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Colombia Internacional

versión impresa ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.86 Bogotá ene./abr. 2016

https://doi.org/10.7440/colombiaint86.2016.07 

Subjetivación y pensamiento global. A propósito de la obra de Michel Wieviorka, Retour au sens. Pour en finir avec le déclinisme (2015)

Eguzki Urteaga*

* Doctor y licenciado en Sociología por la Université Bordeaux 2, Victtor Segalen 2 (Francia) y licenciado en Historia con especialidad en Geografía por la Université de Pau et des Pays de l'Adour (Francia). Actualmente es profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco e investigador asociado en el Social and Business Research Laboratory (SBRlab) de la Universitat Rovira i Virgili (España). Es director de Colección en la editorial Mare et Martin y ha sido profesor invitado en varias universidades europeas. Es autor de veintinueve libros, entre los cuales se encuentran: La politique linguistique en Pays Basque (2004), La nouvelle gouvernance en Pays Basque (2004), La coopération transfrontalière en Pays Basque (2007), Las políticas públicas en cuestión (2010), Perceptions sociales de la science et de la technologie en Pays Basque (2010) y El nuevo entorno de la innovación (2011), así como de más de 170 artículos universitarios. eguzki.urteaga@ehu.es

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/colombiaint86.2016.07


Michel Wieviorka acaba de publicar su última obra, titulada Retour au sens. Pour en finir avec le déclinisme (Vuelta al sentido. Para acabar con el declinismo), en la editorial Robert Laffont. Conviene recordar que este sociólogo galo, que es una de principales figuras de la sociología europea e internacional, es doctor en Letras y Humanidades, director de estudios en la prestigiosa École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París y, desde 2009, administrador de la Fondation Maison des Sciences de l’Homme (FMSH). Entre 1993 y 2009 fue director del Centre d’Analyse et d’Intervention Sociologiques (CADIS), y entre 2006 y 2010 fue presidente de la Asociación Internacional de Sociología (AIS-ISA). Además de haber sido, junto con Georges Balandier, codirector de la revista Cahiers Internationaux de Sociologie entre 1991 y 2011, es director de la colección Le monde comme il va en la editorial Robert Laffont, miembro del Comité científico de las Presses de Sciences Po y miembro de redacción de varias revistas científicas internacionales, tales como Journal of Ethnic and Migration Studies, Ethnic and Racial Studies y French Politics, Culture and Society.

A lo largo de su dilatada trayectoria académica e investigativa, íntimamente asociada a la figura y el pensamiento de Alain Touraine, quien fue su mentor, se ha interesado por diversas temáticas. Después de una primera fase en la que realizó una serie de investigaciones, junto con Alain Touraine y François Dubet, sobre el movimiento obrero (Touraine, Dubet y Wieviorka 1984) y los nuevos movimientos sociales (Touraine et al. 1978; 1980; 1981), se centró en el análisis del terrorismo (Wieviorka y Wolton 1987; Wieviorka 1988), del racismo (Wieviorka 1990; 1991; 1992; 1993; Wieviorka et al. 1994) y del antisemitismo (Wieviorka 2005; 2008a; 2008b). Con el paso del tiempo, ha profundizado su reflexión sobre la diversidad cultural (Wieviorka y Ohana 2001; Wierviorka 2003) y el multiculturalismo (Wieviorka 1996). Todos estos trabajos se inscriben en el paradigma accionalista, que se ha orientado progresivamente hacia una teoría del sujeto o, mejor dicho, de los procesos de subjetivación y desubjetivación.

Antes de adentrarnos en la presente obra es preciso recordar que este libro es fruto de los textos presentados y discutidos por Michel Wieviorka en el seminario titulado "Sociología del conflicto", que anima, junto con el demógrafo Hervé Le Bras, en la EHESS. A su vez, algunas de las ideas expuestas han sido progresivamente elaboradas en los múltiples artículos de análisis publicados en los periódicos Le Monde, Libération, Ouest France, La Presse o Vanguardia, así como en los diversos congresos y coloquios en los que ha participado. Por último, ciertos razonamientos presentados han sido objeto de publicaciones previas en revistas científicas anglosajonas, tales como Current Sociology, Ethnic and Racial Studies, The Sociological Review y The Journal of Intercultural Studies (p. 342).

La presente obra, que consta de cuatro partes principales,1 incide sobre la necesidad de recrear sentido y acabar con el presentismo y el declinismo. Publicada después de los atentados islamistas del 7 y 9 de enero de 2015 en Francia, el autor constata una pérdida de sentido, un déficit de puntos de referencia y una incapacidad para proyectarse en el futuro (p. 14), que lo conducen a plantear la siguiente pregunta: "¿Cómo, hoy en día, superar la emoción y la encantación, [y] cómo encontrar de nuevo a la vez un pasado y un futuro?" (p. 12). La respuesta a esta pregunta exige alejarse del flujo informativo de los medios de comunicación y adentrarse en el pensamiento sociológico con sus teorías y conceptos, porque "es importante que las ciencias humanas y sociales sigan vivas y que los investigadores, hoy en día reticentes a participar en la vida pública, no se resignen a permanecer en sus nichos, sino que se atrevan a generalizar y a estar conectados con los problemas de su tiempo" (p. 17).

Así, en la primera parte del libro, centrada en el universalismo, Wieviorka observa que las ciencias humanas y sociales persiguen la verdad, que es indisociable de proyectos de emancipación individual y colectiva. Parten de la convicción de que el saber eleva la capacidad de acción de los actores y de la sociedad en su conjunto: "Hacen suyas los valores universales, empezando por la razón" (p. 19). En ese sentido, si quieren proponer puntos de referencia pertinentes y producir conocimientos que puedan aclarar el debate público y contribuir a la reflexividad de los actores, es preciso "reencantar" el universalismo y darle un nuevo impulso reformulándolo (p. 19). Esa labor es aún más necesaria, y, hasta la fecha, las ciencias humanas y sociales no han desempeñado un papel relevante en el debate sobre el universalismo, conformándose y apropiándose categorías y análisis provenientes de la filosofía política (p. 31). Enfrentados al relativismo de los años sesenta y setenta del pasado siglo, en un contexto de debilitamiento del funcionalismo norteamericano, han desarrollado una crítica de la ciencia y del progreso, y promovido el constructivismo (p. 33).

Ante esta situación, el sociólogo galo estima que, en lugar de abandonar el universalismo, aceptar la fragmentación de las ciencias humanas y sociales, y proseguir con la especialización extrema de las mismas que conduce a la incapacidad para generalizar, "llegó la hora de reconocer la pertinencia de buena parte de las críticas dirigidas al universalismo" (pp. 39-40) integrándolas en una visión renovada del mismo. Con esta finalidad, propone varias soluciones. La primera consiste en abrir el universalismo y concebirlo como un proceso continuo, objeto de una construcción compartida y que exige una confrontación concreta con la alteridad (pp. 40-41). Asimismo, es preciso promover un universalismo no exclusivamente occidental, sabiendo que las nociones de democracia, libertad o justicia social son ampliamente compartidas a través del mundo (Sen 2005; 2010). A su vez, conviene, según Wieviorka, reconocer las "modernidades múltiples", sabiendo que todas ellas están abiertas a valores universales, aunque sea de manera diferente por razones históricas. Una cuarta vía consiste en interesarse por la cosmopolitización del mundo a partir del momento en que los riesgos se vuelven globales (Beck 2008). Y la quinta pista supone adherirse a un universalismo de liberación que aspire a la emancipación individual y colectiva. Para el sociólogo galo, gracias a la combinación de estas cinco propuestas, los valores universales "reencantados" permitirían la subjetivación individual y el descubrimiento colectivo de nuevas posibilidades (pp. 53-54).

Pero, a su entender, en este trabajo de reconstrucción de los valores universales adaptados a los tiempos presentes, la ciencia debe desempeñar un papel relevante, lo que confiere cierta centralidad a la cuestión de su estatus y de sus modos de producción y de difusión (p. 56). En ese sentido, Wieviorka considera que es indispensable confiar en la ciencia, que es una de las expresiones de la razón; aun reconociendo que la relación que mantienen las sociedades contemporáneas con la ciencia es ambivalente y contradictoria (p. 57). Esto significa que el principio de precaución no es la solución a todos los problemas y puede conducir a la parálisis cuando es aplicado sin matices, obstaculizando el avance científico. Pero si se aplica con sabiduría y moderación puede evitar graves daños irreparables (p. 80). Y prosigue: "la idea de control generalizado del riesgo es susceptible de desembocar en unas políticas públicas que frenan la iniciativa, burocratizan la decisión, adormecen el pensamiento crítico y, más aún, el pensamiento creativo" (p. 81). Considera que es posible, sin afectar a la autonomía de la producción científica, introducir en ese ámbito la reflexividad que suponen las exigencias democráticas y éticas. En definitiva, la renovación del universalismo pasa por una confianza renovada en la razón y la ciencia, así como por la renovación de los métodos y modos de organización en vigor en la producción y difusión del conocimiento (p. 86).

Simultáneamente, nos dice Wieviorka, el universalismo debe reconocer todas las personas y realidades emocionales que dependen de la personalidad y de la cultura, ya que "la modernidad no es el triunfo absoluto de la fría razón sobre las identidades y emociones [...] sino la tensión permanente entre los dos registros" (p. 87). En ese sentido, se trata de conciliar el universalismo y el reconocimiento de los particularismos culturales. Una de las vías para alcanzar ese fin consiste en promover el diálogo intercultural, aunque suscite críticas parecidas a las recibidas por el multiculturalismo, y sobre todo de los derechos culturales (p. 119).

En la segunda parte de la obra, el sociólogo galo constata que el reencantamiento de los valores universales nos orienta hacia dos direcciones aparentemente contradictorias, dado que, "por una parte, debemos interesarnos por lógicas de acción y de funcionamiento de la vida colectiva en una perspectiva global [...] y, por otra parte, debemos pensar de otra manera, proponiendo unos modos de razonamiento que integran elementos o registros diferenciados" (p. 125). Estos dos ejes dan cuenta de una renovación del pensamiento en torno a la globalización y a los procesos de subjetivación y de desubjetivación (p. 142), aunque parezcan desarrollarse de manera independiente.

Conviene subrayar al respecto que el término globalización viene del exterior del mundo académico y no de su interior, lo que demuestra que las ciencias humanas y sociales son tributarias de categorías difundidas inicialmente en los medios de comunicación. Esto resulta de la reticencia del mundo académico a invertir el debate público. En cualquier caso, pensar lo global consiste en contemplar varios niveles, más o menos conectados en la vida social y política, que van de lo más amplio a lo más local. En ese sentido, pensar lo global significa romper los modos de pensamiento dominantes hasta los años setenta y ochenta del pasado siglo en las ciencias humanas y sociales, que habían nacido y se habían desarrollado en un marco nacional. En otros términos, implica salir del nacionalismo teórico y metodológico (pp. 144-145).

A su vez, la globalización divide las ciencias humanas y sociales porque una parte de los profesores-investigadores de estas disciplinas aborda cuestiones sociológicas clásicas en un marco nacional, mientras que otra parte lleva a cabo reflexiones en una óptica global (p. 152). Ante ese riesgo de dislocación es preciso rechazar la fragmentación y articular ambas lógicas, ya que la necesidad de pensar lo global va de la mano de tomar en consideración la subjetividad individual. Forman un todo, y, según el sociólogo galo, "debemos aprender a navegar intelectualmente en el seno de ese espacio" (p. 159). En ese sentido, la solución no pasa por desarrollar perspectivas comparativas, ya que, a menudo, la comparación es prisionera de una categorización previa y toma como punto de referencia un país determinado, lo que no permite tomar en consideración lo que une y divide las experiencias sociales (p. 154).

Asimismo, los intelectuales generalistas han dado paso a los nuevos filósofos, que han sido sustituidos, a su vez, por los intelectuales específicos. No en vano, hoy en día, "las ciencias humanas y sociales están sometidas a la dominación de los medios de comunicación, y los intelectuales específicos no constituyen un mundo profesional y poderoso, dotado de su propio mercado interno" (p. 151). Esto no significa la desaparición pura y simple de los intelectuales, ya que se abre la puerta para la formación de nuevas figuras intelectuales que, sobre la base de sus competencias y un saber riguroso, participan en el debate público adoptando ópticas multidisciplinares y se resisten al relativismo cultural. Según Wieviorka, estas nuevas figuras encarnan el reencantamiento de los valores universales y articulan el pensamiento global con la toma en consideración de la subjetividad individual (p. 166).

En la tercera parte del libro, Wieviorka subraya que el proyecto de pensar lo global implica conceder una gran importancia al espacio, al territorio y a la dimensión espacial de los fenómenos sociales y culturales (p. 179). Esto no quiere decir que se obvie la transcendencia de la dimensión temporal. A su vez, es preciso pensar las luchas y los conflictos, dadas sus capacidades para imponer las agendas, definir los retos de la vida colectiva y resistir a las distintas formas de dominación y exclusión (p. 203).

Para ello, es necesario asegurar la pertinencia de los instrumentos conceptuales utilizados y renovarlos si fuera útil. En esa óptica, Wieviorka es partidario de la sociología accionalista, que concede un lugar preponderante a los conceptos de sujeto y, más aún, a los de subjetivación y desubjetivación (p. 203). A su vez, es indispensable formar científicos que no se limiten a producir conocimientos especializados en círculos cerrados, sino investigadores que, sin perder en profundidad y precisión, sepan vincular conocimientos, generalizar teorías, participar en el debate público y articular objetos de investigación específicos con problemáticas globales (pp. 227-228).

En la cuarta parte de la obra, titulada "Vuelta al sentido, vuelta a la acción", el autor considera que es preciso depositar una mayor confianza en los tiempos actuales y futuros interesándose por los actores que los producen a través de sus luchas (p. 230). A ese respecto, estima que los conceptos puros solo aportan aclaraciones limitadas e incluso peligrosas a las cuestiones planteadas (p. 293), dado que la pureza conceptual es una cosa, y otra la realidad empírica. En ese sentido, las ciencias humanas y sociales poco tienen que ganar al recurrir a conceptos puros que entran en tensión e incluso en oposición con los fenómenos concretos que pretenden comprender. Por lo cual sería conveniente "utilizar conceptos impuros, cargados de elementos susceptibles de corresponder o estar en continuidad con la realidad concreta [...], ya sea social, cultural, económica, política u otra" (p. 296).

En una óptica similar, según Wieviorka, en lugar de limitarse al análisis de la crisis y de deplorar la pérdida de sentido, el declive y la falta de puntos de referencia, las ciencias humanas y sociales pueden contribuir a un cierto reencantamiento del mundo aportando los instrumentos que permitan mejorar la capacidad para producir sentido interesándose por la acción colectiva, las luchas y los conflictos (p. 299). Así, el concepto de movimiento representa un valor universal, siempre y cuando cumpla cuatro condiciones (p. 308): si tiene una dimensión global, dado que se ha producido una globalización de las luchas (p. 309); si rechaza el evolucionismo metodológico, según el cual todas las sociedades transcurrirían por las mismas fases; si reconoce el individualismo moderno, y en especial la subjetividad (p. 310); y si evita el determinismo tecnológico. Por lo tanto, los conceptos de movimiento y antimovimiento pueden aportar aclaraciones útiles, sobre todo si se integran teóricamente y si se distinguen analíticamente sus dimensiones sociales, culturales y políticas (p. 324).

En definitiva, nos dice Wieviorka, los intelectuales han prácticamente desaparecido de la escena pública, y con ellos, la reflexividad, el distanciamiento y la capacidad para proponer puntos de vista diferenciados (p. 329). Ante esta situación, estima conveniente distanciarse de las perspectivas que ofrece hoy en día la clase política, y de la manera como los partidos, los cargos electos y los militantes, en tándem con los medios de comunicación, formulan sus preocupaciones, definen las nociones, constituyen las agendas y jerarquizan los temas. A su vez, es necesario redefinir los valores universales asumiendo las críticas, a menudo fundamentadas, de las que han sido objeto y que los vinculan con diferentes formas de dominación, exclusión y etnocentrismo. De la misma forma, es preciso involucrarse en una reflexión fundamental que exige integrar simultáneamente la globalización y la complejidad de los problemas contemporáneos, por una parte, y el auge del individualismo en sus dimensiones más cercanas a las lógicas de subjetivación, por otra. Por último, es indispensable dotarse de conceptos a partir de los cuales podamos imaginar que unas formas renovadas de conflictividad dibujen los horizontes, los puntos de referencia y los retos de la vida colectiva (p. 336).

En otros términos, Wieviorka considera que para crear puntos de referencia y dar sentido a la vida colectiva es necesario extraerse del presentismo y acabar con el declinismo, reexaminar los valores universales, renovar la confianza en la ciencia y analizar las dificultades existentes para enfrentarse a la diversidad cultural y religiosa. De la misma forma, estima indispensable diseñar un espacio intelectual a partir del momento en que se acepta pensar globalmente y analizar los procesos de subjetivación que se hallan en el centro de la reflexión sociológica (p. 229). Por último, estima imprescindible profundizar en las elecciones epistemológicas que consisten en valorizar el sujeto y los procesos que lo afectan.

Al término de la lectura de la última obra de Michel Wieviorka, titulada Retour au sens. Pour en finir avec le déclinisme, el lector valora el esfuerzo intelectual realizado por el autor para enfrentarse a uno de los principales retos de las sociedades contemporáneas (la pérdida de sentido), para reflexionar sobre el papel desempeñado por los investigadores en ciencias humanas y sociales en el debate público, y para integrar la perspectiva global con el análisis del sujeto. A su vez, gracias a su amplio conocimiento de la literatura sociológica a nivel internacional, bebe de diferentes fuentes y hace dialogar distintas tradiciones sociológicas, evitando caer en el nacionalismo teórico y metodológico. De la misma forma, lejos de limitarse a un mero diagnóstico, realiza propuestas concretas que ofrecen puntos de referencia y un horizonte común, planteando así una perspectiva de futuro más esperanzadora. No en vano, y de cara a matizar esta valoración positiva, se echa de menos un mayor distanciamiento hacia el pensamiento de Alain Touraine y la elaboración de una teorización propia, más allá de las diferencias relativas a los objetos de estudio elegidos. A su vez, ciertos apartados del libro están insuficientemente integrados entre sí y no se inscriben plenamente en la tesis principal de la obra.

En cualquier caso, la lectura de este texto se antoja ineludible para cualquier pensador e investigador en ciencias humanas y sociales preocupado por los principales retos de las sociedades contemporáneas.


Comentarios

1 Tituladas, respectivamente, "Alegado a favor del universalismo", "El gran desfase", "La memoria y la violencia" y "Vuelta al sentido, vuelta a la acción".


Referencias

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