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Colombia Internacional

Print version ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.62 Bogotá Jan./June 2005

 

LA CONSTRUCCIÓN DE LA NACIÓN:
debates disciplinares y dominación simbólica

Ingrid Johanna Bolívar1

1 Profesora asistente, Departamento de Ciencia Política, Universidad de Los Andes. Las reflexiones expuestas en este artículo fueron elaboradas en el marco de una investigación realizada por el Cinep con la cofinanciación de Colciencias y titulada "Emociones y discurso político de los Actores Armados en las negociaciones de paz (1998-2004). Agradezco los comentarios y correcciones de los evaluadores anónimos del texto.


RESUMEN

El objetivo de este artículo es plantear algunas de la

problemáticas suscitadas por la investigación contemporánea en torno a la nación. El texto está dividido en cuatro secciones. La primera recuerda, a grandes rasgos, los dos tipos de preguntas prevalecientes sobre la nación. La segunda, parte de dichas preguntas para reseñar la intensa discusión sobre el papel de las elites y los subalternos en la constitución de ese tipo de comunidad política y las dificultades de método de esta discusión. La tercera sección reconstruye los planteamientos de diversos autores para mostrar que la construcción de la nación implica un ejercicio de dominación política. La cuarta y última sección insinúa la estrecha vinculación entre construcción de naciones y definición de un tipo específico de repertorios emotivos.

PALABRAS CLAVE
Nación, elites, subalternos, metodología, dominación política.


CONSTRUCTION OF THE NATION:
disciplinary debates and symbolic domination

ABSTRACT

The objective of this article is to examine a series of issues related to contemporary research about the nation. The text is divided into four sections. The first section reviews two types of prevalent questions about the nation. Second, the debate about the relationship between elites and subalterns in the construction of this kind of political community and the methodological problems it entails is discussed. Third, a series of authors are analyzed to illustrate that nation building implies a specific type of political domination. The fourth and final section illustrates the relationship that exists between nation building and emotional repertories.

KEYWORDS
Nation, elites, subalterns, methodology, political domination.

Recibido 05/03/06, aprobado 07/04/06


Introducción

Mi objetivo en este artículo es plantear algunas de las problemáticas suscitadas por la investigación contemporánea en torno a la nación. El texto recoge y desarrolla algunos señalamientos hechos en publicaciones anteriores (Bolívar 2001; 2004) pero también proyecta nuevos cuestionamientos a partir de algunas discusiones actuales. El texto está dividido en cuatro partes. La primera recuerda, a grandes rasgos, los dos tipos de preguntas prevalecientes sobre la nación. La segunda, parte de esos tipos de pregunta para reseñar la intensa discusión sobre el papel de las élites y los subalternos en la constitución de ese tipo de comunidad política y las dificultades de método que están implícitas en esa discusión.

La tercera sección reconstruye los planteamientos de diversos autores con el ánimo de mostrar que, a pesar de la buena prensa que caracteriza a la nación por esta época, su construcción supone un ejercicio de dominación específico e incluso un juego de violencia simbólica. La cuarta y última sección insinúa la estrecha vinculación entre construcción de naciones y definición de un tipo específico de repertorios emotivos. El texto termina precisamente, con un llamado de atención sobre la necesidad de combinar las preguntas orientadas hacia lo que predica el actor con investigaciones sobre las condiciones específicas de la estratificación en sociedades no plenamente nacionalizadas.

A partir de la reseña puntual de algunas de las dificultades propias de la investigación empírica sobre construcción de nación y de algunas preguntas acuciantes hoy, el texto aspira a participar y a promover los debates sobre los supuestos de las categorías más utilizadas en ciencias sociales y sobre la forma en que ellas heredan supuestos y anhelos del ordenamiento político particular que quieren describir o comprender.

1. "Lo estructural" y la producción de "clasificaciones"

Una forma sencilla de empezar a desbrozar el enmarañado mundo de la producción académica sobre nación es recordar los diferentes énfasis que caracterizan el trabajo de los autores. Incluso se puede arrancar comentando que durante mucho tiempo las ciencias sociales no se ocuparon de la nación pues parecía un tema demasiado "nacionalista" o demasiado ideológico pues arrastraba cuestiones atadas al "carácter nacional" (Anderson 1989; Hobsbawm 1991). Uno de los libros más famosos sobre nación, Comunidades imaginadas de Benedict Anderson, aparece a mediados de los años 80 y explica la nación a partir del estudio de procesos culturales específicos como el desarrollo de lo que el autor denomina "capitalismo de imprenta", la conversión de una lengua vernácula en lengua administrativa y la apropiación política de las divisiones administrativas en las colonias americanas.

Anderson insiste en la importancia de estudiar los distintos dispositivos que, como el censo, el mapa y el museo, se alimentan del grado de centralización política que han logrado los estados modernos. Muestra que desde esas fortalezas del estado moderno se proyecta y produce una específica comunidad política. El trabajo de Anderson ha sido ampliamente comentado y discutido en distintos contextos sociopolíticos. Su insistencia en que la nación es una comunidad política imaginada facilitó el desarrollo de una historiografía que se pregunta explícitamente quienes imaginaron la nación y para quienes ya no queda nada por imaginar (Chatterjee 1993).Además estos trabajos facilitaron la inscripción del tema de la nación en un contexto más amplio que habla de las diferentes experiencias de colonización y descolonización en los diversos continentes. Más puntualmente, permitió mostrar que la construcción de la nación implica dinámicas parcialmente diferenciables en las sociedades centrales de Europa y en las sociedades coloniales (Balibar 1991; Quijano 2000).

De hecho, en el abigarrado panorama de investigaciones sobre la nación pueden identificarse grosso modo tres grandes aproximaciones. Una primera en la que se dan cita historiadores, sociólogos y más recientemente antropólogos influenciados de alguna manera por el marxismo y por corrientes críticas de la sociología que se han concentrado en estudiar las condiciones históricas que hicieron posible la emergencia de esa forma de comunidad política que es la nación. A este grupo pertenecen los trabajos dedicados a investigar los efectos de la industrialización en la emergencia de las sociedades nacionales (Gellner 1988); la relación de las naciones con la consolidación o centralización de los Estados (Rosanvallon 1990; Hobsbawm 1991), las relaciones de la formación de la nación con procesos de integración territorial y de estratos (Elias 1998) e incluso el trabajo del mismo Anderson sobre las condiciones que permiten el intercambio comunicativo y la imaginación de comunidades nacionales (1989). Un tema central en esta literatura tiene que ver con las condiciones económicas que facilitan la integración de los grupos y la existencia o no de burguesías nacionales.

Otros analistas, más cercanos a la sociología de la cultura, la antropología y los estudios culturales y literarios, han orientado su atención a los esfuerzos de los grupos dominantes por construir y producir imágenes de lo nacional. Han revisado para ello distintas producciones culturales: discursos políticos, textos literarios, prensa política y de variedades, novelas y programas de TV, entre otros, de los siglos XIX-XX (Sommer 1991; Bhabha 1990; Chatterjee 1993; Monsivais 1981).

Finalmente, otros investigadores también cercanos a los estudios culturales y a corrientes fenomenológicas, han recalcado la importancia de estudiar cómo se experimenta la nación día a día, cómo distintos grupos sociales aprenden a inscribir su biografía en una historia nacional y cómo los medios de comunicación crean lo que ellos denominan un "nacionalismo banal" (Palmer 1988; Billig 1995 ).

Por supuesto, se trata de una caracterización y organización de los trabajos muy incipiente, pero que ha resultado de utilidad para clasificar y hacer seguimiento a la producción intelectual sobre nación2.

Ahora bien, las principales debilidades del ordenamiento propuesto tienen que ver con su silencio sobre los contextos históricos y las disputas intelectuales y políticas que enmarcan o promueven la conceptualización en uno u otro sentido. En efecto, (me) hace falta un trabajo detallado sobre los tejidos institucionales que explican cuándo y por qué las preguntas están centradas en la existencia de una burguesía y un mercado nacional, cuándo y por qué la pregunta es por el tipo de imágenes de lo nacional que producen las clases dominantes y cuándo y por qué se cuestiona la nación como una "etnografía de lo contemporáneo", como algo que se consume y se vive día a día. Es necesario armar un marco analítico que explore cuándo, por qué y entre quiénes o en qué encadenamientos institucionales las preguntas sobre nación tomaron un carácter o el otro. Cómo se relacionan los cambios en las preeminencias disciplinares o los debates al interior de las ciencias sociales con las transformaciones de los énfasis en la conceptualización y en las estrategias de investigación empírica sobre nación. Hace falta también conocer cómo los investigadores colombianos han participado en esos debates, cómo usan las teorías y cómo las transforman en sus ejercicios de indagación. Es preciso poder responder qué tipos de pregunta, qué disposiciones metodológicas y qué perspectivas conceptuales han predominado en las ciencias sociales colombianas y por qué3.

A pesar de las debilidades del esquema de organización propuesto y de todo lo que el omite, su utilidad resulta respaldada por los señalamientos que uno de los más importantes historiadores sobre América Latina, John Tutino comenta sobre los estudios de nación a propósito del trabajo de Florencia Mallon. Para Tutino, la nación ha tenido gran centralidad en la historia del siglo XIX y XX, así como en las historias trabajadas por los historiadores. "Muchos, —dice el autor— han examinado los comienzos de las naciones latinoamericanas a través de un análisis de las élites que las imaginaron" (Tutino 2003: 34) y con eso recuerda dos puntos importantes para la discusión: la "idea extendida de que son los grupos dominantes quienes construyen las naciones" (Tutino 2003: 30) y el hecho de que las metodologías de la investigación histórica han estado guiadas por este supuesto. La sección siguiente se ocupa de este problema y desde ahí introduce la discusión sobre el hecho de que aún las discusiones en las ciencias sociales suelen hacerse más en términos "conceptuales" abstractos que en términos de las relaciones estrechas entre "conceptos" y decisiones metodológicas, entre "términos analíticos" y elección o construcción de datos (Bourdieu 1995).

2. Elitismo y transformaciones del método

Una de las más recientes e interesantes discusiones en torno a la nación es aquella referida al papel de los campesinos o en términos más amplios de las clases subalternas en la construcción de comunidades políticas nacionales. La publicación, en 1995 y en inglés, del libro Campesinos y Nación de la historiadora Florencia Mallon en el que ella compara las experiencias de construcción de nación en el Perú y el México post-coloniales alimentó una serie de debates entre historiadores y sociólogos del continente4. Uno de los principales debates tenía que ver, precisamente, con la pregunta sobre si los campesinos tenían proyectos de nación o si sólo participan de manera subordinada en la construcción de Ingrid Johanna Bolívar una nación que es imaginada por las clases burguesas o poderosas de sus respectivas sociedades. En torno a esta pregunta se definieron distintas posiciones, alimentadas siempre por marcos conceptuales que desde el marxismo tradicional, el gramsciano o los más contemporáneos estudios subalternos insistían en dar a los campesinos uno u otro lugar en la explicación del cambio histórico. En este contexto, la tradicional insistencia de algunos autores en el nexo entre burguesías y naciones, o en términos más amplios entre sectores dominantes en la expansión del capitalismo y modernidad política, enfrentó fuertes condenas por elitismo e incluso por estatismo (Guha 2002).

Se retomaron y discutieron algunos de los planteamientos de los estudios subalternos y muy particularmente la insistencia de Guha en la importancia política y analítica de reconocer la existencia de un ámbito político propio de los subalternos. Como se sabe, a partir del análisis de la vida política en India, Guha y otros autores han señalado la necesidad de ampliar la comprensión de la política y de la historia para incluir las voces de aquellos grupos cuyas iniciativas suelen ser desconocidas o introducidas sólo como muestra de la creciente dominación de unas élites. El autor critica el estatismo de la historia como disciplina y recalca que las "historias" de los grupos subalternos suelen ser incorporadas en lecturas teleológicas de la política y la transformación social (2002:23-29). Estos planteamientos fueron usados por Mallon, y paradójicamente también por algunos de sus críticos. Mallon los usó para llamar la atención sobre la existencia de una vida política que no se agota en lo estatal y en la que se definieron o disputaron importantes rasgos de la nacional. Sus críticos, y en especial John Beverly, usaron los señalamientos de Guha para discutir el interés de Mallon por mostrar los vínculos entre campesinos y nación, su esfuerzo por inscribirlos en una historia "nacional" y por esa vía su olvido de que ellos tienen "otro" mundo político.

Para los propósitos de este texto es muy útil constatar que los debates en torno a la nación como comunidad política editan, por un lado, aspiraciones románticas a la incontaminación o la transparencia de ciertos grupos y por el otro, visiones teleológicas de la política. Estas cuestiones que parecen abstractas se traducen en problemas muy concretos que revelan las limitaciones de nuestras categorías y de nuestros hábitos de pensamiento. En su introducción a la edición en español de Campesinos y Nación, Mallon hace una interesante revisión del consenso entre distintas orientaciones teóricas acerca de que la política entre los campesinos tiende a ser menos consciente, menos racional, casi premoderna (2003:66). La autora discute explícitamente las tensiones que introduce en la investigación lo que denomina "teleologías del conocimiento" y el hecho de que en ocasiones y en temas tan "políticos" como la nación, las ciencias sociales dejan que la teoría defina totalmente qué es posible e imposible en el acervo empírico (2003:66). Muestra de manera muy reveladora cómo las teorías modernizantes quieren condenar a la premodernidad o al mundo tradicional a los campesinos, mientras ciertas apropiaciones de los estudios subalternos quieren convertirlos en un campo político particular. Ella se distancia de ambos señalando que la meta es reconstruir "todo intento de transparencia política, tanto en el ámbito de la comunidad como en el del estado" y "desmitificar la política subalterna al mostrar sus fisuras y jerarquías internas, y también su complicidad histórica con el estado y el ejercicio del poder" (2003:72). Y es que desmitificar la política subalterna no tiene por que ser equivalente a negar los vínculos entre estos grupos y el estado o a decir que ellos no han producido propuestas sobre cómo construir la nación. Cuando Mallon recuerda estos puntos y cuando caracteriza lo que denomina "construcción neocolonial del campesino andino como otro social" nos recuerda hasta qué punto nuestros términos analíticos heredan las aspiraciones y la auto imagen que la sociedad tiene o quiere tener de sí (Bourdieu 1995).

Además conviene decir que la insistencia de Mallon en que los campesinos sí tenían proyectos nacionales y que participaron en la definición de la comunidad política de formas que usualmente la historiografía no detecta abrió la controversia sobre métodos y transdiciplinariedad en el estudio de la nación. La autora fortaleció su ejercicio como historiadora con estrategias metodológicas propias de los estudios literarios, antropológicos y sociológicos. De los primeros tomo el interés por la estructura y las propiedades de los relatos, de los segundos la importancia del trabajo de campo y "en directo" con las tradiciones orales y pautas de comportamiento y de los últimos, el interés por los debates teóricos y los procesos de conocimiento. Eso la expuso a críticas y sanciones provenientes de las distintas disciplinas y le mostró también hasta qué punto lo nacional se define desde lo estatal o dominante. Para nuestros propósitos, la discusión suscitada por el libro de Mallon resulta de gran utilidad pues nos recuerda y previene sobre los supuestos de nuestras categorías analíticas en torno a la nación y sobre las dificultades de método implícitas en la muy invocada interdisciplinariedad. Desde un campo algo distinto, el estudio de la música tropical en Colombia y de la forma en que en torno a ella se articulan identidades raciales y regionales, Peter Wade (2000) encuentra problemas parecidos a los de Mallon. Para explicar cómo y por qué ciertos ritmos musicales que eran considerados "folclóricos" se convierten en representativos de la identidad nacional (2000: 2), Wade reconstruye diversos procesos históricos que muestran como las identidades nacionales son siempre plurales y cómo se relacionan entre sí a través de prácticas de contestación, apropiación y transformación. El autor muestra la importancia del capitalismo musical internacional y del desarrollo de la tecnología de comunicaciones en la construcción y "nacionalización" de identidades musicales que antes estaban circunscritas a grupos específicos. En su trabajo Wade discute explícitamente la tendencia de los estudios sobre nación a contraponer unas clases dominantes homogéneas y modernizantes contra un pueblo heterogéneo y muestra que una vía metodológica útil para evitar tales contraposiciones es estudiar identidades siempre en plural y en el marco de sus ambiguas relaciones. De ahí que el trabaje identidades musicales, territoriales, raciales y de género, que muestre las superposiciones y conflictos entre ellas y su tendencia a inscribirse en espacios geográficos determinados (2000:7). La tradicional contraposición entre élites y subalternos es superada en la obra de Wade a través de un interesante ejercicio de reconstrucción de las diversas vías en que las élites producen las diferencias y en que grupos sociales subordinados transforman y recomponen sus propias identidades y proyectos. Wade recoge distintas trayectorias del marxismo interesado en la "cultura" y habla por eso de la "hegemonía transformista" y "la tradición selectiva". Además insiste en que las diferencias nacionales siempre están situadas en un mapa transnacional que permanentemente alimenta y transforma las relaciones entre identidades y los contenidos de lo nacional.

3. Nación y violencia simbólica

Una de las cuestiones más interesantes en el campo de estudio sobre la nación es que en torno a él convergen diferentes orientaciones disciplinares y distintas metodologías5. La nación es objeto de debate entre filósofos políticos, sociólogos, historiadores (incluso los económicos), politólogos, lingüistas, literatos y comunicadores sociales, entre otros. No es claro qué hace del tema un asunto tan atrayente o tan cercano a las preguntas de las distintas disciplinas, pues no sucede lo mismo, o no con la misma intensidad, en torno a otras categorías de clasificación social como la clase o el estamento, o de autoclasificación como los distintos tipos de identidad. Es muy posible, pero tiene que ser investigado, que tal popularidad de la nación tenga que ver con el hecho obvio de que las sociedades están organizadas en la forma de estados nacionales y eso hace que la "realidad" de la nación aparezca como algo evidente para los distintos públicos. Con gran facilidad un estudio sobre la nación se convierte en un lamento porque aquella no es lo suficientemente fuerte, porque no cohesiona, porque no integra o, al contrario, porque ha sido excluyente e irrespetuosa de otras formas de identidad y pertenencia social. En ambos casos, las investigaciones sobre nación tienen que hacer frente a aquellos hábitos de pensamiento que la consideran como un destino deseable y bueno por sí mismo para las sociedades humanas, como la comunidad política por excelencia en el que se debería experimentar una "camaradería profunda" y anónima que saca o debería sacar a los grupos humanos de las "limitadas" identidades religiosas, étnicas o regionales, que aún en ciertas versiones de la modernización son vistas como vinculaciones prepolíticas6.

La existencia de esos hábitos de pensamiento y su fuerza incluso entre los académicos nos invita a considerar los nexos entre construcción de nación y violencia simbólica. Esta última es definida por Bourdieu como "aquella forma de violencia que se ejerce sobre un agente social con la anuencia de éste" (1995:120). Más adelante en el mismo texto, el autor se encarga de aclarar que la violencia simbólica usualmente es desconocida como violencia, que se traduce o se juega en la "aceptación de un conjunto de premisas fundamentales, prerreflexivas, que los agentes sociales confirman al considerar el mundo como autoevidente, es decir, tal como es y encontrarlo natural, porque le aplican estructuras cognoscitivas surgidas de las estructuras mismas de dicho mundo" (1995: 120). A pesar de que Bourdieu señala explícitamente que la violencia simbólica se traduce en axiomas que ni siquiera tienen que ser inculcados pues se desprenden de la organización "fáctica" del mundo (como las divisiones entre lo masculino y lo femenino), y que, como sabemos, la construcción de la nación si implica infundir en los grupos sociales "las" formas de hacer las cosas; no sobra subrayar que tal construcción nacional opera también a través de una violencia simbólica. El sentirse nacionales o el extrañarse y lamentar no serlo delata precisamente hasta qué punto se ha reificado la pertenencia nacional y hasta qué punto las categorías de las ciencias sociales participan y-o reproducen esa violencia simbólica7.

Los planteamientos del investigador mexicano Roger Bartra son muy reveladores al respecto. En sus distintos trabajos, pero especialmente, en La Jaula de la Melancolía (1987) y en Anatomía del Mexicano (2002), el autor muestra los distintos mecanismos a través de los cuales la pertenencia nacional se convierte en psicología o en rasgos de carácter. Benedict Anderson había mostrado que el censo, el mapa y el museo funcionan como mecanismos de construcción nacional, otros autores habían llamado la atención sobre los usos de la literatura y la prensa para construir la comunidad imaginad; Bartra explora las huellas de dominación política que se detectan en la definición de una particular psicología.

A través de la identificación de personajes, descripciones del carácter nacional en obras de literatura, programas de televisión populares o discusiones frecuentes entre los diversos grupos sociales, Bartra muestra que la definición de sujetos nacionales implica un arduo ejercicio de dominación. En esa lógica, Bartra examina las figuras del pachuco, del pelado y otras muchas que pueblan las referencias al "ser mexicano". Especialmente interesantes para el caso colombiano resultan sus referencias a "la indiferencia ante la muerte" y a Cantinflas. En el primer caso, el autor muestra cómo distintos actores y dinámicas sociales le han dado vida a una idea según la cual en el carácter del mexicano resuena un desprecio por la muerte, una "bravura y un fanatismo " que los convierte en personajes temerarios y valientes. Bartra muestra que tal caracterización se ha alimentado de la literatura, de historias orales de la revolución y de otros recursos. Insiste en que "suponer que hay pueblos que son indiferentes a la muerte es pensar a esos pueblos como manadas de animales salvajes" y que en la fuerza que tiene tal idea se cuela el desprecio que las capas altas de la sociedad sienten por otros sectores (1987:87). Más adelante, el mismo autor hace un señalamiento que nos obliga a revisar lo que creemos saber cómo sociedad de los sicarios y del supuesto desprecio por la vida que habría de identificar a ciertos grupos involucrados con la violencia; dice Bartra "... a los mexicanos sumergidos en la amargura la cultura nacional les propone el único gesto heroico posible: morir fácilmente, como sólo los miserables saben hacerlo" (1987:93).

Otro conjunto de señalamientos igualmente inquietantes acerca de la forma en que la nación o más puntualmente las descripciones del carácter nacional y los hábitos de pensamiento que definen "lo nacional" operan como dominación o en los términos citados atrás de Bourdieu, como violencia simbólica tienen al popular personaje de Cantinflas como referente. Bartra reconstruye distintas discusiones entre autores mexicanos a propósito de esa figura. Habla de Cantinflas como un "frustrado Prometeo" y señala que su popularidad tiene que ver con las críticas que hace a la injusticia social. Sin embargo, aclara el autor, se trata de una "crítica conformista que propone la huida y no la lucha, el escurrimiento y no la pelea. El mexicano se convierte en un maestro de las fintas y los albures. Se vuelve un ser torcido, alambicado, evasivo e indirecto, dominado por el "afán de circunloquio" (1997: 178). Más adelante y después de una sugestiva discusión sobre cómo la definición de la nacional recoge y transforma rasgos de la "cultura popular" y de las clases políticas, Bartra concluye: "Cantinflas no es sólo el estereotipo del mexicano pobre de las ciudades: es un simulacro lastimero del vínculo profundo y estructural que debe existir entre el despotismo del estado y la corrupción del pueblo. El mensaje de Cantinflas es transparente: la miseria es un estado permanente de primitivismo estúpido que es necesario reivindicar de forma hilarante; se expresa principalmente por su típica corrupción del habla, por una verdadera implosión de los sentidos (...) Se comprende que entre la corrupción del pueblo y la corrupción del gobierno hay una correspondencia: este pueblo tiene el gobierno que merece. O al revés: el gobierno autoritario y corrupto tiene el pueblo que se le acomoda, el que el nacionalismo cantinflesco le ofrece como sujeto de la dominación" (1987:180).

Reproducimos por extenso estos planteamientos de Bartra porque ilustran la referencia conceptual que hacíamos atrás a la construcción de la nación en tanto ejercicio de violencia simbólica y porque muestran que la "construcción de la nación" se encarna en procedimientos y tipos de relación que parecen inofensivas, casuales, simplemente, hechas para el divertimento pero que a la larga imponen un sello particular al poder político y se traducen en dominación (2002: 11). Pero también al contrario. Está por estudiarse "cómo influye el destino de un pueblo a lo largo de los siglos en el carácter de los individuos que lo conforman" (Elias 1997:26). No tanto porque se quiera o se pueda decir que los franceses, los colombianos o los argentinos son, por naturaleza, de una u otra manera. Si no, porque las condiciones de interdependencia que vive cada una de esas sociedades ofrecen repertorios o espectros emotivos específicos a los distintos grupos. Este tema se retoma en la sección siguiente y sirve de consideración final.

4. Apelar a la nación: un repertorio emocional "aprobado" políticamente

Es claro que la nación es una de las formas en que las ciencias sociales tienden a referirse al tipo de sociedades que se configuran en el contexto de expansión del capitalismo y división internacional del trabajo. Nación es otro nombre de la sociedad burguesa capitalista (Wallerstein 2001). De ahí que quienes hablan de las redes sociales por fuera del ámbito nacional tengan que hablar de sociedades transnacionales o simplemente sociedad internacional. Aunque ya hay una relativa claridad sobre esa superposición entre lenguajes técnicos y políticos para referirse a la sociedad, no pasa lo mismo con el reconocimiento de que la nación implica la construcción y el fortalecimiento de un repertorio emotivo particular. En efecto, la construcción de la nación implica el afianzamiento de una serie de lazos afectivos entre los distintos integrantes de la comunidad política. —la camaradería profunda de la que habla Anderson— y el establecimiento de una serie de relaciones entre los pobladores y la historia, los símbolos, los personajes y otros factores considerados "demostrativos de lo nacional".

En su trabajo sobre los alemanes, el sociólogo judío Norbert Elias, llama la atención sobre los contenidos afectivos e intensamente emocionales implícitos en la construcción de las naciones y las democracias. El autor comenta la necesidad de darle un lugar analítico a las emociones de "orgullo", "vergüenza" o "enfado", entre otras, con las que las personas resienten o dejan ver el tipo de relación que sostienen con sus respectivos estados nacionales. Desde su perspectiva, la construcción de las naciones implica un alto grado de integración territorial y de estratos, así como una transformación en la naturaleza y los modos de estratificación, que, a la larga se traducen en estructuras de la personalidad también diferenciables. Para Elias, la importancia o la fuerza de una vinculación emocional a la nación puede detectarse en el uso de los pronombres (ellos nosotros), en el sentido con el que los distintos actores cuentan su historia y la inscriben en los procesos políticos más amplios, pero también en las estructuras partidistas y los hábitos de interacción política (Elias 1998; 1997).

Para el propósito de este texto es muy útil la insistencia de Elias en la necesidad de estudiar las exigencias emocionales implícitas en la construcción de las naciones y en la pacificación de la política. El autor recalca que pertenecer a una comunidad política nacional implica un arduo ejercicio de reordenamiento de lo lazos afectivos que se tiene con la población de procedencia, con la geografía, con la historia, entre otros puntos. Para él, la nación es un tipo específico de nosotros que permanentemente disputa su preeminencia con otros tipos de nosotros y que se expresa a través de disposiciones específicas hacia el lenguaje nacional, hacia la interacción con grupos de pobladores de distintas proveniencias, entre otras cuestiones.

Es claro entonces que la pregunta por la construcción de nación implica conocer las experiencias de autoclasificación de los actores, pero que en ellas es necesario detectar las relaciones materiales de interdependencia y las vinculaciones emocionales que las sostienen y "justifican". La poca identificación con la nación que algunos sectores sociales denuncian debería devolver la mirada de los analistas hacia las formas de estratificación vigentes en la sociedad colombiana, hacia las limitaciones que esos sistemas de estratificación imponen para la "nacionalización de las sociedades" y para la interacción en nuevas condiciones de los diversos grupos sociales.

De ahí que, más que celebrar o buscar los contenidos de la identidad nacional, sea útil preguntar por los procesos que históricamente permitieron o no nacionalizar las sociedades, construir un nosotros que se extiende aún precariamente a través del sistema de estratificación y que opera como comunidad política.


Comentarios

2 La identificación de los autores más significativos de cada corriente y de otros de sus rasgos específicos puede leerse en Bolívar (2001).

3 Intuitivamente, podría decirse que en Colombia han sido los historiadores quienes más explícitamente han trabajado y conceptualizado el problema de la construcción de la nación. Interesantes y viejos debates al respecto pueden leerse en el libro compilado por el Fondo Cultural Cafetero sobre "Aspectos polémicos de la historia colombiana del siglo XIX", publicado en 1982 y en donde se leen posiciones de Jaime Jaramillo Uribe, Marco Palacios, Frank Safford, Germán Colmenares, Malcom Deas, entre otros. El trabajo de Jaime Eduardo Jaramillo y su equipo sobre la historia de las ciencias sociales en Colombia, que está próximo a ser publicado, puede dar muchas luces a este respecto.

4 Una reseña de esas discusiones y las respuestas de la autora puede leerse en la introducción que ella hace a la edición en español de su libro en 2003 (Mallon 2003).

5 Por supuesto que no se trata de algo exclusivo de la nación, pero en torno a la formación del estado, por ejemplo, los literatos y los lingüistas producen menos.

6 En la reconstrucción de estos hábitos de pensamientos sobre la nación me apoyo en la literatura revisada en Bolívar (2001) pero sobre todo en la reseña de las discusiones que tal texto ha propiciado entre distintos públicos, incluidos los profesores de Ciencias Sociales de la Universidad de Los Andes. En una de tales reuniones fue interesante notar los diferentes e incluso contrapuestos puntos de partida de algunos historiadores, sociólogos, antropólogos y politólogos frente al tema. Historias disciplinares y pesos relativos de las teorías de la modernización le hacen a algunos politólogo suponer que es "más política" la identidad ciudadana y la pertenencia a la nación, que la identidad étnica o religiosa. Pero otras trayectorias disciplinares concentran a la antropología o la historia en la reconstrucción de lo que se vive como "identidad" en grupos "no nacionales" y marginados o en grupos "de élite" o recientemente "subalternos". La siguiente sección del texto retoma este problema.

7 En el libro ya citado Bourdieu hace interesantes referencias a la forma como las ciencias sociales heredan y reproducen la violencia simbólica de la que los propios científicos sociales han sido objeto (1995: 121).


Referencias

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