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Nómadas

versión impresa ISSN 0121-7550versión On-line ISSN 2539-4762

Nómadas  no.55 Bogotá jul./dic. 2021  Epub 15-Ago-2022

https://doi.org/10.30578/nomadas.n55a14 

Nuevos Nómadas

La tecnología como factor de humanización o las tecnologías de la deshumanización*

A tecnologia como fator de humanização ou as tecnologias da desumanização

Technology as humanization factor or technologies of dehumanization

Wilson Díaz Gamba** 

Angely Katherine Torres Melo*** 

Cindy Marcela Sierra Rivera**** 

** Director del Instituto de Paz (Ipazud) y del Centro de Bienestar Institucional de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas; profesor de la Maestría en Investigación Social Interdisciplinaria y docente del área de Humanidades de la misma institución, Bogotá (Colombia). Magíster en Investigación Social Interdisciplinar y licenciado en Ciencias Sociales. Psicólogo. Correo: wjdn50@yahoo.com

*** Investigadora principal de la línea de Derechos Humanos y Equidad de Género del Ipazud, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá (Colombia). Licenciada en Ciencias Sociales, magíster en Educación con énfasis en Comunicación Intercultural, Etnoeducación y Diversidad Cultural. Correo: akatome21@gmail.com

**** Investigadora principal de la línea Territorio y Desarraigo del Ipazud, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá (Colombia). Estudiante de maestría en Desarrollo Rural. Socióloga. Correo: cindymarcelasierracol@gmail.com


Resumen

En este artículo, luego de conceptualizar la tecnología como algo diferente a la simple aplicación de la técnica sobre el medio, se devela su carácter social como parte del aparataje del Estado y resultado de relaciones sociales tanto de producción como de poder. Sus caracteres humanizante y deshumanizante se expresan de manera simultánea y dependen de quién la cree, la use y con qué objetivos. Finalmente, los autores llevan la discusión al ejemplo bioético del uso responsable de las redes sociales como herramienta de paz y reconciliación en el caso de la población joven bogotana.

Palabras clave: tecnología; modernidad; bioética; relaciones de poder; discurso; deshumanización

Resumo

Neste artigo, logo de conceituar a tecnologia como algo diferente da simples aplicação da técnica sobre o médio, desvenda-se seu caráter social como parte da aparelhagem do Estado e resultado de relações sociais tanto de produção como de poder. Seus caráteres humanizante e deshumanizante se expressam de maneira simultânea e dependem de quem seja seu criador, a use e com que objetivos. Finalmente, os autores levam a discussão ao exemplo bioético do uso responsável das redes sociais como ferramenta de paz e reconciliação no caso da população jovem de Bogotá.

Palavras-chave: tecnologia; modernidade; bioética; relações de poder; discurso; deshumanização

Abctract

The purpose of this article, after conceptualizing technology as something different from the simple application of technique over the environment, is to reveal its social character as part of the State apparatus and the result of social relations of both production and power. Its humanizing and dehumanizing nature is simultaneously expressed and depends on who creates it, uses it, and for what purposes. Finally, the authors take the discussion to the bioethical case of the responsible use of social networks as a tool for peace and reconciliation by youth in Bogota.

Keywords: Technology; Modernity; Bioethics; Power Relations; Discourse; Dehumanization

Para muchas personas la tecnología es ese conjunto abarcador de objetos que en su uso diario facilitan la vida humana, sin embargo, y teniendo como foco la tecnología informática relativa a las redes sociales, hoy es posible decir que detrás de cada invención técnico-científica hay un interés más allá de lo práctico que involucra relaciones de poder, así sea solo del creador o creadora con un otro o consigo mismo.

Para muchas personas la tecnología es ese conjunto abarcador de objetos que en su uso diario facilitan la vida humana, sin embargo, y teniendo como foco la tecnología informática relativa a las redes sociales, hoy es posible decir que detrás de cada invención técnico-científica hay un interés más allá de lo práctico que involucra relaciones de poder, así sea solo del creador o creadora con un otro o consigo mismo.

Seguramente esta cuestión también tuvo sentido cuando se ensambló el primer objeto cortopunzante, cuando se organizó la producción agrícola o cuando se ensambló el primer telescopio: en cada era hay un modo de pensar los artefactos y unas relaciones políticas definidas detrás de ellos. Sin embargo, ¿qué influye sobre qué, la acción humana sobre la tecnología o al contrario? Sugerir que solo hay un modo lineal de verlo es poco realista. Si algo tenemos claro es que, aun cuando la tecnología no nace espontáneamente, sí tiene un impacto en nosotros durante su concepción y uso. El ciclo está bien definido en creación, utilización, tras-formación del entorno, de la mente, de los actos, de las relaciones sociales y vuelve a la creación. Se trata entonces de un camino de doble vía en el que la tecnología una vez creada es también influenciadora.

Con el fin de hacer algunas consideraciones del orden bioético en relación con el uso y la apropiación de la tecnología, la historia ofrece un sinnúmero de ejemplos que develan el carácter cultural y político que tienen los avances técnicos y la base sobre la cual se erigen para beneficiar, perjudicar o atender a ciertos intereses no definidos por la ética como buenos o malos. Mejor lo explica el cantautor uruguayo Jorge Drexler al decir: "la máquina la hace el hombre1 y es lo que el hombre hace con ella" (2004). De esta manera, se suscita la pregunta sobre el ejercicio del poder en la concepción y distribución de la tecnología en la humanidad.

En general, la descripción física y matemática que se hace de la tecnología impide entenderla como aparataje de Estado y herramienta de dominación, pues en nombre de la ciencia como principal fuente de legitimidad conceptual, primero se explica en términos neutrales de funcionamiento para evitar o ignorar su expresión como institución social: "Para el caso de Edison y el sistema de estaciones de generación eléctrica que él fundó, estas eran combinaciones de técnica, política, economía y sociedad" (Pinch, 2008, p. 79). Por tal razón, preferimos un concepto más ampliado de tecnología que involucra tanto la caracterización técnica como su motivación sociocultural en los puntos más representativos de la modernidad tecnológica: el uso de la innovación para la guerra, la glorificación del mercado y la dilución del sujeto humano en tecnologías que no utiliza de manera edificante.

De acuerdo con lo mencionado en el acápite precedente y en medio del estado actual de las comunicaciones, parece una buena ilustración de este punto el de las redes sociales, que al ser democráticas y abiertas se constituyen en tecnología de diseminación masiva de información con carácter positivo, negativo o una combinación particular de ambos. De ahí la importancia de darle un tratamiento bioético a su uso, por lo cual se describe la labor de los laboratorios de paz, una iniciativa social y latinoamericana que se postula como una de las propuestas del presente texto en torno al uso responsable y colaborativo de la tecnología en nuestros días.

La tecnología como concepto y práctica en la historia de la Modernidad

Cuando se piensa en tecnología, la referencia suele reducirse a artefactos de compleja y novedosa mecánica con utilidad masiva y componentes solo comprensibles para ingenieros de alta especialidad, sin embargo, el concepto es mucho más abarcador que ello. Bien puede considerarse dentro de esta categoría desde una aguja hasta una institución social (la familia, la religión, el Estado, entre otras relacionadas), pues una y otra son el resultado de la relación mental que evalúa condiciones del entorno, reconoce recursos disponibles, atiende necesidades o intereses, responde a la percepción de las potencialidades y procura hacerlas materiales por medio del trabajo y la reproducción de las relaciones sociales (Habermas, 1987).

Así, no solo las "cosas" propiamente dichas son tecnología, también lo son los mecanismos políticos por su intrincado engranaje y capacidad de conducir tanto a sociedades como a individuos a fines específicos (Pinch, 2008). Este aspecto la separa del carácter neutral que deviene de su simple definición como aplicación de una técnica sobre un medio para la obtención de un beneficio. Más allá de la maximización de la productividad o del bienestar, la tecnología como experiencia de la racionalidad humana es recipiente de dimensiones ontológicas (sistemas de creencias) como la cultura o la identidad, dimensiones internas al ser como la psicológica y dimensiones sociales como las relaciones de producción y poder. De tal modo, la racionalidad científica y con ella la tecnológica presentan un grado de complejidad mayor a la simple utilidad o satisfacción de necesidades, pues además de involucrar la capacidad de prever realidades posibles adquieren un carácter dependiendo de qué o quién las inspire, responden a unas estructuras mentales y sociales que se retroalimentan permanentemente (Habermas, 1987).

Con independencia de haberse creado para un uso cotidiano práctico, de entretenimiento o de supervivencia, cada estructura (social o mecánica), utensilio, aparato, máquina o dispositivo es producto del ingenio, pero sobre todo del interés promovido desde una estructura de poder que pudiera ser profundamente jerárquica y desigual, como horizontal e inclusiva.

La propia categorización que hace la historia hegemónica positivista constituye una división anodina, en eras tecnológicas con esta misma pretensión no alcanzada de neutralidad que además busca darle a los avances tecnológicos una condición exclusivamente material, reduciéndolos al aparato: la Edad de Piedra, de Cobre, de Bronce y de Hierro, todas nombradas por el uso que le dio la humanidad a estos materiales en la elaboración de herramientas. La Edad Antigua estuvo signada por la escritura y la filosofía; La Edad Media u oscurantismo, reforzada por la religión, se describe por la insuficiencia de tecnología y avances científicos en general (en comparación con otras eras después de la prehistoria); el Renacimiento constituyó el definitivo matrimonio entre ciencia y tecnología, al tener como centro la razón y el humanismo en contraposición a la creencia; y, por supuesto, la Modernidad, se caracterizó por su Revolución Industrial, transbordadores y genomas.

A partir de esta última era, como ese periodo de avances asombrosos fruto de la actitud creadora, el concepto de tecnología empieza a usarse de forma generalizada por su visible desarrollo (Pinch, 2008) y ratifica a la humanidad como moldeadora de su realidad material. Ya no hablamos solo de innovación científica y florecimiento de las artes, sino de una reevaluación de la tecnología en cuanto que beneficiosa al tiempo que nociva para la vida misma.

Se suponía que el avance de la ciencia en nombre de los principios de la Revolución francesa, igualdad, fraternidad y libertad, traería consigo un estado de evolución en el que el uso de la fuerza y la guerra serían cosa del pasado (Bauman, 2004; Fromm, 1991). Sin embargo, se consolidó una racionalidad tecnológica dirigida al conflicto y a aprovechar los recursos energéticos al máximo, en detrimento de la base de la materialidad humana: la tierra.

La invasión injustificada de naciones, sobre todo asiáticas, africanas o del Medio Oriente, se hizo en nombre de un "bien común" y con tecnología de punta. Así, con el fundamento principal de la razón, entendida como la comprensión lógica y analítica del universo, el paradigma de la modernidad pone de manifiesto las relaciones dialécticas humanidad vs. naturaleza, razón vs. irracionalidad y modernidad vs. premodernidad, y abre la posibilidad discursiva de que el mundo en el que vivimos no sea solo uno, sino que sean tres (Escobar, 1998), poniendo en contradicción humanidad del primer mundo vs. humanidad del tercero.

El hombre racional (europeo en últimas, masculino como siempre y blanco como principio) hace uso de esta razón para subyugar al otro (al que considera salvaje), por esto crea organismos que supeditan los territorios al orden de la razón: el derecho, las instituciones, el aparato de gobierno, la educación como fábrica de racionalidad, entre otros. Dichos organismos han logrado constituirse como tecnologías que direccionan la toma de decisiones y la conducta humana a un orden que enajena otras perspectivas de realidad posible (Foucault, 2008). Se devela entonces el papel de las instituciones sociales como tecnologías de la dominación, sobre todo con el suceso de la Revolución Industrial, el fascismo, las telecomunicaciones y el sistema productivo capitalista en general.

Así, el exceso de mercancías que se derivan del desarrollo tecnológico industrial y, por consiguiente, el exceso de plusvalor, toman rumbo hacia los bolsillos de quien controla los medios productivos, no hacia aquellos que ponen su fuerza de trabajo. Sobre esa base tecnológica es que se configura la superestructura, como ese engranaje dotado de respaldo ideológico, religioso, filosófico, económico, artístico, entre otros, que contiene las dinámicas de la producción como base de la vida social (Althusser, 1971); en nuestro caso, el capitalismo, con sus versiones actualizadas y globalizadas por medio del mercado, esa entidad de "manos invisibles" que todo lo regula en términos de la oferta, la demanda, el miedo, el riesgo y la paranoia colectiva, pero que se abandera del discurso de la libertad: eres libre de producir y vender todo cuanto te propongas, eres libre de trabajar en todo aquello que prefieras, eres libre de comprar todo producto que te sea útil. Todas estas alternativas sistémicas para que escojamos el color, el sabor, la forma y la textura de nuestra alienación (Luhmann, 1984).

En relación con lo anterior, dicha pretensión de libertad está condicionada por cada sociedad según la civilidad se adhiera al discurso hegemónico, de acuerdo con la distribución de los medios para la producción, los niveles de pobreza, los prejuicios de género y la renovada ambición que es heredada por generaciones desde la acumulación originaria2.

De tal modo, las relaciones productivas, configuradas ya bajo la relación entre trabajo humano y trabajo mecánico, empiezan a dirigirse de manera orgánica, según Karl Marx (1946), al reemplazo de la voluntad y la fuerza humanas por la fría y consistente practicidad de ensamblajes mecánicos. Hoy, mucho más robotizados, más predictivos, más productivos, más operables, y mejores en muchos sentidos, estas ingenieriles muestras de agudeza mental siguen estando al servicio de unos intereses particulares.

Lejos de sugerir un atraso tecnológico o una vuelta a las edades de hierro y bronce, esta crítica busca llamar la atención sobre la tenencia de los medios productivos y las personas destinadas a operarlos. Desde el punto de vista de la Escuela de Fránkfurt (Marcuse, 1993; Horkheimer y Adorno, 1998), si la tecnología ya está y las personas, dependiendo de nuestros valores culturales, somos capaces de inventar nuevos esquemas sociales, así como nuevos aparatos y operarlos, entonces ¿por qué no redirigir su curso ético y socio-productivo a la reducción de la pobreza y la apertura a discursos democráticos?

Muy por el contrario, y en respuesta a la arraigada manera colectiva de pensar en la que el tan pretendido progreso depende de minimizar o exterminar a otros, correspondemos a esta glorificación del mercado que con la publicidad como herramienta masifica discursos mediante la exhortación amable para adquirir productos, de tal manera que ni las fronteras concebidas entre Estados-nación, pueblos y seres humanos son barreras para la libre circulación de bienes, servicios, dinero, convicciones, ideales estéticos y cualquier mercancía bajo el amparo del consumo exacerbado.

En el caso de las organizaciones sociales con alto grado de desarrollo tecnológico, Herbert Marcuse explica la alienación por el totalitarismo que utiliza tecnologías afines a sus objetivos políticos:

La sociedad industrial contemporánea tiende a ser totalitaria. Porque no es sólo "totalitaria" una coordinación política terrorista de la sociedad, sino también una coordinación técnico-económica no-terrorista que opera a través de la manipulación de las necesidades por intereses creados, impidiendo, por lo tanto, el surgimiento de una oposición efectiva contra el todo. No sólo una forma específica de gobierno o gobierno de partido hace posible el totalitarismo, sino también un sistema específico de producción y distribución que puede muy bien ser compatible con un "pluralismo" de partidos, periódicos, "poderes compensatorios", etc. (Marcuse, 1993, p. 33)

Hoy los discursos alienantes y totalizantes se expresan por medio de tecnologías de otras índoles. En plena era digital, cuando los avances en electrónica han logrado entrar en las vidas cotidianas de las personas en un alto grado de especificidad de tareas y una forma contundente de poder que reside en las comunicaciones, la pregunta de cómo influye la tecnología en la humanidad sigue siendo razonable. ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestros discursos y posturas frente a la vida?

Hombres y mujeres han traído hasta nuestras casas la democrática herramienta de las redes sociales, una manera de relacionarse de forma remota, como se hacía con las telecomunicaciones tradicionales, pero con la posibilidad de seguir la vida de las personas (con sinnúmero de profesiones, conocimientos, talentos, formas de vida, etc.) de casi todo el mundo, por medio de publicaciones audiovisuales en tiempo real. Estos modos de comunicación o, como los llama Castells (2005), de autocomunicación [selfcommunication], tienen un público global a través de internet, sus contenidos son susceptibles de permanente edición, no se dirigen a nadie en particular sino a todos lo que quieran ver o les llegue la información. En resumen, se trata de una síntesis de la vida mostrada por los ojos de personas con discursos y culturas interiorizadas, que más allá de dar cuenta de sus costumbres específicas desterritorializan la información.

Para la sociología clásica, el territorio, como parte constitutiva de los Estados nación, es el medio que permite la dominación mediante el ejercicio de la fuerza violenta y el uso de herramientas políticas que legitiman tanto el poder de unos sobre otros como los mecanismos para hacerlo (Weber, 2002). En pocas palabras, si hay territorio hay Estado, pero ahora con las nuevas tecnologías de la información ya no es necesario un espacio físico.

Está claro que, en el ejercicio de construir sociedad por medio de las tecnologías como institución y conjunto de aparatos, los espacios también se han modificado. Obviamente, la ciudad no es la misma hoy que hace 100 años, incluso la ruralidad se ha transformado con el uso de ciertos utensilios nuevos para el trabajo, el entretenimiento o la vida cotidiana, y esos cambios responden a una serie de preceptos culturales y semióticas que le dan sentido a las relaciones de dominación de las que son objeto. Esto lo explica Castells refiriéndose a grandes obras arquitectónicas metropolitanas, las cuales "simbolizan el poder del dinero sobre la ciudad, a través de la tecnología y de la confianza en uno mismo, y son las catedrales del periodo de auge del capitalismo empresarial" (Castells, 1986, p. 103).

Las consideraciones sobre el territorio que ofreció por mucho tiempo el avance técnico están siendo despersonalizadas por la gran red, ese entramado de hilos que emite la araña de las telecomunicaciones despojando de un espacio físico al acto de dialogar. Desde la invención de la imprenta, pasando por el teléfono y la televisión, hasta Facebook, la categoría física del espacio, en cuanto que necesaria para la interlocución, empieza a reevaluarse. La inmediatez de un correo electrónico o un post en redes sociales encandila, no solo por su efectividad sino por los contenidos que abarca. Si bien, los medios de comunicación en red permiten la pluralidad de expresiones (con los límites de sus políticas de privacidad y de derechos humanos), la publicidad se ha tomado buena parte de los contenidos en línea porque la tecnología, como se ha señalado, es una herramienta del consumo, y el consumo es a su vez una muestra de estatus. Esto ha permitido que las comunicaciones se conviertan en el derrotero de este nuevo capitalismo que prescinde incluso de los espacios de represión y castigo como el panóptico foucaultiano, para pasar a la democratización del esclavismo digital.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2017) explica que incluso la conciencia de la alienación se pierde en las redes sociales por cuenta del entretenimiento y la posibilidad de reconocimiento, pues estos no espacios encuentran su éxito en la glorificación de la personalidad, el memorial de los pequeños logros y sentimientos que se desea hacer públicos. De esta manera, se crean agrupaciones de preferencias a las que se adhieren personas de diferentes profesiones, edades, afinidades políticas y asuntos similares, para encontrar la identificación con el otro y crear la ilusión de sociedad.

Las dinámicas de reproducción de ideas, así como de encuentros y desencuentros, por consiguiente, han cambiado, ya se puede conocer a una persona por redes sociales y hasta fingir una realidad alterna al presentarse como un sujeto diferente al previamente enunciado. Esto se suma a la instantaneidad en la concepción de las coordenadas del espacio y del tiempo que, a su vez, exponen la situación de desconfianza con respecto a los mercados, el consumo y la publicidad engañosa, proyectada desde la misma esfera personal. De ahí la necesidad creada de verificar los hechos y las situaciones, debido al auge de las muy conocidas fake news.

Las consideraciones psicológicas y sociológicas de estas dinámicas nos llevan, según Bauman (2007), a una dilución de la humanidad misma que nos era innata: "La característica más prominente de la sociedad de consumidores -por cuidadosamente que haya sido escondida o encubierta- es su capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles" (p. 26). Por tanto, somos dobles y triples mercancías: como fuerza de trabajo, como objetos de consumo por medio de las redes, como ejemplares de un discurso, entre otros.

García Canclini (2004), en relación con este sujeto disuelto, hace referencia a la simulación de las identidades y el restablecimiento de los poderes, las desigualdades y las desconexiones con la singularidad, a lo cual ha llevado el mundo de las comunicaciones, a partir de la reafirmación del sujeto desde sus múltiples lugares enunciativos, su trasegar histórico y cultural, en medio de "esquemas compartidos de valoración y de los pactos de fiabilidad que dan consistencia a unos y otros modos de interactuar" (p. 143). Sin embargo ¿qué sucede cuando se toma plena conciencia del proceso comunicativo y se usa con fines de construcción de paz y territorio en una nación? Para el ejemplo al que se hace mención en este escrito, que son las redes sociales como medios para la expresión de paz entre las juventudes, queda abierta la posibilidad de devolver el carácter de humanidad a estos medios que habían resultado tan integradores como enajenantes.

Laboratorio de cultura de paz: jóvenes en la era digital

Hoy en día el auge de las redes sociales en el marco de las tecnologías de la información y la comunicación es bastante notorio. Ya completamente incorporadas por la sociedad, pero sobre todo por las más recientes generaciones, se constituyen como nuevas formas de comunicarse, de construir significados que a su vez van marcando transformaciones en el lenguaje, determinando maneras de accionar distintas en sus cotidianidades y las de muchos otros que pueden encontrarse sincrónicamente a pesar de las enormes distancias que los separan. También, ofrecen la posibilidad de conocer nuevos lugares sin salir de la habitación o empatizar con personas que viven realidades (psicológicas, físicas o sociales) similares, adoptar acentos ajenos al nativo, descubrir gustos o talentos que no conocía de sí mismo -al verlos en otros e imitarlos-, tener la iniciativa de ofrecer un servicio a la comunidad a partir de la experticia propia, recomendar entretenimiento virtual y real, entender el sufrimiento de otros y solidarizarse, convocar a eventos, entre otros.

En los contextos actuales, tanto las redes sociales como la posibilidad de reunirse simultáneamente con auditorios se han masificado atendiendo a las necesidades de coyunturas y situaciones mundiales (claro está, como la del covid-19). Las redes sirven de escenario a clases, conciertos, conferencias y eventos relacionados, su campo de acción es tan amplio e influyente que las naciones con directrices políticas totalizantes como Irán, Turquía y China regulan su uso con vigilancia, prohibiciones y serios castigos (Milenio, 2021).

Sobre este espacio virtual recaen los intereses de los diferentes actores sociales, especialmente de quienes detentan el poder, debido al potencial de manipulación que ofrecen a través de los algoritmos que determinan y redireccionan los gustos de cualquier persona por el simple hecho de tener un dispositivo conectado a internet y un correo electrónico sincronizado (Corbellini, 2015). De esta manera, no solo se reevalúa la idea de privacidad y derechos humanos al respecto, sino que se crean expectativas, necesidades y opiniones, manteniendo aparentemente invisibles los mecanismos de control correspondientes.

Asimismo, el estímulo de creación que tienen estas plataformas abre un espacio en el cual las juventudes depositan sus ideas, las cuales por supuesto tienen infinidad de variantes debido el abanico de alternativas que ofrecen, por un lado, la naturaleza humana en su aparente libertad de pensamiento, como también los discursos hegemónicos que han integrado ideas sobre el deber ser de la humanidad, y, por otro lado, internet y las redes sociales en lo que a búsqueda de información e interacción social se refiere. Así como hay jóvenes que crean su proyecto ontológico sobre las ideas fascistas de exterminio de lo diferente, hay quienes creen en la inclusión y el respeto por los derechos humanos y, claro, hay personas jóvenes cuyo interés se centra exclusivamente en encontrar entretenimiento (también en un sinnúmero de formas y connotaciones) y no se acercan de ninguna manera a la realidad social de sus regiones, congéneres o contemporáneos.

Debido a lo anterior, la velocidad y la forma estética en que se presenta la información pueden llegar a ser más valoradas que el contenido mismo, y por ello una manera en que muchas personas enlazan la realidad nacional con sus identidades personales (gustos, preocupaciones, afinidades políticas) para tomar postura se expresa mediante símbolos incluidos en expresiones creativas como caricaturas, memes, chistes escritos, videos con duración inferior a los dos minutos, gifs, stickers digitales, retos, recomendaciones de influencers y similares.

Las redes sociales, gracias a la sensación de pseudocolectividad que crean y por lo accesibles y públicas que son, suelen ser blanco de agentes de discursos que buscan reclutar seguidores, sobre todo sectores políticos y económicos que quieren incidir en estos espacios virtuales como vías de comercio o intención de voto. Por supuesto, las tendencias más comunes se refieren al consumo de productos, la sensibilización en torno a una candidata o un candidato de representación política, la aceptación de ideas que vienen tras el humor en situaciones recreadas o verdaderas del drama humano, el entretenimiento sin sentido, la hipersexualización de los personajes, entre otros. La realidad aparente que crean a partir de símbolos puede materializarse en la realidad práctica, a tal punto que hay candidatos electorales que han atribuido su fracaso a la dispersión de ideas negativas en su contra o estadísticas inventadas que ya anunciaban esta pérdida sin fundamento alguno (Lafuente, 2016): el relato autorrealizado.

Ahora bien, cuando nos referimos a estos agentes no aludimos a una entidad malevolente que busca inmiscuirse en las mentes jóvenes con una risa dramática y maligna, sino de grupos de personas que toman por cierto y universal lo que piensan (hecho que ya es peligroso por sí mismo) y también a discursos que ya están interiorizados por la civilidad en general y que se reproducen en estos espacios. De tal manera, en la apropiación de estas tecnologías hay casos de cyberbullying o acoso virtual, favorecidos por el anonimato que permiten las plataformas, pero también se difunde todo tipo de información e iniciativas con fines altruistas, como en el caso que nos interesa: la construcción de paz.

Desde aquí se devela ya un primer impacto de la acción consciente en los medios digitales. El hecho de que una persona enfoque su creación de mensajes en la consecución de un bien mayor como la paz, hace referencia a un uso bioético de la tecnología de redes y carga de sentido la emisión de información masiva en un contexto como el colombiano, en el que la historia bélica es permanente y de vieja data.

Para la civilidad y para el Estado, las discusiones alrededor de la paz se convierten en una obligatoriedad cuando se quiere dar algún cumplimiento a los maltratados acuerdos de paz del 2016, sobre todo cuando el gobierno de turno los considera poco importantes y hace tan poco para su implementación. No obstante, desde este momento histórico se han multiplicado diferentes iniciativas en el campo educativo y pedagógico para hacer frente a una situación de posconflicto con proyectos de construcción de memoria colectiva, apuestas por la paz localizada, la reconciliación y la búsqueda de la verdad para quienes sufrieron el conflicto armado de primera mano. Es el caso del Laboratorio de cultura de paz: jóvenes en la era digital, una propuesta colombiana de experimentación científica sobre las dinámicas de vida virtual y social en la promoción de la paz entre personas adolescentes en edad escolar.

Esta iniciativa se llevó a cabo en el marco del Programa Nacional en Ciencias Humanas, Sociales y Educación del Ministerio de Ciencias, por parte de Martha Liliana Galindo Ramírez, con la colaboración del Instituto para la Pedagogía, la Paz y Estudio del Conflicto Urbano de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas (Ipazud).

Galindo (2019), en una instancia postdoctoral de su carrera, con su investigación aportó ideas valiosas sobre el mundo digital en la ciudad de Bogotá y sus posibilidades bioéticas. De tal modo, los laboratorios de paz como herramienta académica describen el uso de las redes sociales para suscitar pensamiento crítico sobre la paz en el país, en la generación que más asiste a estas plataformas: las juventudes. Durante esta etapa de la vida, las personas se caracterizan por la búsqueda de sentido y el disfrute, por eso esta herramienta adquirió estéticas y formas de expresión actuales, venidas de las y los participantes, estudiantes de colegios públicos e instituciones de educación superior (dos grupos de jóvenes de secundaria y universitarios) y colaboradores (investigadores y pasantes).

La investigación, enmarcada en la acción participativa, utilizó la figura del laboratorio social, un espacio académico de experimentación responsable para el área de las humanidades en el que se exponen y se practican ideas sobre la temática elegida, en este caso, la paz. Debido a que en el marco conceptual del proyecto convergen categorías como cultura de paz, laboratorios sociales de paz, internet y sociedad, análisis de redes sociales y sociología de las redes sociales digitales, las principales técnicas utilizadas fueron la cartografía social, el árbol de problemas, los ejercicios para la producción de contenidos digitales (convertir libros en memes y convertir odio en diálogo), las técnicas para la promoción de la opinión pública comunitaria y la apropiación social de los medios, la exploración etnográfica del ciberespacio, la sistematización y la medición de datos para su análisis. Sobre esto, Galindo deja un acervo metodológico replicable para laboratorios de paz futuros.

Un aspecto importante de la realización de este laboratorio fue su implementación en instituciones de educación básica y superior, específicamente en el colegio distrital El Japón y la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, como centros públicos abiertos a los jóvenes de clases media y baja de la capital colombiana. Este proyecto, mediante la diseminación de ideas críticas en redes sociales, un reconocimiento de pares en clases y la voluntad expresa de crear realidades de paz, promovió liderazgos juveniles en la recomposición del tejido social de barrios bogotanos (de localidades a las que pertenecen los participantes, como Kennedy o Bosa). Este objetivo se logró con el uso responsable y propositivo de las redes sociales, la creación de campañas publicitarias y memes, desde la resignificación del lenguaje de las nuevas generaciones a partir de las imágenes, la estética y las unidades de información que permiten compartir universos simbólicos con otras personas simultáneamente.

Los estudios sobre la percepción que tenían los estudiantes con técnicas como la cartografía social no solo ubican histórico-espacialmente a los jóvenes en la realidad social de sus barrios y el país, sino que les brindan la oportunidad de territorializar las expresiones digitales de paz que parecían carecer de espacio físico. Así, la autora llega al concepto de arqueología digital, después de identificar numerosas iniciativas juveniles de paz en redes que deconstruyen los imaginarios negativos de la segregación, la violencia de género, la referencia clásica de Occidente como la única posible, el análisis crítico de la realidad nacional, entre otros.

En suma, el ejercicio guiado por una profesional en las ciencias sociales permite una evaluación y un seguimiento, por lo que facilita la reproducción de las ideas de paz como un interés particular y común de su territorio, por lo cual adquirió para los participantes y adquiere para aquellas personas que se aproximen al experimento un camino en la construcción de paz y la convivencia como paradigma de cambio que privilegia el diálogo, la no violencia, la transformación pacífica de los conflictos y el respeto a la vida como elementos indispensables para tramitar las diferencias sociales o políticas.

Los participantes luego de la experiencia dieron continuidad a sus procesos en redes sociales, así como en espacios de convivencia con su familia y vecinos, por lo que este tipo de iniciativas que procuran un bien común termina asociando e integrando muchos más. Se puede considerar, por consiguiente, un nuevo posicionamiento del sujeto y su conciencia, aun destacándose una postura inicial de dependencia por las estructuras ideológicas que lo constituyen. Desde esta perspectiva, cobra mayor relevancia la resignificación de los sujetos a partir de una experiencia digital consciente, dirigida a la revaloración de la participación ciudadana como herramienta de construcción de nación y una nación pacífica. Sobre esto, García (2004) afirma:

La historia no puede ser reducida a una interacción ciega entre estructuras anónimas. Necesitamos entonces una teoría de los sujetos colectivos que permita identificar y entender los focos de iniciativas sociales, los conflictos del sistema y las prácticas de las clases y los grupos que intentan resolverlos. (p. 157)

La importancia de los movimientos sociales, con el uso del lenguaje como herramienta de vida, la bandera de la paz y el territorio ampliado hasta las instancias digitales, consiste en la posibilidad de representar todoun cambio epistemológico, teórico, político, cultural y social en la manera de usar la tecnología como medio para la producción y la reproducción de nuevos modos de relacionarse en el mundo.

Lo anterior resulta ser mucho más edificante si estas relaciones sociales revisan entre los estragos de la guerra aquello que ya no se quiere experimentar; si tienen a la paz como iniciativa de vida; si incluyen la disposición que tienen tanto las naciones como los hogares y las personas de cambiar los proyectos históricos de odio por un designio de reconciliación; si reconocen al otro y a la otra que nos rodean; si crean ambientes democráticos para compartir ideas; si se abren a entender diferentes formas de ser humano; si propenden por el cuidado de la naturaleza y, sobre todo, si permiten amar la persona que somos.

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* Este artículo es resultado de un proceso académico sobre los temas de tecnología y bioética, con conclusiones derivadas de la investigación terminada "Laboratorio de cultura de paz: jóvenes en la era digital", Minciencias / Instituto para la Pedagogía, la Paz y Estudio del Conflicto Urbano de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas (Ipazud).

1 Aunque, como principio, el presente artículo considera que la humanidad está compuesta por hombres, mujeres y personas con identidad sexual y de género diversas, la expresión explica perfectamente el sentido que se busca y es el de la tecnología como instrumento ligado a estructuras definidas de poder.

2Concepto devenido de la Crítica de la economía política de Karl Marx (1946), que denota una condición primera en que las personas acumulan capital y continúan haciéndolo intergeneracionalmente.

Recibido: 11 de Junio de 2021; Aprobado: 25 de Octubre de 2021

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