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Colombia Internacional

Print version ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.83 Bogotá Jan./Apr. 2015

https://doi.org/10.7440/colombiaint83.2015.07 

La Gran Estrategia de Estados Unidos: en busca de las fuentes doctrinales de las políticas de seguridad internacional de los gobiernos estadounidenses *

Federmán Rodríguez Morales**

** Politólogo colombiano y magíster en Estudios Políticos e Internacionales. Profesor principal de las facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario, Bogotá, (Colombia). Es coordinador de la línea de investigación "Dinámicas y asuntos internacionales", que agrupa los proyectos de investigación de las facultades en materia de Relaciones Internacionales. Tiene a su cargo los proyectos de investigación "Continuidad o ruptura de la American Grand Strategy: comprendiendo las políticas de seguridad internacional de los gobiernos de George W. Bush y Barack H. Obama" y "Descifrando el interés nacional y la concepción de seguridad internacional de Canadá: Tras las huellas de la orientación ética y estratégica de la actuación de una potencia media", adscritos al Centro de Estudios Políticos e Internacionales (CEPI) de la misma Universidad. Es autor del artículo "Entre valores cosmopolitas e intereses estratégicos: discursos liberales y realistas de la política de seguridad internacional de Canadá durante la Posguerra Fría". Análisis Político 81, 2014. Correo electrónico: federman.rodriguez@urosario.edu.do

DOI: dx.doi.org/10.7440/colombiaint83.2015.07


RESUMEN

El propósito del artículo consiste en explicar la historia, las fuentes y las variaciones de lagran estrategia estadounidense en materia de seguridad internacional. En particular, se sostiene que existe una estrategia orientada a definir los intereses y valores que los gobiernos estadounidenses deben defender, independientemente de sus posiciones ideológicas, la cual puede ser entendida, principalmente, de acuerdo con las creencias del realismo defensivo y del realismo ofensivo, así como del liberalismo ejemplarista y del liberalismo de cruzada. Más que ser concebidas como posturas teóricas o analíticas, estas variaciones del realismo y del liberalismo estadounidenses se entienden como doctrinas que han venido construyéndose históricamente desde la Independencia. Teniendo en cuenta que esta gran estrategia constituye un marco institucional difícil de evadir, se explica, a manera de ejemplos, el modo en el que los gobiernos de George W. Bush Jr. y Barack H. Obama se apropiaron de dicha estrategia.

PALABRAS CLAVE

Estados Unidos, Gran Estrategia, liberalismo ejemplarista, liberalismo de cruzada, realismo defensivo, realismo ofensivo


The American Grand Strategy: A Search for the Doctrinal Sources of the International Security Policies of US Governments

ABSTRACT

The purpose of this article is to explain the history, sources and variations relating to the grand strategy of United States with regard to international security. In particular, it argues that there is a strategy which defines the interests and values that the US governments must defend, regardless of their ideological positions, which can be principally understood in terms of their beliefs on defensive and offensive realism, as well as exemplary liberalism and crusade liberalism. Rather than being conceived as theoretical or analytical stances, these variations of American realism and liberalism are seen as doctrines which have been developing historically since independence. Given that this grand strategy constitutes an institutional framework which is difficult to avoid, the paper explains, through the use of examples, the way in which the governments under George W. Bush Jr. and Barack H. Obama appropriated this strategy.

KEYWORDS

United States, Grand Strategy, exemplarist liberalism, crusade liberalism, defensive realism, offensive realism


A grande estratégia dos Estados Unidos: em busca das fontes doutrinais das políticas de segurança internacional dos governos estadunidenses

RESUMO

O propósito deste artigo consiste em explicar a história, as fontes e as variações da grande estratégia estadunidense em matéria de segurança nacional. Em particular, sustenta-se que existe uma estratégia orientada a definir os interesses e valores que os governos estadunidenses devem defender, independentemente de suas posições ideológicas, a qual pode ser entendida, principalmente, de acordo com as crenças do realismo defensivo e do realismo ofensivo, bem como do realismo exemplarista e do "liberalismo de cruzada". Mais que serem concebidas como posturas teóricas ou analíticas, essas variações do realismo e do liberalismo estadunidenses são entendidas como doutrinas que vêm sendo construídas historicamente desde a Independência. Considerando que essa grande estratégia constitui um marco institucional difícil de evadir, explica-se, por meio de exemplos, o modo no qual os governos de George W. Bush Jr. e Barack H. Obama se apropriaram dessa estratégia.

PALAVRAS-CHAVE

Estados Unidos, Grande Estratégia, liberalismo ejemplarista, liberalismo de cruzada, realismo defensivo, realismo ofensivo


Introducción

¿Pueden los gobiernos estadounidenses apartarse de los intereses y valores perseguidos por su nación desde su independencia? ¿Pueden, en particular, enfrentar amenazas a la seguridad estadounidense desconociendo las visiones tradicionales del país en materia de seguridad nacional e internacional? Las respuestas a estas preguntas han sido diversas tanto en los ámbitos oficiales como académicos. No obstante, es posible considerar por lo menos dos posturas fundamentales para orientar esta discusión. Por un lado, podría señalarse que los gobiernos estadounidenses difícilmente logran apartarse de las ambiciones nacionales construidas históricamente, en la medida en que estas han sido garantizadas de manera prácticamente canónica -lo que implicaría pensar en un marco institucional inflexible en materia de seguridad nacional e internacional-. Independientemente de su orientación ideológica, dichos gobiernos parecen estar condicionados a perseguir una serie de intereses y valores, a saber: i) defender la nación; ii) garantizar la seguridad económica del país; iii) mantener el equilibrio de poder entre las grandes potencias, no solo para contribuir a la seguridad internacional, sino también para consolidar la hegemonía estadounidense; iv) invertir en las capacidades institucionales de los aliados; v) castigar a los actores bribones que amenazan la seguridad estadounidense, y vi) promover la paz democrática (Miller 2012b; Ullman 1983, 143-152). Tales propósitos han compuesto lo que podría denominarse la Gran Estrategia Estadounidense (GEE).

Por otro lado, puede sostenerse que las circunstancias internacionales, ya sea una potencial amenaza nuclear o un inminente ataque terrorista, han definido de manera decisiva las estrategias de los gobiernos estadounidenses, en la medida en que han producido nuevos consensos y, por ende, nuevos derroteros en la agenda del país -lo que supondría considerar la existencia de un marco institucional flexible y adaptativo en materia de seguridad nacional e internacional-. La consolidación de estos consensos ha supuesto no solo un giro dramático de las aspiraciones de los votantes y las posturas ideológicas de los partidos políticos, sino, ante todo, nuevos paradigmas de gestión gubernamental que han planteado rupturas de la GEE (Lieberman 2009, 833). No puede olvidarse que el aumento del poder militar y nuclear de la Unión Soviética y la subsecuente expansión de la ideología comunista obligaron a los gobiernos de Harry Truman y Dwight D. Eisenhower a reformular estrategias en los ámbitos militar, económico, diplomático, e incluso psicológico, con el propósito de contener a su adversario. Aparte de transformar las doctrinas de la Segunda Guerra Mundial, estas estrategias definieron los nuevos referentes que seguirían los gobiernos de John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson, Richard M. Nixon, Gerald R. Ford, James E. Carter y Ronald W. Reagan, en especial en lo que atañe a las estrategias de contención, de disuasión nuclear, de reconstrucción y estabilización económica, de promoción de la imagen liberal del país y de propaganda en contra del comunismo (Gregg 2010, 240-245). Tampoco puede dejar de mencionarse que, desde la implosión de la Unión Soviética, se ha fortalecido el consenso sobre la estrecha relación entre la promoción de la democracia y la seguridad estadounidense. De hecho, todos los gobiernos de la pos-Guerra Fría han invocado explícitamente los valores de la paz democrática como un nuevo paradigma en materia de seguridad internacional. Solo hay que reparar en el modo en el que los gobiernos de George H. W. Bush (Sr.), William J. Clinton, George W. Bush (Jr.) y Barack H. Obama justificaron, respectivamente, sus posiciones respecto del final de la Guerra Fría, la guerra en los Balcanes, las intervenciones en Afganistán e Irak y la Primavera árabe (ver Miller 2012a, 50-59).

Frente a estas dos posturas, este artículo defiende una hipótesis intermedia. Se sostiene que, aunque los gobiernos estadounidenses se preocupan por responder, como los líderes de cualquier potencia, a las circunstancias extraordinarias que amenazan sus intereses y valores en los ámbitos regionales y globales, el alto grado de institucionalización de la GEE ha llegado a determinar las variaciones permitidas de esta estrategia. Dichas variaciones se encuentran definidas por los sistemas de creencias de los realismos defensivo y ofensivo y los liberalismos ejemplarista y de cruzada. Con este planteamiento se pretende llenar un vacío en la literatura sobre la GEE, por cuanto en el seno de dicha literatura no se ha pretendido abordar, al mismo tiempo, i) los fundamentos históricos, ii) las variaciones liberales y iii) las diversas orientaciones realistas de la GEE.1

Vale señalar que este artículo se orienta a ofrecer una interpretación panorámica de las principales orientaciones doctrinales de las diversas políticas de seguridad internacional de los gobiernos estadounidenses. Siguiendo a John L. Gaddis (1982), esta sería la postura de un lumper, preocupado por identificar patrones históricos y, en consecuencia, por imponer orden a la complejidad del pasado, a pesar del sacrificio consustancial de los detalles y de las particularidades. Por esa razón, el lumper, al analizar la configuración de grandes estrategias, se concentra de manera privilegiada en las orientaciones sustantivas finales, antes que en el proceso entero de toma de decisiones. Si se analizara tal proceso en el caso de la formulación y ejecución de las políticas estadounidenses de seguridad internacional, sería indispensable estudiar los permanentes debates entre los poderes ejecutivo y legislativo, teniendo en cuenta, por demás, las dinámicas del sistema bipartidista; las discusiones y diferencias entre las distintas agencias gubernamentales; el papel de los militares, de las agencias de seguridad y de inteligencia y de los actores más protagónicos del complejo industrial-militar, así como el impacto de los medios de comunicación y de la opinión pública en las decisiones gubernamentales y legislativas en materia de seguridad nacional e internacional, entre otros factores. Tal ejercicio supera el propósito del presente artículo. No obstante, aquí no se abandona el enfoque del splitter, que, según Gaddis, se encuentra abocado a la búsqueda de discontinuidades, excepciones, incongruencias y paradojas de cómo, en este caso, los líderes estadounidenses han tomado decisiones en materia de seguridad internacional (1982, vii). De hecho, la actitud del splitter se hace explícita en la medida en que se busca entender distintas "capas" de la GEE: la evolución de su componente defensivo, sus fuentes doctrinales y sus variaciones realistas y liberales.

En este orden de ideas, la primera sección presenta la historia de la GEE, con el propósito de señalar el modo en que la defensa de la nación ha constituido uno de los pilares fundamentales de esta gran estrategia. La segunda sección sostiene que las fuentes de esta estrategia se encuentran inevitablemente en las doctrinas clásicas y contemporáneas de la política exterior estadounidense y en las dos variaciones realistas y liberales mencionadas -los realismos defensivo y ofensivo y los liberalismos ejemplarista y de cruzada-. La tercera sección discute, a manera de ilustración, el grado en el que los gobiernos Bush Jr. y Obama se han apropiado de la GEE. Sobra aclarar que mientras que el gobierno Bush formuló su política de seguridad internacional en medio de los atentados perpetrados el 11 de septiembre de 2001, el gobierno Obama ha tenido que enfrentar las consecuencias de las guerras en Afganistán e Irak. Es decir, ambos gobiernos han tenido que enfrentarse a acontecimientos que han implicado un amplio debate en torno a la pervivencia de la GEE.

1. La historia de la GEE

Uno de los asuntos que más han preocupado históricamente a los líderes de Estados Unidos, como toda nación que adquiere consciencia defensiva y territorial, ha sido la configuración de una estrategia internacional encaminada a garantizar los intereses y valores del país en materia de seguridad y defensa. No puede olvidarse que el nacimiento mismo de la nación fue motivado por dichas preocupaciones. Mientras que los representantes de las trece colonias "decidieron declarar por fin la independencia de Gran Bretaña […] porque solo eso podía persuadir a Francia de suministrar las armas y, con el tiempo, brindar una alianza para resistir a los británicos", los autores de la Constitución "estuvieron motivados a diseñar una 'unión más perfecta', en buena parte, por las insuficiencias de los artículos de la Confederación en cuestiones de defensa y política exterior" (McDougall 1997, 5).2

Durante los 140 años posteriores a la Independencia, los líderes estadounidenses estuvieron ampliamente preocupados por el ambiente de hostilidad en Norteamérica generado por las potencias europeas, en especial Gran Bretaña, Francia y España. De hecho, consideraron necesario destinar buena parte del presupuesto nacional, no solo a fortificar las costas -lo que podría ser el equivalente en el siglo XIX al actual escudo antimisiles-, sino también a articular una de las fuerzas navales más capacitadas de su tiempo. Estas estrategias le permitieron a Estados Unidos no solo expandirse hacia el Atlántico y el Pacífico, sino también hacer presencia militar en los cincos continentes (Mead 2002, 17-24). Aún más, esta expansión geopolítica fue continuada con la pretensión, a comienzos del siglo XX, de ensayar una gran estrategia imperial en Filipinas, Guam, Samoa y Puerto Rico. Aunque Estados Unidos procuró construir su imagen en oposición a la de los imperios europeos -lo que, de hecho, ha supuesto uno de los rasgos característicos del excepcionalismo estadounidense-, vale recordar que los gobernadores estadounidenses en Filipinas, William H. Taft y Luke Wright, no ocultaron su simpatía por la paradigmática colonización británica. Para ellos, constituyó el referente que debía seguir Estados Unidos en la región (Grondin 2006, 6-7).

Posteriormente, a pesar de las reservas de los aislacionistas republicanos de comienzos de siglo, Estados Unidos se preocupó por contribuir a la construcción del equilibrio de poder europeo durante las dos guerras mundiales. Sus propósitos fueron evitar que la violencia internacional llegara a Norteamérica y que los intereses comerciales del país se vieran comprometidos. Desde luego, los beneficios de esta estrategia fueron superiores a los esperados por los asesores del gobierno de Franklin D. Roosevelt (1933-1945): después del nuevo equilibrio de poder mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en una superpotencia, y sus líderes se sintieron, por primera vez en la historia de esta nación, "responsables de la paz, de la prosperidad y de la existencia misma de la mitad del planeta" (Aron 1962, 13).3

Durante la Guerra Fría, Estados Unidos se percató de que la naturaleza de la guerra había cambiado. A medida que fue evidente la amenaza soviética sobre Europa occidental, la disuasión nuclear y la inversión en ejércitos masivos en el seno de la OTAN, junto con la vieja estrategia del equilibrio de poder, se convirtieron en los fundamentos de la nueva estrategia estadounidense (ver Payne y Walton 2004, 165; Gaddis 1982). De hecho, fue la única opción creíble para contener al Oso soviético, en un momento en el que, como señaló George Kennan, "el principal elemento de cualquier política estadounidense hacia la Unión Soviética [debía] ser una contención de largo plazo paciente, pero firme y vigilante, de las tendencias expansionistas rusas" (1951, 119). Desde luego, la estrategia de la contención tuvo distintas versiones, de acuerdo con las cambiantes circunstancias políticas y estratégicas del período de la bipolaridad, a saber: la contención limitada -implementada durante el gobierno Truman-,4 la contención de la retaliación masiva -concebida durante el gobierno Eisenhower-,5 la contención de la respuesta flexible -pensada durante los gobiernos Kennedy y Johnson-,6 la contención de la détente -formulada durante los gobiernos Nixon, Ford y Carter-7 y la contención masiva -ejecutada durante el gobierno Reagan-.8

Durante la pos-Guerra Fría, los gobiernos estadounidenses han reconocido, tal como lo señaló James Woolsey, director de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos entre 1993 y 1995, que la muerte del "gran dragón" no ha significado ausencia de amenazas. Al contrario, estos gobiernos han aceptado que el país se encuentra ahora en medio de "una jungla llena de una desconcertante variedad de culebras venenosas" (Hastedt 2000, 48). Tales "culebras" corresponden a un amplio abanico de amenazas, imaginadas, potenciales o reales, entre las cuales se encuentran el progresivo surgimiento de rivales estratégicos, como Rusia y China; el avance de los programas nucleares de Corea del Norte e Irán, y la existencia de grupos y redes terroristas que puedan perpetrar ataques en territorio estadounidense. Aún más, desde la intervención estadounidense en Somalia y en Kosovo, en 1993 y 1999, respectivamente, hasta las guerras en Afganistán, Irak y Siria, iniciadas respectivamente en 2001, 2003 y 2011, y el descalabro del régimen libio en 2011, los gobiernos estadounidenses han tenido que enfrentar, a veces con muy poco éxito, lo que ha sido denominado las Nuevas Guerras (Kaldor 1999).9

Desde luego, durante este período no puede pensarse la GEE como si las respuestas a las amenazas que se ciernen sobre Estados Unidos no hubieran tenido variaciones. De hecho, podrían considerarse, siguiendo a Guillem Colom Piella (2014), por lo menos tres períodos para entender la complejidad de la transformación de dicha estrategia, a saber: la era en la que el país intentó consolidar su hegemonía militar -durante los gobiernos Bush Sr. y Clinton-,10 la guerra contra el terror -durante el gobierno Bush Jr.-11 y la posguerra contra el terror -durante el gobierno Obama-.12

Al considerar la vida misma de la nación estadounidense, desde su Independencia hasta sus retos actuales en materia de seguridad internacional, pueden entenderse las razones por las cuales el historiador Walter McDougall ha denominado a Estados Unidos una "criatura de relaciones exteriores" (1997, 5). Aún más, puede entenderse por qué el nacimiento, la adolescencia y la madurez de esta criatura se encuentran inevitablemente vinculados a lo que en este artículo ha sido denominado la GEE. De hecho, todo parece indicar que para comprender la política de seguridad internacional de cualquier gobierno estadounidense es indispensable comprender la naturaleza y el alcance de esta Gran Estrategia. Solo hay que considerar que la GEE ha moldeado los intereses y valores del país en materia de seguridad y defensa, al tiempo que se ha vinculado al mismo espíritu de la nación, preocupada por la canonización de su pensamiento político y, por extensión, de sus doctrinas de política exterior (Brands 1998; McDougall 1997). Esta última afirmación, desde luego, demanda una explicación sobre las fuentes doctrinales que han moldeado la GEE.

2. Las fuentes doctrinales de la GEE

En términos estrictamente conceptuales, la GEE se refiere a la capacidad de Estados Unidos para concretar sus intereses y valores, lo que implica, en algunos casos, establecer los fundamentos de la seguridad internacional. Desde luego, para cumplir con este propósito es indispensable usar y desplegar todos los recursos tangibles e intangibles del poderío nacional, incluida la coordinación de los poderes civiles y militares y de las agencias de seguridad y de inteligencia -y recientemente, de preparación ante las emergencias-.13 No obstante, en cuanto a los contenidos ideológicos que han afectado la formulación y ejecución de las políticas de seguridad internacional de los gobiernos estadounidenses, la GEE se presenta como una estrategia constituida a partir de dos fuentes: las doctrinas clásicas y contemporáneas de la política exterior estadounidense y los sistemas de creencias del realismo y del liberalismo.14

Las doctrinas más emblemáticas de la política exterior estadounidense, en efecto, pretendieron depurar el alcance y la naturaleza de la GEE, en la medida en que permitieron constituir, de acuerdo con Walter McDougall (1997), una suerte de biblia estadounidense de política exterior, que se ha traducido, a su vez, en una GEE altamente institucionalizada. Según McDougall, esta biblia contiene un antiguo y un nuevo testamentos, representados en las conocidas doctrinas del Excepcionalismo, el Aislacionismo, la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto, por un lado, y el Imperialismo Progresivo, el Internacionalismo Liberal, la Contención y el Meliorismo Global -al cual podría añadirse la Paz Democrática-, por otro. Aparte de que representan el talante de una nación profundamente religiosa, dichos testamentos plantean derroteros que los líderes estadounidenses deben observar con una suerte de fe oficial. Difícilmente, pueden ignorar su antiguo testamento, el cual señala que el país debe preocuparse i) por imponer el imperio de la libertad en casa y, por extensión, por entender el llamado excepcional de constituirse en el referente de la libertad en el mundo (Excepcionalismo); ii) por la tendencia a actuar unilateralmente en el exterior, en especial evitando asumir compromisos que puedan llegar a desviar la consecución de intereses vitales (Aislacionismo o Unilateralismo); iii) por su expansión geopolítica en el hemisferio, con el objeto de repeler las posibles intromisiones y ambiciones de distintas potencias en la región (Doctrina Monroe), y iv) por la ampliación de la escala de sus ambiciones internacionales, como resultado de una suerte de predestinación geográfica y moral, aceptando que el país está llamado a promover globalmente su proyecto liberal (Destino Manifiesto) (McDougall 1997, 20, 40, 42, 59 y 82-85).

Mucho menos pueden los gobiernos estadounidenses desconocer su nuevo testamento, el cual los anima a i) defender y a imponer en el mundo el "imperio de la rectitud", que sería el uso de una suerte de imperialismo moral contra el imperialismo de la tiranía y de las ambiciones de poder (Imperialismo Progresivo); ii) promover la construcción de la paz internacional mediante el fomento de la diplomacia pública, la libertad en los mares, el acceso a materias primas, el libre comercio, los valores de la democracia liberal, la autodeterminación de los pueblos, la independencia y la integridad territorial de los Estados y la asociación entre las naciones (Internacionalismo liberal o Wilsonianismo); iii) tener la capacidad para impedir por medio de instrumentos nucleares, militares y económicos que un adversario o potencial enemigo pueda actuar hegemónicamente (Contención), y iv) contribuir a la construcción de un mundo más pacífico, por medio de la promoción de la democracia, el libre comercio y los derechos humanos (Meliorismo Global y Paz Democrática) (McDougall 1997, 118-119, 124, 159-160, 173-174).

Mientras que el antiguo testamento de la política exterior alimentó la imagen de Estados Unidos como una tierra prometida -expresada de manera particular en el período comprendido entre los gobiernos Washington (1789-1797) y Cleveland (1893-1897)-, el nuevo testamento configuró la imagen de Estados Unidos como un Estado cruzado -sobre todo a partir de los gobiernos McKinley (1897-1901) y Roosevelt (1901-1909)- (McDougall 1997, 4-10). Igualmente, debe considerarse que la proyección de estas dos imágenes fue el resultado no sólo de la adopción de un antiguo y un nuevo testamentos, sino también de la ampliación de la escala de los intereses y valores de Estados Unidos, conforme cambiaba su posición material en la configuración del poder internacional (Buzan y Wæver 2003, 271-272; Aron 1973; Waltz 1993, 56-57).

El antiguo y el nuevo testamento de la política exterior fueron fuentes de inspiración para los teóricos realistas y liberales que han pensado la GEE en el mundo contemporáneo. Sin embargo, muchos de ellos pretendieron revestirse de la "objetividad" brindada por los campos desde los cuales formularon sus planteamientos, ya sea la teoría política o las Relaciones Internacionales. Tal actitud les impidió reconocer, con algunas excepciones, que su postura presuntamente secular fue influida, cuando no condicionada, por una indiscutible visión canónica del mundo. En efecto, los testamentos de la política exterior estadounidense permitieron que los realistas sustentaran sus planteamientos en intereses sacralizados, entendidos como los elementos esenciales para garantizar la existencia del país. Así mismo, ayudaron a que los liberales organizaran sus preocupaciones en términos de valores absolutos, entendidos como normas cuyo contenido ético -por lo menos para aquellos que los evocan- tiene un alcance universal.

En primer lugar, los realistas estadounidenses han reconocido su indiscutible conexión con la tradición política heredada por Tucídides, Maquiavelo, Hobbes y Clausewitz, entre otros, los cuales no podrían estar más alejados de la visión propuesta por los testamentos de la política exterior estadounidense. No obstante, la política de la Realpolitik, que obligaba a pensar con prudencia la escala de los intereses estratégicos estadounidenses, fue progresivamente investida con una misión global que se ha venido a expresar como una suerte de responsabilidad respecto a la seguridad internacional. Estados Unidos no solo se preocupa por definir sus preferencias en materia de seguridad y defensa de acuerdo con un cálculo estratégico (Morgenthau 1952); el país se preocupa también, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, por asumir estrategias defensivas u ofensivas orientadas a garantizar la seguridad internacional (Taliaferro 2000-2001, 128).

Tal postura ha permitido constituir los cánones contemporáneos de la GEE: los realismos defensivo y ofensivo, que han supuesto lecturas distintas por parte de los gobiernos estadounidenses sobre el modo en el que el país puede resolver sus respectivos dilemas de seguridad.15 Por un lado, el realismo defensivo considera que Estados Unidos debería garantizar su seguridad persiguiendo tan solo sus intereses vitales. Tal postura implica consolidar un poder suficiente encaminado a garantizar ambiciones esenciales en materia de seguridad y defensa, al tiempo que se realizan intervenciones y alianzas selectivas, para garantizar la seguridad internacional. Por otro lado, el realismo ofensivo sostiene que el país debe maximizar su poder, como una condición previa a la satisfacción de sus ambiciones en materia de seguridad y defensa, lo que se traduce en la concreción de intereses tanto vitales como periféricos. Tal ambición implica constituir un poder superior orientado a ejercer la hegemonía en el ámbito internacional, al tiempo que se debilitan adversarios estratégicos, reales o potenciales, con el propósito de imponer los fundamentos de la seguridad internacional (Taliaferro 2000-2001, 128; Feng y Ruizhuang 2006, 124).

Es posible sostener que, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos estadounidenses que se han inclinado a actuar de acuerdo con el realismo defensivo han sido los de Truman, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter y Obama.16 Por su parte, los gobiernos que han tendido a actuar conforme al realismo ofensivo han sido los de Eisenhower, Reagan y Bush Jr.17 Cabe señalar que los gobiernos Bush Sr. y Clinton son difíciles de clasificar en términos de la díada realismo defensivo-realismo ofensivo, debido a que tuvieron que tomar decisiones en un período de gran transformación internacional, en el que, por demás, no se logró constituir una gran estrategia realista equivalente a la de la contención.18

En segundo lugar, sin reconocer su conexión con las creencias de la tierra prometida y del Estado cruzado, y aceptando más bien la influencia de los pensamientos de Locke y Kant, los teóricos liberales estadounidenses han pretendido sustentar que el país se siente, o bien obligado a luchar en contra de los regímenes que no son liberales, o bien, a garantizar la paz por medio de la promoción -y eventual imposición- de los valores de la democracia liberal (Desch 2007, 11-12). La influencia lockeana, que conduce a pensar en la defensa de la libertad en términos absolutos en casa y eventualmente en el exterior, fue reconocida por el teórico estadounidense Louis Hartz (1955), quien pretendió sustentar que el liberalismo, orientado a defender el individualismo y los derechos de propiedad, constituye la única tradición política de Estados Unidos. Hartz llegó incluso a sostener que el país, al no poseer ningún tipo de vínculo con la herencia feudal y monárquica europea, había nacido como la primera nación totalmente liberal, es decir, que no había sido contaminada por el ideario del mundo monárquico, aristócrata o rural europeo (Horowitz 2005; Kloppenberg 2001). Sin plantearlo de un modo directo, Hartz parece reconocer que Estados Unidos se presenta al mundo como una segunda tierra prometida, después de Israel, y que, en consecuencia, posee un indiscutible papel como adalid de la paz liberal.

Por su parte, la influencia kantiana, comprometida con la defensa de valores universales, fue reconocida por los teóricos estadounidenses de la paz democrática. Para estos teóricos, la paz internacional solo puede lograrse si los Estados y sus respectivas sociedades se comprometen con los valores de la democracia, la defensa de los derechos humanos y la interdependencia económica. Aún más, sostienen que las democracias maduras, como la estadounidense, al encontrarse en capacidad de comprometerse plenamente con estos valores, tienen la obligación de promoverlos -y, eventualmente, de imponerlos- en aquellos países cuya tradición no democrática amenaza el orden internacional (Doyle 2005; Oneal y Russett 1997, 270). Es decir, sin reconocerlo abiertamente, estos teóricos parecen haber sido influenciados por la imagen del Estado cruzado.

Cabe señalar que las posturas del liberalismo ejemplarista -inspirado en Locke- y las del liberalismo de cruzada -sustentado en Kant- han permitido constituir dos grandes estrategias liberales, fundadas en lo que Isaiah Berlin (2001 [1958]) denominó, respectivamente, libertad negativa y libertad positiva. La primera libertad, entendida como la "libertad de obstáculos externos", implica sencillamente defender los valores de Estados Unidos de posibles agresiones externas, bajo la premisa de que los compromisos excesivos en el ámbito internacional son "peligrosos internamente, innecesarios externamente e ideológicamente imprudentes". La segunda libertad, entendida como la "libertad para actuar", supone que la mejor estrategia para defender los valores de Estados Unidos es promoverlos e imponerlos en el exterior, bajo la premisa de que los compromisos excesivos en el ámbito internacional son "manejables internamente, necesarios externamente e ideológicamente esenciales" (Green 2012, 13-15).

Es posible afirmar que, desde la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos estadounidenses que se inclinaron a adoptar los valores del liberalismo ejemplarista han sido los de Truman, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter y Obama.19 Por su parte, los gobiernos que tendieron a enarbolar los estandartes del liberalismo de cruzada han sido los de Eisenhower, Reagan, Clinton y Bush Jr.20 Cabe aclarar que los gobiernos Carter y Bush Sr. son difíciles de clasificar de acuerdo con la díada liberalismo ejemplarista-liberalismo de cruzada, por cuanto pudieron haber actuado alternando los dos tipos de liberalismo.21

Teniendo en cuenta la historia, las fuentes y las orientaciones realistas y liberales de la GEE, pueden sostenerse tres aspectos: i) desde el nacimiento mismo de la nación estadounidense, sus líderes han estado preocupados de manera prácticamente invariable por garantizar los intereses y valores del país en materia de seguridad y defensa, lo que plantea la posibilidad de comprender la GEE en un período de longue durée, tal como lo señaló Fernand Braudel (2010, 471) para referirse a las estructuras -en este caso ideológicas- que "soportan bastante bien el paso del tiempo"; ii) la transformación de la escala de los intereses y valores de la GEE se encuentra vinculada no solo al mejoramiento de la posición del país en la configuración del poder internacional, tal como lo sugerirían los neorrealistas, sino también a la biblia de la política exterior estadounidense, y iii) esta biblia plantea los cánones de la GEE y las respectivas variaciones permitidas de dicha estrategia: de acuerdo con las interpretaciones de la posición internacional de su país, los líderes estadounidenses pueden apelar a los realismos defensivo u ofensivo y a los liberalismos ejemplarista (o negativo) o de cruzada (o positivo).

3. El sistema de creencias de la GEE después del 11 de Septiembre

Las variaciones realistas y liberales de la GEE se presentan como sistemas de creencias que los líderes estadounidenses pueden aceptar -o incluso interiorizar- como guías para formular y ejecutar sus respectivas políticas de seguridad internacional. Al considerar dichas variaciones como sistemas de creencias, es posible reconocer que, en última instancia, las políticas y estrategias gubernamentales son decididas por seres humanos, los cuales adoptan opiniones y construyen percepciones no solo para entender el mundo, sino también para actuar en él (Jervis 2006, 641). Por esa razón, para entender el modo en el que los gobiernos estadounidenses adoptan creencias realistas y liberales, parece necesario establecer la distinción entre dos categorías: las creencias de principios y las creencias de causalidad, las cuales permiten identificar tanto el proceso de formulación como de ejecución de las políticas de seguridad internacional. Mientras que las primeras permiten definir lo que más valoran los gobiernos estadounidenses en materia de seguridad nacional e internacional, en la medida en que constituyen ideas normativas que distinguen lo correcto de lo incorrecto, y lo justo de lo injusto, las segundas establecen normativamente las estrategias por medio de las cuales dichos gobiernos pueden contribuir a la paz y la seguridad internacionales (Keohane y Goldstein 1993, 8-10). Con el propósito de valorar el modo en el que los gobiernos estadounidenses pueden adoptar creencias de principios y de causalidad realistas y liberales, se consideran como ejemplos las políticas de seguridad internacional de los gobiernos de George W. Bush y Barack H. Obama. Desde luego, al analizar la adopción de estas creencias durante estos gobiernos, es posible comprender el alcance y la naturaleza de la GEE después del 11 de Septiembre.

    a. El gobierno de George W. Bush: entre el realismo ofensivo y el liberalismo de cruzada

Durante los ocho años que el presidente George W. Bush estuvo en el poder, las creencias realistas y liberales de la GEE, que animaron la política de seguridad internacional de Estados Unidos, pueden ser comprendidas de acuerdo con el neoconservadurismo estadounidense. Esta doctrina reafirmó no solo las creencias del conservadurismo nacionalista, en especial aquellas concernientes al mantenimiento de un orden unipolar, sino también la idea de que era necesario "imponer una forma de orden estadounidense en aquellas sociedades adversas a los valores americanos y, de esta manera, establecer un imperio estadounidense global" (Nuruzzaman 2006, 249). En suma, el neoconservadurismo motivó al país a adoptar las creencias del realismo ofensivo y del liberalismo de cruzada.

El discurso del realismo ofensivo se tradujo en la adopción de tres creencias de principios asociadas a la posición estratégica de Estados Unidos y al mantenimiento de su seguridad y defensa, a saber: i) en un entorno internacional peligroso, la seguridad nacional implica mantener la superioridad del poder militar del país y de sus aliados; ii) únicamente el poder imperial de Estados Unidos puede "garantizar la paz, la estabilidad y la libertad de comercio entre las potencias principales", y iii) la construcción de canales multilaterales no tiene sentido en un mundo en el que los Estados definen su interés en términos de poder. Después del 11 de Septiembre, estas creencias de principios fueron evocadas para enfrentar dos amenazas: los grupos terroristas y los denominados "Estados bribones" (Hurst 2005, 78).

Estas creencias realistas fueron revestidas de un indiscutible contenido moral, en la medida en que este gobierno asumió las creencias de principios del liberalismo de cruzada. Ante todo, este gobierno sostuvo que la promoción y la imposición simples y llanas de los valores democráticos en Afganistán e Irak se deben traducir en un rápido cambio de régimen político. Esta creencia de principio liberal, expresada en la National Security Strategy (Estados Unidos 2002a) y en la estrategia Victory in Irak (Estados Unidos 2005), se sustentó en la idea de que la democracia como sistema de gobierno y forma de vida emerge espontánea y naturalmente si no existe un obstáculo que la contenga, por ejemplo un régimen autoritario (Estados Unidos 2002a; Estados Unidos 2005; Monten 2005, 145). Aún más, el gobierno Bush sostuvo en varias ocasiones, como una segunda creencia de principio liberal, que el ejercicio del poder estadounidense es benigno porque el país es capaz de fungir como "un agente de cambio liberal" que actúa "en representación de intereses comunes y universales", lo que debe traducirse, por definición, en la necesaria y justificada ampliación de su margen de maniobra, independientemente de que las acciones derivadas vayan en detrimento de los intereses de otros países (Monten 2005, 145-148).

Estos dos principios, derivados respectivamente de una suerte de liberalismo optimista y evangelizador, contribuyeron, en consecuencia, a justificar la lucha contra todas las formas de terrorismo, ya sean grupos terroristas o sus financiadores, y en especial contra el espíritu iliberal derivado de este fenómeno. Sobre todo, plantearon el compromiso de este gobierno con la imposición de la paz liberal en todo el Medio Oriente, que por demás sería el eje de lo que consideró la "revolución democrática liberal". Para este gobierno, esta revolución se extendería desde Beirut hasta Teherán y tendría las mismas consecuencias para el mundo que la caída del Muro de Berlín, en cuanto hecho decisivo para la historia de la construcción de la libertad (Desch 2007, 21; Grondin 2006, 9-17).

Las creencias de principios del realismo ofensivo y del liberalismo de cruzada permitieron sustentar una agenda robusta en materia de seguridad internacional, en especial en cuanto a las estrategias desplegadas de poder duro concentradas en Afganistán e Irak, sin perjuicio de que este gobierno hubiera implementado estrategias diplomáticas y económicas para contener a los países que presuntamente financiaban grupos terroristas. Las creencias de causalidad de este gobierno referidas en particular a las intervenciones en Irak y en Afganistán se pueden organizar en torno a tres categorías centrales, a saber: prevención [prevention], frente a los posibles y potenciales ataques terroristas; castigo [retribution], en relación con la justificación de la intervención militar orientada "a destruir el régimen talibán en Afganistán", y anticipación [pre-emption], respecto principalmente del "cambio de régimen en Irak" (Clarkson y Banda 2003, 5). Mientras que la prevención constituyó una estrategia sin la cual Estados Unidos podía ejercer su hegemonía regional y global, el castigo y la anticipación representaron estrategias típicas de una potencia con ambiciones imperiales que, por demás, considera que tiene una misión liberal evangelizadora.

La idea de la prevención constituyó una estrategia para blindar la seguridad interna por medio de la transformación de los servicios de seguridad, de inteligencia y de preparación ante las emergencias, lo cual quedó consagrado en la National Strategy for Homeland Security (Estados Unidos 2002b), y recibió el apoyo del Congreso, en medio de un aparente consenso bipartidista (Estados Unidos 2001). Igualmente, la prevención como principio se tradujo en el fortalecimiento del sistema de seguridad y de defensa norteamericano, y en especial, en el fortalecimiento de las capacidades de vigilancia del North American Aerospace Defense Comand (NORAD) y en la creación del Comando Norte de Estados Unidos (NORTHCOM). Este comando fue concebido como una megaestructura de defensa que integraba las cuatro fuerzas de Estados Unidos, y cuya jurisdicción geopolítica incluyó a Canadá, México, Centroamérica y el Caribe insular, con el propósito de asegurar de manera más efectiva -es decir, de manera unilateral y expansionista- la seguridad estadounidense (Cox 2005, 18).

La idea del castigo como principio de política exterior se encaminó a legitimar el uso de la fuerza militar para intervenir y destruir al gobierno talibán en Afganistán. Estados Unidos no entendió los ataques perpetrados en su territorio como una agresión a su seguridad que demandara una simple "cooperación transnacional entre agencias de inteligencia, servicios de inmigración y fuerzas de policía", con el propósito de evitar nuevos y potenciales ataques (Clarkson y Banda 2003, 8). Más bien, concibió estos ataques como un acto de guerra que justificaba respuestas consecuentes, en especial en lo concerniente al castigo de los agresores. Asumiendo entonces el comportamiento propio de un Estado en guerra, este país fijo un presupuesto de defensa de 390 mil millones de dólares en 2001, que "excedían los presupuestos combinados de los siguientes catorce países que más gastaban en defensa en el mundo" (Clarkson y Banda 2003, 8). Apoyándose en un cuantioso presupuesto orientado a defender su territorio y a mantener los costos de la guerra contra el régimen talibán en Afganistán, el gobierno Bush inició el 7 de octubre de ese mismo año la invasión de ese país a través de la Operation Enduring Freedom.

La anticipación, como la siguiente etapa del razonamiento estratégico de este gobierno, se orientó a justificar la necesidad de actuar en contra de "la capacidad terrorista de atacar, antes que aquella pudiese ser utilizada, y más aún antes de que fuera adquirida" (Wedgwood 2003, 583). Tal convicción, que condujo a este gobierno a hacer una lectura minimalista del principio de la autodefensa contemplado en el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, justificó -por lo menos para Estados Unidos y algunos de sus aliados- la invasión estadounidense en Irak, con el propósito de cambiar el régimen de Saddam Hussein (Wedgwood 2003, 583). Los principios y las creencias de causalidad que animaron esta doctrina significaron una revaluación de la disuasión y la contención como estrategias fundamentales para garantizar la seguridad nacional e internacional. Para este gobierno, estas estrategias respondieron más a la lógica superada de la Guerra Fría, y, por ende, deben ser sustituidas por la Pre-emptive Doctrine, que permite enfrentar de manera efectiva la racionalidad y el modus operandi de los nuevos enemigos iliberales de Estados Unidos (Estados Unidos 2002a).

    b. El gobierno de Barack H. Obama: entre el realismo defensivo y el liberalismo ejemplarista

Por su parte, durante sus años en el poder, el gobierno Obama ha intentado oponerse a las creencias realistas y liberales del neoconservadurismo por medio de lo que Joseph Nye -uno de los principales asesores de este gobierno- ha denominado la doctrina del smart power, o del realismo progresivo, que consiste en articular de manera inteligente las tradicionales estrategias de hard power y de soft power de Estados Unidos (Nye 2006). Esta propuesta ha estado inevitablemente vinculada al mantenimiento de la hegemonía del país, sobre todo luego de que el gobierno Bush fracasara al intentar imponer de manera unilateral una suerte de imperio democrático en Medio Oriente (Nye 2002; Nye y Armitage 2007; Lecoutre 2010, 13).

Para la doctrina del smart power, la hegemonía no debe ser confundida con la consumación de ambiciones imperialistas. Implica, en su lugar, ejercer el liderazgo internacional por medio de la capacidad para afectar no solo lo que otros países hacen, sino ante todo lo que ellos quieren. Si la capacidad para afectar lo que otros hacen depende de las estrategias de poder duro de la coerción militar y los incentivos económicos, la capacidad para afectar lo que otros quieren depende de la formulación de una agenda internacional atractiva para otros Estados, así como de la provisión de bienes públicos globales, como el mantenimiento del orden internacional (Nye 1990, 181-182; Nye 2011, 220). Es comprensible que esta doctrina haya motivado al gobierno Obama a adoptar las creencias del realismo defensivo -actualizado por el realismo progresivo de Nye- y del liberalismo ejemplarista.

El discurso del realismo defensivo y progresivo se ha traducido en la adopción de tres creencias de principios asociadas al ejercicio inteligente de la hegemonía estadounidense, a saber: i) el uso exclusivo del poder militar de Estados Unidos no es suficiente para enfrentar la red de violencia y terror que amenaza la seguridad del país y de sus aliados; es preciso, en su lugar, integrar todos los ingredientes del poder estadounidense, incluido su poder civil, diplomático y económico (Obama 2007; Estados Unidos 2010, 18); ii) el ejercicio de la hegemonía de Estados Unidos implica constituir alianzas, asociaciones e instituciones internacionales que permitan conformar comunidades de seguridad (Nye y Armitage, 2007), y iii) Estados Unidos debe actuar multilateralmente con países afines, con el propósito de aislar no solo a aquellos países que se burlan de las normas internacionales o no las reconocen, sino también a los grupos terroristas que amenazan la seguridad internacional (Gray 2011, 37). Desde luego, estas creencias de principios fueron evocadas para responder no solo a las amenazas que suponen Irán, Corea del Norte y Al Qaeda y sus filiales extremistas, sino también a los descalabros que supusieron las intervenciones militares en Afganistán y en Irak (Gray 2011, 42; Estados Unidos 2010).

Estas creencias realistas fueron acompañadas con las creencias del liberalismo ejemplarista. Desde luego, como todo gobierno estadounidense, el de Barack Obama ha aceptado que existen unos valores que son universales y que, en consecuencia, deben ser promovidos globalmente. No obstante, a diferencia de aquellos gobiernos que han esgrimido los estandartes cruzados, el gobierno Obama ha considerado que "más que cualquier otra acción que [el país] pueda tomar, el poder del ejemplo de Estados Unidos es lo que ha ayudado a promover la libertad y la democracia en el exterior" (Estados Unidos 2010, 35). De hecho, en la National Security Strategy de 2010 existe toda una subsección, titulada "Fortalecer el poder de nuestro ejemplo", en la que se establece, entre otros objetivos, la prohibición de torturas como métodos de interrogación, tales como las que se realizaron en las cárceles de Guantánamo y de Abu Ghraib durante el gobierno Bush (Estados Unidos 2010, 36-37).

Las creencias de principios del realismo defensivo y progresivo y del liberalismo ejemplarista permitieron sustentar una agenda de seguridad internacional orientada a mantener la hegemonía de Estados Unidos mientras se racionalizan recursos. No puede olvidarse la preocupación de este gobierno respecto del deterioro de la imagen internacional del país durante el mandato de su antecesor (Nye y Armitage 2007, 1), así como en relación con los costos sociales y económicos de las operaciones Enduring Freedom, Iraqui Freedom y New Dawn, que, de acuerdo con Joseph Stiglitz y Linda Bilmes, le costaron al país entre 2 y 3 billones de dólares (Stiglitz y Bilmes 2008; Bilmes 2013, 1-2). Estas dos preocupaciones -la reconstrucción de la hegemonía y la economía de austeridad- se tradujeron, en particular, en tres creencias de causalidad, a saber: la continuación de la prevención, pero teniendo en cuenta un conjunto de amenazas más diverso que se cierne sobre la seguridad de la nación; la precaución, en relación con la búsqueda de objetivos sustentados en una suerte de ética de responsabilidad; y la racionalización de recursos, en especial en relación con la focalización de prioridades en materia de seguridad y defensa.

La prevención, como creencia de causalidad, parece ser un legado que este gobierno conserva de su antecesor. No obstante, es una creencia que ha sido evocada para enfrentar un conjunto de amenazas y peligros mucho más diversos que los identificados justo después del 11 de Septiembre, los cuales pueden afectar seriamente el ejercicio de la hegemonía estadounidense. Dichas amenazas y dichos peligros incluyen "el terrorismo, los desastres naturales, los ataques cibernéticos de gran envergadura [como los que podrían perpetrar China e Irán] y las pandemias" (Estados Unidos 2010, 18). Igualmente, la prevención continúa siendo una prioridad para este gobierno, debido a que desde el comienzo de su mandato ha aceptado que Estados Unidos "aún está en guerra" (Obama 2009a), teniendo en cuenta que sigue siendo necesario "interrumpir, desmantelar y derrotar a Al Qaeda" (Estados Unidos 2010, 19).

La precaución es una creencia de causalidad directamente asociada con el liberalismo ejemplarista. En particular, este gobierno ha adoptado una posición más cautelosa frente a la construcción de la seguridad internacional, en la medida en que ha intentado mostrar a Estados Unidos como un ejemplo para el mundo. Es decir, como un país que utiliza la fuerza como último recurso y que otorga un mayor espacio a las estrategias diplomáticas (Lecoutre 2010, 15). Por ejemplo, en su primera entrevista televisada como presidente, concedida por demás a Al Arabiya, Barack Obama intentó presentarse como un estadista consciente de la realidad del mundo árabe, antes que como un Comandante en Jefe de uno de los ejércitos más poderosos del mundo (Obama 2009b).

Vale aclarar que la creencia de la precaución arraiga en una comprensión específica de la Constitución de Estados Unidos. A diferencia de muchos líderes estadounidenses, Barack Obama no ha interpretado el texto constitucional como un canon absoluto que deba ser promovido e impuesto a todas las sociedades. En su lugar, ha considerado que es "un documento vivo" que no solo acepta la diversidad de creencias en el marco de un proceso democrático deliberativo, sino que se adapta a las circunstancias de un mundo en constante cambio. Aún más, este gobierno ha adoptado los valores de la Iglesia Negra estadounidense, en especial en lo que atañe a la creencia de que todos hacemos parte de un mismo mundo [e pluribus unum], lo que implica rechazar la dicotomía entre el bien y el mal que suele defender el liberalismo de cruzada (Obama 2006; Smith 2012, 1262-1265).

Finalmente, la racionalización de recursos es una creencia de causalidad directamente asociada con un discurso realista defensivo que ha tenido que expresarse en el contexto de crisis fiscal de las últimas décadas. Sobra aclarar que tal contexto de austeridad motivó la aprobación del Budget Control Act (BCA) en 2011, cuyo principal propósito ha sido generar sostenibilidad fiscal por medio, entre otras medidas, del recorte de 487 mil millones de dólares de los gastos de defensa hasta el año 2021. Bajo tales constreñimientos fiscales, el gobierno Obama ordenó revisar la estrategia de Estados Unidos en materia de defensa, con el propósito de focalizar esfuerzos financieros a las áreas más prioritarias. En particular, esta decisión supuso i) adoptar el enfoque de la intervención militar selectiva por medio de ataques con aviones no tripulados a blancos específicos y ii) concentrar esfuerzos estratégicos en Asia-Pacífico, teniendo en cuenta que el poder económico y militar mundial empieza a concentrarse en esta región y que China ha empezado a constituirse como un verdadero adversario estratégico que le impide a Estados Unidos defender, con suficiente margen de maniobra, la península de Corea, el estrecho de Ormuz y Taiwán, y, en suma, el equilibrio de poder en la región (Marsh 2012, 491-496).

Conclusión

Las políticas de seguridad internacional de los gobiernos de Estados Unidos se encuentran inevitablemente vinculadas a la GEE. Como una nación que considera de manera casi religiosa su proyecto político, así como su posición en el mundo, Estados Unidos ha logrado institucionalizar una suerte de Gran Estrategia que se mantiene en el tiempo y que debe respetarse, independientemente de la orientación ideológica de los gobiernos de turno. En su condición de líderes, los gobernantes estadounidenses han tenido que preparar al país para enfrentar un mundo turbulento y en constante cambio, lo que por demás los ha obligado a pensar en estrategias extraordinarias más allá de los procedimientos políticos ordinarios. Sin embargo, como fieles creyentes de un credo político, no han sentido que hayan tenido que tomar decisiones en la obscura incertidumbre.

Entendida como una estrategia que obliga a perseguir permanentemente unos intereses y valores nacionales, la GEE ha venido siendo construida desde el nacimiento mismo de la nación. Sin duda, uno de los aspectos que más han preocupado a los líderes estadounidenses ha sido la defensa de la seguridad nacional, la cual ha constituido, de hecho, uno de los pilares principales de esta estrategia. No obstante, los padres fundadores de la nación y los doctrinarios clásicos y contemporáneos de la política exterior de Estados Unidos han permitido definir unos intereses y valores que van más allá de la defensa de la nación. Estos incluyen la consolidación de la seguridad económica del país, el mantenimiento del equilibrio de poder internacional, la inversión en el mejoramiento de las capacidades institucionales de los aliados, el castigo a los actores bribones y la promoción de la paz democrática.

Desde luego, el alcance de estos intereses y valores ha sido definido por las tradicionales posturas estratégicas y moralistas de la política exterior del país. Mientras que las posturas estratégicas han permitido entender las distintas escalas en las que se expresan los intereses de Estados Unidos en materia de seguridad y defensa -desde los ámbitos domésticos y nacionales, pasando por los norteamericanos y continentales, hasta los internacionales y globales-, las posturas moralistas han permitido construir una serie de creencias asociadas a las imágenes de Estados Unidos como tierra prometida y como Estado cruzado, que han implicado distintos grados de esfuerzo en la búsqueda de los intereses y valores de la nación.

Considerando el sustento realista y liberal de estas fuentes doctrinales, este artículo concluye que si se quiere comprender la GEE, el realismo y el liberalismo no deberían ser concebidos como "herramientas teóricas" que permiten organizar el análisis, sino como sistemas de creencias, razonamientos o discursos que le han impreso sentido a la concepción estadounidense de la seguridad internacional. Es decir, las creencias realistas y liberales deberían aparecer como variables adicionales en cualquier investigación sobre la GEE. Aquellas definen los fines y medios de los gobiernos en materia de seguridad internacional, así como sus respectivas variaciones. De acuerdo con la presente investigación, estas variaciones pueden entenderse como resultado de las creencias de los realismos defensivo y ofensivo y los liberalismos ejemplarista y de cruzada.

En suma, la explicación de los fundamentos doctrinales de las políticas de seguridad internacional de los gobiernos estadounidenses ha permitido entender que, independientemente de las circunstancias o de las orientaciones ideológicas, existe una Gran Estrategia, expresada en términos canónicos, que define las opciones disponibles de los líderes estadounidenses. Desde luego, este argumento puede sostenerse solo si se consideran las decisiones sustantivas tomadas por los gobiernos estadounidenses. No obstante, es más difícil sustentarlo si se considera el proceso de formulación de las políticas de seguridad internacional de dichos gobiernos, puesto que en el seno de dicho proceso surge todo tipo de creencias, discursos y narrativas, asociados a las diferentes posturas en el Congreso, en los distintos departamentos, burocracias, agencias de seguridad y de inteligencia, en los sectores económicos y en las discusiones en los ámbitos subnacionales. En cualquier caso, estas diferencias burocráticas, políticas y económicas parecen haberse contrarrestado por la existencia de un canon que prescribe la acción internacional del país en materia de seguridad y defensa, y que se ha expresado como una Gran Estrategia de largo aliento.


Comentarios

* Este artículo es un resultado de investigación del proyecto "Continuidad o ruptura de la American Grand Strategy: comprendiendo las políticas de seguridad internacional de los gobiernos de George W. Bush y Barack H. Obama", adscrito al Centro de Estudios Políticos e Internacionales (CEPI) de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario (Colombia), y financiado por el CEPI.

1 Las contribuciones orientadas a explicar la naturaleza y el alcance de la GEE, desde luego, son abundantes. Sin embargo, se pueden encontrar representantes de cada una de las tres líneas de investigación señaladas. Los fundamentos históricos de la GEE han sido estudiados por Gaddis (1982), Kennedy (1991), McDougall (1997), Brands (1998), Mead (2002), Gregg (2010), Miller (2012b) y Bouchet (2013); las variaciones liberales de la GEE han sido explicadas por Desch (2007) y Green (2012), y las orientaciones realistas han sido conceptualizadas principalmente por Mearsheimer (2001) y Waltz (1979 y 1993).

2 Las citas de los textos escritos originalmente en inglés fueron traducidas por el autor.

3 Esta cita, escrita originalmente en francés, fue traducida por el autor.

4 La contención limitada fue concebida en cuanto a la capacidad estadounidense para evitar, por medio de distintos instrumentos de orden militar, económico, psicológico y diplomático, que la Unión Soviética dominara alguno de los principales centros de poder económico e industrial en el mundo, particularmente Europa y el Lejano Oriente, zonas donde Estados Unidos había manifestado intereses vitales (Gaddis 1982, 29-30, 35).

5 La contención de la retaliación masiva se orientó a edificar un gran perímetro defensivo, aceptando que, después de la guerra de Corea, existía una creciente posibilidad de librar una guerra con la Unión Soviética. Por esa razón, el gobierno Eisenhower insistió en actuar en todos aquellos lugares donde se desafiaran los intereses estadounidenses, tanto vitales como periféricos, desplegando recursos de poder militar y no militar y anticipando la probabilidad de una retaliación masiva frente a las posibles agresiones soviéticas (Gaddis 1982, 91-92, 101, 147; Gregg 2010, 243-245).

6 La contención de la respuesta flexible fue pensada para continuar manteniendo un equilibrio de poder favorable a los intereses de Estados Unidos. Sin embargo, la contención se concibió como la capacidad del país para ampliar las opciones de enfrentar el comunismo, ya sea la inversión en mísiles nucleares tácticos, acciones encubiertas, operaciones de contraguerrilla o las negociaciones en materia de control de armas. La idea de los gobiernos Kennedy y Johnson fue constituir estrategias de respuesta flexible que evitaran debatirse entre el aislamiento o la humillación, por un lado, y la escalada nuclear o la guerra total, por otro (Gaddis 1982, 213-215).

7 La contención de la détente fue pensada teniendo en cuenta los límites del poder estadounidense, sobre todo después del descalabro de la guerra de Vietnam. Es decir, la contención fue concebida en función de la disposición del país para constituir un poder "suficiente" -mas no "superior"- que garantizara sus intereses vitales. De hecho, durante los gobiernos Nixon, Ford y Carter fue concebido el mundo en términos multipolares, evitando las rigideces estratégicas de la bipolaridad, que por definición obligaba a Estados Unidos a asumir enormes cargas en la construcción de la seguridad internacional (Gaddis 1982, 281).

8 La contención masiva fue adoptada en relación con la capacidad de Estados Unidos para reconstruir su poder nuclear y militar para enfrentar la Unión Soviética, concebida ahora como una suerte de "imperio maligno". Tal postura significó no solo la construcción de un sistema misilístico defensivo, en el marco de lo que se conoció como la Strategic Defense Initiative, sino también la ampliación de las estrategias contrainsurgentes y las operaciones encubiertas en aquellas regiones donde se considerara la posible expansión del comunismo (Hastedt 2000, 59-65).

9 Estas guerras son nuevas porque, a diferencia de las guerras interestatales, ya no ocurren en territorios plenamente definidos; las partes en conflicto son más difíciles de combatir, debido a su irregularidad; la debilidad institucional, antes que el poderío de los Estados, constituye su principal detonante; y en ellas preexisten intereses para evitar su finalización, en especial los propios de los señores de la guerra, que se benefician económica y políticamente de la violencia, una violencia que puede expresarse como actos esporádicos de terrorismo o como actos de genocidio (Bredow 2010, 173-174).

10 Esta era corresponde a la pretensión de Estados Unidos de consolidar su supremacía militar, tras la ausencia de una potencia rival equivalente a la Unión Soviética. Bajo el prisma de la Revolución en los Asuntos Militares (RAM) -concerniente a la transformación del modo en el que se libran las guerras y el combate y, por ende, del paradigma dominante en materia estratégico-militar-, los gobiernos Bush Sr. y Clinton buscaron ampliar la distancia de sus principales adversarios estratégicos, mediante la consolidación, principalmente, de "una fuerza conjunta capaz de dominar las esferas terrestre, naval, aérea, espacial y ciberespacial" (Colom Piella 2014, 271).

11 La guerra contra el terror, iniciada después de los ataques perpetrados el 11 de Septiembre, implicó desplegar esfuerzos para eliminar todas las posibilidades de que grupos o redes terroristas pudieran atacar o amenazar de nuevo al país. Tal postura supuso destruir y desmantelar a Al Qaeda, intervenir militarmente Afganistán e Irak y desplegar sanciones en contra de todos aquellos países que financiaran grupos y acciones terroristas (Colom Piella 2014, 270-275).

12 La posguerra contra el terror, consolidada en especial tras la muerte de Osama Bin Laden, en 2011, ha supuesto no solo el progresivo retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán e Irak, sino ante todo una renovación del paradigma defensivo. El gobierno Obama ha dejado de enfatizar la lucha contra el terrorismo y la reconstrucción de aquellas sociedades que podrían convertirse en santuarios para los grupos terroristas, con el propósito de empezar a concentrarse en nuevos peligros, a saber: "la proliferación de armamento de destrucción masiva, la inestabilidad del mundo árabe y musulmán, la competición entre los poderes emergentes y las potencias consolidadas por la hegemonía regional y el control de los recursos, la geopolítica del escenario Asia-Pacífico y las ambiciones del gigante chino, la carrera armamentística del Lejano Oriente, cualquier intento de limitar el liderazgo o coartar la autonomía de acción estadounidense en el ciberespacio o las amenazas que se ciernen sobre el libre acceso al mar, el cielo, el espacio y el ciberespacio" (Colom Piella 2014, 277).

13 Distintos autores podrían estar de acuerdo con esta definición (Gaddis 1982; Kennedy 1991; Green y Twining 2008; Gregg 2010; Miller 2012a y 2012b; Bouchet 2013).

14 Desde luego, también pueden considerarse como una tercera fuente los planteamientos de los pensadores y políticos que moldearon los fundamentos de la nación, en especial sus orientaciones estratégicas y moralistas. Mientras que para la escuela fundacional del pensamiento estratégico estadounidense -conformada por Alexander Hamilton, Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y John Quincy Adams-, los intereses nacionales deben ser la defensa razonable del país y la consolidación de la seguridad económica, para la escuela fundacional del pensamiento moralista -constituida por Andrew Jackson, así como por misioneros y adeptos al internacionalismo liberal-, los valores cosmopolitas de la GEE deben ser la promoción canónica de los principios liberales en el ámbito liberal y la adopción de una vocación misionera por parte de Estados Unidos como constructor de seguridad (Mead 2002, 87-89).

15 Para los realistas, un dilema de seguridad es una suerte de disyuntiva, en la que los Estados tienen que decidir si el mejor camino para garantizar su seguridad es aumentar sus capacidades armadas y defensivas o si, por el contrario, deben sencillamente mantener tales capacidades. Plantean que es una disyuntiva, en la medida en que los que toman las decisiones encuentran ventajas y desventajas en ambas opciones. Por un lado, si escogen aumentar su poder militar, es posible que logren mantener su seguridad, pero al mismo tiempo pueden alentar a sus adversarios a aumentar sus respectivas capacidades armadas, lo que a la postre se traduce en una espiral de inseguridad internacional. Por otro lado, si deciden no aumentar su poder militar, puede evitarse la espiral de inseguridad, pero al mismo tiempo se vuelven vulnerables ante futuros ataques externos (Herz 1950, 157).

16 El gobierno Truman le apostó a garantizar los intereses vitales de Estados Unidos, principalmente en Europa Occidental y Japón; los gobiernos Kennedy y Johnson pretendieron coexistir pacíficamente con su principal adversario, evitando revisar el statu quo internacional; los gobiernos Nixon, Ford y Carter se enfocaron en la suscripción de acuerdos de control de armas en el seno de un período de distensión relativa entre las dos superpotencias; y Obama, como se menciona más adelante, le ha apostado a moderar las intervenciones militares del país y construir un equilibrio de poder, en especial en Asia-Pacifico (Gaddis 1982, 29-31, 41, 201, 277-279; Hastedt 2000, 49, 55; Marsh 2012, 491-496).

17 El gobierno de Eisenhower estableció que no podría ser tolerada ninguna victoria del comunismo, lo que se tradujo en una estrategia orientada a satisfacer intereses tanto vitales como periféricos; el gobierno Reagan se enfocó en aumentar de un modo significativo el poder militar y nuclear para contener a un adversario que, se presumía, estaba violando los acuerdos de control de armas suscritos por sus antecesores, y el gobierno Bush Jr., como se menciona más adelante, expresó indiscutibles ambiciones imperiales, materializadas en la Pre-emptive Doctrine (Gaddis 1982, 91-92, 136; Hastedt 2000, 59-60; Hurst 2005, 78; Wedgwood 2003, 583).

18 Si el gobierno Bush Sr. enfrentó el final de la Guerra Fría con un excesivo pragmatismo que lo condujo en ocasiones a perder de vista los objetivos de largo plazo, el gobierno Clinton fue excesivamente intervencionista pero no definió necesariamente una postura realista ofensiva (Gaddis 1982, 130; Hastedt 2000, 48-60, 72-73, 81-83).

19 El gobierno Truman, en especial desde la perspectiva de Kennan, consideró que Estados Unidos debería aprender a coexistir con regímenes diversos, entre ellos, desde luego, el soviético, al tiempo que se preparaba tan solo para enfrentar las agresiones militares o propagandistas en contra de los valores democrático-liberales. Los gobiernos Kennedy y Johnson consideraron que Estados Unidos debía trabajar por un mundo más seguro para la diversidad, en el que el nacionalismo no se viera como una amenaza, sino más bien como una extensión de la autodeterminación de los pueblos. Los gobiernos Nixon y Ford establecieron, en particular desde la óptica de Kissinger, que la transformación de los sistemas económicos y políticos de distintas sociedades no necesariamente constituía un interés vital, en la medida en que lo esencial para el país no era la transformación del orden internacional, sino más bien la construcción tan solo de equilibrios geopolíticos que garantizaran los intereses estadounidenses (Gaddis 1982, 31, 35, 201, 278). El gobierno Obama, como se señala más adelante, ha intentado reconstruir la imagen internacional de Estados Unidos después de las intervenciones en Afganistán e Irak asumiendo que la mejor estrategia para promover los valores liberales no es mediante intervenciones militares desproporcionadas, sino más bien por medio del ejemplo, es decir, del constante respeto de estándares internacionales que impidan el sacrificio de libertades individuales al servicio de los requerimientos de la seguridad nacional (Estados Unidos 2010, 36).

20 El gobierno Eisenhower adelantó una serie de programas económicos y culturales para promover e imponer los valores de la democracia liberal y de la libre empresa, con el propósito de contener el avance imperialista del comunismo, presumiendo que este último constituía una ideológica internacional que no podía sobrevivir sin socavar las libertades individuales en el mundo (Gaddis 1982, 141, 154-155; Gregg 2010, 244). El gobierno Reagan, igualmente, adoptó los estandartes del liberalismo de cruzada suponiendo los efectos perversos del avance ideológico y geopolítico del comunismo, lo que se materializó en una ampliación de las operaciones encubiertas en todo el mundo para derrocar gobiernos comunistas. El gobierno Clinton inició varias intervenciones en Somalia, Haití y Bosnia apoyándose en una suerte de neowilsonianismo, en medio además de un clamor internacional por la expansión de los valores liberales después de la desaparición de la Unión Soviética (Hastedt 2000, 61-65, 81). El gobierno Bush Jr., como se señala más adelante, es quizás uno de los liberales cruzados más representativos de la historia de la política exterior contemporánea de Estados Unidos, debido a que intentó imponer una suerte de imperio democrático-liberal en el mundo, el cual tuvo como su principal manifestación la pretendida democratización del Medio Oriente (Estados Unidos 2002a).

21 El gobierno Carter estableció como un propósito fundamental de su política exterior la promoción -y eventual imposición- de la cultura de los derechos humanos en el mundo, entendidos en términos no solo de derechos civiles y políticos, sino también sociales y económicos. Sin embargo, este propósito no fue formulado para contener simplemente el expansionismo del comunismo, sino más bien para consolidar la deteriorada imagen internacional de Estados Unidos después de su intervención en Vietnam. Por su parte, el gobierno Bush Sr., antes que promover los valores del liberalismo ejemplarista o del liberalismo de cruzada, pareció adoptar la política de "ver y esperar", ante los efectos políticos y económicos de la implosión de la Unión Soviética (Hastedt 2000, 53-54, 69).


Referencias

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RECIBIDO: 13 de marzo de 2014 APROBADO: 22 de julio de 2014 MODIFICADO: 1º de septiembre de 2014