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Estudios Políticos

versão impressa ISSN 0121-5167versão On-line ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.66 Medellín jan./abr. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n66a03 

Ensayo

Principales manifestaciones de la articulación del nacionalismo y el populismo en la historia de los movimientos políticos. Una aproximación conceptual*

Main Manifestations of the articulation of Nationalism and Populism in the History of Political Movements. A Conceptual Approach

Héctor Zamitiz Gamboa1 

1 México. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública. Magíster y doctor en Ciencia Política. Profesor titular de tiempo completo en la Universidad Nacional Autónoma de México. México. Correo electrónico: hz3150@gmail.com - Orcid: https://orcid.org/0000-0001-6794-4194 - Google Scholar: https://scholar.google.com/citations?user=NPDQT0sAAAAJ&hl=es&oi=ao


Resumen

La articulación entre nacionalismo y populismo, aunque se manifiesta en el discurso y en la acción de líderes y movimientos políticos en la actualidad, no es fácil de identificar. La teoría política debe continuar estudiando casos para proponer algunas generalizaciones. En este sentido, una de las formas de dilucidar los conceptos de populismo y nacionalismo es la de clarificar los diversos casos en los que ambos han sido articulados, en particular, en la política populista. El argumento principal es que el populismo y el nacionalismo han estado relacionados y tienen cercanía tanto conceptual como empírica, pues algunos movimientos populistas han sido nacionalistas y los nacionalismos han tenido frecuentemente un componente populista. En consecuencia, en el ensayo se incursiona en la historia de los movimientos políticos en los que se han identificado manifestaciones de ambas doctrinas políticas.

Palabras clave: Historia Política; Nacionalismo; Populismo; Doctrina Política; Ideología Política

Abstract

The articulation between nationalism and populism, although expressed in the discourse and action of political leaders and movements today, is not easy to identify. Political theory must continue studying cases in order to propose some generalizations. In this sense, one of the ways to elucidate the concepts of populism and nationalism is to clarify the various cases in which both have been articulated, particularly in populist politics. The main argument is that populism and nationalism have been connected and are both conceptually and empirically related, since some populist movements have been nationalistic and nationalism has often had a populist component. Consequently, the essay examines political movements history where both political doctrines have appeared.

Keywords: Political History; Nationalism; Populism; Political Doctrine; Political Ideology

Introducción

Este ensayo incursiona en los orígenes del nacionalismo y el populismo, con la finalidad de aproximarnos a una definición conceptual de estas dos ideologías -o doctrinas políticas-, las cuales tienden a confundirse en los análisis políticos contemporáneos.

Una de las formas de dilucidar los conceptos de populismo y nacionalismo es analizando los diversos casos en los que ambos han sido articulados, en particular, en movimientos políticos que se han definido como populistas. El argumento principal es que el populismo y el nacionalismo han estado relacionados y conservan una cercanía tanto empírica como conceptual, pues muchos movimientos populistas han sido nacionalistas y los proyectos nacionalistas han tenido frecuentemente un componente populista.

Benjamin de Cleen (2017, p. 435) afirma que muchas de las más prominentes instancias de la política populista han sido nacionalistas -incluyendo la derecha populista radical y casi todos los populismos latinoamericanos- y que los nacionalismos han tenido frecuentemente un componente populista. Más aun, tanto el populismo como el nacionalismo giran en torno a la soberanía de «el pueblo». Por encima de ello, el Estado-nación permanece como el concepto dominante para la representación política democrática, de manera que el populismo opera habitualmente dentro de un contexto nacional; incluso si el poderío de los Estados-nación han disminuido significativamente en la actualidad.

La complejidad del tema ha llevado a que ambas ideologías se confundan como iguales, pues los últimos años hemos visto a líderes populistas, tanto de izquierda como de derecha, o a nacionalistas con ideologías contrarias, arengando el mismo discurso de ir en contra de la globalización, defendiendo a sus países de la migración y en contra del libre comercio, cerrando fronteras o poniendo aranceles a sus ex socios comerciales. Todo ello no nos permite encontrar las diferencias entre el nacionalismo, el patriotismo o el populismo. Algunos estudiosos comparan estas prácticas políticas con el nacionalismo europeo de principios del siglo xx (Herrera, 2019, julio 25).

En este texto se reconoce que, aun cuando es difícil pretender resolver los complejos aspectos teóricos, analíticos e históricos del populismo y del nacionalismo, se espera contribuir a esclarecer a las siguientes preguntas: ¿existen características específicas del populismo actual al interior de corrientes históricas determinadas?, ¿cómo identificar formas de nacionalismo y populismo en la actualidad?, ¿cómo se articulan el nacionalismo y el populismo en determinadas políticas implantadas en los regímenes políticos populistas?

1. Sobre el fenómeno del populismo en la actualidad

De acuerdo con Fernando Vallespín y Máriam Martínez-Bascuñán (2017), el populismo es un fenómeno de reacción -es un síntoma- en el que se entrecruzan factores diversos -socio-económicos, culturales, psicosociales, políticos y nuevas formas de comunicación producto de la reestructuración del espacio público-, entre los cuales existe cierta correlación, a la vez de que todos están interconectados.

Uno de esos factores es la incertidumbre generada por la sensación de vulnerabilidad de los individuos al observar el declive de los Estados y la aparente ruptura de un contrato social que garantizaba, a su vez, la soberanía de los ciudadanos. Acontecimientos como los atentados del 11 de septiembre de 2001 no originaron una comunidad global que afrontara los nuevos desafíos, más bien, lo que ocurrió fue el recrudecimiento del discurso nacionalista y el recorte de libertades, tanto a través de mecanismos sutiles de censura en el debate público como en términos de dispositivos de vigilancia de dudosa legalidad. En este contexto: «el nacionalismo se ha utilizado por los populismos de toda ralea como un paraguas emocional dirigido a personas que sienten estar viviendo bajo la amenaza de verse excluidas de la sociedad y que no han terminado de encajar las profundas transformaciones contemporáneas» (Vallespín y Martínez-Bascuñán, 2017, p. 112).

Es recomendable que cuando se aluda a un fenómeno social o político se disponga previamente de un concepto ideal; empero, para el caso del populismo no se dispone de tal noción, por lo que algunos estudiosos proponen hacerlo con un concepto provisional. Sin embargo, en el caso de su relación con el nacionalismo, la cuestión se complica e incluso se presentan contradicciones entre los estudiosos del fenómeno.

Por su parte, para José Luis Villacañas (2015) el populismo no es nacionalismo:

Esto lo dejó claro el propio Laclau al sugerir que, cuando el imaginario de nación funciona, las diferentes demandas sociales responderán a la articulación interna de las instituciones de la nación. La nación sería un espacio en el que ninguna diferencia social, ninguna demanda rompería la unidad; sería la realidad homogénea que el populismo aspira a romper para que emerja una heterogeneidad social (p. 55).

Lo que Villacañas plantea es que la nación es una formación de instituciones diferenciadas que aspiran a responder a demandas particularizadas, singularizadas, parcializadas, identificadas, y aunque no tenga todas sus instituciones creadas, la nación es una «máquina institucional» que al surgir demandas nuevas concebirá las instituciones necesarias para atenderlas, de ahí que la nación sea el motor para ultimar la formación institucional.

Según este planteamiento, cuando una sociedad nacional está bien estructurada institucionalmente es muy difícil que se produzca una crisis orgánica, la cual se convierte en el fundamento del populismo: «Lo que dice el populismo es que esa realidad nacional es un fantasma. No existe la nación como espacio homogéneo» (Villacañas, 2015, p. 56).

Tal vez sea pertinente puntualizar que en la búsqueda de comprobar aquellos casos en que «el populismo es un tipo de nacionalismo» uno de los primeros textos que se han aproximado a esta cuestión es el compilado por Ghita Ionescu y Ernest Gellner (1970), El populismo. Sus significados y características nacionales, el cual es considerado un libro precursor y debe registrarse como un importante producto de la conferencia Para definir el populismo, la cual se desarrolló del 20 al 21 de mayo de 1967 en la London School of Economics and Political Science y que reunió a una gran cantidad de expertos en el tema.1

Sin embargo, para Peter Worsley (1970), coautor de dicha obra, una pregunta inevitable es: ¿cuál es el rasgo común que permitirá agrupar estos movimientos? Él responde: «los rasgos comunes no pueden ser sino muy generales, pues es imposible delinear una concatenación sistemática de propiedades estructurales (por ejemplo, en términos de la composición social, el liderazgo, las políticas particulares, etcétera). Los elementos que compartan deben poseer por fuerza un alto nivel de generalidad» (pp. 295-296).

La advertencia de este autor es que al emplear el término «populismo» la mayoría de los observadores suponen la existencia de tales elementos, aunque casi siempre lo hagan en forma intuitiva e implícita, en vez de hacerlo en forma analítica y explícita. En este sentido, tales supuestos no se justifican en modo alguno por sí solos.

2. Sobre la definición del nacionalismo

Se ha descrito al nacionalismo como «una doctrina universal inventada en Europa a principios del siglo xix [que] sostiene que la humanidad se divide naturalmente en naciones, que las naciones poseen ciertas características que pueden determinarse, y que el único tipo de gobierno legítimo es el autogobierno nacional» (Jay, 2012, p. 188).

Ahora bien, para Richard Jay esta descripción tiene tres puntos significativos: en primer lugar, el nacionalismo es una doctrina política y no un estado mental, como pretenden algunos autores. El solo hecho de que un pueblo tenga conciencia nacional, adhesión y lealtad a la nación no implica que exista un nacionalismo, aunque los nacionalistas suelen basar sus reivindicaciones políticas en la existencia de dichos sentimientos o en la necesidad de crearlos. Muchas personas se consideran miembros de la nación escocesa y galesa, y dan muestras de patriotismo local sin apoyar necesariamente a los partidos nacionalistas.

En segundo lugar, el nacionalismo ofrece una teoría específica de la legitimidad política. Aunque inspirada en planteamientos anteriores, la teoría se desarrolló durante el tumultuoso periodo de las guerras revolucionarias francesas entre 1789 y 1815 como alternativa novedosa a los modelos de pensamiento, entonces predominantes, que anclaban la autoridad gubernativa en la tradición, el derecho divino o la ley natural. Atribuye a la «nación» una función política centralizadora, la promoción de la libertad nacional -o «liberación»-, el fomento de los intereses nacionales o el hecho de inculcar la lealtad nacional como los objetos primordiales de la acción política, sea porque llevan en sí mismos un valor inherente o porque son necesarios para asegurar otros fines deseables de la vida humana. De la misma manera, niega legitimidad a las instituciones y programas políticos que amenacen su consecución.

En tercer lugar, el nacionalismo proclama que la identidad nacional es intrínseca a la vida social, pues suele considerarse a las naciones como unidades «naturales» de la humanidad. Algunos pensadores del siglo xix escribieron en una época en la que el contraste entre los aspectos «naturales» y «artificiales» de la existencia humana eran un instrumento fundamental para la conceptualización de la teoría política. Tal vez hoy en día la organización de los pueblos en naciones se advierta menos como un hecho natural y más como un producto de la historia y de la ley (Jay, 2012).

Ernest Gellner (1991, p. 480) señala que la doctrina del nacionalismo afirma, básicamente, que la unidad política legítima coexiste con la unidad nacional. Se supone que todos los seres humanos se caracterizan por algo llamado nacionalidad, que viven en unidades centralizadas políticamente, que esta unidad es el único agente legítimo de coerción y que constituye la unidad «correcta» sólo si se piensa que es la expresión de esa nacionalidad. De acuerdo con esa teoría, la legitimidad y el comportamiento político correcto son violados si se incorporan miembros de una nacionalidad dada, a unidades políticas dominadas por otras nacionalidades o si su propia unidad cuenta con un número excesivo de miembros procedentes de otras nacionalidades.

Sara Makowski (2000), por su parte, señala que se reconocen básicamente dos tipos de nacionalismo que a lo largo de los dos últimos siglos han alimentado las diversas fuentes y tradiciones: por una parte, se encuentra el denominado «nacionalismo político», reconocido por equiparar el carácter de nación con la expresión de la voluntad popular; por otra parte, el «nacionalismo cultural» que, sin reconocer los problemas de la legitimidad política, subraya los elementos culturales y las características étnicas como los aspectos definitorios de lo nacional:

Como ideología, el nacionalismo tiene un fuerte componente de etnicidad que se ha montado sobre bases culturales y políticas, y que ha mostrado flexibilidad y permanencia -aunque sea en sentido latente de hibernación- frente a variadas modalidades de represión y persecución política. En la gran mayoría de los casos el nacionalismo constituye un importante recurso ideológico para la integración y la unificación, para lo cual se vale de discursos que exaltan la homogeneidad y la unidad étnico-cultural (p. 468).

El nacionalismo es un movimiento político que dota de fuerza motriz y de voluntad política a los procesos de formación y mantenimiento de la nacionalidad; colabora en el diseño de las esferas económica y política, y otorga legitimidad a las formas de dominación de un grupo social sobre otros. Por ello, el nacionalismo es -según algunos autores- una teoría de la legitimidad política que sostiene la unidad entre el Estado y la nación. Hay que mencionar, sin embargo, que en algunos escenarios el nacionalismo puede ser un movimiento de carácter emancipador y revolucionario no concentrado necesariamente en los sectores social y políticamente dominantes.

Makowski (2000) afirma que en el mundo poscolonial y de creciente globalización e interconexión las ideologías nacionalistas han dejado traslucir las contradicciones y fisuras existentes en la anteriormente consolidada ecuación Estado-nación: «El resurgimiento de las denominadas identidades negadas y etnonacionalismos han puesto en evidencia que los estados nacionales muestran dificultades para enfrentar y procesar de manera tolerante y democrática la diversidad cultural y la realidad multinacional, multiétnica y multicultural de sus sociedades (p. 468).

No obstante, los órdenes políticos que contradicen el principio nacionalista se consideran ofensivos y políticamente escandalosos. En una sociedad excepcionalmente móvil y anónima, impregnada de una cultura formalizada, letrada y trasmitida en los centros de enseñanza, una persona sólo se siente cómoda, aceptable y «en casa» si su propia cultura y la utilizada en la burocracia estatal son idénticas. Si no lo son, el resultado será el descontento que únicamente se reducirá mediante la asimilación, la emigración, la redefinición de fronteras o la aniquilación. Ernest Gellner (1991, p. 481) señala que subjetivamente el sentimiento aparece como un «amor al país» inherente y natural, pero objetivamente es una consecuencia de una nueva relación entre la cultura y la comunidad política que predomina en las sociedades industriales o en vías de industrialización.

Ahora bien, el nacionalismo no es la única fuerza operativa bajo las condiciones modernas, pero no deja de ser extremadamente poderosa y dominante que existía en la era preindustrial, pero el cual era un fenómeno atípico y minoritario.

3. Sobre la caracterización del populismo

El uso y abuso que se hace del término populismo ha motivado que algunos estudiosos inviten a la prudencia, es decir, a reflexionar sobre su desmesurada maleabilidad y, en consecuencia, sobre su inconsistencia. Al respecto, ni en América ni en Europa reina una claridad meridiana. Durante el siglo XX bastaba con que en el lenguaje periodístico apareciera la palabra «pueblo» para que de inmediato se invocara el populismo (Mastropaolo, 2014, p. 63).

Parece ser una constante que los trabajos de investigación que intentan abordar el análisis del populismo manifiesten que es un elemento de difícil delimitación, sumamente vago y heterogéneo. Se coincide, entonces, con aquellos autores que consideran poco útil para las ciencias sociales que dicho concepto abarque casos tan disímiles, porque «forzar» esta categoría implicaría quitarle casi todo su valor explicativo y conduciría a los ya mencionados análisis «vagos e imprecisos» (Funes y Saint-Mezard, 1973, p. 315).

Con base en este planteamiento se retoma la conferencia que se celebró en la London School of Economics and Political Science, en la que participó, entre otros, Isaiah Berlin y de la que se pretendieron derivar algunas generalizaciones. Una de ellas es la que refiere el intento por formular algún tipo de modelo o modelos con los cuales se pudieran identificar los diversos tipos de populismo, en todos sus momentos y en todos los lugares. Frente a esta tarea, Berlin (2013) identificó que tal propuesta presentaba un problema a priori: el intento por producir algún tipo de modelo o modelos analíticos -unificación artificial-, sin implicar necesariamente preguntas sobre desarrollos específicos y en lugares específicos, lo cual suponía eliminar el cambio histórico específico del populismo en algún país, lugar y época en particular.

En otros términos, el establecimiento de diversas tipologías tiene ciertos límites. Describir las múltiples variantes -de derecha y de izquierda, con sus grados de autoritarismo, las diferencias de políticas económicas que les están asociadas, entre otros- no ayuda a captar lo esencial: el núcleo de los elementos invariantes, así como las reglas de diferenciación de los casos particulares.

Otra cuestión que se planteó en el mencionado seminario y que es preciso recuperar es la recomendación de que al analizar el populismo no se debería de sufrir el «complejo de Cenicienta», metáfora con la que Berlin (2013) se refería a que:

Existe una zapatilla -la palabra populismo- para quién en algún lugar, debe de existir un pie. Existen todos tipos de pie que casi son de la talla, pero no debemos quedar atrapados por esos pies que casi dan la talla. El príncipe siempre anda deambulando con la zapatilla; y en algún lugar estamos seguros, le espera una extremidad llamada populismo puro. Ese es el núcleo del populismo, su esencia […] todos los otros populismos son derivaciones, desviaciones, variaciones, pero en algún lugar acecha la verdad, el populismo perfecto (p. 6).

En la actualidad, los estudios empíricos sobre el populismo requieren establecer un marco conceptual claro antes intentar su medición. Pipa Norris (2020), por ejemplo, afirma que tres enfoques alternativos para definir el populismo permanecen en debate: concebirlo a) como ideología, b) como un conjunto de ideas más laxas y c) como una forma de retórica política. Explica que, para analizar al populismo como una ideología política distintiva, el primer enfoque ejemplifica al socialismo, al comunismo y al liberalismo, en el sentido de que como ideologías políticas incluyen algunos componentes: en el grado más abstracto, como sistemas formales de pensamiento político, textos canónicos sobre marxismo, liberalismo, conservadurismo -se incluye al feminismo-, elaborados por pensadores seminales que desarrollan interpretaciones elaboradas del mundo y ofrecen prescripciones para las acciones.

En este sentido, Norris (2020) asegura que las ideologías políticas son básicamente un cúmulo de valores normativos coherentes y principios políticos que proporcionan una visión moral de la vida, un marco doctrinal y un conjunto sistemático de creencias para comprender el mundo. Las ideologías también ayudan a estructurar el debate público, facilitan la construcción de coaliciones y la movilización en torno a objetivos comunes, además de que permiten a los partidos políticos ofrecer a los votantes plataformas de políticas coherentes.

Por tanto, los activistas y los líderes se basan en las ideologías para sustentar un plan práctico de acción colectiva con el fin de lograr objetivos morales comunes; y en otro grado, las élites y los ciudadanos comunes utilizan las ideologías para organizar y estructurar valores, actitudes y creencias políticas, ofreciendo opiniones coherentes en lugar de opiniones al azar a través de dimensiones temáticas. Sin embargo:

Por sí mismo, el populismo no califica como una ideología política equivalente al liberalismo o al socialismo, ya que carece de textos teóricos fundamentales y de un conjunto coherente de prescripciones prácticas de política. Las ideas centrales del populismo no proporcionan una filosofía elaborada; y en ausencia de componentes centrales, no está claro si el populismo califica como una «ideología» política (Norris, 2020, p. 705).

Por tanto, para analizar el populismo en la actualidad se requiere elaborar una adecuada conceptualización de este, lo cual supone captar la «esencia de las cosas» o, en otros términos, caracterizarlo con la mayor precisión, lo cual Pierre Rosanvallon (2020) denomina plena dimensión de cultura política original.

Para Rosanvallon (2020) el populismo no se ha teorizado en los términos de una cultura política original, pues sus propios actores, a pesar de algunas publicaciones y discursos notables, no han teorizado realmente aquello de lo que son portadores. Esta situación es considerada por el historiador francés como una excepción histórica, pues entre los siglos XVII y XX todas las grandes ideologías de la modernidad estuvieron asociadas a la publicación de obras pioneras que vinculaban los análisis críticos del mundo social y político existente con visiones de futuro -liberalismo, socialismo, anarquismo, conservadurismo y tradicionalismo, las reglas del gobierno representativo-. No obstante, si bien el populismo no se encuentra vinculado a ninguna obra a la altura de la dimensión que ha llegado a adquirir, se reconoce el esfuerzo de conceptualización desde la izquierda que han realizado autores como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe -que, por otra parte, no tienen equivalentes en la extrema derecha-.

En este sentido, Rosanvallon (2020) plantea que considerar al populismo como una ideología endeble es engañoso, en función de su capacidad de movilización. Por ello advierte:

Si la ideología no ha sido formalizada ni desarrollada, es porque sus propagandistas han privilegiado más los gritos de enojo y denuncias vengativas que atraen a los electores que a los argumentos teóricos; aunque esta situación no implica no reconocerle como una ideología ascendente en profundidad en el campo de la teoría democrática y social (p. 18).

Otros autores aseguran que no estamos frente a un fenómeno anecdótico ni ante una mera moda académica, porque más allá de las diferencias metodológicas y sustantivas en la interpretación del término, hay algunas características recurrentes en la literatura que lo describen:

La reducción de la política al antagonismo entre pueblo y élite, la construcción de un pueblo unido, bueno, y unas élites -políticas, económicas, etcétera- corruptas, malas y traidoras. Esta dinámica conduce a la simplificación de los discursos políticos, a la esquematización del debate público y a la defensa de soluciones directas y contundentes -casi mágicas- lo que esconde la complejidad de la realidad política, económica y social tras una contraposición maniquea entre el pueblo y las élites (Ungureanu y Serrano, 2018, p. 8).

4. Historia sobre manifestaciones del populismo

La palabra «populismo» surgió en tres contextos distintos, sin ninguna relación entre ellos y escasamente vinculados con lo que nosotros queremos decir al utilizarlo en la actualidad (Rosanvallon, 2020, p. 20). Por esta razón puede parecer curioso, pero para algunos la palabra «populismo» se hace tanto más popular -valga el juego de palabras- cuanto más se aleja del punto de partida, que no sólo es antiguo, sino que nace en cierta forma paralela pero independiente, pues por un lado aparece en Rusia y por el otro en Estados Unidos (Mastropaolo, 2014, p. 61). No obstante, ninguno de los populistas estadounidenses conocía la utilización del término en Rusia.

El populismo ruso del periodo 1870-1880 fue un movimiento de intelectuales y jóvenes de clases acomodadas e incluso aristócratas, críticos de los proyectos de modernización de tipo occidental que se habían propuesto «bajar hacia su pueblo» -como rezaba su fórmula-. Veían en las tradiciones de la comunidad agraria y de la asamblea local un punto de partida posible para la edificación de una nueva sociedad. Pensaban que los campesinos serían en Rusia la fuerza renovadora que se esperaba del proletariado en Occidente: «se trató de lo que podríamos llamar “populismo desde arriba”, que jamás movilizó a las masas populares. Tuvo no obstante una descendencia célebre, ya que algunos grandes nombres del anarquismo y el marxismo rusos dieron sus primeros pasos de militantes en este movimiento» (Rosanvallon, 2020, p. 21).

Una década después, en Estados Unidos nació el People’s Party, cuyos partidarios eran calificados por lo general de populists. A principios de 1890 alcanzó cierto éxito, movilizando básicamente a una multitud de pequeños agricultores de las grandes llanuras en guerra con la compañía de ferrocarriles y los bancos con los que se habían endeudado. Sin embargo, el People’s Party no logró atraer a una audiencia nacional, pese al eco que encontró con su denuncia de la corrupción del mundo político y el llamado a una democracia más directa, temas que empezaban a surgir por todas partes en el país y que dieron nacimiento al Progressive Movement, el cual lograría un conjunto de reformas políticas -organización de elecciones primarias, posibilidad de revocar los cargos a las autoridades electas, organización de referéndums de iniciativa popular- que se instituyeron en los estados occidentales del país: «El People’s Party fue un auténtico movimiento popular, pero permanecerá acantonado en un mundo agrícola geográficamente circunscrito sin ganar adhesiones en el electorado obrero» (Rosanvallon, 2020, p. 21).

El politólogo Alfio Mastropaolo (2014, p. 63) afirma que el populismo americano fue mucho más tenaz que el ruso. De haber sido por este último, la palabra la habríamos olvidado. Sin embargo, en el populismo se ha reconocido una orientación político-ideológica inscrita en la tradición política americana que se remonta hasta sus orígenes. Hay quien asegura que el tema de los pequeños -el pueblo- contra los grandes atravesó la historia americana desde la lucha por la independencia y que el populismo fue, nada más y nada menos, la única doctrina política genuinamente autóctona. En el populismo convergerían los temas del self-made man, de la autónoma responsabilidad de los individuos, de la descentralización y del autogobierno local, sin olvidarnos de las sanas virtudes de la middle class opuestas a los vicios y a los privilegios de la oligarquía.

La última historia que registra Rosanvallon es la de Francia en 1929, en donde la palabra hizo su aparición en un contexto completamente distinto y sin ningún lazo con las dos historias precedentes. El Manifiesto de la novela populista que se publicó entonces es -de hecho- un pronunciamiento estrictamente literario que, en la línea de la escuela naturalista, invita a los novelistas franceses a tomar más en cuenta a los sectores populares.

Ahora bien, Rosanvallon (2020, p. 21) afirma que estas tres historias paralelas no interactuaron entre ellas y no constituyen una prefiguración de fenómenos contemporáneos, al contrario de lo que sugieren en ocasiones las referencias poco informadas. No obstante, Cristobal Rovira Kaltwasser, Paul Taggart, Paulina Ochoa Espejo y Pierre Ostiguy (2017) aseveran que lo que unió a los populistas de Estados Unidos, Rusia y Francia del siglo XIX fue que ellos compartieron la celebración -en diferentes grados- de la «verdadera» gente común rural y que estos tres ejemplos históricos comparten algo de los aspectos comunes del populismo:

Existía un reclamo directo para «el pueblo» como inherentemente virtuoso y responsable; existía también un poderoso sentido de oposición para una institución que permanecía arraigada y una creencia de que la política democrática necesitaba ser conducida diferentemente y más cercana a la gente. Un fuerte sentido de orgullo nacionalista o nativo que permeó en los tres casos (p. 18).

Sin embargo, es el segundo tipo de historia la que permite avanzar en la comprensión del populismo contemporáneo. Es aquella de momentos o regímenes que, sin haber reivindicado esa denominación, reflejan mejor la dinámica de sus constituyentes esenciales y responden a las preocupaciones para explicar el fenómeno hoy en día.

Primero, el régimen del Segundo Imperio, que ilustró de manera ejemplar el modo en el que el culto al sufragio universal y del referéndum -calificado entonces de «plebiscito»- podía estar asociado a la construcción de una democracia autoritaria, inmediata y polarizada que hoy se suele calificar de liberal.

En segundo término, el laboratorio latinoamericano de mediados del siglo XX, ilustrado en un principio por las figuras del colombiano Jorge Eliécer Gaitán y del argentino Juan Domingo Perón, que vuelve patentes las condiciones de expresión y puesta en práctica de la representación-encarnación, así como de la capacidad de movilización de la oposición pueblo-oligarquía en sociedades que no eran de clases a la manera europea.

El tercer enfoque se puede calificar de indisociablemente social y conceptual, el cual apunta a profundizar nuestra comprensión de la época presente considerando el pasado como un repertorio de posibles abortados, como un laboratorio de experiencias que invitan a pensar en los fiascos, los virajes y los tanteos de lo que es una historia extensa del carácter problemático de la democracia, la cual no tiene nada de lineal, marcada por intensas luchas sociales y por incumplidas promesas (Rosanvallon, 2020, p. 23).

5. La identificación de formas de populismo y nacionalismo

En la conferencia celebrada en 1969 y referida anteriormente se abordó la relación del nacionalismo con el populismo, tema que fue considerado inevitable pero peligroso, aunque nunca se ha aclarado por qué era considerado así. En particular, se aseguró que el populismo ruso no fue un programa social ni económico antes de las décadas de 1880 y 1890, más bien era la búsqueda de salvación, una demanda tolstoyana de integrarse a la vida de los campesinos, el énfasis en la deuda que había con los campesinos de Yásnaia Poliana, en donde Tolstoi había nacido, y sobre la necesidad de pagarla. Ese fue el motivo fundamental que no se encuentra frecuentemente entre los populistas en otros lugares.

Nadie podía decir que Chernyshevsky era un nacionalista o que cualquier populista ruso en las décadas de 1860 y 1870 haya tomado interés en los procesos revolucionarios europeos. Ellos fueron víctimas de la autopreocupación. A diferencia de los científicos anteriores y posteriores, ellos pensaron por completo en su propio pasado ruso, en su presente y en su futuro, y se vieron a sí mismos frente a un problema único. Por tanto, ellos vislumbraban una Rusia capaz de evitar el ascenso de la burguesía y su consolidación en el poder, ya que sus ideas partían de la convicción de que el pueblo ruso llegaría al socialismo a través de un camino propio y distinto al occidental.

En algún momento, Berlin (2023) señaló que no deseaba alargarse sobre la base histórica de la conexión entre nacionalismo y populismo, pero afirmó:

Me parece que nació en algún lugar en las décadas de 1760 o 1770 en Alemania y que es una respuesta a algún tipo de humillación nacional en Alemania entonces, como en Rusia más tarde, el populismo hace hincapié en los valores «internos» del grupo elegido frente a los valores «externos» del cosmopolitismo ilustrado de los filósofos del siglo dieciocho. Los alemanes, como los rusos, se esforzaron en no ser nacionalistas, pero el Volk con el cual ambos empezaron impregna las ideas de ambos. Por lo tanto, este nexo es algo que tendremos que mencionar (p. 3).

El filósofo nacionalizado británico también afirmó que en el caso de otros populismos -por ejemplo, el populismo norteamericano- existe un elemento nacionalista todavía más fuerte, que es difícil dejar fuera:

Existe una xenofobia sobre un tipo específico que está, en su totalidad, ausente del populismo ruso, excepto para ciertos movimientos aislados en las décadas de 1860 y 1870 entre los campesinos y los medios populistas que agitaban entre los campesinos con el único propósito de aumentar el descontento general e incitar a la revolución. Si alguien pregunta qué es lo que contemplaban los primeros populistas en la forma de un régimen después del derrocamiento, creo, que habría un silencio. En Chernyshevsky se obtienen nociones muy poco claras sobre el control económico local, parcialmente centralizado; pero si se preguntan qué es lo que ellos pensaban que sucedería después de régimen zarista destruido, ellos solo han dicho que la gente se levantaría y la justicia reinaría. Más que esto no he podido encontrar (Berlin, 2013, p. 3).

Con el objetivo de identificar dónde y cómo se mezclan populismo y nacionalismo, Guy Hermet (1999) reflexiona sobre el inventario de las especies de populismos en el mundo, los cuales se caracterizan por tener una identidad nacional-popular que, afirma, es ridiculizada por los «profesionales de la democracia tanto en Europa Occidental como en América del Norte».

Hermet (1999) utilizó la categoría de «nacional-populismo» y en su estudio destaca dos especies extraeuropeas de populismo. La primera, atendiendo a su cronología, está representada por los movimientos que, como el populismo de los pequeños granjeros de América del Norte durante la década de 1890, procedieron de una propuesta auténticamente plebeya, más que de la manipulación de demagogos o de los tiernos cuidados de intelectuales compasivos, a la manera de los de San Petersburgo. La otra categoría corresponde a la que en América Latina se ha encontrado ilustrada por partidos o regímenes de gobiernos específicos, «a la manera de las dictaduras de Getulio Vargas en Brasil, del general Perón en Argentina, o incluso de Fidel Castro en Cuba» (p. 46).

6. La articulación del populismo y del nacionalismo en la política populista

De Cleen (2017) define al nacionalismo como un discurso estructurado en torno a la «nación», concebida como una comunidad soberana y limitada que existe a lo largo del tiempo y está ligada a un espacio determinado. Por el contrario, el populismo se estructura en torno a un antagonismo entre el «pueblo» como un gran grupo sin poder y la «élite» como un grupo pequeño e ilegítimamente poderoso, con populistas que afirman representar al «pueblo». Como consecuencia de la organización nacional predominante de la representación política, «casi todos los políticos populistas operan dentro de un contexto nacional; por lo tanto, ellos tienden a definir al pueblo como perdedor en un nivel nacional, incluso cuando el nacionalismo no juega un papel estructural en sus proyectos políticos» (p. 439).

Ahora bien, mientras que el poder para la toma de decisiones ha cambiado hacia ámbitos políticos supranacionales, el Estado-nación permanece como el contexto principal en donde los ciudadanos están representados, los partidos políticos operan, las elecciones se llevan a cabo y el debate público y la competencia tienen lugar. Por ejemplo, a pesar de la integración supranacional en Europa, los ciudadanos europeos son todavía representados principal y democráticamente por Estados-nación. Incluso, el Parlamento Europeo está conformado por políticos pertenecientes a partidos nacionales y elegidos en el ámbito nacional.

Los actores del populismo y, desde luego, los partidos populistas, usualmente están organizados en el ámbito del Estado-nación, por ello los populistas reclaman representar al pueblo desamparado y demandan que la política siga la voluntad de ese pueblo nacionalmente definido como perdedor. Ese pueblo es definido casi siempre en el ámbito del Estado-nación por estos partidos, sean o no nacionalistas. Tal situación se observa claramente cuando los populistas participan en los movimientos nacionales y, en especial, cuando sus líderes toman funciones como presidentes o primeros ministros y llegan a representar a la nación y al Estado-nación.

La «élite» también se refiere a ciertos grupos de poder dentro de la nación: los políticos nacionales, además de los intelectuales y los artistas. Pero lo común para los populistas es construir un antagonismo entre el pueblo perdedor y las élites no nacionales. En algunos casos, la nación en su totalidad incluso llega a ser identificada como la perdedora en oposición a una élite internacional o extranjera.

El interés de De Cleen (2017, p. 441) consiste, de manera fundamental, en la articulación del populismo y el nacionalismo, pero más explícitamente en las políticas nacionalistas que formulan demandas sobre la identidad, los intereses y la soberanía de la nación. El primer grupo de demandas nacionalistas que prominentemente ha sido articulado con el populismo se mueve alrededor de la exclusión de ciertos grupos de personas de la nación, del Estado-nación y del poder político en la toma de decisiones. El segundo grupo de demandas nacionalistas que ha sido formulado en términos populistas se refiere a la soberanía de la nación y al derecho a su propio Estado-nación, y en contra del engrosamiento de las estructuras del Estado, de las fuerzas colonizadoras y de cuerpos políticos supranacionales.

7. Algunas manifestaciones políticas de signo populista y nacionalista de los últimos años

En Europa, el nacionalismo y el populismo se observan a veces como una señal y en otras ocasiones como causa de la erosión y la crisis de confianza de la democracia liberal. Por ello, el análisis sobre ambos fenómenos ha ido en aumento. Ambos parecen haber sido los responsables del Brexit, el euroescepticismo y los resultados electorales de los denominados partidos de la derecha radical populista, cuyo avance está siendo constante.

En España, el concepto de populismo adquirió relevancia a raíz de la aparición electoral del partido político Podemos, al cual distintas plataformas ciudadanas y algunos autores lo han denominado «partido post 15M», en el sentido de que ha intentado canalizar algunas demandas de ese movimiento surgido a partir de 2011.

Sin embargo, cuatro años después de la primera aparición electoral de Podemos, la excepcionalidad ibérica que se distinguía por la ausencia de partidos de la derecha radical-populista en la península se fragmentó con la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas. Posteriormente, en las últimas elecciones generales, Vox se consolidó como el tercer partido con mayor representación, obteniendo 15% del voto y 52 diputados (Balinhas, 2020, p. 70).

Actualmente, los expertos han considerado a este como de ultraderecha y se ha destacado su componente populista; sin embargo, otros han manifestado sus dudas sobre ello. Para unos, ciertos aspectos nacionalistas coexisten con una lógica populista; para otros, dicha presencia no es tan evidente. Hay autores que advierten que el nacionalismo, el nativismo, el autoritarismo, la defensa de los valores tradicionales y, en menor medida, la agenda neoliberal, serían los aspectos centrales de Vox, estando el populismo muy poco presente. Estudiosos como Daniel Balinhas (2020) analizan la presencia de elementos populistas y nacionalistas en el discurso de dicha organización partidista.

Antonio Maestre (2020) coincide con el planteamiento de que la aparición de la extrema derecha en España de manera rupturista y fulgurante en 2018 acabó con la denominada «excepción española» en Europa; no obstante, un análisis más fino permite aseverar que nunca hubo tal «excepción española», sino una emancipación política de la extrema derecha del partido de los conservadores -el Partido Popular-. Sin embargo, la derecha radical de España -o posfascismo, según la definición de Enzo Traverso- presenta ciertas peculiaridades que es necesario conocer para asimilarla o excluirla de los movimientos concebidos en otros países europeos.

Para una adecuada comprensión de los posfascismos, Maestre recomienda el libro de Jean-Yves Camus y Nicolas Lebourg (2020), Las extremas derechas en Europa. Nacionalismo, populismo y xenofobia, el cual traza una magnífica radiografía de los movimientos posfascistas, de extrema derecha, derecha radical, nueva derecha o movimientos populistas, y se convierte en «una completa genealogía de la ideología radical de derechas que permite establecer su trazabilidad hasta comprender cuál es la conformación de cada partido en cada región y país» (Maestre, 2020, p. 9).

Desde principios de la década de 1980 los partidos antiinmigración han tenido un éxito creciente en las elecciones nacionales y europeas. Algunos de ellos han emergido de grupúsculos neofascistas (Fennema, 2002, p. 225). Este origen fija la tesis de continuidad implícita en el concepto de extrema derecha. Pero no todos los partidos que se muestran contrarios a la inmigración son descendientes de clubes y camarillas neofascistas. Que estos partidos conformen la «extrema derecha» no constituye una evidencia: «La continuidad histórica con los movimientos de extrema derecha de entreguerras no siempre es clara. Casi la única actitud que tienen en común es el resentimiento hacia los inmigrantes y hacia la política inmigratoria de sus gobiernos» (p. 226).

En Estados Unidos se vivió la era de Donald Trump. Este presidente fue síntoma de las tendencias modernas que han llevado a este país a donde está el día de hoy: en valores, en expectativas, en trabajo, en información, en tecnología, en relaciones familiares, en el comercio internacional, en las actitudes públicas, en las finanzas, en la política y en otras más, las cuales continuarán dando forma a la vida de la nación durante muchos años por venir y no de una manera agradable (Ricci, 2020, p. 4).

La experiencia de Trump, sumamente debatida, ha servido de referencia para explicar el reciente surgimiento de gobiernos populistas y el éxito de candidatos populistas para puestos públicos en muchos países. Las opiniones varían, pero muchos análisis están de acuerdo en que una causa subyacente del populismo contemporáneo es el resentimiento que tiene mucha gente, que se justifica plenamente por los cambios perturbadores que han sufrido sus vidas a causa de la economía moderna, que puede ser descrita como el capitalismo, la libre empresa, el neoliberalismo, la globalización o una sociedad basada en el mercado. En este sentido, uno de los postulados, es que vivimos en una era de populismo.

Diversas tendencias que llevaron a Donald Trump al poder, tales como la polarización política, el fraude electoral, la globalización, la automatización, la subcontratación, las veinticuatro horas de noticias, la economía de trabajo, la inmigración, la desindustrialización, la existencia de grandes bancos fracasados, comunidades cerradas, pensamientos aislados, periodismo de ciberanzuelo, adicción digital, el capitalismo de plataforma, política de identidad, guerras perpetuas, elitismo educativo, entre otros, permanecieron después de su administración y continuaron dando forma a la vida pública. Por tanto, aunque este presidente no creó la era del populismo, sí fue personificado por él, en las tendencias que lo trajeron al poder, tanto en el entusiasmo como en la oposición a lo que él representa.

Para David Ricci (2020, p. 9) la mayoría de autores juzgan al populismo como indiferente a la democracia y hostil a las virtudes liberales; no obstante, otros argumentan que Donald Trump y su administración promovieron correctamente una estrategia de «American first» -«Norteamérica primero»- tomando decisiones firmes, como abandonar los tratados internacionales sobre el libre comercio, sobre la proliferación nuclear y sobre el calentamiento global, con la finalidad de representar los intereses y preferencias de los norteamericanos que sienten que los infiltrados, jueces activistas, periodistas liberales, profesores radicales, sindicatos corruptos y líderes arrogantes de minorías en Washington han llevado por largo tiempo al país por mal camino.

Tanto unos como otros -afirma Ricci (2020) - están de acuerdo sobre el peligro en que se encuentra Estados Unidos, en el sentido de que aquellos que amenazan su tranquilidad y prosperidad son personas que ellos llaman pluralistas más que populistas, esto es, personas que prefieren tener una «identidad de políticos» a ser patriotas y que respaldan el «relativismo» moral más que las virtudes tradicionales. En este caso, aunque los académicos y los activistas estén en desacuerdo sobre cómo definir lo que ha estado mal en la era del populismo, Ricci concluye que ambas partes en esta confrontación -como de costumbre- temen a los políticos, porque sienten que muchos de ellos los han abandonado.

Conclusiones

Es probable que muchas de las más prominentes expresiones de la política populista hayan sido nacionalistas y los nacionalismos hayan tenido frecuentemente un componente populista. El nacionalismo es una doctrina política que se convirtió en ideología y el populismo ha corrido los últimos años la misma fortuna, pero ambas expresiones tienen el reto de mantener la legitimidad de la identidad y la unidad nacionales, en medio de la política antagónica entre el pueblo y la élite, lo que no se traduce de manera sencilla en el ámbito de la representación electoral.

La complejidad del tema ha llevado a que ambas ideologías se confundan como iguales frente a fenómenos y problemas acuciantes para los Estados nacionales, como son la globalización, la migración y el libre comercio, de los cuales de derivan actitudes de resentimiento social, xenofobia y exclusión social.

Para referirse al fenómeno político del populismo se busca un concepto ideal que los estudiosos de este afirman que no es fácil disponer de él y al relacionarlo con el nacionalismo la cuestión se complica, pues incluso hay contradicciones entre los estudiosos del fenómeno.

Se propuso en este ensayo caracterizar al populismo en la actualidad, hacer una aproximación conceptual de la articulación del nacionalismo y del populismo a partir de identificar algunas expresiones del populismo que registran los historiadores. En este sentido, existen casos históricos y contemporáneos en los que «el populismo es un tipo de nacionalismo», pero se requiere todavía mayor desarrollo y sistematización para lograr mayor consistencia en la explicación de este fenómeno.

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1 Las principales ponencias de esta reunión son las que integran este libro, el cual intenta ser una especie de antología del populismo.

*Cómo citar este artículo. Zamitiz Gamboa, Héctor. (2023). Principales manifestaciones de la articulación del nacionalismo y el populismo en la historia de los movimientos políticos. Una aproximación conceptual. Estudios Políticos (Universidad de Antioquia), 66, pp. 49-71. https://doi.org/10.17533/udea.espo.n66a03

Recibido: 01 de Agosto de 2022; Aprobado: 01 de Febrero de 2023

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