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Colombia Internacional

Print version ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.87 Bogotá May/Aug. 2016

https://doi.org/10.7440/colombiaint87.2016.02 

Los presidentes latinoamericanos y las características de la democracia*

Manuel Alcántara** , Mélany Barragán*** , Francisco Sánchez****
Universidad de Salamanca (España)

** Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca (España) y director de FLACSO-España. Investigador principal del proyecto de Élites Parlamentarias de América Latina. Sus principales líneas de investigación son las élites políticas, partidos y sistemas de partidos, poderes legislativos y calidad de la democracia. Entre sus publicaciones se destacan Gobernabilidad, crisis y cambio. Fondo de Cultura de España, 1995; ¿Instituciones o máquinas ideológicas? Origen, programa y organización de los partidos políticos latinoamericanos. Institut de Ciències Polítiques i Socials, 2004 y El oficio del político. Tecnos, 2012. malcanta@usal.es

*** Magíster en Ciencia Política y candidata a doctor por el Programa de Estado de Derecho y Gobernanza Global de la Universidad de Salamanca (España). Investigadora del Equipo de Élites Parlamentarias de América Latina y de FLACSO-España. Sus principales líneas de investigación son élites, partidos y sistemas de partidos, y sistemas electorales. Entre sus publicaciones recientes se destacan "La selección de candidatos a la presidencia del PP y del PSOE: un reflejo de la oligarquía partidista". Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas 11 (4): 133-148, 2012 y "El estudio de las élites en América Latina: pasado, presente y futuro". Revista Andina de Estudios Políticos 5 (2): 4-30, 2015. mbarragan@usal.es

**** Doctor en Ciencia Política y profesor titular de la Universidad de Salamanca (España). Subdirector de FLACSO-España y miembro del Instituto de Iberoamérica. Sus principales líneas de investigación son la política comparada y el estudio de los legislativos en América Latina. Entre sus publicaciones se destacan Funciones, procedimientos y escenarios: un análisis del Poder Legislativo en América Latina. Ediciones Universidad de Salamanca, 2005 y ¿Democracia no lograda o democracia malograda? Un análisis del sistema político del Ecuador. FLACSO-Ecuador, 2008. fsanchez@usal.es

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/colombiaint87.2016.02


RESUMEN:

El objetivo de este trabajo es buscar relaciones entre las características de la democracia de un país y los rasgos de su clase política. Para ello, se vinculan índices que miden distintos atributos de los sistemas políticos democráticos con el perfil político y social de los individuos que han ejercido la presidencia. El estudio se aplica a los presidentes latinoamericanos en el período comprendido entre 1978 y 2015. A partir de una primera observación de los datos, el análisis se centra en seis países: los tres que presentan mejores resultados y los tres que cuentan con peores puntajes en un agregado de indicadores que evalúan los sistemas democráticos. A medida que se incrementa la calidad de los sistemas políticos existe una tendencia a que también lo haga la calidad de sus políticos o, al menos, disminuye la probabilidad de que accedan líderes con menores niveles de formación y profesionalización política.

PALABRAS CLAVE:

Democracia, América Latina, élites (Thesaurus), políticos, presidentes, características (palabras clave autor)


Latin American Presidents and the Characteristics of Democracy

ABSTRACT:

The objective of this paper is to seek relationships between the characteristics of democracy in a country and the features of its political class. In order to so, indexes that measure different attributes of democratic political systems are linked with the political and social profile of the individuals who have occupied the presidency. The study applies to Latin America presidents in the period between 1978 and 2015. Starting with an initial observation of the data, the analysis concentrates on six countries: the three that present the best results and the three with the worst scores in an aggregate of indicators used to assess democratic systems. To the extent that the quality of political systems increases, there is a tendency for the quality of their politicians to increase as well, or at least there is less likelihood that leaders with low levels of training and political professionalism will be able to succeed in politics.

KEYWORDS:

Politicians, democracy, Latin America, elites (Thesaurus), characteristics, presidents (author's keywords)


Os presidentes latino-americanos e as características da democracia

RESUMO:

O objetivo deste trabalho é buscar relações entre as características da democracia de um país e os traços de sua classe política. Para isso, vinculam-se índices que medem diferentes atributos dos sistemas políticos democráticos com o perfil político e social dos indivíduos que têm exercido a presidência. Este estudo se aplica aos presidentes latino-americanos no período compreendido entre 1978 e 2015. A partir de uma primeira observação dos dados, a análise se centraliza em seis países: os três que apresentam melhores resultados e os três que contam com as piores pontuações num agregado de indicadores que avaliam os sistemas democráticos. À medida que a qualidade dos sistemas políticos aumenta, existe uma tendência a aumentar também a qualidade de seus políticos ou, pelo menos, diminuir a probabilidade de que acedam líderes com menores níveis de formação e profissionalização política.

PALAVRAS-CHAVE:

Democracia, América Latina, elites (Thesaurus), características, políticos, presidentes (palabras-chave autor)


Introducción

¿Existe relación entre los rasgos de la clase política y el desempeño democrático de un país? Con el fin de abordar esta cuestión desde una perspectiva empírica, a continuación buscaremos patrones que vinculen los perfiles sociopolíticos de los dirigentes con el desarrollo democrático de los países en los que han desempeñado o ejercen el cargo. Centraremos el análisis en los presidentes electos desde las transiciones a la democracia hasta el presente (1978-2015), en una muestra de seis países de América Latina seleccionados según el rendimiento de su sistema político en distintos aspectos constitutivos de la democracia. En concreto, siguiendo una estrategia de comparación de casos extremos, se han seleccionado los tres países con los puntajes más elevados y los tres con los más bajos en un agregado de índices y taxonomías.1 De manera intuitiva puede suponerse que una democracia que presente mayor grado de desarrollo o un rendimiento más positivo -ya sea en términos de institucionalización, calidad o consolidación- serviría como freno a la entrada de políticos con menor formación, experiencia o habilidades para el ejercicio del quehacer político; más aún si se toma en cuenta que tanto la política institucional como la partidista se han convertido en actividades profesionales (Alcántara 2012; Katz y Mair 2002).

Con base en este argumento, un perfil que en principio pudiera asociarse a un bajo nivel de profesionalización y a un potencial peor desempeño de la actividad política, estaría marcado por la falta de: a) experiencia política, partidista o en la esfera pública, b) formación informal o formal y/o c) redes de sociabilidad y vínculos políticos.

En cualquier caso, cabe recordar que se está hablando de tendencias generales. Es osado afirmar que las democracias que tienen mayor grado de desarrollo o de rendimiento pueden impedir la entrada de líderes escasamente formados o experimentados. Sin embargo, como se demuestra más adelante, aquí se considera que los sistemas políticos democráticos pueden dificultarlo.

Del mismo modo, la posesión o la ausencia de determinados rasgos no actúan como un mecanismo inequívoco para determinar el mejor o peor desempeño de un político. En consecuencia, este trabajo no está planteado en términos de causalidad, sino más bien de correlación entre el perfil de las élites y el rendimiento o desempeño democrático de un sistema político. Dada la multiplicidad de enfoques posibles, esta investigación se engloba en los planteamientos más clásicos de las escuelas institucionales, asumiendo que el diseño y el funcionamiento de las instituciones democráticas determinan procesos internos tales como la selección o acceso del personal dirigente (Hazan y Rahat 2006; Katz 2001).

El objetivo central que guía esta investigación es aportar evidencia empírica que corrobore si quienes cuentan con menores niveles de "formación política" -es decir, con escasa o nula experiencia política previa tanto en cargos de elección, nominación directa o de partido- tienen menos posibilidades de acceso al poder. La base del argumento recae en el rol que desempeñan filtros como la cultura política de los ciudadanos (electores) o los resortes institucionales que tienen este tipo de democracias. En especial se reconoce el peso de la adecuada institucionalización de sus sistemas de partidos, que cuentan con mecanismos formales e informales de selección de candidatos y dirigentes.

Por otro lado, desde un supuesto tautológico, la consecución de la presidencia puede ser interpretada como evidencia de que la persona electa cuenta con las habilidades suficientes y mejores capacidades que el resto de los candidatos que no alcanzaron a superar los distintos filtros y ser elegidos. No obstante, esto no siempre puede valorarse como un dato positivo puesto que en muchos sistemas políticos en crisis, es posible que se elija a outsiders como una forma de protesta o como la búsqueda de una solución radical para los problemas del sistema. Comportamiento que en lugar de refutar el argumento, lo refuerza.

Por el contrario, es necesario verificar si sistemas políticos con altos puntajes en los índices utilizados en este trabajo han favorecido la llegada a la presidencia de personas con mayor formación política. En caso afirmativo, esto se podría relacionar con un mejor funcionamiento de los mecanismos de acceso al poder (partidos, elecciones, instancias de la sociedad civil, medios de comunicación, etc.). A lo largo del tiempo estos han institucionalizado una serie de prácticas de selección formal e informal, que adoptan el papel de gatekeppers (puntos de veto) en el proceso de acceso al poder. Estas prácticas se han desarrollado a la par con otros actores e instituciones (poderes legislativos y judiciales, instituciones descentralizadas o mecanismos de democracia directa). En este sentido cabe recordar que la democracia es, ante todo, un sistema que busca dividir el poder de forma plural y que cuenta con puntos político-institucionales de control y balance cuya anuencia es necesaria para la toma de decisiones.

No hay un consenso teórico y metodológico sobre cómo evaluar y estimar los atributos de la democracia. Por ello, y con el fin de seleccionar los casos de estudio sobre la base de similitudes y diferencias, el trabajo recoge diversos índices (ver nota a pie de página 1). Además, identifica regularidades que muestran diferencias cualitativas entre los países de la región. Algo similar ocurre con el concepto calidad de los políticos, pero, en este caso, existe el agravante de que los criterios de valoración son más subjetivos aún. Por esta razón tampoco existen índices consolidados que den clara cuenta de qué debe entenderse por políticos de calidad. Para llenar esa falencia, este trabajo se nutre de una amplia base de datos en la que se recogen variables relacionadas tanto con las características personales de aquellos que ocuparon la presidencia en la región en el período citado, como con sus trayectorias políticas.

Este artículo forma parte de un proyecto de investigación más amplio que se pregunta por las características de los políticos con el fin de responder a la vieja pregunta sobre cuáles son los factores que hacen que un político sea de mayor o menor calidad. El desarrollo de este trabajo se estructura en torno a cuatro secciones. En primer lugar, se realiza una discusión teórica de los conceptos planteados en la investigación y de los posibles nexos existentes entre ellos. En segundo lugar, se presenta la metodología empleada para poner en relación las variables. En tercer lugar, se acude al terreno empírico para presentar datos concernientes a las distintas valoraciones que se hacen de los atributos democráticos de los sistemas políticos analizados y otros relativos a sus presidentes. Por último, se presentan las conclusiones y se identifican posibles relaciones entre las características de la democracia y los atributos de los políticos.

1. Los políticos y su calidad

Aunque es común que se valore a los políticos, ni la sociedad ni la Ciencia Política tienen una respuesta clara sobre cuáles deberían ser los rasgos de un político de calidad. Pese a que hablar de la "mala calidad" de los representantes es un tema recurrente en las democracias actuales, y en especial en el contexto latinoamericano, la superficialidad de esta afirmación queda en evidencia cuando se pregunta por los atributos que debe poseer un buen político (Rivas, Vicente y Sánchez 2010).

Lo habitual es recurrir a un conjunto de características que se podría resumir en el concepto de formación política, entendiendo como tal el conjunto de rasgos sociopolíticos, la trayectoria personal, en términos de bagaje académico acumulado, así como la experiencia en el campo del ejercicio público, ya sea en cargos de elección, de nombramiento o dentro de una organización política. Con base en estos criterios, en este trabajo se asume que políticos con más formación y experiencia tienen mayor calidad al poseer la capacidad de mantenerse activos como profesionales de la política. Esta posición deja de lado otras aparentemente más precisas como el nivel de acierto en las decisiones tomadas por los políticos o la efectividad de las políticas públicas promovidas por ellos. Aquí no se abordan por tratarse de un campo muy amplio que requiere de una ardua sistematización que traspasa el alcance de este trabajo.

La pregunta sobre el tipo de influencia que pueden tener los rasgos de los gobernantes en el desempeño del régimen es antigua -ya la abordó Aristóteles en La Política- a la vez que vigente, puesto que resulta muy difícil aportar una propuesta concluyente sobre lo que es un político de calidad o cuáles características personales de la clase dirigente pueden explicar mejor las variaciones en el funcionamiento del sistema político. Así, pese a que desde la teoría de las élites y los estudios sobre carreras políticas se ha prestado atención a esta cuestión, se trata de un ámbito de estudio aún incipiente (Alcántara 2012). Por ello, en esta investigación la atención se focaliza en los atributos del político y no en cuestiones relacionadas con el ejercicio de su cargo.

En cualquier caso, dentro del debate existen diferentes aportes que pretenden identificar rasgos que aumentan la calidad de los políticos. Por un lado, Uriarte (1997, 270) sostuvo que el acceso a la élite política se ve favorecido notablemente con la posesión de algunas características objetivables. Así, haber nacido en ciudades, pertenecer a la clase media o media-alta, haber cursado estudios universitarios -de preferencia en instituciones de élite- y ser hombre aumentan las posibilidades de alcanzar posiciones en la élite política. En una línea muy similar, Galasso y Nannicini (2011) miden la calidad de los políticos a partir de los años de formación académica, la actividad profesional previa y la experiencia política.

No obstante, más allá de las características sociales, se entiende la necesidad de ponderar valores más subjetivos que permitan complejizar la relación entre élites políticas y desempeño. Al respecto, para Stone, Sandy y Maestas (2004) en la calidad de los políticos influye un conjunto de habilidades personales y de recursos estratégicos, mientras que para Martínez (2006, 179) esta puede entenderse como un conjunto concreto de características presentes (o ausentes) en los dirigentes, y no como las características que diferencian a los candidatos que lograron ser elegidos de aquellos que no lo fueron.

Tratar de buscar relaciones causales con las características de la democracia es una tarea compleja, sobre todo, cuando los rasgos de los políticos actúan como variables independientes (Alcántara y Rivas 2007; Blondel y Müller-Rommel 2009; Hoffman-Lange 2009). Por otra parte, y siendo conscientes del papel fundamental que juegan las instituciones, sería un error obviar que estas están integradas por personas que son responsables y garantes de su funcionamiento. Al contrario de lo que ocurría en el siglo XIX o incluso durante los dos primeros tercios del siglo XX, la procedencia de estos individuos no es consecuencia de su pertenencia a una élite agraria, oligárquica o armada, sino que más bien el acceso a los puestos dirigentes se articula a través de elecciones competitivas en las que los votantes eligen a los candidatos de acuerdo con sus preferencias.

Existe una amplia literatura que explica el surgimiento de los sistemas democráticos gracias a una serie de pactos y acuerdos de élites, que dota a sus miembros de una fuerte influencia en el diseño y desarrollo de los sistemas políticos (Karl y Schmitter 1991; Morlino 1985; O'Donnell y Schmitter 1988). Por otro lado, desde un enfoque más vinculado a la cultura política, también se ha señalado que el incremento de los valores democráticos opera como una fuerza social que consolida la integridad de la élite (Inglehart y Welzel 2006, 275). Igualmente, cada vez son más las investigaciones que vinculan el desempeño y la calidad del gobierno con las características del político. Desde el punto de vista de variables objetivables, Moessinger (2012) relaciona la edad con la calidad de las decisiones tomadas, vinculando la experiencia vital con las políticas ejecutadas. Asimismo, son varios los trabajos que demuestran correlación entre el nivel educativo del político y la calidad del gobierno o los rasgos del sistema democrático (Diankkov y Sequeira 2013; Fortunato y Panizza 2015; Glaeser et al. 2004; Rivas, Vicente y Sánchez 2010).

Los atributos personales de los políticos han iluminado investigaciones recientes que abordan la relación entre la identidad de los líderes y su desempeño, estableciéndose paralelismos entre el rendimiento de su actividad política y diferentes procesos de socialización, características personales y procesos de profesionalización (Besley y Reynal-Querol 2011; Jones y Olken 2005). Otro grupo de estudios relaciona las habilidades personales de los políticos, la calidad del gobierno y su grado de profesionalización, prestando especial atención a la cuestión de los salarios percibidos (Gagliarducci y Nannicini 2013).

En resumen, todas estas contribuciones han creado un cuerpo de literatura que sostiene la tesis de que una de las mejores maneras de medir la calidad de los políticos es considerar sus atributos personales ya que estos repercuten en la calidad de su gestión (Hayo y Neumeier 2013; Jochimsen y Thomasius 2012; Moessinger 2012).

2. Criterios de valoración de la democracia

En las dos últimas décadas se han abierto líneas de investigación que tienen como objetivo dotar de un soporte teórico a conceptos como calidad de la democracia, desarrollo democrático, consolidación de la democracia o institucionalización democrática, a la vez que se han realizado propuestas para su medición (Beetham 1994; Coppedge, Gerring y Lindberg 2012; Diamond y Morlino 2004; Levine y Molina 2011; Morlino 2012; Munck 2009, entre otros).

Pese a que existen diversas aproximaciones al estudio de los atributos cualitativos de la democracia, estas pueden juntarse en tres grandes grupos (Barreda 2010). El primero integra las aproximaciones basadas en una concepción procedimental de la democracia, siguiendo la noción de poliarquía de Dahl (1971). De este modo, la democracia es concebida como un conjunto específico de procesos que regulan el acceso al poder político. Un segundo grupo está conformado por los trabajos vinculados a enfoques normativos y a diferentes tradiciones de la teoría política. Como principal diferencia respecto al grupo anterior, esta aproximación se destaca sobre todo por sus aportes en el ámbito de la reflexión teórica sobre lo que hace "buena" a una democracia (Held 2007). Por último, están las investigaciones que se enmarcan en una posición intermedia y se caracterizan por resaltar la importancia de los aspectos institucionales, pero incorporan elementos normativos sin renunciar al análisis empírico. En este último enfoque se encuentran aportes como el de O'Donnell (2004), Diamond y Morlino (2004), Hagopian y Mainwaring (2005) y Levine y Molina (2007).

La definición de Morlino (2012) sobre calidad de la democracia resume bastante bien los aspectos señalados por la literatura, al afirmar que se trata de una estructura institucional estable que permite que los ciudadanos alcancen la libertad e igualdad mediante el legítimo y correcto funcionamiento de sus instituciones y mecanismos. En esa definición se identifican tres dimensiones del concepto: 1) calidad en términos de resultados (el régimen debe estar ampliamente legitimado y satisfacer completamente a sus ciudadanos), 2) calidad en términos de contenidos (ciudadanos y organizaciones deben gozar de libertad e igualdad) y 3) calidad en términos de procedimientos (los ciudadanos deben tener el poder de verificar y evaluar si su gobierno persigue los objetivos de libertad e igualdad siguiendo las reglas del Estado de derecho).

A pesar de que los conceptos anteriores no ponen énfasis en el papel de los actores políticos, su estudio es fundamental para valorar la calidad y rendimiento democráticos, puesto que son los políticos quienes accionan la maquinaria institucional. Morlino (2009) insiste en la necesidad de estudiar la relación entre la calidad de la élite política y la calidad de la democracia, pero no profundiza en el argumento ni desarrolla una metodología de análisis, como sí lo hace con otros factores. No hay que olvidar que las instituciones -uno de los elementos observados por todos los teóricos de la calidad de la democracia- tienen un papel relativamente autónomo dentro del proceso político, aunque no de supremacía ni de subordinación. Es ahí donde actúan los políticos al generar estrategias de adaptación o resistencia, buscando maximizar beneficios y reducir sus pérdidas, llegando incluso a modificar las mismas instituciones.

El amplio debate sobre la operacionalización de los atributos de la democracia (García y Mateos 2006) se ha reflejado en varias propuestas analíticas cristalizadas en distintos índices que miden los rasgos de las democracias y de los elementos a ella asociados. En la sección correspondiente se presentan estos índices y sus criterios, a la vez que se desarrollan los resultados obtenidos por los países de la región.

3. Calidad de la democracia y rasgos de los políticos: el caso de los presidentes

Como ya se ha dicho, este trabajo busca establecer relaciones entre el tipo de político que llega a la presidencia y las características de la democracia del país en el que ocupa el cargo. Para medir los rasgos de las democracias se toma como referencia los indicadores desarrollados en el siguiente apartado, mientras que para el análisis de los políticos se atiende a tres grupos de variables. En primer lugar, se presentan los datos relativos a las características sociodemográficas de los presidentes latinoamericanos. En concreto, se atiende a su edad, género, lugar de nacimiento, nivel de estudios y profesión. En segundo lugar, se aporta información relativa a su trayectoria previa a la presidencia, haciendo referencia a la duración media de la carrera, el número de cargos ocupados y el cargo anterior a ser presidente. Por último, se presta atención a su trayectoria partidaria (tabla 1). Los presidentes incluidos en el análisis son todos aquellos que han accedido a la presidencia mediante un proceso electoral, dejando fuera del análisis a aquellos que llegaron por designación o mediante cualquier otro procedimiento al margen de las urnas.

La selección de este grupo de variables para el análisis de los presidentes responde a que, además de haber sido subrayadas por la literatura especializada, son características objetivables que construyen la formación política. Dado que medir la calidad de un político implica tener en cuenta múltiples factores, las decisiones metodológicas adoptadas en este trabajo conducen a dejar fuera variables relacionadas con las capacidades y habilidades del líder y de su formación, pues son elementos subjetivos cuya medición requiere metodologías específicas e información fuera del alcance de esta investigación.

En resumen, a partir de los datos de la tabla 1, se puede establecer la hipótesis 1 que busca verificar si las democracias con mejores valoraciones cuentan con una clase política experimentada, con elevados niveles de formación y con una larga trayectoria tanto partidaria como en el ejercicio de la función representativa. Por el contrario, la hipótesis 2 establece que bajos niveles de valoración de las democracias favorecerían la aparición de outsiders o de personas con poca experiencia y con menor nivel formativo.

En cualquier caso, pese a las diferencias entre países,2 lo cierto es que los datos muestran que dentro de la región existe un apoyo mayoritario a la democracia. Así, el estudio del Latinobarómetro de 2013 lo sitúa, en términos agregados, en un 56%.3 Sin embargo, las cifras de satisfacción con la democracia descienden notablemente hasta ubicarse en un 36%.4 Tal como señalan Zovatto y Tommasoli (2013), estos bajos niveles de satisfacción con la democracia se deben a dos problemas centrales. En primer lugar, sólo el 25% de la población de la región considera que la distribución de la riqueza es justa. En segundo lugar, sólo el 28% piensa que se gobierna para el bien de todos.

Junto a estos dos elementos, los autores subrayan que hay que tener en cuenta que en la última década se llevaron a cabo intensas agendas de reformas constitucionales, políticas y electorales, dirigidas a equilibrar, ajustar y sintonizar los sistemas políticos con las dinámicas sociales. Asimismo, estas reformas fueron encaminadas a satisfacer las crecientes exigencias de una ciudadanía que cada vez reclama más y mejores niveles de representación, participación, eficacia, transparencia, rendición de cuentas y gobernabilidad.

Ahora bien, para evitar caer en particularidades y disminuir el efecto de la coyuntura en los rendimientos democráticos, en este trabajo se forman dos grupos de tres países con el fin de utilizar el método comparado basado en los sistemas más diferentes (Guy 1998; Llamazares 1995). Para seleccionar los casos se utiliza una representación HJ-Biplot. Se trata de una técnica de análisis que permite representar simultáneamente las distintas puntuaciones alcanzadas por los países en los índices en distintos años en un espacio de dimensión reducida (ver anexo 1). De esta forma no sólo se puede conocer la configuración de los sistemas democráticos de los países, sino también qué dimensiones son las responsables de dicha configuración. Gracias a esto podemos establecer con claridad cuáles son los países que integran cada uno de los grupos, a partir de lo cual se hace la comparación.

a) Características de la democracia y sus elementos en América Latina: una revisión de la última década

A continuación se lleva a cabo una revisión general de los datos desagregados por países que se encuentran en el anexo, para los años 2006-2014, de las siguientes instancias de medición de las características de los sistemas democráticos: Freedom House; Polity IV Project; el Índice de Desarrollo Democrático en América Latina (IDD); Índice de Democracia de EIU y el Índice de Transformación de Bertelsmann (BTI). A partir de estos, se construye la representación HJ-Biplot con la que se seleccionan los casos de democracias mejor y peor posicionadas, para luego comparar los casos con los rasgos de los presidentes.

Una primera aproximación al nivel de desarrollo democrático de los países de la región requiere prestar atención a los derechos y libertades garantizados por las instituciones. Para ello, el índice de Freedom House resulta una herramienta útil pese a que no es un instrumento de medición de la democracia per se. En realidad, únicamente mide dos componentes de la misma: las libertades civiles y los derechos políticos, tratándose más que de una evaluación del rendimiento de los gobiernos, de una valoración de los derechos y las libertades que gozan las personas.

Al ver el promedio de los datos recogidos por este índice para América Latina, se aprecia que existe un grupo de países conformado por Chile, Costa Rica y Uruguay que se mantiene de forma estable con las mejores valoraciones a lo largo del período estudiado. Por el contrario, países como Bolivia, Colombia, Honduras, Ecuador, Nicaragua y Venezuela se ubican a la cola. Los resultados de este índice a lo largo del tiempo evidencian también la estabilidad de la región y el comportamiento democrático de los países, puesto que en los últimos años únicamente se han experimentado variaciones en Colombia, Honduras, México, Nicaragua y Venezuela. En estos países el desempeño democrático ha empeorado.

El Polity IV Project, índice que tiene una orientación referida al desempeño de las instituciones, muestra resultados parecidos al anterior. Aquí también aparece un claro grupo a la cabeza, integrado por Chile, Uruguay y Costa Rica, países que obtienen una calificación máxima en la escala adoptada, aunque las diferencias con los otros países no son muy grandes. Una clara diferencia la marcan Ecuador y Venezuela. En 2013 fueron evaluados en una escala de 1 a 10 (donde 10 es el valor más positivo) con 5,5 el primero y 4 el segundo.

El índice de Desarrollo Democrático en América Latina (IDD) está compuesto por indicadores que miden los atributos de la democracia formal sobre la base de elecciones libres, sufragio universal, participación plena (dimensión I) y otros de la democracia real. Estos se articulan en tres dimensiones: respeto a los derechos políticos y libertades civiles (dimensión II), calidad institucional y eficiencia política (dimensión III) y el ejercicio de poder efectivo para gobernar (dimensión IV), escindida esta última en: capacidad para generar políticas que aseguren bienestar y eficiencia económica. En este sistema de indicadores Chile, Costa Rica y Uruguay presentan de nuevo los mejores valores.

Al ser un índice que observa más elementos de los sistemas democráticos y tener una escala decimal, las posiciones de los países ofrecen una mayor variabilidad. En esto difiere del anterior, cuyos datos casi no varían. En cuanto a la evolución del puntaje a lo largo del período estudiado, tan sólo cuatro -Bolivia, Brasil, Perú y Uruguay- han experimentado una mejora en el desarrollo democrático desde 2006. Por el contrario, la situación ha empeorado en El Salvador, Costa Rica, Guatemala y Panamá.

Economist Intelligence Unit (EIU) realiza una valoración cuantitativa y una escala cualitativa de los regímenes políticos de los países. El índice EIU es resultado de la integración de cinco variables: procesos electorales y pluralismo; funcionamiento del gobierno; participación política; cultura política y libertades civiles. Su puntuación distingue entre democracias plenas (8-10 puntos), democracias defectuosas (6-7,9 puntos), regímenes híbridos (4-5,9 puntos) y regímenes autoritarios (menos de 4 puntos).

Sus datos muestran un equilibrio en la región entre los países que han mejorado y empeorado la calidad de su democracia. Según el índice, hay diez países que han mejorado la calidad de su democracia: Argentina, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, México, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay. Por otro lado, ocho han obtenido peores calificaciones: Bolivia, Brasil, Chile, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá y Venezuela. Pero las posiciones en los extremos de la tabla casi no difieren si se compara con los otros países.

Por último, el Índice de Transformación de Bertelsmann (BTI) es el resultado de la agregación de los dos subíndices que miden el estado de la democracia (integrado por cinco criterios: nivel de estatismo, estado de derecho, participación política, estabilidad de las instituciones democráticas e integración social y política) y el de la economía de mercado (integrado por siete criterios: rendimiento económico, sustentabilidad, régimen de bienestar, propiedad privada, estabilidad monetaria y de precios, organización del mercado y nivel socioeconómico). Sin embargo, ofrece valores similares a los anteriores. Uruguay, Chile y Costa Rica siguen constituyendo la triada con mejores resultados, mientras que Venezuela, Ecuador, Guatemala y Nicaragua registran los peores puntajes. Asimismo, se observa cierto equilibrio en los avances y retrocesos en los niveles de calidad de la democracia.

A partir de estos cinco indicadores y recurriendo a un ejercicio que ya se realizó en un trabajo anterior (Alcántara 2014), se lleva a cabo la integración de las cuatro mediciones abordadas y recogidas en el anexo mediante la técnica HJ-Biplot. Esta permite realizar una representación gráfica de datos multivariantes de la información recogida,5 presentando un formato que admite señalar la existencia de cuatro distintas familias de países latinoamericanos, en relación con las características de sus democracias (gráfico 1).6 De esta manera, se pueden seleccionar los tres países con mejores y peores indicadores con el fin de compararlos con las características de sus presidentes.

A partir de los datos arrojados por el gráfico 1 se configuran dos grupos a comparar, siguiendo el diseño de los sistemas más diferentes. Por un lado, están los que muestran los mejores resultados: Chile, Costa Rica y Uruguay; resultado nada sorprendente si se observan los comentarios que se vienen haciendo a los resultados de los índices. La configuración del grupo de contraste resulta menos clara, pero Ecuador, Honduras y Guatemala son los países cuyos datos en los distintos índices los ubican a la cola del rendimiento de sus democracias (tabla 2). En este caso se ha dejado fuera a Venezuela porque indudablemente se trata de un valor atípico (outlier) desde el punto de vista estadístico y, sobre todo, porque el largo gobierno de Hugo Chávez aporta poca información debido a que no hay variación en las dimensiones analizadas.

b) Perfil de los presidentes en América Latina

Desde la tercera ola de democratización (Huntington 1994), América Latina ha contado con 112 presidentes electos, más veintitrés que ejercieron la presidencia por la muerte del titular, renuncia u otros motivos que impidieron al presidente electo completar su mandato. En vista de que algunos de ellos fueron reelectos, se podría decir que durante el período estudiado ha habido 138 presidencias (tabla 3).

La literatura relevante sobre los presidentes en América Latina a la hora de configurar las formas en que accedieron al poder ha insistido en el papel que han desempeñado los sistemas de partidos así como los propios partidos políticos, como filtros determinantes de la entrada en la política (Alcántara 2004; Mainwaring y Torcal 2005). Igualmente se han abordado los procesos de selección de candidatos (Alcántara y Cabezas 2013; Freidenberg y Sánchez 2002; Siavelis y Morgenstern 2008). Ambas aproximaciones han supuesto notables contribuciones para entender cómo se llega al poder. Sin embargo, este artículo, que no deja de obviar la importancia de estos mecanismos institucionales, se centra en la figura de los individuos ya en el poder presidencial, recogiendo exclusivamente variables sociodemográficas, de profesión, y de la propia experiencia política a través del concepto de carrera política.

Una primera conclusión que se puede observar al comparar los dos grupos tiene que ver con el origen de los presidentes. Mientras que todas las presidencias y todos los presidentes del grupo A han sido elegidos en las urnas, los países del grupo con peores resultados democráticos muestran un elevado número de casos no electos, hecho que puede ser evidencia de menor estabilidad institucional. Asimismo, se podría afirmar que ese tipo de escenarios permite que individuos sin los méritos políticos y el expertise necesario para el ejercicio de la presidencia accedan al cargo, en tanto que su elección no contará con los filtros propios del proceso electoral. Todo esto sin considerar el lastre que implica la baja legitimidad de su gobierno al no poder apelar a la delegación electoral como fuerza de su poder.

En principio la variable género parece no tener mayor incidencia debido al fuerte predominio de varones presidentes en todos los países. No obstante, hay seis países donde la Presidencia de la República ha sido ocupada por una mujer. Dos de ellos (Chile y Costa Rica) son los que integran el grupo A, es decir, el que agrupa a los países que cuentan con los mejores indicadores democráticos. Los otros cuatro países con presidentas son: Brasil, Panamá, Argentina y Nicaragua.

Tratando de dar un valor añadido a la presencia de mujeres en el Ejecutivo, se puede decir que tanto Michelle Bachelet, presidenta de Chile, como la costarricense Laura Chinchilla, contaban con una larga militancia y trayectoria en el partido y tenían además experiencia de gestión como ministras. Comparando todos los casos de presidentas puede afirmarse que, aunque todas ellas han sido presidentas electas y contaban con méritos propios para el ejercicio del cargo, hay una división en dos grupos. Por un lado, están las dos presidentas del grupo A (Bachelet de Chile y Chinchilla de Costa Rica), más la presidenta Rousseff de Brasil, que acceden al poder gracias, sobre todo, al capital mayoritariamente político o partidario propio, y en el otro, se combina el capital político con otro de naturaleza familiar (Mireya Moscoso en Panamá, Cristina Fernández en Argentina y Violeta Chamorro en Nicaragua). Este último, muestra una mayor correspondencia con países en los que el puntaje de calidad de la democracia disminuye.

Respecto a la edad media de llegada a la presidencia, Uruguay (62,2 años) y Chile (60,4 años), países integrantes del grupo A, cuentan con los presidentes que llegan al poder con más edad. Sin embargo Costa Rica, que también pertenece al grupo A, ha tenido presidentes con una edad promedio similar a la de los presidentes de los países con menores rendimientos democráticos (ver tabla 4). Ello podría invitar a pensar que la edad no es una variable importante a la hora de medir la calidad de los políticos. No obstante, puede parecer razonable considerar que a medida que aumenta su edad las personas acumulan más experiencia vital que les puede llevar a valorar de forma más sosegada las decisiones tomadas y a ser menos impulsivos en el trato con los oponentes políticos En cualquier caso, cabe señalar que la elevada edad media con la que acceden a la presidencia los políticos uruguayos y chilenos se debe, en gran medida, a que gran parte de su clase política actual formó parte de la resistencia a las respectivas dictaduras, y, por lo tanto, no tuvo la oportunidad de ejercer el poder a edades más tempranas.

En los países del grupo B se detecta que sus dirigentes son más jóvenes. Esto se aprecia sobre todo en Ecuador, aunque no es el país con los presidentes más jóvenes de la región, posición ocupada por México con una edad promedio de 46,5 años. Pese a que no existe una relación directa y universal entre las características de la democracia y la edad media de llegada a la presidencia, sí se observa que los países con mayor puntaje cuentan con presidentes de mayor edad, y, por tanto, más experiencia. No obstante, para el caso de los países con valores medios o bajos de democracia la relación no es tan clara al existir mayores diferencias en la media de edad.

El dato relativo al lugar de nacimiento de los presidentes ofrece información sobre las dinámicas internas de los países, si bien hay que señalar el sesgo de la muestra que no recoge ningún caso de país federal. En los casos del grupo A, son países cuyas capitales son las ciudades más pobladas y ejercen un claro liderazgo económico, cultural y político en el país del que forman parte, lo que a la vez refleja cierto centralismo en sus sistemas políticos. Por su parte, en el grupo B se encuentran países como Ecuador y Honduras, cuyas principales ciudades -Guayaquil y San Pedro Sula respectivamente- no son capitales. Esto se traduce en el desarrollo de mayor diversidad política, que se manifiesta en formas diferenciadas de hacer o entender la política. Sin embargo, al ver el conjunto de los datos se observa que, independientemente de su lugar de nacimiento, la mayoría de los presidentes se trasladaron pronto a la capital y fue allí donde se socializaron políticamente, ya fuera a nivel partidario o institucional.

Junto con las características demográficas básicas, la educación y profesión de origen son otras variables a tener en cuenta. Respecto al papel de la formación académica como parte del capital político, hay que considerar que los estudios no constituyen únicamente un mecanismo de movilidad social, sino también de movilidad política (Best y Cotta 2000). No obstante, en Latinoamérica hay condicionantes -desigualdad socioeconómica estructural, dificultad en el acceso a la educación e inequidad en el sistema educativo- que hacen que los niveles de educación formal de una persona sean más bien indicadores de elitismo. Es decir, de pertenencia a sectores más privilegiados en lugar de un mecanismo de movilidad social (Rivas, Vicente y Sánchez 2010).

Generalmente, los presidentes presentan un elevado nivel educativo aunque su formación académica suele ser inferior a la de los legisladores, en gran parte debido a que el intervalo de diputados que provienen de cohortes generacionales en las que los estudios universitarios de posgrado se han generalizado es bastante mayor. El hecho de que algunos presidentes no hayan terminado la universidad puede ser explicado, al menos en parte, por la historia política de sus países. De este modo, cabe tener en cuenta situaciones como el exilio o procesos de fuerte movilización social que contribuyeron a una temprana y absoluta dedicación a la política.

En cuanto a la consideración del nivel de estudios (tabla 5), otra vez Chile (60%) y Uruguay (80%) cuentan con porcentajes considerablemente superiores al resto, en términos de presidentes con estudios de doctorado. Si se retoma el argumento de que la educación no es sólo un instrumento de movilidad social sino también política, el hecho de que ambos países cuenten con un predominio de presidentes con estudios de doctorado refleja la existencia de procesos de socialización política más prolongados, dentro de un entorno académico. Por el otro lado, Honduras y Guatemala tienen los presidentes con niveles de estudio más dispersos dentro de los estratos contemplados, aunque no es una diferencia sustancial porque Costa Rica, que forma parte del grupo A, cuenta con presidentes sin estudios universitarios.

Asimismo cabe resaltar que sólo en países con bajos estándares democráticos ha habido presidentes con formación militar. De este modo, pese a ser presidentes electos, resulta interesante subrayar cómo a medida que disminuye el puntaje de los indicadores de calidad, aumenta el vínculo entre política y milicia.

Por último, en relación con la profesión de origen (tabla 6), no parecen existir relaciones entre el oficio desempeñado y el rendimiento del sistema democrático. Sin embargo, hay una supremacía de presidentes dedicados al Derecho y destaca el porcentaje de aquellos vinculados a los negocios, lo que de cierta manera refleja las crecientes conexiones entre la política y el mundo empresarial en América Latina. No cabe duda de que el éxito en la actividad empresarial puede ofrecer a una persona visibilidad pública y esta repercutir en las opciones político-electorales de la misma (Ai Camp 1995; Joignant y Güel 2011).

En los países del grupo B, resultan evidentes dos tendencias que marcan una clara diferencia respecto al primero. Por un lado, existe un elevado porcentaje de personas dedicadas a los negocios que, posiblemente, llegan al Ejecutivo sin la debida experiencia en el sector público o que quieren imponer modelos de gestión propios del sector privado. Actitudes ambas que no siempre repercuten en beneficio de una mejor democracia, existiendo también, aunque no en todos los casos, la idea de aproximarse al control del Estado como mecanismo de lucro y negocios, como se vio en el caso del presidente Martinelli en Panamá. Por otro lado, se presenta el fenómeno de los presidentes-militares del que ya se habló.

Para el estudio de la trayectoria política, en primer lugar se analiza la duración media de la carrera política hasta la presidencia, la cual se ha contabilizado desde el momento en el que ocuparon el primer cargo público, sea electo o por designación, hasta la llegada al Ejecutivo. Este dato parece no presentar ninguna tendencia general, puesto que en los dos grupos se pueden encontrar carreras de muy diferente duración. Sin embargo, sí que resulta importante señalar que en los países mejor calificados no existen trayectorias breves (tabla 7).

Se puede afirmar que en los países con mejores puntajes, los individuos que acceden a la Presidencia de la República cuentan con una trayectoria política previa relativamente larga, sin que se dé el caso de la llegada de outsiders al poder. Una larga trayectoria permite la acumulación de capital político en forma de conocimiento de las instituciones, de las estructuras partidarias, de la práctica política y el establecimiento de redes.

En lo que tiene que ver con los cargos de elección popular y de designación ocupados antes de la presidencia, puede observarse cómo los países con mejores niveles de democracia muestran, por lo general, una media de número de cargos más elevada que aquellos con niveles inferiores. De este modo, Ecuador y Guatemala, países del grupo B, presentan, sumando los cargos de elección popular y de designación, valores inferiores a 2. A priori, este dato indicaría que sus presidentes tuvieron menor experiencia en el ejercicio de la representación, y, en cierto sentido, contaron con un menor capital político en ese aspecto. Aquí cabe explicar la particularidad de Chile que también muestra una media reducida si se suman los cargos de elección y de designación. La explicación puede encontrarse en que sus periodos de gobierno fueron más largos al inicio de la transición que en el resto de la región (6 años), además de ser el país con la transición a la democracia más tardía de América del Sur.

Resulta claro que únicamente en los países con bajos niveles de rendimiento democrático han sido electos outsiders para la Presidencia de la República (tabla 8). De ello se extrae que, si bien no todos los países con baja calidad democrática cuentan con outsiders, estos sólo se observan en contextos de puntajes negativos.

Por último, la tabla 9 recoge información relativa al último cargo público ocupado antes de la presidencia. Como Ecuador es el único país que permite la reelección en el periodo estudiado, existe la posibilidad de que se registre el de presidente como el cargo inmediatamente anterior. Una vez hecha esta puntualización, se aprecia que los datos vuelven a evidenciar lo mismo que la tabla 8: únicamente en países con bajos niveles de democracia se muestran porcentajes de presidentes que no han ocupado ningún cargo antes de llegar al Ejecutivo. Esto evidentemente repercute en los elementos que se venían anotando sobre la experiencia y la construcción de capital político, a la vez que muestra la incapacidad del sistema para impedir que accedan a la presidencia personas sin carrera. Por lo demás, no parece existir una clara relación entre el último cargo ocupado y la valoración de la democracia.

Finalmente, uno de los aspectos a los que parece estar más vinculado el rendimiento del sistema democrático y los políticos es a su trayectoria dentro de un partido político. Esto resulta consistente desde el punto de vista teórico debido a que los partidos son las organizaciones que canalizan la participación y representación política en los sistemas democráticos, volviendo muy difícil acceder a un cargo de elección al margen de ellos en las democracias consolidadas (Alcántara y Cabezas 2013; Freidenberg y Sánchez 2002; Siavelis y Morgenstern 2008). Además, no hay que olvidar que una de las funciones de los partidos políticos es la selección y reclutamiento de dirigentes políticos, y que, por tanto, es de esperar que las democracias consolidadas cuenten con partidos fuertes que desarrollen esta tarea.

Al observar los datos, se aprecia que aunque todos los presidentes llegan bajo la etiqueta de un partido (muchas veces usada de forma instrumental y estratégica por parte de los candidatos como ya se ha expresado anteriormente), se pueden detectar diferencias. Bajo la categoría que aquí se enuncia como partido con recorrido, se agrupan aquellas organizaciones partidarias que no se crearon únicamente como plataforma electoral sino que perviven en el tiempo. De acuerdo con los resultados, el porcentaje más bajo de presidentes que llegaron al cargo con partidos con recorrido corresponde a países con democracias peor valoradas (Ecuador con un 62,5% y Guatemala con un 57,1%) ( tabla 10). Algo similar ocurre con la variable transfuguismo, entendiendo como tal el cambio de la formación por la que el candidato fue elegido a otro partido, puesto que sólo se presenta en países con bajos puntajes. Vuelve a repetirse un patrón ya observado: no todos los países que cuentan con esta condición tienen bajos niveles de democracia, pero esta condición sólo se evidencia en este grupo de países.

Conclusiones: posibles relaciones entre democracia y políticos en América Latina

Este trabajo ha explorado la relación existente entre las características de los sistemas políticos y sus líderes. A partir de un análisis comparado entre diferentes países de la región se evidencia que a medida que incrementa la calidad de los sistemas políticos existe una tendencia a que también lo haga la calidad de sus políticos o, al menos, disminuye la probabilidad de que accedan líderes con menores niveles de formación y profesionalización política. En este sentido, los países que presentan mejores puntajes en los diferentes índices que miden atributos de los sistemas políticos, son los mismos que cuentan con presidentes con trayectorias políticas, en promedio, más largas, tanto a nivel partidario como en el ejercicio de la representación, dificultando el acceso de outsiders.

Sin embargo, en el fondo siempre estará latente la siguiente pregunta: ¿los sistemas democráticos que funcionan bien producen o seleccionan políticos de calidad o se trata simplemente de evitar el acceso al poder de los menos capacitados? Cuestión que dejamos planteada para nuevas investigaciones.

Al tratarse de un ejercicio que ha seguido una estrategia descriptiva-inductiva, este trabajo abre la posibilidad de llevar a cabo estudios que expliquen mejor los mecanismos teóricos para la selección de políticos idóneos. En este sentido, todo parece indicar que debe darse una combinación entre mecanismos institucionales, con capacidad de selección adecuada de las élites, y carreras políticas más profesionalizadas. Esta mixtura es más pertinente en situaciones en las que la institucionalización de los sistemas de partidos es precaria. Complementariamente, parece indudable que la coyuntura actual, presente en buen número de países latinoamericanos, vincula la calidad democrática con el diseño de mecanismos institucionales y la trayectoria histórica, pero también con la calidad de sus líderes.

El presente trabajo pretende, por tanto, contribuir a la discusión sobre un aspecto que no ha sido considerado en términos comparados y cuyo carácter circular hace del mismo un dilema incómodo. ¿Son los líderes producto de los diseños institucionales? ¿Hasta qué punto la calidad de los líderes es endógena o es un mero producto de los mecanismos de selección y de continuidad de la carrera política? ¿Cuál es el peso de los diferentes tipos de capital con que se construye el capital político de los líderes? ¿Qué nivel de institucionalización tiene que tener un sistema político para que sea determinante el capital político de los líderes? Se trata de cuestiones pertinentes con las que este texto se siente vinculado y que suponen ejes de análisis futuros.

Anexos


Comentarios

* El presente artículo forma parte una investigación más amplia, todavía en curso, sobre el perfil de los presidentes latinoamericanos y su influencia en el desempeño democrático de sus países. Fruto de este trabajo se han realizado otras contribuciones académicas de futura publicación, como el trabajo "Latin American Presidents (1978-2015): a comparative perspective". En Presidents and Executives in Perspective, editado por Ignacio Magna. Esta investigación cuenta con financiación de los proyectos "Congruencia política y representación: élite parlamentaria y opinión pública en América Latina", con referencia CSO2012-39377-C02-01, y "Actividad legislativa, carrera política y sistema electoral: cómo se configura la representación política en América Latina", con referencia CSO2012-39377, ambos financiados por el Ministerio de Economía del Gobierno de España, por medio de la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación.

1 Para esta investigación se utilizan el índice de Freedom House, el indice Polity IV Project, el Índice Democrático de The Economist Intelligence Unit y el Índice de Transformación de Bertelsmann. Todos ellos miden diferentes atributos del sistema democrático y permiten identificar diferentes niveles de desempeño.

2 Cabe señalar que tras los procesos de transición a la democracia, iniciados con las elecciones dominicanas y ecuatorianas de 1978 y finalizados con las salvadoreñas de 1994, los países de América Latina han logrado consolidar procesos electorales competitivos y libres. Ello ha supuesto un cambio radical respecto al pasado, dado que nunca antes se había extendido durante un período de tiempo tan largo la celebración de elecciones de manera periódica. Junto a esto, se han logrado notables avances en materia de respeto a los derechos humanos y libertades civiles. Sin embargo, debe tenerse en cuenta la heterogeneidad de la región y el consiguiente distinto peso diferencial de sus propias experiencias políticas. Con respecto al peso específico del pasado hay que recordar en qué forma los legados políticos son diferentes en países que tuvieron largas experiencias democráticas como Chile y Uruguay, de otros como Guatemala y Honduras donde sucedió todo lo contrario.

3 No obstante, existen fuertes disparidades entre países. Los porcentajes más elevados se encuentran en Venezuela (87%), Argentina (73%) y Uruguay (71%). Por el contrario, los niveles más bajos se ubican en Honduras (44%), Guatemala (41%) y México (37%).

4 Aquí vuelven a hacerse patentes las diferencias regionales: Uruguay (82%) alcanza el porcentaje más elevado, seguido a cierta distancia por Ecuador (59%) y Nicaragua (52%). Por su parte, los valores más bajos son los registrados en Perú (25%), México (21%) y Honduras (18%).

5 De la misma manera que un diagrama de dispersión muestra la distribución conjunta de dos variables, un Biplot permite representar simultáneamente individuos y tres o más variables.

6 Para una mejor interpretación de los gráficos HJ-Biplot hay que tener en cuenta los siguientes aspectos: las variables (índices de democracia) se representan mediante vectores y los individuos (países) mediante puntos. La relación entre individuos y variables se obtiene a partir de la proyección perpendicular de los puntos sobre los vectores. La proximidad entre los puntos se interpreta como similitud entre los casos. Proyectando perpendicularmente cada uno de los puntos que representan a los países sobre los vectores que representan a las variables obtenemos perfiles de países con características similares en los índices de democracia.


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RECIBIDO: 1 de noviembre de 2015 APROBADO: 15 de diciembre de 2015 MODIFICADO: 14 de enero de 2016