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Revista Colombiana de Psicología

Print version ISSN 0121-5469

Rev. colomb. psicol. vol.19 no.2 Bogotá July/Dec. 2010

 

El error fundamental en psicología: reflexiones en torno a las contribuciones de Gustav Ichheiser

The fundamental Error of Psychology: Some Reflections on the Contributions of Gustav Ichheiser

CARLOS JOSÉ PARALES-QUENZA
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá
Correspondencia: cparalesq@unal.edu.co

Recibido: 08 de marzo de 2010 - Aceptado: 04 de agosto de 2010


Resumen

El error fundamental de atribución, posteriormente conocido como disposicionismo ingenuo o sesgo de correspondencia, se refiere a la propensión a sobreestimar factores personales y subestimar aspectos situacionales en la explicación del comportamiento. El artículo reivindica las contribuciones del psicólogo Gustav Iccheiser para argumentar cómo esa tendencia se apoya en sistemas ideológicos y, particularmente, en el individualismo como la representación colectiva más importante del mundo occidental. Se reconoce que esta forma de construir el sentido de la acción es parte del sentido común, pero se critica la tendencia por parte de la psicología y de los psicólogos a reproducirla en sus formulaciones.

Palabras claves: atribución, error fundamental, Gustav Iccheiser, sesgo de correspondencia.


Abstract

The fundamental attribution error (FAE), later known as lay dispositionism or correspondence bias refers to the tendency for observers to overestimate the role of personal factors and underestimate situational factors in the explanation of behavior. The article vindicates the contributions of psychologist Gustav Iccheiser and illustrates how the bias lays on ideological systems, particularly on individualism as the most important collective representation in the Western world. It is generally acknowledged that the FAE is a process by which individuals construct the meaning of actions as part of common sense thinking; however, the article criticizes the predisposition on the part of psychology and psychologists to reproduce the FAE in their formulations.

Keywords: attribution, fundamental error, Gustav Iccheiser, correspondence bias.


LA PERCEPCIÓN social ha sido un tema perenne en la agenda de la psicología social contemporánea. En esa área de investigación se ubica el estudio de los procesos de atribución, que hacen referencia a explicaciones y juicios de un observador sobre acciones y eventos. Las atribuciones se establecen desde visiones de mundo y sistemas de representación consensuados que se construyen a partir de la comunicación interpersonal. El concepto de atribución, visto como producto de la interacción social y de la actividad del individuo, es el resultado de un camino largo, lleno de debates y dificultades comparables a las que admitieron otros fenómenos centrales de la psicología social, por ejemplo, el estudio de las actitudes y el de la consistencia entre actitudes y comportamientos. El número de investigaciones en el campo de la atribución es abundante y refleja el interés de los psicólogos por aquellos procesos que permiten desarrollar impresiones sociales (Gilbert, 1998).

Ante las desilusiones previas de la perspectiva objetiva, es decir, la idea de que la percepción social sigue los mismos principios de la percepción general y puede medirse su exactitud, las investigaciones sobre atribución se volcaron a estudiar mecanismos implicados en el desarrollo de impresiones. Las nuevas perspectivas se alimentaron de las propuestas sobre la organización de las mediaciones mentales, a las que contribuyeron los psicólogos europeos que emigraron a los estados Unidos en el periodo entre guerras. Los investigadores se enfrentaron al problema de los errores en el proceso de percepción social, dedicándose a estudiar factores implicados en la producción de distorsiones. Entre las distorsiones atribucionales existe una que obtuvo gran parte de la atención y que se conoció como error fundamental de atribución (Ross, 1977), posteriormente sesgo de sobreatribución (Quattrone, 1982), disposicionismo ingenuo (Ross & Nisbett, 1991) o sesgo de correspondencia (Gilbert & Malone, 1995). El error fundamental de atribución hace referencia a la tendencia por parte del observador de sobreestimar factores personales del actor y subestimar factores situacionales en la explicación del comportamiento (Ross, 1977). Utilizaré la expresión error fundamental de atribución, para establecer el término de comparación con lo que denomino el "error fundamental en psicología": el que los psicólogos reproduzcan los patrones culturales de la atribución causal.

Lo que durante algún tiempo fue considerado un error, hoy se acepta como parte del pensamiento social: se trata de formas de construcción de realidad. El error fundamental de atribución es una característica operativa del sentido común, es el modo como, desde el marco de lo cultural, se explican las acciones. Se trata de un fenómeno ideológico que se asienta en el individualismo y la ética capitalista (e.g., Weber 1904-5/2000), dando paso a creencias como la de un mundo justo, en el que cada quien obtiene lo que se merece (Lerner, 1980). Weber delineó las relaciones entre sistemas de representación y acción social, estableciendo conexiones entre el pensamiento religioso y el desarrollo del capitalismo a través de la doctrina de sola fide. El individualismo religioso presenta el tema de la salvación como asunto personal y conduce a la sensación de aislamiento del individuo con respecto del mundo. La transición del destino a la responsabilidad individual se refleja en el sistema legal de las sociedades modernas.

En este artículo, argumento que la tendencia a realizar atribuciones favoreciendo disposiciones personales en detrimento de aspectos situacionales, que es parte del sentido común, es reproducida por la psicología y los psicólogos. La tendencia a asociar disposiciones personales y comportamiento en una secuencia causal es parte de la psicología ingenua de la acción (folk psychology) y representa un rasgo esencial de las sociedades occidentales. El tema es relevante en tanto plantea el debate de si el objetivo de las teorías y prácticas psicológicas es la reiteración de sistemas de representación social o, por el contrario, la descripción sobre cómo los individuos piensan y se relacionan con el mundo. Las implicaciones son importantes en áreas como la intervención psicológica, porque tradicionalmente ha concentrado el problema del cambio y la adaptación en el individuo e ignora aspectos importantes del contexto y la necesidad de transformarlo (Morrow & Deidan, 1992). Destacar el cambio individual, atenuando la necesidad de transformar el contexto social, resulta políticamente conveniente desde el punto de vista de lo establecido y de los intereses de una psicología guardiana del orden, promotora del status quo y bien de consumo. Una psicología crítica, por el contrario, busca el análisis de las condiciones materiales e ideológicas que enmarcan los procesos de subjetivación y es, por lo tanto, crítica de sí misma y de la sociedad en la que se desarrolla.

Desde una perspectiva descontextualizada, los problemas psicológicos son consecuencia de la dificultad individual en adaptarse a posturas institucionalizadas, incuestionables en el ámbito de la actuación profesional porque, aparentemente, no hacen parte de la competencia de la intervención. La actuación profesional iría en el mismo sentido de la atribución social y la labor del psicólogo se orientaría hacia el proceso de readaptación de esquemas de creencias o de relaciones que se presumen irracionales, disfuncionales o poco adaptativos, es decir, por fuera del consenso social. Esta postura tiene implicaciones problemáticas en contextos en los que los individuos están expuestos de manera crónica a situaciones de violencia, desigualdad e injusticia. Implicaría, por ejemplo, asegurar la adaptación individual a condiciones de desorganización social.

Asumir la intervención psicológica desde la modificación de esquemas de creencias y relaciones supone que el problema es individual, pero no problematiza el contexto en el que el individuo se desenvuelve. Esa orientación implica una perspectiva individualizada, presuntamente apolítica de la intervención, pese al reconocimiento ampliamente difundido de que la salud mental se encuentra determinada en gran medida por factores socioeconómicos (e.g., Herrman, Saxena, & Moodie, 2005). Intervenir en la misma dirección de la atribución personal resulta problemático cuando las condiciones sociales impactan de manera importante el bienestar psicológico, e inútil cuando se separa al individuo del contexto; es como si se optara por resaltar las características del actor e ignorar el ambiente. Podría argumentarse que es el individuo, no lo social, el campo de aplicación de la psicología, pero tal separación es artificial y corresponde más bien a una condición de la especialización profesional. Allport (1954) señaló la pregunta central de la psicología social en términos de cómo es que el individuo es causa y consecuencia de lo social para mostrar la indisolubilidad de ambos ámbitos, aunque su psicología se estableció desde una perspectiva individualizada de lo social (Farr, 1996).

En la primera mitad del siglo XX, Gustav Iccheiser (1897-1969) se adelantó en muchas de sus propuestas y descripciones a lo que vendría a confirmarse más adelante con años de investigación experimental. Ichheiser vivió lo que otros colegas entendieron en laboratorios; la tragedia fue recurrente en su vida. La descripción que hizo de lo que se vino a conocer como error fundamental de atribución, anticipó varios de los desarrollos en el área de la percepción social. El sufrimiento que caracterizó su vida lo utilizó para realizar un profundo análisis de los procesos que median la percepción del otro y las distorsiones inherentes. La referencia a su vida y obra es un elemento relevante de la reflexión sobre atribución y relaciones interpersonales. Se trata de una perspectiva sociopsicológica que problematiza lo social, que es, precisamente, lo que muchos psicólogos tratan de evitar.

El conocimiento actual sobre la determinación histórico-cultural de los procesos de atribución despliega importantes desafíos. En el ámbito teórico, llama la atención sobre la necesidad de considerar la historicidad de la psicología (e.g., Gergen, 1973, 2001), de la misma manera que la cultura especifica formas de pensar el mundo (Luria, 1976). En el ámbito aplicado, este reconocimiento cuestiona los fundamentos de la intervención psicológica en la medida en que la ubica como herramienta política, tanto en la discusión sobre el origen de los problemas psicológicos, como en las propuestas de solución. Centrarse exclusivamente en la importancia de los ajustes individuales en las formas de ver y relacionarse con el mundo, fundamento de la actuación psicológica, implica una posición reforzadora del status quo. En la medida en que haya reconocimiento del contexto sociocultural en el que se fundamenta la intervención y se brinde la oportunidad de cuestionar los sistemas ideológicos desde los que se interpreta la acción y el comportamiento, la psicología podrá presentarse como auténtica herramienta de cambio y experiencia emancipadora.

En este artículo, luego de una breve revisión de los conceptos de atribución y error fundamental, presento el aporte de Iccheiser al estudio de los fenómenos atribucionales y destaco cómo la construcción de sentidos e intenciones se fundamenta en representaciones ideológicas. Desde una postura crítica, muestro cómo la psicología es propensa a utilizar las mismas formas de operar del sentido común para explicar comportamientos. Examino también las implicaciones de esta situación en los programas de intervención psicológica, principalmente en actuaciones psicoterapéuticas. Finalmente, expongo la necesidad e importancia de considerar el contexto social en el momento de explicar la acción.

Desde la pertinencia de reflexionar sobre el quehacer psicológico en contexto, es necesario reconocer que los asuntos personales interactúan constantemente con temas públicos y políticos y que la psicología lo debe tener en cuenta. Si la intervención psicológica y en general la prevención en salud mental descontextualizan al individuo, inadvertidamente lo debilitan y someten a la movilización solitaria de recursos personales, de todas maneras ideológicamente determinados, para adaptarse a condiciones sociales imperantes. En ese caso, el problema es del individuo y no de las circunstancias. El cómo se presentan las interacciones entre individuo y sociedad es, sin duda, uno de los temas más interesantes de la psicología.

El estudio de la atribución

Existen diferentes momentos en la historia del estudio de la atribución, desde el objetivismo (e.g., Brunswick, 1947), interesado por la exactitud de las percepciones, hasta posturas contemporáneas que enfatizan el papel de la cultura (e.g., Morris & Peng, 1994), pasando por el impacto que han tenido en la disciplina las perspectivas de cognición social y procesamiento de información (e.g., Trope, 1989). El estudio de la atribución comparte las experiencias históricas de otro concepto típico de la psicología social, las actitudes (e.g., McGuire, 1986), específicamente en lo relacionado con la falta de teorías que integren la multitud de hallazgos y trabajos empíricos, el culto por los métodos, y el impacto de la psicología de la Gestalt y de la revolución cognitiva.

Con el propósito de desarrollar métodos que permitieran cuantificar procesos psicológicos y demostrar hipótesis sin recurrir a conceptos considerados oscuros, los trabajos de investigación sobre atribución se sometieron a la experimentación como herramienta central. El resultado fue la producción de modelos con regular potencial explicativo, en los que sobresalía la ausencia del contexto sociocultural e ideológico de la acción y el estudio individualizado de la percepción social. A partir de las falencias heurísticas, se desencadenó la necesidad de desarrollar aproximaciones integrales a los procesos de atribución, génesis, funciones y condiciones de cambio, permitiendo, al mismo tiempo, agrupar la multiplicidad de hallazgos. Esta sigue siendo una tarea pendiente de la psicología social.

El estudio de la atribución en su forma moderna tiene un origen que se remonta, por lo menos, a los últimos sesenta años (Gilbert, 1998). Superados los momentos del objetivismo, los psicólogos sociales emprendieron la exploración de las mediaciones entre el estímulo y la respuesta, considerando que el estímulo mismo debe su existencia a las capacidades de quien observa. Piaget (1969) había señalado que "en principio fue la respuesta" (p. 10) para subrayar el carácter construido de lo percibido. Pero si hubo una corriente teórica que influyó notablemente las tesis de la cognición social y, desde allí, el estudio de la atribución, fue la psicología de la Gestalt, particularmente los trabajos de Fritz Heider y Solomon Asch.

Heider (1958) sostuvo que las explicaciones sobre lo que sucede en el entorno se basan en atribuciones de causalidad, que se establecen en la relación entre disposiciones personales y factores ambientales. Su interés por las relaciones interpersonales y lo que denominó la psicología ingenua de la acción, que se refiere a la forma como las personas infieren eventos y comportamientos, sirvió de marco analítico para estudiar la aplicación del conocimiento social en el ámbito de las relaciones cotidianas. También señaló las diferencias entre la perspectiva del actor y la del observador, indicando que los actores tienden a atribuir la causa de su comportamiento situacionalmente, mientras que el observador lo explica desde las intenciones del actor.

La obra de Asch (1946) se concentró en la disposición de los componentes estables y variables, centrales y periféricos, de la formación de impresiones. Sus aportes orientaron el trabajo experimental y ayudaron a entender el tema de organización y cambio de las percepciones sociales. El carácter motivacional de las atribuciones responde, básicamente, a la necesidad de controlar el ambiente mediante la percepción de los rasgos de personalidad de otros como elementos estables y predecibles, con el fin de configurar un mundo confiable.

Heider (1958) sentó las ideas generales sobre las que se desarrollaron posteriormente modelos clásicos de atribución, como la teoría de las inferencias correspondientes de Jones y Davis (1965) y el principio de covariación de Harold Kelley (1967). Como muchos fenómenos psicológicos, el estudio de la atribución se ha caracterizado por la multiplicidad de teorías y la acumulación de trabajo empírico, la mayoría de las veces incomprensible a la luz de un solo modelo. Además, algunas teorías suponen formas de racionalidad que distan de las heurísticas que las personas utilizan en la vida cotidiana (e.g., el modelo de covariación de Kelley). Si algo ha venido aceptándose en psicología social, es el hecho de que los individuos no son procesadores mecánicos de información: el sentido común se caracteriza por formas de conocimiento sui generis (e.g., representaciones sociales, Moscovici & Hewstone, 1986).

La revolución cognitiva de la segunda mitad del siglo XX orientó la pregunta por los procesos de atribución en términos de su organización, lo que dejó atrás la pregunta por la exactitud con la que el observador infiere las disposiciones del actor. Durante mucho tiempo los psicólogos estuvieron preocupados por mostrar la veracidad de las atribuciones, buscando puntos de contraste en la realidad y olvidando que esa realidad se construye, precisamente, en la interacción. Pero en las perspectivas de procesamiento de información y modelos de esquemas no se tienen en cuenta factores afectivos y culturales importantes y primarios. El estudio de la atribución siguió una tradición individualizada y descontextualizada de la percepción social, olvidando que la interpretación disposicional del comportamiento la establece la cultura.

La tendencia del observador a asignarle a la acción intenciones del actor se fundamenta en el sustrato ideológico de la atribución. La causalidad no es algo objetivo, sino que debe ser resuelta por el observador. El que el observador interprete la acción como causal es un rasgo de la forma como operan los sistemas de representación y se relaciona con la pregunta sobre cómo resuelve el observador la ambigüedad de la acción. Las inferencias se construyen en la interacción con el mundo y siguen formas de operar determinadas histórica y culturalmente. Las atribuciones son importantes porque permiten entender acontecimientos y dan respuesta a la necesidad de explicar las causas de un comportamiento que así lo exige. En la perspectiva sociocultural de la atribución, el interés no se centra en la forma como se procesa la información; más bien sitúa la percepción en el contexto particular que determina formas de explicar acontecimientos. Desafortunadamente, en la perspectiva individualizada de la atribución, dominante pero inútil, se sitúa gran parte de la investigación sobre los sesgos de la percepción social.

El error fundamental de atribución

En general, las personas admitimos que, la mayoría de las veces, en la vida cotidiana, las cosas no suceden al azar. Este reconocimiento sirve para predecir y darle sentido a la acción y continuidad a la vida; para tener la sensación de control sobre lo que nos rodea; explicar lo que sucede, y actuar en ambientes en los que podemos confiar. Es cierto que hay espacio para la casualidad, pero esta constituye más bien una excepción o un recurso utilizado cuando se dificulta la construcción de sentido. En general, las atribuciones correspondientes le dan consistencia al mundo y lo vuelven en algo predecible.

En ciertos contextos, como aquellos caracterizados por lo absurdo o lo impredecible, la creencia en el destino ayuda a comprender los acontecimientos. En casos de enfermedad, por ejemplo, desde la perspectiva de la víctima, los individuos pueden atribuirle a Dios las circunstancias por las que atraviesan, lo que demuestra la multiplicidad de factores en la formación de atribuciones (Pargament & Hahn, 1986). En Match Point (Aronson, Wiley, Darwin, & Allen 2005), el director Woody Allen expresa el papel que juega la suerte y el azar en la vida de un joven ejecutivo, quien escapa de la acusación de homicidio por un incidente casual. La película muestra cómo las contingencias producen resultados inesperados.

Cuando se le asignan o no intenciones a un actor y, a partir de ahí, se establecen inferencias, se habla de atribución causal. El error fundamental de atribución es la preferencia por inferencias personales sobre explicaciones situacionales en el momento de construir el sentido de la acción. El comportamiento se entiende, primordialmente, en relación con las intenciones del actor más que con el contexto de la acción (Ross, 1977). La inferencia personal es ideológica y sirve, por una parte, para soportar problemáticas sociales y aceptar lo social como categoría natural (e.g., Iccheiser, 1943a) y, por otra, para construir sentido (Heider, 1958). El error fundamental de atribución se acompaña de la perspectiva del actor y del observador, en la que los actores tienden a atribuir sus acciones a circunstancias situacionales, sobre todo, cuando los resultados son negativos, mientras que los observadores atribuyen las mismas acciones a disposiciones personales (Jones & Nisbett, 1971).

La perspectiva individualizada de la cognición social asume dos supuestos problemáticos. Por una parte, reduce la percepción social a un procesamiento de información, con mayor o menor exactitud y, por otra, supone que existe una realidad social independiente de la interacción, desde la que se puede evaluar la precisión de la atribución. No es de extrañar, por lo tanto, que la mayoría de modelos de atribución se han criticado por la falta de consideración del contexto sociocultural (Hewstone, 1983). En las últimas tres décadas, se ha desatado el interés por mostrar empíricamente que las atribuciones están situadas socioculturamente (Fletcher & Ward, 1988) y que los procesos atribucionales son esencialmente sociales (e.g., Crittenden, 1983). En estas perspectivas, se resalta el papel que cumplen las ideologías dominantes en la explicación del comportamiento. El error fundamental de atribución se fundamenta en el individualismo, rasgo distintivo de las democracias liberales. Las atribuciones se enmarcan en sistemas de representación social (Moscovici & Hewstone, 1986) y, por lo tanto, tienen efectos en las explicaciones sobre el éxito y el fracaso (e.g., Iccheiser, 1943a); sobre diferentes problemas sociales como la pobreza (e.g., Feagin, 1972); la salud y la enfermedad (e.g., Pill & Stott, 1982), y sobre fenómenos como el descrito en la hipótesis del mundo justo de lerner (1980), en el que cada quien se labra su propio destino y obtiene lo que se merece.

El individualismo es un sistema ideológico que enmarca la representación del individuo en occidente, orienta la acción y las prácticas sociales y es producto histórico de la transformación en las formas de solidaridad (Durkheim, 1893/1995). El individualismo es un hecho social, en la terminología de Durkheim, se trata de la representación colectiva del individuo que lo sitúa en el centro de lo social. No debe confundirse con el egoísmo, que es la erosión de los lazos de solidaridad entre individuos y entre estos últimos y la sociedad como un todo. La individuación es una consecuencia de la modernización y conlleva al desarrollo de la autonomía individual en el marco de la dependencia social; la acción se explica desde el individuo y, por ello, la atribución es cultural e ideológicamente específica.

El error fundamental de atribución no es un fenómeno de carácter universal (Choi, Nisbett, & Norenzayan, 1999), sino que presenta diferencias en las culturas individualistas y colectivistas, pese a que, en las últimas, también está desarrollada la capacidad de realizar atribuciones personales. Las culturas asiáticas, más colectivistas, tienden a mostrar en menor grado el sesgo de correspondencia (Triandis, 1995). Algunos señalan que la cultura hispánica también tiende a ser colectivista (Newman, 1991), lo cual es cuestionable. Pero no se sabe si, debido al carácter histórico de la cultura, el colectivismo se mantendrá, teniendo en cuenta los procesos actuales de homogeneización cultural, producto de formas de comunicación e interacción complejas (i.e., la globalización). Individualismo y colectivismo, sin embargo, permanecen en la oscuridad conceptual (e.g., Brewer & Chen, 2007).

El error fundamental de atribución ha sido tan prominente en la historia de la psicología, que el debate sobre lo que realmente constituye persiste (Ross, 2001). Para algunos autores, el concepto está más vivo que nunca (Yserbyt, Corneille, Dumont, & Hahn, 2001). Otros se niegan a admitir esta característica del pensamiento social, buscando argumentos en la experimentación y el mundo artificial del laboratorio (e.g., Harvey, Town, & Yarkin, 1981). En una polémica sostenida en un número especial de Psychological inquiry, Sabini, Siepmann y Stein (2001), por ejemplo, discuten los supuestos del error fundamental al cuestionar e invertir lo interno (i.e., disposición) y lo externo (i.e., situación), argumentado que todo objeto psicológico es a la vez interno y externo. El fenómeno no se presenta, entonces, como un rasgo cultural, sino como un proceso mental. Sabini et al. Intentan describir el comportamiento como contraposición (i.e., interno versus externo), no como interacción, reduciendo lo interno-externo a un nivel que lo hace poco pertinente para la discusión planteada en torno al error fundamental de atribución. En otras palabras, ubican la dinámica de lo interno-externo en el ámbito individual. Lo externo resulta relevante en el sentido planteado en este artículo, cuando se constituye en un hecho en sí mismo, es decir, cuando es independiente de disposiciones personales y compone la realidad que enfrenta el individuo. La realidad puede ser de pobreza, desempleo, exclusión y/o violencia y es realizable su transformación. En esa perspectiva, lo externo se debe considerar, si estamos de acuerdo en que quien no encuentra trabajo no es necesariamente porque es perezoso o incapaz. Sin embargo, esa no es la forma en la que funciona el sentido común: los estadounidenses, por ejemplo, se refieren a la desigualdad más en términos de características individuales que de condiciones estructurales (Lopez, Gurin, & Nagda, 1998).

Las Contribuciones de Gustav Ichheiser

Gustav Iccheiser (1897-1969) fue un psicólogo brillante. Adelantado a su tiempo y precursor de muchas ideas en el campo de la psicología social, no recibió en vida el reconocimiento que merecía. Ichheiser (1943b) fue de los primeros en referirse a la tendencia de los individuos a preferir atribuciones personales sobre situacionales y no la consideró como un error del procesamiento cognitivo, sino como un rasgo característico de la cultura estadounidense. Educado en la tradición fenomenológica, Iccheiser utilizó su experiencia para describir las distorsiones que se producen en las relaciones interpersonales y sus aportes constituyen una crítica profunda a la sociedad. Sin pretender delinear las características de la percepción social como errores, Iccheiser fue un agudo observador que supo entender los sustratos ideológicos de la atribución. La crítica de Iccheiser (1943c, 1949a) se enfocaba, fundamentalmente, tanto en los supuestos y malentendidos en las interacciones sociales, como en la negativa de las ciencias sociales y de los psicólogos a considerar estos hechos.

Si bien las contribuciones de Iccheiser son variadas (e.g., Boski & Rudmin, 1989), me concentraré específicamente en los aportes relacionados con lo que se denominaría el error fundamental de atribución. Aunque la información biográfica del psicólogo es escasa, el artículo de Rudmin, Trimpop, Kryl y Boski (1987) constituye un relato detallado de los sucesos más significativos. Ichheiser nació en 1897 en Cracovia (Polonia), y obtuvo su doctorado, en 1924, en la Universidad de Viena. Trabajó en la oficina de orientación Vocacional de esa ciudad y, a partir de 1934, comenzó a viajar con frecuencia a Polonia, en donde desempeñaba labores de investigador y consultor. En 1938, durante la Segunda Guerra Mundial, escapó a Suiza y luego a inglaterra. Desgraciadamente, su círculo familiar más próximo, constituido por su madre, su hermano, su cuñada y su sobrina, murió en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Desde inglaterra, emigró a los estados Unidos en 1940. Hasta 1948 desempeñó trabajos en diversos sitios, incluyendo una empresa editorial, algunas universidades y un hospital estatal. Sin embargo, pese a numerosos esfuerzos, nunca obtuvo el trabajo permanente como académico que buscaba. Su vida estuvo marcada por el desempleo, la tragedia y la pobreza; llegó incluso a considerar cualquier tipo de oficio, hasta que, en 1951, desesperado por la situación de miseria, decidió solicitar beneficios de seguridad social. Pero, durante una crisis nerviosa, fue diagnosticado con esquizofrenia paranoide e ingresado al Hospital estatal de Peoria (Illinois), en donde permaneció por espacio de once años. Una vez fuera del hospital, obtuvo algunos trabajos temporales con la ayuda de amigos. Su situación financiera, sin embargo, nunca mejoró. Murió en su habitación, en soledad y dejando la incógnita de si su muerte se debió a suicidio. A propósito del error fundamental, y con respecto a la enfermedad mental, en alguna oportunidad escribió: "Después de recibir mi primera paga mensual, milagrosamente, me 'recuperé' de mi incurable esquizofrenia tipo paranoide" (Iccheiser, 1966, como se citó en Rudmin et al., 1987, p. 168).

Caracterizado por una personalidad mordaz, Iccheiser creía que sus amigos y conocidos achacaban las situaciones difíciles por las que atravesaba a su forma de ser y que no tenían en cuenta las abruptas circunstancias que había enfrentado a lo largo de su vida. Ichheiser enfatizó el papel de lo sociocultural y específicamente del individualismo en las interpretaciones del comportamiento. Apasionado por la psicosociología del éxito y del fracaso, consideraba que las sociedades occidentales modernas se basan en la ideología del éxito (Iccheiser, 1943a). En sociedades que denominó "justas y ordenadas", quien logra el éxito se percibe culturalmente como poseedor de una serie de cualidades personales, proceso que denominó racionalización y por medio del cual los resultados de la acción se ajustan a las expectativas y las normas socioculturales. Para Iccheiser, la racionalización es una interpretación que permite resolver inconsistencias, contribuyendo, de esa manera, a la preservación del orden social existente. No obstante, Iccheiser señalaba el aumento de la brecha entre lo ideal (i.e., lo que se desea) y lo real (i.e., lo que se puede obtener), en el marco de la ideología del éxito y producto de las crisis económicas y transformaciones sociales. Esta condición evoca el concepto de anomia social en Durkheim (1893/1995) y Merton (1938).

Ichheiser estuvo siempre preocupado por las consecuencias de distorsiones o sesgos en las impresiones, particularmente, en relación con las imágenes de sí mismo y del otro, y el efecto en la relación interpersonal (1949b, 1949c). Para el psicólogo, la personalidad sólo puede comprenderse en el contexto de la interacción y la percepción del otro es un factor que posibilita la percepción de sí mismo (self), en el mismo sentido en que lo social es constitutivo de la identidad personal. Ichheiser también fue crítico de la postura de Mead (1934). Este último presentaba un análisis detallado de la constitución del self basándose en las capacidades de descentración del sujeto, quien es capaz de asumir la perspectiva del otro en situaciones de interacción y, a partir de allí, desarrollar conciencia de lo social. Para Iccheiser (1943d), Mead no consideraba el papel de los malentendidos y las distorsiones, factores esenciales en la dinámica de las relaciones interpersonales. Ichheiser (1949d) estableció diferencias entre la perspectiva del actor (expresión) y del observador (impresión). En las relaciones sociales, ambas perspectivas interactúan y se ven afectadas por distorsiones y expectativas sociales que configuran las imágenes de sí mismo y del otro.

Las distorsiones en la percepción, decía Iccheiser (1949a), también las cometen los psicólogos, quienes se encuentran sujetos a las orientaciones de la cultura a la que pertenecen, apreciación confirmada por Ross (1977). De esta forma, los investigadores incorporan a los modelos que desarrollan sistemas de representación ideológica del entorno que habitan. En carta al editor de American Psychologist, Iccheiser (1948) proponía una "crítica a los supuestos ocultos de las ciencias sociales" (p. 451), tan enfermas, según el autor, como el mundo que reflejan. Para Iccheiser, sin embargo, tales distorsiones eran una realidad en sí mismas, pero esa realidad no podía constituir el núcleo de las teorías psicológicas.

Las enseñanzas del psicólogo polaco deben entenderse como un llamado a replantear las consideraciones de una psicología centrada en individuos aislados para aproximarse a una comprensión de los contextos de la acción individual. Si esa tarea se pudiera realizar, implicaría una nueva fase de madurez de la psicología que la haría más pertinente, es decir, más ligada a los problemas y necesidades que enfrenta el individuo en las sociedades contemporáneas. En palabras de Kurt Lewin (1931), se trata de pasar de una física aristotélica en la que el comportamiento de los objetos se atribuía a las propiedades del objeto, a una física galileana que considera la situación del medio en el que el comportamiento ocurre. El llamado de Lewin a los psicólogos era el de abandonar los modos aristotélicos de comprensión y retarlos a asumir los modos galileanos. Ichheiser cumplió esa tarea a cabalidad.

Reflexiones sobre las consecuencias en la intervención psicológica

Gilbert y Malone (1995) han señalado, entre las consecuencias positivas del sesgo de correspondencia, el desarrollo de heurísticos o esquemas de atribución que permiten realizar inferencias sobre el comportamiento de manera eficiente, sin prodigar esfuerzos innecesarios en las transacciones cotidianas con el mundo. Sin embargo, esta observación, pertinente en el ámbito de lo cotidiano y de la psicología del sentido común, es problemática si se aplica en el ámbito de las teorías psicológicas. Lasch (1980) describió al hombre psicológico como el producto final del individualismo burgués, contextualizando ideológica y políticamente al sujeto de la psicología que lo constituye y en el que se instituye. El error fundamental de atribución es consecuencia del individualismo como representación colectiva en el sentido durkheimiano más completo; la representación colectiva del individuo se encuentra en sistemas ideológicos como el de la responsabilidad individual de la acción. Pero no solo la psicología se puede ubicar históricamente sino que los psicólogos también viven, comparten y actúan en espacios ideológicos. Mi crítica consiste, fundamentalmente, en no considerar esa situación y replicar el sentido común ataviado de teorías científicas. Si los psicólogos reproducen en sus formulaciones el sentido de la atribución, entonces corren el riesgo de reproducir también el error fundamental.

Al hacer referencia al error fundamental en psicología, trato de establecer una tendencia que contiene posibles excepciones, por lo menos teóricas. Una de ellas se encuentra en los postulados de las teorías conductuales y el conductismo, principalmente en sus formas radicales. Para Hineline (1992), el error fundamental de atribución no se puede pensar desde el conductismo de Skinner. Al rechazar el mentalismo y suponer el comportamiento en función de variables externas, el conductismo no deja lugar, aparentemente, al error fundamental, sustituyendo los rasgos de personalidad por historias de reforzamiento individual (desde el punto de vista del observador) o el locus de experiencia o self (desde el punto de vista del actor). No es este el lugar para una discusión sobre los alcances y limitaciones del conductismo ni sobre el precio que paga al evitar el tema de la agencia moral (i.e., intenciones, creencias, etc.). Sin embargo, se podría afirmar que, al favorecer la observación externa sobre la introspección y orientarse por la historia de reforzamiento individual, el conductismo no logra una adecuada consideración del contexto y sus efectos en el sentido particular que lo he presentado, refiriéndose, más bien, a leyes universales de aprendizaje. Con todo, esto no contraría un genuino interés por el cambio social (e.g., Skinner, 1986).

Con respecto al error fundamental en psicología, las consideraciones que he propuesto se basan en la reproducción del sentido común por parte de algunos modelos teóricos. La atribución de intencionalidad como procesos explicativos causales es una estrategia que se utiliza en la vida cotidiana para interpretar acciones. En psicología, sin embargo, el problema es el de intervenir en un ámbito (i.e., la conciencia) para generar transformaciones en el comportamiento bajo el supuesto de una dirección lineal, o de considerar la acción y sus resultados como determinados, en últimas, por la conciencia. Las circunstancias culturales y socioestructurales vienen a ser solo el telón de fondo sobre el que se desarrolla la acción. Sin embargo, el tipo de explicación (situacional o disposicional) varía de acuerdo con las orientaciones teóricas: los psicoanalistas, por ejemplo, tienden a ofrecer más explicaciones disposicionales que los terapeutas comportamentales (Plous & Zimbardo, 1986).

Resulta menos discutible cambiar las percepciones y creencias del individuo con respecto a la sociedad que transformar la sociedad misma. Un ejemplo de este tipo de análisis lo representa el psicologismo, visible en la propuesta de Melanie Klein cuando afirma:

El hombre que se queda sin trabajo y lucha por encontrar empleo tiene en mente, por sobre todo, sus necesidades materiales. No trato de subestimar los sufrimientos y penurias reales, directos e indirectos que la pobreza provoca, pero la situación auténticamente dolorosa se hace más acerba por el infortunio y la desesperación que resurgen de tempranas experiencias emocionales, cuando lo acosaba el hambre porque la madre no satisfacía sus necesidades, y temía perderla y verse privado de amor y protección. La falta de trabajo le impide también expresar sus tendencias constructivas que constituyen un método fundamental de manejar temores inconscientes y sentimientos de culpa, o sea, de hacer reparación. La dureza de las circunstancias —aunque pueda ser en parte consecuencia de un sistema social insatisfactorio que justificaría que el miserable achacara a otros la culpa de su situación— tiene algo en común con la inexorabilidad que los niños, bajo la presión de la ansiedad, atribuyen a los padres temidos. (Klein, 1975/1990, p. 339).

En las posturas cognitivo-comportamentales de Beck (1993) y Ellis (2004) se puede encontrar una situación similar, en la que se relegan las condiciones estructurales de la sociedad a un segundo plano, y en la que la interpretación de circunstancias o experiencias vitales es el factor determinante del ajuste psicológico. Se somete, entonces, el tema del bienestar a la calidad en las formas de procesar información desde la perspectiva cultural dominante, pese al reconocimiento de diferencias culturales importantes en la construcción de subjetividad (e.g., Parkes, Schneider, & Bochner, 1999). En los enfoques cognitivo-comportamentales, las causas de los problemas en las relaciones interpersonales residen en el individuo quien, a través de esquemas disfuncionales, alimenta la producción de sesgos y distorsiones que, a su vez, ocasionan malentendidos. En este sentido, constituyen una perspectiva individualizada de las relaciones interpersonales. La fuente de los problemas se encuentra en esquemas mentales desadaptativos, no en el ámbito de las relaciones sociales ni en las condiciones socioestructurales que las configuran. Al ser los sesgos y las distorsiones cognitivas los responsables de la situación de malestar psicológico, se asume que la reestructuración de esquemas disfuncionales conduce a la modificación de comportamientos problemáticos. Se presume una visión racional y hegemónica del mundo desde la que se contrastan todas las demás creencias. En este sentido, la psicoterapia corre el riesgo de convertirse en un instrumento debilitador.

El tema del éxito también se considera a partir del individuo, no de las condiciones socioculturales que lo definen. El logro del éxito se asocia a rasgos de personalidad y a esquemas cognitivos relacionados con la consecución de metas determinadas culturalmente (e.g., Beck, 1983), sin considerar barreras sociales basadas, por ejemplo, en categorías etnoestructurales, las cuales bloquean oportunidades para muchas personas. Puede tomarse, como ejemplo de esta situación, la hipótesis del John Henryismo, la cual sostiene que el afrontamiento permanente de estresores crónicos por parte de población afroamericana, tradicionalmente despojada, en el contexto de sociedades individualistas y excluyentes en el que el logro se relaciona con disposiciones personales, es responsable de la alta prevalencia de trastornos cardiovasculares en ese grupo (James, Hartnett, & Kalsbeek, 1983). Se trata de un ejemplo que ilustra cómo las fallas o dificultades para alcanzar un objetivo predeterminado (i.e, el éxito) son atribuidas por el mismo individuo a sus capacidades, subestimando el impacto que tienen factores sociales. Read (2004) señala cómo los expertos le atribuyen disposiciones o factores de riesgo individual a quien sucumbe ante circunstancias opresoras y adversas, desconociendo situaciones de injusticia y maltrato. Esto es un error fundamental.

Conclusiones

Existe la tendencia, por parte de la psicología, de perpetuar la preferencia cultural que favorece la explicación del comportamiento en términos de rasgos internos, actitudes, supuestos y expectativas, subestimando el papel del contexto sociocultural que lo moldea, considerado, a lo sumo, una variable que controlar. Los intereses a los que sirven la reproducción de estas ideas se relacionan con la preservación del orden social y permiten ubicar el problema de la salud mental en el individuo y no en las condiciones materiales, sociales y económicas. Al mismo tiempo, se sitúan las soluciones en la adaptación individual y no en una emancipación real, en la que las mismas condiciones sociales se convierten en fuente de reflexión. El error fundamental de atribución constituye una de las maneras de funcionamiento del sentido común y debe ser considerado como tal; no debe convertirse en un supuesto de la actuación psicológica.

El llamado de Iccheiser era precisamente a reconocer hechos, por ejemplo, el error fundamental de atribución, que, aunque obvios desde la perspectiva de lo cotidiano y, por lo tanto, reales, no pueden ser el cimiento o punto de partida de explicaciones y actuaciones psicológicas. Pese al reconocimiento de que la mayoría de los problemas de salud mental se relacionan con condiciones socioeconómicas y políticas, las psicoterapias tradicionales insisten en centrarse en el ámbito de lo intrapsíquico. Se sabe de las relaciones existentes entre relaciones de poder y depresión (e.g., Gilbert, 1992), pobreza y esquizofrenia (e.g., Kelly, 2005; Warner, 1994) y aun así las condiciones sociales parecen ignorarse, dando lugar a la perpetuación de desigualdad e injusticia. Como lo señalé previamente, no es un cuestionamiento de los sistemas de representación social, sino un llamado a considerar seriamente el papel que juegan las circunstancias en el bienestar de las personas.

La medicalización de los problemas psicosociales es una manera contundente de desviar la atención hacia características individuales, dando por hecho que es el individuo y no el contexto el que requiere transformaciones. Aun las reacciones que podrían considerarse normales se patologizan, como el muy seguramente próximo a desaparecer trastorno por estrés agudo (lo que indica, entre otras cosas, que una vez llevadas al absurdo, ciertas condiciones se desmedicalizan). La medicalización es una forma de aseguramiento del control social y conlleva el desarrollo de nuevas categorías diagnósticas. De esta manera, ciertas condiciones, como la opresión o el desempleo, se pueden obviar, centrándonos, más bien, en el tratamiento de la depresión, la ansiedad o la paranoia. Se ha demostrado que la psicoterapia es útil y efectiva (e.g., lambert & Bergin, 1994), esencialmente, porque trata la elaboración de acontecimientos y situaciones en el marco de una relación segura y en el proceso de la comunicación interpersonal. Pero no debe convertirse en instrumento de control y debilitamiento personal, ni reproducir las condiciones del error fundamental de atribución.

La psicología asume, con frecuencia, supuestos problemáticos con respecto a temas que dependen de la forma como se estructuran las relaciones sociales. Esencialmente, se considera la percepción de seguridad, el control, el apoyo social, entre otros, como atributos personales, por ejemplo, el autocontrol, la asertividad, la autoeficacia, que reflejan el grado de adaptación individual a las circunstancias sociales. Estas presunciones son equívocas en tanto desconocen mecanismos mediante los cuales lo social configura lo individual, descontextualizan al sujeto y admiten como inobjetables supuestos ideológicos, por ejemplo, las consecuencias del individualismo. El llamado error fundamental de atribución no constituye, por lo tanto, un error, como bien lo he dicho, sino la forma en que las sociedades occidentales entienden las implicaciones del acto individual. La propuesta es evitar su réplica por parte de la psicología, con el fin de hacerla más pertinente. La pregunta sobre cuál debe ser el ámbito de la intervención psicológica, el individuo o la sociedad, no debería tomarse a la ligera.


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