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Revista Med

Print version ISSN 0121-5256On-line version ISSN 1909-7700

rev.fac.med vol.17 no.1 Bogotá Jan./June 2009

 

REFLEXIÓN

PENSAMIENTOS ÉTICOS EN EL CAUTIVERIO

MORAL THOUGHTS WHILE IN CAPTIVITY

PENSAMENTOS ETICOS NO CATIVEIRO

WILLIAM PÉREZ MEDINAa*

a Enfermero Auxiliar del Batallón de Sanidad del Ejército de Colombia

* Correspondencia: Tr 3 No. 49-00 Facultad de Medicina, Universidad Militar Nueva Granada


Hubiese deseado tener otra especialidad militar, cuando los terroristas atacaron mi unidad y, en su persecución, en medio del combate, resultaban heridos algunos de ellos, debiendo yo, como enfermero del Batallón, brindarles los cuidados necesarios para preservarles la vida, a pesar de que momentos antes, ellos mismos habían asesinado a mis compañeros. Pensaba en ello y finalmente me decía: actuar así es otra de las cosas que me hacen diferente de un terrorista y continuaba adelante con mi trabajo.

Pero la situación cambió de la noche a la mañana cuando en medio de fuertes combates asesinaron a más de 80 compañeros y secuestraron otros 43, entre ellos yo, que tuve la suerte de vivir. Fue el inicio de una etapa de terror y sufrimiento que no se imagina uno a los 22 años, menos aun que podía ser tan larga y que era posible soportarla. Con una cadena atada al cuello, amenazado constantemente por los terroristas y recibiendo todo tipo de humillaciones, se acerca a mí uno de esos personajes y me dice: "Perez, ¿Será que nos puede ayudar? es que tenemos un compañero enfermo y no sabemos qué hacer". No fue necesario en ese momento tener enfrente mío a mi instructora, la Srta. Leonor, Enfermera Jefe y Directora de la Escuela de Enfermería del Hospital Militar Central donde me gradué como Auxiliar de Enfermería, para saber de inmediato lo que tenía que hacer. Veía su rostro firme diciéndonos: "Recuerden siempre: primero el paciente, segundo el paciente, tercero el paciente y lo que sobre... también para el paciente".

Sin embargo se me venían a la memoria las tantas veces que recibíamos vidrios en las comidas que nos daban, en la arena y en las puntillas que encontrábamos dentro de los panes, en cuando encadenado a otro compañero de secuestro me tocaba ir a hacer mis necesidades fisiológicas, en las cadenas al bañarme, en las cadenas al acostarme y en las cadenas al levantarme. Pero de nuevo me concentraba en las cosas que me hacían diferente de ellos y en el compromiso que adquirí cuando me gradué de enfermero y a pesar de los vidrios y de las cadenas, no dudé ni por un instante de lo que debía hacer: en el momento en que un terrorista se enfermaba ya no era más un terrorista, se convertía en un paciente y le debía brindar los cuidados a mi alcance, a pesar del daño y del sufrimiento que nos causaban a nosotros y a nuestras familias.

Aquí se presentaba también otro dilema, porque como auxiliar de enfermería no se está autorizado sin una orden médica, para administrar ni siquiera una aspirina. Pero en la selva, antes de estar secuestrado y durante el cautiverio, las circunstancias llevan a que además de enfermero, se actúe también de psicólogo, de confesor y hasta de médico. Hoy en día, ya en la libertad, indudablemente no me atrevería a hacer cosa semejante, conozco perfectamente mis funciones y los límites que tengo. Pero en esos momentos, cuando se requirió de mis servicios y me quitaban la cadena del cuello para llevarme en un bote a toda velocidad hasta donde estuviera el enfermo, sin pensarlo dos veces le brindaba al paciente las ayudas que mis conocimientos me permitían. Y cuando me daban las gracias y además me decían "Usted sabe que apreciamos lo que hace por nosotros, pero somos enemigos y nos toca tratarlo igual que al resto", recordaba como, durante los años de cautiverio, tuve que presenciar que ellos mismos asesinaron a muchos de mis compañeros secuestrados y sabía que llegado el momento, lo harían también conmigo sin ningún remordimiento.

Debo decir que nunca busqué beneficio propio y que hubiese sido inaceptable recibir concesiones cuando mis compañeros estaban peor cada día. Pero se también que el saberme útil para mis compañeros y también para los terroristas, me a ayudó a tener fortaleza y no perder las esperanzas. Como mis servicios eran solicitados constantemente, sobre todo para preguntarme cosas sobre la salud, me vi obligado a estudiar en los libros que ellos mismos me proporcionaban y que ahora agradezco, porque fue una situación vital para conservar mi salud mental. Cuando alguno me preguntaba si yo no pensaba en dejarlos morir, o en colocarles un medicamento que les causara un daño peor, siempre respondía que para un militar eso era inadmisible, pero la verdad, debo confesarlo, en esos momentos yo pensaba más como enfermero que como militar.

Después de prestar la ayuda y otra vez encadenado, pensaba yo ¿Qué es la ética? ¿Acaso estaba yo obligado a brindarle asistencia a quienes me secuestraron, mucho menos en medio de la tortura diaria que me ocasionaban? ¿Los principios éticos no tienen en cuenta el dolor de las víctimas? A veces solo, cuando me ponía a reflexionar, me contestaba que no, que como ser humano víctima del terrorismo no tenía ningún tipo de deber hacia ellos. Pero por encima de la rabia y del abandono que llegaba sentir, me aferraba a los principios éticos que debemos mantener los que escogimos trabajar en la conservación de la vida y que en el caso mío fueron aprendidos en la Escuela de Enfermería del Hospital Militar Central, en donde no sólo me formaron como enfermero, sino como persona. Allí me enseñaron a ser un individuo capaz de servirle a la sociedad por encima del bien propio y es por eso que los premios y las condecoraciones que he recibido, se los dedico, porque ellas lo merecen, a todas y a cada una de las Instructoras de la Escuela de Enfermería, que con su paciencia y vocación hicieron de mi un buen enfermero, o al menos un enfermero sensible al dolor ajeno, incapaz de dejar morir a alguien cuando está en las manos evitarlo.

Con los principios éticos que me inculcaron y con los conocimientos que adquirí, aprendí durante mi cautiverio en la selva que así sea con las uñas y con recursos mínimos, también es posible salvar vidas cuando hay la disposición para hacerlo. Algunas veces nos acostumbramos a que si todos los recursos no están a la mano, nada puede hacerse; pero el mundo de la selva nos obliga a ser recursivos y si además de eso se actúa con ética, es posible ser útil, así sea en el cautiverio. Podría contar más anécdotas relacionadas con lo de ser recursivo pero necesitaría muchas páginas. Lo importante para mí era decir en este escrito que el que tiene la verdadera vocación de servir, jamás debe pensar primero en si mismo cuando de salvar vidas humanas se trata. Sólo le agradezco a Dios que en su misericordia, haya tenido compasión de mí, porque sé que su mano estuvo en cada procedimiento que realicé y para Él sea toda la honra.

Nota editorial: El Sargento Pérez fue secuestrado el día 3 de marzo de 1998 a la edad de 22 años en El Billar (Caquetá) y rescatado el 2 de julio de 2008 durante la Operación Jaque, luego de 124 meses de cautiverio en las selvas de Colombia.

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