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Nómadas

Print version ISSN 0121-7550

Nómadas  no.32 Bogotá Jan./Jun. 2010

 

Jóvenes trabajadores, jóvenes luchadores. Reflexiones sobre experiencias contemporáneas*

Young Workers, Young Fighters. Reflections on Contemporary Experience

Analia Otero**

* Una primera investigación relacionada con la temática fue elaborada gracias a la contribución del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), en el marco del programa de becas Clacso-Asdi, para investigadores jóvenes de América Latina y el Caribe 2002-2003. El trabajo fue resultado del proyecto: "Representaciones y participación juvenil: el caso de los jóvenes del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús", premiado con una beca de investigación en el Consejo para Jóvenes Investigadores: "Movimientos sociales y nuevos conflictos en América Latina y el Caribe". Aquella propuesta realizada, fue luego reformulada, ampliada y profundizada a través de la elaboración de una segunda etapa de investigación que dio origen a la elaboración de la tesis "Representaciones sociales sobre el trabajo: un estudio de caso con jóvenes del Conurbano Bonaerense participantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús", aprobada durante el 2006 por la Maestría en Diseño y Gestión de Políticas y Programas Sociales (Flacso, sede Argentina), cuya dirección estuvo a cargo de la magíster Patricia Dávolos. Disponible en: <http://www.flacsoandes.org/dspace/community-list>.

** Licenciada en Sociología, UBA. Magíster en Diseño y Gestión de Programas y Políticas Sociales, Flacso. Doctora en Ciencias Sociales, Flacso. Es actualmente investigadora principal del Programa de Investigaciones en Juventud de la Flacso, Buenos Aires (Argentina). E-mail: aotero14@gmail.com, aotero@flacso.org.ar

{original recibido: 19/01/2010 · aceptado: 18/02/2010}


Se presenta una reflexión sobre la construcción de identificaciones que establecen distinciones sociales, analizando cruces entre las figuras de "trabajador", "luchador" y "vago". Se trabajó en base a un estudio realizado en el período 2003-2005, entre jóvenes adscriptos al Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús (Argentina), que promueve la formación de grupos productivo-comunitarios y la gestión de microemprendimientos.

Palabras clave: jóvenes, subjetividades, trabajador, luchador, representaciones sociales.

No trabalho se apresenta uma reflexão sobre a construção de identidades que estabelecem classificações sociais. Analisam-se interfaces entre as figuras do "trabalhador", do "lutador" e do "vagabundo". O artigo baseia-se em um estudo realizado entre os anos 2003 e 2005 com jovens afiliados ao movimento "Trabalhadores desocupados de Lanús (Argentina), que promove a formação de grupos produtivos comunitários e a geração de microempresas.

Palavras chave: jovens, subjetividades, trabalhador, lutador, representações sociais.

In this article I present a reflection on the construction of social identifications that generate social distinctions, by analyzing the crosses among the figures of "worker", "fighter" and "lazy". The work was based on a study conducted in 2003-2005 among young people seconded to the Movement of Unemployed Workers of Lanús (Argentina), which promotes the formation of productive-community groups, and microenterprise management.

Key words: youth, subjectivities, worker, fighter, social representations.


INTRODUCCIÓN

En Argentina, los altos niveles de población excedentaria con los que funcionó el modelo económico a partir de la década del noventa, se expresaron en elevadas tasas de desocupación abierta y diferentes modalidades de precariedad laboral, profundizando significativamente la heterogeneidad existente en las formas de inserción y de reproducción de la vida material, situación que ahondó las brechas entre las fracciones que constituyen la fuerza laboral.

Visiblemente en pocos años la evolución de la estructura del mercado de trabajo del país evidenció una sistemática y veloz transformación, verificada en el aumento sostenido de la tasa de desocupación, precarización e informalidad. Hasta entonces, en términos generales, la tasa de desempleo alcanzaba un porcentaje –en promedio histórico– que no superaba cifras de un dígito, acompañadas por relativamente altas tasas de empleo en el sector formal. Pero desde principios de los años noventa, y a medida que se fueron implementando reformas estructurales de magnitud, se produjo un incremento en el índice de desocupación abierta que trepó hasta los dos dígitos. Este proceso implicó un deterioro progresivo en los indicadores laborales que afectaron a amplias capas de la población.

Paralelamente, hacia finales de los años noventa, la dinámica política y social se caracterizó por presentar un escenario proclive al ascenso de la conflictividad social. Conjuntamente se manifestó una intensificación en las acciones de protesta directa y la emergencia de organizaciones vehiculizadoras de diversas demandas sociales. Las organizaciones de desocupados constituyeron uno de los fenómenos más dinámicos y visibles entre las nuevas formas que fue asumiendo la protesta social en el país durante aquel período. Adoptando el "piquete" como forma frecuente de expresión de sus demandas.

Claro que el desempleo y sus consecuencias distaron de constituir una experiencia homogénea, pero el alcance del debate que intentamos retomar en este trabajo trasciende las características de la inserción socioocupacional para situarse en el plano cultural de los sentidos atribuidos al trabajo y al empleo por jóvenes contemporáneos. Más precisamente, esta investigación fue realizada territorialmente en Provincia de Buenos Aires, tomando como objeto de indagación a jóvenes habitantes de barrios pobres del Gran Buenos Aires que participaron activamente en experiencias de acción colectiva en un movimiento de desocupados como una forma de enfrentar y palear el desempleo. De modo que a lo largo del ensayo retomamos los hallazgos de un estudio de caso entre jóvenes receptores de un plan social, cuya obtención fue mediatizada a través de su adscripción en un movimiento social de línea autonomista: el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús (en adelante, Movimiento).

La metodología utilizada se correspondió con un diseño de tipo exploratorio-descriptivo, con base en un abordaje cualitativo, y las técnicas empleadas han sido la observación y las entrevistas semiestructuradas recurrentes. El trabajo de campo se ha replicado en dos etapas, 2003 y 2005, en correspondencia con coyunturas en el plano político, económico y social bien diferentes. La primera cercana a la aguda crisis de principios de siglo XXI donde paralelamente se observó una alta conflictividad social y una abrupta elevación del desempleo. Otra, la segunda, constituyó un momento caracterizado por el comienzo del descenso en las tasas de desempleo abierto y un período de crecimiento de la actividad económica. De manera que, el carácter longitudinal del seguimiento permitió constatar mayores o menores discontinuidades en la situación laboral que los jóvenes atravesaban en ambas coyunturas.

En el marco de familias con trayectorias erráticas y signadas por la inseguridad laboral, dichos jóvenes establecieron una situación singular en el mercado laboral: su ingreso a la población económicamente activa como demandantes de empleo que no conseguían un trabajo, lo que los sumía en el ejército de desocupados. En este contexto, la pregunta central que ha guiado la investigación ha sido ¿cómo esta "crisis del empleo" fue práctica y simbólicamente resignificada por un grupo de desocupados que habían transitado por una experiencia peculiar dada su integración al movimiento "piquetero"?

Asimismo, se desprendían de allí una serie de cuestiones que interesaba indagar, entre otras: ¿qué innovaciones generó el pasaje por estas experiencias de organización territorial que establecieron formas colectivas de enfrentar la subsistencia en un contexto de crisis generalizada del empleo y de las tradicionales instituciones de bienestar ligadas al trabajo asalariado? ¿Se crearon a través de la acción colectiva nuevas formas culturales de "socialización" en torno al trabajo y al cambio social? Y al mismo tiempo, ¿cuáles fueron las regularidades y los cambios encontrados en sus visiones en torno al empleo y al trabajo durante la crisis y en el periodo posterior a ésta? ¿Cómo fue la experiencia y la visión de estos jóvenes que se insertaron en un movimiento social que promovía la conformación de grupos de trabajo productivo-comunitario? ¿Cuán transitorias fueron para estos jóvenes la desocupación de largo plazo, o la rotación entre periodos de desocupación y pequeñas changas o trabajos precarios? Más específicamente, ¿qué tipo de vinculación fueron estableciendo con el mercado laboral?

Este trabajo, en particular, se centró en el análisis de las representaciones sociales1 y las nociones acerca del trabajo que circulaban en el universo de estos jóvenes como "puentes" que utilizaban para caracterizar diferentes comportamientos existentes entre ellos y en el barrio, a partir de su ligazón con el mercado de trabajo. Bajo estas coordenadas focalizamos en ciertas figuras: "trabajador, luchador y vago", sosteniendo que éstas, si bien laxas y fragmentadas, lejos de ser neutrales establecían pistas sobre los límites y las distinciones entre lo positivo o lo negativo de determinadas situaciones, lo sospechoso y aquello que no lo era. Límites que no funcionaban meramente demarcando zonas entre el exterior y el interior del movimiento, sino dado que remitían a figuras tradicionales presentes en nuestra sociedad, operaban –con sus particularidades– entre los integrantes del Movimiento.

En cuanto a la organización de la exposición, en la primera sección expondremos nociones sobre la categoría histórica del trabajo y su papel en la sociedad moderna, repasando estudios que han recalado en la tensión de la condición del "asistido" en sintonía con la designación del "vago". En la segunda, presentaremos rasgos de las complejas duplas: juventud-trabajo y demandas-organizaciones de desocupados. En las siguientes secciones enfocaremos en el análisis de aspectos relevantes en los hallazgos de la investigación, tomando como eje central las asociaciones vinculadas con la figura del "luchador", las ambigüedades en la asimilación entre las propuestas generadas en el Movimiento y las conexiones con la figura del "trabajador", en seguida abordaremos con otro aspecto significativo: la confrontación entre las figuras de "trabajador y vago". Finalmente, proponemos una síntesis y reflexión general del desarrollo presentado.

EN LA MIRA: TRABAJO Y SOSPECHA EN UN MUNDO CONFUSO Y COMPLEJO

Se ha señalado que el término trabajo, lejos de remitir a una categoría invariable de la naturaleza humana, ha cobrado diversos significados a lo largo del desarrollo civilizatorio (Méda, 1995). Pero, si bien no existe un concepto unívoco como una de las reflexiones agudas sobre el tema, se ha destacado la ambivalencia que atravesó la historia del término, concebido como campo fértil para promover el autodesarrollo y potenciar las capacidades humanas y, al mismo tiempo, como fuente de esclavitud y dependencia (Hopenhayn, 2001).

En tanto categoría histórica, se suele sostener que el significado del trabajo, o específicamente del papel que ejerce en la forma de organización capitalista, constituye un tópico fundamental de integración social y mediatización del sujeto con la comunidad ciudadana. Se trata de un soporte privilegiado de inscripción de las personas en la estructura social, el medio de inserción productiva y social central bajo la era industrial y la racionalidad moderna. Es también bajo estos cánones y en esta etapa, que el concepto de trabajo permaneció prioritariamente ligado a lo "formal", reduciéndose a la idea de empleo. Al tiempo que, desde la perspectiva marxista, la venta de la fuerza de trabajo es reflejo de la indisponibilidad de las bases materiales para la subsistencia entre quienes no cuentan con otra fuente de ingresos.

La figura del trabajador, individual y colectivamente, ha cumplido un rol clave. Como componente de la fuerza de trabajo ha sido una pieza fundamental tanto en el sostenimiento del sistema social como en la lucha por la emancipación de ese sistema de dominación. Su centralidad medió en la conservación de las estructuras históricas, y también constituyó un elemento en la construcción identitaria de la subjetividad moderna. Asimismo, funcionó como eje demarcador de posiciones sociales.

Siguiendo los argumentos de Lo Vuolo (2004), en las sociedades modernas siempre se confundieron las funciones económica y social del trabajo. Allí estribó la posibilidad de un postulado: las actividades humanas y las personas se valoran considerando el precio que el mercado paga por su fuerza de trabajo. Idea fuerza que delinea al trabajador como responsable por la realización de los esfuerzos que demanda el ser "empleable", y que habilita la individualización por culpa de la situación del desempleo.

Diversos autores han mencionado las tensiones materiales y simbólicas sobre la noción de trabajo que recorren también los espacios de las organizaciones de desocupados (Merklen, 2005; Svampa y Pereyra, 2003). Paralelamente, la lectura sobre la condición de "asistido" permanece estrechamente asociada con la figura opuesta a la del "trabajador", es decir, ligada a la identificación de "vago", referida a su vez a una actitud que convierte al sujeto en objeto de sospecha para el conjunto de la sociedad. Investigaciones locales e internacionales a partir de casos específicos, han subrayado esta compleja cuestión, entre otros, Soldano (2004), Merklen (2005), Dávolos y Perelman (2005) y Howe (1998).

Entendemos que la figura del "vago" concentra la acumulación de todo un malestar social que permite, a través de la pasividad frente a los avances de un sistema de dominación, mantener un status-quo y perpetuar el ordenamiento social, por tanto, opera como figura de reaseguro del disciplinamiento social. Al mismo tiempo, obra como mecanismo de distinción entre los sujetos a partir de sus comportamientos.

Por otra parte, en la presente investigación se incorporó igualmente una nueva figura: el "luchador". Porque en el escenario argentino, desde fines de los noventa y para los jóvenes que componían nuestro universo, la construcción de esta figura remitía a una situación bien precisa: eran parte de una organización de desocupados, mediante la cual adelantaban acciones colectivas que les permitieron tener acceso a la asistencia estatal.

El conjunto de los elementos aquí expuestos fueron el centro neurálgico de nuestro interés, como parte de las múltiples cuestiones surgidas entre las respuestas de la política pública, los intereses políticos y las demandas sociales, que conformaron un marco bien amplio de entrecruces.

UNA CARA DE LA LUCHA

Durante el siglo XX, la inserción de los jóvenes al mercado de trabajo actuó como un reaseguro en el proceso de reproducción social. No obstante, las tendencias de las últimas décadas interpelan los supuestos que alimentaban este pasaje. El de los jóvenes es uno de los sectores más afectados por la crisis del empleo y el proceso de reestructuración del mercado laboral, que como segmento de la clase trabajadora en periodo de formación, experimenta múltiples complejidades a la hora de vincularse con el mundo del trabajo.

En este sentido, diversos autores argentinos han subrayado que si bien las problemáticas laborales se evidenciaron con crudeza en la población de jóvenes del país, entre las tendencias señaladas se observaron amplias brechas entre quienes provenían de diferentes sectores sociales. Se destacó que los jóvenes ubicados en los sectores de menores ingresos habían sido quienes mayormente habrían sufrido altas tasas de desocupación, anunciando un proceso de preocupante polarización social (Salvia y Tuñón, 2003; Jacinto, 2004; Miranda y Otero, 2005). Esta situación generó interrogantes con respecto a cómo transcurriría su ciclo vital activo, pero también en relación con sus impactos en términos subjetivos, considerando el contexto y la situación señalados (Otero, 2006).

Análogamente –sin inferir generalizaciones– en la mayoría de los movimientos sociales más visibles en el escenario nacional, se observó la presencia de un alto componente juvenil en su seno. En efecto, parte de los jóvenes afectados por las problemáticas laborales integraron diversas organizaciones gestadas en la dinámica de la lucha contra el desempleo que se instaló con fuerza en nuestro país, sobre todo desde mediados de la década del noventa. En este marco, las organizaciones de desocupados formularon su demanda frente al Estado como un reclamo por "trabajo/trabajo genuino". Al mismo tiempo, bajo una forma de intervención estatal donde la política social cobró peso creciente como mediador del conflicto social, la obtención de planes alcanzó prioridad.

Pero sobre estas reivindicaciones, subyacían nudos simbólicos en tensión. Por un lado, las organizaciones apelaban tanto al reconocimiento como a la salida de la condición de desocupación. Por otro, luchaban por acceso a bienes y servicios, pero al estar sometidos a la urgencia, la situación inauguraba una tensión por aceptar ofertas de asistencia que les posibilitaran su supervivencia (Merklen, 2005).

Ahora bien, los jóvenes participantes en estas organizaciones no permanecían ajenos ni tampoco se adaptaban linealmente a las propuestas surgidas allí, sino que resignificaban y otorgaban sentidos diferentes a las nociones tematizadas en el Movimiento. Y, si bien podían reconocerse elementos comunes entre los discursos, convivían representaciones fragmentadas acerca de nociones como trabajador, luchador y vago. En los próximos apartados profundizaremos en estas temáticas, tomando en cuenta los perfiles de los casos bajo estudio y las huellas de su pasaje en la construcción de un colectivo.

LOS JÓVENES Y EL MOVIMIENTO

Los hallazgos de la investigación realizada conformaron líneas interesantes de discusión. En primer lugar, como una descripción sucinta y panorámica se logró entrever que la trama de actividades cotidianas que componían la vida interior del Movimiento, comprendía múltiples espacios, entre los cuales, las asambleas, los cortes de ruta y los grupos de trabajo productivo-comunitario destacaban como propuestas centrales. Al mismo tiempo, uno de los criterios rectores, se cimentaba en la horizontalidad entre los miembros. Es decir, arraigaba en una fórmula de construcción compartida entre iguales en la cual las instancias colectivas primaban ante cualquier tipo o forma de liderazgo y jerarquía, imprimiendo el carácter, el perfil y la orientación a la organización y a la forma de participación en ésta.

Las instancias mencionadas conferían una dinámica temporal activa en su interior, y la distribución de las actividades se establecía conforme al ritmo de los grupos de trabajo productivo-comunitario, pero revestía alteraciones constantes en función de su complementariedad con los cortes de ruta y marchas2. La circulación de buena parte de los habitantes de la zona por los espacios del Movimiento había logrado instalarse en el ámbito barrial desde su surgimiento a fines de los años noventa. Entre los jóvenes de habitantes de la zona los contactos establecidos cobraban matices acentuados. La mayor parte de ellos se aproximaba luego de la adscripción de familiares, amigos o vecinos que ya habían trazado un primer acercamiento. En los casos que componían la muestra bajo análisis y dado las escasas prácticas previas de participación en la conformación de un espacio de este tipo, desde su inicio constituían una experiencia "novedosa".

En esta trama, el ámbito más perceptible de identificación con la figura del "luchador" se conectaba directamente con las acciones de protesta directa3. Desde los discursos de los jóvenes, el ritual de iniciación generalmente se consumaba con la asistencia a un "corte" de ruta, de allí que el "puesto", es decir, la obtención del plan social, era resultado y ganancia de la lucha, mientras que el esfuerzo que simbolizaba "ir" era reconstruido como una tarea que interpelaba la pasividad cotidiana. Los cortes eran un momento significativo de visibilidad pública, constitutivos del Movimiento, y metáforas de una forma de expresión. Sucesos donde se desplegaban pautas de comportamiento próximas a las que predominaban en otros ámbitos cotidianos, es decir, en cierta medida, usuales para estos jóvenes. Por eso, entre ellos se observaba cierta predisposición por este tipo de práctica (Zibechi, 2003)4.

Tras los distintos grados de involucramiento que mediaban la participación de cada joven manifestante, se entreveía un consenso: el corte remitía tanto a un momento de expresión del descontento social y la demanda, como a una forma de estar juntos, de autoreconocimiento como integrantes de un movimiento "piquetero" de lucha. Un momento de exposición que predisponía al despliegue de afectividades y emociones, marco donde se gestaban innumerables anécdotas que alimentaban y trazaban su constitución como participantes-luchadores5.

En este sentido, el acontecimiento como sus alcances y detalles eran reconstruidos, pasando a formar parte de la narrativa de la lucha colectiva, y al mismo tiempo, del bagaje de experiencias transitadas por cada uno de los protagonistas. La posición que vertebraba las opiniones del grupo formulaba la validez del reclamo y el acto de justicia que involucraba esa demostración pública. Pero no era una práctica despojada del desafío de un posible enfrentamiento represivo6. En esta dirección, todos ellos subrayaban que la sensación de riesgo generada por sus manifestaciones, se agudizó a la luz de los sucesos del 26 de junio de 2002 con la muerte de Darío Santillán, uno de sus "compañeros". Este hecho significó una renovada toma de posición y decisión respecto de continuar o no asistiendo a los encuentros.

No obstante, la reconstrucción de la etapa de mayor intensidad en las manifestaciones de protesta se rememoraba como un período favorable en la lucha. También para entonces, la opinión pública de aceptación del reclamo otorgaba cierto margen de apoyo. Sin embargo, luego del 2003, parecía haberse pasado de una etapa de reconocimiento y solidaridad para con los "desocupadospiqueteros" a otra donde primaba el descontento y el cuestionamiento generalizados. Se discutía su legitimidad y se alegaba el perjuicio que ocasionaba esta práctica para el conjunto de la sociedad en sus posibilidades de movilidad y tránsito por la vía pública, al tiempo que se hacía referencia a la vagancia como un motivo de desacuerdo con la política social implementada.

Aun en el 2005, en los discursos de los jóvenes entrevistados, los reclamos enarbolados seguían siendo justos y existía un elevado grado de predisposición latente hacia este tipo de manifestación del descontento hacia el orden social. A pesar de ello, reconocían el predominio de una estigmatización cada vez mayor hacia los "piqueteros". Destacaban que la influencia negativa de los medios de comunicación, así como la expansión de los "cortes" como método utilizado por múltiples grupos sociales, atentaban contra la efectividad de la medida y contribuía a reforzar juicios desfavorables.

¿Sabés qué pasa? Llegó un momento en que el piquete era la justa razón. Cada auto te puteaba cada tanto; ahora te putean todos apenas salís. ¿Sabés cuál es el problema? Está tan involucrada la palabra "piquetero". Vos, antes decías "piquetero" y era capucha, palo y fuego. Ahora, piquete, vienen dos boludos que se pelearon con el sindicato y hay un piquete y está mal dicho eso. Por ahí está bien dicho: piquete involucra a todo. Pero antes, "piquete-piqueteros" era piquete y piqueteros ¿viste? Y después estaba la CGT, la CTA y la familia atrás ¿viste? (Ev. No. 10, varón, veintiún años).

AMBIGÜEDADES Y RESISTENCIAS: ENTRE TRABAJO Y PLANES

Ahora bien, nos preguntábamos también qué pasaba con los jóvenes y las propuestas de grupos productivo-comunitarios. De qué manera retomaban la probabilidad de inclusión en microemprendimientos y qué significación tenía la posibilidad de vinculación con un espacio de trabajo con características bien disímiles a las que ofrecía el mercado de trabajo asalariado. Interesaba sondear si estas experiencias en el colectivo agregaban nuevos elementos en la elaboración de representaciones sobre el trabajo que los jóvenes iban configurando7.

En un primer nivel de análisis interpretábamos que los entrevistados se reconocían en la herencia de la clase trabajadora y –en términos generales– remitían a extensos núcleos familiares donde los padres, a través de su inserción laboral, incluso precaria, habían sido los proveedores centrales del hogar, y la posibilidad de consumar formalmente una asociación entre trabajador-dignidad estaba presente en sus historias. Se establecía allí una compleja tensión con el marco de posibilidades dadas para generaciones precedentes8.

Entre estos jóvenes, la dignidad como valor formaba un puente con la figura del trabajador en el esfuerzo personal por sustentar su supervivencia. No obstante, la dignidad no encontraba una significación homogénea en el conjunto. De modo que, dentro del grupo, para algunos jóvenes un trabajo "digno" se definía en función de que la remuneración fuera suficiente para la manutención de una familia, permitiendo la reproducción de la unidad doméstica sin tener que pedir "ni vivir de prestado". Mientras que, para otro subgrupo, refería a aquel donde "nadie manda" y no existe una relación de explotación. Finalmente, en una tercera asignación frecuente, un trabajo "digno" remitía a la condición de cumplir derechos laborales como: contrato por tiempo indeterminado, obra social, pago de aportes, vacaciones, etc., es decir, asociado con el esquema trabajo asalariado formal. En la última definición, digno nombraba el cumplimiento de los derechos laborales y su opuesto, cualquier tipo de abuso por parte del empleador, lo que promovía una alteración del contrato pactado y atentaba contra dichas condiciones de trabajo: "Trabajo digno, ya te digo: no me importa de qué, dónde sea. Lo que me importa es que no tenga que cagar a nadie y gane bien. ¿Entendés? Y a la vez tenga la obra social, porque si vos ganás bien, podés tener a tu familia bien" (Ev. No. 10, varón, veintiún años).

Entretanto, la tarea desempeñada en el Movimiento adquiría valor en relación con su aporte en la conformación de éste, y, sobre todo, como una práctica horizontal y antijerárquica, ambos núcleos valorados positivamente. Los relatos recreaban una manera de organización y visión del proceso de trabajo entre pares, que caracterizaba el desarrollo de los grupos como parte del nuevo espacio generado. En torno a estos ejes se enunciaban los puntos contrastantes con las vinculaciones laborales anteriores. Aun cuando las trayectorias daban cuenta de experiencias bien dispares –incluso casos de escasas y/o casi nulas inserciones previas en el mercado laboral–, en sus discursos las diferencias cobraban sentido haciendo hincapié en la permanente comparación entre las ofertas laborales y en función de la contraposición pasado/presente. La ausencia del "patrón" como figura clave sobrevolaba en las expresiones del conjunto. Al tiempo que, la separación en torno a la dirección, organización y ejecución del trabajo perdía peso en esta actividad innovadora. Así, la forma de organización piramidal en cuyo vértice se asentaba el dominio patronal y cierto tipo específico de orden disciplinario, se exponía en confrontación con la propuesta colectiva de trabajo9.

[...] acá, uno trabaja por su cuenta y no tenés que andar dependiendo. O que alguien venga y te rete: "que esto no es así" o "esto es así y así porque..." un patrón sería. Acá no tenemos patrones. Acá, nosotros nos ganamos todo por la lucha y nadie regala nada, porque si nosotros no salimos a luchar, no vamos a tener nada. Nosotros todo lo ganamos en la lucha (Ev. No. 12, mujer, veintisiete años).

Homogéneamente, los jóvenes subrayaban aspectos positivos de su intervención en los grupos productivocomunitarios, opinión que se asentaba fundamentalmente en el modo colectivo de trabajo. Desde allí, en los relatos resaltaba una y otra vez que el intercambio entre pares y la toma de decisiones sobre el proceso de trabajo, era una práctica innovadora, en tanto sus experiencias anteriores se circunscribían al desarrollo de una tarea en forma individual que no implicaba el ejercicio de una puesta en común y decisiones conjuntas sobre la forma de su realización. Pero también estimable en la medida en que el mayor intercambio afianzaba vínculos entre los miembros de cada actividad. Aun cuando los espacios no estaban exentos de conflictos cotidianos, la dinámica rememoraba anécdotas cargadas de sensaciones agradables.

En esta misma dirección, e independientemente de los logros productivos, la larga cadena de pasajes por grupos de trabajo productivo-comunitario implicaba un protagonismo con el cual se sentían comprometidos. Estos jóvenes valoraban la posibilidad del trabajo grupal y la generación de espacios de discusión, así como también la flexibilidad de rotación para incluirse en los distintos grupos. Pero las experiencias allí tenían alcances bastante dispares, algunas lograban sostenerse por tiempos prolongados generando núcleos de relativa solidez, capaces de consolidar el trabajo colectivo. Sin embargo, el grueso de los ensayos de microemprendimientos eran una mixtura de aciertos y desaciertos que se renovaban constantemente en concordancia con la lógica de búsqueda, en un contexto por sí mismo desalentador. Además, el escaso cimiento de rutinas laborales consolidadas entre parte de los jóvenes sumaba un elemento de complejidades y discusión a su viabilidad (Svampa y Pereyra, 2003; Zibechi, 2003).

Más allá del tipo de inserción y de actividades realizadas en ocupaciones anteriores, para estos jóvenes, las tareas dentro del Movimiento cobraban un sentido diferente en tanto permanecían atravesadas por una constante interacción. En efecto, suponían una conexión entre pares distinta a la reconstruida con base en situaciones pasadas. Este pasaje sentaba huellas, en los discursos críticos respecto a las relaciones laborales que ofrecía el mundo del trabajo. Así como también, en la valoración positiva de la asociación libre de la propuesta y en el modo de consensuar roles y tareas dentro del Movimiento.

[...] en un grupo, todos se ponen a hablar, se sientan a hablar primero a ver cómo se hace el trabajo. En cambio, en una fábrica no se sientan a hablar. En la fábrica te dicen "vos tenés que producir tanta cantidad para que puedas cobrar esto o más". Hay mucha diferencia. En cambio acá, en el MTD, en el grupo de trabajo primero se habla, después se buscan los elementos y después se hace en conjunto el trabajo (Ev. No. 2, mujer, veintinueve años).

De igual modo, entre los jóvenes, el hecho de participar en distintas actividades cobraba sentido ante la pasividad del desempleo, y las instancias colectivas proveían un lugar donde posicionarse. No obstante, los grupos de trabajo propuestos escasamente ofrecían una identificación plena con la idea de trabajador y convivían visiones encontradas a la hora de asimilar las tareas que realizaban dentro del Movimiento con un trabajo. Desde sus relatos surgían dos imágenes centrales, que nos orientaron a la hora de profundizar en las opiniones respecto al tipo de prácticas generadas. Estas imágenes aludían, por un lado, a la añoranza de formas de integración social vía el trabajo formal, por otro, con sus experiencias en el MTD de Lanús.

En sintonía con esta última, entraban en juego valores como la cooperación entre los "compañeros", la solidaridad entre los miembros del colectivo y la gestión conjunta de las tareas. Todos estos elementos que agregaba la emergencia y encuentro con experiencias innovadoras tenían implicancias en las subjetividades y, obviamente, en las representaciones sociales en torno a la figura del "trabajador". Aun así, la connotación positiva que sugerían hallaba límites bien precisos relacionados con la escasa sostenibilidad de las experiencias que marchaban en un vaivén constante.

Específicamente en el caso de los micremprendimientos, al caminar a contrapelo de la lógica dominante del capital, encontraban serios obstáculos a la hora de generar circuitos de venta, de producción y de retroalimentación de la cadena productiva, que consecuentemente restringían la obtención de mayores recursos económicos para los participantes. Además, los escasos apoyos estatales y la insuficiencia de soportes de profesionales que, tendientes a fomentarlos, formaran parte de sus límites constantes.

Como hemos señalado, las experiencias laborales previas –en la mayoría de los casos ligadas al sector de servicios– tenían implicancias a la hora de la proyección y constancia de una tarea y su continuidad. Pero también los escasos ingresos generados como contraparte de su inclusión en un grupo de trabajo productivo-comunitario, ante un mundo exterior que los convocaba e interpelaba todo el tiempo como sujetos de consumo, hacían cuesta arriba la tarea de la resistencia. En esta trama constante de tensiones, las necesidades económicas irrumpían una y otra vez. Entre trabajos y planes, conseguir "la moneda" seguía siendo fundamental, y, sobre todo, el peso del ejercicio de jefatura del hogar se traducía en un elemento prioritario a la hora de fundamentar separaciones entre las figuras de "luchador" y "trabajador".

Ahora bien, durante el 2005, las historias del grupo presentaban puntos de inflexión: si bien rememoraban positivamente su pasaje por el colectivo, una cierta "apertura" en las posibilidades de inserción al mercado laboral implicaban una nueva toma de decisión. Las opciones no eran de ningún modo lineales, pero la estabilidad económica que prometía un trabajo dependiente cobraba primacía entre estos jóvenes, de hecho, la mitad de los integrantes de la muestra ya había dejado de concurrir a los espacios del Movimiento en busca de nuevos rumbos, fundamentalmente en procura de un puesto laboral.

Como planteáramos al finalizar el proceso de investigación antecedente, en el sentido de cuestionar las relaciones que signan el capitalismo, el combo "luchadortrabajador" no formaba por entonces dos caras de una misma moneda. El carácter instrumental de las vinculaciones de cara al mundo laboral, como la noción del trabajo asociado con remuneración y la cobertura de riesgos sociales, constituía la imagen más cercana a la dignidad, en el horizonte de sus expectativas. Por ello, formulábamos que la idea de dignidad todavía permanecía fuertemente asociada con los derechos del trabajador formal, de alcance, en la etapa previa (Otero, 2006).

TRABAJADORES VERSUS VAGOS

Dentro de las cuestiones que nos sugería el cruce entre experiencias tan dispares, como el acceso a un mercado laboral altamente fragmentado y el enfrentarse a una situación de desocupación, nos hemos preguntado desde el punto de vista del trabajador, ¿qué ocurría cuando material y simbólicamente no podían vender su fuerza de trabajo en el mercado? ¿Cuál era el margen de posibilidades para obtener un plan social y qué implicancias tendrían ambas situaciones en las representaciones sociales elaboradas? Así, intentábamos explorar en qué medida se modificaban o reactualizaban estigmatizaciones sociales entre "vagos" y "trabajadores". Acentuábamos en la reconstrucción sobre cómo operaba el sentido común en las prácticas y representaciones que los jóvenes tenían sobre el trabajo, y concluíamos que se manifestaba en la reactulización de ambas figuras centrales, entrelazadas y en tensión: "trabajadores versus vagos"10.

En el caso de los jóvenes entrevistados, la elaboración de imágenes sobre la figura del trabajador se nutría de miradas que involucraban las actitudes de sus mismos pares participantes del Movimiento, y desde esta perspectiva se trazaban diferencias o similitudes con "otros" jóvenes del barrio, o con las historias de sus padres, extendiéndose hacia el conjunto de la sociedad.

La contrastación permitía delimitar y valorar su propio comportamiento, así como legitimar su posición con respecto al cumplimiento del deber que implicaba su esfuerzo. Es aquí donde la transmisión generacional de los valores asociados con la figura del "trabajador" adquiría peso. Los relatos evocaban la historia de antecesores próximos, sus propios padres, visualizados como "luchadores" en el terreno laboral. Este reconocimiento vinculado con la idea de un "relativo" progreso económico, comprendía a quienes, a través de su propio esfuerzo, lograron sobrevivir y reproducirse aun en un medio plagado de adversidades. En tanto que el término luchador no se hallaba linealmente en correspondencia con la rememoración de manifestaciones colectivas de conflicto, es decir, no permanecía estrictamente ligado a las luchas entabladas por generaciones de trabajadores precedentes, sino aludía a una dimensión individual. Al tiempo que planteaba una sensibilidad ampliada al conjunto de los que resistían condiciones sociales, laborales, etc., adversas, y pugnaban por progresar.

En la trama discursiva los padres aparecían como referentes claves tanto como transmisores de valores que elevaban la importancia del esfuerzo personal, como portadores de un ejemplo a través de historias asociadas con la constante elaboración de estrategias de supervivencia. Más que enarbolar prósperos recorridos laborales, los jóvenes destacaban una actitud de búsqueda constante. En este sentido, en la configuración del esquema de representaciones sociales, la imagen no aparecía reforzando una conciencia ni política, ni corporativa, sino más bien tenía su anclaje prioritario en el recurso del esfuerzo individual como sostén de las trayectorias.

En el contexto de crisis, las explicaciones argumentadas por el grupo de jóvenes en torno al desempleo apuntaban al conjunto de transformaciones en la estructura laboral, sin embargo, emergía allí una fractura que hacía posible visualizar actitudes y comportamientos de sus propios pares que llevaban a asimilarlos como semejantes en situación, pero "diferentes" en tanto no manifestaban actitudes de esfuerzo y superación. La falta de voluntad para emprender cualquier tarea, la "dejadez", la escasa motivación y la ausencia de compromiso, así como la pasividad, eran un conjunto de rasgos que identificaban el comportamiento de esos "otros".

Te digo porque es la visión general porque… Yo te puedo decir que se dá en un 30%, 35%. Un tercio, serán vagos […] El sistema se organiza, el sistema busca cómo organizarse. Y como tienen un discurso de que todos son vagos, muchos piqueteros se creían vagos […] (Ev. No. 9, varón, veintinueve años).

Bajo esta sutil diferencia de actitudes, se simboliza el estancamiento en el cual permanecía sumergido su tiempo y el espacio de hábitat. El vago simbolizaba la figura contrapuesta al trabajador, sembrando sospechas entre los integrantes del Movimiento y con el resto de los habitantes del barrio. Enlazaba poniendo en tensión las problemáticas asociadas con el trabajo y el funcionamiento de la política social, a través del ingreso masivo y sistemático de los planes sociales. Tenue pero implacable, la aplicación del juicio frente a estas actitudes, establecía posiciones. De modo que la imagen estaba presente en sus evaluaciones del resto de los desocupados, pero también de desocupados incluidos en el Movimiento. Recíprocamente se utilizaba como término de designación para "otros desocupados", y un referente a la hora de identificar participantes. Por ello, como formas de identificación dentro del espacio colectivo, el mecanismo que ponía en juego la figura del "vago" provocaba contrastes que, sin llegar a quebrar el orden cotidiano, permitía establecer distinciones entre los jóvenes, así como entre los restantes miembros.

Ahora bien, la figura del "vago" se centraba en un rasgo inherente a cada persona que se reforzaba a través de la naturalización de los planes sociales y las expresiones de un dilema sin solución aparente: la crisis del empleo y las respuestas generadas desde la política social. Si embargo, al ser interpretadas como rasgos subjetivos, el cambio quedaba sujeto a su portador. Esto conducía nuevamente al opacamiento de la situación estructural de la problemática en torno al empleo. De allí que en los discursos, esta figura permanecía en los límites donde los jóvenes se confrontaban con sus propias elecciones. No había sanciones explícitas, pero subyacía una suerte de tensión entre el "no se puede" y el "no se quiere", mecanismos que cobraban expresión a la hora de establecer posiciones.

Si bien, la opinión que recorría y homogeneizaba gran parte del resto de los sectores sociales con respecto a la sospecha del asistido por el Estado como "vago", encontraba correspondencia y circulaba en estos participantes jóvenes del Movimiento, hallaba nuevas fronteras de ruptura a partir de los espacios colectivos de comunicación y reflexión crítica como prácticas cotidianas en el marco de la dinámica propuesta por el Movimiento. La disputa por la resignificación y la reelaboración de las clasificaciones latía una y otra vez en los momentos de la exposición de casos específicos que abrían la posibilidad del diálogo. Ejemplificar este acontecer poco sujeto a linealidades resultaba una tarea compleja, sin embargo, señalando algunos ejemplos concretos, la demanda de cada miembro de rotar de grupo de trabajo y/o los enfrentamientos dentro de dichos grupos que alteraban su funcionamiento, requerían ser tratados en las asambleas colectivas, sometidos así al intercambio que se establecía entre las opiniones de los miembros sujetos a visiones encontradas y cuestionamientos que precedían la evaluación de cada caso. De allí la apertura a las interpelaciones y el reconocimiento de nuevas aristas a partir de situaciones concretas, permitiendo la puesta en marcha de consensos para la identificación de los propios miembros. Justamente en ese entrecruzamiento, la tensión entre las propuestas del Movimiento, las nuevas formas de relaciones sociales como laborales emergentes, se enfrentaba a clasificaciones del sentido común sugiriendo pugnas abiertas.

Sin lugar a dudas, tanto los postulados que guiaban el movimiento social, como las prácticas dadas en el marco de las instancias colectivas, permitían generar espacios de reflexión que abarcaban y trascendían el binomio trabajador-vago. Por otra parte, el funcionamiento y puesta en marcha de planes sociales de expandido alcance, generó discusiones controvertidas desde su implementación. Si bien la coyuntura de crisis legitimaba la afluencia de recursos estatales destinados a atender a los sectores más afectados por el contexto crítico, no dejaban de señalarse cuestionamientos a los juegos perversos propios del carácter "asistencialista" de estas iniciativas, ideas que se fueron reforzando con la masividad que alcanzó el Plan Jefes y Jefas Desocupaos (PJ JyJDH).

El clientelismo y la vagancia formaban y forman, por cierto, parte de sustantivos debates, frecuentemente vinculados tanto con los sectores pobres como con los jóvenes provenientes de dichos sectores. En torno a estos últimos recayeron los más significativos interrogantes respecto a cómo transcurrirán sus trayectorias vitales, y qué tipo de inserciones signarían su futuro, cuestiones que aún no encuentran correlato en el diseño de políticas activas e integrales capaces de enfrentar dicha problemática.

A MODO DE CIERRE

A partir de las reflexiones expuestas, entendemos que las figuras de "trabajador", "luchador", "vago" que circulaban en el universo de designaciones utilizadas por los jóvenes entrevistados, constituían un esquema de entrecruces y tramas en tensión recorridas por visiones dicotómicas que denotaban posiciones de lucha y combatividad; resistencia y demanda; fragilidad y resignación, conformando el núcleo de las representaciones sociales vinculadas con el mundo del trabajo y la lucha por un cambio social, eje rector del MTD de Lanús.

En este marco, estos jóvenes advertían su aporte a la construcción del espacio colectivo, ante todo, como una forma de enfrentar la situación crítica por la que atravesaban ellos y sus familias. Mientras que el perfil horizontal y antijerárquico de la participación en todas las instancias del Movimiento constituía un aporte central para su adscripción a éste. De igual manera, los espacios inaugurados tras la propuesta permitían ciertas "flexibilidades" acordes con su propio comportamiento y mundo de vida. La preferencia por dicho modo, conducía a un nuevo planteo sobre en qué medida esta tendencia de pautas culturales que marchan a contrapelo de férreas y escasamente flexibles disciplinas, anticiparían un giro en los modos de participación predominantes.

Sin embargo, respecto el ámbito laboral encontrábamos sugerentes matices. La vivencia concreta de un mundo de trabajo estructurado bajo la égida jerárquica no resultaba totalmente desconocida para estos jóvenes, aunque no siempre se correspondía con prácticas cimentadas en sus propias trayectorias. La alternancia entre períodos de trabajos precarios, de escasa duración, desocupación y planes sociales, fueron configurando una amalgama de tramos que delineaban el carácter errático de las trayectorias laborales. De esta forma, se reafirmaba la rotación, la movilidad y el cambio constante como rasgos persistentes en las vinculaciones que estos jóvenes de sectores pobres entablaban con el mundo del trabajo y las políticas sociales formuladas en respuesta a las transformaciones dadas en la estructura laboral.

No obstante, las huellas del pasaje por grupos autogestionarios –propuestos por el Movimiento– cimentaron las bases de una experiencia innovadora valuada positivamente en contraste con tramos laborales previos. Las experiencias y prácticas dentro de los grupos de trabajo productivo-comunitario sirvieron de estímulo en la reconfiguración de la figura del trabajador, pero la vinculación entre participación-trabajo se establecía y traducía en términos de ambigüedades y diferencias. Implícitamente en sus contenidos se traslucía, por un lado, la evocación de su frustración como trabajadores y, por otro, su reinvención inacabada como sujetos-productores-autónomos en la incipiente organización (Otero, 2006).

A pesar de tratarse de un movimiento autonomista, los microemprendimientos escasamente lograban sostenerse en un proceso prolongado en dirección al cambio social. Entre estos jóvenes predominaba la opción por un trabajo asalariado tradicional, independientemente de los cuestionamientos que establecían en torno al mercado laboral. Claramente, durante el 2005, sus expectativas estaban orientadas en dirección a conseguir un trabajo formal con beneficios y estabilidad, visión que, como hemos visto, permanece ligada a la dignidad del trabajo.

Por su parte, la figura del "vago" resultaba un factor sutil de distinción. Pero en la percepción del grupo entrevistado, era opinión compartida que la noción de vago designaba a aquellos jóvenes –incluso del Movimiento y sobre todo aquellos no vinculados a éste–, que permanecían en la ociosidad absoluta, apáticos a cualquier tipo de actividad que requiriera una mínima cuota de compromiso. Se refería a aquellos que no buscaban ninguna salida a su situación, quienes parecían haber perdido la noción de ciertos "códigos mínimos" para comunicarse; e incluso su misma presencia como habitantes del barrio, resultaba amenazante y acarreaba complejidades en el entorno, dada su predisposición violenta.

Estos rasgos en conjunto inauguraban nuevas diferencias, permitiéndoles ser clasificados como "otros" dentro del conjunto de jóvenes, al cual ambos grupos pertenecían por compartir edades y posiciones similares en la estructura social. De esta forma se generaba un incipiente espacio de diferenciación que involucraba el ámbito cultural y de valores, hecho que establecía distancias con estos jóvenes, cuyas trayectorias laborales, a partir de 2005, se perfilaban hacia nuevas inserciones como asalariados.

NOTAS AL PIE

1 Partimos del supuesto, según el cual, las representaciones constituyen sistemas simbólicos que conforman un modo de construir la realidad y median en la relación sujeto-sociedad. La lucha simbólica por la renovación de tales sistemas consiste en una dinámica compleja de interpelaciones tanto colectivas como individuales presentes en el entramado social. Retomamos aquí el concepto elaborado por Jodelet (1986).

2 La estructura organizacional el MTD de Lanús se divide en áreas operativas: grupos de trabajo productivos (panaderías, huerta, bloquera, etc.), Grupo de Trabajo Comunitario (cocina, obra, biblioteca, copa de leche) y áreas de trabajo organizativo y comunitario (administración, relaciones, finanzas, prensa, formación). Al compás del funcionamiento de las áreas reproducidas en cada uno de los barrios se articula la participación. En sintonía con los postulados del Movimiento, los microemprendimientos están orientados al logro de una autosubsustentación acorde con el cambio social eje de la propuesta a largo plazo del MTD, los subsidios conforman un paso en lucha. Una de las características distintivas que hace al perfil del MTD de Lanús inscripto en la corriente autonomista, es la promoción de actividades económicas de carácter autogestivo. Desde los materiales de difusión elaborados en el mismo Movimiento, el propósito es "transformar los planes sociales, improductivos y asistencialistas en la concepción del gobierno, en proyectos auténticamente productivos". Mientras que la figura del trabajador permanece fundamentalmente asociada con la dignidad de las personas (Dignidad Rebelde, revista barrial del MTD de Lanús, número 0, abril 2003).

3 Como forma de acción colectiva, el "piquete" presenta tres características: en primer lugar, consiste en cortar la circulación de mercaderías, interrumpir la movilidad, e implica un desafío en tanto acción no permitida legalmente. En segundo lugar, el corte genera solidaridad interna en el grupo que contribuye a la construcción colectiva, y, en tercer lugar, genera también incertidumbre, ya que no se sabe cómo termina ni cómo transcurre, y en cualquier momento puede esperarse la represión.

4 Siguiendo con el argumento de Zibechi, la afinidad de este espacio y las prácticas sociales posibles allí marchan en correspondencia con otros espacios de acción sociales de los jóvenes de sectores populares. "En cierto sentido, el piquete es el desenfado del cuerpo, el triunfo del cuerpo liberado y desenvuelto, inspirado en la cultura popular, sobre la paquetería burguesa. Porque en el piquete pueden ser ellos mismos, gritar, bailar, cantar, desafiar con el cuerpo como lo hacen los sectores populares. Igual que en la tribuna y en el recital de rock" (2003: 142).

5 Cabe aclarar aquí que parte de los jóvenes de la zona, aun cuando se sumaban a los cortes, no se integraban al MTD, ni obtenían un plan social por esta vía. Pero intencionalmente en los casos de la muestra bajo análisis, la participación en los cortes continuaba cotidianamente con la intervención en alguno de los grupos de trabajo productivo-comunitario y en la adjudicación de un plan social.

6 La autora argentina Maristella Svampa, a partir de una lectura acerca de las consecuencias del proceso de descolectivización social, propone la emergencia de una nueva matriz popular. Como parte de esta, enuncia una primera tesis sobre la subjetividad de los sectores populares en la cual destaca que "las jóvenes generaciones son objeto de la persecución policial en los barrios y a menudo víctimas del gatillo fácil", con ello enfatiza que estamos asistiendo a una transformación en la construcción del sujeto: de una subjetividad definida fuertemente por su inscripción en el mundo del trabajo, pasamos a una subjetividad definida por la experiencia de desinstitucionalización, de la distancia, de la ausencia, en relación con aquellos colectivos que anteriormente integraban al sujeto. La subjetividad actual se nutre de experiencias relacionadas con el consumo (restringido sin dudas cuando hablamos de los sectores populares), y también con la represión; la experiencia de la represión policial está "constituyéndose en un elemento fundante de la subjetividad para la juventud" (2003: 3). En este sentido, los jóvenes protagonistas de nuestra investigación, reconstruyen múltiples experiencias de la intervención policial en el barrio, y la agudización de la violencia en el territorio exacerbada en los últimos tiempos. En los cortes de ruta, la violencia represiva y/o su amenaza vuelve a reproducirse.

7 Un problema señalado por autores como Zibechi (2003) y Svampa y Pereyra (2003) en relación con los interrogantes que generan tanto los escasos o nulos hábitos laborales, como las referencias a la figura del "trabajador" en los integrantes jóvenes de los MTD de la Zona Sur del Conurbano Bonaerense. "Cercado en su dimensión territorial las vivencias relacionadas con la experiencia de la desocupación es significativamente diferencial, en el Conurbano Bonaerense [...] la historia familiar de muchos jóvenes que participan en las organizaciones piqueteras reenvía a la inestabilidad y la desprotección laboral, y por ende, aparece ligada a un proceso de desestructuración socioeconómica de más largo plazo [ en relación con otras experiencias como el UTD de Mosconi ]. Así, en estos jóvenes los recuerdos de una supuesta 'edad de oro' en la cual se ligaban de manera inextricable vocación peronista, bienestar material y trabajo industrial son menores, cuando no inexistentes" (Svampa y Pereyra 2003: 155-156).

8 Svampa y Pereyra, al analizar el caso de la UTD (en el territorio ex YPF), si bien muy diferente al aquí estudiado, sugieren que su conformación expresa la articulación entre dos perfiles generacionales: uno constituido por trabajadores ex "ypefearios", obreros, con experiencia laboral, calificados, de mediana edad, y otro de jóvenes con escasa o nula experiencia laboral. Retomando el trabajo de Touraine sobre conciencia obrera, concluye que mientras los del primer perfil exhiben una "conciencia orgullosa" (conscientes de su lugar como fuerza productiva en la sociedad), los del segundo expresan una "conciencia más 'proletaria'", visible en la baja calificación y a veces escasa trayectoria laboral, pero con una alta conciencia de su situación de pobreza. El protagonismo de los ex "ypefeanos" posibilitó el rápido enlace entre las categorías de piquetero y trabajador, mientras que la dirigencia de la organización pertenece a aquellos que se reconocen como trabajadores y para quienes "uno de los objetivos es recrear simbólica y materialmente la cultura del trabajo" (2003: 135-136).

9 Svampa y Pereyra (2003) sostienen que las propuestas de la línea de las organizaciones autonomistas como los MTD son las que con mayor énfasis rechazan una visión fabril del trabajo y promueven la tentativa de pensar nuevas formas de trabajo no capitalista, formas que no generen condiciones de explotación y que implican el autocontrol de la fuerza de trabajo. La propuesta de horizontalidad –es decir, la no existencia de divisiones jerárquicas entre los miembros– va en contra de todas las experiencias anteriores vinculadas al trabajo.

10 Cabe recordar aquí que hacia fines del 2003, un representante del sector eclesiástico argentino, monseñor Jorge Casaretto, afirmaba ante un medio de comunicación que los planes JJyDH "fomentaban la vagancia", interpretación repetida y avalada tanto por el presidente Kirchner como por el jefe de gabinete de su gobierno. Antes estos sucesos, Auyero argumentó que detrás de esa pseudoteoría "mezcla de elitismo con estupidez [...] están dos acusaciones veladas: una que los desempleados están sin trabajar porque no quieren trabajar. Dos que la protesta no sirve" (Suplemento Cash, 30 de noviembre de 2003: 12).


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