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Historia y Sociedad

versão impressa ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.22 Medellín jan./jun. 2012

 

RESEÑA

 

David M. Friedman, Con mentalidad propia. Historia cultural del pene (Barcelona: Península, 2007), 362 p.

 

 

Alexánder Hincapié García*

 

*Candidato a Doctor en Educación de la Universidad de Antioquia. Becario de Colciencias.

Dirección de contacto: alexdehg@yahoo.es

 


 

 

''En una cultura donde la virgen simbolizaba todo lo puro, el pene era el referente de todo lo malo. Lo que definía la santidad de María era su ausencia de contacto con un pene''1. Una frase sentenciosa que, poco después de iniciar el recorrido del libro aquí reseñado, señala una de las tantas divisiones —y oposiciones — culturales con las cuales Occidente ha persistido en producirse a sí mismo. David M. Friedman elabora un trabajo de historia cultural que tiene por objeto un órgano, probablemente conocido por todos, pero ignorado como objeto de conocimiento por la historiografía —más atención parece haberle merecido al psicoanálisis y a la antropología en su aspecto simbólico, auncuando menos en su determinación material —. Paradójicamente, ese órgano tan conocido, deseado tanto como vilipendiado y fetichizado al límite del paroxismo que lo imagina capaz de desflorar la inocencia de niños, niñas y mujeres, se nos muestra en este trabajo como un gran desconocido por la ciencia histórica.

Dicho lo anterior, una investigación que construye su objeto de conocimiento histórico jugando en la frontera con los referentes epistémicos que deciden lo que se puede articular como conocimiento y lo que se rechaza por heterodoxo, fantasmático o, sencillamente, por obvio, es una investigación inscrita en los modos de producción de saber de la historia cultural. Burke propone nombrar el campo de la historia cultural como una ''variedad 'antropológica' de la historia''2. Esta nueva forma de hacer historia, más que ser una rama de la historiografía clásica, responde a la conjunción de trabajos provenientes de la crítica literaria, la filosofía, el psicoanálisis, la sociología, la pedagogía y la psicología social y cultural; trabajos que requieren otras formas de acercamiento histórico, disolviendo las barreras disciplinares y concentrándose en elaborar conocimiento a partir de objetos que, provisionalmente, podríamos llamar los objetos abyectos de la historia. En este sentido, Ute Daniel3 será más enfático y dirá que lo que se entiende por nueva historia cultural no es una disciplina parcelaria de la historiografía, sino que justamente indica la necesidad de apertura de la historiografía hacia las ciencias de la cultura o hacia los estudios culturales.

Mientras continua el debate abierto por historiadores como Peter Burke, Ute Daniel, Joan W. Scott, Giovanni Levi o Roy Porter con respecto a los límites entre la historiografía y la historia cultural, nosotros modestamente tenemos por propósito introducir el trabajo de David M. Friedman, publicado en inglés con el título: A mind of Its own. Éste trabajo resulta interesante para el lector hispanoamericano porque, entre otros aspectos, no teoriza el método de la historia cultural sino que lo explora, lo define y lo establece, temporalmente, a partir de un objeto: el pene.

El libro está dividido en seis capítulos que, efectivamente, logran desarrollar lo que prometen. El capítulo inicial se titula: ''La vara del diablo''. Aquí se inicia trazando preguntas desde la práctica de la caza de brujas, que tuvo su punto álgido entre los siglos XIV y XVII. Durante el ejercicio de esa práctica que cobró la vida de miles de mujeres —y otros tantos hombres —, si la impiedad era una fuente de preocupación, también lo era el diablo y sus intempestivas seducciones, las mismas que se imaginaron con un carácter carnal y erótico. No era, pues, infrecuente que a las mujeres acusadas de brujería se les indagase por los atributos, más que viriles, bestiales del demonio. Entre tortura y tortura terminaban confesando de manera unánime que todas contemplaron el pene del diablo. Sin embargo, no todas coincidían, en general destaca que el órgano de Satán fue descrito como negro, con escamas, de gran tamaño y capaz de eyaculaciones más potentes que las de cualquier hombre. Simultáneamente, otras mujeres acusadas de brujería afirmaban que el diablo lo tenía pequeño, si acaso del tamaño de un dedo, y para nada grueso. Un inquisidor ''[...] llegó a la conclusión de que Satán complacía mejor a unas brujas que a otras''4. Lo que parece claro es que la imaginación antropológica trabajaba incesantemente en la comprensión del pene sin ser satisfecha, convincentemente, por las declaraciones forzadas de las mujeres victimizadas.

Friedman se pregunta ¿Qué explicación podemos dar frente a la tragedia de esas desdichadas mujeres? A primera vista la respuesta no parece lejana: la misoginia puede cumplir las expectativas de respuesta para muchos. Sin embargo, Friedman vuelve más complejo su argumento al señalar que aunque parezca un discurso simpático señalar al pene como un instrumento del demonio, no es tan graciosa y tampoco hay respuestas sencillas que aclaren la intrincada relación que cada hombre tiene con su órgano y con el de los otros. Si la idea de que el diablo posee un órgano viril, descomunal o modesto, aparece como una distorsión para el sistema de creencias vigentes, también es vigente que los hombres se relacionan con el pene a través de complejas formas imaginativas que no están separadas del contexto cultural, la época y el momento histórico que reactualiza dicha relación. Friedman, atento a este procedimiento, indaga por la relación histórica de las culturas con el pene, preferentemente en el mundo judío del antiguo testamento, aunque igualmente en la Grecia Clásica, en pensadores como Platón y Aristóteles, en el Imperio Romano y, posteriormente, en el advenimiento del cristianismo donde tomó forma, por ejemplo, la fantasía rectora que informaba que todos los penes eran demoníacos, excepto el de Jesús que no podía ser visto ni imaginado, aunque aparecía en muchas representaciones iconográficas invitando a (des)cubrirlo.

El segundo capítulo se titula: ''El cambio de marchas'' y recurre a otras fuentes. Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Leonardo da Vinci y Rousseau, entre otros, son las fuentes que constituyen el archivo de este trayecto. El cambio de marchas responde, si se quiere, a una desmultiplicación en los modos posibles de acercamiento a este órgano. Así, Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, anclados en las formas de producción de conocimiento medieval, confirmaban por vía filosófica el carácter maligno del pene; Leonardo da Vinci lo indagó, de cierto modo, como un naturalista interesado por el funcionamiento intrínseco de este órgano desligándose de su efecto social y Rousseau, embelesado con los espléndidos, vigorosos, viriles y bronceados cuerpos masculinos, estuvo más preocupado, por razones iluministas, de la disipación de las fuerzas masculinas en la masturbación.

El tercer capítulo, sin ningún desperdicio intelectual, se titula ''La vara de medir''. Aquí se aborda la problemática relación entre raza, sexo y nación, en gran parte, situada en el contexto norteamericano, aunque partiendo de los referentes europeos que, inicialmente, se encargaron de las taxonomías corporales de las criaturas que iban conociendo durante todo el proyecto colonial. El capítulo se va a centrar, preferentemente, en la histórica (im)posibilidad de integración social del varón negro en la cultura norteamericana; dicha (im)posibilidad depende, entre otras cosas, de la interpretación cultural sobre el varón negro dueño de un descomunal pene que amenaza la castidad de la nación y la pureza de la pareja heterosexual blanca. Ciencia, religión y creencias populares se reúnen para dar forma a una desacreditación endémica que preserva, en el rechazo y el asco, la fascinación por la bestialidad concedida al varón negro. Friedman apunta que la raza y el sexo, en la nación Norteamericana, se sitúan en una intersección: ''Y ese lugar es el pene negro''5.

El cuarto capítulo, de una manera sugerente, pasa revista al pene en el psicoanálisis. Conceptos como la envidia del pene y la ansiedad de castración, son examinados con olfato histórico, no para concederles el lugar de la verdad, sino para situarlos como acontecimientos que se donaban para interpretar la cultura. Otro cambio de marchas que desplazaba el lugar del pene a la psique, era allí donde habría que buscar el malestar que este órgano generaba —y genera —. Sin embargo, Freud no fue un revolucionario, en vez de realizar un llamamiento de impugnación cultural, se dedicó a tratar el malestar, no de la cultura, sino de sus pacientes: ''El pene freudiano fue psicoanalizado, pero jamás politizado''6, aunque Freud supo muy bien que el malestar subjetivo es cultural y, por lo tanto, anticipó el feminismo que encontró su máxima en la idea de que lo personal es político.

El quinto capítulo, titulado ''El ariete'', sin decirlo expresamente, muestra la capacidad de las luchas por la representación política para producir un conocimiento justificatorio de sus embates políticos. Un ariete se define como un arma sencilla, básicamente un tronco grueso, que se usa para causar daño en el acto de una penetración siempre invasiva. Esta fue la interpretación que el pene recibió por parte del feminismo. Se declaraba: si Freud se equivocó en aquello del orgasmo vaginal, si realmente el orgasmo de la mujer depende del clítoris, entonces el pene no es la única herramienta para el orgasmo, probablemente ni si quiera sirva para lograr la satisfacción erótica de mujer alguna. Ese fue el primer recurso para afirmar, por ejemplo, que si lo personal era político, era porque la asimetría de la cópula, asimetría que todo varón explota, se sirve del pene como un arma de dominación sobre las mujeres, no sólo en el ámbito privado sino también en la esfera pública. El pene, pues, aparecía denunciado por el feminismo como el ariete destructor del cuerpo de las mujeres y de la feminidad. De hecho, las interpretaciones más politizadas se ensañaron de tal forma que convirtieron a todos hombres, violadores o no, en virtuales enemigos de las mujeres: tener un pene era ya ser culpable de algo, aunque no se supiera muy bien de qué. ''Y tan opresivo llega a ser el simple acto de la penetración, que la diferencia entre un marido y un criminal sexual es prácticamente imposible de discernir''7. De manera curiosa el feminismo, que ha visto en el pene un ariete —y denunciándolo como un órgano infausto y villano —, se propone a sí mismo como un ariete político que destruye toda forma de argumentación racional y pone en el centro del debate político el malestar emocional, como si de él emanara un ''conocimiento verdadero''.

El capítulo final: ''El balón a prueba de pinchazos'', aborda principalmente el auge de la medicalización del pene. Ya no se trata del pene demonizado, racializado, racionalizado, psicoanalizado o politizado, sino del pene objeto de la industria farmacéutica que lo medicaliza con la promesa de rehacer la masculinidad humillada. Si el viril vaquero que defendía a la prole de los bandidos es, en la actualidad, una graciosa figura, si el hombre contemporáneo, compartiendo la esfera pública con la mujer, percibe su masculinidad amenazada, la industria farmacéutica ofrece hacerse cargo de esa masculinidad teniendo por correlato el órgano que antes pareciese dueño de sí mismo: ''El pene solía tener mentalidad propia. Pero ya no es así. La industria de la erección ha reconfigurado el órgano, sustituyendo el melindroso original por un modelo más fiable. Pero la etiqueta con el precio de esta nueva herramienta de poder sigue escondida. Llegará el día en que sabremos si somos capaces de costeárnosla''8.

 

Notas al pie

1. David M. Friedman, Con mentalidad propia. Historia cultural del pene (Barcelona: Península, 2007), 15.

2. Peter Burke, Formas de historia cultural (Madrid: Alianza, 2000), 242.

3. Ute Daniel, Compendio de historia cultural (Madrid: Alianza, 2005).

4. David M. Friedman, Con mentalidad propia. Historia cultural del pene, 12.

5. David M. Friedman, Con mentalidad propia. Historia cultural del pene, 148.

6. David M. Friedman, Con mentalidad propia. Historia cultural del pene, 207.

7. David M. Friedman, Con mentalidad propia. Historia cultural del pene, 235.

8. David M. Friedman, Con mentalidad propia. Historia cultural del pene, 320.