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Historia y Sociedad

Print version ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.23 Medellín July/Dec. 2012

 

ARTÍCULO DE REVISIÓN

 

Enfoques y perspectivas sobre el período de independencia y formación del Estado en el Nuevo Reino de Granada, 1780-1816

 

Approaches and perspectives on the independence and formation period of the State of Nuevo Reino de Granada, 1780-1816

 

 

Catalina Reyes Cárdenas**

** Doctora en Historia de la Universidad Pablo de Olavide. Profesora Asociada del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Dirección de contacto: acreyes@unal.edu.co

 

Artículo recibido el 30 de septiembre de 2012 y aprobado el 29 de octubre de 2012. .

 


Resumen

Este artículo presenta una síntesis de enfoques que diferentes historiadores y la autora han planteado para reinterpretar el período de transición entre el antiguo régimen colonial y el nacimiento de la república en el virreinato del Nuevo Reino de Granada. En particular, se trata de insistir en la necesidad de restablecer la conexión entre el período tardío colonial y el republicano como condición para entender los conflictos que se desatan en estos primeros años de fundación de la nación. Esta conexión con el tardío colonial enfatizará en dos problemas centrales: el primero de ellos la relación entre el territorio y las transformaciones políticas. Se señalará el impacto del ordenamiento colonial del territorio en los conflictos de la primera república y las dificultades de construir una nación sobre un territorio estructurado en múltiples poderes locales. En segundo lugar se señalara el impacto que la existencia de una sociedad de castas tuvo en el proceso de construcción de una nueva nación de ciudadanos.

Palabras clave: territorio, poblamiento, tardío colonial, Primera República, castas, negros, indios, mestizos, Estado, nación.


Abstract

This article presents a synthesis of different approaches that historians and the authorraised in order to reinterpret the transition period between the old colonial regime and the birth of the republic in the Viceroyalty of New Granada. In particular, it is to insist on the need to restore the connection between the late colonial and republican period as a condition to understand the conflicts that break out in the early years of the founding of the nation. This connection with the late colonial will underline two central problems: the first of them is the relationship between territory and political transformations. There will be noted the impact of the colonial order of the territory on the conflicts inthe first republic and the difficulties of building a nation in a territory divided into multiple local authorities. Secondly, there will be noted the impact that the existence of a society of castes had in the process of building a new nation of citizens.

Key words: territory, population, latecolonial, early republic, caste, blacks, Indians, mestizos, state, nation.


 

 

1. Nuevos enfoques

A pesar del boom historiográfico reciente sobre el período de la independencia asociado a la celebración de los bicentenarios, la historiografía colombiana ha descuidado notablemente los estudios sobre el período fundacional de la nación. A raíz del bicentenario se vivió un auge de publicaciones pero desafortunadamente muchas de ellas obedecieron a estudios hechos sobre la coyuntura, de tipo divulgativo, de poco calado histórico y muchas veces con la ausencia de rigor documental y de profundidad. Sin duda se denota, con excepciones significativas, la ausencia de programas de investigación sistemáticos sobre el período.

El período que se inicia en 1808 con el colapso de la monarquía española y se extiende hasta 1816 cuando cae la Primera República, período fundacional por excelencia que en nuestra tradición historiográfica se ha desvalorizado, maltratado y señalado como patria boba por la historiografía colombiana tanto de nuevo, como de viejo cuño. En contraste, se ha exaltado el período de la gesta heroica, de la guerra de emancipación de 1816- 1822. Sin embargo, el período fundacional es relevante en la medida que hace evidente toda la complejidad e incertidumbre que encierra la difícil transición del Antiguo Régimen, a la modernidad republicana.

A continuación presentaré enfoques y perspectivas innovadoras que considero permiten nuevas miradas sobre el período de 1780–1816 para el caso del Nuevo Reino de Granada. El primero de ellos y al que me referiré reiteradamente en este artículo, es el de utilizar como eje de análisis del período la relación entre el territorio y los procesos de emancipación y construcción del Estado-nación. Debido a la forma como se organizan los estados nacionales, el factor territorial se convierte en la estructura básica que no sólo ubica, sino que hace tangible un país, además de consolidar la identidad particular que lo distingue de los demás. No hay Estado-nación sin territorio. El ámbito geográfico, soporte físico de la ciudadanía, asume un carácter orgánico o natural, al igual que la unidad lingüística, una trayectoria histórica común o unas características étnicas determinadas. Las nuevas naciones fueron representadas como el conjunto de varios grupos étnicos asentadas en un espacio natural.

Tal como lo afirma Francese Nadal en la obra ''Los nacionalismo y la geografía'' en tal contexto, el territorio se convirtió en el principal nexo comunitario. Los estrechos vínculos que se establecieron entre los miembros de una sociedad y su ámbito, asumieron la forma de un fuerte sentimiento de pertinencia territorial e hicieron que el conocimiento y control de la geografía desempeñara un papel importante en la cohesión del nuevo Estado. De tal forma que las políticas nacionalistas, conscientes del factor geográfico en la construcción del Estado nacional, tuvieron como tarea principal consolidar la integración del territorio1.

Estado, nación y territorio son factores que se encuentran unidos en forma tan compleja que, resultan inseparables. Como lo expresó el geógrafo norteamericano Peter Taylor en su influyente libro Geografía política. Economía mundo, Estado-nación y localidad, el nacionalismo suele ser considerado el más geográfico de los ''movimientos políticos''2.

Considero que para el caso neogranadino es necesario quitarle peso a las interpretaciones históricas que le han dado una valoración excesiva a las ideologías políticas y a los enfrentamientos entre bandos criollos en el proceso de construcción del Estado. Creo que es necesario hacer un llamado a superar las visiones ''patrióticas'', en las que persiste un análisis centralista y tradicional, para, por el contrario, tener en cuenta la participación de localidades y provincias y sus condiciones socioeconómicas en el proceso de independencia y formación de la nación. Propongo desplazar el lente para así recuperar las formas y dinámicas de estructuración del territorio y la fuerza de las comunidades locales que, en este período fundacional, van a defender sus territorios, su autonomía y sus privilegios.

La segunda perspectiva que propongo es reconocer que el período de la Primera República sólo puede ser entendido si se reconstruye en conexión con los problemas del tardío colonial. Tanto Magnus Morner3 como Brian Hamnett, han sido insistentes en llamar la atención sobre la necesidad de partir de las transformaciones del tardío colonial para entender el período que se abre en 1808, con la invasión napoleónica y la crisis del imperio español. En particular, Hamnett llama la atención sobre el deterioro de las condiciones de vida, de gran parte de la población, al final del tardío colonial4.

Esta relación apenas natural, ha sido descuidada por gran parte de la historiografía colombiana que se ocupa del período. De hecho, un balance historiográfico5 nos permite afirmar que exceptuando valiosos trabajos como los de Anthony Mc. Farlane, Hermes Tovar y Diana Bonnet, muy pocos historiadores se han ocupado del siglo XVIII, período trascendental que permite entender la coyuntura de independencia y formación del Estado republicano6.

La conexión entre tardío colonial y Primera República, a mi juicio, se centra en dos problemas fundamentales: el primero de ellos la reconfiguración del territorio a partir de la realidad demográfica de la segunda mitad del siglo XVIII, caracterizada por el crecimiento significativo de la población de libres de todos los colores. Este aumento rompió el ordenamiento colonial y obligó a las autoridades borbónicas a concentrar gran parte de sus esfuerzos en controlar esta nueva población y reordenar el territorio. Estos intentos de control tuvieron incidencias importantes en 1810, cuando se intentó reconfigurar el territorio republicano. De hecho, he podido demostrar que muchos de los conflictos civiles de la Primera República fueron la continuación de las viejas rivalidades y pleitos del mundo colonial y no el resultado, como muchos consideran, del nuevo ordenamiento republicano que intentó enraizarse7.

La segunda conexión con el período colonial es la necesidad de reconocer en el ocaso del siglo XVIII, la existencia en la Nueva Granada de una sociedad de castas, caracterizada por una alta conflictividad. Motines, desordenes, revueltas tanto urbanas como rurales, caracterizaron los últimos años del siglo XVIII. Sin entender el impacto de esta sociedad de castas, se diluyó la comprensión de las dificultades que existieron para la construcción de ciudadanía moderna en la Nueva Granada8.

Es necesario incluir además de las élites criollas, otros actores sociales, que con pocas y recientes excepciones, la historiografía colombiana ha descuidado para concentrarse solo en las élites criollas, que sin duda, fueron los actores principales y en términos modernos controlaron la agenda política del período. Es necesario incluir a los indígenas, esclavos y a esa enorme población de marginados que eran los libres de todos los colores.

Una tercera perspectiva necesaria de tener en cuenta para la reconstrucción del período fue la planteada en los valiosos trabajos de Francois Xavier Guerra9 y que la podemos resumir como la necesidad de leer las revoluciones americanas en el horizonte de la inserción del continente en la Modernidad. Las nuevas naciones fueron el resultado del proceso iniciado con la Ilustración y las revoluciones norteamericana y francesa. Los itinerarios ideológicos americanos no pueden leerse sino en estrecha relación con lo que sucedía en una Europa en que se fortalecían los estados nacionales modernos, se conquistaban los derechos de los ciudadanos y se formaba una opinión pública. A estos itinerarios ideológicos y políticos hay que sumar la estrecha relación con los hechos que acontecían en la monarquía española de la que hacíamos parte integral. La correlación entre los sucesos peninsulares y los americanos debe ser recuperada en el análisis para poder reconstruir y entender la secuencia de los sucesos políticos entre 1808-1816.

Un ejemplo claro de esta interrelación fue el viraje de la posición de las élites criollas en el reino de la Nueva Granada. En1808, ante la prisión de Fernando VII y la invasión napoleónica exudaron el más ferviente patriotismo, juraron defender al rey, mantener la monarquía y eligieron diputados a la Junta Suprema de Gobierno del reino. Esas mismas élites en 1810 renegaron de la monarquía, desafiaron la autoridad del Consejo de Regencia y crearon juntas de gobierno autónomas. Todo esto, como respuesta a los fracasos militares de las fuerzas peninsulares frente a los franceses, al temor a la invasión napoleónica a América, a la discriminación de los americanos en su representación en la Junta de Gobierno Central y en las Cortes de Cádiz y a la desconfianza frente al nuevo Consejo de Regencia y la negativa de éste a darles espacio y poder político a los criollos, al no permitirles la conformación de las juntas de gobierno. A esta radicalización sin duda contribuyó también la represión a las juntas de gobierno en Quito, la Paz y Chuquisaca.

La cuarta perspectiva es el problema de construcción de nacionalismo. Una de las grandes dificultades para fundar la nueva nación fue en primer lugar la ausencia de nacionalismo. Las élites debieron inventarse sobre la marcha una nueva identidad, que las diferenciara de la nacionalidad hispánica a la que pertenecían y que justificara su proyecto político autónomo. Tuvieron que echar mano de un difuso americanismo y reforzar la idea de una España que oprimió su colonia durante trescientos años, utilizar reiteradamente la imagen de la madre desalmada responsable de todos los males y al tiempo presentar a América como el nuevo mundo virtuoso frente a un mundo europeo en crisis. Fue necesario profundizar la vieja herida de la discriminación a los criollos y encender el odio contra los chapetones.

El mayor reto que tuvieron los criollos fue intentar importar en sociedades tradicionales y de castas el paradigma liberal de la fundación de repúblicas modernas de ciudadanos iguales, con constituciones, división de poderes, con derechos y libertades para poder así validarse ante el mundo como parte de las naciones civilizadas10.

Los criollos debieron enfrentar la construcción de una identidad que homogenizara en una nación una hetereogenidad étnica de indios, negros esclavos y libertos, mestizos, pardos, mulatos, zambos y todas las mezclas posibles resultado del proceso intenso de mestizaje. Debieron transformar esta población despreciada y considerada por ellos como inferior, salvaje, ignorante y amenazadora en la nueva nación de ciudadanos.

Sin embargo, los criollos oscilaron constantemente entre la modernidad europea que deseaban para sus nuevas naciones y el peso de la tradición hispánica católica y el temor a los postulados de la Francia revolucionaria, el poder de los imaginarios monárquicos y la idea de superioridad étnica de los blancos. Más que nacionalismo, lo que emergió en el período fundacional fue un criollismo patriótico que tenía fuertes limitaciones para proponer un proyecto que incluyera, en su nuevo Estado y en su definición de ciudadanos, a la mayoría de la población neogranadina, que pertenecía a las castas. Tal como sostiene Georges Lomné11, los criollos crearon una nueva república aristocrática, en la que ellos constituían una nobleza de patricios que, por sus virtudes ciudadanas, debían gobernar hasta cuando la plebe saliera del estado de ignorancia en que se encontraba. En el entretanto, se repartían los cargos públicos y las mermadas rentas de las provincias.

Nuevos estudios han hecho evidente la desconfianza y resistencia de los sectores subordinados al proyecto de Estado propuesto por las élites criollas. Grupos indígenas de regiones como Pasto, Antioquia y Santa Marta, lo percibieron como amenazante a su forma de vida e igualmente, algunas comunidades negras, sintieron mayores garantías y seguridad para su forma de vida manteniéndose fieles a la corona12. Los sectores del común de ciudades y centros urbanos pronto se dieron cuenta de que la nueva república nada había mejorado su situación; por el contrario, había creado más pobreza e incertidumbre13.

La experiencia y tradición de resistencia y protesta de los sectores subordinados obtenida durante el siglo XVIII reapareció en el escenario político de la Primera República y ayuda ha explicar el fracaso de ésta y la ausencia de resistencia en la mayoría del territorio a la reconquista española en 1816.

 

2. Territorio y nación

Planteadas estas perspectivas, volvamos a uno de los ejes fundamentales para reinterpretar el período: la relación entre territorio y formación de la nueva nación. Como lo dijimos, es necesario tomar distancia de las interpretaciones del período que han focalizado la atención en los enfrentamientos ideológicos entre proyectos políticos; por el contrario, señalar como punto de partida para entender el período la conexión entre la realidad territorial colonial en el Nuevo Reino de Granada, estructurada en diversas formas de poblamiento que dan cuenta de la existencia de múltiples poderes locales y corporativos y la tensión que se genera a partir de 1810 con el nacimiento de una nueva república que quiere unificar y homogenizar un territorio nacional. El nuevo Estado requería de manera urgente la construcción de espacios provinciales que superaran la desintegración en localidades y a partir de este fortalecimiento, la consolidación de un territorio nacional unificado.

Entre 1810 y 1815, el ordenamiento territorial del virreinato de la Nueva Granada, caracterizado por la multiplicidad de poderes locales, emergió con fuerza. En 1810 después de que se depusieran las autoridades peninsulares, la primera acción política en casi todo el territorio fue la conformación de juntas supremas de gobierno alentadas por los cabildos de ciudades y villas controladas por los notables de las poblaciones. En este movimiento, las ciudades, villas e incluso algunas parroquias y sitios, reasumieron la soberanía en nombre del rey y lo que es más importante reclamaron la autonomía para sus localidades. Tal como lo sostienen Antonio Anino y Juan Carlos Chiaramonte14, esta soberanía reasumida por el pueblo, estuvo inscrita en una ideología de Antiguo Régimen fundamentada en los principios iusnaturalistas y más concretamente en Puffendorf, quien afirmaba que ante la ausencia del rey los pueblos podían asumir la soberanía e incluso desligarse del poder central para garantizar un mejor gobierno. La autonomía que reclamaron las ciudades, villas y hasta parroquias y sitios no era de una metrópoli lejana, sino de las ciudades capitales de provincia, de la capital virreinal o de cualquier otro centro de poder que menoscabara su gobierno independiente. Las nuevas juntas de gobierno asumieron funciones de representación política, se ocuparon de los asuntos económicos, y lo más importante, ejercieron las funciones de justicia.

Entre mayo y diciembre de 1810, se conformaron veintitrés juntas supremas de gobierno en ciudades, villas e incluso parroquias. Entre ellas podemos mencionar las de Cartagena, Socorro, Santafé, Neiva, Pamplona, Tunja, Mompox, Popayán, Pore, Quibdó, Santa Fe de Antioquia, Novita, Honda, Santa Marta, San Juan de Girón, Villa de Timaná parroquia de Sogamoso, en la parroquia de Nare, en villa de Purificación, San Antonio de Toro de Simití, Villa de Leyva y en Cali15.

Una segunda acción política que reforzó el poder local a partir de 1810 fue la concesión del título de villas por parte de los nuevos gobiernos provinciales a diferentes localidades. Desafiando las jerarquías territoriales coloniales e ignorando los complejos trámites que se requerían ante el Consejo de Indias y la corona para poder ascender en las categorías territoriales, de un plumazo, las nuevas juntas de gobierno concedieron el título de villas con derecho a su propio gobierno a 28 poblaciones. Tal como se ha podido reconstruir a partir de las fuentes, algunas de ellas eran parroquias, otras antiguas ciudades extinguidas, otras solo sitios que empezaban a tener figuración económica e incluso, se elevó al estatus de villa a pueblos de indios. En el altiplano cundiboyacense, se les dio el titulo de villas a Zipaquirá, Ubaté, al antiguo pueblo de indios de Bogotá, a La Mesa de Juan Díaz, Chocontá, Tocaima, Cáqueza, Tenza, Santa Rosa, Chiquinquirá, Turmerqué (antiguo pueblo de indios) y a Soatá. En la Zona de Santander, a Puente Real de Vélez, Villa de Vara Florida, San Laureano de Bucaramanga, San Carlos de Piedecuesta y Matanza. En la zona de Mariquita y Neiva, a Ambalema, Chaparral, Garzón, Yaguará y Nepomuch. En la zona Caribe se les dio el título de villas a los sitios de Barranquilla, Soledad, Majagual y El Carmen. En Antioquia, recibió el título de villa Santa Rosa de Osos16.

Es evidente que en la Nueva Granada el poder local comunitario representado por las ciudades, villas, parroquias, sitios y pueblos de indios se negó a ser ignorado por nuevos poderes republicanos de orden provincial o nacional.

Al reconstruir de forma pormenorizada la configuración territorial del virreinato durante el tardío colonial y los conflictos entre provincias, ciudades, villas y parroquias en la naciente República, queda claramente evidenciado la existencia de un territorio con heterogeneidad de formas de poblamiento, que iban desde sitios, pueblos de indios, rancherías, misiones, reales de minas, bujíos, puertos, haciendas, parroquias, villas y ciudades. Todos estos asentamientos representaban unidades identitarias donde distintos actores sociales derivaban un sentido de pertenencia y conformaban comunidades y patrias reales.

Hemos utilizado el informe realizado por el funcionario de correos Joseph Antonio Pando, para construir un cuadro que nos presenta una aproximación a la forma en que estaba ordenado el territorio y la población a fines del siglo XVIII en la Nueva Granada. Se puede observar en él que el 65% de los asentamientos eran pueblos de indios, situados en áreas rurales17. En su informe, el funcionario señalaba que la población organizada no era sino parte de un vasto mundo rural que representa la proporción más amplia de la población y que en muchos casos no estaban asentadas las formas de poblamiento por él señaladas. Por eso Pando afirmaba, que convivían con las formas identificadas ''otras muchas Poblaciones menores, doctrinas, haciendas, bugios, cortijos, ventas y rancherías donde hay en cada parte diferentes casas esparcidas a lo largo de los Ríos, Quebradas y Minerales, que por no tener razón cierta de sus nombres, ni de las provincias y jurisdicciones a que corresponden[...]''18.

Es sobre este universo diverso de asentamientos y comunidades en su inmensa mayoría rural, (recordemos que sólo un escaso 15% de la población vivía en zonas urbanas)19 y sobre un territorio organizado a partir de poderes locales, corporativos representados por los cabildos, sobre el cual habría que construir la idea de nación. Fue sobre esta explosión de pequeñas patrias que habría que construirse la abstracción de una nación.

Este mapa del territorio de la naciente República nos permite identificar como punto nodal para entender el período 1810-1816, la tensión existente entre el territorio considerado como un conjunto de actores colectivos autónomos localizados espacialmente y un proyecto de nación concebido como una entidad colectiva superior, una instancia de pertenencia común, depositaria de la jurisdicción única y uniforme encarnada por el nuevo estado republicano.

Considero que la dimensión territorial debe jugar un papel fundamental en la reinterpretación de los procesos emancipación y de construcción de Estado y nación en Hispanoamérica, y en este sentido son ilustrativos los trabajos de José Antonio Serrano para el caso de México 20 y el de Federica Morelli para el caso de la Audiencia de Quito21. Problemas como el de la multiplicidad y hetereogenidad de las formaciones territoriales características de la estructuración espacial del mundo colonial hispanoamericano deben volver a ser tema de preocupación de los historiadores que se ocupan de este período de transición y ellas permitirán entender en otra dimensión las vicisitudes de la construcción del Estado y la nación.

Es necesario descartar corrientes historiográficas que han considerado el orden colonial virreinal como una entidad política que le daba cohesión y tenía poder y control sobre un territorio virreinal continúo y unitario. Desde esta lógica, esta unidad se rompe a partir de 1810 por la torpeza de los dirigentes criollos de la Primera República. La documentación y reconstrucción que he realizado en mis investigaciones y tesis doctoral, por el contrario me permiten afirmar que en los albores del siglo XIX el virreinato carecía de unidad territorial y su cohesión política era muy débil; su creación sólo se remontaba a 1739; su poder sobre la Audiencia de Quito y la Capitanía de Venezuela era solo nominal y no logró extender su control sobre el territorio de Panamá.

Aun dentro de la Audiencia de Santa Fe, las provincias de Cartagena y de Popayán confrontaban constantemente el poder de Santa Fe, el centro político virreinal. Es igualmente evidente que era un territorio en que las unidades mayores, las provincias, apenas si lograban tener algún control sobre los numerosos poderes locales que ellas albergan.

El virrey tenía escaso margen de acción política y representación en un territorio fragmentado en múltiples poderes, con grandes zonas desconocidas y por fuera del control de la corona; amenazado a los albores del siglo XIX por diversos grupos indígenas no sometidos y por el crecimiento de los libres mestizos que rompían el orden colonial tradicional. La imagen real de Nuevo Reino de Granada es la de un mundo fundamentalmente rural, compuesto por un conjunto de unidades territoriales, geográficas y geopolíticas diversas, dotadas de autonomía y de privilegios particulares. Si bien, no pretendo hacer aquí un balance del impacto del reformismo borbónico en el Reino de la Nueva Granada al abordar las conexiones entre el tardío colonial y el transito hacia la modernidad republicana, es necesario medir el impacto de estas políticas en las transformaciones del territorio y la sociedad colonial.

A pesar del afán de la corona por controlar la población y ordenar el territorio a través de nuevas fundaciones, extinción de pueblos de indios, organización de nuevas parroquias y corregimientos que quedan plasmados en los esfuerzos de visitadores y reformadores como Berdugo y Oquendo, Francisco Silvestres, Mon y Velarde, Antonio de la Torre, Joseph Palacios, Francisco Moreno y Escandón y por supuesto Gutiérrez de Piñeres, habría de concluir que los esfuerzos por controlar la población y reorganizar el territorio fueron relativamente infructuosos y muchas veces efímeros22.

Y si el control y reorganización de la población se puede considerar un fracaso, en el caso de la centralización y el sometimiento de los poderes locales al poder central, los resultados saltan a la vista. El éxito de la Revolución Comunera de 1781 que logró la adhesión de libres pobres, de campesinos sin tierra, de indígenas cuyos pueblos habían sido extinguidos y sus tierras expropiadas, se explica en parte por el apoyo abierto y soterrado de las élites locales que constituyeron un frente criollo para oponerse a la desintegración de las redes familiares y clientelares y para garantizar su control sobre las localidades y los cabildos.

En los albores del siglo XIX en el territorio de la Nueva Granada, los poderes locales estaban fortalecidos y las élites atrincheradas en la defensa de sus preeminencias y honores en sus localidades. La documentación muestra ampliamente la importancia en un virreinato pobre, de los cargos públicos para los criollos y de las facilidades de enriquecimiento que estos propiciaban para unas élites con limitaciones económicas. Como resultado de la Revolución Comunera y de la oposición de las élites locales, los intentos de rehispanización de la administración local y de centralización borbónica fracasaron y el virreinato permaneció estructurado de acuerdo con el sistema de Estado mixto propio de los Habsburgos, que concedía amplias autonomías territoriales y corporativas; el nuevo Estado republicano tuvo que construirse sobre esta herencia. De hecho, en las regiones en que hubo algún éxito en el siglo XVIII por parte de la corona en cuanto a la centralización y reorganización del gobierno, como fue el caso de Tunja, en particular en los territorios que hoy conforman la región de Santander, en los que se crearon dos nuevos corregimientos, Socorro y Pamplona, con ciertas similitudes a sistemas de intendencias implementadas por Gálvez en México, los conflictos entre localidades fueron mas intensos a partir de 1810. Allí villas y parroquias amparadas en la doctrina de la reasunción de la soberanía por parte del pueblo, reclamaron su derecho a constituir su propio gobierno y a declarar su autonomía tanto de Pamplona como del Socorro, llevando a la región a múltiples conflictos que se resolvieron entre 1810-1816 por la vía de las armas23.

Si bien la historiografía colombiana ha caracterizado los múltiples conflictos del período 1810 -1816, con el epíteto de ''patria boba'' y los presenta como el resultado del nuevo orden republicano que se enfrentó por dos modelos de organización estatal, uno federalista y otros centralista, prefiero apartarme de esta interpretación para demostrar que muchos de estos conflictos intraprovinciales, fueron la continuación de las rivalidades y enfrentamientos entre poderes locales propios del ordenamiento colonial y de los desajustes introducidos por los intentos del reformismo borbónico.

Para las élites locales criollas, el intento de la corona por ponerle cortapisas a su control y poder en las localidades, constituyó la mayor amenaza y el móvil para su acción política no sólo en 1781 durante la Revolución Comunera, sino también a partir de la repentina crisis de la monarquía en 1808. Esto quedó claramente evidenciado en 1809 en las instrucciones y peticiones de los diversos cabildos de la Nueva Granada entregadas a don Antonio Narváez diputado de este reino ante la Junta Suprema Central de Gobierno establecida en la península. En estas instrucciones fue explícita y reiterativa la solicitud de que los criollos no fueran reemplazados en los cargos por peninsulares foráneos y además que se les asignaran sueldos dignos para ejercerlos24.

Más que una lucha entre proyectos federalistas y centralistas cuando nos adentramos en cada uno de los conflictos locales, e interprovinciales que estallan a partir de 1810, lo que se puede evidenciar es la movilización de las poblaciones dirigidas por los grupos de poder local en defensa de su localidad y del proyecto político que le diera mayores garantías. Por supuesto, las élites de las localidades con el fin de mantener sus privilegios azuzaban a los pobladores. La adhesión a alguno de los bandos patriotas o a la fidelidad a la corona uniéndose a la causa realista, la determinó quien ofreciera mayor autonomía local e impulso a los proyectos de las comunidades.

Es también importante mencionar, como lo han señalado Jairo Gutiérrez para el caso de Pasto, Steiner Saether para el caso de Santa Marta, Oscar Almario García para el caso del Pacifico, Alfonso Múnera y Jorge Conde para el caso de Cartagena, cómo en torno a la defensa de los proyecto locales las élites lograron atenuar las diferencias étnicas y económicas y unir esclavos, negros libres, mulatos, pardos, zambos, mestizos, indígenas y criollos, en torno a la defensa de los intereses de la localidad y contra la voracidad de otros centros políticos y económicos25.

Es también aquí pertinente señalar, que en la Primera República fue desde la localidad que se construyó la noción de ciudadano que debía reemplazar al antiguo vasallo de la corona. En 1810 fueron las juntas de gobierno de las ciudades y villas las que definieron las condiciones y requisitos que debía cumplir el nuevo ciudadano. De hecho, en una hibridación de conceptos entre el Antiguo Régimen y la Modernidad que se quería imponer, el ciudadano fue inicialmente asimilado a la categoría de vecino de una ciudad o villa. Podemos afirmar, que la ciudadanía se construyó sobre la noción de vecindad y fue desde estas comunidades territoriales locales en las que solidificaban identidades y valores colectivos, sobre las cuales a partir de 1810, debieron articularse con una abstracción inexistente: la ciudadanía nacional26.

Para terminar esta reflexión quisiera proponer que las tensiones entre lo local y lo nacional, objeto hoy de nuevas interpretaciones historiográficas, supere el enfoque de verlas como polos antagónicos, lo local y lo nacional, lo que ha conducido necesariamente a la anulación y destrucción de lo local para lograr la modernización estatal. Por el contrario, creo que es un reto para los historiadores pensar que el Estado moderno se puede construir articulándose y en una relación de interdependencia con los poderes locales. Desde esta perspectiva, la pregunta a hacerse al estudiar el período fundacional del Estado y la nación debe ser, ¿cómo se construye lo nacional a partir de lo local y cómo se integran los grupos y poderes locales al tejido político de la nueva República? Considero que una lectura desde esta perspectiva, sin duda contribuirá a enriquecer las valiosas interpretaciones sobre un siglo XIX marcado por las guerras y las confrontaciones internas.

 

3. Conflictividad y sociedad de castas

Es bueno reiterar nuevamente que para una mejor comprensión de las dificultades del tránsito de la sociedad colonial a la nueva República es necesario no perder de vista el impacto de la existencia de una sociedad de castas. Los valiosos trabajos de los reconocidos historiadores Germán Colmenares y Jaime Jaramillo Uribe han utilizado esta categoría27.

Igualmente, el mundo indígena del tardío colonial ha contado con los valiosos aportes de Diana Bonnet, Martha Herrera, Jairo Gutiérrez y Steinar Saether. Desafortunadamente, cuando se han estudiado los procesos de emancipación y surgimiento del Estado republicano, se ha partido de caracterizar la sociedad neogranadina del siglo XIX como mestiza. Bajo esta denominación se intenta presentar una sociedad homogénea ocultando las profundas desigualdades étnicas y la existencia de una sociedad de castas. Así mismo, bajo la denominación mestiza se ha invisibilizado la suerte de la población esclavizada y de la indígena. Esta última, si bien había disminuido considerablemente, representaba al inicio del siglo XIX casi el 20% de la población de la Audiencia de Santafé.

Los indígenas habían enfrentado en el último cuarto del siglo XVIII un proceso constante de invasión de sus resguardos, de usurpación de sus tierras y de destrucción de sus pueblos que eran reemplazados por nuevas parroquias de libres28.

La historiografía patriótica clásica ha excluido a los indígenas del proceso fundacional de la nación alegando su poca significación poblacional y probablemente por el hecho de que varios grupos indígenas se opusieron al proyecto criollo republicano. Tal como lo han mostrado trabajos recientes (Saether -Santa Marta y Gutiérrez - Pasto) y como he podido constatar para el caso de Antioquia, los indígenas se opusieron incluso con las armas a los criollos, abrazaron la causa del rey y optaron por defender su condición de vasallos ante la incertidumbre de una ciudadanía que los dejaba en las manos de la voracidad de los criollos.

Pero tal vez, el mayor reto para los historiadores del período es rescatar el todavía fragmentario universo de los libres de todos los colores, denominados comúnmente la plebe y que para el caso de la Nueva Granada representaban más del 40% de la población, constituyendo el grupo poblacional más dinámico de la sociedad colonial29.

El crecimiento demográfico de este grupo resultado del proceso de mestizaje, se convirtió en uno de los principales problemas para las autoridades borbónicas; controlarlos, ordenarlos y convertirlos en vasallos cristianos y útiles fue una tarea de visitadores y autoridades. Sin embargo, la mayoría de ellos pobladores rurales pobres y sin tierra emprendieron movimientos de colonización dirigida y espontánea y reconfiguraron bajo diversas modalidades de poblamiento el mapa del siglo XVIII.

Lo que se puede observar en la documentación es que este grupo de pobres rurales es el germen de un campesinado pobre sin tierra, víctima de la voracidad de hacendados, curas, corregidores y sobre todo capitanes de guerra que dominaban los sitios, pero al tiempo también en una población rebelde que construyó una experiencia política mediante motines, revueltas y desórdenes que caracterizaron la última mitad del siglo XVIII. La capacidad de movilización de este grupo social fue evidente en la Revolución Comunera en que logró conformar un ejército de más de 8000 hombres en su mayoría peones, pobres urbanos y campesinos pobres. De hecho, es bueno tener presente que en las instrucciones de los cabildos, en 1809 al diputado del reino lograron que se incluyeran algunas de las reivindicaciones que habían sido contempladas en las capitulaciones comuneras de 1781, tales como la libertad para la siembra del tabaco, la abolición de los impuestos de venta, la supresión de quintos reales para los mazamorreros pobres, tierra para los campesinos, supresión del estanco del aguardiente y mejor remuneración para peones y arrendatarios.

La violencia y la guerra en Colombia han estado atravesadas por el problema agrario, incluyendo los conflictos actuales con el narcotráfico, los paramilitares y la guerrilla, que han creado escandalosas cifras de desplazamiento campesino y que han reconfigurado la propiedad agraria del país. De los fenómenos de la violencia y el problema agrario, para el siglo XX, la historiografía colombiana se ha ocupado con solidez; sin embargo, hay un vacío historiográfico sobre la formación del campesinado a partir de estas comunidades rurales de libres de colores y de los indígenas desposeídos de sus tierras. Ya para el caso mexicano, autores como Brian Hamnett, John Tutino y Eric van Young30, se han ocupado de este tema. Van Young, en su reciente trabajo La otra revolución, estudia desde una perspectiva socio-cultural el apoyo o resistencia de las comunidades rurales a la insurrección. Su hipótesis es que estas comunidades actuaron y definieron sus fidelidades motivadas por la defensa del orden comunitario. Su obra se constituye en un monumental estudio de la mentalidad popular.

El estudio de este proceso es necesario para entender cómo se integraron estas comunidades rurales al tejido de la nueva nación; de las formas de asimilación y resistencia y la experiencia política que construyeron en su lucha por la tierra. Estos estudios permitirán ampliar la visión sobre la violencia y el conflicto agrario, ese continuo en la historia del país.

Igualmente, los libres se insertaron en los espacios urbanos y dinamizaron la vida de las ciudades. Engrosaron la población de los barrios pobres, crearon una nueva sociabilidad alrededor de pulperías y chicherías, ejercieron múltiples oficios menores, la mayoría fueron sirvientes o formaron parte de la amplia población de vagos y pobres que tanto preocupaba a la corona. La presencia de la plebe en las ciudades era percibida como peligrosa y perturbadora por las autoridades y antiguos pobladores urbanos.

Sin la participación de esta plebe urbana no se hubieran podido llevar a cabo los motines que permitieron la expulsión de las autoridades peninsulares y la instalación de las juntas de gobierno en las distintas ciudades, villas y parroquias del virreinato. Ahora bien, el hecho de pertenecer a las castas los excluía de una representación política real, ninguno de la plebe hizo parte de las nuevas juntas de gobierno ni ocupó cargos del Estado. Sin embargo, su número y capacidad de movilización política los convirtió en un importante actor político y en una amenaza permanente para las élites criollas que intentaron mediante acciones populistas o la represión, mantener bajo control las veleidades de una plebe urbana que también reclamaban un lugar en la escena política del período. Ejemplos claros son la participación de los mulatos en la política de Cartagena, y de la plebe urbana en Santa Fe de Bogotá, Pamplona, Mompox, Socorro, etc31.

Si bien la movilidad e inserción de los libres como ciudadanos de la nueva República se hizo fundamentalmente a través de su participación en las milicias y en los ejércitos, quedan por estudiar otras formas de participación e integración política de los mestizos, mulatos y pardos y zambos en la escena local. Sugestivos trabajos como los de Alfonso Múnera, Jorge Conde, Aline Helg y Steinar Saether muestran la participación de los mulatos y zambos en algunas ciudades del Caribe, pero esta por reconstruir la participación de esta numerosa población en diferentes localidades y regiones del país.

 

Futuras líneas de trabajo

Para finalizar quisiera referirme a algunos temas y problemas que quedan abiertos sobre el período de independencia y construcción del Estado-nación en Colombia.

Al volver al problema de las relaciones entre territorio y nación es necesario y urgente retomar el llamado hecho por German Colmenares ya hace más de veinte años. Carecemos aún de una suerte de atlas que dé cuenta de las transformaciones que ha sufrido el territorio colombiano, de las rutas de colonización, de la incorporación de fronteras, del crecimiento de los centros urbanos, de los diversos patrones de poblamiento y sus dinámicas en una mirada de larga duración.

Tampoco contamos con estudios que den cuenta de cómo se modificó el mapa del virreinato con el establecimiento del nuevo Estado. ¿Qué nuevas jerarquías territoriales desaparecieron o se transformaron? ¿Cuáles se crearon y a que dinámicas obedeció su creación? ¿Cómo afectaron las nuevas circunscripciones electorales el ordenamiento territorial? En cuanto a los sectores subalternos, se sabe acerca de la participación de negros y mulatos en la ciudad de Cartagena, en la Provincia de Santa Marta y en el Pacífico, pero poco se sabe de lo que sucedió con ellos en otras regiones.

Sobre la resistencia de la población indígena al proyecto criollo conocemos el caso de Pasto y Santa Marta y algunas participaciones de grupos indígenas en las filas criollas pero desconocemos qué pasó con la población indígena del resto del virreinato.

Y en cuanto a la gran masa de libres de todos los colores, conocemos su vinculación a la filas patriotas pero poco sabemos acerca del proceso de su inclusión como ciudadanos y del proceso de cómo esta numerosa población fue conformando un campesinado pobre y sin tierra, clave en la configuración de la nación colombiana, caracterizada por grandes conflictos agrarios.

Sabemos de la importancia de los ejércitos y milicias durante este período y sabemos que, a través de la representación de la guerra, se fueron forjando identidades y lealtades32, pero exceptuando el valioso trabajo de Clement Thibaud, todavía falta un mayor conocimiento sobre la conformación del ejército y las milicias urbanas, sobre la incorporación de los sectores subalternos a estos cuerpos y acerca de su vida en ellos.

Pocos estudios han explorado las redes de poder de las diversas localidades que le dieron fuerza al clientelismo y al caudillismo que gobernó la política durante el siglo XIX y que llevó a múltiples enfrenamientos civiles. Ni se han realizado todavía trabajos sistemáticos sobre los primeros procesos eleccionarios que nos permitan ver cómo se construyó y materializó la noción de ciudadanía. ¿Quiénes pudieron votar?, ¿quiénes podían ser elegidos?, ¿cuáles fueron los métodos de votación?, ¿cuáles fueron los resultados de estas votaciones?33

Todavía son pocos los estudios sobre la prensa en la época de la independencia, del proceso de formación de la opinión pública y sobre las nuevas formas de sociabilidad que aparecieron. Tampoco existen estudios extensos sobre la iconografía de ese momento histórico.

Son todavía incipientes los estudios sobre las constituciones en esta etapa fundacional y sobre el impacto de la Constitución de Cádiz en la Nueva Granada34. Igualmente, son escasos los estudios sobre el crucial período de la reconquista35.

Queda también la tarea de emprender el estudio sobre el funcionamiento de los cabildos coloniales como centros de poder local. Estudios que den cuenta de la experiencia y cultura política que se construyó a partir de esta institución y que permitan entender los fenómenos de localismo, caudillismo y clientelismo que han caracterizado la política colombiana y latinoamericana.

 

Notas al pie

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16. Catalina Reyes Cárdenas, ''Guerras y Conflictos Civiles en la Primer República neogranadina. 1810- 1815''.

17. Es necesario aclarar que muchos de estos pueblos de indios estaban ocupados a fines del siglo XVIII por libres.

18. Informe de 1770 del Funcionario Real de correos Josef Antonio de Pando, ''Itinerario Real de Correos del Nuevo Reino de Granada y Tierra Firme'', citado por Martha Herrera Ángel, ''Las divisiones político administrativas del Virreinato de la Nueva Granada a finales del período colonial'', Historia Crítica No. 22 (2001).

19. Hermes Tovar Pinzón et al., Convocatoria al poder del número. Censos y estadísticas de la Nueva Granada, 1750–1830 (Bogotá: Archivo General de la Nación, 1994), 80-88.

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27. Germán Colmenares, ''Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del Cauca, 1810-1830'', en La Independencia: ensayos de historia social, comp. Germán Colmenares (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1985). Jaime Jaramillo Uribe. Ensayos sobre historia social colombiana (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Dirección de Divulgación Cultural, Biblioteca Universitaria de Cultura Colombiana, 1968).

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29. Francisco Silvestre. ''Apuntes reservados particulares y generales del estado actual del Virreinato de Santafé de Bogotá'' [1789], en: Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada, 3 Vol., comp. Germán Colmenares (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1989).

30. John Tuttino, De la insurrección a la revolución en México, Las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940 (México: ERA, 1990). Eric, Van Young, La crisis del Orden Colonial. Estructura agraria y rebeliones populares en la Nueva España, 1750-8121 (México: Alianza, 1992). Eric, Van Young, La otra rebelión (México: Fondo de Cultura Económica, 2006). Brian Hamnett. Raíces de la insurgencia en México. Historia regional, 1750-1824 (México: Fondo de Cultura Económica, 1990).

31. Ana Catalina Reyes Cárdenas, ''La participación popular en la Primera República en el Nuevo Reino de Granada'', en Indios, negros y mestizos en la Independencia, 48-84. Ana Catalina Reyes Cárdenas, ''El derrumbe de la Primera República en la Nueva Granada, 1810-1816'': 38-61.

32. Clément Thibaud, República en armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de Independencia en Colombia y Venezuela (Bogotá: Planeta / Instituto Francés de Estudios Andinos, 2003).

33. Se destacan los trabajos de Armando Martínez, ''El problema de la representación política en el primer Congreso General del Nuevo Reino de Granada (enero de 1811)'', Boletín de Historia y Antigüedades Vol.: 91 No. 824 (2004). Armando Martínez, ''La reasunción de soberanías por las Juntas de Notables en el Nuevo Reino de Granada'', en 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano, ed. Manuel Chust (México: El Colegio de México / Fondo de Cultura Económica, 2007). Armando Martínez, ''Las juntas neogranadinas de 1810'', en La Independencia en los países andinos. Nuevas perspectivas. Armando Martínez, El legado de la ''Patria Boba'' (Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 1998). Armando Martínez, La agenda liberal temprana en la Nueva Granada, 1800-1850 (Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2006).

34. Daniel Gutiérrez A. ''La diplomacia 'constitutiva' en el Nuevo Reino de Granada. (1810-1816)'', Historia Critica Vol.: 33 (2007). Daniel Gutiérrez A., ''Diplomacia e Independencia'', Revista Credencial No. 245 (2010).

35. Se cuenta con el trabajo pionero de Juan Friede Friede, La otra verdad. La independencia americana vista por los españoles (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1979). y el trabajo de Rebeca Earle, Spain and the Independence of Colombia. 1810-1825 (Chicago: University of Exeter Press, 1999).

 

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