Introducción
La vasta bibliografía sobre populismo a nivel global resalta su importancia, aunque los teóricos no han logrado consensuar una única definición (De la Torre 2000 y 2017 ; Larraín 2018; Mudde y Rovira Kaltwasser 2019). En América Latina, el populismo ha sido fundamental para la construcción de identidades políticas; así, por ejemplo, el Ecuador se ha convertido en un referente con la presidencia de Rafael Correa (2007-2017), quien buscó fortalecer al “pueblo” frente a las élites. No obstante, para comprender a cabalidad el populismo ecuatoriano, es crucial superar las conceptualizaciones estándar y examinarlo desde la perspectiva del pueblo. Este enfoque es necesario ante la simplificación teórica actual del populismo, destacada por De Cleen y Glynos (2021), quienes advierten sobre el riesgo de cosificar el fenómeno. Es esencial, por tanto, desarrollar investigaciones que deconstruyan el concepto y exploren nuevas aristas, las cuales incluyan el papel protagónico del pueblo en este contexto académico y social.
No se puede hablar de una teoría populista, ya que sus conceptualizaciones siguen multiplicándose y ampliándose; más bien se estila abordar enfoques que poco a poco se han consolidado. Así, se destacan cinco planteamientos latinoamericanos (Campos-Herrera y Umpierrez de Reguero 2019): i) el estructuralista; ii) el discursivo; iii) el político-estratégico; iv) el ideacional; y v) el performativo sociocultural. Si bien aún no es posible referirse a una definición consensuada de populismo, en los últimos años se ha observado la consolidación del enfoque ideacional (Mudde 2004; Mudde y Rovira Kaltwasser 2019; Rovira Kaltwasser 2021), un surgimiento potente del enfoque performativo sociocultural (Ostiguy, Panizza y Moffittt 2021) y una suerte de continuismo y actualización del enfoque discursivo teórico posestructuralista (De Cleen y Glynos 2021; Ema e Ingala 2020; Stavrakakis 2020).
Existen distintas razones para justificar el porqué del populismo -o los populismos-, pues este término continúa siendo seductor. Lo anterior quizás se deba a que su uso retórico se ha popularizado, pues se sigue materializando en casos particulares alrededor del mundo en cuyos trabajos aún se discute si es el fantasma o el espejo de la democracia. Sin embargo, también se considera -siguiendo a autores como Laclau (2005), Larraín (2018), Mudde y Rovira Kaltwasser (2019) o Panizza (2009)- que esto podría deberse a que los escenarios populistas a lo largo de la historia latinoamericana han dado paso a procesos de integración social y política que, a pesar de haber sido imperfectos o no conclusivos en su totalidad, han abierto canales de participación. Existen ejemplos de experiencias populistas en las que el pueblo ha logrado movilizar y reconfigurar estructuras de clases fijas que se habían perpetuado en la región. La constante aparición de escenarios populistas en América Latina posiblemente permitiría entender este fenómeno como un modo de construir lo político, en el que la fortaleza de los grupos subalternos para integrarse, la apertura de canales políticos de participación y la movilización podrían comprenderse en la teoría y la práctica como un intento de crear una identidad política del pueblo.
Existen tres actores o sujetos políticos transversales en todas las conceptualizaciones del populismo: el líder, la élite y el pueblo. Los tres actúan en una suerte de simbiosis pues no se puede hablar de pueblo sin hacerlo en contraposición a la élite, y el líder se construye en el intermedio de ambos. Interpelados en escenarios y por circunstancias particulares, es frecuente que los estudiosos ubiquen al líder como el eje principal y dejen al pueblo como un elemento estructurante más, pero sin un estudio acabado; es decir, esta perspectiva construye el discurso populista de modo descendente: la movilización populista se debe, en esencia, a la figura de un liderazgo personal. No se ha pensado lo suficiente en el movimiento inverso, el ascendente, del pueblo al líder (Mudde y Rovira Kaltwasser 2019). ¿Existe -como establece Emilio de Ípola (1978)-, además de una interpelación, una constitución de los individuos como sujeto pueblo mediante la representación del discurso del líder? A lo largo de este artículo se expone que, si el populismo -como retórica e ideología- se ancla en las representaciones del pueblo, es imperativo responder a dicha pregunta.
El recorrido histórico latinoamericano posiciona al pueblo en el centro de las experiencias populistas, a pesar de que su estudio ha sido invisibilizado priorizando el análisis desde los liderazgos personalistas. Si se remonta a la época del populismo clásico, Octavio Ianni (1973) asegura que las masas -hoy llamadas pueblo- fueron establecidas en un primer momento del populismo, constituyéndose en un nuevo elemento de la historia política de las naciones de América Latina. Los casos de Getulio Vargas (Weffort 1967) o Juan Domingo Perón (Murmis y Portantiero 2004) son ejemplos de cómo las masas se convirtieron en elementos políticos importantes junto a otras fuerzas políticas preexistentes o que surgieron en simultáneo y que “revelaron una madurez política especial y por tanto conquistaron y consolidaron posiciones políticas de grados distintos” (Ianni 1973, 84).
Un caso cuyo recorrido puede rastrearse desde la primera época del populismo hasta la actual es el del pueblo indígena ecuatoriano (Collins 2014; Zapata 2019). El movimiento indígena de este país, específicamente en los diez años previos a la Revolución Ciudadana, fue un actor crucial en las movilizaciones sociales y políticas (De la Torre 2000; Ríos Rivera, Umpierrez de Reguero y Vallejo Robalino 2020; Zapata 2019). En el Ecuador, este grupo se destaca históricamente por su participación e incidencia política al construir nuevas identidades populares y el desarrollo de unas agendas políticas nacionales amplias (Collins 2014). Autores como Collins (2014), Mazzolini (2020), Schurr (2013) y Svampa (2016) ya seleccionaron al Ecuador y sus distintos movimientos sociales -en particular el indígena- para dar cuenta de una dinámica política de abajo hacia arriba, en el sentido en que la identidad del pueblo influye en la configuración del discurso del líder político.
Con esto en mente, se plantean las siguientes preguntas: ¿quién/quiénes es/son el pueblo latinoamericano como actor estructural en escenarios populistas (tanto a partir de la teoría como la práctica)? ¿Qué discursos desde el pueblo se construyen en contextos populistas latinoamericanos? ¿Es factible hablar de un pueblo populista? Estos interrogantes guiaron el proyecto de investigación doctoral de la autora de este artículo, y se utilizó al Ecuador como caso de estudio. Para este artículo en específico, únicamente se presentarán los resultados que tuvieron como fin entender las construcciones de pueblo realizadas de “forma ascendente” por los ecuatorianos y ecuatorianas a través de sus discursos durante el fenómeno populista de Rafael Correa en el Ecuador (2007-2017). Se indagó cómo los ecuatorianos y las ecuatorianas configuran al pueblo como concepto general, y al pueblo ecuatoriano en específico; si se autodefinen como parte o no de este, y los cruces conceptuales con la noción de pueblo en la teoría populista. Esto para sentar las primeras bases que permitan la conceptualización del pueblo populista ecuatoriano.
1. Consideraciones teóricas
a. Las corrientes populistas
Aunque los resultados que se comparten en este artículo se enfocarán en los imaginarios de los ecuatorianos sobre el pueblo, la conceptualización de pueblo se construye a través de la teoría populista. Debido a que estas teorías son diversas, fue necesario posicionarse y decidir desde dónde se entendió el fenómeno populista. Para teorizar específicamente sobre el pueblo, se seleccionó únicamente el enfoque discursivo (Laclau 2005), y el enfoque ideacional (Mudde y Rovira Kaltwasser 2019). No se elaborará en profundidad sobre estas teorías, sino de manera sucinta en cómo definen el populismo para luego pasar a la conceptualización de pueblo.
Ernesto Laclau (2005) reivindica el populismo, definiéndolo como una “lógica política”, es decir, un sistema de reglas que configura lo político, lo que permite la representación de ciertos objetos mientras excluye otros. Así también, lo considera un significante vacío que se llena mediante cuatro elementos: i) demandas equivalenciales; ii) el otro antagónico, iii) una idea hegemónica y iv) el líder. La lógica de la diferencia, a través de la retórica populista, unifica a las personas en torno a sus demandas insatisfechas y en oposición a un otro antagónico -la élite-, convirtiendo identidades individuales en políticas y originando un proyecto transformador que busca la emancipación y la autodeterminación colectiva.
Sin embargo, se reconocen limitaciones en la teoría laclausiana. A pesar de alejarse de un enfoque político-normativo, puede quedarse en un plano puramente ontológico y no aborda suficientemente las heterogeneidades en la construcción del pueblo (Grimson 2019). Laclau también parece descuidar el papel de la sociedad civil, al concebir la política únicamente como la lucha de proyectos en un plano institucional (Mazzolini 2020). Aquí se recurre al enfoque ideacional, que define el populismo como una ideología delgada que ve a la sociedad dividida en dos campos antagónicos: el “pueblo puro” y la “élite corrupta”, y que sostiene que la política debe expresar la voluntad general del pueblo (Mudde y Rovira Kaltwasser 2019). Este enfoque, aunque atiende vacíos metodológicos del enfoque discursivo, a veces reduce el concepto de populismo, limitando una mayor profundización.
b. ¿Qué es el pueblo?
El pueblo puede concebirse de distintas maneras, sin embargo, parece haber un consenso sobre su concepción: i) populus, que es el pueblo de todos los ciudadanos o ii) plebs, que son los menos privilegiados (Laclau 2005). Ha existido, y subsiste hasta ahora, una tensión constante entre el populus y la plebs. Si bien contemporáneamente ya no es muy común usar esta última palabra, la noción de lo plebeyo -como lo menos- continúa; lo que crea aún más una contradicción en la propia concepción del pueblo. ¿Cómo es que el populus o el pueblo de todos los ciudadanos es, a su vez, el pueblo de los menos privilegiados? ¿Son todos los individuos parte del pueblo o no?
Rancière (1996) caracteriza este aprieto como propio de la política, ya que tiene su seno en la disyuntiva entre igualdad y desigualdad. El principio de la igualdad se transforma en distribución de las partes de la comunidad a modo de aprieto; la política se basa en el desacuerdo. “Lo que hace de la política un objeto escandaloso es que se trata de la actividad que tiene como racionalidad propia la racionalidad del desacuerdo. […] la verdadera esencia de aquello de que habla la política” (Rancière 1996, 11). Entonces, una primera definición básica que se acoge para entender el pueblo en esta investigación es esa: el pueblo es “la institución de una parte de los que no tienen parte” (Rancière 1996, 25).
Dahl (1970) establece que generalmente no se cuestiona quién o qué es el pueblo, pues se asume que las personas que viven en un Estado poseen el poder de autodeterminación. Sin embargo, es improbable definir al pueblo únicamente por las fronteras estatales, ya que la soberanía popular asume que el pueblo autoriza la creación del Estado y no al revés. Dahl (1970) argumenta que la respuesta a quién constituye el pueblo para efectos democráticos surge de conflictos y acciones políticas, a menudo acompañadas de violencia, más que de principios democráticos. El pueblo no puede decidir quién es parte de él hasta que alguien más lo decida, por lo que propone que el pueblo se constituya por las personas que viven dentro del territorio de un Estado nación. Sin embargo, las democracias occidentales han definido históricamente al pueblo de manera cuestionable y excluyente, dejando fuera a inmigrantes, mujeres y otras razas. Bajo esta óptica, se entiende que el sujeto “pueblo” se constituye fuera de la cultura ilustrada a través de un encuentro entre el líder y la masa, llevando a una conjunción con el Estado (Larraín 2018).
Se argumenta que, aunque Laclau no conceptualiza detalladamente al pueblo, su teoría populista se basa en este sujeto político, cuya unidad depende de las demandas, que pueden ser sociales o populares y cambian durante el proceso. Las demandas sociales son diferenciales y, al articularse de forma equivalente, se convierten en demandas populares, lo que establece una subjetividad social más amplia y constituye al pueblo como actor histórico potencial. La articulación equivalencial de las demandas posibilita el surgimiento una identidad del pueblo, que debe construirse con una frontera interna antagónica que lo separe del poder. El pueblo es un significante vacío que puede llenarse y remodelarse de diferentes maneras a lo largo del tiempo. Según Canovan (1999), el pueblo como colectivo tiene muchos significados, al representar a los sectores populares, la plebe, los subalternos políticos o la comunidad nacional específica, lo que refleja su dimensión sociocultural.
Mudde y Rovira Kaltwasser (2019) emplean la idea del pueblo de Laclau como un significante vacío del populismo, lo que lo hace amplio y atractivo para diversos electorados. Sin embargo, se distancian un poco de Laclau al no solo ver al pueblo como un significante vacío, sino también como un fin del populismo y la política para lograr una identidad popular. Desde el enfoque ideacional, el pueblo se construye como una interpretación específica de la realidad, combinando definiciones de soberano, gente común y nación. Como soberano, el pueblo es la fuente de poder y puede movilizarse contra las élites. Como gente común, reivindica la dignidad de grupos excluidos por su estatus socioeconómico o cultural. Como nación, se refiere a la comunidad nacional, aunque reconociendo la existencia de varios pueblos dentro de un mismo territorio, como los pueblos indígenas en el Ecuador.
Se podría decir que definir al pueblo es igual o más complejo que encontrar una acepción consensuada de populismo, por lo que, según Paulina Ochoa Espejo (2017), hasta que podamos definir o examinar las preguntas acerca del pueblo, resulta improbable entender apropiadamente el populismo, o si es bueno o malo para la democracia. Aun cuando la relación entre populismo y democracia no es particularmente de interés en este estudio, se concuerda con la autora: incluso responder y entender al pueblo permite también una mejor comprensión de las sociedades a las que este pertenece. Como se mostró anteriormente, el pueblo antecede a las ideas modernas de la política, sin embargo, su figura cambia radicalmente con la inserción de la democracia, por ello la necesidad de estudiar estos términos.
Evidentemente, todas estas lógicas describen un proceso de unificación y construcción de una identidad; además, todos pueden apelar a la soberanía del pueblo. Sin embargo, lo que distingue a cada pueblo son otros aspectos que atañen a cuestiones políticamente cruciales; por ejemplo, ¿sobre qué suelo se construye el pueblo?, ¿quién es el enemigo/rival?, ¿cómo se defiende la unidad del pueblo? Las diferentes formas en que pueden responderse estas preguntas confirman, una vez más, que los rostros de las personas son múltiples y, en muchos sentidos, incluso infinitos (Palano 2021). El pueblo es el resultado de una construcción retórica capaz de emplear elementos de diversas ideologías y tradiciones políticas; esta es una de las razones que lo vuelve polisémico.
2. Diseño metodológico
El objetivo de este artículo es entender las construcciones de pueblo realizadas de forma ascendente tras el fenómeno populista de Rafael Correa en el Ecuador (2007-2017), a través de los discursos de ecuatorianos y ecuatorianas durante los años que siguieron (2019-2022). Para ello, se realizó una investigación cualitativa de alcance descriptivo y explicativo, utilizando métodos de estudio de caso, análisis de discurso y teoría fundamentada. La investigación cualitativa se eligió por su capacidad para captar los elementos cruciales de las teorías en sociología y humanidades, y porque proporciona datos sobre las condiciones estructurales, consecuencias, procesos y sistemas (Glaser y Strauss 2006). Se seleccionó al Ecuador como caso de estudio debido a su historial de populismo, desde José María Velasco Ibarra hasta Rafael Correa (Burbano de Lara 2007; Collins 2014; Ema e Ingala 2020; De la Torre 2017), y por el consenso académico en situarlo como un ejemplo de escenarios populistas. Además, el gobierno de Correa, autodenominado como socialismo del siglo XXI, se ha clasificado como un populismo de izquierda radical (Castañeda 2006), lo que lo convierte en un caso relevante para repensar el populismo del siglo XXI. Además, continuar con los estudios ex post de estos fenómenos permite entender sus impactos a mediano plazo, y las repercusiones a largo plazo en la historia política del país.
Ahora bien, se han estudiado los discursos de los líderes políticos, pero no el del pueblo ecuatoriano, con relación al fenómeno populista. Ha habido estudios (Collins 2014; Mazzolini 2016; Ríos-Rivera, Luzuriaga y Navarrete 2022; Ríos Rivera, Umpierrez de Reguero y Vallejo Robalino 2020; Schurr 2013) que recién han comenzado a trabajar con las construcciones de identidad desde los movimientos sociales, pero estos no son muchos. Por último, la movilización social en el terreno político ha sido prioritaria y constante a lo largo del tiempo en el Ecuador (Coronel y Cadahia 2018; Mazzolini 2016; Zapata 2019), lo que ha invitado a pensar en un pueblo protagonista en el panorama populista.
Se realizó un corte temporal, el mismo que abarcó los diez años de la presidencia de Rafael Correa.1 Por medio de un análisis de discurso se estudió cuál es el pueblo al que apeló Correa y de qué manera se lo puede caracterizar, llevando lo abstracto discursivo al terreno de los participantes concretos. En términos de ejecución de la investigación, el trabajo de campo se realizó en dos etapas: la primera de octubre a diciembre de 2019; y la segunda de diciembre de 2021 a agosto de 2022. La muestra2 se cerró con 36 participantes, que incluyeron 26 entrevistas a profundidad y 4 grupos de discusión. En el Anexo se incluye una tabla con los participantes y sus perfiles. Para salvaguardar el anonimato,3 se asignaron códigos a cada uno de los entrevistados y entrevistadas.
Además, se utilizaron dos técnicas de investigación: entrevistas a profundidad y grupos de discusión. Siendo fieles a aproximarnos al fenómeno de investigación desde la voz de quienes lo protagonizan, la palabra fue el medio en el que accedimos a los modos de configurar, simbolizar lo vivido, lo compartido y lo construido en el tiempo del gobierno de Rafael Correa en el Ecuador.
Para el análisis de los datos se trabajó con el programa Atlas.ti. que permitió realizar el primer nivel de codificación axial de una teoría fundamentada. En paralelo se realizó un análisis de discurso semiótico (Verón 1993) para indagar en las condiciones de producción y representación del discurso de los entrevistados. Se diseñaron de forma inductiva categorías analíticas que guiaron la descripción y posterior discusión de los resultados. Fueron en total ocho categorías, entre las cuales en este artículo solo presentarán las siguientes: C1. los rostros del pueblo ecuatoriano; C2. hablando del otro(s); C3. el pueblo ecuatoriano; y C4. identidad nacional.
3. Describiendo al pueblo ecuatoriano
De acuerdo con la revisión de la literatura, específicamente la de la corriente ideacional del populismo (Mudde y Rovira Kaltwasser 2019), el pueblo ha sido definido como nación, la parte más baja o común de una sociedad, y el detentor de la soberanía popular. Para abordar esta definición teórica, se analizan las percepciones y narrativas de los participantes en las entrevistas, lo que permite observar cómo estas conceptualizaciones se manifiestan en las realidades empíricas del pueblo ecuatoriano. Para el análisis de los corpus, no se establecieron a priori estas categorías. No obstante, al ir realizando las codificaciones, los sentidos emanados de los discursos los construyeron por sí solos. Se realizó un cruce semántico entre las autodefiniciones de los entrevistados y las características que ellos y ellas describieron sobre el Ecuador como territorio, así como sobre los ecuatorianos, y esto se cruzó con las respuestas específicas que nos dieron al hablar del pueblo. Esta metodología permitió una integración fluida entre los marcos teóricos y los datos empíricos, lo que reforzó la coherencia del análisis presentado. Si bien, al haber preguntado sobre el pueblo específicamente, muchos fueron escuetos en sus respuestas, en la medida que narraban sus historias, sus percepciones y sus experiencias sobre sus compatriotas, iban definiendo a este pueblo que se está buscando entender. Esto llevó a reconstruir sus identidades colectivas locales y nacionales que permitieron tener una imagen completa del pueblo ecuatoriano.
Tabla 1. Cruces semánticos en la construcción del pueblo
| Pueblo como territorio | Pueblo como sujeto político/social | Pueblo como Nación | |
| Autodefiniciones de los entrevistados | Percepciones sobre los espacios que son sus lugares del decir. Construcción de las dinámicas con su territorio. | Definiciones que los entrevistados se autoasignan, las cuales nos permiten identificar cómo ellos perciben su rol en la sociedad ecuatoriana. Estas definiciones los constituyen a ellos como sujetos políticos y sociales. | Visión sobre las dinámicas con su país, en términos patrióticos, pero también estatales. |
| Características del Ecuador como territorio | Características que construyen los imaginarios que tienen sobre su territorio. | Percepciones sobre los espacios que son sus lugares del decir como elemento clave en su institución como sujetos. | Características del territorio que lo significan como Nación. |
| Características de los ecuatorianos | El espacio que comparten con el otro. | Definiciones que los entrevistados tienen del otro. Formas de convivencia con el otro que los constituyen a ellos como sujetos políticos y sociales. | Características del otro, que los integran o los excluyen en la totalidad de la Nación. |
| Identidad regional y nacional | El lugar del territorio en la construcción de sus identidades. | El pueblo como parte de su identidad, o la identidad como parte del pueblo. | Puntos de encuentro de su identidad nacional con su construcción de la Nación. |
Fuente: elaboración propia.
Al analizar el corpus, emergieron de forma natural categorías centrales como “pueblo”, integrando códigos relacionados, como “pueblo como territorio” y “pueblo como Nación”. Esta categoría se fusionó con otras, como política, ciudadanía, Estado, habitantes, campesinado, masas y mayorías, ya sea porque funcionaban como sinónimos (por ejemplo, habitantes) o porque su frecuencia no alcanzó suficiente densidad para ser categorías independientes. Además, se observaron coconcurrencias con categorías como demandas (51), características del Ecuador (47), política (43), populismo (29), pueblo como territorio (29) y autodefiniciones (28). Aunque muchos entrevistados vincularon la polarización actual con el mandato de Rafael Correa, el análisis revela que las construcciones sobre el pueblo ecuatoriano anteceden a los actores políticos, enraizadas en representaciones sociales históricas que configuran las gramáticas de producción de esta red discursiva. Es decir, los antecede y los sobrepasa, ya que no han sido construidos inicialmente por los actores políticos, sino por unas representaciones sociales acerca de la sociedad ecuatoriana, unas huellas claras que componen las gramáticas de producción de esta red discursiva.
Con la figura 1, se trata de representar una -tal vez la más fuerte- de las apreciaciones que se identificaron entre los participantes al momento de definir al pueblo ecuatoriano. Los ecuatorianos reconocieron una sociedad piramidal basada en clases, y dividida mayormente con base en lo identificado por el GF8 como “lo que no se tiene”. Sin embargo, aparecieron dos clases destacadas, la mayoría y la minoría. Existe un imaginario de una totalidad, de unos ecuatorianos, que a veces son igual al pueblo y otras veces no. Por último, estas clases han tenido una carga emocional fuerte. En muchos discursos la mayoría y la minoría vino acompañada de una valoración de la calidad de vida, de un “estar bien vs. estar mal” que resultó interesante. A pesar de que en el gráfico no se encuentran representados todos los sentidos alrededor del pueblo, se decidió comenzar con este -de forma general- para luego continuar profundizando.
El concepto del pueblo fue polisémico y al igual, o más que el populismo, ha sido difícil de definir. Primero, se encontró una definición del pueblo que, como ya se mencionó, estuvo directamente relacionada a las carencias. “Yo pienso que el pueblo es la gente del pueblo, la gente que de verdad nos sentimos afectados, de que no tenemos ese, ese porque no tenemos trabajo, yo pienso que la gente que tienen trabajo están bien y ellos prácticamente no serían pueblo” (E10). Para E10, el elemento esencial que define al pueblo fue el trabajo, entonces esta definición estuvo muy relacionada a su posición. Dicha posición del sujeto (Laclau y Mouffe 1987) se ha considerado como un factor que construye los sentidos alrededor de este término.
Se construye un nosotros en una frontera que deja a un otro por fuera. Este versus estuvo representado en la mayoría de las teorías populistas, como el pueblo vs. la élite. En este estudio, ya se ha argumentado que estos grupos se llenan o significan con distintas denominaciones que, si bien se cree que el pueblo en la mayoría de las ocasiones es inmutable, la élite no lo es y esto se vio representado en los discursos de nuestros entrevistados. Pocos de ellos, el caso de E11, E13, denominaron al contrario como la élite, otros como GF3, E18, hablaban de los ricos, ese 5 %; pero lo más encontrado fue hablar homogéneamente de una minoría. Tampoco fue común encontrar huellas del discurso de Rafael Correa en los discursos de los entrevistados en este aspecto en específico. Sí es verdad que Correa hizo una apelación fuerte al pueblo versus “la partidocracia”, o “los pelucones” pero casi ninguno de los participantes utilizó estas palabras.
Para GF10, el pueblo fue un conjunto de personas que “comparten ciertas características, de pronto, tal vez, ideológicas, culturales”, o como estableció GF9, “compartimos raíces, costumbres, tradiciones, ciertos pensamientos, ideologías” . Estas entrevistadas entendieron al pueblo como un conjunto, tal vez, más homogéneo y esta homogeneidad estaba dada por la parte cultural e ideológica. En esta línea, y siendo el único participante con esta reflexión, E13 estableció que el pueblo sí somos todos, ya que el pueblo ha sido la comunidad política, las personas parte del sistema político ecuatoriano. “El pueblo sería específicamente esa comunidad política, es decir, la gente que está de cierta forma subordinada a unas autoridades, diferenciándolos justamente en el tema político de las autoridades y que en términos teóricos, constitucionales y legales son los titulares del poder, los soberanos” (E13). Tal vez, el ser soberanos ha sido una experiencia de vida más que se comparte en este espacio físico que llamamos el Ecuador y que ha permitido ser un pueblo.
Algo que interesaba rescatar y recalcar, cuáles son y cómo las heterogeneidades de los ecuatorianos se relacionan y unen para construir una identidad colectiva. Discursivamente ha existido un reconocimiento y construcción de los ecuatorianos como una totalidad. Por ejemplo, E10 comentó esto sobre el paro nacional indígena de junio de 2022: “Imagínate ahora con lo que pasó mismo con el tema del paro, de los indígenas, que a pesar de que dicen el paro de los indígenas que provocaron, pero ese paro en sí nos beneficiamos todos los ecuatorianos” . Se vio reflejado en este enunciado, por un lado, la población indígena como un colectivo individual, pero también un rechazo hacia ese nosotros exclusivo que construyeron algunos ecuatorianos. Es decir, para algunos de los entrevistados, hablar de ecuatorianos, sí significaba hablar de una totalidad, aunque para otros pareció haber una contradicción detrás de esos nosotros inclusivos y exclusivos. Fue importante, no solo responder esta pregunta a través de interpretaciones, sino del autoposicionamiento de cada uno de los entrevistados.
La pregunta formulada fue: “¿Usted se siente parte del pueblo?”. La mayoría de entrevistados dijeron que sí por diversas razones que tuvieron relación con los imaginarios ya recogidos de ellos a lo largo de los resultados. Fue interesante el parafraseo que algunos hicieron de la pregunta. Por ejemplo, en vez de decir sí soy parte del pueblo, dijeron nosotros, o sí yo me siento de clase media, o soy parte del pueblo humano. Cuando E25 dio esta respuesta, explicó que se refería “Del que vive, del que siente, del que tiene la realidad y saber que mi vecina no tiene trabajo, no porque no quiere, porque no tiene trabajo” (E25).
El gráfico en forma de diagrama de Venn (ver figura 2), buscó representar la pluralidad de respuestas y cómo sorpresivamente se encontró una en el intermedio. Una de las entrevistadas explicó claramente por qué ella no se sentía parte del pueblo, que a su vez dejaba entrever sus nociones sobre este concepto. Ese extracto que se ha colocado en el intermedio llamó la atención, ya que representaba una diferenciación que sí se sintió en los diferentes enunciados: la idea de diferentes pueblos. Diferentes no solo en base a territorios y a rasgos culturales, como podrían ser los pueblos andino, costeño y amazónico, sino unos pueblos que van de lo teórico normativo a lo real. Como muchos elementos al pensar en el ideal del sistema político, en el papel se pudo entender una cosa, pero luego el aterrizaje y cómo es internalizado e interpelado por las distintas subjetividades de cada individuo, fue otra. No se hacen mayores precisiones ya que las voces de los entrevistados lo han dicho todo.
4. Podemos responder ya a la pregunta, ¿qué es el pueblo?
Para la discusión se vuelve a la tabla 1 que sirvió como insumo para poder realizar los cruces semánticos en la construcción del pueblo. Este ejercicio se planteó como un aporte metodológico y teórico para entrelazar los supuestos teóricos de pueblo desde el populismo, con las conceptualizaciones de pueblo ecuatoriano construidas a partir de las categorías de los discursos de los entrevistados. Es decir, permitiendo comenzar a construir una conceptualización del pueblo populista ecuatoriano a partir tanto de la teoría como desde los sentidos emanados del propio pueblo. En este sentido, se explicarán las construcciones de i) pueblo como territorio; ii) pueblo como sujeto político y social; y iii) pueblo como Nación, con base en la teoría y los resultados empíricos.
a. El pueblo como territorio
El concepto del pueblo como territorio emerge como un eje central en las autopercepciones de los entrevistados. Aunque inicialmente no se esperaba que fuera tan representativo, resultó ser todo lo contrario. El espacio visto desde unas coordenadas de pueblo ocupa un rol fundamental en sus sentidos. Este territorio se percibe como el marco que da sentido a sus realidades y constituye el punto de partida de sus historias de vida, configurándose en una simbiosis entre espacio e identidad. Para muchos, el territorio representa un “de dónde vengo” que los acompaña toda su vida, otorgándoles una base física que refuerza lo colectivo y comunitario. Sin embargo, este espacio también genera tensiones, mientras que para algunos ofrece un refugio, “una burbuja” o privilegios, para otros se transforma en un ámbito restrictivo del cual necesitan salir en busca de mejores oportunidades. Este territorio que es enunciado como un pueblo, es la base física de la comunidad, de lo colectivo.
Al pensar en las características del Ecuador como territorio, resaltan y se refuerzan las desigualdades y diferencias dentro de este marco territorial. Encontramos una fuerte presencia de la dicotomía campo/ciudad. No solo en el espacio nacional, sino también dentro de las mismas ciudades y en las comunidades rurales. Existe una clara intersección entre el ordenamiento territorial jurídico/normativo y los sentimientos que emanan del espacio. Esto se vio materializado en sus discursos sobre las carencias físicas dentro del espacio físico que se construyen, por ejemplo, en la falta de vivienda y de servicios básicos. Carencias que a su vez chocan con un Ecuador de paisajes y recursos diversos y envidiables.
Por último, se encontró que identifican este espacio que comparten con el otro, como multicultural. Sin embargo, esto también funciona como una herramienta para definir y a veces estereotipar al otro. Por ejemplo, solo se piensa en la sierra como un territorio indígena, o se configuran diferentes etiquetas para las personas; como relacionar directamente a las personas que viven en barrios populares con situaciones complejas, como delincuentes.
b. El pueblo como sujeto político y social
La construcción del pueblo como sujeto político y social emerge de una serie de elementos interrelacionados que los entrevistados destacaron, comenzando por sus autodefiniciones. El primero que resaltan es la posición económica y su impacto en la vida diaria. Para muchos, esta posición no es solo un estado temporal, sino una característica definitoria, es un yo soy, de ser, no de estar, es una condición de ser. Es decir, es algo que los define y los configura. Las autopercepciones oscilaron entre sentirse parte del estrato más bajo de la sociedad, identificándose como pobres, hasta reconocerse como privilegiados. Estas percepciones de clase influyen directamente en otros espacios vitales como el trabajo y la educación, vistos como determinantes para la movilidad social y el desarrollo personal.
Más allá de la dimensión económica, el contexto inmediato -la comunidad y la familia- es el principal marco de referencia que define sus identidades. Las memorias históricas nacionales, aunque presentes, tienen un impacto limitado frente a la importancia del entorno cercano. Las emociones, por su parte, son transversales en los discursos: cada recuerdo, historia e imaginario está profundamente cargado de sentimientos que refuerzan la conexión con su entorno social y político. Asimismo, aunque algunos evitaron asumir una posición ideológica explícita, esta se filtró en sus relatos, con menciones a orientaciones políticas tradicionales como izquierda o derecha, o incluso apoyo a tendencias específicas.
En el cruce con las características del Ecuador como territorio, el contexto próximo -comunidades locales y barriales- refuerza la percepción de pertenencia y el valor de lo colectivo. Las desigualdades espaciales, como la falta de servicios básicos y vivienda, influyen directamente en cómo se configuran las identidades políticas y sociales, reforzando tanto la lucha por la supervivencia como las aspiraciones de cambio.
Finalmente, la configuración de las identidades individuales se realiza en gran medida a partir de la diferenciación con el otro, lo que a su vez da lugar a la formación de identidades colectivas. Los entrevistados identificaron dos posiciones principales en las que se fundamenta esta relación: lo que nos une y lo que nos diferencia. En términos de unión, se destacó la noción de compartir un pasado histórico común, tradiciones, costumbres y experiencias de vida. Este reconocimiento apunta a que la idea del pueblo no es algo dado, sino que se construye a través de memorias compartidas y vínculos comunitarios. Sin embargo, las diferencias son más marcadas y estructuran la sociedad en dos grandes colectivos: la mayoría, que constituye el pueblo y está caracterizada por carencias significativas como pobreza, falta de vivienda y educación, y la minoría, que se asocia con privilegios y élites. A pesar de las adversidades, la mayoría logra crear redes de apoyo y familiaridad que refuerzan el sentido de comunidad, aunque también enfrenta actitudes de condescendencia, discriminación o rechazo por parte de la minoría.
Esta división entre mayorías y minorías no solo refleja desigualdades materiales, sino también una dimensión simbólica relacionada con las percepciones de “ser” y “estar”. Para muchos, el pueblo está marcado por una condición de vulnerabilidad permanente, como lo expresó un entrevistado al señalar que “la vida les ha obligado a vivir en una situación triste”. Por otro lado, estas identidades también están atravesadas por la tensión entre lo colectivo y lo individual, en la medida en que los entrevistados se autoidentificaron dentro de su colectivo y, al mismo tiempo, reconocieron al otro como externo. Además, la multiculturalidad del Ecuador añade un nivel adicional de complejidad: algunos la valoran como un aspecto positivo, mientras que otros, de manera más implícita, la asocian con divisiones o problemáticas. Así, las identidades dentro del pueblo ecuatoriano reflejan una negociación constante entre elementos compartidos y diferencias que estructuran tanto las dinámicas internas como las externas.
c. El pueblo como Nación
Todos los entrevistados se autodefinieron como ecuatorianos, entendiendo el Ecuador como su nación o heartland. Sin embargo, no todos experimentan esta identidad con la misma intensidad. Para algunos, ser ecuatoriano es una pasión profundamente arraigada, mientras que para otros es una formalidad asociada principalmente a la legalidad, el territorio y la posesión de una cédula de identidad. En términos generales, los participantes reconocieron que el hecho de haber nacido dentro del territorio que jurídicamente corresponde al Ecuador es lo que define su nacionalidad. Esta percepción evidencia que, para muchos, la identidad nacional se construye desde una noción de pertenencia territorial más que desde un vínculo emocional o cultural uniforme. Aunque se encontraron menciones esporádicas a una identidad regional o incluso a un frente latinoamericano, también hubo quienes se autoidentificaron como ciudadanos del mundo, reflejando una visión más abierta y global de la nacionalidad.
Un aspecto llamativo, aunque poco presente, fue la noción de soberanía como atributo del pueblo ecuatoriano. Esta idea, abstracta y transversal, surgió de forma implícita en algunos discursos, vinculada a la percepción de que el pueblo es el titular del poder. Asimismo, los entrevistados mencionaron momentos específicos de la historia nacional, como los periodos del gobierno de Rafael Correa, en los que el nacionalismo y el patriotismo adquirieron mayor fuerza. Durante estos periodos, la noción de identidad nacional cobró protagonismo, impulsada por discursos políticos que enfatizaban la unidad y la pertenencia a una comunidad nacional. Estas dinámicas reflejan que la identidad ecuatoriana es multifacética, oscilando entre una percepción formalista y legal, una conexión histórica y territorial, y, en algunos casos, un sentido más emocional y colectivo de lo que significa ser parte del Ecuador.
Las identidades regionales y nacionales en el Ecuador se construyen a partir de una interacción constante entre el territorio, las características culturales y las narrativas históricas. Los entrevistados destacaron que las identidades regionales, como el lojanismo, guayaquileñismo, quiteñismo o indigenismo, tienen raíces profundas en el territorio y configuran dinámicas tanto de unidad como de diferenciación. Estas identidades, marcadas por las divisiones espaciales entre la costa y la sierra, se convierten en rasgos constitutivos más fuertes de sus identidades individuales y colectivas que la noción de una identidad nacional única. En el cruce con las características del Ecuador como territorio, las tensiones entre las regiones reflejan una dualidad entre progreso y atraso, ciudad y campo, civilización y barbarie. Estas divisiones se vuelven no solo geográficas, sino también culturales y simbólicas, reforzando estereotipos que limitan la percepción de una unidad nacional más sólida.
De esta forma se puede argumentar que la identidad ecuatoriana no puede entenderse como una sola, sino como una pluralidad que refleja la diversidad de los ecuatorianos. Esta identidad está construida a partir de rasgos culturales compartidos, como el lenguaje, que facilita la comunicación y el entendimiento mutuo. Sin embargo, no todos los ecuatorianos se identifican como parte del “pueblo ecuatoriano”, aunque todos forman parte del Ecuador en su totalidad. En este sentido, la identidad nacional se caracteriza por ser tripartita, al integrar dimensiones que provienen del sentimiento de pertenencia, el reconocimiento legal y la conexión con el territorio, lo que subraya su complejidad y la coexistencia de múltiples niveles de identificación.
A través de este análisis se ha presentado a un pueblo, en palabras de Ochoa Espejo (2017), abstracto, pero a la vez tangible que cambia de acuerdo al escenario particular. Se ha logrado aterrizar el abstracto pueblo ecuatoriano a través de las historias de vida de nuestros sujetos, y sus trayectorias y cambios de ruta en los caminos políticos de la historia ecuatoriana dando cuenta de unos imaginarios políticos, a veces volátiles, pero otras constantes.
A pesar de no estar presente en las narrativas de los participantes, se tuvo que retomar la noción de lo plebeyo como la base ontológica del pueblo. Está claro que existe una evolución y que estos sujetos no son inmóviles, tanto las características como las coordenadas desde donde se los entiende han cambiado. Sin embargo, a pesar de que ya no haya un sistema de castas, sí convivimos en una sociedad basada en un modelo de clases sociales, en el que una de las cosas que define con mayor peso a las personas son los bienes económicos, y que tanto ellos mismos como desde afuera, ven a sus carencias como el elemento más característico de su ser. Es aquí, cuando los entrevistados se reafirmaron en su pobreza y otros en sus privilegios, que pareció como si se realizara un viaje en el tiempo, a esas sociedades coloniales descritas por Luzuriaga (2009) y Flores Galindo (2001).
No obstante, se concordó con Rancière (1996) en que el desacuerdo es parte inmanente de la política, y que en esta existe un acuerdo tácito entendido, en el que se maneja y se reproduce un orden en la sociedad que es desigual en esencia. El pueblo ecuatoriano es “la institución de una parte de los que no tienen parte” (Rancière 1996, 25). Lo que sorprendió fue la autoconciencia que el pueblo tiene de esto, y ahí sí discutiendo con el autor, cómo buscan cambiar su realidad. A esto se hace mención cuando GF3 dijo que él era consciente que había gente rica y que eso estaba bien, pero que no debía llegar al punto de la avaricia, porque los demás también quieren progresar. A eso se refiere, a que este acuerdo tácito del que habla Rancière, es así porque se reproduce desde arriba hacia abajo, pero que, si se ve de abajo hacia arriba, es (re)pensado y (re)flexionado por el pueblo diariamente.
Rancière (1996) establece que la libertad es el bien intangible que ha sido entregado al pueblo, se cree que además de este también está el territorio. En efecto, y al igual que la libertad, no se entrega a todos por igual, es un bien que puede ser a su vez una carencia, pero si entendemos el territorio no solo como físico, sino como el espacio físico y simbólico que tienen los sujetos, entonces cada uno, desde sus posiciones, lo apropia y lo resignifica subjetivamente. Esto es importante porque ver el pueblo como territorio, es ir más allá de pensar el espacio físico de Ecuador; significó entender cómo la vida social de los ecuatorianos se constituye mayormente con base en su espacialidad. El espacio ha sido el comienzo de sus historias de vida, ese de dónde vengo, que configura y (re)configura su identidad y sus dinámicas con el otro, y que está con ellos para siempre.
Ahora bien, el espacio también ha diseñado las relaciones colectivas e individuales. En paralelo a las carencias, compartir o haber compartido un mismo espacio permitió la creación de redes de complicidad, comunidad y de grupos cohesionados. No se puede afirmar que esto pasa en todos los espacios, ya que son cruzados por otros elementos, pero fue recurrente en los discursos de los entrevistados. Por ejemplo, la idea de que las personas de la sierra son más colectivistas versus los de la costa, y también la importancia de la comunidad en los discursos de personas como E8, E10, E18 y E20. Para todos ellos, su comunidad es su familia, hay un fuerte arraigo hacia las personas y hacia el territorio, en algunos casos por orígenes y lazos familiares, pero en otros por este sentimiento de colectivismo y apoyo que sienten en el barrio como es el caso de E8. Lo problemático de la construcción de estos vínculos, como lo estipula Terán Najas (2009), es que conllevan a la creación de espacios de indiferencia más abiertos, y esto lo vemos representado en la nulidad de representación de las comunidades indígenas amazónicas y costeñas en los imaginarios de los ecuatorianos entrevistados, o en el regionalismo aún muy marcado que compite con la identidad nacional.
El término de comunidad, y otros que pueden usarse como sinónimos tales como barrios o sectores, ya vienen cargados con unos sentidos de pertenencia y unión. Tal como argumenta Gilabert (2017), no es posible vivir solos, y esta convivencia con el otro, que nos permite darnos cuenta de que hay unos diferentes y otros iguales, es la que permite que se cree ese nosotros que es el pueblo. En definitiva, este reconocimiento ha sido el que prima en los imaginarios de los ecuatorianos sobre el otro y por ende sobre ellos mismos, “qué es lo que me une al otro” y “qué es lo que me diferencia del otro”. Lo común fue a veces difícil de determinar, o se encontró en elementos superficiales: las costumbres, las tradiciones, el idioma -que sí obtuvo un papel importante-. En cambio, las diferencias fueron más acentuadas y crearon unos colectivos; una sociedad dividida en partes volviendo a Rancière (1996): la mayoría y la minoría. La mayoría siendo el pueblo y la minoría siendo la élite, los privilegiados o simplemente la minoría. Esto resultó curioso, porque si se piensa cómo la minoría mira el pueblo, se argumenta que lo ven como personas sin rostros, pero al revés sucedía lo mismo: es difícil desde la mayoría ponerle un rostro al otro contrario. Son dos colectivos que se reconocen, pero que no se conocen.
La interseccionalidad jugó un rol crucial en la configuración de las gramáticas de producción de sus discursos. En esta mayoría, este nosotros, es inclusivo y exclusivo a la vez ya que el pueblo ecuatoriano tiene dobles y triples vulnerabilidades que construyen sus realidades y, por ende, sus imaginarios e ideologías. Palano (2021) rescata los postulados de Laclau (2005) sobre cómo las ideologías son mecanismos productores de identidades colectivas y esto se vio representado en las descripciones que los participantes hicieron sobre ellos mismos y sobre los ecuatorianos. Es decir, pensar en la mayoría sigue significando pensar en el pueblo, pero con la consciencia de sus heterogeneidades.
Además, los discursos de nuestros participantes no escaparon de pensar en esta mayoría desde una percepción negativa. Es decir, aún está presente el discurso populista de la década de 1930, cuando se pensó en las masas como disponibles e ignorantes, y como una “multitud peligrosa” (Virno 2003). Lo curioso fue que esta multitud peligrosa es la detentora del poder. A pesar de que la noción de soberanía estuvo escasamente presente en la red discursiva, la noción de que el pueblo es el soberano o el titular del poder fue algo transversal a todos los ecuatorianos. Se podría argumentar, siguiendo a Rancière (1996), que, en efecto, el demos se atribuye como parte de la igualdad que pertenece a todos los ciudadanos. Inclusive resulta hasta contradictorio, porque se pudo sentir en sus formas de enunciación la indignación, los reclamos y el poco poder que los ecuatorianos sienten que tienen hacia sus representantes, pero aun así ese discurso reproducido a lo largo de los años de que el pueblo es el soberano es una marca fuerte en sus discursos en representación.
Con base en lo anterior, se ha regresado a la definición del pueblo de Laclau (2005) y a esta idea de que hay un populus y una plebs. El populus es el pueblo de todos los ciudadanos, y la plebs son los menos privilegiados. En el caso del pueblo ecuatoriano, si bien no todos los sujetos estuvieron de acuerdo en que hay una totalidad del pueblo ecuatoriano, sí mostraron conformidad en que hay una totalidad de ecuatorianos. Es decir, el populus, son los ecuatorianos más no el pueblo ecuatoriano, y la plebs es el pueblo ecuatoriano, los menos privilegiados. Sin embargo, y como establece Laclau (2005), sí existe un plebs que quiere ser el legítimo populus, el sentimiento del pueblo ecuatoriano es que es detentor de su soberanía y que -desde sus prácticas políticas propias- participa activamente y se ven como un populus. Entonces, el problema radica, no en el pueblo, sino en los que están por fuera y que no quieren incorporarse, pero que sí se sienten o están obligados a ser ecuatorianos.
Reflexión final
Los resultados presentados en este artículo son parte de una investigación más amplia que exploró una nueva aproximación al populismo latinoamericano desde la perspectiva del “pueblo”. En el caso ecuatoriano, el análisis de las narrativas permitió identificar cómo el pueblo se configura como territorio, sujeto político y social, y como nación, dimensiones que se entrecruzan para construir identidades colectivas. Estas categorías revelan que el territorio no solo es una base física, sino también un espacio simbólico que define las historias de vida, al reforzar tanto las dinámicas comunitarias como las tensiones entre inclusión y exclusión. Asimismo, el pueblo, al entenderse como sujeto político y social, se construye desde autodefiniciones que resaltan las desigualdades económicas, los contextos inmediatos y las emociones que atraviesan los discursos, lo que evidencia un constante diálogo entre lo colectivo y lo individual.
Por otra parte, la idea del pueblo como Nación resalta las complejidades de la identidad ecuatoriana, que se configura desde lo tripartito: el sentimiento, la legalidad y el territorio. Esta identidad no es homogénea, pues las diferencias regionales, culturales y sociales crean tensiones entre una mayoría marcada por carencias materiales y una minoría asociada al privilegio. Sin embargo, estas narrativas también revelan elementos unificadores, como la multiculturalidad, el lenguaje y las tradiciones compartidas, que, aunque son fuentes de cohesión, también pueden reforzar estereotipos y exclusiones. Además, momentos históricos como los periodos de Correa evidencian cómo el pueblo ecuatoriano puede experimentar intensos sentimientos de unidad nacional, al tiempo que mantienen percepciones fragmentadas en relación con sus diferencias internas.
Desde esta perspectiva, el artículo no solo contribuye al estudio del populismo al analizar cómo las categorías de pueblo operan en las dinámicas discursivas, sino que también destaca el rol activo de las comunidades en la construcción de su relación con el poder. Las narrativas del pueblo, tal como se evidenció en el caso ecuatoriano, reflejan tensiones sociales y políticas, pero también funcionan como herramientas para que las comunidades articulen demandas, moldeen sus gramáticas discursivas y negocien su lugar frente a las estructuras de poder. Este enfoque resalta que, lejos de ser un sujeto pasivo, el pueblo tiene la capacidad de influir activamente en la configuración de la nación, un aporte teórico y metodológico relevante para entender el populismo en América Latina y en contextos globales caracterizados por narrativas polarizantes y emocionalmente cargadas.















