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Nómadas

versión impresa ISSN 0121-7550

Nómadas  n.32 Bogotá ene./jun. 2010

 

EDITORIAL

Los artículos que se incluyen en este número de NÓMADAS responden a una pregunta que desde hace varios años se ha formulado un importante grupo de investigadores de América Latina y de otras latitudes: ¿qué hay de nuevo en las prácticas sociales de los jóvenes contemporáneos? En su conjunto proponen una reflexión dirigida a comprender la acción colectiva juvenil en el panorama de la actual crisis de algunas ciudades de nuestro continente, alejada de una idea de política como representación.

Concretamente, ¿qué nos dicen estas contribuciones? En primer lugar, vemos que un conjunto de prácticas artísticas y estéticas, al conectarse con la vida de los jóvenes y hacer evidente sus problemas históricos y sociales, enfrentando la crisis económica y proponiendo otras modalidades de existencia, participan de lo social y se hacen políticas. Se trata de inventivas culturales que muestran otros modos de ser en las periferias, de gestiones culturales que estetizan la vida productiva y de pasiones positivas que doblegan aquellas fuerzas que impiden la emergencia de lo singular, como sucede en el actual orden de la globalización, en donde se pretende impedir las múltiples posibilidades de conexión heterogénea de experiencias. En general, estas prácticas realizan movimientos de proliferación que permiten traspasar fronteras, construir nuevos sentidos y tramar comunitariamente lógicas colectivas.

Los autores muestran también de qué manera el proyecto homogenizador logra cierta eficacia en la instrumentalización de las emociones hasta convertir las fuerzas juveniles en materia prima para el consumo, con lo que consigue debilitar buena parte de las energías vitales de los jóvenes, con las consecuente producción de afecciones de desconfianza, decepción, frustración, resignación, conformismo, etc. Aun en estos casos, en donde se acude a las estrategias de clientelismo político, al asistencialismo estatal o a un modelo de desarrollo con metas preconcebidas, las fuerzas de lo joven alcanzan cierto centramiento subjetivo cuando se conectan con movilizaciones que ofrecen otras condiciones para la producción de subjetividad, o cuando, a través de prácticas concretas de aprendizaje de habilidades colectivas, son capaces de reapropiar su voz, dar cuenta de la singularidad de su pertenencia y de su capacidad de lucha para transformar situaciones conflictivas: evadir la muerte, la drogadicción, la alienación, esto es, su condición de materia social "descartable". Todo esto ejemplifica que las prácticas juveniles son capaces de rehacer el margen y movilizar las fronteras del ordenamiento social.

Por su parte, los artículos que centran su análisis en el examen de las composiciones organizativas de los grupos juveniles en el contexto social local y global, permiten situar agencias constructoras del suceso organizativo: maneras de buscar reconocimiento, de autoproducción, de gestión de la acción en un continuun entre la afirmación identitaria y la asunción del conflicto social, maneras de autoformarse y comunicarse, de producir comunidad y de articular las motivaciones hasta crear redes sociales. Vemos allí una intensificación de encuentros teñidos de facetas vitales: hermandades, afinidades, expresividades; así mismo, que los fines de su adscripción se despliegan en múltiples prácticas que van desde aquellas con propósitos claramente políticos, hasta las de carácter principalmente simbólico y cultural, pero cómo todas éstas son capaces de crear acontecimiento político al confrontar las múltiples situaciones problemáticas en las que los jóvenes están inmersos. Globalmente, este conjunto de actuaciones juveniles dan forma y llenan el espacio con actos desarticuladores de la violencia. En últimas, las agregaciones juveniles median en la producción de experiencias vitales que al abrirse y cruzarse mutuamente, constituyen un devenir y otra clase de subjetividades, precisamente porque, en general, no reproducen prácticas jerarquizadas ni persiguen ideales aparentemente inamovibles.

Al tiempo, a través de estos artículos puede encontrarse de qué manera estas producciones no alcanzan a desplegarse libremente. En el cruce con otras fronteras y prácticas, ocasionalmente se crean barreras que excluyen y que, a su vez, mantienen la propia exclusión, al punto de que algunas de las integraciones se rompen en el entre juego, sin alcanzar la consistencia deseada. Algunos síntomas de esta integración-desintegrada son el retorno a la figura del político clientelita luego de la incursión por otras figuras posibles; los declives de las movidas; los regresos indiferenciadores de los grupos a un "adentro" cerrado; el freno a las potencias expresivas; y la vuelta al convencionalismo.

Por su parte, las formas culturales de organización de los jóvenes, vistas frecuentemente desde perspectivas de control, muestran las paradojas y ambigüedades a las que se avocan aquellas construcciones que quieren colocarse al margen del orden social y de la estandarización de la cultura. Al mismo tiempo, evidencian las insolubles contradicciones de una modernidad retorcida, propia de países como los de nuestra región en donde existe un Estado precario, incapaz de construir referentes y oportunidades válidos para los jóvenes. Modernidad que intenta "completarse" bajo el entendido de las virtudes de un destino inacabado que requiere ajuste o perfeccionamiento, o acudiendo a la propuesta de mantener un pacto social, imposible de alcanzar desde estructuras sociales plagadas de miseria e injusticia. En ocasiones, algunas acciones juveniles no logran distanciarse de una idea similar de nación, con lo cual generan otras formas de violencia y la reproducción de valores que comportan la subordinación de otros: el autoritarismo, el militarismo, el consumismo o la codicia, que expresan un malestar social general. No obstante, otras veces los jóvenes, apoyándose en su propia cultura, producen experiencias colectivas diferentes, encuentran formas de autosostenimiento, de redefinición de sus propias reglas de conducta y de autoeducación que cuestionan la conservación del estatu quo.

En ambos ejemplos se trata de salidas que de cierta manera afirman la exclusión que han vivido por décadas distintos sectores sociales, entre los cuales se cuenta el de los jóvenes; de opciones para inmunizarse ante un proyecto que les resulta extraño, colocándose simbólicamente al margen de él. Entonces, los jóvenes inventan modos de estar juntos y estilos de vida libertarios como alternativa a la globalización neoliberal, y definen su intención de generar un mundo distinto. Se trata de experiencias distantes de la idea de que el Estado y la sociedad capitalista son los medios válidos para garantizar una vida digna.

El último apartado hace referencia a tres clases de movilización del sentido de la acción de los jóvenes. Tienen que ver con formas de animación estudiantil independiente, con protagonismos comunitarios articulados con acciones artísticas y con luchas urbanas entendidas como prácticas de reconocimiento. Las tres hablan de vibraciones juveniles con sentido y sugieren un vuelco a los modos de participación predominantes. En un caso, la acción se percibe positivamente en contraste con tramos laborales previos de los sujetos; en otro, las acciones estudiantiles independientes dan cuenta de la crisis de la lógica política partidaria, y se convierten en espacios de politización, en territorios de creación y experimentación de otras prácticas y modalidades de vinculación entre los jóvenes; finalmente, la organización política aparece como la capacidad que tienen distintos grupos urbanos para crear nuevas relaciones, tiempos no organizados como continuidad y espacios alejados de la repetición que encarnan las formas estatales. No obstante, también aquí emerge la dificultad de mantener un proceso prolongado en dirección al cambio social, al punto de que las intensidades construidas no parecen resistir su propia fuerza.

En resumen, este número de la revista presenta un conjunto de experiencias que encarnan apuestas de movilización del sentido de la política, de su conceptualización y de las metodologías puestas en juego para su análisis. Como lo mencionan algunos articulistas, no podemos afirmar que sea posible abandonar todavía aquellas preguntas acerca de cómo mantener lo múltiple, lo distinto, sin caer en la despolitización; cómo articular otras formas de política que no pasen, necesariamente, por las prácticas convencionales, por las formas de organización partidista y las maneras ideológico-universales de su comprensión. Pero también parece cierto, que aquí emergen un conjunto de trazos que quiebran las coordenadas con las que tradicionalmente se piensa la política, haciendo visible nuevos sentidos de lo colectivo, composiciones heterogéneas, múltiples, sin una dirección única de lo social.

Esta reflexión contó con un importante aporte de miembros del grupo de trabajo de Clacso, Juventud y Nuevas Prácticas Políticas en América Latina, tanto en la elaboración de los artículos, como en el proceso de evaluación y en comentarios para su construcción. Agradecemos a todos ellos, en especial, a Sara Victoria Alvarado, Pablo Vommaro y Jorge Baeza.