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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.62 Medellín Sep./Dec. 2021  Epub Dec 15, 2021

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n62a02 

Sección general

Maricas en movimiento. Tensiones, estrategias y contradicciones en la emergencia del Movimiento de Liberación Homosexual en Colombia, 1975-19901 **

Queer on Movement. Tensions, Strategies and Contradictions in the Emergence of the Homosexual Liberation Movement in Colombia, 1975-1990

Elkin Naranjo Yarce1 

Zaira Agudelo Hincapié2 

Guillermo Antonio Correa Montoya3 

1 Colombia. Periodista. Magíster en Estudios Socioespaciales. Grupo Género, Subjetividad y Sociedad (GIGSS), Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia UdeA. Calle 70 No. 52-21, Medellín, Colombia. Correo electrónico: eandres.naranjo@udea.edu.co - Orcid: https://orcid.org/0000-0003-4550-4416 - Google Scholar: https://scholar.google.com/citations?user=eGRweS0AAAAJ&hl=es

2 Colombia. Politóloga. Magíster en Estudios Socioespaciales. Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, Universidad de Antioquia UdeA. Calle 70 No. 52-21, Medellín, Colombia. Correo electrónico: zaira.agudelo@udea.edu.co - Orcid: https://orcid.org/0000-0001-6850-7201 - Google Scholar: https://scholar.google.com/citations?hl=es&user=OWQy0wwAAAAJ

3 Colombia. Trabajador Social. Magíster en Hábitat. Doctor en Historia. Grupo de Investigación en Intervención Social (GIIS), Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia UdeA. Calle 70 No. 52-21, Medellín, Colombia. Correo electrónico: guillermo.correa1@udea.edu.co - Orcid: https://orcid.org/0000-0002-0514-4068 - Google Scholar: https://scholar.google.com/citations?hl=es&user=Mi33nhoAAAAJ


Resumen

Este artículo aborda los primeros quince años del denominado Movimiento de Liberación Homosexual (MLH) en Colombia, con la intención de comprender sus estrategias políticas y culturales de acción, así como sus tensiones y contradicciones frente a los desafíos histórico-culturales de una sociedad con fuertes anclajes en una moral sexual cristiana. El artículo se inscribe en la corriente de estudios de las disidencias sexuales y de género, la cual parte de valorar la subjetividad, las experiencias y las trayectorias abyectas de los sujetos disidentes, cuestionando el establecimiento de las hegemonías de la heterosexualidad y la homonormatividad, para lo cual se llevaron a cabo entrevistas a profundidad, así como una revisión bibliográfica y documental que incluyó el rescate de documentos personales de León Zuleta y de los archivos de las revistas Ventana Gay y De Ambiente, fuentes poco utilizadas en las investigaciones de corte histórico en disidencias sexuales y de género que arrojaron información fundamental sobre las prácticas del naciente movimiento y las dinámicas propias de quienes se empezaban a reconocer públicamente como homosexuales o gais.

Palabras clave: Movimientos Sociales; Homosexualidad; Disidencias Sexuales; Identidad; Subjetividades Políticas; Colombia

Abstract

This article explores the first fifteen years of the so-called Homosexual Liberation Movement (HLM) in Colombia, aiming to understand its political and cultural strategies of action, as well as its tensions and contradictions in the face of the historical/cultural challenges of a society with strong anchors in Christian sexual morality. The article is part of the trend of studies of sexual and gender dissidences, which starts from appraising the subjectivity and the abject experiences and trajectories of dissident subjects, questioning the establishment of the hegemonies of heterosexuality and homonormativity, for which, as part of the research process, interviews in depth were carried out, as well as a bibliographic and documentary review, which particularly included the rescue of personal documents from León Zuleta and the magazines Ventana Gay and De Ambiente, sources rarely used in historical investigations about sexual and gender dissidences, which provided fundamental information on the practices of the nascent movement and the own dynamics of those who were beginning to publicly recognize themselves as homosexuals or gays.

Keywords: Social Movements; Homosexuality; Sexual Dissidence; Identity; Political Subjectivities; Colombia

Introducción. Un sujeto emerge en movimiento

Para hablar de la emergencia de procesos organizativos en torno a «la cuestión homosexual», parafraseando a Didier Eribon (2001), es necesario advertir que la categoría movimiento social ha sido abordada tradicionalmente a partir de los conflictos de clase, es decir, como expresión de resistencia por parte del movimiento obrero que se oponía a las condiciones sociales, económicas y políticas de la época. Sin embargo, aunque el movimiento social tuvo su primera expresión en el sujeto obrero, a partir de la década de 1960 los movimientos sociales comenzaron a explicarse a partir de una amplia variedad de sujetos políticos organizados que no reclamaban únicamente la redistribución, sino el reconocimiento de una pluralidad de sujetos colectivos.

Algunos de los teóricos de los movimientos sociales han sido Sidney Tarrow (1997), que explica un movimiento social desde atributos como el «desafío colectivo», la solidaridad compartida y la capacidad de crear una disrupción pública gracias a una «acción sostenida en el tiempo» (p. 21). Por otro lado, Charles Tilly (2009) explica los movimientos sociales como organizaciones globales de distintos grupos a quienes los une un «agravio común» (p. 17) que es llevado a la contienda política en forma de reivindicación colectiva para producir sentidos de identidad, reconocimiento y existencia que fortalecen el tejido conectivo que da paso a la organización. Sin embargo, una perspectiva que permite explicar mejor las acciones, objetivos y sentidos de la movilización de personas con orientaciones sexuales e identidades de género disidentes la presentan los teóricos de los nuevos movimientos sociales, al mostrar que las acciones colectivas de estos movimientos no se vinculan solo con la demanda de la distribución, sino al reconocimiento de otras contradicciones en la esfera de la política, la cultura y las relaciones entre géneros. En esta línea se vinculan teóricos como Alain Touraine, que sostiene que «los movimientos sociales no apuntan directamente al sistema político, más bien intentan constituir una identidad que les permita actuar sobre sí mismos (producirse a sí mismos) y sobre la sociedad (producir la sociedad)» (Amparán, 1999, p. 60), por lo que el sentido de su accionar aparece vinculado a interrogar y dotar de sentido las relaciones sociales desde la vida cotidiana.

Es justamente a partir de este enfoque que pueden leerse los movimientos en torno a la cuestión homosexual-gay, que como lo recoge Carlos Figari (2010) tiene su origen en 1960, es decir, nace de forma paralela al movimiento de otros sectores sociales como los indígenas, las negritudes y las mujeres. Su bandera de lucha pasó por revertir el estigma de la homosexualidad a «una categoría política afirmativa de la diferencia» (p. 227). En el caso de América Latina, el movimiento surge en redes informales que se vinculan para producir distintas acciones de resistencia desde enfoques y perspectivas distintas (Figari, 2010).

En Colombia este movimiento tuvo sus particularidades, disputas y diferencias internas en el ámbito teórico, así como en la lucha social; dificultades provistas por el entorno, como una jurisprudencia adversa,2 la introducción de un nuevo código de policía, la moral sexual hegemónica, las representaciones sociales negativas imperantes en el imaginario social y cultural del país, y el accionar de grupos armados de la denominada «limpieza social», así como la aparición del VIH-sida, que no solo generó pánico entre los militantes del joven movimiento social, sino que también generó rupturas frente al deber ser del movimiento y la orientación que sus acciones debían tener.

1. Nace una lucha: la liberación sexual

Aunque es difícil precisar el punto de emergencia del Movimiento de Liberación Homosexual (MLH), si se acepta que los movimientos sociales «no reivindican sólo obtener o garantizar derechos ya definidos, sino ampliarlos y participar en la definición del tipo de sociedad en la cual quieren incluirlos, de participar de la invención de una nueva sociedad» (Carvalho, 1998, p. 12.), es comprensible que se haya tomado el 28 de junio de 1969 como un punto de partida para el movimiento de liberación homosexual-gay en el mundo, esto a raíz de las revueltas del bar Stonewall Inn en Nueva York, ya que esta confrontación se revistió de un carga simbólica contundente que inspiró una movilización social más activa (Caro, 2020). Por un lado, porque un grupo de personas se resistió físicamente a la opresión de la que eran víctimas constantemente, tal como lo hacían otros movimientos sociales para la época; y por otro lado, porque el hecho generó que el movimiento saltara a las calles, a lo público. Los discursos que circulaban en pequeños grupos y por medio de publicaciones se vociferaban ahora en las calles en medio de arengas y de un ambiente de protesta.

Es importante insistir en que pese a que las revueltas de Stonewall Inn sean consideradas un hito fundacional no quiere decir que con ellas nació el movimiento. Desde un siglo antes, 1868, empezaron a emerger con fuerza discursos y acciones que cuestionaban el establecimiento de la heterosexualidad como norma y que exigían un cambio en la manera en que era entendida la homosexualidad y, por ende, el trato y la condición que adquirían los sujetos que disentían de esa norma sobre los cuerpos, la sexualidad y las identidades (D’Emilio, 1983).

Desde el coming out del alemán Karl Ulrichs,3 hasta el surgimiento de la Sociedad Mattachine en la década de 19504 como un referente de organización social de homosexuales, proliferaron grupos de diferente índole con algo en común: la reivindicación de sujetos situados como periféricos a un orden de heterosexualidad obligatoria.

Los motines de Stonewall no crearon un movimiento de liberación gay a partir de cero. La simiente había comenzado ya a germinar para la época (…(. Stonewall fue el catalizador que permitió a los homosexuales de ambos sexos reivindicar para sí el ejemplo, la perspectiva y la inspiración de los movimientos radicales surgidos en la década de 1960 -el poder negro, la nueva izquierda, la contracultura y, sobre todo, el feminismo-, y dar el gigantesco paso hacia la liberación (D’Emilio, 1983, p. 7).

Ahora bien, más allá de disputar Stonewall como origen de un movimiento, es innegable su influencia internacional y sus ecos en diferentes regiones. Este hito tuvo una referencia clave en el MLH colombiano, dadas tres coincidencias que serán analizadas a continuación: la fijación de un hito fundacional, pese a acciones, agrupaciones y discursos previos; la inspiración, apoyo y cercanía del naciente movimiento con otros movimientos sociales; y el distanciamiento entre posturas mas radicales y conservadoras.

En Colombia también se reconocen acciones, discursos y grupos durante la primera mitad del siglo xx, como los Felipitos,5 que en la década de 1940 se conformaron en grupo de apoyo y encuentro de hombres homosexuales, no obstante, su existencia aún carece de fuentes. De este modo, el hito fundador del MLH está fechado en 1977 con la primera edición de seis que tuvo el periódico El Otro en Medellín, publicación liderada por León Zuleta: «con su propuesta SEX-POL (sexo y política) tiene como su primer gran logro el romper el silencio que a todo nivel se tendía sobre la temática gay» (De Ambiente, 1985, p. 6). Para Fernando Alvear (comunicación personal, agosto 12, 2017), quien en la época era un estudiante de bachillerato y posteriormente se integró al naciente movimiento, «lo más bonito es que al principio no fue un movimiento, lo que surgió fue una fuerza vital, impresionante en esta ciudad, que es la de León Zuleta». El mismo Zuleta (1986) identifica la publicación de El Otro como la base para lo que posteriormente se conoció como el Movimiento de Liberación Homosexual (MLH). En ese mismo texto se explica el origen y el sentido crítico y radical que quiso darle al movimiento, el cual posteriormente se convertiría en confrontación con otros activistas y otras corrientes que disentían de estas posturas:

La historia del movimiento homosexual colombiano como fuerza social de expresión orgánica y política surge en consecuencia del fracaso del proyecto de revista de un sector de estudiantes de Filosofía y Letras de la U. de Antioquia, que en 1975 pretendía agenciar un vehículo de comunicación libertaria y contracultural. De allí surgen tres procesos simultáneos y de efectos sociales muy diversos: los anarquistas […], las feministas […] y los homosexuales (Zuleta, 1986, p. 3).

El Otro desapareció tras seis ediciones, pero provocó el surgimiento casi simultáneo de dos grupos: en Medellín, el Grupo de Estudio de la Cuestión Homosexual (Greco), y en Bogotá, el Grupo de Encuentro y Liberación Gay (GELG). Desde la perspectiva de Fernando Alvear quien hizo parte del Greco, «lo que León estaba haciendo era dándole salida a una fuerza vital escondida y resguardada con temor en los cuerpos, que necesitaba encauzar» (comunicación personal, agosto 12, 2017). Mientras que el Greco en Medellín fue más casual e informal, el GELG en Bogotá fue quizás un ejercicio más organizado y, en ese sentido, se planteó cuatro objetivos:

Comunicación y ayuda mutua […]. El nuestro es, ante todo, un grupo de amigos. […]. Nuestro grupo se preocupa por brindar un ambiente en el cual los gays encuentren oídos, comprensión, simpatía y reserva ante sus problemas […]. Recreación […]. Nuestro grupo busca ampliar para los gays, la estrecha perspectiva del bar, por medio de actividades de recreación diversas […]. Concientización [sic] […]. Se trata, pues, de llegar a términos con nuestra propia naturaleza por medio del fortalecimiento de nuestra comprensión teórica de la misma [sic]. […] Proyección social, es evidente que nuestra aspiración final es la de convertirnos en una verdadera fuerza, capaz de influir decisivamente en la manera de pensar de la sociedad y en las leyes que la rigen con respecto a lo gay (Ventana Gay, 1980, p. 7).

Estos objetivos y la estructura posterior que se implementó para llevarlos a cabo, por comisiones, inspiraron la mayoría de los colectivos de diversidad sexual y de género que se crearon en el país hasta finales de la década de 1990. El GELG se reunía inicialmente en una biblioteca cristiana, según recuerda Manuel Velandia (comunicación personal, 3 de mayo, 2017), entre cuarenta y setenta personas cada sábado, pero una vez la biblioteca los expulsó y el Parque Nacional se convirtió en el lugar de encuentro, se empezó a disolver el grupo, no solo por el espacio, sino también por diferencias entre sus integrantes. Velandia recuerda que «empiezan grandísimas discusiones porque los que estaban en partidos políticos tenían unas posiciones frente al tema que reñían con la de sus partidos, los estudiantes a veces no sabían dónde estaban parados, los maestros ya tenían demasiados rollos, entonces había demasiadas discusiones».

El Greco, por su parte, según recuerda Alvear (comunicación personal, agosto 12, 2017) congregaba entre diez y doce personas, por nombrar algunas: William García, Jorge Duque, Laura Villegas, Mario Quintero, Ángela Quintero, Aicardo Oliveros, Gabriel Bermúdez y Miriam Echavarría. Llama la atención la presencia activa de una significativa cantidad de mujeres, que Alvear ubica en el feminismo. Entre las actividades del grupo se destacaron las reuniones semanales, un cine club y algunos paseos y fiestas de gran convocatoria.

El Greco y el GELG tuvieron orientaciones diferentes, mientras el GELG pretendía transformar la forma en que la sociedad comprendía lo «gay» a través de acciones y el empoderamiento de los «gays», el Greco pretendía transformar estructuralmente la sociedad y su comprensión de la sexualidad en general, partiendo del estudio teórico o académico, y de acciones directas basadas en la lucha social.

Posterior a estos dos grupos surgieron más experiencias colectivas de movilización durante la década de 1980 y en diferentes ciudades del país, como Bogotá, Medellín, Cali y Pasto, según la revista Ventana Gay (1982), que evidencia también que esos esfuerzos no lograban larga duración en el tiempo. León Zuleta (1986) explica que eso se debía a que esa fuerza inicial «decayó cuando muchos jóvenes y hombres homosexuales, pudieron abandonar sus temores y sentimientos de culpa (aunque no totalmente) y abrir las babosas bocas de los negociantes que vieron sus tabernas y discotecas llenas de consumidores ansiosos» (p. 5).

Simultaneo al intento de formar los primeros grupos en 1980, surge una iniciativa de constituir un grupo que pudiera combinar el arte y la política. Este grupo, denominado Eliogabalus, se preguntaba por el lugar de la homosexualidad a través del cuerpo y las expresiones artísticas como talleres de dibujo, escultura, antidanza y antiteatro. Igualmente, se intentó constituir un grupo de cristianos gays, un grupo de personas que procuraba conciliar su creencia religiosa con su orientación sexual, al amparo de El Otro y de Ventana Gay. Su inspiración provino de la comunidad gay norteamericana católica Dignity, original de Boston, Massachussets. Salvo por el anuncio de creación, en ninguna publicación durante la década de 1980 aparece nuevamente información sobre este grupo, pero se ha reconocido su papel en el resurgir del movimiento a mediados de 1990, especialmente con el sacerdote Carlos Ignacio Suárez en Bogotá y el grupo del Discípulo Amado; igualmente en Medellín, ciudad en la que este grupo devino en la primera organización LGBT legalmente constituida en el país, Corporación Amigos Comunes en 2001.

Pese a lo efímero de las intenciones por constituir grupos y generar mayor movilización, al movimiento se le atribuyen en sus primeros diez años ciertos logros. Desde la perspectiva de León Zuleta (1986) fueron: conseguir el reconocimiento de la existencia de un sujeto homosexual en unas condiciones particulares, relacionadas a contextos de discriminación, pero que no eran una «especie» naciente, sino que habían estado presentes a lo largo de la historia; lograr que los medios de comunicación hablaran de la homosexualidad, aunque esto no quiere decir que no se hiciera de forma prejuiciosa; que la reforma del código penal de 1980 ratificara que varones mayores de 14 años podían tener prácticas homosexuales en privado; la irrupción del sujeto homosexual como sujeto de estudio de las ciencias sociales; la posibilidad de reconocimiento e identificación entre pares -para Zuleta es fundamental la oportunidad que tuvieron de reunirse, crear grupos, hacer fiestas, reconocerse a sí mismos, entre otros-; finalmente, se valoran los aportes internacionales y la constante comunicación con activistas y académicos de otros países.

2. Discursos y prácticas: los retos del movimiento

En el movimiento de la cuestión gay-lésbica norteamericano hubo presencia de al menos dos corrientes políticas que definieron su horizonte y al mismo tiempo crearon campos de referencia para otros movimientos. Una ha sido caracterizada como más asimilacionista, representada fundamentalmente con la Mattachine Society, cuyo objetivo era encontrar un lugar en la sociedad, demostrar que los «homófilos» eran ciudadanos ideales que encajaban en la estructura social, moral, política y económica: «Harry Hay formuló la teoría de que los homosexuales no eran individuos degenerados, enfermos o equivocados, sino una minoría cultural oprimida, al igual que los negros. Por esa razón, los homosexuales tenían que organizar su propio movimiento de liberación» (Noir, 2010, p. 134). También surgieron otras posturas más radicales que encontraron en las revueltas de 1969 un detonante para reafirmar que lo que se requería era una transformación de toda la estructura social: «Mientras que los activistas de las generaciones anteriores habían luchado por una mayor aceptación y la despenalización de la homosexualidad en los países donde ella existía, las generaciones siguientes a Stonewall exigirán el reconocimiento social» (p. 137).

En Colombia también se dio esa diferenciación, aunque con variables significativas: por un lado, las elaboraciones discursivas apuntaban en su mayoría a entender que era la sociedad y la estructura de la sexualidad las que había que intervenir, producto de que el movimiento se consolidara posterior a 1969 con su grito libertario y que mayo de 1968 había creado una ficción significativa de contracultura, creando un punto de referencia. Pero en la práctica las acciones parecieron enrutarse hacia posturas más asimilacionistas, en parte porque el discurso no lograba transcender el panfleto y las reflexiones de pequeños grupos, las realidades sociales apremiaban y el mercado habría otras posibilidades para el encuentro, la identificación, la inclusión y hasta el ser.

Para la primera postura es determinante León Zuleta, ya que en cierta medida sus escritos en El Otro inspiraron la movilización inicial. Él entendió la necesidad de transformar la sociedad en su conjunto y no tan solo adecuarla. Ahora bien, es fundamental señalar que el lugar de enunciación de esta propuesta ha sido personalizado en la figura de León Zuleta, pero en la práctica León estaba siempre acompañado de amigas feministas, como la poetisa Piedad Morales, Angela Quintero y otras mujeres de amplia influencia: «Y esta política revolucionaria frente a la psicosexualidad tiene sus implicaciones en la medida en que la apertura social al deseo es una condición básica para que exista también deseo de revolución que cambie la sociedad cambiando la vida» (Zuleta, 1986, p.19).

Como ya se ha advertido esta postura de Zuleta influyó a quienes conformaron diferentes organizaciones y colectivos, entre 1980 y 1987, así sus discursos tenían también este llamado a la movilización y la transformación de estructuras como la familia, el Estado, la iglesia y la moral.

Este enfoque articulado en la voz de Zuleta es el resultado de una serie de acciones, personas y lecturas políticas combinadas. El feminismo, las corrientes comunistas y socialistas en las cuales León militaba, la importante influencia del filósofo francés Guy Hocquenghem, especialmente sus textos El deseo homosexual (1972) y La deriva homosexual (1977), el activismo sindical y sus compañeras de lucha formaron las condiciones de posibilidad para un sujeto como León Zuleta, aunque sea siempre necesario leer en él a un sujeto plural, que no apareció de la nada.

Producto del intercambio internacional de información, caló también en el país un discurso más moderado en el que palabras como aceptación, normalidad y decencia empezaron a figurar en discursos que buscaban más una inclusión que una transformación: «se cae en la tendencia internacional del out of the closet y lucha por una IDENTIDAD GAY u homosexual» (Zuleta, 1986, p. 4), discursos más anclados a la realidades sociales de esas personas cuya orientación sexual o identidad de género estaban por fuera de la heteronormatividad:

Es hoy una realidad que los homosexuales de Colombia, han empezado a reunirse y están aprendiendo a sentirse satisfechos de sí mismos, a ayudarse mutuamente, a superar la alienación, tomando conciencia de sus intereses comunes y de la fuerza que resulta de la unión.

(…( Liberarse no es la mera posibilidad de poder: en un bar, cine o cualquier lugar a puerta cerrada: hacer, decir, una y otra cosa… Nuestra liberación consiste en conquistar gran cantidad de reivindicaciones, tales como ser aceptados socialmente en nuestra real identidad: seres normales, aun cuando no respondamos a la normalidad estipulada por los celosos celadores del orden dado en nuestra sociedad (Ventana Gay, 1980, pp. 3-5).

Un movimiento que afrontaba entonces dos frentes de lucha: uno programático, en cuanto a la inserción de sus reclamaciones en ámbitos como el académico, el social y el político; y otro orgánico, el de lograr constituirse como movimiento. Este tuvo que afrontar una especie de ruptura por la presencia de diversas posturas en su interior, que iban desde concepciones ideológicas hasta enfoques de movilización. León Zuleta (1986) resumió así los alcances de las dos posturas más preponderantes, diferenciando entre quienes se centraron en la cuestión homosexual como un asunto de homosexuales y quiénes lo extendieron como una cuestión de toda la sociedad:

La presencia de esos seres humanos reconocidos por el sexo y no por ninguna otra capacidad o cualidad no era un asunto que debiera ser asumido por los «homosexuales» mismos, en el reconocimiento de sí, en una sexualidad para sí. Sino que era la sociedad misma la que debería ser puesta en cuestión al conceder tanta importancia a esa clasificación discriminatoria de unos semejantes enmarcados y estigmatizados como «maricas», «cacorros» (p. 4).

Es clara la postura de Zuleta frente a la disyuntiva, pero el filósofo va a generar una ruptura más en el ámbito de las discusiones teórico-académicas que el movimiento no estaba preparado para asumir, una discusión que se puede considerar adelantada para su época y que años más tarde será abordada por la teoría queer, los transfeminismos y quienes ahora reivindican las disidencias sexuales, de género y corporales: el asunto de qué tan transgresoras son categorías como homosexual y gay pride, o en qué medida refuerzan la estructura heterosexual:

Sin embargo, muchos homosexuales pensaron que solo con el hecho de admitir ser reconocidas las pulsiones «homosexuales» en unos cuantos, eso significaría la totalidad del proceso liberador y de emancipación sexual, ignorando que precisamente esa clasificación era cara al poder heterofascista para el caso de una profilaxis social en un determinado gueto y que el hecho de ser admitida socialmente la presencia de los «homosexuales» eso no quería decir que se acabaran los temores infundidos, inconscientes, ni los deseos interiorizados de muerte a los mismos [sic] (Zuleta, 1986, p. 5).

Esta postura de Zuleta, este discurso y otros, como él mismo reconoció, no lograron escalar a un público más amplio. El discurso de Zuleta estaba cargado de tecnicismos, conceptos filosóficos, antropológicos y políticos que no lograba traducir a un lenguaje más popular. Consciente de su limitación, lo hizo público en una carta divulgada en la revista Ventana Gay, en la que celebraba la creación de esta:

El N.° 2 salió de maravilla. Creo que realmente gana puntos a favor sobre todo porque es capaz de ponerse al nivel de los deseos e intereses de las gentes gays, el lenguaje sencillo y preciso. No es ya El Otro, con sus lenguajes teóricos […]. Ustedes saben decir las cosas que tienen que decirse de modo que llega radical y frescamente a los lectores (Ventana Gay, 1980, p. 4).

El proyecto teórico de León Zuleta fue poco comprendido en el naciente movimiento y aún hoy queda una deuda académica con su pensamiento. Para la década de 1980, el pensamiento de Zuleta había generado una especie de académicos del MLH, pero no calaba en lo cotidiano, en el día a día de quienes empezaban, cada vez más, a reconocerse por fuera de la heteronormatividad. Entre ellos, lo que parecía más relevante era encontrar y defender su lugar en la sociedad, encontrarse como pares y construir lazos de solidaridad: «Conscientes de la gran necesidad que la gente gay tiene de expresar abiertamente sus problemáticas personales, y de encontrarles respuesta efectiva en un medio que no resulte amenazante, desde hace algún tiempo hemos venido promoviendo la conformación de grupos psicoterapéuticos para dichas personas» (De Ambiente, 1989, p. 13).

El movimiento social de la época era consciente de esta bifurcación, de ello dan cuenta intentos por conjugar ambas opciones, la academia reflexiva y la necesidad de encuentro entre pares, por ejemplo, en la denominada Fiesta de los 100, llevada a cabo en una casa del barrio Conquistadores de Medellín. (Delgado, 2016) «Estábamos viviendo y aprendiendo a vivir sin pedir permiso». Con esta frase Fernando Alvear (comunicación personal, agosto 12, 2017) parece liquidar la discusión sobre el papel de la fiesta en el naciente movimiento. Y es que, aunque Zuleta (1986) sostuvo que los bares y discotecas disiparon el espíritu de movilización, para otros fueron precisamente estos lugares los que ocasionaron el encuentro, la reunión, la identificación. Para Alvear, por ejemplo, el lugar del cuerpo, la fiesta, el encuentro y el sexo es fundamental en esta historia, se trataba de reconquistar esos lugares y esas prácticas que le habían sido negados; desde su perspectiva, eso también era revolucionario, movimiento y movilización.

Esta tensión, en realidad, ha alimentado durante cuarenta años al movimiento social, pues se ha mantenido vigente en los diferentes momentos históricos y ha provocado intensos debates, pero también ha provocado el surgimiento de expresiones más conscientes de esa necesidad de encuentro y de ocio, que por siglos le fue negada a quienes escapan de los márgenes de la heteronormatividad. Así, iniciativas de colectivos como Amigos Comunes en la década de 2000 van a hacer una fuerte apuesta por esos espacios, como fiestas de día, caminatas ecológicas y otros eventos; de igual manera, la relevancia que se le da actualmente a expresiones como el transformismo, el drag, los concursos de discoteca y hasta los reinados, los cuales permiten procesos de identificación y movilización.

El diálogo entre ambas posturas es necesario para la dinámica de un movimiento que aún hoy está en construcción, pero la ausencia de una de las dos -reflexiones teóricas o espacios de encuentro- provoca una especie de letargo, como el que posiblemente se ocasionó a principios de la década de 1990, cuando la academia y los líderes teóricos pasaron a un lugar de invisibilidad y empezaron a pulular establecimientos comerciales que saciaron la necesidad de encuentro, de homosocialización.

3. Las revistas como actores movilizadores

Revistas y periódicos fueron para el MLH órganos de difusión significativos, pero sobre todo agentes movilizadores, porque se convirtieron, sino en los únicos medios, en los de mayor alcance para la propagación de información de interés. En una sociedad en la que la única información que circulaba sobre la homosexualidad era aquella en la que se estigmatizaba, señalaba, acusaba y perseguía a las personas no heterosexuales, estas publicaciones permitían generar nuevas identificaciones, desmitificar aspectos relacionados a la sexualidad y orientar lo que se pretendía fuera un verdadero movimiento social.

Fue precisamente el periódico El Otro el primer impulso que desencadenó en la aparición de múltiples expresiones de lo que se ha denominado el surgimiento del MLH; sin embargo, por su contenido y su objetivo no será considerado en este apartado, que se centrará las revistas Ventana Gay y De Ambiente.

Posterior a 1977 se empezaron a forjar en el país pequeños grupos de encuentro y de estudio. En Bogotá se tiene memoria del GELG, es precisamente ese intento de agrupación para la movilización que dará origen a Ventana Gay, pues algunos de quienes se encontraron y reconocieron en el grupo decidieron que su accionar político y social podía tener mayor repercusión por medio de una publicación. En agosto de 1980 la revista era presentada así:

Ventana Gay está dedicada a todo los homófilos de la nación, y es un brindis de unión con nuestros bellos hermanos mundiales. Está dirigida a ser el medio de expresión de todas las variantes que tenemos. Es la contemplación de nuestras situaciones y el punto de acción sobre ellas. Es la confluencia de todos los homófilos. Es la manifestación viva, la afirmación, de la belleza de ser gay (Ventana Gay, 1980, N.º 1, p. 3).

Veinte páginas componían ese primer número, la portada reflejaba la filosofía de la naciente publicación, que buscaba ser una ventana, que permitía ver hacia adentro y hacia fuera, una especie de frontera porosa que delimita, pero no distancia. El director inicial fue Alfonso Parra, acompañado por Manuel Velandia y Daniel Lleras, entre los colaboradores figuraba el mismo León Zuleta y activistas extranjeros. El primer número se distribuyó en las librerías La Gaviota y Nuevos Libros en Bogotá, y la librería Signos en Cali. En el primer editorial firmado por «El colectivo» se invitaba a pensar en los derechos humanos, la reivindicación de la individualidad haciendo alusión a un nuevo momento en la historia de la humanidad:

En los últimos días, es tema obligatorio de conversación en los círculos «gays», la aparición de nuestra revista VENTANA, que con sus puertas abiertas, permite la posibilidad de ver tanto de adentro hacia afuera, como de afuera hacia adentro, ese mundo externo e interno que nos rodea, esos submundos entretejidos, enmarañados, que día a día nos van alejando de nuestra realidad, a través de una cotidianidad, que no es la que deseamos en nuestra existencia, sino aquella que nos ha obligado a vivir: esta opresión que se traduce en ideología (Ventana Gay, 1980, N.º 2, p. 3).

Las primeras páginas están dedicadas a la Asociación Internacional de Gays (IGA) -posteriormente denominada Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA)-, luego hay un artículo sobre la condición de aislamiento que viven los hombres homosexuales en Cuba e inicia un extenso reportaje sobre la relación entre la ley y la homosexualidad escrito por Gilio Corso, el cual se extiende por varios números y deja claro el panorama de los discursos legales que se cernían sobre la homosexualidad en Colombia, desde el código de policía hasta el estatuto docente. Otros temas también estuvieron presentes en esa edición: una revisión histórica al suceso de Stonewall, como instaurando la memoria colectiva que podía unir a individuos en un movimiento; una revisión a la relación homosexualidad y religión, católica puntualmente, al parecer, una de las mayores preocupaciones por la época; la homosexualidad y la cultura, puntualmente la literatura, el cine, el teatro y la poesía; finalmente, la edición incluyó una sección denominada «Correo», en la que los lectores intercambiaban mensajes en una suerte de avisos clasificados.

Revisar la estructura de esa primera edición resulta significativa, toda vez que da muestra de la que se mantuvo durante años en la revista. La sección de los clasificados se conservó e instauró un estilo de publicación que circula aún hoy entre la población que se reconoce como LGBT y que a partir de finales de la década de 1990 se les conoció con el nombre de «guías gay», en las que las personas encuentran información sobre los sitios «de ambiente» -de homosocialización-, chismes sobre los personajes populares y avisos clasificados personales, a través de los cuales, generalmente, se busca pareja, encuentros sexuales o amigos.

La mayoría de los artículos que circularon en Ventana Gay fueron escritos por los colaboradores directos de la revista, otros activistas que ya gozaban de cierto reconocimiento como León Zuleta y Ebel Botero, y colaboradores ligados a la ILGA, aunque la revista insistía en que sus páginas estaban disponibles para que el movimiento social compartiera ahí su trabajo investigativo y sus reflexiones: «En cuanto al contenido, la Ventana Gay mantiene abiertas sus puertas para que el gay tenga -desde ella- una visión de la realidad; y para que como gay exprese en sus páginas sus consideraciones acerca de su cotidianidad y del mundo que le rodea» (Ventana Gay, 1980, N.º 1, p. 3).

Quienes conformaban el comité editorial de la revista, habían estado cercanos a la conformación de los primeros grupos o colectivos del MLH en el país y eso se reflejaba en la revista, en una especie de llamado constante a la movilización. Comprendían que la revista tenía una responsabilidad explícita de convertirse en un vehículo movilizador y generador de conciencia en los sujetos con una sexualidad o identidad de género no heteronormativas, por eso en los diferentes números es común encontrar mensajes que llaman la atención sobre la necesidad de integrar al colectivo y el interés por impactar a cada sujeto en su ámbito más íntimo:

La Revista ha creído su deber contribuir a impulsar este proceso que empieza a gestarse, convirtiéndose en un foro, a través del cual los homosexuales, tanto a nivel individual como de grupo, pueden dar a conocer sus esfuerzos e inquietudes. Quisiéramos así ayudar a muchos a liberarse del temor y la vergüenza, a unirse a los distintos grupos y organizaciones gay, y, a participar activamente en sus luchas (Ventana Gay, 1980, N.º 3, p. 3).

Dos años después de su nacimiento, en 1982, la revista recibió el Premio internacional a la mejor publicación gay, precisamente gracias a la cercanía que mantuvo desde el principio con la ILGA, reconociendo el esfuerzo de la revista por informar sobre la situación que vivían los homosexuales en diferentes rincones del mundo. Sin embargo, la aceptación y agrado por la revista no eran sentimientos generalizados, Ventana Gay tuvo sus detractores:

No es un silencio lo que se percibe, sino un murmullo, un chisme, voces que no hablan de frente, acerca de algo que está sucediendo con Ventana Gay: que no funciona, que es una vulgar mercantilización de la sexualidad (como cualquier bar de cien pesos por cerveza), que veladamente pretende ser «vanguardia», que no encauza la liberación homosexual por donde debe ser, que no habla de reinados, que no «destapa» a los personajes públicos, que no es original, que no es ningún reflejo del «ambiente» colombiano (Ventana Gay, 1982, N.º 8, p. 3).

Pero las voces críticas no solo provenían de personas ajenas a la publicación, en su interior la revista debía sortear fuertes contradicciones que se iban agudizando con el pasar de los números. Manuel Velandia (comunicación personal, 3 de mayo, 2017) asegura que «nosotros teníamos posiciones diferentes y contradicciones y eso se notaba en la revista». Además de esas discusiones internas, la revista tuvo que afrontar problemas económicos, tres cambios en la dirección y la decantación del equipo de trabajo. Los cambios fueron sutiles, con mayor evidencia en la parte gráfica, no tanto en el contenido, donde se nota el esfuerzo por mantener la línea editorial y los objetivos fundacionales:

Como política general de nuestra publicación, nos interesa continuar siendo una tribuna nacional, voz homosexual de todos los colombianos, la ventana del grito libertario. Por tanto, nuestro criterio es el respeto a la autonomía de los grupos homosexuales y a sus objetivos y tareas; por ello invitamos a las diferentes organizaciones gay a participar de la revista con sus trabajos e investigaciones (Ventana Gay, 1983, N.º 17, p. 3).

Finalmente, después de dieciocho números y cuatro años, en junio de 1984 la Ventana Gay se cerró. Esa última edición tuvo treinta páginas y estuvo dirigida por Guillermo Cortés. «Ni enfermos, ni anormales, orgullosamente homosexuales» es lo último que se lee en la contraportada de ese último número, en el que no hay un mensaje de despedida, ni un atisbo de que ese sería el último.

Tan sólo ocho meses después apareció otra publicación que reclamó para sí el espacio dejado por Ventana Gay, afirmando que la circulación de información entre las personas homosexuales era una necesidad imperante. De Ambiente se publicó por primera vez en febrero de 1985 y se presentó así: «Nos animó editar el boletín, porque somos conscientes de la imperiosa necesidad de que la amplia comunidad Gay tenga un informativo que rompa el silencio y se convierta en la tribuna homosexual, en voz libertaria que protesta, denuncia, informa y concientiza» (De Ambiente, 1985, N.º 1, p. 2).

Si Ventana Gay debía su nombre a la intención de ser la conexión entre la sociedad y la que se pretendía como comunidad homosexual, De Ambiente era una oda directa a las expresiones particulares de un grupo de personas, comunidad si se quiere, que cada vez menos tenía que recurrir a lo clandestino y que de manera paulatina empezaba a popularizar formas propias de encuentro, reconocimiento, identificación y una suerte de hermandad.

A diferencia de su antecesora, esta revista se pretendía más radical, más revolucionaria, su intención era movilizar; sin embargo, en cuanto a contenidos la diferencia no fue mayor: información internacional, casos latinoamericanos, situación colombiana, información cultural y clasificados personales. Solo hubo una notoria diferencia: De Ambiente se interesó por ser un puente entre el MLH y otros movimientos sociales: «También nos proponemos unir la inconforme voz homosexual al coro de oprimidos y marginados (mujeres, razas, proletarios, campesinos, contraculturales, viejos, jóvenes) que como nosotros claman por una vida plena de libertades e igualdad» (De Ambiente, 1985, N.º 1, p. 2).

En diferentes números de De Ambiente se publicaron artículos relacionados con el movimiento estudiantil, de derechos humanos, sindical y feminista, enfatizando sobre todo en la necesidad de articular las luchas, toda vez que, según el comité editorial de la revista, partían de una misma premisa: las libertades individuales. Adicionalmente, desde su editorial se abogó constantemente para que estos movimientos no replicaran las concepciones hegemónicas sobre la sexualidad y reconocieran que entre sus militantes había también personas no heterosexuales y que sus luchas no estaban completas sino se luchaba por la libertad de cada individuo.

De Ambiente corrió con la misma suerte de Ventana Gay, desde su inicio debió afrontar malentendidos internos, problemas financieros y toda serie de inconvenientes que dificultaban su publicación. Uno tras otro, sus números se publicaron con retrasos y además de pedir disculpas y de casi volverlo su mantra, como una especie de agüero, el compromiso era mantener la línea editorial y con la población homosexual, como se lee en uno de los editoriales, cuando la dirección de la revista tuvo que cambiar: «Hola amigo lector: Comenzaremos por contarle que la demora en publicar este número se debió principalmente a pequeños ajustes al interior del colectivo editor y es por eso que hoy de nuevo con ud. Le ofrecemos un boletín bimensual y de más amplio contenido. Lo anterior con el fin de presentar un mejor informativo en todos los aspectos» (De Ambiente, 1985, N.º 6, p. 2).

En De Ambiente pocos artículos estuvieron firmados, primero porque muchos textos fueron tomados de otras publicaciones internacionales, pero también, al parecer, había un interés de preservar la identidad de quienes hacían parte del colectivo editor, nombrado como colectivo CORG, razón por la cual nunca fueron presentados oficialmente los responsables de su edición.

La revista circuló hasta 1989 y es importante destacar que coincidió con el auge del VIH-sida como tema de interés mediático, razón por la cual dedicó muchas de sus páginas al desarrollo de este tema, aunque sin línea editorial clara. La forma como la revista abordó el tema es el reflejo de lo que pasaba al interior del movimiento: posiciones críticas frente a la forma en que el virus resignificó los cuerpos de los homosexuales y posiciones que buscaron reorientar la lucha del movimiento hacia el trabajo por la prevención y acompañamiento de los «pacientes».

Ventana Gay y De Ambiente fueron las publicaciones más destacadas de la década de 1980, pero no las únicas. Hay documentos y archivos que dan cuenta de la existencia de otros ejercicios editoriales en diferentes ciudades del país: en Cali, la revista Nosotros, de la que no hay más información, y la revista Cóndor Libertario, dirigida por Martín Santos, la cual circuló entre septiembre de 1983 y abril de 1984.

4. La emergencia del VIH-sida: la paradoja entre la fisura, la unión y la dispersión

Como se puede interpretar del análisis de las revistas, la reflexión teórica-académica y el accionar político y social sufrieron un revés en la década de 1980. La aparición de una nueva contingencia avivó los debates frente a la sexualidad, radicalizó las posturas, amedrentó a quienes antes habían alzado la voz y diseminó el apenas naciente movimiento de liberación sexual. En diferentes análisis históricos en Estados Unidos, España, México, Argentina y Colombia los investigadores reconocen que el VIH-sida impactó de tal modo la lucha reivindicatoria homosexual que reorientó no solo sus demandas, sino que transformó su forma organizativa y su accionar político, incluso diezmándolo en algunos lugares.

En 1981 el VIH-sida emergió en la opinión pública a través de la descripción de sus primeros casos en Estados Unidos, los cuales compartían sintomatología y características que llamaron la atención de la comunidad científica: síndrome mononucleico, fiebre, adelgazamiento rápido y progresivo, diarreas crónicas y sarcoma de Kaposi. Antes de la identificación del virus y el desarrollo médico posterior en torno a la enfermedad, la comunidad científica puso el énfasis en otra característica que parecía inherente al «nuevo cáncer»: aparentemente, solo afectaba a hombres homosexuales. Fue ese rasgo el que más fuertemente caló en el escenario público. En medio de la desinformación, el asombro general y la intensificación de los esfuerzos científicos por descubrir todo lo relacionado con la «pandemia», los discursos conservadores en contra de la homosexualidad se intensificaron reafirmando las posturas «tradicionales» frente a la sexualidad y el cuerpo.

Una extraña enfermedad aparece en el panorama internacional y un incipiente movimiento social y sus integrantes deben afrontar no solo las nuevas condiciones políticas, sino también nuevos imaginarios sociales en su contra, una agudización de la discriminación y la muerte de sus compañeros de lucha, de sus amantes. El VIH-sida atomizó las reivindicaciones que llevaban una década madurándose y cada grupo y activista reaccionó de manera diferente.

En Colombia, esto fue un «guarapazo» -golpe fuerte y repentino-, afirma Fernando Alvear (comunicación personal, agosto 12, 2017), el VIH-sida «fue la tragedia de ese ímpetu vital que iba tan bien, fue espantoso, nos desarmó, nos desconcertó, pero sabíamos que la lucha había que seguirla». Manuel Velandia (comunicación personal, 3 de mayo, 2017) recuerda que desde 1982 se materializaron diferentes propuestas. Recuerda especialmente una investigación de la Facultad de Enfermería de la Universidad Nacional de Colombia sobre enfermedades de transmisión sexual y cómo la irrupción del virus en el panorama cambió el tratamiento y el enfoque de dicha investigación. Este ejercicio le permitió a Velandia empoderarse del tema y convertirse así en una de las personas más reputas en el ámbito nacional.

En 1987 surgió el Frente de Salud liderado por Luis E. Moreno y Manuel Velandia, y el que ellos llamaban Centro Gay de Información y Salud. Su primera misión fue prevenir la propagación del virus y para ello realizaron campañas de sensibilización e información, sobre todo, en torno al uso del condón. Manuel Velandia (1988) señala cómo tanto los contactos sexuales homosexuales y heterosexuales, mientras fueran inseguros, representaban igual riesgo: «Muchas de las prácticas sexuales al interior de las relaciones tanto hetero como homosexuales constituyen un medio eficaz de difusión del virus; en las penetraciones vaginal y/o anal, el virus se transmite del portador al sujeto, sin importar el rol en el que actúa» (p. 12).

Esa postura guardaba un intento por desmentir la idea de que el VIH-sida era un asunto de homosexuales, sin embargo, el enfoque de Velandia parecía estar matizado. León Zuleta (1987) afirmaba que «se está generando toda una fobia a lo gay velada en una fobia al Sida, un fascismo que podría tener enormes consecuencias sociales y políticas del mismo tamaño de la Inquisición o de la represión nazifacista a las minorías sociales, raciales y sexuales» (p. 1). Hay evidencia del surgimiento en Colombia de grupos de limpieza social Antisida. Zuleta introduce una serie de interrogantes frente al tema, cuestionamientos a las estadísticas, preguntas frente a los sistemas de salud, resistencia a la estigmatización de los homosexuales e incluso cuestionamientos a su supuesto carácter de pandemia mundial. Pero una vez más el discurso de Zuleta parece no tener una influencia notoria ni un impacto significativo.

Surgieron en el país grupos de apoyo para personas diagnosticadas, de hecho, son estos uno de los frentes que permitieron que el movimiento tomara un nuevo impulso a mediados de la década de 1990. Como una suerte de reacción conservadora, se introdujo en las narrativas de las nuevas organizaciones la idea de la monogamia, la fidelidad, la pareja romántica, figuras que parecen anteceder la lucha singular en la primera década de 2000 por el matrimonio homosexual. Paradójicamente, el cambio por la estructura de la sexualidad y las figuras asociadas a la familia, el amor romántico y similares, lejos de ser problematizadas e interrogadas por un MLH que mutaría al movimiento LGBTI o enmarcados en el genérico de diversidades sexo-género, terminaron siendo reforzados y defendidos con un desgaste sustancial de energía.

A modo de conclusión. Un movimiento no surge de la nada

La significativa participación de León Zuleta y Manuel Velandia en la construcción del MLH sin duda les reservó un lugar central en la historia y consolidación del movimiento social de las disidencias sexuales y de género en Colombia; sin embargo, las lecturas contemporáneas de este proceso han desestimado asuntos nodales.

En primer lugar, el borramiento de estas narrativas de las luchas de las mujeres trans -falsas mujeres- en ciudades como Bogotá, Medellín y Cali. En estas ciudades las mujeres trans conquistaron el espacio público y disputaron en cada ciudad lugares para su existencia desde principios del siglo xx. Sobre ellas se dispusieron una serie de medidas para su regulación, disciplinamiento y corrección sin tregua desde de la década de 1940. A lo largo de la segunda mitad del siglo xx las mujeres trans fueron continuamente arrestadas y obligadas a coincidir con el género biológico. Las golpeaban, las metían a la cárcel, les quitaban sus indumentarias, pelucas, tacones y similares, y ellas al salir de la cárcel nuevamente insistían en su especificidad de mujeres trans. Estas prácticas se sucedieron de modos sistemáticos, por fuera de los debates de la identidad y de los marcos de derechos, ellas resistieron desde sus cuerpos, insistieron y se obstinaron en permanecer en este ejercicio, cargado de vidas precarizadas, pero con mucha resistencia agrietaron los órdenes culturales para que en la década de 1970 algo como el MLH fuera posible.

En segundo lugar, es posible considerar que en la revisión histórica a este proceso plural se postule que el enfoque político sobre las identidades, la lucha por la inclusión y la igualdad fue la visión que se construyó colectivamente y que se instituyó como hegemónica durante la consolidación del movimiento; sin embargo, esta visión siempre estuvo en disputa y en este sentido los procesos y sujetos que fueron modulando el movimiento tuvieron enfoques y posturas diferentes, que en la narrativa histórica han terminado por borrarse y hacer coincidir con el enfoque movilizador de las primeras décadas del movimiento. Parte del movimiento que lideró León Zuleta estaba enfocado en promover una reestructuración del sistema sexo-género y la sexualidad en sí misma, y problematizaba la idea de generar un proceso a partir de la reivindicación de lo homosexual, pero esta idea fue perdiendo fuerza y en la centralización del movimiento en Bogotá la agenda dio un giro.

En tercer lugar, las narrativas opacaron y olvidaron a un colectivo plural y dispar que inició los debates y las movilizaciones. En estas narrativas las mujeres feministas, las mujeres lesbianas y las aliadas fueron relegadas como simples apoyos circunstanciales. Otros sujetos en distintos lugares del país tuvieron igual suerte y las narrativas terminaron por simplificar, heroizar y personalizar un trabajo colectivo que terminó subsumido por grupos en la capital del país, borrando los esfuerzos de las regiones.

La emergencia potente de lo queer como un espacio abierto de tensiones, impugnaciones y fluidos parece encontrarse en el tiempo con las propuestas teóricas de León Zuleta, y en esta suerte de reinstalación y articulaciones múltiples hay algo de esa potencia que seguirá desafiando al movimiento de disidencias, sacudiéndose viejos fantasmas, marcando nuevas rutas de rebeldía y, en particular, dinamitando ciertas estructuras de reproducción de las jerarquías y las desigualdades.

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1 Este artículo es resultado de dos procesos de investigación confluyentes: Representaciones sociales de la homosexualidad en Colombia en los tiempos de aparición del VIH/sida, 1980-1990, realizado en el 2015; y «Locas de pueblo», historias de vida y resistencia de hombres homosexuales adultos mayores en los municipios de Antioquia, 1960-2000, realizado en 2018.

2En 1980 entra en vigor el nuevo código penal, tramitado desde 1974 y que reformaba el código vigente desde 1936, en el que se penalizaba el acceso carnal homosexual. En 1970 se intentó una reforma que eliminaba el acceso carnal homosexual como delito cuando era practicado por mayores de 16 años y se reducía a una contravención, pero tan solo un año después, en 1971, la reforma fue derogada por el gobierno entrante de Misael Pastrana Borrero. Pese a la exclusión de la homosexualidad del código penal se promulgaron otras normas como el código docente y el código de policía, los cuales perseguían y discriminaban abiertamente a las personas homosexuales (Bustamante, 2008).

3Karl Heinrich Ulrichs (1825-1895) fue un pionero y aguerrido defensor de los derechos de los uranistas —homosexuales—. En 1862 sus cartas enviadas a sus familiares fueron reconocidas como la primera confesión homosexual de la historia moderna. Entre 1863 y 1879 realizó una serie de investigaciones sobre el enigma del amor entre hombres, cuyos resultados envió a todos los jueces que llevaban casos de «fornicación contra/natura», buscando ofrecer una ruta de interpretación distinta a la instaurada en las cortes (Correa, 2017, p. 102).

4Una de las primeras organizaciones LGBT en EE. UU. que defendía los derechos de los homosexuales. Es de gran importancia porque antes de ella solo se había creado la Sociedad para los Derechos Humanos en Chicago (D’Emilio, 1983).

5Pese a las escasas fuentes, la existencia de los Felipito ha sido mencionada en diferentes artículos de prensa (El Tiempo, 2001, noviembre 25), columnas de opinión como la de Camila Esguerra en la revista Semana (2005) y en artículos académicos como el de Esther Sánchez (2017, p. 120).

**Cómo citar este artículo. Naranjo Yarce, Elkin; Agudelo Hincapié, Zaira y Correa Montoya, Guillermo. (2021). Maricas en movimiento. Tensiones, estrategias y contradicciones en la emergencia del Movimiento de Liberación Homosexual en Colombia, 1975-1990. Estudios Políticos (Universidad de Antioquia), 62, pp. 27-50. https://doi.org/10.17533/udea.espo.n62a02

Recibido: 01 de Julio de 2020; Aprobado: 01 de Diciembre de 2020

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