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Colombia Internacional

Print version ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.66 Bogotá July/Dec. 2007

 

LA COMPLEJA Y AMBIGUA repolitización de América Latina

THE COMPLEX AND AMBIGUOUS Repolitization of Latin America

Luis Javier Orjuela E.*

* Ph.D.en Ciencia Política de la Universidad Internacional de la Florida.Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Correo electrónico: lorjuela@uniandes.edu.co


Resumen

En oposición a algunos analistas que sostienen que analizar la actual situación política de América Latina a partir de los conceptos de izquierda y derecha es inadecuado, el autor sostiene que dichos conceptos no sólo son pertinentes para interpretar la situación de la región, sino que, además, son expresión de su actual repolitización, en tanto que dicha dicotomía conceptual expresa el carácter agonal de la política. Dicho carácter se habría perdido o, al menos, opacado, en la década de los ochenta y de los noventa, debido a tres factores: los regímenes autoritarios, la adopción del neoliberalismo, y la actitud ambigua de la izquierda frente a su participación en las elecciones y el juego político democrático. La repolitización actual se expresa en la revalorización que de la democracia ha hecho la izquierda, en su rechazo al neoliberalismo y en el anticapitalismo de algunos de sus sectores. Por otro lado, la ambigüedad y la complejidad de dicha repolitización se expresan en la hibridación de izquierda radical, izquierda moderada, populismo y etnicismo, que se ha presentado en algunos de los actuales regímenes políticos de la región.

Palabras clave: América Latina, izquierda, derecha, democracia, dictadura, hegemonía, neoliberalismo.


Abstract

In opposition to some scholars who maintain that analyzing Latin America's current political situation using the concepts of left and right is inadequate, the author afirms that such concepts are not only pertinent for interpreting the region's situation, but also represent the region's current repolitization since that conceptual dichotomy expresses the confrontational character of politics. Such confrontational character disappeared in the 80's and 90's due to three factors: authoritarian regimes, neoliberalism, and the left's ambiguous attitude towards its participation in the political democratic game and in elections.The current repolitization expresses itself in the left's revalorization of democracy, its rejection of neoliberal reforms and the anticapitalism of some of its sectors. On the other side, the ambiguity and complexity of such repolitization expresses itself in the hibridation of leftist politics into a radical, moderate, populist, and ethnic left, which characterizes some of the region's current political regimes.

Key words: Latin America, left, right, democracy, dictatorship, hegemony.

recibido 08/09/2007, aprobado 11/10/2007


Introducción

A fuerza de repetirla, se ha ido convirtiendo en un lugar común, la afirmación de que América Latina ha girado hacia la izquierda. ¿Pero qué significa ese giro? En estas páginas desarrollo la tesis de que la situación actual de la región se puede interpretar como una verdadera repolitización, si la comparamos con la situación de las décadas de los ochenta y noventa. Dichas décadas las podemos considerar como una despolitización, generada por tres factores: a) la existencia de regímenes militares que inhibieron la vida y la confrontación políticas; b) la liberalización de la economía y el intento de sustituir la lógica de la política por la del mercado en la asignación de los recursos públicos, y c) la ambigua posición de los partidos de izquierda frente a las elecciones y la acción política democrática. En cambio, en la primera década de los años 2000, la transición a la democracia, la lenta pérdida de terreno del neoliberalismo, la reacción de los sectores populares en su contra y la decisión de la izquierda de apostarle, más seriamente, a la acción política democrática y electoral han significado una repolitización de la región. Por otro lado, la complejidad y ambigüedad de dicha repolitización se expresan en la hibridación de izquierda radical, izquierda moderada, populismo y etnicismo, que se ha presentado en algunos de los actuales regímenes políticos de la región.

El autoritarismo y la despolitización de América Latina

Como es sabido, la modernización e industrialización de América Latina se realizó bajo condiciones de autoritarismo (O'Donnell 1972). El desarrollo capitalista transformó la estructura de clases y la articulación histórica específica de los antagonismos socioeconómicos, los cuales cristalizaron en nuevas formas de organización y expresión política.Así, las clases obrera y media desempeñaron un rol decisivo en el proceso político y económico. Ello requería del Estado el suficiente margen de maniobra respecto de las clases dominantes, como para permitir la expresión de los intereses de los sectores subordinados, necesarios para el proceso de modernización, lo cual entraba en conflicto con las más exigentes condiciones de la acumulación de capital, de la segunda fase de la industrialización. Según O'Donnell, en esas condiciones era muy difícil que se mantuviera un régimen democrático, pues ante las presiones participativas y redistributivas provenientes de los nuevos actores sociales, los sectores empresariales y tecnocráticos demandaron una solución autoritaria. Dicha situación, apoyada por las fuerzas armadas, se explicaba por dos razones: en primer lugar, por el convencimiento de las élites de que el autoritarismo era necesario para contener las demandas de participación y redistribución de las clases obrera y media, y en segundo lugar, por la percepción de que la continua movilización política popular representaba una amenaza para el orden social dominante.

El autoritarismo se puede interpretar, entonces, como una despolitización de las sociedades latinoamericanas, al impedir los procesos democráticos de toma de decisiones, la discusión y el control públicos, las libertades ciudadanas y la igualdad general de oportunidades políticas, económicas y sociales. La violación sistemática de los derechos humanos y la imposición de un clima de exclusión, silencio y terror empujaron a los partidarios del cambio, a los intelectuales progresistas y a la izquierda, al exilio,a la moderación o a la acción armada y clandestina. Ello significó una despolitización de la sociedad y una pérdida de referentes políticos, precisamente en el momento en que se estaba conformando su identidad política democrática, como en el caso de la izquierda chilena. Como afirma Hannah Arendt,"el aislamiento y la impotencia, es decir, la incapacidad fundamental para actuar, son siempre característicos de las tiranías.Los contactos políticos entre los hombres son cortados en el gobierno tiránico y frustradas las capacidades humanas para la acción y para el poder [...] El aislamiento es ese callejón sin salida al que son empujados los hombres cuando se destruye la esfera pública de sus vidas, donde actúan conjuntamente en la prosecución de un interés común" (Arendt 1987: 701).

El derrocamiento de Allende en 1973 y la supresión de movimientos guerrilleros durante la década de los setenta y ochenta, especialmente en Argentina, Brasil y Uruguay, y a mediados de los noventa, en Perú, tuvieron un impacto entre los intelectuales, los partidos y movimientos de izquierda, pues esos acontecimientos afectaron a aquellos movimientos que perseguían un camino pacífico hacia el socialismo. Aunque la derrota de esos grupos guerrilleros no significó completamente el abandono de la vía armada, especialmente en los casos de Nicaragua, Guatemala y El Salvador, la izquierda empezó a moverse hacia una diversidad de perspectivas, y los enfoques marxistas, que durante largo tiempo dominaron el panorama de la izquierda, cedieron el paso al surgimiento de una mayor diversidad de perspectivas progresistas más heterodoxas, que articulaban distintas ideologías y visiones del mundo. Dicho cambio se debió, entre otros, a dos factores principales. En primer lugar, al hecho de que hoy la política no es una categoría residual reflejo de relaciones económicas ni exclusivamente un conflicto entre intereses económicos de dos clases enfrentadas, como la concibieron algunas corrientes marxista más ortodoxas, lo cual hacía más "simple" el análisis del conflicto social, en la medida en que se suponía que, dentro de cada campo antagónico, los actores compartían unos intereses y un marco valorativo común. En la actualidad, la política se concibe, cada vez más, como un conflicto entre valores y formas culturales de vida diversas (Offe 1988: 168), del cual el marxismo de orientación ortodoxa no puede dar cuenta, a menos que asuma a fondo los nexos de la lucha de clases con las múltiples dimensiones de la condición humana. Al respecto, algunos analistas han señalado que ser de izquierda hoy en día "significa luchar o estar comprometido con un proyecto societal que se opone a la lógica capitalista de la acumulación de ganancias y persigue construir una sociedad con una lógica humanística" (Harnecker 2002: 4), y que las influencias intelectuales de la izquierda actual "consisten en una mezcla entre el marxismo clásico y, según los contextos, principios extraídos de las ideología étnicas, ecológicas o de género. En Paraguay y, particularmente, en Bolivia, la lucha rural y la liberación social se mezclan con las reivindicaciones étnicas, lingüísticas, culturales y nacionales" (Petras 2000: 32). En segundo lugar, el efecto causado por las dictaduras y las experiencias del exilio generó en los políticos e intelectuales de izquierda y progresistas la necesidad de: a) asumir críticamente sus anteriores formas de hacer y pensar la política, b) elaborar alternativas a la simple consideración de la política como elemento táctico (la vieja idea de "la combinación de todas las formas de lucha"), c) la búsqueda del cambio social mediante el empleo de la violencia y d) desechar la idea de que democracia es simple-mente la expresión política de la burguesía. Esta "autocrítica" culminó en una concepción de la política que privilegió sus dimensiones normativas, institucionales y representativas, la redefinición del concepto de cambio social como algo gradual que tiene su propio ritmo y tiempo histórico, y la búsqueda de una relación entre los conceptos de socialismo y democracia (Lesgart 2003).

El neoliberalismo como despolitización de la sociedad

Desde mediados de la década de los ochenta y durante la de los noventa, los Estados burocrático-autoritarios que imperaron en la región durante la mayor parte del siglo XX experimentaron una doble transición: hacia la democracia y hacia el modelo económico neoliberal. Dichos procesos se generaron no sólo por la crisis de las dictaduras, debido a sus propios excesos, sino también, entre otros factores, por las exigencias del proceso de globalización. En este período, la izquierda participó activamente en alianzas políticas con los partidos tradicionales, para lograr una transición más rápida, efectiva e incluyente hacia el régimen democrático. Pero cuando la democracia empezaba a ser revalorizada, los gobiernos de la región adoptaron políticas de liberalización de los mercados y las economías, que dio lugar a la radicalización de algunos sectores de la izquierda, los cuales redefinieron la lucha contra el capitalismo en términos de su oposición al neoliberalismo.

El neoliberalismo, como factor de despolitización, está asociado a la introducción de la lógica de mercado en la asignación de los recursos sociales, lo cual excluye la decisión o la regulación política respecto de dicho proceso. Para los neoliberales, las decisiones a través de las instituciones políticas son menos democráticas que las decisiones a través de los mercados. En palabras de uno de sus más representativos ideólogos, "lo que el mercado hace es reducir, significativamente, el rango de cuestiones que deben ser decididas políticamente, y en consecuencia, minimizar la necesidad del gobierno de participar directamente en el juego. Un rasgo característico de la acción a través de los canales políticos, es que ésta tiende a requerir o exigir un acuerdo sustancial. La gran ventaja del mercado es que éste permite una amplia diversidad. Éste es, en términos políticos, un sistema de representación proporcional"(Friedman 1982:15.Traducción mía). La propuesta neoliberal estuvo antecedida de un diagnóstico de la crisis política, económica y social de los países de capitalismo altamente desarrollado, realizado, a mediados de la década de los años setenta del siglo pasado, por la famosa Comisión Trilateral, en el cual se concluía que dicha crisis se originaba, entre otros factores, por el uso "intensivo" y "extensivo" de las instituciones democráticas (Dubiel 1993: 48), que producía la "sobrecarga" del sistema político, debido al exceso de demandas, lo cual generaba su "ingobernabilidad" (Crozier, Huntington y Watanuki 1975). De allí que la asignación de recursos por parte del mercado se consideró como una manera eficaz para reducir los mecanismos democráticos de resolución de conflictos sociales. Es desde esta perspectiva que considero al neoliberalismo como factor de despolitización: porque abogó por un sistema políticoeconómico autorreferencial, autolegitimado (si ello fuera posible), que derivara las bases de su funcionamiento no de la aceptación social sino de sus propios mecanismos de mercado, de la racionalidad de la economía y de la formalidad burocrática.

La redemocratización de América Latina, a partir de mediados de los años ochenta, coincidió con el desmonte del modelo de industrialización mediante la sustitución de importaciones (ISI) del raquítico Estado de bienestar y del pacto político que lo habían sustentado. El régimen político y el régimen de acumulación de capital se condicionan mutuamente; por ello, la forma de organización de la economía no es neutral respecto del régimen democrático y del tipo de participación de los actores políticos y económicos. Un modelo de desarrollo posee, en sí mismo, características que generan procesos incluyentes o excluyentes (Orjuela 2005). La ISI fue un modelo con posibilidades incluyentes, puesto que requería de unas clases media y obrera idóneas, no sólo con las necesarias habilidades técnicas sino también con una creciente capacidad adquisitiva de su salario. Por esta razón, la expresión institucional de dicho modelo fue el Estado de bienestar, el cual actuaba a través de una serie de políticas redistributivas, como el sistema público de salud, la seguridad contra el desempleo, la provisión de subsidios a familias de bajos ingresos con niños menores a su cargo y la promoción gubernamental de las organizaciones de trabajadores, entre otras. Se puede decir que éstas y otras medidas relacionadas constituyeron un verdadero "contrato social" entre el Estado, el capital y el trabajo, en torno a los salarios, las condiciones de trabajo, la participación de los trabajadores en los beneficios de las empresas y la ampliación de la participación política. Por el contrario, el modelo neoliberal tiende a despolitizar y excluir, puesto que hace más difícil elaborar y poner en marcha políticas distributivas, debido a su énfasis en la no intervención política en la asignación de los recursos sociales y las presiones para la reducción del gasto público. Dichas tendencias restringen la participación de los trabajadores y otros sectores populares en la distribución de los recursos sociales, y contribuyen a que su acción pierda legitimidad.

Por lo tanto, el cambio de modelo económico hizo inoperantes los viejos acuerdos entre las élites y las clases sociales que sustentaban y hacían posible el funcionamiento del anterior modelo de industrialización mediante la sustitución de importaciones, e impuso la necesidad de generar unos nuevos acuerdos que expresaran la nueva correlación de fuerzas sociales. Sin embargo, el modelo neoliberal limitó y obstaculizó la posibilidad de lograr estos nuevos acuerdos entre los distintos actores sociales y establecer el liderazgo de las élites económicas y políticas. Esta dinámica contradictoria entre la disfuncionalidad de los viejos acuerdos y la imposibilidad estructural de lograr unos nuevos agudizó las tendencias de la sociedad a la fragmentación.

Muchos de los análisis sobre la democratización en América Latina partieron de un concepto reducido de democracia, en donde ésta se entendió, exclusivamente, como un régimen político, con lo cual la democracia se reduce a un mero ejercicio electoral para la selección de representantes. Las soluciones que surgieron de estos diagnósticos casi siempre apuntaron a incrementar la "gobernabilidad", es decir, la eficiencia de las instituciones públicas. En estos diagnósticos no hubo lugar para la sociedad civil, y lo social fue visto en términos de su contribución a la estabilidad y la eficacia del sistema político. Muchas expectativas y esperanzas de los sectores más vulnerables de la sociedad, desautorizadas por los acontecimientos de los últimos años, se debieron a la creencia de que la ingeniería política, los meros cambios institucionales y la instauración de una economía de libre mercado bastaban para generar democracias duraderas y bienestar colectivo.

La crisis de esta doble transición de América Latina obedeció a tres factores principales. En primer lugar, a los efectos socialmente nocivos de la reformas neoliberales de los años ochenta y noventa, y a las protestas sociales que ellas generaron. Las evidencias de estos efectos negativos son innumerables. Entre 1980 y 2004, en la región, el salario mínimo cayó en promedio el 25%, el desempleo abierto pasó del 7,2% al 11%, la informalidad laboral se incrementó del 36% al 46%, el 10% más rico de la población percibió el 48% del ingreso, mientras que el 10% más pobre recibió el 1,6% (De Ferranti et al. 2005: 17).

En segundo lugar, a la instrumentalización que los gobiernos hicieron de la democracia, en busca de la aprobación y legitimación de la reformas económicas, y su reducción a los aspectos meramente formales de representación, con su consecuente incapacidad para responder a las exigencias sociales y económicas de los sectores más vulnerables de la población.Y en tercer lugar, al surgimiento de nuevas manifestaciones de la ciudadanía con sus correspondientes exigencias sociales y políticas, expresión de cambio de valores y de formas culturales de vida diversas.Al igual que la mayoría de las demandas sociales y económicas de los sectores populares, las nuevas reivindicaciones han encontrado poca receptividad en las instituciones representativas y las políticas gubernamentales.

La tensión entre la concepción y la praxis de la democracia formal, y las nuevas aspiraciones sociales, culturales y ciudadanas, en un escenario de excesiva desigualdad y vulnerabilidad social, está, entonces, dando lugar a un nuevo ciclo político, caracterizado por la primacía de la izquierda en varios países de la región.

La profundización y estabilidad de la democracia requieren la construcción de mecanismos de cohesión social, reconocimiento de la heterogeneidad cultural y equidad en la distribución de los recursos y las oportunidades sociales. Sin embargo, la adopción de políticas económicas neoliberales ha agudizado la fragmentación social, la cual se manifiesta en la existencia de amplios sectores de la población excluidos del mercado y del desarrollo socioeconómico, o que se han insertado precariamente en ellos. Dichas políticas exigen el desmantelamiento de instituciones de protección social de carácter público y su sustitución por mecanismos de individualización de riesgos y de la pobreza. Los latinoamericanos son, por tanto, regímenes políticos sin mecanismos de promoción de la equidad y de la cohesión social. Como señala Atilio Borón, el legado del neoliberalismo "es una sociedad cuya integración social ha sido debilitada por el trastornante impacto de la desencadenante dinámica del mercado; este debilitamiento ha cristalizado en las tremendas fragmentaciones y desigualdades que caracterizan nuestro 'capitalismo realmente existente' [...] Una 'sociedad' de este tipo es una mera yuxtaposición de universos sociales y las sociedades latinoamericanas se están aproximando rápidamente a ello. Las clases y los grupos sociales pueden ser casi completamente desarticulados y [...] escasamente adecuados para el sostenimiento de un orden democrático" (Borón 1998: 57-58). México se encuentra dividido en dos sociedades: la moderna y próspera del NAFTA y la premoderna, indígena y pobre del Movimiento Zapatista; Venezuela se encuentra política y socialmente polarizada en torno a la figura de Chávez, cuya existencia como fenómeno político requiere de la misma polarización. En ese país, la confrontación social adquiere, además, connotaciones explosivas, por estar articulada al desarrollo de un conflicto antiimperialista; Ecuador enfrentó una profunda desestabilización política, con insurrecciones indígenas, campesinas y urbanas, que llevó al derrocamiento de varios presidentes y, finalmente, a la elección de un mandatario de izquierda. Perú, igualmente, derrocó a un presidente, no logra superar los altos niveles de pobreza de su población y eligió a un mandatario socialdemócrata. Colombia se encuentra afectada por el aumento de la desigualdad social, la confrontación armada y las violaciones de los derechos humanos, lo cual ha incidido en que las preferencias electorales giren a la derecha. Argentina y Bolivia han sido los últimos países de la región en estallar social y económicamente, generando una aguda fragmentación y confrontación social, especialmente en este último país, donde también podríamos hablar de le existencia de dos Bolivias: la indígena, campesina y pobre de La Paz, y la industrial, próspera y neoliberal de Santa Cruz. La rebelión que sacudió a Argentina no alcanzó las dimensiones insurreccionales de Bolivia, pero constituyó una excepcional irrupción que articuló a la clase obrera, la clase media y los desempleados en el movimiento social de los "Piqueteros", con un reclamo común contra el régimen: que se vayan todos los políticos; reclamo que condujo, en 2001, a la caída del gobierno de Fernando de la Rúa

La repolitización de América Latina en la primera década de los años 2000

Por todo lo anterior, se está produciendo en América Latina una repolitización de la sociedad, entendida como una reacción contra el neoliberalismo (Rodríguez, Barrett y Chávez 2005), un giro hacia la izquierda o, al menos, hacia la izquierda moderada y hacia el populismo, excepto en Colombia, donde la comparativamente más moderada introducción de políticas neoliberales y la persistencia de la confrontación armada entre el Estado, la guerrilla y los paramilitares han producido un giro hacia la derecha.

Una expresión de la repolitización de las sociedades latinoamericanas es la revitalización de la "dicotomía conceptual" izquierda y derecha, que, en su conocido libro, analizó Norberto Bobbio. Pero según Alain Touraine, caracterizar la situación de América Latina como un giro hacia la izquierda es inadecuado, desde el punto de vista institucional, porque los conceptos de izquierda y derecha surgieron en contextos geográficos, culturales y políticos distintos, como los de los regímenes parlamentarios europeos, los cuales no se conjugan con los regímenes presidenciales o semipresidenciales del continente americano; y desde el punto de vista sustantivo, porque, según afirma, curiosamente, el autor, "el continente en su conjunto se aparta cada vez más de un modelo sino parlamentario, al menos apoyado en mecanismos de oposición entre grupos de intereses y de ideologías diferentes" (Touraine 2006: 47), como si la polarización y la confrontación ideológica que ha experimentado la región en los últimos años pudieran ignorarse fácilmente. Por su parte, Francisco Rojas Aravena sostiene que la diversidad de los liderazgos políticos que están surgiendo en la región no es susceptible de expresarse a través de una sola identidad ideológica como la de izquierda (2006: 115).

No obstante, la distinción entre derecha e izquierda, lejos de ser inútil, expresa el carácter agonal de la política. En efecto, como afirma Bobbio, "que en un universo como el político, constituido eminentemente por relaciones de antagonismo entre partes contrapuestas (partidos, grupos de interés, facciones, y en las relaciones internacionales, pueblos, gentes, naciones), la manera más natural, simple e incluso común, de representarlos sea una díada o una dicotomía, no debe sorprendernos" (Bobbio 1995: 92). La función de la díada izquierda y derecha es "la de dar un nombre a la persistente, y persistente por esencial, composición dicotómica del universo político. El nombre puede cambiar. La estructura esencial y originariamente dicotómica de universo político permanece" (Bobbio 1995: 94).

Dimensiones de la actividad política, como progreso, cambio o emancipación, están asociadas con la izquierda, pero para Bobbio la diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha radica en la "contraposición entre visión horizontal o igualitaria de la sociedad y visión vertical o no igualitaria" (Bobbio 1995: 131) y en "la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad" (Bobbio 1995: 135). La asociación que hace Bobbio entre la izquierda y la búsqueda de la igualdad adquiere un significado especial en América Latina, considerada como una de las regiones del mundo con mayor desigualdad social y económica. Con razón, la izquierda le atribuye al neoliberalismo la generación de esa desigualdad. ¿Pero cómo superarla, cómo lograr la igualdad en las sociedades latinoamericanas? La repuesta a esta interrogante nos lleva, necesariamente, a la repolitización de la región, que no sólo se expresa en la revitalización de la derecha y la izquierda, como contraposición de Estado y mercado, sino también entre la izquierda misma, pues hay, al menos, dos izquierdas en América Latina (Castañeda 2004; Petkoff 2005), y ellas se enfrentan respecto del camino a seguir para lograr esa igualdad. Como siempre, desde que la izquierda existe, hay en ella dos tendencias, la radical y la moderada; hoy se habla de la nueva y la vieja izquierda, lo cual no es más que la reedición de la vieja confrontación entre fracciones de izquierda: ¿reforma o revolución? Esta confrontación en el interior de la izquierda se expresa hoy entre los que sostienen la posición anticapitalista, que el capitalismo debe ser superado, los que consideran que debe ser reformado o "mejorado", en términos de equidad, y los que sostienen, como Borón, que la reforma es una estrategia temporal, mientras se dan menores condiciones de lucha anticapitalista: "En la actual coyuntura nacional e internacional el reformismo aparece como la única oportunidad de avanzar, mientras se modifican las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para ensayar alternativas más prometedoras. El error de muchos reformistas, no obstante, ha sido el de confundir necesidad con virtud" (2005: 420).

Por otro lado, el derrumbe de los socialismos "realmente existentes" ha planteado la discusión sobre si es viable o no una alternativa radical al capitalismo o, dicho de otra manera, si es posible un modelo de sociedad igualitaria y justa que, al mismo tiempo, no desemboque en un autoritarismo burocrático. De allí que, para algunos sectores de la izquierda, la lucha contra el capitalismo haya adoptado la forma, más pragmática y realizable en el corto y mediano plazo, de lucha contra el neoliberalismo. Pero, al mismo tiempo, otros sectores de la izquierda han transado, estratégicamente, con políticas neoliberales, lo cual ha sido considerado por los más radicales como concesiones al capitalismo (Petras 2000: 19-20). Por su parte, estos sectores más pragmáticos responden que la adopción de ciertas medidas neoliberales se debe a factores constriñentes externos y no significan un compromiso ideológico con dicha tendencia.

Se trata de una izquierda reformista y pragmática, sin perfiles ideológicos fuertes. En lugar de una confrontación total contra el capitalismo global y neoliberal o, incluso, un drástico cambio de modelo macroeconómico, postulan un capitalismo moderado, de corte socialdemócrata, que intenta articular las exigencias de la acumulación de capital con la ampliación del acceso de los sectores excluidos a la ciudadanía, el mercado y el consumo, y en general, las aspiraciones de bienestar social de la población. Un elemento constitutivo de los proyectos de esta izquierda moderada es el énfasis en el fortalecimiento de la sociedad civil, mediante la descentralización, la participación directa en los procesos de toma de decisiones y el fomento de las formas asociativas autónomas. El Partido de los Trabajadores (PT) Brasileño, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) mexicano, el Frente Amplio en Uruguay, la Convergencia Democrática Chilena, el Polo Democrático Alternativo de Colombia e, incluso, el chavismo venezolano, se ubican en este tipo de izquierda, aunque algunos de ellos, como veremos más adelante, incorporen tintes populistas.

La moderación política e ideológica de esta nueva izquierda obedece a varios factores: en primer lugar, a que los procesos globales de carácter económico, social y cultural transformaron o redefinieron los referentes de la confrontación y la lucha políticas, como las clases, las relaciones de trabajo, las identidades nacional, colectiva y personal, y su lugar fue progresivamente ocupado por actores de transformación social y formas de organización "multidimensionales", con una diversidad de expresiones simbólicas emanadas de su condición ética, religiosa, de género o sexual, entre otras. En segundo lugar, y derivado de los anterior, a un nuevo clima intelectual, en el que las concepciones posmodernas de la sociedad se oponen a las marxistas, respecto a sus reducidos y unidimensionales conceptos de sujeto e identidad (la condición proletaria o laboral) y a su idea de forzar la subjetividad e individualidad y sus distintas dimensiones, en nombre de una transformación social orientada por las fuerzas impersonales de la historia (Touraine 2000). En tercer lugar, al surgimiento de una nueva sensibilidad moral globalizada en contra del uso de la violencia, fruto de la globalización de la justicia, que se expresa, entre otros aspectos, en la creación del delito de lesa humanidad, el tribunal penal internacional y el desarrollo del "derecho internacional de los derechos humanos" (Orozco 2005). Dicha sensibilidad moral contribuye a desestimular, deslegitimar y someter al escrutinio y la condena de las sociedades nacionales y global, el uso de la violencia, por parte de la izquierda armada, como instrumento de transformación social. Final-mente, a todo ello hay que agregar otros factores, como los múltiples acotamientos de los escenarios en los que estos nuevos actores realizan su acción, y la globalización de las estructuras de regulación económica y de decisión política, que limitan las capacidades nacionales de actuación y decisión.

La complejidad y ambigüedad de la izquierda latinoamericana

La complejidad y ambigüedad de la resistencia al neoliberalismo se refieren a la hibridación de izquierdismo y populismo, y a la heterogeneidad ideológica de las fuerzas que la componen. Éstas se generan debido a las alianzas electorales que dicha resistencia debe hacer para llegar al poder y convertirse en alternativa frente a los parti-dos tradicionales, y a la redefinición que el concepto mismo de izquierda experimenta en una época de transformaciones en todos los ámbitos de la vida social.Así,en Venezuela,el chavismo se va conformando a partir del Polo Patriótico, constituido por un grupo de ex militares que impulsaron el llamado "Proyecto Bolivariano"; después se vinculan partidos de izquierda radical y fracciones reformistas de los partidos de centro, además de diversos sectores "antipolíticos". En los primeros años, la base ideológica del gobierno de Chávez es una amalgama contradictoria de militarismo, nacionalismo, marxismo, antipartidismo y antielitismo. En busca de símbolos para construir una identidad y una simbología, a fin de enfrentar al neoliberalismo, el chavismo recurre no a ideas más acordes con la diversidad de las identidades de los actores contemporáneos, sino al ideario nacionalista del siglo XIX, como el de Simón Bolívar y Ezequiel Zamora. Sin embargo, a partir de 2005, el proyecto político adquiere una mayor definición como socialismo del siglo XXI, en un sentido explícitamente anticapitalista (Arenas y Gómez 2006: 5-6). Por otra parte, es necesario decir que no toda la izquierda venezolana apoya al chavismo, pues en la oposición se encuentran marxistas radicales como Bandera Roja y socialdemócratas como el MAS.Finalmente,el propio partido de Chávez, el Movimiento Quinta República,"tiende a ser más un seguidor de la palabra presidencial que un generador de doctrina" (Arenas y Gómez 2006: 6).

En Bolivia, el gobierno del MAS combina, por un lado, elementos de nacionalismo estatista y, por el otro, multiculturalismo indigenista, con concepciones enfrentadas de lo indígena entre las distintas etnias. Dicho indigenismo es confrontado por lo que se podría llamar "separatismo blanco".

Por ello, es Bolivia el caso paradigmático de fragmentación social de América Latina. Los indígenas bolivianos no sólo han logrado representación parlamentaria y elegir un presidente de los suyos, sino que quieren algo más: un nuevo orden sociocultural, la existencia de una nación aymara; y el más radical en este sentido es el Movimiento Indígena Pachakuti, encabezado por Felipe Quispe, que se opone al modelo de sociedad más pluralista de Evo Morales y su Movimiento al Socialismo. El movimiento Pachakuti representa la región de economía campesina tradicional, más pobre y de menor capacidad productiva, que se corresponde con sus ancestrales formas culturales, de gobierno y de cohesión social de carácter comunal, los llamados ayllus (Calderón 2007: 35).

Por su parte, el departamento de Santa Cruz, el más grande y rico del país, que comprende el 70% del territorio boliviano, la tercera parte de la población nacional y los hidrocarburos, quiere la independencia para formar una nación predominantemente moderna, capitalista, blanca y mestiza. Para impulsar este proyecto separatista surgió la organización de derecha "Movimiento Nación Camba de Liberación". Según éste, las etnias aymara y quechua dominan un país "atrasado y miserable, donde prevalece la cultura del conflicto, comunalista, pre-republicana, iliberal, sindicalista, cuyo centro burocrático (La Paz) practica un execrable centralismo colonial de Estado, que explota sus 'colonias internas', se apropia de nuestros excedentes económicos y nos impone la cultura del subdesarrollo, su cultura" (Nación Camba. Quiénes somos? Sin fecha. Énfasis en el original).

Existe, entonces, en Bolivia, una confrontación entre dos proyectos de sociedad:el de capitalismo neoliberal y el de "etno-nacionalismo", que podrían llegar a ser irreconciliables, hasta desembocar en una lucha entre indígenas pobres,y blancos y mestizos ricos o entre independentistas y poder central. ¿Podrá la Asamblea Constituyente boliviana lograr un mínimo de cohesión social? Una cosa es cierta: la vieja articulación entre la política, la economía, la sociedad y la cultura, sobre la cual se desarrolló el proyecto nacional homogeneizante que caracterizó a Bolivia desde la independencia, parece haberse agotado bajo la égida neoliberal,que tampoco resolvió el problema de la pobreza y agudizó los conflictos sociales, hasta el punto de una aguda fragmentación social. El reto de la Asamblea Constituyente es, entonces, lograr un adecuado balance entre nacionalismo estatista y multiculturalismo (Mayorga 2006) mediante el reconocimiento de las diversas identidades sociales, especialmente, las indígenas.

Por su parte, el nacionalismo se expresa en la reversión de la privatización de los servicios de agua potable y en la afirmación de la soberanía nacional, mediante la puesta en marcha de un proceso de nacionalización de los hidrocarburos, cuya propiedad y gestión estaba en manos de empresas extranjeras. Este aspecto, "es fundamental para explicar el apoyo electoral al MAS y su actual capacidad política, puesto que el nacionalismo es una de las ideologías con mayor capacidad de interpelación y opera como un fuerte sentido común que se expresa en la antinomia nación versus antinación" (Mayorga 2006: 60). Pero en el nacionalismo desplegado por el gobierno "el sujeto de la 'revolución democrática y cultural' no es 'el pueblo' como alianza de clases y sectores sociales [lo cual permitiría incluir a los blancos y cambas de Santa Cruz] sino un conglomerado de identidades y movimientos sociales con predominio de lo étnico -'los pueblos indígenas'- que son interpelados como sujetos de un proyecto de reconfiguración de la comunidad política que ya no es concebido como 'una nación' sino una articulación de 'naciones originarias'" (Mayorga 2006: 60). Por ello, en el discurso gubernamental, las ideas de mayor inclusión social, reconocimiento del carácter intercultural de Bolivia y necesidad de mayor autonomía territorial están en tensión con el predominio político de los pueblos indígenas y las comunidades campesinas.

Estas hibridaciones y ambigüedades políticas como las de Venezuela y Bolivia surgen, entre otras razones, por la erosión de los sistemas partidistas tradicionales y la ausencia de partidos de izquierda democrática y, en general, por la crisis de la forma organizativa partido, puesto que el vacío dejado por la organización es llenado por el líder carismático.Al respecto,son ilustrativos los casos de Colombia y Venezuela, donde la crisis del bipartidismo tradicional dio paso al surgimiento de sendos líderes mesiánicos. El contraste son los casos de la alianza entre los socialistas y la democracia cristiana, para la transición a la democracia en Chile, y el arribo del PT al poder del Estado en Brasil, partidos que se caracterizan por un largo y sólido arraigo en los sectores populares, lo cual ha cerrado el paso a fuertes liderazgos personales.

La crisis general de la forma organizativa partido se debe a que en un mundo cada vez más globalizado y heterogéneo, las sociedades son cada vez más multiculturales, lo cual hace difícil que las fuerzas sociales se expresen a través de los partidos políticos, inspirados históricamente en grandes ideologías universalistas y conformados con miras a la representación de grandes intereses nacionales o, al menos, de intereses relativamente amplios de una población considerada homogénea. El multiculturalismo, el surgimiento de una política más socio-céntrica que Estado-céntrica y la segmentación de los intereses y las formas de vida, se expresan hoy mejor en los movimientos sociales que en los partidos políticos, de tal manera que tanto la izquierda como la derecha tienen dificultades para aglutinar sus fuerzas a través de ellos.

Pero la izquierda cuenta con una dificultad adicional que enfrentar, la cual, como ya se mencionó, tiene que ver con la crisis de los socialismos autoritarios y burocráticos, y la necesidad de superar la tendencia a la jerarquización y el autoritarismo inherentes a la forma leninista de partido, elitista en términos intelectuales y centralizado y burocrático en términos organizativos (Harnecker 2000).

Por todas estas razones, el populismo aparece hoy como la forma más adecuada para aglutinar políticamente las fuerzas sociales progresistas y de izquierda. Pero si, como hemos dicho, la repolitización de América Latina se expresa en la revitalización de la dicotomía izquierda y derecha, también es necesario decir que la ambigüedad de dicho proceso surge porque, como dice Germani, el populismo no admite una fácil clasificación dentro de la dicotomía izquierda/derecha, pues se trata de un movimiento multiclasista que mezcla elementos contrapuestos, "generalmente unidos a cierta forma de autoritarismo, a menudo bajo un liderazgo carismático.También incluye demandas socialistas (o, al menos, la demanda de justicia social), una defensa vigorosa de la pequeña propiedad, fuertes componentes nacionalistas y la negación de la importancia de la clase" (citado por Laclau 2005: 15-16). En este punto coincido con Germani y disiento de Laclau, quien considera que la identificación del movimiento con el líder no es de carácter autoritario sino afectivo.

Laclau sostiene la tesis de que los enfoques tradicionales del populismo reproducen, con mayor o menor sofisticación, viejos prejuicios científicos sobre las masas, es decir, el populismo es entendido como el sometimiento de un grupo indiferenciado, de una masa amorfa y manipulable, por parte de un líder carismático. Las dificultades para definirlo, la carencia de acuerdos mínimos entre especialistas sobre su contenido constitutivo y los infructuosos intentos de conceptualización de los que escapa la fluida y variable realidad empírica dan cuenta de un problema mayor de los paradigmas dominantes en las ciencias sociales. Dicho problema, según Laclau, reside en la dificultad para incorporar en el análisis social y político lo no racional, pasional y afectivo, que es constitutivo de la política.

En contra de las concepciones tradicionales, Laclau redefine la categoría de populismo en dos sentidos: en primer lugar, con base en el Freud de Psicología de las masas y análisis del yo, llega a la conclusión de que existe una identificación, incluso afectiva, entre el pueblo y el líder basada en rasgos positivamente comunes entre ambos. Para Laclau, el proceso fundamental de formación de identidades colectivas es el de identificación. Más precisamente, se trata de una variedad de procesos diferentes: distintas "alternativas sociopolíticas" de identificación y que tienen en común la contribución a la construcción del lazo emocional que une socialmente a los miembros de un grupo entre ellos y con el líder (2005: 75-88).

En segundo lugar, el pueblo debe entenderse como una articulación de demandas sociales que, a partir de un proceso equivalencial, permiten la construcción de una identidad colectiva. La unidad de análisis de Laclau son, entonces, las demandas populares, las cuales considera como el único medio para dar contenido material al concepto de pueblo. En este sentido, sigue a S. Zizek, al afirmar que la unidad del objeto, pueblo, es un efecto retroactivo del acto de nombrarlo. Aquí encontramos un giro conceptual de Laclau: la condición social de dicho nombramiento, que convierte al concepto de populismo en un significante vacío, capaz de dar unidad a la articulación de demandas diferenciadas. De este modo, el pueblo existe en la medida en que ese nombre se vacía de contenido, y se convierte en catalizador de demandas que, si antes eran heterogéneas, ahora se reúnen y establecen entre sí una relación equivalencial. De este modo, el populismo no designa, según Laclau, una especie de 'esencia' o de contenido social, sino un modo específico de articulación de demandas; en este sentido, afirma que el populismo no es un tipo de movimiento social sino, más bien, una lógica política. La diferencia entre ambos términos radica en que, mientras el primero se funda en el seguimiento de reglas, la segunda constituye la dinámica de institución de lo social.

Esta concepción del populismo representa, según Laclau, una verdadera innovación en la interpretación política de los fenómenos, porque niega la relación intrínseca entre populismo y autoritarismo. De hecho, esta lógica equivalencial entre demandas heterogéneas es concebida como constitutiva de la representación democrática.

Aunque algún elemento de afectividad hay en la política, creo que ésta surge no en la dimensión subjetiva, sino, más bien, en aquello que ocurre en la dimensión de exterioridad u objetividad de la relaciones sociales, constituida por la necesidad de expresar las oposiciones, los conflictos y los acuerdos, o en la necesidad de concertar acciones. La subjetividad puede llevar a anular el carácter agonal de la política y reemplazarla por el afecto o el paternalismo, que, a su vez, puede llevar a reemplazar un sujeto por otro, o por el autoritarismo de un sujeto sobre otro. Aunque concedo que el afecto y la identificación, es decir, el elemento catexial de las relaciones humanas, facilitan una dimensión de la política que es el poder, entendido a la manera de Hannah Arendt, es decir, como aquella capacidad que surge de estar y actuar juntos. Según esta definición, el poder no es propiedad o atributo de un individuo sino que pertenece al grupo en su conjunto (1999: 146). Cuando estamos en presencia de la imposición o sustitución de una voluntad por otra, nos encontramos, según Arendt, no frente al poder sino frente a la violencia. El poder es siempre no violento, no coercitivo, no manipulativo, no sustitutivo. Poder y violencia son opuestos: el poder requiere del número, la violencia puede prescindir de él. Por ello, la democracia se disminuye allí donde se suplanta el poder, así definido, por la mediación de líderes, especialistas, burocracias, sistemas de partidos únicos o partidos fuertemente jerarquizados y, en general, por todas las mediaciones que tiendan a eliminar la discusión pública.

Cuando afirmo que la hibridación de izquierda y populismo es ambigua, no estoy considerando al populismo peyorativamente, como una manifestación patológica o irracional de la política. Considero que el populismo es un fenómeno que hay que tomar en serio y coincido con Laclau en su crítica a los enfoques tradicionales de dicho fenómeno. Quiero simple-mente señalar que el populismo lleva aparejado el riesgo de derivar en el autoritarismo. Cuando digo ambigüedad, me refiero a las contradicciones que genera la hibridación entre el populismo, la nueva y la vieja izquierda. Entre la izquierda homogeneizante y la izquierda que hace de la defensa de la diversidad, el muticulturalismo y la autonomía, su bandera de lucha. El populismo puede ser fuertemente homogeneizante y paternalista. Para la muestra, el botón de las palabras de Chávez: "yo trato y trataré siempre de hablar no por mí sino por ustedes.Yo le pido a Dios que nunca me aleje de la sintonía con el pueblo de Venezuela... ustedes guiarán el gobierno, que no será el gobierno de Chávez ¡porque Chávez es el pueblo" (citado por Arenas y Gómez 2006: 17-18).

A lo anterior hay que agregar otros tres factores de ambigüedad: en primer lugar, aunque el populismo puede expresar el ideal de igualdad de la izquierda, en el sentido de Bobbio, en la medida en que persigue políticas sociales y económicas favorables a los sectores populares, al mismo tiempo genera la fragmentación de la sociedad, en la medida en que la divide, maniqueamente, entre sectores populares y oligárquicos. En segundo lugar, el populismo no es completamente favorable a la democracia, en la medida en que termina creando "seguidores y no ciudadanos" (Paramio 2006: 72). Y en tercer lugar, el tiempo es un factor que afecta la relación entre la vieja y la nueva izquierda, entre aquella que privilegia los movimientos sociales y la que privilegia el partido, dado que, "puestos a elegir entre el carácter mesiánico de los líderes populistas y la necesaria dimensión de largo plazo de un programa partidista de transformación social, los sectores populares pueden sentirse más atraídos por las promesas de corto plazo y el discurso de confrontación del populismo" (Paramio 2006: 73).

¿Neoliberalismo: agotamiento, recomposición o crisis de hegemonía?

Borón ha afirmado que, en la actualidad, estamos asistiendo a un progresivo agotamiento del neoliberalismo en América Latina (2005: 408). Sin embargo, creo que aún faltan análisis más profundos para poder concluir que el neoliberalismo está siendo reemplazado por otro esquema de acumulación de capital. Lo que se puede afirmar claramente es que su hegemonía en la región está siendo contestada. Por ello, coincido con Laclau cuando señala que la condición fundamental para que surja el populismo es la "dicotomización del espacio social, que los actores se vean a sí mismos como partícipes de uno u otro de los dos campos enfrentados" (2006: 56) y que las demandas sociales, en principio individualizadas y resueltas por mecanismos tecnocráticos, se articulen y politicen. En esas condiciones, los canales tradicionales de expresión y tramitación de las demandas sociales pierden su eficacia y legitimidad, de tal manera que se presentan las condiciones para la confrontación del "viejo bloque histórico", para decirlo con las palabras de Gramsci, y para el posible surgimiento de uno nuevo.

Desde esta perspectiva, la resistencia al proyecto neoliberal globalizador podría interpretarse como una confrontación hegemónica, entendida como la imposibilidad o la mayor dificultad que encuentra el régimen neoliberal para seguir afirmando, en los planos político e ideológico,su preponderancia en el plano económico. Esta tensión ha llevado al neoliberalismo a ensayar dos estrategias para asegurar su continuidad mediante su recomposición: la flexibilización y la tercera vía, en versión latinoamericana.

En relación con la primera, la crisis social y la desigualdad en que se encuentra sumida la mayoría de los países de América Latina han desatado una ola de críticas contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Ésta proviene no sólo de los movimientos transnacionales antiglobalización sino también del Congreso de Estados Unidos y del premio Nobel de Economía y antiguo vicepresidente de dicho banco, Joseph Stiglitz. Este último no sólo cuestiona la idoneidad técnica del Fondo Monetario y su conocimiento de la realidad de los países del Tercer Mundo, sino también su papel en el deterioro de la democracia. Según Stiglitz, "en teoría el Fondo apoya las instituciones democráticas en las naciones que atiende. En la práctica, socava el proceso democrático mediante la imposición de políticas" (2001: 2). En la misma dirección se expresa la Comisión Meltzer, que en su informe al Congreso de Estados Unidos señaló que las actuaciones del FMI no sólo no generaron un desarrollo económico en los países que firmaron acuerdos con él, sino que sus programas empobrecieron a las naciones que recibieron su ayuda, y su influencia en la política doméstica socavó la soberanía nacional y, con frecuencia, afectó negativamente el desarrollo de las instituciones democráticas en los países que aplicaron sus recetas económicas (ANIF 2002: 70).

Además de las anteriores críticas, se han alzado algunas voces, incluso desde el interior mismo de los organismos financieros internacionales, a favor de una reconsideración de la teoría del desarrollo, de los problemas de la pobreza en el Tercer Mundo y de la inclusión de una mayor preocupación por las instituciones políticas, los aspectos culturales y la cohesión social (Birdsall y Londoño 1997; Naim 1999).

La otra estrategia que ha buscado la continuidad y legitimación del neoliberalismo es la llamada tercera vía. La tercera vía consiste en una mezcla de neoliberalismo y socialdemocracia (Giddens 1999), y, por lo tanto, significó la conservatización de esta última. Esta propuesta mostró sus límites en Europa, con los mediocres resultados del gobierno de Tony Blair en el Reino Unido. En América Latina, la tercera vía fue impulsada por dos académicos: el mexicano Jorge Castañeda y el brasileño Roberto Mangabeira. Ya desde La utopía desarmada, Castañeda había hablado de la necesidad de que los regímenes de la región exploraran una vía intermedia entre el Estado y el mercado. Con ese propósito, los dos intelectuales lograron reunir a una serie de políticos latinoamericanos de diversas tendencias del espectro políticoideológico, y de allí surgió el llamado "Consenso de Buenos Aires".

El carácter de "tercería" de dicha propuesta se expresa, en primer lugar, en la necesidad de encontrar una alternativa al neoliberalismo y el desarrollismo latinoamericano, y en el papel de complementariedad que les asigna a las ideologías políticas: "La tarea del centro es darle expresión transformadora a la inconformidad de la clase media; y defender la generalización de la meritocracia en la vida social, por su parte, la misión de la izquierda consiste en confrontar la desigualdad al combatir el dualismo, mediante la profundización de la democracia" (Consenso de Buenos Aires, citado por Modonesi 2000: 2). En segundo lugar, en el rechazo a los excesos del neoliberalismo y la simultánea defensa de la economía de mercado y la necesidad de su democratización.

En relación con la suerte de esta propuesta 'tercerista', hay que decir que tuvo muy poca acogida entre políticos e intelectuales. Incluso el PT de Brasil, que es tildado por la izquierda radical como de orientación moderada y socialdemócrata, criticó la tercera vía, al considerarla como la cosmética del neoliberalismo:"La crisis hizo que surgieran operaciones de maquillaje del neoliberalismo, como la llamada Tercera Vía de Blair y Clinton. Esta postura conformista y conservadora parte de la falsa premisa de que ya no es posible impulsar políticas de crecimiento con inclusión social y pleno empleo [...] Las izquierdas, inclusive sectores de la socialdemocracia, hoy denuncian y rechazan estas tesis. En Brasil, donde la exclusión social fue y es la regla, la Tercera Vía aparece con su cara más grotesca" (citado por Modonesi 2000: 2) En síntesis, ninguna de las dos estrategias de redefinición y flexibilización del neoliberalismo parece haber dado resultados, y la ofensiva popular en su contra continúa.

Conclusión

He sostenido que la revitalización de los conceptos de izquierda y derecha es expresión de la actual repolitización, de América Latina, en tanto que dicha dicotomía conceptual expresa el carácter agonal de la política. Dicho carácter se habría perdido o, al menos, opacado en las décadas de los ochenta y de los noventa, debido a los regímenes autoritarios, la adopción del neoliberalismo y la actitud ambigua de la izquierda frente a su participación en las elecciones y el juego político democrático. La repolitización actual se expresa en la revalorización que de la política ha hecho la izquierda, en su rechazo al neoliberalismo, y en el anticapitalismo de algunos de sus sectores. Pero dicha repolitización es ambigua y compleja, en tanto hibrida izquierda radical, izquierda moderada, populismo y etnicismo. He señalado, también, las limitaciones de las dos tendencias contrapuestas: el economicismo y el tecnocratismo de la derecha neoliberal y el populismo de la nueva izquierda. Ambas tendencias despolitizan a la sociedad y ponen en riesgo la democracia, bien sea porque se considere que el mercado puede reemplazar a la política, o porque se crea que líder puede sustituir a las organizaciones sociales.

Las nuevas y más agudas movilizaciones populares permiten vislumbrar que una praxis y una concepción alternativas de democracia se estarían abriendo camino en América Latina. Por ello, un concepto de democracia que aspire a dar cuenta de lo que está ocurriendo en la región debería tomar en serio las manifestaciones políticas de las sociedades latinoamericanas en la actual coyuntura, tales como el conjunto de expresiones de protestas ciudadanas, los movimientos sociales, las organizaciones no gubernamentales y las acciones de resistencia civil. Estas expresiones políticas 'desde abajo' nos hablan de una vigorización sin precedentes de la sociedad civil y de un desbordamiento de las instituciones públicas tradicionales, lo cual parece estar dando nuevos contenidos y simbología a la política en la región.

Parece ser que hoy en América Latina, la búsqueda de una más auténtica y amplia democracia es una utopía que está jalonando las luchas sociales de los sectores excluidos de la sociedad. Dichas luchas democráticas surgen de una sociedad civil autónoma y fuertemente diferenciada, que se ve a sí misma como el espacio público por excelencia y la fuente de la retroalimentación de las decisiones para el Estado y las instituciones político-administrativas.


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