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Colombia Internacional

Print version ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.111 Bogotá Jul./Sept. 2022  Epub July 26, 2022

https://doi.org/10.7440/colombiaint111.2022.03 

Tema libre

La economía política cultural: un campo emergente para el análisis de las transformaciones contemporáneas del Estado capitalista*

Cultural Political Economy: An Emerging Field for the Analysis of Contemporary Transformations of the Capitalist State

A economia política cultural: um campo emergente para a análise das transformações contemporâneas do Estado capitalista

Juan Camilo Arias Mejía** 

**Es historiador, magíster en Estudios Políticos y doctor en Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Coordinador de la línea de investigación Justicia Social, Desarrollo Humano y Neoliberalismo de la Maestría en Educación y Derechos Humanos de la Universidad Autónoma Latinoamericana (Unaula),Colombia. En publicaciones recientes se ha preocupado por la teoría latinoamericana del Estado y las transformaciones asociadas con el capitalismo global: Arias-Mejía, Juan Camilo y Leonardo Granato, eds. 2021. La cuestión del Estado en el pensamiento social crítico latinoamericano (Medellín: Fondo Editorial Unaula) y Arias-Mejía, Juan Camilo. 2019. “Além de uma teoria geral do Estado capitalista: o pensamento latino-americano ‘forte’ e os desafios do capitalismo global”. Debates, 13 (1): 78-105. https://doi.org/10.22456/1982-5269.87970 jcariasm1@gmail.com juancvasquez@ut.edu.co


RESUMEN

Objetivo/contexto:

Este artículo propone alternativas metodológicas y conceptuales para abordar las transformaciones del Estado capitalista en un contexto global desde una perspectiva marxista.

Metodología:

En primer lugar, retomamos los aportes teóricos de Nikos Poulantzas y su importancia en los debates sobre la forma-Estado y los procesos de internacionalización. Posteriormente, exponemos los elementos centrales del enfoque estratégico relacional (EER) planteado por Jessop para la comprensión de las selectividades estratégicas que operan dentro del Estado, con énfasis en las selectividades de naturaleza discursiva.

Conclusiones:

Como una alternativa novedosa para el estudio de las selectividades discursivas, presentamos la economía política cultural (EPC) en tanto propuesta que, en términos teóricos y metodológicos, puede aportar elementos para el análisis de los imaginarios políticos y económicos, así como de su papel en la reproducción global de la hegemonía y el cambio social.

Originalidad:

Se aborda la vigencia de un campo de estudios transdisciplinar emergente para el análisis del Estado en el capitalismo global que, pese a su potencia, cuenta con poca literatura en español que profundice en la materia. Asimismo, se destaca su importancia a la hora de ir más allá del “nacionalismo metodológico” y analizar la interacción de escalas nacionales e internacionales en la transformación de los proyectos de Estado. Por último, se enfatiza en los vacíos que tanto en términos empíricos como teóricos persisten sobre las modificaciones que la globalización neoliberal ha supuesto para los Estados capitalistas dependientes o periféricos.

PALABRAS CLAVE: Economía política cultural; Estado capitalista; globalización; análisis crítico del discurso; neoliberalismo

ABSTRACT

Objective/Context:

This article proposes methodological and conceptual alternatives to address the transformations of the capitalist State in a global context from a Marxist point of view.

Methodology:

First, we review some theoretical contributions of Nikos Poulantzas and their importance within the debates on State formation and internationalization processes. Subsequently, we expose the central elements of the Strategic-Relational Approach (RSA) proposed by Jessop to understand the strategic selectivities that operate within the State, with an emphasis on selectivities of a discursive nature.

Conclusions:

As an alternative field for the study of discursive selectivities, we present Cultural Political Economy (CPE) as a proposal that, in theoretical and methodological terms, can provide elements for the analysis of political and economic imaginaries, as well as their role in the global reproduction of hegemony and social change.

Originality:

We address the validity of an emerging field of trans-disciplinary studies to analyze the State in global capitalism, which, despite its possibilities, has little literature in Spanish. Likewise, its importance is highlighted for overpassing “methodological nationalism” and analyzing the interaction of national and international scales in the transformation of State projects. Finally, emphasis is placed on the gaps that persist both in empirical and theoretical terms regarding the modifications that neoliberal globalization has meant for dependent or peripheral capitalist States.

KEYWORDS: Cultural political economy; capitalist State; globalization; critical discourse analysis; neoliberalism

RESUMO

Objetivo/contexto:

Este artigo propõe alternativas metodológicas e conceituais para abordar as transformações do Estado capitalista em um contexto global a partir de uma perspectiva marxista.

Metodologia:

Em primeiro lugar, voltamos às contribuições teóricas de Nikos Poulantzas e sua importância nos debates sobre a forma-Estado e os processos de internacionalização. Posteriormente, expomos os elementos centrais da Abordagem Relacional-Estratégica proposta por Jessop para a compreensão das seletividades estratégicas que operam no Estado, especialmente as seletividades de natureza discursiva.

Conclusões:

Como uma nova alternativa para o estudo das seletividades discursivas, apresentamos a Economia Política Cultural como uma proposta que em termos teóricos e metodológicos pode fornecer elementos para a análise dos imaginários político e econômicos, bem como seu papel no reprodução global da hegemonia e mudança social.

Originalidade:

Aborda-se a validade de um campo emergente de estudos transdisciplinares para a análise do Estado no capitalismo global, que, apesar de suas possibilidades, possui pouca literatura em espanhol que se aprofunde no assunto. Da mesma forma, destaca-se sua importância ao ir além do “nacionalismo metodológico” e ao analisar a interação das escalas nacional e internacional na transformação dos projetos de Estado. Finalmente, são enfatizadas as lacunas que persistem tanto em termos empíricos quanto teóricos sobre as modificações que a globalização neoliberal significou para os Estados capitalistas dependentes ou periféricos.

PALAVRAS-CHAVE: Economia política cultural; Estado capitalista; globalização; análise crítica do discurso; neoliberalismo

Introducción

Aunque el concepto materialista del Estado derivado de la propuesta de Marx ha sido acusado como una variación del instrumentalismo y el determinismo económico, aproximaciones posteriores a su obra permiten observar que la relación allí instaurada entre las formas económicas, políticas y jurídicas de las sociedades capitalistas es, en efecto, más compleja. Fue justamente esta la tarea que, durante la segunda mitad del siglo XX, emprendió el pensador griego Nikos Poulantzas (1979, 2007), y abrió así un campo de estudios novedoso en torno al Estado capitalista que le ha valido a su obra el ser considerada como un clásico moderno, indispensable a la hora de abordar las transformaciones estatales asociadas con los procesos de internacionalización de las relaciones capitalistas (Jessop 2011). Tomando como punto de partida el hecho de que la forma política adecuada en la modernidad se encuentra relacionada con los procesos de acumulación del capital, Poulantzas (1979) llevó a cabo una crítica a la naturalización del Estado, bien como sujeto colectivo transhistórico o como el instrumento que bajo plena conciencia emplea la clase en el poder. En cambio, retomando de manera crítica aportes de la analítica de Foucault (1980, 1992), lo abordó más bien como el campo estratégico en el que se condensan las relaciones de tensión entre las distintas clases y fracciones de clases sociales. Esto es, el Estado no se reduciría ni a un instrumento de dominio ni a un sujeto colectivo, sino que sería la expresión relacional y contingente de las estrategias en competencia desplegadas por los distintos grupos que componen a las formaciones sociales capitalistas. Este aporte resultó de crucial importancia para la transición del Estado instrumento a la forma-Estado, que sintetiza parte de los debates sostenidos por la teoría materialista en la segunda mitad del siglo XX (Archila 1980).

Si bien el economicismo y el estructuralismo eran todavía influyentes a comienzos de los años setenta, los enfoques y conceptos que se construyeron a partir del trabajo de Poulantzas minaron la aparente unidad interna del Estado y problematizaron el grado de “autonomía relativa” que este podría llegar a presentar. A partir de entonces, los esfuerzos de la teoría materialista apuntaron más bien a pensar el Estado como un “momento de la totalidad de las relaciones sociales del capitalismo y no como un sujeto/instrumento reificado” (Holloway 1993, 11). Por consiguiente, más que como una institución, el Estado capitalista sería visto como una forma social cristalizada que, al tiempo que afecta, es afectada por las relaciones necesarias para la reproducción ampliada del capital (Hirsch y Kannankulam 2011). De allí que todo intento por construir una teoría general del Estado, al dejar a un lado su estrecha relación con el desarrollo del capitalismo en las distintas formaciones sociales, induzca a generalidades que no logran captar sus rasgos específicos. En consecuencia, desde enfoques recientes de esta tradición de la teoría política, no es posible comprender las transformaciones que ha presentado la forma-Estado a partir de las últimas décadas del siglo XX sin comprender, a su vez, los cambios que han tenido lugar en las relaciones sociales que dan sustento a los regímenes de acumulación y producción del capitalismo a nivel global (Hirsch 2005; Holloway 1993; Jessop 2015).

Es por ello que, antes de presentar la economía política cultural propuesta por Jessop y Sum (2013) como una alternativa novedosa para el análisis de las transformaciones recientes del Estado capitalista, es necesario introducir algunos de los elementos centrales en los debates marxistas en torno a la globalización y la forma política. Asimismo, definir los rasgos más importantes del enfoque estratégico relacional (EER) propuesto por Jessop (1999) como una manera de sintetizar los elementos teóricos y metodológicos para el análisis del Estado capitalista en la obra de Nikos Poulantzas. Una vez hecho lo anterior, ubicaremos el lugar que ocupa el discurso en la instalación de las selectividades estratégicas que producen, reproducen y delimitan el poder del Estado, haciendo énfasis en la importancia de los imaginarios económicos y proyectos de Estado como mecanismos de producción de la hegemonía a escala global.

La forma política del capitalismo y la internacionalización del Estado

Las reflexiones anteriores, pese a tener un carácter a menudo bastante abstracto, han permitido análisis importantes sobre el Estado capitalista y sus transformaciones recientes. Desde la interpretación de las expresiones autoritarias asociadas con el desmantelamiento del Estado de bienestar, que de manera temprana realizó Poulantzas (1979, 247-305), hasta la emergencia de las nuevas formas jurídicas que han hecho posible la transnacionalización del capital (Piccioto 2011), la teoría materialista ha demostrado ser un campo de estudios vigoroso capaz de asociar las transformaciones presentadas por las distintas formas del capitalismo global. Es así como, ante las diversas y profundas repercusiones políticas generadas por la caída del sistema de Bretton Woods y la crisis del fordismo, tanto Hirsch (2005) como otros representantes de esta corriente (Brand, Görg y Wissen, 2013; Demirovic 2011) han resaltado la importancia de no tomar al Estado nación moderno como una realidad dada de antemano, autodefinida y estática, sino más bien como una forma política históricamente relacionada con los cambios generales del capitalismo. Esto, sin embargo, dista de lecturas economicistas o reproducciones simples de la metáfora empleada por Marx (1973) a propósito de las formas políticas y jurídicas como expresión de la superestructura ideológica, desarrollada esta última a partir de las formas predominantes de propiedad y explotación. Desde una perspectiva materialista contemporánea, el Estado moderno y el sistema internacional de Estados componen la forma política que ha hecho posible el desarrollo desigual y combinado del capitalismo a través de la competencia interestatal, incluso en un contexto que ha suscitado impresiones sobre su eventual disolución ante un mercado autorregulado como lo es la globalización neoliberal (Gerstenberger 2011).

La forma-Estado de las sociedades capitalistas se encuentra determinada por la separación entre la economía y la política como dos momentos distintos y delimitados del antagonismo social (Hirsch 2005; Jessop 2015). Lo anterior significa que el Estado capitalista se muestra como una esfera relativamente abstraída y autónoma respecto a la sociedad en su conjunto, que debe de manera constante producir y redefinir los límites de “lo político” con el fin de canalizar en su interior las luchas sociales; así adquiere, paradójicamente, su unidad con la sociedad al separarse formalmente de esta. En esta dirección, Holloway señala que: “Hablar del Estado como forma rigidizada de las relaciones sociales es hablar de su separación de, y al mismo tiempo de su unidad con, la sociedad” (1993, 13). Esto indica que el desarrollo de las relaciones capitalistas de producción se encuentra vinculado con lo que Weber (2002) denominó el monopolio legítimo de la fuerza o, en otras palabras, la separación de los medios de coerción violenta respecto a todas las clases sociales, incluidas las clases dominantes, y su contención en el Estado como forma rigidizada que permite dirimir los conflictos derivados de la competencia entre clases e individuos formalmente libres.

Debido a lo anterior, lo que Poulantzas (1991 a, 1991b) planteó como la autonomía relativa del Estado moderno, su delimitación específica con relación a la sociedad, más que una coincidencia o resultado de la voluntad de los actores, sería la expresión formal de la institucionalidad del Estado en las sociedades capitalistas. Esta aseveración, aceptada en sus rasgos elementales por Hirsch (2005), representó un avance importante para la teoría materialista del Estado, pues contribuyó a que este no fuera considerado como un simple instrumento de clase o el ejército privado de la burguesía -aun cuando los intereses de esta clase social en particular tiendan a prevalecer de manera selectiva-, sino más bien como el campo estratégico en el cual se cristalizan y contienen los conflictos e intereses de todas las clases en las sociedades capitalistas.

Asimismo, la relación de codefinición entre la forma política y el desarrollo del capitalismo condujo a autores como Hirsch y Kannankulam (2011) a trascender el economicismo de lecturas deterministas de la obra de Marx y sostener, por el contrario, que el Estado no es el mero reflejo de las fuerzas materiales de producción, aun cuando su estructura se encuentre estrechamente relacionada con estas. Las formas jurídicas y políticas, al igual que la forma económica del valor, son parte constitutiva de la estructura del capitalismo y deben ser analizadas tanto en su especificidad como en sus modos de interacción:

La economía no antecede a la política ni teórica ni históricamente […]. La forma económica y política caracterizan la manera en que la sociedad capitalista obtiene su capacidad de cohesión, sustentabilidad y desarrollo a pesar de sus contradicciones antagónicas y a través de ellas. (Hirsch 2005, 168)

Por lo tanto, la cuestión en este sentido no radica en encontrar el modo en que lo económico determina en “última instancia” a lo político, sino en cómo se articulan las distintas formas sociales del capitalismo a la hora de producir las transformaciones históricas, en este caso, del Estado. Dicho en otros términos, el Estado nación moderno es capitalista no porque refleje en su disposición institucional a las fuerzas materiales de producción, sino porque hace parte integral de estas tanto desde su forma como desde sus funciones (Hirsch y Kannankulam 2011).

Dado que ni la globalización ni el Estado son fenómenos determinados por una exterioridad claramente delimitada, asumir que este último se encuentra en un retroceso ante las fuerzas del libre mercado puede conducir a no reconocer la compleja interacción que existe entre la globalización como un nuevo momento histórico del capitalismo y las transformaciones contemporáneas del Estado en tanto expresión de la forma política que la ha hecho posible. Esto equivale a decir que, para la teoría materialista, más que un fenómeno exógeno a lo político, la globalización neoliberal es parcialmente el resultado de las transformaciones generales presentadas por el Estado a partir de la década de los setenta. Por otra parte, suponer que los distintos Estados nacionales languidecen ante un mercado mundial que tiene la capacidad de autorregularse conlleva desconocer el importante papel que en la actualidad desempeñan tanto estos como el sistema internacional en la reproducción global y diferenciada del capital: el incremento de los servicios de seguridad, la creación de un ambiente institucional competitivo y la disposición de la infraestructura necesaria para atraer inversiones extranjeras son apenas algunos de los aspectos que el mercado mundial requiere para su funcionamiento y que deben ser asumidos por cada Estado individual (Hirsch y Kannankulam 2011; Jessop 2015; Piccioto 2011).

Esto, sin embargo, no conduce a afirmar que para la teoría materialista reciente no se hayan presentado cambios políticos sustanciales a partir de los años setenta del siglo XX. Todo lo contrario, la transformación del Estado, asociada con la internacionalización de las relaciones capitalistas (Poulantzas 1973, 1979), ha generado una tensión entre la forma política del capitalismo y su materialidad institucional que, si bien torna prematuras las voces que anuncian su disolución, sí tiende a reducir los niveles de “autonomía relativa” y altera así la base misma del Estado capitalista. Lo anterior ha derivado en condiciones favorables para la proliferación de crisis sociales y conflictos violentos alrededor del mundo (Hirsch y Kannankulam 2011; Jessop 2015). Aspectos como la creciente privatización de inversiones y funciones del Estado, las legislaciones que privilegian los flujos transnacionales de capital por encima de los intereses de la población nacional, el incremento de la deuda pública en los países capitalistas subordinados o la desregulación de los mercados financieros pueden conducir a un grado elevado de instrumentalización del poder político por parte de fracciones transnacionalizadas de las burguesías (Robinson 2007; Sklair 2002a, 2002b; Van der Pijl 1998). Esto, a mediano plazo, puede hacer insostenible el relativo equilibrio entre clases sociales que ha caracterizado al Estado moderno y llevarlo a recurrir a expresiones cada vez más autoritarias, incluyendo formas privatizadas del ejercicio de la coerción (Hirsch y Kannankulam 2011). Ante esta realidad, propia de las tres últimas décadas del siglo XX, la teoría materialista ha reaccionado señalando el carácter específico del Estado posfordista o, en otros términos, la internacionalización del Estado capitalista para aludir a las modificaciones políticas que han tenido lugar en el capitalismo global.

Con lo anterior, se hace referencia a la internacionalización de las escalas de regulación estatal y la forma en que ello ha incidido en las políticas sociales y económicas, lo que ha modificado tanto los proyectos políticos como el aparato de Estado a nivel nacional y local. A grandes rasgos, la transformación más importante en este sentido se refiere al desmantelamiento del Estado nacional keynesiano de bienestar (ENKB), el cual se concibe como el modo de regulación que discursiva, institucional y tecnológicamente permitió el desarrollo de un régimen de acumulación fordista después de la Segunda Guerra Mundial, basado en un círculo virtuoso de producción y consumo masivos en el mercado interno. El ENKB tuvo las siguientes características en materia de políticas económicas y sociales, escalas de regulación y modos de compensación de las fallas del mercado (Jessop 2002, 55-59). Las políticas económicas estuvieron centradas en la generación de empleo pleno y demanda interna, así como en la provisión de infraestructura que garantizara la producción y el consumo masivos. Esto requirió, entre otros elementos, de inversiones estatales en sectores estratégicos de la economía (como generación de energía, intermediación financiera y prestación de servicios sociales), el incremento de compañías públicas y una estructura de la propiedad compuesta fundamentalmente por capitales nacionales. Las políticas sociales estuvieron enfocadas en la negociación colectiva del conflicto salario-capital, con el reconocimiento por parte del Estado de las organizaciones sindicales como mediadoras, así como en la proliferación de normas favorables al consumo masivo, tales como salarios altos y contratos estables como medida de fortalecimiento de la demanda interna. Es en parte debido a esto último que el ENKB se encuentra asociado con la generalización de los derechos de bienestar en materia de salud, educación, pensiones, etc. La escala de regulación, en consecuencia, estuvo centrada en un nivel nacional, a través de una política social y económica favorable a la protección del mercado interno mediante el uso de barreras arancelarias a los capitales y bienes extranjeros. Por último, la relación entre el Estado y el mercado fue vista como de mutua dependencia, en la que el primero crearía condiciones favorables para el segundo y compensaría a través de políticas sociales sus falencias.

A partir del auge de la globalización neoliberal y la crisis del ENKB durante los años setenta -profundizada esta última en parte por la saturación de los mercados internos y el creciente déficit fiscal-, el modo de regulación centrado en la escala nacional abrió paso a una mayor dependencia de los flujos internacionales de capital (especialmente bajo la forma de créditos bancarios e inversión extranjera directa), lo que llevó a los Estados a adoptar políticas y discursos favorables a la competencia por atraer capitales internacionales hacia sus territorios (Holloway 1993; Hirsch y Kannankulam 2011; Piccioto 2011). Lo anterior estuvo acompañado de las presiones por parte de organismos multilaterales para liberalizar los mercados y levantar las medidas de protección internas (especialmente subsidios estatales a sectores estratégicos de la economía nacional, así como las barreras arancelarias a mercancías y capitales extranjeros); la privatización de activos, servicios y compañías estatales; el desmantelamiento de políticas laborales asociadas con el bienestar (especialmente salarios altos y esquemas estables de contratación), y un posicionamiento del Estado favorable al mercado en la tensión salario-capital que redundó en la deslegitimación de organizaciones sindicales y la flexibilización de las condiciones del trabajo. Asimismo, los aparatos de Estado competitivos a nivel internacional (especialmente los ministerios de finanzas y los bancos centrales) adquirieron un lugar predominante en los procesos de toma de decisiones -algunas veces, por fuera de todo control democrático-, al tiempo que las políticas y los discursos expresaron una nueva lógica general que, a grandes rasgos, coincide con la articulación entre redes públicas y privadas conocida como gobernanza (Brand, Görg y Wissen 2011). No obstante, el rumbo que tomarán las transformaciones del Estado producidas por la internacionalización es todavía incierto y por lo pronto solo se pueden hacer intentos de relativo éxito en la descripción del nuevo tipo ideal, tarea en la que además destaca la necesidad de una mejor comprensión del fenómeno en las formaciones sociales dependientes o periféricas (Jessop 2015).

El enfoque estratégico relacional y la internacionalización de los proyectos de Estado

Las modificaciones asociadas con la globalización a partir de 1970 han replanteado la forma en que funciona el orden internacional conformado por la Paz de Westfalia al: a) descentrar de una escala nacional-territorial las actividades reguladoras del Estado, y b) minar la coherencia interna de la economía y la sociedad civil (Brenner 2004, 70). A raíz de estos cambios, ha sido destacada la importancia de enfoques que permitan ir más allá del “nacionalismo metodológico” a la hora de comprender las nuevas formas de interacción entre escalas locales, nacionales y globales propiciadas por el capitalismo global (Brenner 2004; Pradella 2015, 2017; Robinson 2015). Gracias a sus esfuerzos por hacer frente a esta necesidad -entre otras, como el estatismo y el funcionalismo al analizar las transformaciones políticas recientes-, el trabajo de Jessop en los últimos años ha llegado a ser uno de los más representativos en términos analíticos y metodológicos para el estudio de las transformaciones contemporáneas del Estado (Jessop 1982, 1999, 2002, 2004, 2013, 2015). Tomando como punto de partida la obra de Poulantzas (1973, 1975, 1976, 1979, 2007) , Jessop diseñó el EER como una forma de abordar al Estado capitalista en tanto relación social y superar los límites de la noción “fantasmagórica” del poder político que, al atribuir un principio de unidad tanto al Estado como al sistema internacional de Estados, impide observar su carácter “frágil” y “fragmentario” (Jessop 2015, 30). En lugar de aproximarse al Estado como un sujeto unitario o un cuerpo institucional coherente, el EER concibe el ejercicio del poder estatal como una expresión contingente del balance cambiante de fuerzas entre clases y fracciones de clases sociales. En otros términos, más que un esquema institucional prefigurado, el Estado capitalista es, como sostuvo Poulantzas (1979), una relación social que condensa y refracta a través del despliegue de estrategias específicas las tensiones y luchas que tienen lugar tanto en su interior (entre los distintos aparatos del Estado) como en su exterior (en el sistema interestatal).

Aunque el balance de fuerzas entre las clases sociales y sus fracciones se condensa en los discursos, tecnologías de gobierno, disposiciones institucionales y bases sociales que son retenidas en un Estado nación específico, dichos elementos a su vez refractan y alteran el balance de fuerzas entre los grupos que compiten por la hegemonía en determinada formación social (Heigl 2011; Jessop 2015). El carácter fragmentario del Estado, entonces, se expresaría en el hecho de que tanto las distintas formas de Estado como de regímenes o imaginarios económico-políticos (el proyecto de Estado neoliberal entre ellos) inscriben, en sus modos de representación y disposición institucional-legal, un conjunto de selectividades estratégicas que, en lugar de brindar a todos los actores o discursos la misma capacidad de acceso al poder en el Estado, les otorga mayores posibilidades a determinados proyectos y agentes que a otros (Jessop 2015). De allí que los estudios histórico-materialistas sobre las transformaciones estatales se preocupen por entender el poder político más allá de las estructuras de aparente unidad y universalidad para observar, en cambio: a) cómo se desarrolla cada Estado nación de un modo diferenciado en función de la condensación material de sus relaciones de fuerza, y b) cómo cambia la composición de dicho Estado de acuerdo con cada momento histórico del capitalismo (Jessop 1999, 6).

Para el EER, el hecho de que el Estado conceda un nivel de acceso diferenciado (selectivo) a las distintas fuerzas sociales significa que la presunción de universalidad que se deriva de la retórica nacional es, invariablemente, una ilusión (Jessop 2015, 51). Esto no solamente sugiere que la pretensión de unidad estatal o state effect se construye, de hecho, a partir de una fragmentación de centros de poder en disputa, sino que el Estado como tal se comporta más como un campo de despliegue de estrategias específicas que como el depositario general del poder (Jessop 2015, 91). Más correcto sería, desde este enfoque, hablar de poderes en plural, activados en coyunturas concretas por grupos de políticos y funcionarios que, si bien son actores fundamentales, responden a un balance más amplio de fuerzas tanto dentro como fuera de determinada formación social. Dichos poderes se expresan a través de selectividades estratégicas que presentan cuatro niveles básicos, cada uno de los cuales puede constituir un punto de partida para el análisis del Estado capitalista: a) semióticos (visiones hegemónicas, proyectos de Estado e imaginarios económicos); b) tecnológicos (técnicas y dispositivos de gobierno); c) estructurales (disposición institucional); y d) agenciales (bases sociales que tienen acceso a las instituciones y programas del Estado) (Jessop 1999, 2015).

Tomando en consideración las observaciones de Foucault (1980, 2008) y Poulantzas (1973, 1975, 1976, 1979, 2007) respecto al carácter fragmentado del poder, Jessop sostiene que, ante la dispersión de fuerzas sociales que se cristalizan en el Estado capitalista, el principio de unidad que le permite funcionar como una fuerza política se deriva de un discurso político relativamente coherente sobre la naturaleza y los propósitos estatales: el proyecto de Estado (Jessop 2004, 2015). Este discurso no alude, propiamente hablando, a las formas generales de legitimación abordadas por la tradición weberiana, sino más precisamente a imaginarios políticos y económicos inscritos en los documentos e instancias estratégicas del Estado a partir de determinada visión hegemónica. Los componentes básicos del proyecto de Estado son aquellos imaginarios que definen las metas y propósitos de la acción estatal, los cuales son necesarios para cohesionar la dispersión de fuerzas que lo componen, orientar hacia el futuro las transformaciones materiales y crear las condiciones extraeconómicas requeridas para la transición de una estrategia de acumulación a otra. Es decir, se trata de una selectividad estratégica en el nivel discursivo que, una vez es seleccionada y retenida en un Estado capitalista, permite producir de manera contingente el state effect, materializar una visión hegemónica específica y articular fuerzas que de otra manera obrarían de forma dispersa.

Desde esta perspectiva, la unidad del Estado capitalista se comportaría como un artificio puesto en vilo constantemente tanto discursiva como agencial, tecnológica e institucionalmente, lo cual cuestiona versiones esencialistas acerca de los intereses y propósitos del Estado como las defendidas por el neorrealismo y el neoinstitucionalismo (Jervis 1999; Keohane y Martin 1995; Mearsheimer 1994; Sterling-Folker 2000; Thies 2004). No hay momento en que un Estado como tal se encuentre plenamente constituido en su territorio. Por el contrario, distintos proyectos de Estado e imaginarios económicos compiten de manera regular por imponer una nueva visión hegemónica desde el interior y el exterior del Estado nación (Heigl 2011; Jessop 2004). Esto sugiere que las acciones estatales no deben ser vistas como la expresión de la voluntad de un sujeto colectivo originario, sino como el resultado parcial y contingente de fuerzas sociales en disputa por un lugar estratégico en su interior, la expresión emergente de la rivalidad entre distintos “Estados dentro del Estado” (Jessop 2015, 86). De hecho, a medida que la internacionalización estatal se ha profundizado a partir de la crisis del modelo fordista, la aparición de nuevos proyectos de Estado se limita cada vez menos a las fronteras nacionales para expresar la articulación entre redes locales y transnacionales con capacidad de incidir en la selectividad estratégica a nivel nacional-local.

El análisis de los cambios en los proyectos estatales, como componente fundamental de la selectividad estratégica de los Estados capitalistas, ha volcado los trabajos recientes de Jessop hacia un campo de investigaciones transdisciplinar denominado economía política cultural (EPC), el cual relaciona las transformaciones materiales propiciadas por la globalización con las construcciones culturales (semióticas) que les confieren cohesión y articulación multiescalar en un contexto de tensiones y disputas a escala global (Jessop y Sum 2013). A medida que la globalización neoliberal se ha consolidado como una visión hegemónica, los proyectos de Estado que promueven modelos de crecimiento a partir de la liberalización, la desregulación financiera, la privatización, la internacionalización y los estímulos fiscales a la inversión extranjera han cobrado mayor importancia. Estos han permitido llevar a cabo la implementación coordinada de reformas y estrategias de acumulación en distintas partes del mundo, al tiempo que instauran selectividades discursivas en los distintos Estados que inciden en las bases sociales, técnicas de gobierno y adecuaciones institucionales, y alteran así el balance de fuerzas entre las clases sociales y sus fracciones (Jessop 1990, 2002, 2015).

Poniendo al discurso en su lugar en la economía política cultural

Al intentar una mayor integración del problema referente a las selectividades discursivas y la producción de la hegemonía con las relaciones internacionales, Jessop y Sum (2006, 2013) han propuesto una versión de la economía política cultural como un campo de estudios emergente que hace explícitos los aportes del giro cultural a la economía política internacional. Esta tendencia parte del hecho de que la semiosis no remplaza, sino que profundiza la economía política y la adecua a las realidades del capitalismo global a partir de un proceso coevolutivo. Al integrar el giro cultural a la economía política internacional, este enfoque aspira a aportar al análisis semiótico incorporando los mecanismos evolutivos implicados en la lucha por la hegemonía y, además, a enriquecer a la economía política al hacer énfasis en el papel de los imaginarios políticos y económicos en el cambio social y la reproducción global del sistema capitalista. De un modo más específico, se ubica entre la economía política crítica y el análisis crítico del discurso (ACD), con el propósito de lograr una mejor comprensión de las transformaciones estructurales del capitalismo contemporáneo.

Desde un punto de vista ontológico, este enfoque parte de la coevolución del discurso y la realidad material de las formaciones sociales. Dicho en otros términos, los factores semióticos no solo cumplen un papel descriptivo o explicativo, adyacente al análisis estructural: para esta versión de la EPC, dichos factores son parte estructural de la composición material de la sociedad (Jessop 2004; Jessop y Sum 2006, 2013). Así las cosas, la cultura se entiende como el conjunto de procesos sociales mediante los cuales se producen, circulan e intercambian los significados, los cuales conforman un momento -estratégico, dicho sea de paso- en la reproducción material de la sociedad (Fairclough y Graham 2002; Jessop y Sum 2013). Los factores semióticos inciden de modos diversos en la estructuración, pues reducen la complejidad social a través de mecanismos que hacen posible una reproducción conjunta y relativamente coordinada del sistema, particularmente importante en un contexto que involucra la interacción de diversas escalas espacio-temporales como lo es el capitalismo global. Al mismo tiempo, contienen y canalizan las luchas por la hegemonía al hacer posible la cohesión coyuntural en torno a proyectos políticos e imaginarios económicos que orientan la constitución material de determinada formación social.

En términos epistemológicos, esta versión de la EPC se inspira en la crítica de la economía política de Marx (1973), la analítica de los regímenes de verdad de Foucault (1980, 1992) y el realismo crítico de Bashkar (2008). De este último en particular, retoma su noción del conocimiento científico como una construcción histórica siempre “parcial, provisional e incompleta” de la realidad, en contraste con lecturas positivistas de las ciencias sociales que se atribuyen el lugar de observador imparcial y objetivo de los hechos sociales (Jessop y Sum 2013, 6). Esta versión de la EPC apuesta por una descripción lo más exhaustiva posible de los fenómenos que aborda, como también aspira a realizar una intervención en el campo de la producción del conocimiento que contribuya al cambio social y la eliminación de las formas de dominación del capitalismo contemporáneo (Jessop y Sum 2013, 159). En adición, pone en cuestión las categorías y métodos de la economía política ortodoxa y las teorías neorrealistas de las relaciones internacionales para señalar la importancia de la contextualización e historicidad de los objetos de saber, especialmente cuando se aborda lo político estatal en las sociedades contemporáneas. Recurriendo al EER, esta versión de la EPC descarta el estatismo y asume una teoría materialista del Estado, la cual lo concibe no como una institución dada de antemano o sujeto primordial ahistórico con unidad garantizada, sino como el campo estratégico en el cual se condensan y refractan las relaciones de tensión entre las clases y fracciones de clases sociales en el capitalismo (Jessop 2015).

En términos metodológicos, la EPC busca integrar los conceptos y herramientas del ACD, así como la tradición crítica de la economía política iniciada por Marx, prolongada por el EER para el análisis del Estado capitalista (Jessop 1999, 2011, 2015). Debido a que desde esta perspectiva el discurso se asume como parte integral de la composición material de la sociedad, se toma distancia del determinismo económico que se ha identificado en la economía política ortodoxa y la escuela neogramsciana de las relaciones internacionales (Gill 1995; Robinson 2007), enfocada esta última predominantemente en los problemas asociados con la hegemonía de la producción, esto es, en cómo la organización productiva de la sociedad determina las expresiones culturales. Por el contrario, la actual propuesta sugiere un retorno más decidido a Gramsci (2009) para pensar las nuevas formas de producción de la hegemonía a escala global, así como los mecanismos discursivos implicados en ellas.

Dado que en el capitalismo actual hay una mayor interacción multiescalar de estrategias de acumulación e iniciativas políticas, la EPC se propone identificar los mecanismos que hacen posible dicha interacción. En otras palabras, el grado de complejidad adquirido por el sistema capitalista desde los años setenta ha incrementado la presencia de mecanismos semióticos y políticos que orientan, articulan y aseguran (siempre de manera parcial) la improbable reproducción del sistema a escala global. Entre dichos mecanismos, destacan los imaginarios políticos y económicos, así como las visiones hegemónicas implicadas en la articulación diferenciada de los países al mercado internacional, orientados por organismos como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, no cualquier corriente del ACD es apta para observar la relación semiosis/estructuración y los mecanismos integradores de la globalización neoliberal. Esta versión de la EPC es más cercana al análisis del discurso propuesto por Fairclough y Fairclough (2012) que a otros en este campo de estudios.

Su objeto de interés son las selectividades estratégicas discursivas, las cuales se expresan en el predominio de imaginarios económicos y políticos que otorgan cohesión, dirección y justificación a un conjunto de fuerzas que de otra manera operarían de forma dispersa dentro del Estado. De un modo más específico, el imaginario político o proyecto de Estado es visto como un discurso político que selecciona y delimita un campo de acción y decisión, el cual tiene por objeto llegar a un estado futuro de cosas orientando los procesos de transformación estatal. En el capitalismo global, dicho discurso ha sido particularmente importante a la hora de cohesionar y articular reformas estructurales en el Estado que operan de manera simultánea -aunque diferenciada- en distintas partes del mundo bajo la tutoría de los organismos multilaterales. Asimismo, los imaginarios económicos asociados con el neoliberalismo han cumplido una función importante a la hora de propiciar la variación, selección y retención de determinados objetivos y racionalidades económicas que han hecho posible una operación global de la economía bajo un nuevo paradigma a partir de los años setenta. El análisis de dichos imaginarios y su evolución a través de herramientas provistas por el ACD y la economía política crítica conforma entonces un aspecto crucial en esta propuesta de la EPC.

Imaginarios, cambio social y producción global de la hegemonía

Los imaginarios sociales se han constituido durante las últimas décadas en un campo de estudios bastante heterogéneo para las ciencias sociales, caracterizado por su preocupación por comprender los diversos modos en que las creaciones culturales de sentido inciden en la estructuración social y su papel en la emergencia-reproducción de nuevas instituciones y prácticas. Tomando como punto de partida el carácter creativo-productivo de la función imaginativa enunciado por Kant (1996), Ricoeur (1986), Castoriadis (1997, 1998) y Taylor (2004) han abordado la importancia de los imaginarios sociales, entendidos como proyecciones de sentido que posibilitan la emergencia de aquello que en la realidad social todavía no existe. Debido a lo anterior, los imaginarios ocupan un lugar importante en los debates actuales sobre los mecanismos implicados en el cambio social y el modo en que incide la cultura en su estructuración (Adams et al. 2015).

Para esta versión de la EPC y su intento por comprender la interacción entre factores semióticos y extrasemióticos a la hora de construir y reproducir la operación global del capitalismo, los imaginarios políticos y económicos ocupan un lugar de vital importancia. Estos no solamente orientan y articulan procesos de cambio social en múltiples escalas, sino que además cumplen la función de reducir semióticamente la complejidad del sistema capitalista, haciendo posible su operación conjunta bajo determinados paradigmas -como el neoliberal (Jessop y Sum 2013)-. Los procesos implicados en la reducción de la complejidad se componen de mecanismos comunicacionales que permiten a determinado sistema social operar en un entorno complejo, al tiempo que crean un vínculo entre las condiciones actuales y las potencialmente realizables. Se trata de descripciones del entorno que, bajo la forma de un modelo, discurso o mapa, logran producir sentido y simplificar su grado de complejidad, lo que hace posible la autorreproducción del sistema (Baeta y Monteiro 2006). Dichos procesos de reducción de la complejidad actúan de manera selectiva y, si bien logran instituir órdenes sociales, conservan abiertas las posibilidades de decisión y orientación, lo que denota que la reproducción de un sistema social es un proceso que se encuentra siempre activo: “Todo orden identificable se sostiene sobre una complejidad que deja ver, pues, que pudiera ser también de otra manera” (Luhman 2006, 101).

Así las cosas, los imaginarios implicados en la reducción de la complejidad del sistema capitalista actual serían una necesidad existencial para la agencia en la medida en que el grado de complejidad adquirido por los elementos y relaciones que conforman el sistema global desborda no solamente cualquier enfoque que busque comprenderlo en su totalidad, sino también todo modo de regulación que aspire a dirigir cabalmente la interacción simultánea de nuevas escalas espaciales y temporales, de flujos históricos de información, capitales y personas necesarios para su funcionamiento (Jessop y Sum 2013). Simplificar la infinidad de operaciones que componen los procesos políticos y económicos del capitalismo global es necesario para la autorreproducción del sistema y su acción relativamente coordinada. Sin embargo, aunque los imaginarios políticos y económicos se encuentran activos tanto de manera explícita como implícita en toda operación que involucre bien sea al Estado como a los intercambios económicos de la vida cotidiana, son particularmente decisivos a la hora de atenuar los efectos desorientadores de las crisis y proyectar transformaciones estructurales a futuro (Fairclough y Fairclough 2012; Jessop 2013).

De allí que su estudio se relacione estrechamente con los procesos de cambio estructural y transición de un paradigma a otro en contextos de incertidumbre. Las crisis no son solamente momentos objetivos en los que las contradicciones de determinado orden establecido se hacen manifiestas o cuando una amenaza externa a este le impide continuar del modo en que viene haciéndolo. Las crisis son también narrativas en disputa sobre las circunstancias, intentos disímiles por comprender las causas que condujeron a un estado alterado de cosas y orientar, desde determinada ideología o visión del mundo, la toma de decisiones para superar las condiciones adversas, imaginar un estado futuro de cosas y transformar las estructuras actuales de la sociedad (Gramsci 2009). Por lo mismo, los momentos de crisis proveen un contexto privilegiado para observar el modo en que factores extrasemióticos y semióticos interactúan a la hora de producir, articular y orientar las transformaciones del Estado y las estrategias de acumulación.

En este delicado interregno de factores objetivos determinados y respuestas indeterminadas a las coyunturas propiciadas por las crisis, los imaginarios ocupan un lugar clave para la EPC. Estos enmarcan la interpretación y respuestas que se brindan en una coyuntura adversa, en un contexto de incertidumbre sobre cuyas causas y desenlace generalmente se tiene poca información. Bien se trate de una crisis política, financiera, comercial, etc., la narrativa dominante sobre las circunstancias, así como la proyección del estado futuro de cosas, inciden en la serie de decisiones que se toman para superarla (Fairclough y Fairclough 2012). El rango de interpretaciones oscila entre explicaciones coyunturales y localizadas de la crisis, que implican cambios concretos en lugares específicos de la organización social, hasta narrativas sistémicas que apuntan a transformaciones estructurales, las cuales pueden llegar a impulsar verdaderas revoluciones. Los imaginarios políticos y económicos serían entonces aquel hilo que, en circunstancias adversas, permite a las clases sociales y sus fracciones integrar la interpretación de lo actual con la proyección de lo posible, facilitando así el tránsito de un estado de cosas presente a un estado de cosas futuro.

Desde este punto de vista, las crisis serían momentos de confrontación y lucha en los cuales la selección, variación y retención de imaginarios condensa y refracta las tensiones sociales puestas en juego en la construcción de la hegemonía y la transformación del orden institucional (Jessop 2013). Dicha lucha se expresa, entre otros aspectos, en las formas de narrar la crisis: la delimitación de sus causas, consecuencias y posibles soluciones, tanto en los niveles agenciales y estructurales como ideológicos. Esto implica la identificación de un espectro de factores causales tales como actores concretos, discursos específicos o redes sociales de mayor alcance espacio-temporal como el sistema global. Asimismo, la delimitación de las consecuencias pasa por circunscribir sus efectos en espacios sectorizados, coyunturales o sistémicos. Por otra parte, un momento decisivo en la construcción semiótica de las crisis consiste en desplegar imaginarios (acertados o no) para su solución, los cuales toman generalmente como punto de partida los aspectos anteriores, esto es, si tanto desde sus causas como desde sus consecuencias se trata de una crisis en o una crisis del paradigma dominante en determinada formación social (Jessop 2002, 2013).

Asimismo, el enfoque acá propuesto toma distancia de aproximaciones convencionales en este campo de estudios y busca contribuir a superar algunos vacíos que la globalización y la internacionalización suponen en la materia. En primer lugar, aunque se reconoce el valor seminal de los trabajos de Taylor (2004) y Castoriadis (1998), principalmente la crítica de este último a lecturas deterministas del marxismo, al señalar que el imaginario no es un espejo en el cual se reflejaría sin más la realidad material, se pretende ir más allá del carácter unitario que ambos atribuyen al imaginario para resaltar en cambio su naturaleza fragmentada en contextos de lucha por el sentido. En otras palabras, la unidad de los imaginarios económicos y políticos se asume acá como un momento coyuntural e inestable, en el cual las fuerzas sociales (nacionales e internacionales) procuran hacerse dominantes a través de unos mientras socavan otros que pugnan por emerger o se encuentran sedimentados. Haciendo eco de Gramsci (2009, 200), Jessop y Sum (2013, 171) sostienen que los imaginarios serían así la “forma” que contiene a las “fuerzas materiales” en pugna por construir un bloque histórico en determinados momentos.

Retomando la propuesta de Castoriadis (1997, 1998), una de las premisas de su trabajo consiste en que no es necesario explicar el carácter autónomo del imaginario debido a que este sería el condicionante de cualquier forma de estructuración social, una auténtica creación ex nihilo. Pero la EPC acá esbozada lo objetaría, sin embargo, con un argumento de naturaleza similar al empleado por él en la crítica a lecturas reduccionistas del trabajo de Marx: si bien los imaginarios no son un pálido reflejo de la realidad material, esta última tampoco es resultado de realidades completamente autónomas ideadas a priori. La coevolución de la semiosis y la estructuración o, en palabras de Gramsci (2009), la relación orgánica entre los hechos culturales y materiales es condición para comprender la forma compleja en que opera la realidad social y evitar el extravío que supone toda lectura esencialista. Quizás a esto último se deba el vacío señalado en el principal trabajo de Castoriadis (1998), consistente en la poca profundidad para comprender el modo dinámico en que se instauran y transforman los imaginarios políticos y económicos, especialmente en un contexto de intensificación de la globalización y la interacción de múltiples escalas nacionales e internacionales, donde la autonomía de los imaginarios parece haberse hecho “menos autoevidente” (Adams et al. 2015, 34).

Comprender los procesos de variación, selección y retención de los imaginarios económicos y políticos en un contexto que ha alcanzado los niveles de interacción entre elementos propios de la globalización neoliberal supone, en primer lugar, reconocer que parte de su especificidad radica en que son una respuesta existencial al creciente grado de complejidad de la realidad social (Fairclough, Jessop y Sayer 2002). Esto es, pueden orientar e impulsar transformaciones en el mundo en la medida en que ofrezcan una respuesta a las condiciones complejas de su entorno. Proyectan la imagen hacia el futuro, pero no lo hacen ex nihilo, sino desde las mismísimas vísceras del presente. Su nivel de autonomía, en consecuencia, no solo es relativo debido a las múltiples escalas que van más allá de las fronteras nacionales y las fuerzas sociales que allí se condensan y refractan, sino que su unidad es inestable y porosa, particularmente en los momentos de crisis, cuando se intensifican su actividad y competencia.

De allí que la EPC encuentre en el análisis de los imaginarios políticos y económicos, una agenda emergente de estudios que contribuye al análisis de las selectividades estratégicas del Estado capitalista que, en particular en los niveles discursivos, han desempeñado un papel crucial en sus transformaciones recientes. Lo anterior hace de este campo una prolongación novedosa de los debates instaurados por Poulantzas (1979, 2007) a propósito de la forma política y la internacionalización de las relaciones capitalistas. La implementación relativamente coordinada de una nueva visión hegemónica, característica del Estado posfordista, implicó mecanismos de reducción de la complejidad que, bajo la forma de nuevos proyectos estatales, permitió condensar y refractar las luchas sociales para impulsar reformas estructurales tanto en el Estado como en las estrategias de acumulación. En dicho proceso resultó clave la articulación de fracciones de las burguesías nacionales tanto con los organismos multilaterales como con fracciones transnacionalizadas, cuyo análisis es todavía una deuda para los estudios sociales sobre la globalización. Asimismo, un punto importante para el robustecimiento de los debates sobre el Estado capitalista, en el que la presente versión de la EPC tiene todavía mucho por aportar, consiste en el análisis de la coevolución entre factores semióticos y extrasemióticos en los procesos de cambio estructural que tuvieron lugar en las formaciones sociales periféricas como resultado de la retención de imaginarios políticos y económicos de corte neoliberal.

Conclusiones

La presente versión de la EPC toma como punto de partida la crítica de Fairclough y Graham (2002) a las formas constructivistas de comprender el discurso para insistir en que este no es una producción ideal autónoma del espíritu humano, sino un momento en la producción y reproducción material de la sociedad. En otros términos, se torna necesario desde este punto de vista integrar la crítica de la economía política a los procesos de interacción semiótica a través de los cuales se conformaron los imaginarios que han orientado los cambios asociados con la globalización neoliberal. Es por ello que para la EPC resultan importantes los siguientes interrogantes a la hora de comprender el papel de los imaginarios en la producción global de la hegemonía: ¿qué fuerzas concretas impulsaron los proyectos de Estado que se hicieron dominantes durante las tres últimas décadas del siglo XX? ¿De qué modo se han expresado las tensiones entre distintas escalas nacionales e internacionales a la hora de orientar las transformaciones en cuestión? ¿Bajo qué formas expresaron dichos imaginarios el desarrollo desigual y diferenciado entre países del centro y la periferia del sistema global?

Esto no solo implica ubicar la esfera de intereses y modos de operar de los actores fundamentales de la globalización neoliberal, tales como el FMI, el BM, la Organización Mundial del Comercio y la Organización de Naciones Unidas (Robinson 2007), sino también la forma en que lograron articularse con actores capaces de liderar las reformas estructurales en escalas locales y nacionales (Holloway 1993; Jessop 2015; Robinson 2015). Los imaginarios económicos y políticos desplegados desde finales de los años setenta por estos organismos no solo se han articulado de manera diferenciada en distintos países y regiones del mundo, sino que no han sido ajenos a los intereses y tensiones que de manera estratégica persiguen tanto las instituciones de la globalización como sus socios nacionales. Las formas específicas de narrar las crisis económicas, la proyección hacia el ajuste con crecimiento o la internacionalización de las escalas de regulación estatal no son propiamente creaciones ex nihilo, sino imaginarios sociales que condensan tensiones y facilitan la reproducción de un sistema global que favorece a unos grupos e intereses, mientras que socava otros.

Lo anterior no tiene el propósito de demostrar cómo las fuerzas sociales y las nuevas escalas de regulación se han visto “reflejadas” en ellos, sino el modo en que se han codefinido los aspectos estructurales y semióticos a la hora de transformar e instituir nuevos horizontes de sentido, que se han traducido en proyectos de Estado e imaginarios económicos inestables y parcialmente unitarios. No obstante su porosidad, tales imaginarios han desempeñado un papel estratégico en la reproducción relativamente coordinada del paradigma neoliberal y las transformaciones estructurales del Estado capitalista, especialmente en América Latina, donde el impulso de los nuevos imaginarios antecedió importantes procesos de transformación estructural (Ocampo y Bértola 2013). El desmantelamiento del Estado nacional keynesiano de bienestar y las distintas variaciones de este -como el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI)- no fue una reacción meramente automática a la crisis económica de finales de los años setenta, sino también el resultado de nuevas formas de imaginar la regulación estatal -impulsadas especialmente por las fracciones financieras de las burguesías-. Estas trajeron consigo escalas nacionales e internacionales inéditas, la orientación competitiva de la economía en el mercado mundial y la redistribución de las funciones y capacidades del Estado, que a partir de entonces ocuparía una nueva posición en la tensión estructurante salario-capital, lo que implicó que recurriera cada vez más a medidas autoritarias y excepcionales como forma de contener los efectos adversos del nuevo modelo de desarrollo (Jessop 2002). Es por ello que tanto las transformaciones recientes del Estado capitalista como de las estrategias de acumulación se encuentran en el centro de esta agenda de estudios emergente que aspira a contribuir a la comprensión de la operación conjunta de fenómenos locales y globales en el capitalismo actual.

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*El presente artículo fue posible gracias al apoyo brindado por la Universidad Autónoma Latinoamericana (Unaula), a través del proyecto de investigación “El Estado en la teoría social crítica latinoamericana”, convocatoria 2020, código 34-000006.

CÓMO CITAR:Arias Mejía, Juan Camilo. 2022. “La economía política cultural: un campo emergente para el análisis de las transformaciones del Estado capitalista”. Colombia Internacional 111: 59-81. https://doi.org/10.7440/colombiaint111.2022.03

Recibido: 25 de Junio de 2021; Aprobado: 15 de Diciembre de 2021

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