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Revista Colombiana de Psicología

versión impresa ISSN 0121-5469

Rev. colomb. psicol. vol.28 no.2 Bogotá Jul/Dic. 2019

 

Editorial

EDITORIAL


LOS SISTEMAS de clasificación de revistas y productos académicos impuestos por Colciencias han impulsado múltiples conversaciones, algunas de ellas de profunda belleza conceptual. Una de estas conversaciones gira alrededor de la idea según la cual darle un rol privilegiado a las revistas en los sistemas de medición va en detrimento de la calidad académica de la investigación. Dicha idea surge del supuesto de que los libros, y no los artículos, son los espacios donde se construye verdadera teoría, "las grandes ideas", y que quienes usamos los artículos como medio primordial de comunicación somos, de alguna manera, intelectuales de segundo nivel. Desde esta visión, se considera que, de un lado, están los verdaderos pensadores, aquellos que escriben libros, y, del otro, se encuentran las hormigas obreras, los cargadores de ladrillos de la academia, quienes en "articulitos" simplemente establecen precedentes empíricos de poco vuelo conceptual.

Para el caso de la psicología, lo que ignoran quienes asumen esta posición es que, en nuestra disciplina, el surgimiento y la construcción teórica, la gran teoría, se ha hecho durante mucho tiempo, y se sigue haciendo, a través de artículos. Es imposible elaborar una lista exhaustiva de artículos importantes, pero se podría mencionar a grandes figuras de la terapia que se han expresado a través de estos, como Eysenck (1952) y Rogers (1957). Además, se podría incluir a críticos del positivismo como Bruner (2004) y Gergen (1973), y a acérrimos defensores de una descripción objetiva del mundo, entre ellos Rescorla y Solomon (1967) y Bandura (1977) desde el conductismo, y a Kosslyn y Pomerantz (1977) y Kintsch y Van Dijk (1978) desde la cognición. A esta lista se pueden agregar también grandes autores de la psicología social como Milgram (1963) y Tajfel (Tajfel, Billig, Bundy, & Flament, 1971), de la medición como Kruskal (1964) y Cronbach (1951), del apego como Bowlby (1958), de la memoria como Thomson y Tulving (1970) y, por supuesto, de las teorías de racionalidad limitada, como Simon y Kahneman (e. g., Gobet & Simon, 1996; Tversky & Kahneman, 1973), los dos premios nobeles que ha tenido nuestra disciplina en los últimos 100 años.

El argumento a favor de los libros es falaz porque asume que si hay algunos artículos malos, entonces todos los libros son buenos. La realidad es que hay tantos libros triviales y destinados al olvido, como artículos, o más. No hay ninguna evidencia de que los libros, en promedio, tengan más impacto que los artículos. De hecho, si se revisan los números de citaciones, ventas o descargas, los artículos de nuestras revistas tienen un impacto más alto que el de la mayoría de libros que se producen en el área. Por supuesto, hay unos cuantos libros clásicos que perduran en el tiempo, pero, a mi parecer, estos no son una muestra representativa. Se argumenta, además, que la longitud de los artículos no permite desarrollar argumentos complejos. Los que se adscriben a esta posición ignoran la profunda dificultad que implica escribir un artículo. Es cierto que se escriben menos páginas, pero la realidad que conocemos quienes hemos escrito artículos o trabajado en edición es que cada artículo se escribe dos, tres y hasta cuatro veces antes de ser enviado, sin contar la reescritura que se hace una vez más, como mínimo, después de la revisión de los jurados. Esos críticos ignoran que la escritura de artículos conlleva una dificultad inherente: extraer la esencia de un argumento y presentarla con absoluta claridad en un espacio limitado. Este ejercicio no es trivial. Jim Greeno solía decir informalmente y con ironía, refiriéndose a las tesis de doctorado muy largas, que: "una tesis de doctorado es algo que presenta una idea interesante... o es largo". Jorge Larreamendy-Joerns nos solía decir a sus discípulos: "sospeche de cualquier cosa que tenga más de 120 paginas". Detrás de esos comentarios estaba la sospecha de que en textos largos se puede ocultar la falta de claridad, la ausencia del hilo conductor y la incapacidad de distinguir entre lo que es esencial y lo que es irrelevante en un argumento.

Se supone a la ligera que publicar en revistas es fácil, pero se trata de un trabajo que toma años y está cargado de contrapesos. En un sentido no trivial, el ejercicio de la publicación en revistas constituye un diálogo entre el autor y su comunidad de referencia a través de los jurados. Son ellos, y no el editor, quienes al final deciden si un artículo cumple los estándares mínimos para ser publicado. En el proceso de revisión, los documentos mejoran y se hacen más relevantes, cosa que en los libros -sobre todo en el caso de aquellos construidos desde la tradición teórica del autor- sucede poco. En general, las revisiones de libros son menos intensas y menos apreciadas. Se asume que el autor, por sí solo y sin diálogo con una comunidad de referencia, crea grandes ideas: nada más lejos de la verdad en la práctica disciplinar de la psicología. En cierto sentido, se puede decir que los artículos están mejor estructurados que la mayoría de libros. La sensación frente a muchos libros que no pasan por peer review es que no están del todo terminados, que les falta un diálogo con otros y una búsqueda de su esencia, su argumento. Se siente, como dijo alguna vez Roddy Doyle refiriéndose al Ulises de Joyce, que les faltó un buen editor.

Creo que la adoración del libro como medio de comunicación disciplinar proviene de dos fenómenos relacionados. El primero es que antes de Internet, el acceso a revistas en nuestro país era muy difícil, y eso hacía que en Colombia se construyera teoría a partir de traducciones al español de libros, traídas por editoriales españolas, o en las maletas de algunos intelectuales pudientes. Además, los privilegiados que leían en otro idioma y que podían viajar para traer revistas eran pocos. La segunda razón es que muchas veces la psicología ha sido una disciplina vergonzante (Larreamendy, 2010). En efecto, muchos psicólogos han querido ser otra cosa, sin reconocer el potencial de nuestras propias teorías. Así, se ha pretendido seguir los modelos de la física, en algunos casos, pero también de la filosofía o la sociología, donde los libros cumplen roles más importantes que en nuestra disciplina. Sin embargo, salvo que la psicología sea una ciencia de segundo nivel, idea que no compartimos en la RCP, la preferencia por los libros debería ser remplazada por una revisión juiciosa de la investigación actualizada en revistas de punta, y por el intento de comunicar grandes ideas en artículos, como se ha hecho en nuestra disciplina durante, al menos, los últimos 70 años

Referencias

Bandura, A. (1977). Self-efficacy: Toward a unifying theory of behavioral change. Psychological Review, 84, 191-215. [ Links ]

Bowlby, J. (1958). The nature of the child's tie to his mother. International Journal of Psychoanalysis, 39, 350-373. [ Links ]

Bruner, J. (2004). Life as narrative. Social Research: An International Quarterly, 71, 691-710. [ Links ]

Cronbach, L. J. (1951). Coefficient alpha and the internal structure of tests. Psychometrika, 16, 297-334. [ Links ]

Eysenck, H. J. (1952). The effects of psychotherapy: An evaluation. Journal of Consulting Psychology, 16, 319-324. [ Links ]

Gergen, K. J. (1973). Social psychology as history. Journal of Personality and Social Psychology, 26, 309-320. [ Links ]

Kintsch, W., & Van Dijk, T. A. (1978). Toward a model of text comprehension and production. Psychological Review , 85, 363-394. [ Links ]

Kruskal, J. B. (1964). Multidimensional scaling by optimizing goodness of fit to a nonmetric hypothesis. Psychometrika, 29, 1-27. [ Links ]

Kosslyn, S. M., & Pomerantz, J. R. (1977). Imagery, propositions, and the form of internal representations. Cognitive Psychology, 9, 52-76. [ Links ]

Larreamendy-Joerns, J. (2010). Proceso, coherencia, cotidianidad y qualia como desafíos explicativos para la psicología. Revista cs, 17-41. [ Links ]

Milgram, S. (1963). Behavioral study of obedience. The Journal of Abnormal and Social Psychology, 67, 371-378. [ Links ]

Rescorla, R. A., & Solomon, R. L. (1967). Two-process learning theory: Relationships between pavlovian conditioning and instrumental learning. Psychological Review , 74, 151-183. [ Links ]

Rogers, C. R. (1957). The necessary and sufficient conditions of therapeutic personality change. Journal of Consulting Psychology, 21, 95-103. [ Links ]

Tajfel, H., Billig, M. G., Bundy, R. P., & Flament, C. (1971). Social categorization and intergroup behaviour. European Journal of Social Psychology, 1, 149-178. [ Links ]

Thomson, D. M., & Tulving, E. (1970). Associative encoding and retrieval: Weak and strong cues. Journal of Experimental Psychology, 86, 255. [ Links ]

Gobet, F., & Simon, H. A. (1996). Recall of random and distorted chess positions: Implications for the theory of expertise. Memory & Cognition, 24, 493-503. [ Links ]

Tversky, A., & Kahneman, D. (1974). Judgment under uncertainty: Heuristics and biases. Science, 185, 1124-1131. [ Links ]

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