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Estudios Políticos

versión impresa ISSN 0121-5167versión On-line ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.68 Medellín sep./dic. 2023  Epub 14-Dic-2023

https://doi.org/10.17533/udea.espo.n68a09 

Sección general

Juventudes y participación política en Argentina. Una lectura en clave generacional a cuarenta años de la recuperación democrática (1983-2023)1 **

Youth and Political Participation in Argentina. A Generational Reading Forty Years after Democratic Recovery (1983-2023)

Guido Montali1 

1 Argentina. Licenciado en Sociología. Doctor en Estudios Sociales de América Latina. Becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina. Correo electrónico: montaliguido@gmail.com - Orcid: https://orcid.org/0000-0002-4538-711X


Resumen

En este artículo se reconstruye, en clave generacional y a partir de literatura especializada, algunos de los modos en que se configuró la participación política de jóvenes en Argentina desde la recuperación democrática en 1983. El objetivo es realizar una periodización que muestre formas de participación a partir de la identificación de conexiones generacionales presentes en cada momento. Si bien no son las únicas posibles, ni exhaustivas o excluyentes, sí permiten construir una lectura que vincula coyunturas sociohistóricas con modos concretos en que se configuró la participación. Para ese propósito, se especifican y articulan los conceptos de juventudes, generaciones y participación política, explicitando el enfoque asumido, y luego se describen algunas manifestaciones específicas de la participación política de jóvenes desde 1983. A partir de esto se consignan cuatro periodos: i) la década de 1980 y la transición democrática; ii) la década de 1990 y la participación en el marco del neoliberalismo; iii) la emergencia de militancias juveniles oficialistas en la etapa de gobiernos kirchneristas; y iv) la irrupción de colectivos feministas y ambientalistas desde 2016.

Palabras clave: Participación Política; Juventudes; Generaciones; Ciudadanías; Argentina

Abstract

The article reconstructs, in a generational perspective and based on specialized literature, some ways in which the political participation of young people has been configured in Argentina since the democratic recovery in 1983. The objective is to carry out a periodization that shows forms of participation based on the identification of generational connections present at each moment. While these connections are not the only ones possible, nor exhaustive or exclusive, they do allow for the construction of an interpretation that links socio-historical situations with specific ways in which participation was configured. For this purpose, the concepts of youth, generations and political participation are specified and articulated, elucidating the assumed approach, and then some specific manifestations of young people’s political participation since 1983 are described. From this, four periods are identified: i) the 1980’s and the democratic transition; ii) the 1990’s and participation in the context of neoliberalism; iii) the emergence of pro-government youth militancy during the Kirchnerist governments; and iv) the emergence of feminist and environmental collectives since 2016.

Keywords: Political Participation; Youths; Generations; Citizenships; Argentina

Introducción

El artículo reconstruye en clave generacional y a partir de literatura especializada en el campo algunos de los modos en que se configuró la participación política de jóvenes en Argentina a cuarenta años de la recuperación democrática en 1983. El objetivo es realizar una periodización que muestre formas de participación desde la identificación de posibles «conexiones generacionales» presentes en cada momento. Se advierte que esas formas no son únicas, pero sí atinadas para interpretar relaciones generacionales de las juventudes con la participación. Por ello, se considera relevante, como punto de partida, explicitar una premisa de lectura que aquí se asume: las relaciones entre juventudes y participación no pueden ser dilucidadas totalmente al margen de las formas más amplias en que las sociedades se vinculan con las coyunturas. Más específicamente, de cómo las instituciones democráticas y sus mecanismos de representación formal han ido adquiriendo y perdiendo legitimidad social en estos cuarenta años.

Esta premisa que, por supuesto, puede ser debatible, tiene para nosotros una discusión y dos aclaraciones. La discusión es que las juventudes no se explican como actor social en sí mismo, a partir del cual las variantes de «compromiso», «rechazo» o «apatía» con la participación pueden ser abordados. No es posible inscribir en las edades biológicas disposiciones políticas, ni de rebeldía ni de desinterés. En consecuencia, las formas que asume en concreto la participación juvenil se comprenden en relación con los contextos políticos y culturales epocales en las que están inmersas.

La primera aclaración es que no se postula la imposibilidad de encontrar creatividad o innovación en las maneras en que los y las jóvenes se expresan. Sí que es importante enmarcarlas en las coyunturas de la vida democrática, porque estas permiten también comprender una época. Si, como aquí se sostiene, las juventudes son plurales y relacionales, también lo son sus vínculos con la participación y los diversos medios en que esta se expresa. Con esta aclaración presente, se esboza, sin embargo, una perspectiva que tiende a trazar una visión amplia, de conjunto, con el objetivo de dilucidar posibles «conexiones generacionales» en la relación de las juventudes y la participación política en cada uno de los momentos señalados. Es importante subrayar que esta lectura en clave generacional no pretende ser única o exhaustiva, ni excluir otras «conexiones» también identificables. Sin ánimo de producir lecturas reduccionistas en un campo que es abierto, sujeto a controversias, esta mirada prioriza el enfoque generacional de la participación porque posibilita una mirada en términos de balance socio-histórico. Se eligieron al interior de cada momento algunas manifestaciones concretas y, por eso, pueden quedar por fuera experiencias de participación que tuvieron a otras juventudes como protagonistas. De allí que la referencia de «corte» intenta seguir la pregunta en torno a la vinculación con las instituciones y los canales de participación que se dieron en cada periodo.

En relación con ello, la segunda aclaración es que la periodización está construida según etapas atravesadas por cambios en los signos de gobierno, con diferencias en sus orientaciones políticas y económicas. Nuevamente, es una periodización posible que abre una vía de temporalización puntual, orientativa y, de hecho, ya aceptada en otros estudios de referencia (Bonvillani, Palermo, Vázquez y Vommaro, 2010; Vommaro, 2015; Kriger, 2016). Sin embargo, está abierta a cotejarse con la construcción de otras temporalizaciones según los procesos específicos de organizaciones, problemas, temas, demandas o formas de construcción política distintos a los que se presentan aquí.

Por aquella discusión y estas aclaraciones, se estructura el artículo en dos apartados: en el primero se articula el uso de los conceptos de juventudes, generaciones y participación política en vías de calibrar el enfoque; en el segundo se muestran algunas de las formas en que se expresó la participación en estos cuarenta años de democracia, haciendo énfasis en cómo, generacionalmente, esas formas dialogan con los escenarios coyunturales que operan como referencia.

Metodológicamente, la selección de bibliografía para la delimitación de los periodos se apoya en dos criterios: primero, en estudios empíricos que parten de las preguntas sobre la relación entre juventudes y participación, un campo profuso en Argentina; en consecuencia, no se incorporan otros estudios centrados en la construcción de representaciones y narrativas sociales sobre las juventudes, como las de los medios de comunicación o las elaboradas por las propias instituciones estatales. El segundo criterio es el de una literatura que ha incluido la dimensión generacional para abordar la relación entre juventudes y participación política.

A partir de la literatura especializada del campo se proponen cuatro momentos: i) la participación durante el retorno democrático a comienzos de la década de 1980, signada por el acercamiento a instituciones y canales formales de representación; ii) hacia el final de la década de 1980 y con una profundización durante la década de 1990, la impugnación a los mecanismos institucionalizados de participación que tiene como trasfondo la exacerbación del neoliberalismo y que se extiende hasta la crisis de diciembre de 2001; iii) el periodo de los tres gobiernos kirchneristas entre 2003 y 2015, escenario en el que la recomposición estatal, en su intervención y legitimidad, encontró un nuevo ciclo de movilización que apoyó progresiva y masivamente al oficialismo; iv) desde 2016 hasta la actualidad, centrados en dos tendencias, primero, la capacidad de convocatoria de los feminismos entre las jóvenes, apoyada en la movilización Ni una menos surgida en 2016 y luego en las manifestaciones por el derecho a la interrupción legal del embarazo, y segundo, la emergencia de colectivos juveniles ambientalistas que, al calor de la figura internacional de Greta Thunberg desde 2018, fueron ganando visibilidad y expresión pública.

1. Juventudes, generaciones, participación

Una afirmación frecuentemente reproducida en el campo de estudios sobre las juventudes es aquella de Pierre Bourdieu (1990): «La “juventud” no es más que una palabra». En respuesta, los sociólogos argentinos Mario Margulis y Marcelo Urresti (1996) aseguran: «La juventud es más que una palabra». Intentemos dilucidar la primera frase para comprender el porqué de la segunda. En términos amplios, la crítica de Bourdieu tiende a advertir sobre la imposibilidad de asumir las edades biológicas como condición para dar cuenta de comportamientos o disposiciones sociales. Hacerlo sería pretender que ellas expliquen experiencias sociales dispares y, por lo tanto, una operación que escondería tanto diversidades como desigualdades. Desde una perspectiva sociológica, las juventudes en una sociedad son aquellas que esa sociedad construya para sí misma, es decir, no restringibles a franjas etarias precisas, históricamente situadas, dinámicas, siempre relacionales -si puede referirse a juventudes es porque también existen la niñez, la adultez, entre otros-, no posibles de ser abordadas en singular y que, en determinadas condiciones, pueden ser objeto de luchas por las clasificaciones y el reconocimiento. Hay, por ello, incluso en un mismo momento histórico, heterogéneas maneras de «ser joven».2

Ahora bien, también Bourdieu (1985) muestra cómo los rituales de «magia social» performados por las instituciones instituyen regularidades, de modo que la juventud funciona como clasificación social al ser construida por instituciones estatales y de mercado, al ser objeto de estudios sobre consumo, al constituirse como mercancía de sociedades que tienden a la juvenilización como valor (Vommaro, 2015). Por todo ello, la juventud también es una clasificación abierta a procesos que pujan por su significación legítima, por los sentidos atribuidos a su condición. Esquiva como concepto, la clasificación social juventud instituye modos de ser donde adquieren relevancia los tipos de regularidades relacionales que lleva implícita. No solo al interior de las juventudes, sino intergeneracionalmente, vía expectativas de acción, vía horizontes sobre lo que «debería ser» o no.3

Lo expresado parece suficiente para, al menos, consignar una dimensión en el estudio sobre las juventudes, aquella que da cuenta de su creación y reproducción como clasificación social con valor sociológico. Pero hay otra dimensión: ¿cómo aquellos que son apuntados como jóvenes experimentan esa condición en los múltiples espacios en los que se desenvuelven? En este plano, quienes son socialmente construidos como los jóvenes aparecen como actores concretos realizando acciones situacionales. Se trata entonces, en conjunto, de comprender a la juventud como significación en la producción de órdenes sociales y modos de interacción, y de pensar en los actores sociales portadores de esa significación actuando en situación. Esto, para observar si es posible, en determinadas condiciones, una manifestación específica: cuando la «juventud» se constituye en un referente de identificación. Es decir, allí donde hay un colectivo de jóvenes que se reconocen y presentan en el espacio público como tales, que expresan sus demandas y narran sus conflictos asociados a la condición de jóvenes.

Esa articulación es un punto nodal desde dónde observar las modalidades de la participación, en tanto permite dilucidar intereses, nuevas agendas, relaciones con las instituciones y cómo son narradas las problemáticas por los propios jóvenes. Es decir, porque allí es posible consignar la existencia de «vínculos generacionales» entre actores que comparten algo más que sus edades. De acuerdo con autores del campo de los estudios sobre juventudes y participación política en Argentina (Vommaro, 2015; Kriger, 2016; Longa, 2017), es pertinente recurrir al concepto de «generaciones», perspectiva desde la cual se aborda este artículo. El término alude al modo en que nuevas cohortes que se incorporan al mundo social se apropian, significan y resignifican las circunstancias de su época. En ese plano, la condición etaria fundamenta la dinámica de las generaciones, pero no las constituye.

Comúnmente, un punto de partida en esos estudios es el de Karl Mannheim (1993), para quien una generación no se comprende sólo por la coetaneidad -que alude a lo que denomina «posición de generación»-, sino por compartir problemas comunes y generar en torno a ellos referencias de identificación -tendientes a producir una «conexión generacional»- que pueden dar lugar a «unidades generacionales», es decir, a grupalidades específicas. En el vínculo entre jóvenes y participación se puede pensar cómo determinadas problemáticas, intereses o expectativas compartidas pueden transformarse en organización, demandas y visibilidad pública colectiva. De modo que los casos en que devienen formas concretas de grupalidad son circunstanciales, dependiendo de movilizar colectivamente una conexión generacional.4 Esto permite enfocar la categoría de generaciones desde un conjunto de actores que, siendo parte de una misma franja etaria, comparten problemas y se constituyen como actores colectivos de su resolución.

Gerard Mauger (2013) articula la teoría de Mannheim con la perspectiva de Bourdieu y comparte la premisa de que la simultaneidad cronológica no alcanza para construir una generación. La sociogénesis de las generaciones puede comprenderse, por un lado, a partir de cambios en los marcos de socialización al interior de universos sociales específicos, como los campos. Por otro lado, a partir de experiencias vividas, dentro de una franja etaria, en torno a «acontecimientos fundadores» que ejercen efectos duraderos sobre quienes los experimentan. Comprender cuán durables y objetivables son los efectos de los acontecimientos es algo que sólo puede resolverse empíricamente, a partir de identificar «marcadores biográficos» o «indicadores de disposiciones». Como los efectos son diferenciales según la edad de los implicados por los acontecimientos, Mauger sugiere una «disponibilidad disposicional» mayormente presente en las juventudes. Marcelo Urresti (2008) se orienta en la misma dirección:

Si bien toda subjetividad está en proceso, es decir, en devenir y sin una forma definitiva, la diferencia específica que presentan las generaciones jóvenes se encuentra en el hecho de que en ellas el proceso de subjetivación está abierto a la recepción de la época sin experiencia previa acumulada, haciendo de esa primera exposición «su» mundo. La sintomática expresión corriente entre los adultos «en mis tiempos», «en mi época», etc., como si el presente ya no lo fuera, hace referencia a los años en que se empezó a tener conciencia del «encontrarse», normalmente coincidente con la adolescencia o con la juventud (p. 4).

Queda explicitado entonces que una generación no constituye un grupo social per se, sino que habilita, a quienes forman parte de ella, ciertas condiciones de posibilidad para que el grupo acontezca; pero, además, que las generaciones no necesariamente responden sólo a las lógicas de la sucesión y la coexistencia intergeneracional, sino que al estar atravesadas por factores como las clases, los géneros o los campos específicos desde donde se estudien, también pueden manifestarse distintas posiciones, conexiones o unidades generacionales al interior de una misma franja etaria de una población. Dadas estas condiciones, es hipotéticamente factible consignar la importancia de ciertos vínculos generacionales que coadyuven a constituir referencias de identificación.

En este artículo se asume que los actores de la participación son jóvenes -en su amplitud y heterogeneidad-, pero la perspectiva es la generacional, es decir, busca identificar en los periodos algunas formas de la relación entre los jóvenes y la participación en relación con el contexto histórico y los modos en que se expresan los procesos de politización. En conjunto, para observar las «conexiones generacionales» y cómo estas se manifiestan en grupalidades concretas.

Si este es el enfoque de interpretación del vínculo entre jóvenes y participación, hace falta explicitar de qué modo se entiende la idea misma de «participación política». En otras palabras, es necesaria una especificidad conceptual que permita enmarcar la práctica política dentro de ciertos criterios flexibles, pero al mismo tiempo consistentes como encuadre. Andrea Bonvillani, Alicia Palermo, Pablo Vommaro y Melina Vázquez (2010) han subrayado cuatro características para referirse a lo político como un conjunto de prácticas sociales grupales: i) organización colectiva, ii) visibilidad pública, iii) reconocimiento de antagonistas y iv) formulación de demandas con carácter contencioso. Se señala, además, el carácter procesual de cada una de las características: la politización es algo dinámico que se produce desde la subjetivación de los actores involucrados. Supone entonces interpretarla desde las diversas prácticas inmersas en procesos de temporalidad histórica, con sus dimensiones del «proyecto en común»: tanto la configuración de un pasado compartido como de un futuro imaginado (Kriger, 2016). Por ello, en conjunto, se concibe la participación política en el marco de un orden social de naturaleza hegemónica, abierto a procesos agonales, que puede manifestarse tanto al interior de espacios ya instituidos en las democracias -partidos, sindicatos, entre otros- como desde la creación de formas de participación alternativos a los tradicionales. En los momentos que se presentan en los próximos apartados, esas formas conviven, se articulan, nunca aparecen de un modo único: los clivajes en las legitimidades de las instituciones de representación democrática son una dimensión a partir de las cuáles interpretar cómo se expresa la participación.

Es pertinente realizar estas aclaraciones con el fin de calibrar la mirada en la comprensión de la relación entre juventudes y participación política en clave generacional. Si se parte del supuesto de que las formas de participación encuentran condiciones de posibilidad en coyunturas que las contienen, es posible identificar maneras en que se expresan las «conexiones generacionales». En ellas nos detendremos, reiterando la prudencia con que se realiza este ejercicio: un enfoque abarcativo está sujeto a la pérdida de singularidades que son significativas.

2. En clave generacional: momentos de la participación juvenil en Argentina desde la recuperación democrática

2.1 ¿De la expectativa al desencanto? La década de 1980 y la transición democrática

Queda explicitado que se comprenden procesos de politización generacionales como emergentes de las dinámicas históricas más que como características inherentes a la condición juvenil (Vommaro, 2015). La pregunta de partida es: ¿cómo se expresa la participación juvenil una vez recuperada la democracia en 1983 con la elección de Raúl Alfonsín (Unión Cívica Radical) como presidente? Lo primero es que ese proceso trajo consigo la movilización de distintos sectores de representación de la sociedad civil -partidos, sindicatos y gremios- que recuperaron capacidad de manifestación pública aun antes de finalizada la dictadura militar, fundamentalmente, desde la guerra de Malvinas en 1982. En consecuencia, la consolidación de la democracia como horizonte de convivencia y de la democratización de las instituciones funcionó como eje vertebrador de las demandas de participación.

De acuerdo con Ricardo Sidicaro y Emilio Tenti (1998), la política en el contexto de la transición democrática fue asumida por los jóvenes como un vuelco de participación hacia instancias de representación institucional, formalmente legitimadas y fomentadas por el nuevo gobierno de Raúl Alfonsín: partidos políticos, sindicatos y centros de estudiantes. Es un momento al que Pablo Vommaro (2015, p. 27) define como el del «encantamiento ciudadano», al subrayar la afluencia de jóvenes a los partidos, por ejemplo, al oficialista a partir de la Junta Coordinadora Nacional. La gestión de Alfonsín, de hecho, tuvo como horizonte la democratización de las instituciones luego de la dictadura militar y asignó a las juventudes un lugar preponderante en esa tarea en el mundo universitario. La restitución de la autonomía universitaria y el incremento de estudiantes implicó la reactivación de su vida política y de los Centros de Estudiantes como canales de representación del movimiento estudiantil a partir de organizaciones como la Franja Morada, ligada a la Unión Cívica Radical y hegemónica en esos años, la Juventud Universitaria Peronista (JUP), la Juventud Universitaria Intransigente (JUI) o la Federación Juvenil Comunista (FJC).

Tanto en los partidos como en la universidad, la tarea de reconstruir una cultura democrática en la política argentina, centrada en la figura del ciudadano, signó esta expectativa con los mecanismos institucionales de participación. Si bien este es el rasgo principal de la época, es prudente subrayar algún matiz, como que entre 1981 y 1987 las modalidades de participación juvenil no se circunscribieron sólo a partidos, movimientos estudiantiles y organismos de derechos humanos, sino que también tuvieron presencia en acciones de base y comunitarias. Aunque no predominantes, fueron anticipaciones a formas que se hicieron más visibles en la década de 1990 (Cozachcow y Vommaro, 2017).

De acuerdo con lo propuesto como principio de lectura en torno a las generaciones, Rafael Blanco y Pablo Vommaro (2018) analizan la conformación de un ethos militante ligado a la democracia como sentido que estructuró a las generaciones políticas de esta etapa. En ese escenario, abordan en plural la dimensión generacional, en tanto identifican la coexistencia de dos generaciones políticas en las organizaciones juveniles partidarias y universitarias de principio de la década de 1980: una es aquella que se socializa políticamente durante la dictadura militar; la otra la que lo hace desde el retorno democrático y que tuvo en la militancia estudiantil un pilar clave. Pero más allá de la pluralidad, la coexistencia y la impronta de cada una, es posible indicar a ese ethos militante democrático un sentido de estructurador generacional, un «vínculo generacional», esto es, un principio de identificación, reconocimiento y construcción de acciones colectivas entre juventudes. En ese plano, entre quienes comienzan a militar a comienzos de la década de 1980 se da un proceso de «relativa desidentificación con las generaciones anteriores» y una distancia asumida con las «causas y repertorios de acción» propios del ciclo histórico previo. En tanto la apelación a la democracia en la década de 1970 perdía fuerza por la sucesión de dictaduras y proscripciones políticas en Argentina luego de 1955, en la década de 1980 su sentido cobró un nuevo impulso:

En las prácticas cotidianas esta valorización de la democracia como delimitación de la buena política se traduce en la asunción de «una responsabilidad» […]. Este era el trabajo en las instituciones: en el partido, en los poderes del Estado, en el cogobierno universitario, en los centros de estudiantes. Así, la importancia del trabajo en las instituciones como signo característico de los nuevos sentidos de la militancia es concomitante con la crítica a la lucha armada, que procedía de diversos espacios (Blanco y Vommaro, 2018, p. 845).

El significante de la «democracia» fue el que, además, articuló entre sus sentidos a los reclamos llevados adelante por los organismos de derechos humanos por los crímenes de lesa humanidad realizados durante la dictadura militar -desapariciones, secuestros, torturas y demás-, de modo que también circuló como narrativa que cohesionó a jóvenes de distintas tradiciones políticas.

Sin embargo, las ilusiones democratizadoras colisionaron con distintos obstáculos conforme avanzaba la década. Los alzamientos militares, el retroceso en materia de derechos humanos que supusieron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en 1986 y 1987, la crisis económica y la hiperinflación en 1989, y las distintas protestas sociales hicieron perder legitimidad al gobierno de Raúl Alfonsín. Estos factores que culminaron con la elección anticipada de Carlos Menem como presidente en 1989 aceleraron el proceso neoliberal iniciado en la dictadura y reposicionaron el rol de un Estado que reconfiguró su relación con la sociedad civil. Así, el proceso tendiente a democratizar la cultura política institucional argentina como horizonte se agrietó hacia el final de la década y con él las expectativas de jóvenes en torno a las instituciones representativas tendieron a desplazarse hacia otras formas de agrupamiento, visibilización e intervención. Como sugieren Bonvillani et al. (2010): «1989 marca un momento de quiebre respecto de las expectativas construidas en torno a la posibilidad de consolidar un modelo estable de democracia y bienestar social que resolviera la cuestión social pendiente y abierta por la dictadura» (p. 22).

Así, hacia el final del periodo el ethos militante ligado a la democracia comenzó a desgastarse como eje estructurador de la participación, proceso que fue acompañado de la emergencia de otras modalidades de la politización, esto es, de formas de organización colectiva, demandas, visibilidad pública e identificación de adversarios. En la próxima etapa se verán algunos de sus rasgos salientes, los cuales se intentarán mostrar en su articulación con una época signada por el auge del neoliberalismo.

2.2 ¿Rechazo y apatía, o formas alternativas de intervención? Irrupciones en la década de 1990 y comienzos de siglo XXI

Desde iniciado el proceso democrático, pero con una profundización en la década de 1990, estudios centrados en comprender las relaciones entre juventudes y participación política sostuvieron una clave interpretativa en el agrietamiento de los sentidos de las «militancias», propios de las décadas de 1960 y 1970, anclados en politicidades maximalistas, mandatos morales y voluntades de cambio radical (Calveiro, 2005), en vistas de nuevas y múltiples manifestaciones de la «participación» (Balardini, 2005). Se trataría de reorientaciones en las formas de intervención, en el marco de la declinación de la tentativa intervencionista del Estado, de la hegemonía neoliberal en un clima de época galvanizado por el denominado Consenso de Washington y de las consecuencias del aumento de la pobreza, la profundización de las desigualdades y la precarización laboral. En Argentina, tanto la década de gobierno de Carlos Saúl Menem (1989-1999), identificado con el peronismo y asentado en la estructura del Partido Justicialista (PJ), como el binomio de Fernando De la Rúa (1999-2001), en una Alianza entre la Unión Cívica Radical y otros sectores como el Frente País Solidario (Frepaso), estuvieron signados por estas características.5

Si bien en el análisis del vínculo entre juventudes y participación en esta década se han desarrollado investigaciones donde priman ideas como «negatividad», «rechazo» o «apatía» (Bruno, Barreiro y Kriger, 2011), otras perspectivas afirman que es más adecuado referirse a emergencias de nuevas prácticas. Realizadas en escenarios tradicionalmente considerados «no políticos», con formatos alternativos a los hegemónicos, se plasmaron en espacios culturales, artísticos, comunitarios o barriales. Mariana Chaves y Julio Sarmiento (2015) han caracterizado a ese proceso como el de una desafección política con politización de otras esferas del mundo de la vida. Desafección que supuso la impugnación a las formas tradicionales de la representación y de los mecanismos en la toma de decisiones y la consecuente apertura de otros horizontes donde la acción colectiva se hizo presente. En comparación con la etapa anterior, se erosionó la potencialidad de la idea de «ciudadanía» como vía de participación e implicación en la vida pública (Bonvillani et al., 2010, p. 23).

Así, en clave generacional, es decir, de una tendencia que encontró regularidad en estas emergencias del compromiso de jóvenes, el giro interpretativo que estos estudios propusieron fue que lo que se pensó como «rechazo», significó en realidad nuevas modalidades de lo político, con la identificación y visibilización de demandas particulares y la irrupción de renovadas manifestaciones de agrupamiento y organización ante la crisis de representación en la que se vieron sumidas las instituciones en esta etapa de hegemonía neoliberal. Este contexto, que configura lo que Maristella Svampa (2005) denomina la «sociedad excluyente», habilitó formas de resistencia colectiva no exclusivamente juvenil, pero sí con presencia masiva de jóvenes. Esas formas de resistencia se inscriben en un contexto de proliferación de movimientos sociales que preconizaban una narrativa política de desburocratización y democratización en los modos tradicionales de participación y expresaban demandas no contenidas en aquellos:

Los proyectos políticos tradicionales quedaron desfasados de estas nuevas problemáticas y perdieron representatividad, por lo que muchos jóvenes comenzaron a agruparse a partir de problemáticas más acotadas y de identidades más específicas, como por ejemplo: la sexualidad, la ecología, el desempleo, etc., pasando así a integrarse en los nuevos movimientos sociales (Molinari, 2006, p. 7).

En ese escenario de época, entre las dimensiones que caracterizaron a los procesos de politización se pueden mencionar la predominancia de lo asambleario en la toma de decisiones, el énfasis en la horizontalidad y las redes, la desjerarquización de las relaciones al interior de los espacios de participación, la ponderación de las individualidades en las organizaciones, la priorización de la acción directa orientada a resoluciones efectivas, una menor presencia en los canales formales de representación, autonomía respecto al Estado y una «estetización» de lo político (Bonaldi, 2006).

Vommaro (2015) pone atención a seis experiencias en las que se expresaron estas características a lo largo de la década, tanto en lo que refiere a los modos organizativos como al repertorio de acciones: los jóvenes piqueteros y los movimientos autónomos de base territorial -por ejemplo, los Movimientos de Trabajadores Desocupados6-; la emergencia de Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia Contra el Olvido y el Silencio (HIJOS); el Colectivo 501 en crítica al voto como forma predominante de participación; la resistencia a la violencia institucional -con el surgimiento de la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi)-; las expresiones artísticas barriales -como el rock y la cumbia barrial, y el arte callejero-; y las numerosas marchas y manifestaciones en defensa de la educación por los movimientos estudiantiles. Dados estos marcos donde se asentaron formas de irrupción juvenil es que se ha afirmado la relevancia de atender la cuestión de los territorios y las territorialidades, es decir, de la «territorialización de la política y la politización del territorio» (Vommaro, 2020) como marca generacional.

Lejos de reorientar sus políticas, el gobierno de Fernando De la Rúa (1999-2001) continuó con los lineamientos neoliberales, llevando a una crisis económica, social y política que en diciembre de 2001 se expresó en jornadas de protesta social y en la renuncia anticipada del presidente. Este escenario estuvo marcado por un masivo ciclo de movilizaciones y la afirmación de procesos de autoorganización social que se gestaban desde mediados de la década de 1990, como las asambleas barriales, las fábricas recuperadas por sus trabajadores, las organizaciones de desocupados, los colectivos culturales y de información alternativa, y las redes del trueque (Fernández, 2006; Bonvillani et.al., 2010). El estallido social de diciembre de 2001 fue objeto de una violenta represión estatal: «de los 39 muertos por la represión policial, 34 tenían entre 13 y 30 años» (Vommaro, 2015, p. 39). Al respecto, cabe subrayar que bajo el gobierno transicional de Eduardo Duhalde en 2002, el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillan, jóvenes militantes -23 y 21 años, respectivamente- de dos expresiones de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, se convirtió en un símbolo de resistencia y lucha colectiva.

Ahora bien, si se retoma la idea de los «acontecimientos fundadores» de dinámicas generacionales, es decir, de hechos que tienen la facultad de producir «marcadores biográficos» compartidos por aquellos que los experimentan, se puede interpretar por qué Miriam Kriger (2016) identifica tres «unidades generacionales» en la relación entre jóvenes y participación política desde el retorno de la democracia: la primera, la de los «hijos de la democracia», estaría signada por lo descrito en el apartado anterior en torno al ethos militante; mientras que los acontecimientos que culminaron en la crisis del 2001 configuran la segunda unidad generacional que Kriger denomina los «hijos del argentinazo»; pero habría una tercera, a la que denomina los «hijos del conflicto con el campo» en 2008,7 con el cual la autora interpreta la irrupción de una nueva conexión generacional con el proceso de interpelación política a las juventudes durante los años de los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2011, 2011-2015).

2.3 ¿Una nueva generación en la tradición nacional-popular? Militancias oficialistas en los años de kirchnerismo (2003-2015)

La Presidencia de Néstor Kirchner estuvo marcada por el intento de reconstruir la legitimidad y autoridad estatal. Los primeros signos de recuperación se mostraron en la reactivación económica, la caída de la pobreza y la indigencia, y el alza en los índices de trabajo formal; junto con ello, su gobierno construyó una narrativa asentada en tópicos centrales: los actores neoliberales internacionales -como el Fondo Monetario Internacional- y locales -como el gobierno del expresidente Carlos Menem- como responsables de la crisis social y económica; una identificación latinoamericanista apoyada en las Presidencias de Lula en Brasil y Chávez en Venezuela; y la puesta en valor de los debates -y reapertura de los juicios- sobre Memoria, Verdad y Justicia que eran impulsados por los organismos de derechos humanos.

Sin embargo, a poco de comenzar el primer mandato de Cristina Fernández (2007-2011) el conflicto con sectores agroexportadores ocasionó un quiebre político y lo que hasta ese momento se expresaba en el apoyo crítico de algunos movimientos sociales al gobierno estuvo progresivamente signado por la afluencia de sectores de las juventudes a organizaciones que se identificaron con el oficialismo.

Al respecto, Vázquez y Vommaro (2012) subrayan una reactivación del protagonismo de los y las jóvenes en esta etapa que, a diferencia de la década de 1990, tuvo la novedad de producirse a través de vías formales de participación. Que algunos colectivos de jóvenes recobraran lazos con el Estado propició un resurgir de la legitimidad gubernamental e institucionalización de la política, pero al ser consecuencias de la misma crisis de 2001 resultaba menester sopesarlas con los rasgos de la etapa previa. De modo que los autores observan en este periodo la convivencia de modalidades de participación aquellas que se configuraron durante la década de 1990 vinculadas a la autonomía, los canales alternativos y la impugnación a los mecanismos de representación de las democracias liberales, y las emergentes en apoyo al proyecto oficialista. Entre estas últimas es posible identificar el crecimiento de la participación juvenil en estructuras clásicas, como organizaciones ligadas a partidos políticos o sindicatos (Wolanski, 2016).

Sin desconocer esta heterogeneidad, convivencia y tensiones entre experiencias de participación, en este apartado se pone la atención en el apoyo de jóvenes a los gobiernos kirchneristas bajo la premisa de que una novedad de la época fue la rearticulación de la tradición nacional-popular que tuvo a esas juventudes militantes como protagonistas. Convocadas desde el partido de gobierno, fueron parte de la narrativa oficialista acerca del «regreso de los jóvenes a la política», en general, y al peronismo, en particular. Aspectos que pueden interpretarse como un signo de «conexión generacional» que marcó el proceso de politización de las juventudes militantes oficialistas.

Sobre el «regreso de los jóvenes a la política», Vázquez (2014) analiza la construcción de la juventud como «causa pública» a partir del primer gobierno de Cristina Fernández, desde el cual se promovió la consagración de la juventud militante como capital político. En otro trabajo (Vázquez, 2015), la autora realiza un estudio de las producciones socioestatales de la juventud en el periodo. Allí calibra la mirada sobre las políticas públicas como formas de dar existencia a la noción misma de juventud desde el Estado. Con base en un análisis sobre políticas orientadas hacia los jóvenes, concluye que la «participación» como objetivo fue el de mayor aparición. La construcción estatal de la «juventud movilizada» instituyó así al compromiso como un valor positivo asociado a la juventud, en el marco de un proyecto político que puso en movimiento ese capital para sí.

Algo similar asevera Kriger (2016) cuando analiza los procesos históricos de «invención» de la juventud desde el Estado como forma de institucionalizar tanto la misma idea de juventud como los modos de vincularla con la participación. La «invención» que los gobiernos kirchneristas hicieron puede abordarse, por ejemplo, desde la sanción de la Ley del Voto Joven (Ley 26774/2012) y la Ley de Centro de Estudiantes (Ley 26877/2013). En concordancia con Vázquez (2015), fue una interpelación a la juventud como ciudadanía política comprometida.

La construcción de esta juventud movilizada, objeto de políticas públicas y tópico en los discursos de la expresidenta Cristina Fernández, no sólo delineó los trazos narrativos de la vuelta de los jóvenes a la política, sino que vigorizó el imaginario de las militancias en la tradición nacional-popular, de la «vuelta de los jóvenes al peronismo». Esto se produjo a partir de resignificaciones sobre los legados del peronismo de las décadas de 1940, 1950 y 1970, del primer peronismo, de la «resistencia» y de los años de proscripción que contribuyeron a potenciar lo que se pensó como el «peronismo del siglo xxi», excluyendo de aquella genealogía al peronismo de la década de 1990 (Vommaro, 2015).

Las relaciones de las juventudes con el oficialismo pueden comprenderse desde el cambio de clima ideológico impulsado por Néstor Kirchner al inscribirse como parte de una «generación diezmada», en referencia a la militancia de la década de 1970 (Altamirano, 2011). Esa adscripción le permitió tender puentes con las primeras manifestaciones de las juventudes que se volcaron a la militancia en apoyo de su proyecto. En este sentido, Silvina Irusta (2015) analiza cómo en los discursos de Kirchner se construyó una relación de sentido con los jóvenes a partir de la figura retórica del «militante». Imágenes recurrentes en sus discursos, como la de la «refundación» o el «tiempo nuevo», fueron asociadas al espacio que los jóvenes deberían construir dentro de la tradición nacional-popular.

La rearticulación de esta tradición, como ya se mencionó, tuvo un «acontecimiento fundador» en la coyuntura de 2008, pero también otro en la muerte de Néstor Kirchner en 2010. Lo que se produjo entre esos años, y desde allí en adelante, signó la emergencia de organizaciones alineadas al gobierno nacional con presencia preponderante de jóvenes. Un abanico de prácticas, de asunción de simbolizaciones -por ejemplo, la nueva frase que se incorporó en las movilizaciones a la Marcha Peronista: «Resistimos en los noventa, volvimos en el 2003, junto a Néstor y Cristina la valiosa JP»-, de acervos de memorias revisitadas, fueron parte de ese proceso. Para abordar el devenir de esta politización, Dolores Rocca Rivarola (2017) identifica tres momentos de la relación entre la militancia kirchnerista y el peronismo a los que denomina «desperonización» (2003-2007), «breve repejotización» (2007-2009) y «reactivación de la identidad peronista por organizaciones por fuera del PJ» (2009-2015).

Si en el primer momento la «desperonización» se dio por las vías de una «despejotización» -en relación con el PJ- y la apelación a la «transversalidad», resaltó allí la articulación del gobierno con organizaciones sociales como el Movimiento Evita, Barrios de Pie o el Frente Transversal Nacional y Popular. El segundo momento, marcado por la intervención del PJ y la asunción de Kirchner como su presidente, acercó más al kirchnerismo a las estructuras provinciales y municipales del PJ. Sin embargo, luego del conflicto entre el gobierno y las entidades agropecuarias en 2008 y la derrota electoral de 2009, se produjo el clivaje hacia el tercer momento que comenzó a verse con mayor nitidez luego de la muerte de Kirchner en 2010. Esa última etapa tuvo algunas características principales en la relación entre la militancia kirchnerista y el peronismo: una variación en la relación de fuerzas al interior del oficialismo con el ascenso de organizaciones, principalmente La Cámpora, con una marcada composición juvenil; una «reperonización» de la militancia kirchnerista, en términos de mayores apelaciones identitarias e iconográficas al peronismo, tanto de las organizaciones como de los y las militantes, pero por fuera del PJ; los formatos no partidarios que asumieron las militancias, con mayor afluencia en organizaciones, corrientes, movimientos o agrupaciones; y la esquiva experiencia de Unidos y Organizados, lanzado en 2012 por Cristina Fernández como la tentativa de aglutinar a las distintas y dispersas expresiones de apoyo al oficialismo.

En conjunto, si es posible afirmar que durante los años del kirchnerismo sectores de las juventudes se sintieron interpelados por la política oficialista, también es cierto que esas juventudes fueron parte de un proceso general de la relación entre política y sociedad en aquellos años. El foco puesto allí no responde entonces a su excepcionalidad, sino a que habitaron dentro de la tradición nacional-popular. Para esta tradición supuso una resignificación la posibilidad de adquirir una tónica disruptiva cuando su última memoria había sido la del menemismo de la década de 1990. Por eso, más que la emergencia de una nueva generación en las juventudes políticas en esta etapa, se puede suponer que durante los años del kirchnerismo se configuró una nueva generación al interior de la tradición nacional-popular. Cuando, avanzado el segundo gobierno de Cristina Fernández (2011-2015), la identificación oficialista comenzó a aliviar los trazos de su articulación, esa contundencia narrativa tendió a agrietarse.

2.4 ¿Nuevas agendas? Feminismos y ambientalismos en la participación después de 2015

La derrota electoral del Frente para la Victoria en 2015 frente a la Alianza Cambiemos que dio lugar a la Presidencia de Mauricio Macri hasta 2019 produjo transformaciones en las militancias kirchneristas y la visibilización de colectivos juveniles que se movilizaron en torno a otras demandas, de las que aquí sólo se mencionan exploratoriamente dos: las feministas y las ambientalistas.

Si bien no son abundantes los trabajos que han abordado la participación juvenil en partidos políticos opositores durante los años del kirchnerismo, Juan Grandinetti (2019; 2021) avanza en esa dirección. Particularmente, el autor investiga la conformación de militancias juveniles ligadas al Partido Propuesta Republicana (PRO), fundado por Mauricio Macri. En relación con las organizaciones oficialistas surgidas durante los años del kirchnerismo, es posible sostener que se produjo un proceso de cuestionamiento interno acompañado por la merma en la cantidad activa de militantes. Al mismo tiempo, en términos de identificación política, las disputas sobre el sentido del kirchnerismo como configuración del peronismo cedieron en sus tensiones para posicionar a este último como un principio general de referencia.

Otra dimensión relevante en relación con el espacio kirchnerista es que se hicieron más visibles y explícitas las ausencias de discusiones que las organizaciones habían tenido respecto a las desigualdades de género. Esto, que sí se dio con mayor fuerza luego de 2015, fue posibilitado por la masificación de los debates de y sobre los feminismos que comenzaron a instalarse como problema público de creciente preocupación desde la primera marcha conocida como Ni una menos en junio de ese año. Si bien, vale aclarar, estos debates no son propios de esta época y tienen «hilos» más largos de militancias activas, lo que sí puede identificarse es una tendencia creciente en la interpelación que produjo entre jóvenes, principalmente mujeres, en el transcurso de esos años.

En este proceso, es posible advertir que lo que comienza como una demanda específica sobre los femicidios con la irrupción del Ni una menos,8 iría adquiriendo nuevas articulaciones en torno a narrativas sobre el patriarcado como modo de organización social, con el Paro Internacional de Mujeres (8M) y la creciente participación en los sucesivos Encuentros Plurinacionales de Mujeres y Disidencias, y que encontró alrededor de las movilizaciones por el derecho a la interrupción del embarazo legal, seguro y gratuito un punto de particular interés en la participación de las jóvenes. La articulación de estos acontecimientos en la producción de una «potencia feminista» (Gago, 2019) confluyó en la afluencia de participación popularizada como la «marea verde» (Tomasini y Morales, 2022), en alusión al símbolo representado por el pañuelo de ese color utilizado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito que se masificó en marchas y concentraciones.9 Para analizar este ciclo de movilizaciones en las jóvenes, Mabel Burin (2020, marzo 5) sostiene el concepto de «políticas de las subjetividades», con el foco en las relaciones afectivas y de poder, tanto entre géneros como entre generaciones: «una política de carácter feminista, en que se pone nombre al malestar que anteriormente se sentía en forma difusa, difícil de expresar, percibido como un trastorno íntimo, individual» (p. 3).

Al respecto, Josefina Brown (2020) aborda las condiciones de posibilidad de la instalación del aborto como problema público a partir de la distinción de tres etapas desde la recuperación democrática: de 1983 a 1994, en torno a la construcción del aborto como problema social; de 1994-1995 a 2003-2004, sobre la construcción del aborto como problema de salud; desde 2005 en adelante, caracterizada por la construcción del aborto como un derecho. Así, la instalación en la agenda pública de estos problemas, posibilitados por manifestaciones y movilizaciones sostenidas en el tiempo, pero que encontraron a partir de 2016 un renovado auge con afluencia masiva de participación juvenil, logró que el debate sobre la interrupción legal del embarazo llegara al Congreso de la Nación con el primer intento de aprobación frustrado en 2018. Con el cambio de gobierno nacional y la composición parlamentaria en 2019, dada la victoria del Frente de Todos en las elecciones nacionales, el proyecto finalmente fue aprobado bajo la Ley 27610 en diciembre de 2020.

Finalmente, en los últimos años diversos colectivos juveniles, visibilizados luego de la aparición pública internacional de Greta Thunberg en 2018, han tomado parte activa en las denuncias que desde organizaciones de la sociedad civil se realizan en torno a problemáticas ambientales. La emergencia de colectivos y «huelgas climáticas» en el ámbito global, expresándose, por ejemplo, en la primera Marcha por el clima de marzo de 2019, se manifestó en Argentina con organizaciones como Jóvenes por el clima, Alianza por el clima, Fridays for Future o Rebelión o extinción. Nuevamente, esta expresión de grupalidades juveniles se suma a movimientos socioambientales que desde la década de 1960 y fuertemente en los últimos veinte años vienen dinamizando sus demandas en torno a las consecuencias de los modelos hegemónicos de desarrollo y del extractivismo, y promoviendo un horizonte de «justicia climática» (Dichdji, 2020; Svampa, 2020).

Así, las juventudes se inscriben en un escenario de movilización social que, de acuerdo con Maristella Svampa y Enrique Viale (2020), muestra una cartografía específica: mientras en los centros urbanos los reclamos suelen ser sindicales, de organizaciones sociales y comunitarias y de luchas como las feministas, en las periferias urbanas y zonas rurales es donde se expresan mayormente los conflictos socioambientales. En ese sentido, los nuevos activismos juveniles han contribuido a visibilizar estas demandas también en las ciudades, formando parte de un heterogéneo «activismo climático» que representa menos un movimiento social que la idea de una «sociedad en movimiento» (p. 56). En ese escenario de movilización, además de su activismo en redes sociales, de performances públicas culturales-expresivas y de presencia en programas de radios locales -Jóvenes por el Clima, por ejemplo, conduce ¿Qué mundo nos dejaron, que se emite por Nacional Rock, y Permitido pisar el pasto en Futurock hasta 2022-, es destacable el rol que las organizaciones asumieron en el impulso a la Declaración de la emergencia ecológica y climática y en la Ley 27520 de Presupuestos mínimos de adaptación y mitigación al cambio climático global, votadas por el Congreso Nacional en 2019 y en torno a la aún no aprobada Ley de Humedales.

Si bien es evidente que no se puede agotar en estas dos demandas -feministas y ambientalistas- las agendas actuales de las juventudes, pues otras que se vienen desarrollando hace años, como las múltiples movilizaciones contra la violencia institucional o el «gatillo fácil» policial, también requerirían ser tratadas, es prudente haberles dado este espacio, en tanto parecen ser dos problemáticas que cobraron un nuevo impulso en los últimos años. Esto se visualiza en la irrupción de nuevas organizaciones, de repertorios de acción y visibilización pública, conformando procesos de politización que, cabe suponer, tienen por detrás problemas asumidos como propios por las generaciones jóvenes actuales.

Reflexiones finales

Se ha intentado presentar algunos trazos de la participación política de los y las jóvenes en estos cuarenta años de democracia en Argentina, mostrando el surgimiento de inquietudes, la revitalización de tradiciones políticas o la asunción de agendas de movilización renovadas, siempre en un contexto sociohistórico que opera como escenario de referencia. Se ha pretendido hacerlo bajo una clave de análisis generacional, es decir, que permita encontrar ciertas regularidades en los procesos de politización según las etapas. Así, las potencialidades de este enfoque remiten a la posibilidad de identificar «conexiones generacionales» en la participación de las juventudes que se articulan de acuerdo con las coyunturas que la enmarcan. Desde allí se subrayaron los rasgos salientes de esas conexiones en lo que atañe a los modos en que se configura la organización colectiva, la visibilización pública, la expresión de demandas y la delimitación de adversarios en distintos momentos de la vida política argentina.

Esto no supone criterios de selección exhaustivos, tampoco significa excluir formas de participación que no se ajusten a las características aquí descriptas para cada periodo que, por supuesto, han existido. Se sabe que fueron soslayados temas relevantes en torno a los cuales también se han dado, al interior de cada momento, procesos de movilización juvenil, sólo por mencionar algunos: el activismo en el amplio campo de la cultura, las luchas contra la represión policial -que sólo se consignaron de paso-, las significativas movilizaciones LGBTQ+ o el heterogéneo activismo digital.

De modo que la visión panorámica presentada aquí se enriquecería con al menos dos operaciones que pueden realizarse: i) la profundización específica de cada etapa buscando la coexistencia, articulaciones y tensiones de activismos y militancias heterogéneas en sus modos de organización, visibilización y acción; ii) el seguimiento puntual de organizaciones a través de los momentos para analizar las transformaciones de sus repertorios de acción de acuerdo con los contextos.

El desafío del tipo de interpretaciones que aquí se hicieron es no negar la heterogeneidad que se aloja detrás de una clasificación social tan asentada en el discurso social como la de «juventud», pero al mismo tiempo encontrar rasgos salientes que abonen la posibilidad de encontrar algunas «conexiones generacionales». Por ello, al retomar el concepto de generaciones en su relación con las formas de participación política se intenta acercar al problema a partir de una perspectiva alejada tanto de disposiciones a la acción inscriptas etariamente como de concebir las meras manifestaciones de condicionamientos sociológicos. En conjunto, un principio de inteligibilidad que no pretende analizar correlaciones causales, pero sí condiciones de posibilidad.

Como tales, las condiciones son habilitantes de tendencias, reconstrucciones que sugieren por qué determinados acontecimientos se comprenden en su contexto, en su proceso histórico. A su vez, se entiende que interpretaciones de estas características son provechosas en la tentativa de abordar las formas del compromiso político de juventudes ya no sólo al interior de Argentina, sino en la contribución al diálogo con investigaciones similares que se realizan en otros países de América Latina.

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1 Este artículo se deriva del proyecto de investigación Juventudes, participación y procesos de subjetivación en militancias políticas en Córdoba, 2022-2024, radicado en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

2Para una revisión crítica de las perspectivas sobre la juventud en la teoría sociológica, véase Ignasi Brunet y Alejandro Pizzi (2013). En términos históricos, Rosana Reguillo (2013) entiende que el proceso de visibilización de la juventud como grupo social se da en la segunda posguerra europea y norteamericana ante las nuevas condiciones sociales marcadas por la ampliación de la esperanza de vida —la cual reorganiza la población económicamente activa—, el desarrollo de las industrias culturales que optan por los jóvenes como sus principales destinatarios y la aparición de un discurso jurídico que alumbra específicamente a este nuevo actor social.

3Mariana Chaves (2005) ha investigado sobre representaciones y formaciones discursivas sobre los y las jóvenes en la Argentina contemporánea. A partir de análisis discursivos de distintas fuentes, sostiene que la juventud está signada por «el gran no»: negada —en el modelo jurídico— o negativizada —en el modelo represivo—; también negada su existencia como sujeto total —en transición, incompleto— y negativizadas sus prácticas —juventud problema, joven desviado, tribu juvenil, rebelde, delincuente—. Este tipo de estudios puede tener vasos comunicantes con el modo en que las juventudes se vinculan con la participación. No obstante, ese objetivo queda por fuera de las posibilidades de lo que en este trabajo se propone.

4Para una revisión sobre las definiciones y usos del concepto «generaciones» en la teoría social, véase Carmen Leccardi y Carles Feixa (2011) y Francisco Longa (2017).

5Para una visión de conjunto de ambas presidencias, véase Alfredo Pucciarelli (2011; 2014).

6Véase Martín Retamozo (2006) para abordar el Movimiento de Trabajadores Desocupados en Argentina, desde la perspectiva de la acción colectiva, como respuesta a la reestructuración de las relaciones sociales ocasionada por el orden neoliberal. Específicamente, la participación juvenil en esos movimientos también ha sido trabajada por Melina Vázquez y Pablo Vommaro (2008). Bonvillani et al., (2010) también realiza una síntesis de las producciones en torno a las juventudes y a los movimientos sociales en la década de 1990.

7El conflicto entre el gobierno nacional y centrales patronales del campo agrupadas en la Mesa de Enlace —Sociedad Rural Argentina, Confederaciones Rurales Argentinas, Coninagro y Federación Agraria Argentina— se produjo por el alza de retenciones móviles a la exportación de soja, maíz, trigo y girasol. Para un análisis de los meses de conflicto, véase Pucciarelli (2017).

8Romina Accossatto y Mariana Sendra (2018) han investigado las estrategias comunicacionales del colectivo Ni una menos desde la perspectiva del ciberactivismo político, mostrando la relevancia de las tecnologías de la información y la comunicación como una de las formas para alcanzar la masividad que tuvo.

9Para un análisis sobre el uso del pañuelo verde y su herencia del pañuelo blanco utilizado por las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, véase Karina Felitti y Rosario Ramírez (2020).

**Cómo citar este artículo. Montali, Guido. (2023). Juventudes y participación política en Argentina. Una lectura en clave generacional a cuarenta años de la recuperación democrática (1983-2023). Estudios Políticos (Universidad de Antioquia), 68, pp. 223-249. https://doi.org/10.17533/udea.espo.n68a09

Recibido: 01 de Junio de 2023; Aprobado: 01 de Octubre de 2023

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