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En el ámbito científico, las revistas predatorias o también denominadas como “seudorrevistas” (Nassi-Calò, 2015), corresponden a una tipología de publicación que, en palabras de Beall (2012), se aprovecha de los autores solicitándoles artículos mediante redes sociales y correo electrónico, para ofrecer su publicación en acceso abierto (AA) de forma rápida, con una revisión mínima por parte de árbitros evaluadores, y a cambio del pago de cargos de procesamiento o APC (article processing charges por sus siglas en inglés). Estas también acostumbran a usar los datos de académicos reputados sin su permiso para que figuren en los comités científico o editorial, haciendo parecer que son confiables.
Las tarifas que pagan los autores en promedio a las revistas predatorias, según Shen y Björk (2015), oscilan alrededor de los 178 dólares por artículo, con la promesa de su difusión entre dos y tres meses después de su recepción, lo que ha hecho cada vez más numerosas las publicaciones por estos medios, aun en medio de la pandemia por covid-19 con ediciones especiales sobre este tema (Vervoort, Ma y Shrime, 2020). Del mismo modo, la cantidad de editoriales que han adoptado este modelo de negocio ha crecido, como lo muestran Ayeni y Adetoro (2017) para los años 2011 a 2015, cuando se pasó de dieciocho a 693, respectivamente. Esta situación muestra una progresiva atomización de la competencia en el mercado editorial (Shen y Bjork, 2015).
Las nacionalidades de los autores que publican en este tipo de revistas son en especial de países con niveles de ingreso medios y bajos, que corresponden a naciones emergentes en el campo científico (Shen y Bjork, 2015; Forero et al., 2018), que ven esta como una alternativa rápida para tener visibilidad global de su producción intelectual (Ayeni y Adetoro, 2017).
Las estrategias de estas editoriales para atraer a potenciales autores1 incluyen la suplantación de revistas reconocidas por medio de sitios web que son fraudulentos, y la promesa de una publicación inmediata y sin muchos filtros. Sin embargo, este modelo poco ético y carente de validación rigurosa de lo que se publica ha sido apropiado por revistas que hacen parte de colecciones reconocidas, por lo que autores como Manca, Cugusi, Dvir y Deriu (2017), Cortegiani, Sanfilippo, Tramarin y Giarratano (2019) y Severin y Low (2019) hablan de “infiltración” en las bases citacionales, y nombran como ejemplos a PubMed (United States National Library of Medicine) y Scopus (Elsevier).
En aras de detectar revistas potencialmente predatorias, se han realizado listas negras, cuyo objetivo ha sido identificar y llamar la atención sobre esta forma de fraude científico, con el fin de reducir las asimetrías de información existentes para los investigadores. Dentro de las fuentes más reconocidas para la detección de journals que pueden tener problemas de integridad científica están: el listado de Beall (2020), el Cabell's blacklist (http://www2.cabells.com/about-blacklist) que es una base de datos de acceso cerrado, el DOAJ blacklist, el Stop Predatory Journals (2020) y el sitio web Retraction Watch (https://retractionwatch.com) que ofrece información general relacionada con la publicación predatoria. No obstante, estas fuentes no son infalibles por lo difícil de mantenerlas actualizadas (Strinzel, Severin, Milzow y Egger, 2019).
En cualquier caso, la recomendación que hacen Severin y Low (2019) es que los autores no deben publicar ni citar artículos publicados en revistas predatorias, incluso si un trabajo parece creíble. Lo que respalda Xia (2019), quien plantea que el rápido y masivo incremento de tales revistas, ha resultado en una disminución de la calidad de lo que estas publican. Por lo que siempre se debe leer una publicación completa, evaluar su rigor científico y comprobar que proviene de una fuente confiable antes de citarla (Severin y Low, 2019). Todo para asegurar que la ciencia que se hace, se publica y se cita, cumpla con los estándares mínimos de integridad científica.