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Hacia la Promoción de la Salud

Print version ISSN 0121-7577

Hacia promoc. Salud vol.25 no.2 Manizales July/Dec. 2020

https://doi.org/10.17151/hpsal.2020.25.2.4 

Cartas al Editor

La ontología territorial del coronavirus. La casa y la ciudad

Milton Velásquez-Arias* 

* Trabajador Social y Magíster en Estudios Territoriales, Universidad de Caldas, Manizales, Colombia. Correo electrónico: velasquezamc@gmail.com o milton.arias@ucaldas.edu.co.


Sra. editora Revista Hacia la Promoción de la Salud

Estimada editora

Desde finales del año pasado, para ser más exactos desde el 31 de diciembre de 2019, el mundo se encuentra conmocionado, se encuentra en un interludio o está en “guerra” como lo hizo saber el presidente francés Emmanuel Macron (2020) 1, como consecuencia de la aparición inesperada de un nuevo virus: el coronavirus SARS-CoV-2, que provoca la enfermedad del COVID-19.

A propósito de esto uno se pregunta: ¿qué es, entonces, un virus? Al revisar en internet uno ubica que un virus es un agente infeccioso microscópico, casi invisible al ojo humano y que solo puede ser captado a través de equipos especiales. ¿Por qué decir, pues, que nos encontramos en guerra? Cuando se trata de un organismo invisible que puede ser gestionado particularmente desde la medicina; quizás lo dicen por sus implicaciones espaciales que no solo se objetivan en el cuerpo, sino también en los demás espacios fuera del cuerpo como lo son la ciudad y la casa. Hoy por hoy, podemos decir que con nosotros convive un agente externo, personificado.

Desde que inició la contingencia, la medicina mundial ha intentado prepararse y organizarse para atender la “guerra” de proporciones mayores ocasionada por este agente infeccioso mundial localizado en todas partes, sin embargo, hasta ahora no ha habido resultados favorables o al menos, respuestas concretas, pues los fallecimientos siguen en aumento.

Debo advertir, entonces, que mi interés no es hacer una reflexión alrededor del coronavirus desde la mirada científica de la medicina y de la epidemiología (que es lo que en este momento abunda por la necesidad de entender cómo actúa el nuevo virus); la intención es más bien ofrecer una lectura ontológica del virus1 en clave territorial2, en la que se asume como un actor no humano que construye y gestiona de otros modos el habitar de los actores humanos. Dicho en otras palabras, mi propósito es evidenciar a grandes rasgos las implicaciones en términos territoriales que la enfermedad del COVID-19 ha tenido hasta el momento y cómo esta lectura desde lo territorial puede aportar en la gestión de esta enfermedad y de la enfermedad en general.

Para avanzar hacia este propósito, desarrollaré la lectura ontológica del coronavirus en dos territorios: las ciudades vacías y la casa ampliada (llena física y simbólicamente); hoy por hoy territorios modificados tanto en su morfología como en su naturaleza, producto de la incidencia de este actor en lo social, en lo cultural y en lo emocional que constituye nuestras acciones en el espacio producido.

Entender el coronavirus desde su ontología en clave territorial, desde su personificación como ser, es asumirlo no como un virus en sí (dado), como un agente infeccioso (lo es y lo seguirá siendo), sino como un actor no humano 3; como un ser con vida propia 4 que se modifica a sí mismo; que se produce y que a la vez, transforma el estado de las cosas (por ejemplo, el de los territorios), como ocurre con el cuerpo (sano a enfermo), con la casa (de deshabitada a habitada, llena y producida), con la ciudad (habitada a deshabitada y lúgubre) fruto de su multiescalaridad que va del cuerpo al mundo y del mundo al cuerpo, pues intervenir el cuerpo (ponerlo en cuarentena), es a la vez intervenir la ciudad (evitar la propagación) y viceversa, intervenir la ciudad (descontaminarla, vaciarla, fraccionarla) es la vez intervenir el cuerpo (cuidarlo). A propósito, en Bogotá ya se habla de zonas de cuidado especial3.

Cuando la OMS declaró oficialmente al coronavirus como una “pandemia” por su rápida masificación y extensión a más de 114 países, no solo se aceptó su ferocidad y su agilidad para conquistar el cuerpo y la sociedad, a la vez, se aceptó por decirlo de algún modo su habitualidad entre nosotros, habitualidad que no reside en el simple hecho de ser nombrado, más bien, su habitualidad, reside en que “habita junto a las cosas”5, junto con nosotros como otro y no debajo de nosotros como objeto.

Lo anterior significa que el virus ha sido separado de la persona como un ente propio 4 y que, como ente propio, habita entre nosotros más allá de un residir (de ocupar un mero espacio), habita entre nosotros como lo hacemos los humanos puesto que construye y piensa su habitar, dicho en otras palabras, su habitar condiciona y transforma los espacios que habita y que habitamos, y esto, no solo ocurre con el cuerpo, que es habitado de lleno, también ocurre con los demás territorios que van de la ducha y puerta de la casa hasta llegar a la cuadra, la calle, la avenida y los parques de la ciudad.

A ese condicionar y transformar tangible de los espacios, lo llamaré capacidad de agencia y carácter territorial 6 que es lo que define en buena medida a un actor no humano desde su ontología en clave territorial, pues esta condición no solo deviene de la personificación que la sociedad construye sobre el coronavirus (de esas metáforas guerreristas con las que abrí esta reflexión), más bien acontece en esos micro y macroajustes que paulatinamente va proyectando en los espacios de vida y de tránsito de nosotros los humanos, como lo ha sido el cierre de aeropuertos, el cierre de fronteras terrestres, marítimas y aéreas, el cierre del comercio en general, fragmentación espacial, así, como con el confinamiento de la población mundial humana en sus casas, que ha dejado deshabitadas las ciudades.

Hasta diciembre del año pasado, las ciudades eran los grandes epicentros de la vida social, laboral, económica, cultural, religiosa, turística y de consumo desbordado, pero en estos últimos meses (marzoabril-mayo 2020) han pasado a ser ciudades vacías, ciudades sin experiencia in situ4 (sin nosotros viviéndola), conquistadas y arrasadas por aquello que no vemos, pero que vemos a través de las transformaciones que ha ocasionado en el espacio (ciudades temerosas y casas protectoras). En todo caso, se trata de una imagen de la ciudad que muchos de nosotros no habíamos llegado a contemplar ni a imaginar o, en su defecto, no habíamos llegado a vivir la ciudad desde la casa o sentir desconfianza de transitarla de nuevo. Con estos cambios vale la pena preguntarse: ¿qué les deparará a las ciudades luego de esta contingencia?, ¿diseñaremos ciudades saludables?, ¿pensaremos la salud y la enfermedad en clave a los micro y macro territorios de la vida cotidiana?, ¿volveremos a ella desbocados como lo hacíamos antes de la emergencia?, ¿nos quedaremos en casa construyendo nuestra propia ciudad? 0 tal vez, ¿habitaremos la ciudad construyendo una y otra vez el habitar en el mundo desde la casa?

Hoy, en el marco de los aislamientos obligatorios, la experiencia de la ciudad (aquella en la que nos olvidamos de nosotros mismos) que está vinculada con el trabajo, con la formación, el ocio, el deporte, el encuentro, el disfrute, y con la oferta y demanda de bienes y servicios, entre otros tantos, se trasladó al adentro; a la casa. Por ello habló de casas llenas, de casas habitadas, de un mundo doméstico ensanchado.

Ahora el mundo doméstico se agrandó, es mucho más robusto pues en él se halla la ciudad y, por ende, una multiplicidad de experiencias que solían tener su lugar en el afuera y que ahora se han objetivado en la casa e incluso se han reinventado cultivando el asombro de todos.

Este volver adentro, entendido como un habitar de nuevo la casa, corresponde a un percatarse de ese adentro (subjetividad - heterogeneidad), no solo de ese espacio material que es la vivienda, sino también de ese territorio producido que ahora muchos estamos llamando mi casa o nuestra casa ensanchada pues en ella, lo doméstico contemporáneo5 se encuentra constituido tanto por la experiencia del afuera como por la experiencia del adentro. Experiencias que hasta hace poco iban por caminos separados.

Afuera y adentro se entremezclan, lo cual nos permite percatarnos de la casa, de que somos casa y, en consecuencia, nos permite remitirnos a nosotros mismos (subjetividad), pues la casa en palabras de Gastón Bachelard en Velásquez 6 es una representación de quienes la habitan y, por lo tanto, al percatarnos de esa casa, a la vez nos percatarnos de nosotros mismos (del modo en que vivimos), lo que hasta entonces no había sido posible, ya que nuestra vida cotidiana estaba construida desde el afuera (ciudad) y no desde el adentro (la casa) y ahora, en medio de esta contingencia mundial, nos reencontramos con esa posibilidad de construir y de cultivarnos en y con la casa, dicho en otras palabras, nos reencontramos con esa “actitud vital propiamente de la existencia humana”7, esto es, el habitar y el construirla la casa, aquel espacio común 4 de muchas maneras6.

El coronavirus como un actor no humano ha desplazado las experiencias de los territorios, ha motivado un redescubrir de cada una de las escalas de representación, desde lo micro hasta lo macro territorial han sido repensados.

Para cerrar esta reflexión, se sugiere que para gestionar la enfermedad del COVID-19 a parte de asumirla como un virus, también se entienda como un actor social no humano con capacidad de agencia multiescalar (del cuerpo al mundo y del mundo al cuerpo) y multidimensional (afecta varias dimensiones) pues como lo hemos visto hasta aquí grosso modo, tiene implicaciones disciplinares del lado de la geografía, de la arquitectura, de los estudios territoriales, de la salud pública y de la medicina. Tomar en cuenta dichas implicaciones a la hora de gestionar la enfermedad, le abre al médico, a los administradores de la salud y a los salubristas la posibilidad de pensar esta enfermedad y las enfermedades en general desde esa relación indisociable entre el adentro y el afuera, esto es, entre los micro y macro territorios como pueden ser solo por mencionar algunos la casa7 y la ciudad. En todo caso, pensar esta enfermedad en clave territorial, constituye, en mi opinión un insumo fundamental puesto que la mirada ya no estaría centrada solo en la patología (COVID-19), sino también en la vida cotidiana de los actores afectados (territorios).

Referencias

1. El Mundo. [Internet]. Francia. El Mundo; 2020 [Actualizado 16 de marzo 2020; citado 8 de mayo 2020]. Disponible en Disponible en https://www.elmundo.es/internacional/2020/03/16/5e6fea0121efa0302 a8b45e7.html . [ Links ]

2. Giménez G. Território e identidad. Breve introducción a la geografía cultural. Revista Trayectorias. 2005; 11(17): 8-24. [ Links ]

3. Larrión J. Teoría del actor-red. Síntesis y evaluación de la deriva postsocial de Bruno Latour. Revista Española de Sociología. 2019; 28(2): 56-81. [ Links ]

4. Gadamer H. El estado oculto de la salud. Barcelona: Editorial Gedisa; 2011. [ Links ]

5. Heidegger M. Construir, habitar y pensar. Conferencia. Darmstadt. Alemania; 1951. [ Links ]

6. Velásquez M. Cáncer y territorio. Un recorrido por las continuidades y discontinuidades espaciales proyectadas por este actor no humano. Revista Territorios. 2020; (42): 1-25. [ Links ]

7. Grisales A. El olvido de la cotidianidad. Artesanía, arte y territorio. Manizales: Editorial Universidad de Caldas; 2017. [ Links ]

Citar este artículo así: Velásquez M. La ontología territorial del coronavirus. La casa y la ciudad. Hacia Promoc. Salud. 2020; 25(2): 20-23. DOI: 10.17151/hpsal.2020.25.2.4.

1La pregunta por lo ontológico es la pregunta por el ser de las cosas, en este caso, por ese ser que tiene implicaciones territoriales profundas.

2En esta reflexión no se asume el territorio como un espacio dado, homogéneo para todos, más bien se entiende como un “territorio representados por los actores; como un espacio producido y apropiado por alguien o por un grupo humano”2, bien sea un actor social o un actor social no humano.

3Es muy pronto para decir que esta estrategia de gestión territorial del virus es oportuna, pues quizás, de fondo, genere otros problemas vinculados en este caso con la marginación, la segregación y la estigmatización de las personas residentes en dichas zonas. Sin embargo, de nuevo, se hace presente el doble sentido de la multiescalaridad, esto es del mundo al cuerpo y del cuerpo al mundo en la gestión y administración de la enfermedad.

4Ahora la ciudad y nosotros en parte vivimos de la memoria, es decir, de recordar minuciosamente cada una de nuestras experiencias en clave de ciudad, evitando quizás, olvidarnos de ella o que ella no se olvide de nuestras marcas, como ocurre con los niños enfermos de cáncer que tras pasar más de 60 días confinados en una habitación de una clínica oncológica, temen olvidarse tanto de sus casas como de aquellos espacios representativos de la ciudad como lo es la escuela, el parque y la propia cuadra en la que vive y juegan 6, por ello la importancia de la memoria, de recrearse en ella por medio de las experiencias pasadas.

5Este nombramiento lo hago con relación a la experiencia propia, fruto de lo vivido en mi casa en el marco del aislamiento obligatorio y creo que tendrá bastante sentido ir pensando en ampliar las reflexiones al respecto, pues como ya lo evidencian columnas en periódicos como El País de España (¿Volver a salir? Preferiría no hacerlo), vamos a preferir quedarnos en casa por un largo tiempo y ya no de manera obligatoria, sino por voluntad propia pues en ese percatarse de que somos casa, nos percatamos que en ella también somos ciudad y todo lo que ella conlleva. Para más información sobre la columna ir al siguiente enlace: https://elpais.com/sociedad/2020-05-01/volver-a-salir-preferiria-no-hacerlo.html.

6Común no quiere decir que sea igual para todos, común es que todos contamos con una, una que se habita y se construye una y otra vez a partir de sus habitantes, por ello, la casa nos puede proteger o nos puede llegar a desproteger o inclusive, nos puede sanar o nos puede enfermar. Esto, como digo, depende del modo en que nos gestionamos (modos de vida) y en que la organicemos.

7Aquí no se trata de idealizar la casa como un micro territorio saludable pues, al final, cada casa es una representación de quien la habita y, por lo tanto, como representación de los habitantes, experimenta una multiplicidad de experiencias que van desde lo saludable (como evitar el coronavirus), hasta lo más agobiante como puede ser la violencia intrafamiliar. En todo caso, la casa como representación varía su contenido social y cultural y, por ello, a pesar de ser la casa para todos, esta no llega a ser la misma; varía, y ese variar se debe justamente a quien la está habitando. No obstante, mi intención sí es dejar como propuesta abierta la casa como representación constituida por micro territorios saludables como lo pueden ser la habitación, la ventana, el jardín, entre otros.

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