mayormente ha mantenido un balance comercial positivo frente a China. Sin embargo, la tarea fundamental de conocimiento mutuo ha sido pasada por alto, especialmente por parte de América Latina, lo cual ha limitado las posibilidades de mejores y más amplias oportunidades de cooperación.

En suma, las experiencias latinoamericanas no han sido ajenas a la emergencia de China en el sistema internacional. No se debe reducir el carácter de sus relaciones a un fenómeno puramente económico, sino que hay un trasfondo cultural y político relevante que es necesario evaluar. Tal como demuestra el caso aquí expuesto, el desarrollo político y económico de la dictadura cívico-militar chilena sirvió como caso de estudio para la modernización de la RPC bajo Deng Xiaoping. Una revisión de fenómenos similares en la historia diplomática puede ayudar a entender mejor el presente y futuro de las relaciones entre China y América Latina, tanto como a interpretar mejor qué significa nuestra región para la contraparte asiática.

Notas

* La presente investigación fue realizada bajo el auspicio de la beca Conicyt, Chile, para estudios de maestría en Peking University, China.

1 Política empleada por la RPC para resolver su conflicto con India en 1954. En 1955 fue presentada por China en la Conferencia de Bandung, instancia con la cual el país buscaba defender la autonomía de los pueblos, proteger la paz mundial y establecer un gran hito en la lucha por el progreso de la humanidad. Los Cinco principios son: a) respeto mutuo de la soberanía territorial; b) no agresión; c) no interferencia en los asuntos domésticos; d) igualdad y beneficio mutuo; y e) coexistencia pacífica (Han, 1987, pp. 79-80).

2 Aludiendo a una nota personal, mi padre visitó dos veces la Estación Gran Muralla, en 1987 y 1993. Él cumplía funciones como enfermero naval en Punta Arenas, y en ambas ocasiones partió en visitas amistosas para revisar la condición en que se encontraban, conversar y compartir con sus camaradas chinos. En una de aquellas visitas, mi padre desarrolló una amistad esporádica con uno de los soldados asiáticos, el cual le regaló una interesante piocha con forma de flor de loto, de brillante color verde, inscrita en su cara exterior con dos caracteres: youhao, "amistad". Esta anécdota personal es el reflejo perfecto de las relaciones sino-chilenas en el momento: una asociación de confianza mutua que estratégicamente puso sus diferencias a un lado para avanzar sus intereses en el terreno internacional.

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