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Historia y Sociedad

versão impressa ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.23 Medellín jul./dez. 2012

 

ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN Y TECNOLÓGICA

 

La función política de las celebraciones públicas durante el proceso de independencia de Colombia: en la búsqueda de la legitimidad y la lealtad

 

The political function of public celebrations during the independence process of Colombia: in the search of legitimacy and loyalty, 1808-1825

 

 

Roger Pita Pico**

** Politólogo Universidad de los Andes con énfasis en Historia; Especialista en Gobierno Municipal y en Política Social; Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Javeriana y Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Dirección de contacto: rogpitc@hotmail.com

 

Artículo recibido el 12 de marzo de 2012 y aprobado el 15 de octubre de 2012

 


Resumen

Las celebraciones realizadas durante las guerras de independencia deben ser vistas no solo como manifestaciones espontáneas o cumplimientos de tradicionales calendarios festivos, sino que también deben entenderse dentro del contexto ideológico y discursivo derivado del andamiaje político desplegado por republicanos y realistas después de los triunfos alcanzados en el campo de batalla. En ese sentido, estos eventos hacían parte del proceso de legitimidad política posterior al combate y como fórmula para contribuir a sentar las bases de la estructura política triunfante. El uso de rituales, la renovación simbólica y la reafirmación de las lealtades políticas fueron para las autoridades de turno estrategias claves en el desarrollo de las celebraciones en torno a ganar adhesión a sus proyectos políticos, para lo cual se aplicaron distintos métodos de comunicación, persuasión, presión o manipulación. Allí radica la importancia de estos eventos como escenarios propicios para que cada bando lograra la mayor movilización política posible y se mantuviera firme al frente del gobierno en medio de un ambiente de intensa confrontación política y continua alternancia en el poder.

Palabras clave: celebraciones, símbolos, lealtades, republicanos, realistas, independencia, Colombia.


Abstract

The celebrations developed during the wars of independence should be seen not only as spontaneous demonstrations of traditional compliance schedules or holidays but also be understood within the ideological and political context deployed by republicans and royalists after the victories achieved in the battlefield. In that sense, these events were part of the process of political legitimacy after the fight and as a way to help lay the bases of the triumphant political structure. The symbols and the reaffirmation of political loyalties were key strategies in the development of the celebrations surrounding gain adherence to its political projects, and to fulfill these purposes were applied different methods of communication, pressure or manipulation. Therein lies the importance of these events as scenarios for which each side achieved a great political mobilization and to stand firm in the government amid an atmosphere of intense political confrontation and alternation in power.

Key words: celebrations, symbols, political loyalties, republicans, realists, Independence, Colombia.


 

 

Introducción

Fuera de manera espontánea o por presión, las celebraciones1 desarrolladas durante la época de la independencia en el territorio de lo que actualmente es Colombia se desarrollaron en medio de la muerte y de la desolación, propia de la cruenta y prolongada guerra librada entre realistas y patriotas. El ambiente que se respiraba no era precisamente el más apropiado puesto que primaba la tensión y se acusaba un agudo déficit de recursos por cuanto la mayoría de los esfuerzos se hallaban concentrados en el campo de batalla2.

La crisis económica, que venía incubándose de manera cada vez más pronunciada desde las postrimerías del siglo XVIII, sumada a los abultados gastos por cuenta de la guerra3, eran factores que impedían desplegar en esta época la misma ostentación observada décadas atrás. El déficit fiscal, los aportes voluntarios, las contribuciones forzosas, las multas, las confiscaciones y la devastación resultante de la guerra, dejaban muy poco campo a la financiación de las celebraciones.

Pero aún con este cúmulo de adversidades, la experiencia demostró que patriotas y realistas hicieron hasta los más impensables sacrificios con tal de llevar a cabo sus fiestas bajo la firme convicción de que eran prioritarias para consolidar el gobierno de turno4. Esto no hacía más que subrayar la importancia política que estos eventos representaban para ambos bandos.

Varias fueron las facetas expuestas por estas celebraciones al convertirse en escenarios propicios para realizar actividades y tomar decisiones cargadas con un gran impacto político. Dentro de esas actividades se puede incluir el reconocimiento y apoyo público a los aliados, el servir como escenario público para ejercer justicia e incluso para dar muestras de generosidad hacia el bando opuesto, como fue el caso de los indultos.

Adicionalmente, habría que mencionar dos funciones primordiales: la renovación simbólica y la reafirmación de las lealtades políticas5. El objetivo de este trabajo consiste entonces en analizar cómo los realistas y los patriotas recurrieron a estas dos estrategias con miras a ganar legitimidad6 y adhesión a sus proyectos políticos. El alcance de estas dos funciones en el marco del proceso de independencia adquirió mayor realce al darse en medio de una etapa de intensa confrontación ideológica7 y acérrimos antagonismos políticos.

 

1. Las celebraciones al vaivén de los cambios políticos

A diferencia de lo ocurrido en tiempos de paz, muchas de las celebraciones desarrolladas durante el período de independencia estarían signadas por interrupciones abruptas en razón al destino azaroso de los combates y a los inesperados cambios de gobierno. La incertidumbre durante este período de transición política fue un ingrediente prácticamente constante. Así entonces, a veces los triunfos militares y las conquistas de territorio dejaban truncados los preparativos y los festejos políticos adelantados por quienes prontamente serían vencidos. La prioridad era suspender o impedir cualquier acto publicitario del adversario e imponer de inmediato las directrices políticas propias.

El proceso de autonomía política iniciado a raíz del levantamiento ocurrido el 20 de julio de 1810, abrió paso a un nuevo tipo de celebraciones políticas dentro de las cuales figuraba la conmemoración de dicha fecha, las victorias militares contra las fuerzas fieles a la Regencia, la promulgación de la Constitución de Cundinamarca de 1812 y la siembra del árbol de la libertad.

Esta etapa se vio interrumpida en 1815 con la llamada Reconquista española. Al regresar el rey Fernando VII al trono, quiso reintegrar su imperio para lo cual se dio a la tarea de recuperar por la vía militar las colonias americanas. Para cumplir ese derrotero, se envió desde la metrópoli un fuerte ejército liderado por el comandante Pablo Morillo, a quien se le conoció como el Pacificador.

Después de la vertiginosa ocupación militar del territorio, se implantó de nuevo el aparato administrativo e institucional español y se inició una cruenta campaña de represión política a través de cárceles, fusilamientos, confiscaciones y destierros de las cabezas más visibles del movimiento revolucionario. Durante este Régimen del Terror se establecieron tres tribunales: el Consejo de Guerra, el Consejo de Purificación y la Junta de Secuestros. En este contexto de tensión, algunos cuantos asistían a las ceremonias bajo el poder del amedrentamiento y la mirada escrutadora de los españoles. Dentro de las celebraciones efectuadas durante estos años se incluyeron los juramentos de fidelidad monárquica, las fechas especiales en el ciclo de vida del rey y su familia, los triunfos militares y los recibimientos de las tropas realistas.

Fue evidente el interés del Estado español por reanudar sus fiestas tradicionales abrigando la esperanza de que este tipo de eventos coadyuvaría a recomponer el vapuleado poder monárquico después del primer ensayo de gobierno autónomo. En julio de 1816, se conmemoró en Santa Fe el onomástico de Fernando VII, día de San Calixto. Esto afirmó el comandante Morillo sobre la importancia del restablecimiento de este tipo de fiestas para infundir de nuevo en el pueblo llano la lealtad al rey:

Volvieron, sí, volvieron esos días de gloria y alegría en que unidos alrededor del trono podemos manifestar pública y libremente las efusiones de nuestro corazón. Ya se renuevan aquellas solemnidades augustas sabiamente instituidas por nuestros padres, que lejos de ser una vana ceremonia, son por el contrario lecciones necesarias para los pueblos, testimonios de amor y respeto debido al Monarca8.

En abril del siguiente año, se desarrollaron en esa misma capital las fiestas por el matrimonio del rey y los cinco meses de embarazo de la reina. En las páginas de la Gazeta de Santafé se contrastó el ambiente vivido durante estos actos y los convulsionados tiempos experimentados años atrás: ''El gozo general de esta ciudad; la más amable armonía entre todas las clases de la sociedad; el orden y la paz que se han notado, nos anuncian que se restituirán establemente aquellos días felices que sólo pudo haber turbado el delirio de las pasadas circunstancias''9.

Después del triunfo obtenido el 7 de agosto de 1819 en la batalla de Boyacá, los patriotas restablecieron de nuevo su poder, esta vez para perpetuar las manifestaciones de reconocimiento a los hitos fundacionales y a los gestores de una nación libre. Fue así como durante estos años se efectuaron varias celebraciones que pueden agruparse en las siguientes categorías: las fiestas patrióticas alusivas a los triunfos obtenidos en las guerras de independencia y a los homenajes rendidos a héroes y mártires, las fiestas nacionales desarrolladas a raíz de la ley dictada en diciembre de 1820 mediante la cual se concretó la unificación de Colombia y Venezuela, y las fiestas civiles que eran en conmemoración de la República10.

Los independentistas buscaron a través de estas celebraciones desligarse del pasado y construir un nuevo modelo de sociedad y gobierno. Este proceso incluyó la aceptación de elementos improvisados11 en torno a construir una nueva identidad.

Ahora, con un triunfo asegurado, era mayor el esfuerzo y la destinación de recursos para preparar unas fiestas más grandes y memorables. Era claro el afán por reafirmar e impulsar de manera definitiva los principios básicos que habían inspirado el movimiento emancipador. La idea era consolidar el proyecto político y alejar para siempre la amenaza latente de una nueva Reconquista española. No obstante, estos propósitos se dieron en un contexto en el cual se mantuvieron casi intactas las estructuras sociales y las estructuras tradicionales de dominación12.

 

2. Las fiestas como escenario de renovación simbólica

En las celebraciones políticas, los símbolos adquieren una especial relevancia al facilitar el reconocimiento y adhesión al sistema de poder imperante13. Durante el proceso de independencia, las fiestas fueron un espacio propicio para que el bando victorioso hiciera prevalecer sus símbolos y removiera los de su adversario14. La idea era suprimir aquellas insignias representativas que pudieran suscitar alguna recordación de los vencidos e imponer lo que Georges Lomné llama una nueva ''memoria unívoca''15. Este choque de signos y emblemas, que por cierto tenía un gran componente visual, se complementaba con la pugna dada en el campo ideológico y discursivo.

Símbolos y rituales16 se conjugaban de manera estratégica dentro del proceso de construcción de identidad política para cada bando. Ese despliegue de lenguaje simbólico adquiría una redoblada resonancia y trascendencia al efectuarse de manera abierta en eventos públicos. Las plazas y las calles cumplieron un papel preponderante como lugares privilegiados de expresión de lo ritual17. Sedes de gobierno y casas de cabildo también sirvieron como escenarios aunque con un carácter más privado puesto que allí, se reducía la asistencia a las más altas personalidades y a los más potentados a nivel local. Mayor realce se lograba cuando estas ceremonias de renovación simbólica se llevaban a cabo en recintos sagrados18.

Los asistentes a las ceremonias recurrieron eventualmente al uso de insignias como mecanismo para manifestar el compromiso personal hacia el sistema político imperante y, simultáneamente, para construir o reforzar los lazos de identidad colectiva19 y marcar la diferencia con los símbolos del proyecto político opuesto. De alguna manera, la exhibición de estos elementos podía también constituirse en una alternativa de control por parte de los gobernantes de turno para reconocer quiénes eran sus aliados.

En 1808, durante la celebración de la jura de Fernando VII en Pamplona y Cartagena, cada grupo de la población portaba divisas especiales en homenaje al rey proclamado: la F y el 7, una granada, un círculo de plumas, una cinta roja y una estampa de rosas20. A manera de contraste con estas demostraciones de fervor monárquico, vale recordar el concurrido baile que organizaron en agosto de 1821 las autoridades republicanas en Bogotá para conmemorar el segundo aniversario de la batalla de Boyacá, evento al cual asistieron las damas adornadas con el gorro de la libertad21. Como se sabe, este era uno de los elementos más característicos de la Revolución Francesa.

Sonetos, canciones, banderas, cuadros, escudos y otros elementos emblemáticos, expuestos públicamente de manera habitual durante las ceremonias solemnes, fueron empleados también a la hora de posicionar símbolos de adhesión hacia quienes detentaban el poder político y militar. Durante los festejos desarrollados en Santa Fe con ocasión del tercer aniversario del levantamiento político ocurrido el 20 de julio de 1810, el presidente Antonio Nariño dispuso el ingreso de la bandera del batallón de Patriotas al palacio de gobierno y, al mismo tiempo, mandó cortar las armas reales que todavía llevaba el estandarte ubicado en aquel recinto22.

Al mes siguiente, tuvo lugar en la iglesia de los agustinos de esa misma capital la bendición de la bandera de Cundinamarca, acto al cual concurrieron todas las tropas enarbolando el nuevo pabellón tricolor23 mientras que el batallón Auxiliar portaba la bandera con las armas del rey. Después de entonarse en el púlpito un himno a la patria, tuvo lugar una curiosa escena descrita minuciosamente por el cronista José María Caballero:

La entraron [la bandera del Rey] en la iglesia con la acostumbrada solemnidad hasta el altar mayor donde estaba el capellán de la tropa, reverendo Padre [Francisco Antonio] Florido, de la Orden de San Francisco, el que hizo ciertas ceremonias para quitarle la bendición, que me hago el cargo que será como lo mandó el Ritual Romano. Después sacó el Padre una navaja y se la dio al señor Brigadier [José Miguel] Pey, el que comenzó a hacerle tajos y rasgarla por todas partes; hecho esto, la enrollaron y se la dieron al Padre Provincial Chavarría, el que la tiró con desprecio en el altar mayor24.

Era este un claro acto de destrucción y desprecio hacia uno de los distintivos más representativos del régimen monárquico, todo bajo la anuencia de la institucionalidad católica allí congregada.

Otra humillación de este tipo ocurrió en agosto de 1815 en esta misma capital con una bandera española remitida por el oficial José María Cabal, quien la obtuvo como botín de guerra tras la victoria lograda el 5 de julio en El Palo, combate que le permitió a los patriotas recuperar a Popayán. Con la presencia de las tropas, el estandarte fue arrastrado por un soldado hasta la iglesia catedral en donde fue exhibida para luego dar inicio a un Tedeum por el éxito militar conseguido25.

En las celebraciones realizadas en Santa Fe, tras el éxito militar obtenido por el general Antonio Nariño en la batalla del Alto Palacé a finales de diciembre de 1813, las autoridades decidieron colocar un retrato alusivo a la justicia precisamente arriba de la puerta donde anteriormente funcionaba la Real Audiencia26. Ese mismo año, con motivo de la declaratoria de independencia absoluta, don Domingo Caicedo, cura de Purificación, creyó que era consecuente con esa especial coyuntura ''[...] echar por tierra todos los retratos y signos representativos de las cadenas antiguas que tan gloriosamente hemos sacudido''27.

Para la corona fue clave exaltar la omnipresencia y soberanía del rey, incluso allende los mares28. Era esencial entonces representar al máximo su imagen y, para ello, quizás el mecanismo más práctico para lograrlo era a través de su retrato29 que por lo general presidía los actos políticos más sublimes30. Aquí era clave lo visual como dispositivo de difusión para asegurar la reverencia y extender eficazmente el poder monárquico a todos sus dominios31.

Los patriotas eran conscientes de la importancia que los españoles le rendían a las imágenes reales y, por ello, no dudaron en arremeter contra este venerado símbolo de la monarquía. En el mes de noviembre de 1819, los habitantes de la villa de Honda expresaron su rechazo por la permanencia de los retratos de Carlos IV y Fernando VII en las oficinas del cabildo, tras considerar que era indecoroso conservar la memoria de los ''tiranos''32. Pidieron entonces que, como testimonio de libertad y patriotismo, estos retratos fueran colgados de una horca durante nueve horas y luego quemados delante del público. Una especie de ''exorcismo político'' con el cual se pretendía purificar el naciente régimen republicano33.

El gobernador político José María Mantilla resaltó una curiosa coincidencia con la cual se quiso sobredimensionar el sentido político de la ceremonia a partir de la ocurrencia de un fenómeno natural: ''Es cosa bien rara la que ha sucedido: hacía muchos días llovía a todas horas, en términos que todos aseguraron jamás lo habían visto, y desde el momento en que se reunieron para la quema se acabó el agua, en términos que no ha caído ni una sola llovizna en ocho días''34. Para efectos de garantizar mayor difusión, este ''solemne'' acontecimiento de la quema fue publicado en la Gazeta de Santafe de Bogotá, en su edición No. 21 del 19 de diciembre35.

Para Mantilla, esta ceremonia era una prueba decisiva para comprometer a los principales ''godos'' de esa localidad, haciéndoles firmar un memorial. Pedro Diago, uno de los signatarios, fingió estar enfermo con tal de no asistir a este acto en el que le correspondía asumir un papel importante. Esta ausencia fue vista por las autoridades con profunda sospecha aunque al final se decidió no tomar ninguna retaliación por esta aparente vacilación en sus convicciones políticas36.

La reacción en contra del sentimiento español también se sintió en la vecina población de Mariquita. Allí un buen porcentaje de opiniones se inclinaban por represalias más radicales. Así por ejemplo, Higinio Solano sugirió ''descuartizar'' los cuadros y votarlos al muladar. Leandro Vanegas propuso que fueran pasados por las armas. Basilio Carrión pensaba que lo mejor era atravesar los retratos con una lanza para después degollarlos y quemarlos. Ildefonso Roldán estaba de acuerdo con pisotearlos y escupirlos. José Montero creía que después de quemar las imágenes había que esparcir las cenizas en el río Gualí. Ideas curiosas también se escucharon como la de Patricio Armero quien propuso atar los retratos a la cola de un burro para arrastrarlos por las principales calles y otro vecino que aconsejó sepultarlos en excremento de caballerías.

De 87 asistentes a este singular evento, la gran mayoría coincidió en sentenciar simbólicamente a los reyes a la horca y al fuego ''en desagravio por los males irrogados al pueblo''. Para dejar constancia de esta determinación, todos estamparon sus firmas en señal de aprobación. A modo de sátira con el Antiguo Régimen, se nombró un alférez para que presidiera los actos centrales37.

Con antecedentes como estos, los realistas no vacilaron en tomar precauciones con tal de que sus imágenes y representaciones más veneradas no siguieran siendo mancilladas o profanadas. A finales de enero de 1820, las tropas del coronel español Sebastián de la Calzada pudieron retomar a Popayán y fueron acogidas con júbilo por la mayor parte de sus habitantes. Como constatación de la lealtad irrestricta al régimen monárquico, se sacó el retrato del rey que estaba escondido en el edificio del cabildo para evitar que fuera destruido por los enemigos patriotas. Este cuadro fue acomodado en un trono teniendo de fondo un dosel ''[...] acompañándolo todo el pueblo con ceras encendidas, una gran música y vestidos de indios, tributando sumisión y amor a su idolatrado Fernando''38.

El culto rendido por siglos a la figura del rey fue finalmente sustituido por el inmenso poder y admiración que despertaba el libertador Simón Bolívar, constituyéndose éste en el más acabado y duradero de los cultos patriotas de la América independentista39. Precisamente, el propósito político de los republicanos fue destruir la imagen bondadosa que se había construido en torno al monarca español, contraponiéndola con la figura benefactora y salvadora de Bolívar40.

De manera especial, los patriotas recurrieron con bastante frecuencia a las formas de expresión cultural. Particularmente, las obras teatrales eran infaltables dentro de los entretenimientos programados durante las celebraciones políticas, cuyo propósito era educar a través de una pedagogía de lo ritual, observándose cierta politización en el intento por cumplir una función social y por inculcar los ideales de la Ilustración y de la República41.

La mayoría eran comedias y obras trágicas alusivas a los héroes o a los triunfos obtenidos. Durante las fiestas del 20 de julio de 1815 en Santa Fe, quinto aniversario del levantamiento político ocurrido en esta ciudad, se incluyó en la programación un monólogo en el que un actor representaba al inmolado Antonio Ricaurte, cuyo sacrificio heroico había consistido en prender fuego al depósito de municiones que los patriotas tenían en su fortín de San Mateo, muy cerca de Caracas, hecho con el cual salvó al ejército comandado por Simón Bolívar del total exterminio a manos del oficial español José Tomás Boves42. Dentro de las actividades desarrolladas en Funza, población ubicada a muy pocas leguas de Bogotá, se preparó con ocasión del décimo aniversario una representación teatral en verso para recrear la tragedia padecida por Policarpa Salavarrieta, obra esta que despertó sollozos y lágrimas entre el público por el fatal sino de esta heroína que terminó fusilada por su incondicional apoyo a las guerrillas independentistas, así como sentimientos de repudio hacia quien había ordenado la ejecución, el implacable comandante español Juan Sámano43.

En muchas de las representaciones fue reiterativa la intención de enaltecer las virtudes del régimen republicano y marcar contraste haciendo ver los efectos negativos ligados al poder monárquico. En sus memorias, el oficial patriota Richard Vawell ofreció detalles sobre los festejos que organizó en Bogotá el general Santander con motivo de la unión de los pueblos de Venezuela y Nueva Granada. Frente al palacio en el que se ofrecía un baile de gala, apareció ''[...] un carro triunfal, tirado por un joven encadenado, con manto Real y corona de oro, y que quería representar a Fernando VII''44.

Veintiocho años de edad cumplió el vicepresidente Santander el 2 de abril de 1820, motivo que fue festejado por las más altas personalidades de la capital. Diez señoritas lujosamente ataviadas iban en un carro conducido por unos soldados vestidos de oidores. Ellas escenificaban a cada una de las provincias libres y en medio de este grupo se hallaba un joven militar vestido elegantemente, quien personificaba al homenajeado vicepresidente. Varias esclavas, que encarnaban a las provincias sometidas al yugo español, le tendían la mano a aquel joven implorándole socorro y portando unas poesías alusivas a la ocasión45.

En mayo del año siguiente, el cabildo de la villa del Rosario de Cúcuta acordó tres días de fiestas por la instalación del Congreso Constituyente de la República. En la plaza principal fue construida una especie de castillo que representaba a Colombia en cuya cúspide estaba colocado el estandarte nacional y, además, se fabricó un navío amenazante que representaba al despotismo. Al otro día, se recreó una especie de combate en el cual el navío Iberia sucumbía ante la imagen de la Libertad46.

En Bogotá, uno de los días festivos por el segundo aniversario de la batalla de Boyacá fue dedicado a las máscaras y a los disfraces en medio de melodías militares. Entre las comparsas llamó la atención una alusiva a la emigración del virrey Sámano, causando muchas risas entre el público al ver cómo se remedaba casi a la perfección y se ridiculizaba a este expulsado gobernante español47.

Tras escucharse la noticia sobre la entrada victoriosa del comandante republicano Mariano Montilla a Cartagena, el 12 de octubre de 1821 los residentes de la vecina villa de Barranquilla celebraron de manera espontánea con vivas, danzas y diversiones. A los dos días hubo función de iglesia y salieron por las calles dos carros ''[...] el uno brillantemente adornado con damascos y espejos, en que una hermosa niña ricamente vestida figuraba a Colombia triunfante y otras jóvenes que la iban asistiendo y llevaban sus jeroglíficos; y otro carro estudiadamente ruin y maltratado, en que se veía a Fernando VII abatido y moribundo, con su cetro y corona caídos, y sus ministros satélites en una desesperada confusión''48.

Un bando anunció a principios del siguiente año en Cartagena la promulgación de la nueva Constitución de la República de Colombia. Alrededor del palacio de la intendencia se ubicó una pintura alegórica a la Libertad con los emblemas del despotismo y la tiranía pisoteados. Dos días después, un castillo de fuego se quemó al frente de la torre de la catedral. Allí estaba representada la estatua del virrey Juan Sámano que ardió para significar el aniquilamiento del régimen español. De esta manera se cerraron estas fiestas bajo las constantes aclamaciones a la República, a la Constitución y a los libertadores49.

En 1825, durante el aniversario de las batallas de Junín y Ayacucho, se organizó en la población de Barichara una representación teatral en la cual una vieja decrépita con una bandera de guerra representaba a España. Ella estaba rodeada de tres prisioneras enlutadas que personificaban a los territorios que aún permanecían bajo dominio de la monarquía: Puerto Rico, La Habana y Filipinas. Se recreó entonces una escena en la que Gran Bretaña y América liberaban a esas cautivas50.

Con bastante frecuencia, los patriotas recurrieron a la imagen del indígena como símbolo de identidad y solidaridad en torno a la fundación de un nuevo Estado51. En diciembre de 1811, durante la ceremonia de apertura de las sesiones de trabajo para la elaboración de la primera Constitución de Cundinamarca, se colocó en una de las aulas del Colegio San Bartolomé un solio con un cuadro en el que aparecía una imagen referente a la Libertad americana representada a través de una joven india. Durante los actos organizados dos años más tarde por los santafereños para despedir al ejército que, bajo el mando del general Antonio Nariño tenía como propósito liberar a la provincia de Popayán que aún seguía fiel a la regencia, se entonó una canción patriótica alusiva a la historia indígena. La reproducción de imágenes de lo indiano también apareció en banderas y en los escudos de los estados autónomos de Cartagena, Antioquia y Cundinamarca. Desde 1813 hasta 1816, el gobierno central emitió monedas con este mismo motivo en reemplazo del tradicional busto del rey. El general Bolívar ordenó una nueva emisión poco después de la batalla de Boyacá52.

Vale aclarar, que no siempre se puede hablar de una ruptura radical entre la forma como los españoles realizaban sus celebraciones cívicas y el estilo utilizado por los patriotas. De hecho, existieron ciertos elementos y símbolos de las fiestas de fidelidad monárquica que fueron retomados o adaptados por el naciente gobierno independiente. El virrey Juan Sámano había dispuesto en junio de 1819 la construcción del túmulo y de los adornos con miras a honrar la memoria de la reina María Isabel de Braganza, en unos actos que estaban programados previamente para el mes de agosto. Estas intenciones fueron abruptamente suspendidas por cuenta del triunfo obtenido en la batalla de Boyacá. Paradójicamente, esos elementos fueron empleados por los vencedores para celebrar los servicios fúnebres en memoria de los mártires sacrificados en el patíbulo y de los militares muertos durante la campaña libertadora. Otra de las decoraciones que las autoridades españolas tenían previstas para rendir honores a su reina fallecida era un gran cuadro pintado especialmente para la ocasión, obra que por la fuerza de las circunstancias político-militares fue modificada y acomodada para ornamentar la nueva celebración patriota. Por estos hechos anecdóticos, el historiador José Manuel Groot comentó en sentido irónico que hasta la reina difunta había participado de la derrota sufrida por los realistas en el puente de Boyacá53

Serios indicios, dan cuenta de otro ejemplo en el que quedó en evidencia el proceso de adaptación en las celebraciones tras el impacto generado por los combates y los cambios súbitos de poder. Al cabo de dos meses de ocurrida la batalla de Boyacá, le fue encomendada al pintor santafereño Pedro José Figueroa una obra para el homenaje que se pretendía ofrecer a Bolívar y al Ejército Libertador. Este óleo sobre tela representaba al gran héroe caraqueño abrazando una mujer india que simbolizaba a América. Estudios recientes han demostrado que en el ropaje de la india se alcanzan a percibir los trazos anteriores de un rostro que algunos creen corresponde al comandante Pablo Morillo y otros piensan que era Fernando VII. Todo esto apunta a pensar que, cuando se libró la crucial batalla, el artista se hallaba trabajando en un cuadro alegórico al poder monárquico y, tras los súbitos acontecimientos militares y políticos, suspendió su trabajó y usó el mismo lienzo para exaltar el régimen recién instaurado por los patriotas. Para este caso en particular, y como bien señala el historiador Chicangana-Bayona, las obras de este pintor no reflejaban en estricto sus convicciones políticas sino más bien su capacidad de adaptación y supervivencia a cada coyuntura54.

 

3. Lealtades vulnerables

Para el régimen de turno, las celebraciones se convirtieron en un factor estratégico en su afán por afianzar sus principios y fortalecer los vínculos de lealtad55. El problema es que para cumplir ese objetivo se recurrió en ocasiones a mecanismos de presión y manipulación, lo cual hacía que no siempre fuera espontánea y libre la participación en este tipo de eventos.

En 1810 en Popayán, el gobernador español Miguel Tacón logró aglutinar todas sus fuerzas y aumentar su armamento para aplacar las primeras revueltas de los criollos. A los pocos días, convocó al pueblo por medio de bando público y en una de las esquinas de la plaza se alistó un solio para él y asientos para los miembros del ayuntamiento. Funcionarios y militares se tomaron el trabajo de ir de casa en casa ''aconsejando'' a los habitantes para que colgaran doseles en sus puertas y ventanas y, además, para que colocaran banderas y regaran flores por las calles, todo esto con motivo de que el gobernador saldría a dar las gracias por la lealtad demostrada durante los alzamientos vividos en esa ciudad. Tal como estaba programado, se abrió paso a un gran desfile presidido por el propio Tacón quien montado en su caballo y luciendo un vistoso uniforme marchó lanzando vítores al pueblo en medio de música, tambores y voladores56.

En el mes de julio de 1816, en tiempos de Reconquista, en el marco de las fiestas por el onomástico del rey, el general Pablo Morillo invitó a lo más connotado de la sociedad santafereña para que participaran de un baile paradójicamente en la misma edificación en donde funcionaba el temible Consejo de Guerra. Las viudas de los patriotas condenados a muerte se vieron precisadas a hacerse presentes ya que de no hacerlo serían acusadas de infidencia por no rendir la debida alabanza al monarca. Igual requerimiento debieron atender las esposas y deudos de los presos y desterrados, todo con tal de no ver agravada aún más su ya estigmatizada situación57.

Las celebraciones fueron utilizadas también como estrategia política de manipulación. A mediados de 1819, se llevaron a cabo una serie de fiestas en Santa Fe pero en realidad la victoria proclamada no era muy clara. El virrey Juan Sámano hizo todo lo posible con tal de ocultar el fracaso militar en que terminaron sumidas las tropas españolas en el pantano de Vargas y el avance impetuoso del Ejército Libertador hacia la capital. Cohetes y repiques de campanas sonaban anunciando las supuestas derrotas sufridas por los ''insurgentes'' en los llanos de Casanare. Pero las deserciones, las bajas en combate, la cada vez más recurrente llegada de soldados españoles heridos de lanzas y el envío de botiquines a la zona de conflicto, hacían pensar a los habitantes capitalinos que las cosas no iban tan bien como lo pregonaban las autoridades. Sámano organizó además misas solemnes en las iglesias, asegurándose de que circularan en toda la ciudad boletines en los que se mantenían al tanto al público y a los reducidos cuerpos militares sobre las supuestas victorias de las armas españolas58.

Aún en la víspera de la entrada a la capital de las tropas triunfantes comandadas por los generales Bolívar y Santander, el virrey ofreció en su palacio una gran fiesta a los oficiales de la guarnición y a algunos de los santafereños más distinguidos, a quienes aseguró que nada había que temer por cuanto se guardaba la absoluta convicción de que el coronel José María Barreiro aniquilaría a las fuerzas patriotas. Esta fue la causa por la cual muchos españoles no alcanzaron a huir de la ciudad. Según la opinión del militar y cronista británico Richard Vawell, la verdadera intención de Sámano con esta artimaña era escapar soterradamente sin tener que lidiar obstáculos o enemigos en el camino hacia Honda y Cartagena59.

Para funcionarios, militares, religiosos, nobles y gentes del común, las celebraciones políticas se constituyeron en una oportunidad propicia para acreditar abiertamente sus lealtades y compromisos. En otras circunstancias, fue posible observar situaciones contrastantes por cuenta de las transiciones políticas. Individuos que se mantuvieron incólumes en sus convicciones, debieron atenerse a las consecuencias y señalamientos del bando opuesto que detentaba el poder. En el baile organizado el 28 de octubre de 1820 en Bogotá durante los festejos de San Simón, día del santo del Libertador, el vicepresidente Santander aseguró no haber visto por allí a ninguno de los cuarenta españoles que residían en la ciudad60.

Sin embargo, dada la intermitencia de los gobiernos, a veces quedaban en evidencia los cambios o reacomodamientos repentinos de bando de acuerdo a los intereses personales o a las expectativas que ofrecía cada coyuntura. El pánico ante eventuales represalias o venganzas, el miedo ante la amenaza de perder privilegios ya alcanzados o el impulso natural de aventurarse a buscar mejores condiciones sociales y económicas, fueron algunas de las justificaciones que pudieron explicar esas súbitas mutaciones en las lealtades políticas.

En 1810 en Popayán, fueron las mujeres las que dieron muestras de vacilar en sus convicciones. Tras las primeras manifestaciones independentistas, las damas del pueblo salieron a la plaza disfrazadas de hombres y armadas de cuchillos exigiendo a gritos la muerte del gobernador español Miguel Tacón. Pero a los pocos días, cuando este mandatario logró controlar la situación, muchas de ellas se asomaron a aclamarlo al ver comprometida la seguridad de sus maridos y parientes61.

Tras el arribo victorioso de las tropas de Reconquista a la ciudad de Santa Fe el 6 de mayo de 1816, el cronista José María Caballero dio cuenta en un tono irónico del inusitado proceso de conversión de algunos patriotas que mudaron automáticamente de preferencias políticas:

Este día fue cuando se conocieron sin reboso los regentistas y realistas, y fue el día de la transfiguración, como allá en el Monte Tabor62, porque dentro de una hora —que fue de las diez a las once— se transfiguraron todos de tal manera, que todos los resplandores eran de realistas, aún aquellos patriotas distinguidos se transfiguraron que por los muchos resplandores yo no conocía a ninguno63.

Caballero vio con sorpresa cómo varias mujeres salieron ''como locas'' por las calles con banderitas y ramos blancos pronunciando gritos en honor a Fernando VII. Ellas entraron en tumulto al palacio y cubrieron con adornos los balcones desde donde lanzaban vítores a la tropa española.

El obispo de Popayán, don Salvador Jiménez de Enciso, uno de los más fervientes realistas en tiempos de Reconquista, apareció unos años más tarde presidiendo las celebraciones por los triunfos obtenidos por Bolívar en las batallas de Junín y Ayacucho. Paradójicamente, este controvertido prelado fungía ahora como conciliador de los partidos que dividían al gobierno provincial64.

Esas fluctuaciones repentinas en las lealtades políticas generaron desconfianza e incertidumbre entre las autoridades de turno, las cuales debieron cerciorarse de las verdaderas intenciones de los espontáneos aduladores. En el marco de la campaña de Reconquista, las tropas al mando del general Pablo Morillo arribaron en junio de 1816 a la población de Zipaquirá, ubicada a tan solo unas cuantas leguas de Santa Fe. Un gran baile fue preparado en honor a los visitantes y continuamente las damas asistentes lanzaban vivas a Morillo y a su ejército65.

Según relata el capitán español Rafael Sevilla, testigo directo de estos acontecimientos, no faltó quien se acercara a Morillo en aquella fiesta para advertirle que muchas de esas anfitrionas poco tiempo atrás habían organizado homenajes similares a los oficiales patriotas. Al general en jefe no le agradó oír esto y mucho más cuando se enteró de que en Santa Fe se planeaba un fastuoso recibimiento, teniendo aquella ciudad el antecedente de haber despreciado a los oficiales realistas. No creía sincero Morillo que ahora le tributasen admiraciones cuando años antes se había descargado tanto odio hacia el expulsado virrey Antonio Amar y Borbón. Llegó a la conclusión de que estas intenciones por agraciarlo no eran más que el producto del temor ante la capacidad militar de su bien equipada campaña. Por estas razones, prometió rechazar de antemano cualquiera de estas manifestaciones a las que calificó de hipócritas y de falsa adulación.

A la entrada de la ciudad y desde la calle que se tenía prevista para conducirlo hasta su nueva morada, Morillo pudo percatarse de todo cuanto le tenían preparado, lo cual incluía 34 arcos triunfales, carros con comparsas, banderas españolas, flores, cortinas de damasco y expresiones de apoyo al sistema monárquico. En cierta manera, el interés implícito de los capitalinos con tantos agasajos era suavizar la ya reconocida crueldad de los oficiales expedicionarios.

El general no quiso inmutarse ante tanta algarabía y de manera discreta penetró en la posada que le habían dispuesto. Muy pronto empezó a infiltrarse la noticia de que el destinatario de todos estos homenajes ya había ingresado y que había desairado a quienes querían rendirle una estruendosa bienvenida. Esta fue la escueta explicación que dio el propio Morillo: ''Señores —les dijo—, no extrañen ustedes mi proceder. Un General español no puede asociarse a la alegría, fingida o verdadera, de una capital, en cuyas calles temía yo que resbalase mi caballo en la sangre fresca aún, de los soldados de S. M., que en ellas hace pocos días cayeron a impulsos del plomo traidor de los insurgentes parapetados en vuestras casas''66. Ante tal actitud de esquivar cualquier recibimiento privado o público, se perdieron los 2.000 pesos invertidos en refrescos y comida que, según el cronista José María Caballero ''[...] si se hubiera dado, hubiera sido un banquete no visto''67.

Si bien es cierto, muchos salieron de Santa Fe al saber del inminente arribo del gran ejército de Reconquista, varios funcionarios y reconocidos patriotas decidieron quedarse persuadidos por el indulto decretado por el comandante Miguel de La Torre. El interés de ellos era mostrar la mayor alabanza hacia las fuerzas invasoras con el optimista convencimiento de que no serían señalados ni mucho menos juzgados. Así lo demostraron durante la frustrada entrada de Morillo. No obstante, aquellos patriotas fueron engañados al quedar anulado el indulto por orden superior68. Lo que siguió entonces fue una época de implacable represión en la que algunos terminaron en los calabozos, otros desterrados o multados y, los más desafortunados, llevados al cadalso.

 

4. Reconocimientos, beneficios y represalias

Las celebraciones políticas desarrolladas durante la etapa de Independencia trajeron una variada gama de efectos para los asistentes y organizadores. Unos en busca de dádivas y empleos, y otros padeciendo retaliaciones, según la postura política asumida frente a estos eventos.

El fervor con el que eran realizadas las celebraciones, fue un motivo a resaltar por parte de los gobernantes de turno que no dudaron en expresar sus reconocimientos que a veces eran publicados en los diarios para darle mayor difusión y estimular a que se repitiera ese tipo de manifestaciones. De manera explícita se mencionaban a las personas que más habían colaborado con los preparativos y el desarrollo de las celebraciones para que las máximas autoridades los tuvieran en cuenta.

Al cierre de su campaña de Reconquista por la provincia de Antioquia, el coronel español Francisco Warleta entró a Medellín el 7 de abril de 1816 en medio de la aclamación popular69. Allí dictó un bando en el cual previno a las autoridades civiles y eclesiásticas, y a tres o cuatro padres de familia de cada localidad, para que se presentaran ante él con el fin de renovar el pacto de lealtad al rey y, de regreso a sus sitios de origen, emprendieran los preparativos tendientes a solemnizar públicamente la jura ''con la mayor pompa y magnificencia'', debiendo cantarse un Tedeum en acción de gracias. El oficial quedó tan gratamente sorprendido de la masiva respuesta a esta citación, que los creyó dignos acreedores de indulgencias: ''[...] soy testigo del entusiasmo y grande placer con que estos pueblos han celebrado la nueva jura al Soberano, y merecen se les distingan a los de las demás provincias con un olvido general de sus procedimientos pasados''70.

Una de las últimas solemnidades ocurridas en territorio neogranadino en honor a la familia real tuvo lugar en mayo de 1819, es decir, dos meses antes de la batalla de Boyacá, cuando se anunció a los vasallos el congojo a raíz del fallecimiento de la reina María Isabel de Braganza. La ciudad de Medellín se preparó en junio para sumarse a las expresiones de pésame. La disposición y el ánimo de los circunstantes durante esta ceremonia religiosa, así como el gran diseño y esmero en la construcción del túmulo, fueron para el gobernador Carlos Tolrá una señal inequívoca de adhesión a la monarquía y de olvido de las revoluciones pasadas. Un hecho que, a su criterio, era merecedor del máximo elogio e imitación. Así se lo hizo saber al virrey Juan Sámano: ''Tal deber me ha hecho concebir una prueba de arrepentimiento digno de manifestarse a V. S. y al Reino entero en la gaceta pública si V. S. lo juzga conveniente para que los ilusos y preocupados aún todavía de los pasados delirios aprendan de Medellín a tributar inciensos a sus Soberanos, detestando la traición de los facciosos insurgentes''71. De manera especial, fue exaltada la labor de los miembros del ayuntamiento por sus muestras de fidelidad monárquica tras haber patrocinado enteramente esta celebración con su propio peculio. En consecuencia con lo anterior, Tolrá pidió al virrey tener en consideración a dichos regidores por el invaluable apoyo suministrado.

Los gobiernos republicanos tampoco escatimaron esfuerzos en hacer reconocimientos por la activa colaboración brindada durante sus celebraciones. Así se hizo durante las fiestas de San Simón en 1820 en la población de Guateque. Según el informe, los sujetos que más sobresalieron en los actos fueron los capitanes José María y Manuel María Franco, y los tenientes Francisco García y José Antonio González72.

Alto fue el costo político que debieron pagar los funcionarios, religiosos y militares que asumieron un papel protagónico durante las celebraciones y que, luego, al cambio de gobierno, fueron objeto de represión por sus férreas convicciones políticas. Son innumerables los ejemplos en los que se evidencian ese tipo de represalias, especialmente durante las purgas ejecutadas en tiempos de la Reconquista española.

El canónigo Andrés María Rosillo, fue designado en noviembre de 1806 para predicar en Santa Fe el sermón enalteciendo el triunfo alcanzado por las tropas españolas sobre los ingleses en Buenos Aires73. Durante los tiempos del gobierno autónomo, a finales de abril de 1813, este religioso pronunció en esa misma capital un discurso durante los actos de la siembra del árbol de la libertad74 y, en enero del año siguiente fue nuevamente escogido para preparar un sermón en honor a la victoria obtenida por el presidente Antonio Nariño en la batalla del Alto Palacé75. Al cabo de un par de años, tras la retoma del poder por parte de los realistas, Rosillo fue llevado al patíbulo por su comprobada adscripción al proyecto emancipador.

El regidor José Acevedo y Gómez, comisionado por el virrey Antonio Amar y Borbón para redactar el informe de la jura del rey Fernando VII en Santa Fe76, fue obligado a huir por las fuerzas de Reconquista. Fatídico fue el destino que le correspondió en la clandestinidad a este prócer, conocido como el Tribuno del Pueblo, quien desde el 2 de mayo de 1816 se refugió en las desoladas montañas de los andaquíes para nunca más volver77.

Por orden del comandante Pablo Morillo, el alcalde de Santa Fe don Nicolás Rivas fue fusilado en agosto de ese mismo año al comprobársele ser promotor de la causa independentista. Ocho años atrás, este acaudalado hombre había ofrecido en su casa un refresco con motivo de la jura de Fernando VII, ceremonia elegante a la que asistió el virrey y los más notables de la ciudad78.

Cuando las autoridades de Reconquista instalaban en Popayán su temible régimen represivo, tomaron atenta nota de la siguiente denuncia presentada por Juana de Figueroa:

[...] Candelaria Salgado alias Armera ha sido contraria a la justa causa, y que también ha oído que la expresada Candelaria hizo más fiestas solemnes aclamando la libertad e Independencia, que concurrió a la quema de los retratos y armas reales, comprando helechos para la quema; asimismo en la adoración del árbol de la libertad, gritando públicamente muera Fernando Séptimo y viva la libertad79.

Las fiestas públicas también sirvieron de marco para lanzar advertencias o tomar decisiones sobre ciertos funcionarios de quienes existían serias sospechas sobre sus idearios políticos. La celebración que se llevó a cabo en la villa de Mompox, con motivo del levantamiento ocurrido en Santa Fe el 20 de julio de 1810, fue aprovechada para clamar por el reemplazo de dos de los miembros del ayuntamiento, reconocidos desafectos al nuevo sistema que se proyectaba implantar80.

A finales de octubre de 1812, las autoridades de Chiriguaná, provincia de Santa Marta, dictaron un bando en el que convidaron a todos los vecinos a sumarse a las celebraciones con motivo de la publicación de la Constitución de la monarquía española. De manera especial, se les advirtió a los más ''visibles'' de esta población que no podían faltar a dicho acto o, de lo contrario, serían tratados como sospechosos81.

Para conmemorar el triunfo militar logrado por los patriotas en Santa Marta en enero de 1813, el oficial Pedro Labatut conminó al obispo fray Manuel Redondo, reconocido realista quien se resistía a abandonar su diócesis, a que preparara la catedral con el fin de cantar un Tedeum. El prelado se rehusó y de paso tampoco asistió a la solemne ceremonia. Ante este desafío, Labatut lo intimó a prestar obediencia al gobierno independiente de Cartagena pero Redondo no vaciló en reiterar su afiliación a la corona española. También se le había advertido que quitara las reales armas de las puertas de la catedral y del seminario pero el prelado se negó a hacerlo82. Pocas horas después, Labatut capturó a la alta autoridad eclesiástica y con una escolta de 50 soldados lo sometió a un penoso viaje hasta Cartagena en donde fue confinado a una celda. Con la ayuda de algunos fieles y, disfrazado de marinero, el procesado pudo colarse en un barco inglés con destino a Jamaica83.

Un mes después del triunfo obtenido en la batalla de Boyacá, el gobernador político José Tiburcio Echeverría denunció al canónigo español Francisco Javier Guerra y Mier, provisor del arzobispado, por no concurrir a la asamblea convocada en Santa Fe el 9 de septiembre de 1819 para preparar el homenaje al presidente Simón Bolívar y al Ejército Libertador. Este antecedente, junto al hecho de haberse negado a firmar una proclama patriótica redactada por el fraile agustino Manuel Garay, conllevaron al libertador a suspenderlo del cargo. El cuestionado canónigo quiso adelantarse a los hechos presentando su renuncia de manera ''libre y espontánea'' pero todos sabían que en realidad había sido privado de su dignidad por orden superior. Este declarado enemigo de la causa independentista fue desterrado a Guayana y de inmediato se gestionó su reemplazo84.

Un gran escándalo estalló en medio de la celebración litúrgica realizada en 1824 en Medellín con motivo de los festejos en honor al día de San Simón. Bastante disgustado se mostró el gobernador ante la actitud apática y despreciativa del presbítero Francisco Benítez por no guardar la solemnidad que correspondía a esta función especial, en la cual se buscaba exaltar la memoria y bienestar del Libertador de la República. Se le criticaba por haber organizado una ceremonia que no distaba mucho de las cotidianas misas rezadas sin haberse esmerado en lo más mínimo para esta ocasión. El hecho fue denunciado ante el secretario del interior85.

 

Comentarios finales

Las celebraciones realizadas durante el período de Independencia deben entenderse dentro del contexto ideológico y discursivo derivado del andamiaje político desplegado por patriotas y realistas después de los triunfos alcanzados en el campo de batalla. En ese sentido, estos eventos hacían parte del proceso de legitimidad política posterior al combate y como fórmula para contribuir a sentar las bases de la estructura política triunfante.

Durante este tiempo, las fiestas políticas e incluso las militares y religiosas se constituyeron en escenarios en los cuales la lucha por el poder adquiría mayor realce al desarrollarse públicamente y con el máximo despliegue posible de solemnidad, en un complejo juego de rupturas y continuidades. La forma como se entronizaba en la comunidad el mensaje político y la estratégica búsqueda de aliados, fueron dos elementos claves para las autoridades de turno en el intento por obtener favorables dividendos políticos en cada celebración.

Los símbolos y rituales expuestos en estas ceremonias hacían parte del proyecto de control político en procura de la reafirmación de las convicciones y de la construcción final de un imaginario. Complementariamente, ambos bandos en contienda aprovecharon la oportunidad para recurrir a estas celebraciones en torno a ganar simpatizantes en medio de un ambiente de marcados antagonismos en un período de transición política signado por los continuos cambios de gobierno. No en vano, la asistencia a estos actos era, de alguna manera, un indicador del nivel de apoyo popular.

Finalmente, no puede olvidarse que estas celebraciones fueron un respiro en medio del fragor de la guerra. De alguna manera propiciaron espacios de encuentro que en cierto sentido contribuyeron a articular lazos sociales en una sociedad tan colapsada por los estragos militares.

A través de las fiestas republicanas, el bando triunfante hizo un llamado a la unidad nacional y a la construcción de una identidad social y política en el intento por superar la fragmentación y las fisuras dejadas por un conflicto prolongado intermitentemente por más de diez años.

 

Notas al pie

1. Para este trabajo, se utiliza el concepto de celebraciones de una manera amplia puesto que abarca no solo las celebraciones políticas sino también las militares y religiosas que por esta época estaban revestidas de una gran connotación política. Las actividades iban desde misas y actos ceremoniales hasta cenas y desfiles y, cuando el motivo lo ameritaba, se programaron diversiones como obras teatrales, bailes, música, comparsas y fuegos artificiales.

2. Clément Thibaud, ''Los aspectos sociales de la guerra por la Independencia en la Nueva Granada'', en 1810. Antecedentes, desarrollo y consecuencias (Bogotá: Editorial Taurus, 2010), 208-209.

3. Sobre la crisis económica y fiscal padecida durante esta época, véase: Javier Ocampo López, La Independencia de Colombia (Bogotá: Fica-Cepa, 2009), 81-92; David Bushnell, El Régimen de Santander en la Gran Colombia (Bogotá: El Áncora, 1985), 101-140.

4. Con el apoyo de las tropas de las ciudades confederadas del Valle del Cauca, el coronel Antonio Baraya logró vencer el 28 de marzo de 1811 en la batalla del Bajo Palacé a Miguel Tacón, gobernador español que defendía la ciudad de Popayán. Baraya fue recibido en medio de aclamaciones y, según palabras del funcionario payanés Manuel José Castrillón, ''[...] se les festejó del mejor modo que nos fue posible en aquellas circunstancias''. Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón. Biografía y Memorias, t. I (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1971), 68. Con motivo de la siembra del árbol de la libertad en Santa Fe hacia el año de 1813, las autoridades hicieron énfasis en que el gobierno se había esmerado por llevar a cabo estas celebraciones con la mayor ''solemnidad y magnificencia'', pese a las complicaciones políticas y económicas del momento. José María Caballero, Diario de la Independencia (Bogotá: Banco Popular, 1974), 134.

5. Para el caso de las celebraciones monárquicas, la antropóloga Carole Leal señala cómo las ceremonias políticas promovieron la idea de un orden social y una subordinación política, conceptos claves para entender el sentido de fidelidad de los vasallos y su reafirmación del sentimiento de pertenencia al sistema político imperante. Carole Leal Curiel, El discurso de la fidelidad. Construcción social del espacio como símbolo del poder regio (Venezuela, siglo XVIII) (Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1990), 102-103, 254.

6. Para este estudio, se retoma el concepto de legitimidad política entendida como el reconocimiento y aceptación que los gobernantes buscan en la población no solo a través del discurso, del aparato legal o de los mecanismos de coacción sino también a través de la persuasión de los gestos, los símbolos, la presencia ostentosa, la incitación a la emoción y la palabra teatralizada, elementos con los cuales se construyó una representación colectiva del poder. Jaime Valenzuela Márquez, Las liturgias del poder. Celebraciones públicas y estrategias persuasivas en Chile colonial (1609-1709) (Santiago de Chile: Ediciones Lom, 2001), 26-30.

7. Sobre la intensa confrontación ideológica entre monarquistas y patriotas, véase la reconocida obra de: Javier Ocampo López, El proceso ideológico de la Emancipación (Medellín: La Carreta Editores-UPTC, 2010), 147-269.

8. Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Fondo Archivo Histórico Restrepo, rollo 14, fondo IX, Vol. 4, 1816, f. 87r.

9. Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, t. III (Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1951), 381.

10. Marcos González Pérez, ''La fiesta y la construcción de una República'', en Historia de la Independencia de Colombia. Vida cotidiana y cultura material en la Independencia, t. II (Bogotá: Fundación Bicentenario de la Independencia, 2010), 134.

11. Daleth Restrepo Pérez, ''La fiesta en el umbral de lo pagano'', en Fiesta, memoria y nación. Ritos, símbolos y discursos, eds. Orián Jiménez Meneses y Juan David Montoya Guzmán (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011), 159.

12. Marcos González Pérez, ''La fiesta y la construcción de una República'', 142.

13. Georges Lomné, ''La Revolución Francesa y la 'simbólica’ de los ritos bolivarianos'', Historia Crítica No. 5 (1991): 3.

14. Sobre el concepto de ''imposición simbólica'' véase: Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, La reproducción: elementos para una teoría del sistema de enseñanza (Madrid: Editorial Popular, 1996).

15. Georges Lomné, ''Las ciudades de la Nueva Granada: teatro y objeto de los conflictos de la memoria política (1810-1830)'', Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 21 (1993): 115-116.

16. Aquí se retoma el concepto de lo ritual, visto como una práctica social en la que se logra la cohesión de grupo haciendo experimentar al individuo el sentimiento de comunidad. María José de la Pascua Sánchez, ''Regulación de transgresiones y rituales de penalización en el contexto normativo de una sociedad de antiguo régimen'', en Ritos y ceremonias en el mundo hispano durante la Edad Moderna, ed. David González Cruz (Huelva: Universidad de Huelva, 2002), 199.

17. Sobre el significado de estos espacios como escenarios de ceremonias públicas, véanse: Marta Herrera Ángel, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales Neogranadinos, siglo XVIII (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia- Academia Colombiana de Historia, 2002), 184-202; Francisco de Solano, Ciudades hispanoamericanas y pueblos de indios (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1990), 250.

18. Ana Luz Rodríguez González, ''Religiosidad y vida cotidiana en la Independencia'', en Historia de la Independencia de Colombia. Vida cotidiana y cultura material en la Independencia, 125.

19. En las fiestas, el individuo pierde parte de su autonomía y cede su posición social en la comunidad, a favor del festejo común. Uwe Schultz, La fiesta. Una historia cultural desde la antigüedad hasta nuestros días (Madrid: Alianza Editorial, 1993), 13.

20. AGN, Fondo Milicias y Marina, t. 77, 1808, f. 424r.

21. Luis Horacio López Domínguez, comp., De Boyacá a Cúcuta. Memoria Administrativa, 1819-1821 (Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, 1990), 340-342; José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, t. IV (Bogotá: Imprenta de Medardo Rivas, 1889), 179.

22. Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, t. III, 78-83.

23. Este estandarte había sido creado el 7 de agosto de 1813 por el Colegio Electoral de Cundinamarca y estaba formado por tres franjas horizontales con los colores, azul celeste, amarillo tostado y rojo. Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, 83.

24. José María Caballero, Diario de la Independencia, 144.

25. José María Caballero, Diario de la Independencia, 185.

26. José María Caballero, Diario de la Independencia, 155-157.

27. Roberto M. Tisnés, ''El Clero y la Independencia en Santafe (1810-1815)'', en Historia Extensa de Colombia, Vol. XIII, t. 5 (Bogotá: Ediciones Lerner, 1971), 398.

28. Joaquín de Finestrad, El Vasallo Instruido en el Estado del Nuevo Reino de Granada y en sus respectivas obligaciones (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2000), 343.

29. Gracias a su eficacia expresiva y representativa, los retratos reales posibilitaron ''hacer presente al rey ausente'', renovando el pacto de unión del rey con los vasallos y recordándole a estos la fidelidad y reverencia que debían guardar hacia su monarca. Ana María Henao Albarracín, ''Ceremonias reales y representación del rey. Un acercamiento a las formas de legitimación y propaganda del poder regio en la sociedad colonial neogranadina. Cali S. XVIII'', Historia y Espacio No. 32 (2009): 24-30.

30. Una prueba elocuente en la que se puso de relieve la reverencia y el poder intimidatorio que giraba en torno a la imagen real, le ocurrió a Manuel José Sánchez quien, por orden del Consejo de Guerra, fue sentenciado en octubre de 1816 a la pena de horca y expuesta públicamente su mano derecha en la Villa de Leiva por el hecho de haber cortado la cabeza a un retrato del rey Carlos II. AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Justicia, t. 26, ff. 527r-528r. Un hecho similar ocurrió al año siguiente cuando, según relata el cronista José María Espinosa, un sujeto fue ejecutado en Neiva por haber roto el retrato del rey Fernando VII y, a manera de escarmiento, sus manos fueron expuestas en la plaza de Timaná. José María Espinosa, Memorias de un abanderado (Bogotá: Banco Popular, 1989), 198.

31. Fernando Bouza, Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del Reinado de Felipe II (Sevilla: Akal, 2011), 58-68.

32. AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Historia, t. 27, 1819, f. 197r.

33. Jorge Conde Calderón y Edwin Monsalvo Mendoza, ''La construcción del orden político y las celebraciones republicanas en la Nueva Granada (Colombia, 1810-1832)'', Historia y Espacio No. 35 (2010): 94.

34. Roberto Cortázar, comp., Correspondencia dirigida al General Santander, Vol. VII (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1969), 155.

35. Roberto Velandia, La Villa de San Bartolomé de Honda. Épocas de la Independencia y la Gran Colombia, t. II (Honda: Cámara de Comercio de Honda, 1991), 231.

36. Roberto Cortázar, comp., Correspondencia dirigida, Vol. VII, 186.

37. AGN, Sección República, Fondo Historia, t. 7, 1819, ff. 124v-125r.

38. Sergio Elías Ortiz, Colección de documentos para la historia de Colombia. (Época de la Independencia), t. I (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1964), 215.

39. Georges Lomné, ''La Revolución Francesa y la ''simbólica'' de los ritos bolivarianos'', 3.

40. Hermes Tovar Pinzón, ''Guerras de opinión y represión en Colombia durante la Independencia (1810- 1820)'', Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 11 (1983): 223.

41. Marina Lamus Obregón, ''El teatro, vocero de ideales patrios'', en Historia de la Independencia, 147.

42. José María Caballero, Diario de la Independencia, 182-183; José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia en la América Meridional, t. I (Medellín: Universidad de Antioquia- Universidad Nacional, 2009), 758.

43. Gazeta de la ciudad de Bogotá No. 52 (Bogotá: Imprenta del Estado por Nicomedes Lora, 1820), 132.

44. Richard Vawell, Memorias de un oficial de la legión británica. Campañas y cruceros durante la guerra de emancipación hispanoamericana (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1974), 175.

45. Archivo Santander, t. IV (Bogotá: Águila Negra Editorial, 1916), 207-208.

46. José Manuel Groot, Historia eclesiástica, t. IV, 157; José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, t. II, 127.

47. Luis Horacio López Domínguez, comp., De Boyacá a Cúcuta, 340-342; José Manuel Groot, Historia eclesiástica, t. IV, 179.

48. Gazeta de Santa Marta No. 26 (Santa Marta: Imprenta del Seminario, por Tadeo Gutiérrez, 1821), 4.

49. Manuel Ezequiel Corrales, Efemérides y Anales del Estado de Bolívar, t. II (Bogotá: Casa Editorial de J. J. Pérez, 1889), 296.

50. AGN, Sección República, Fondo Historia, t. 6, 1825, ff. 853r-866r.

51. Hans-Joachim König, En el camino hacia la Nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la Nación de la Nueva Granada, 1750 a 1856 (Santafé de Bogotá: Banco de la República, 1994), 238-240.

52. Hans-Joachim König, En el camino, 248, 260-262.

53. José Manuel Groot, Historia eclesiástica, t. IV, 25-26.

54. Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona, ''Conceptos, cultura y lenguajes políticos en las pinturas sobre la Independencia, siglo XIX'', en Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia, eds. Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona y Francisco A. Ortega Martínez (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia-University of Helsinki, 2012), 396-399.

55. Jorge I. Domínguez, Insurrección o lealtad: la desintegración del Imperio español en América (México: Fondo de Cultura Económica, 1985), 163-263.

56. Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón, t. I, 59.

57. José Manuel Groot, Historia eclesiástica, t. II, 432. El 10 de agosto de 1819 entró Bolívar victorioso a Santa Fe en medio de vivas y de una lluvia de flores. Las viudas de los patriotas inmolados, entre ellas doña Dolores Vargas París, esposa del mártir Ignacio Vargas ahorcado por orden de Morillo, se despojaron del luto para vestirse de gala. Por la noche, se llevó a cabo en el palacio un baile al son de la banda de música militar. Gran contraste ofrecía esta ocasión en la que estas viudas danzaban gustosas con los oficiales republicanos a diferencia de lo ocurrido tres años atrás durante la Época del Terror. Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, t. IV, 49-53.

58. José Manuel Groot, Historia eclesiástica, t. III, 460; José María Espinosa, Memorias, 205. Al reconstruir este episodio, el cronista republicano José Manuel Restrepo también refiere un exceso de confianza por parte de las autoridades virreinales respecto a las operaciones militares de sus tropas. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, t. I, 1022-1023.

59. Memorias del General O'Leary, t. 16 (Caracas: Imprenta de la Gaceta Oficial, 1881), 431; Richard Vawell, Memorias, 104.

60. Roberto Cortázar, comp., Cartas y mensajes de Santander, Vol. 2 (Bogotá: Librería Voluntad, 1954), 361-362.

61. Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón, 59-60.

62. Montaña de Israel en la cual, según la tradición de la Iglesia católica, tuvo lugar la transfiguración de Jesús.

63. José María Caballero, Diario de la Independencia, 216.

64. Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón, t. II, 23-24.

65. Rafael Sevilla, Memorias de un oficial del ejército español (Bogotá: Editorial Incunables, 1983), 87.

66. Rafael Sevilla, Memorias, 90-91.

67. José María Caballero, Diario de la Independencia, 219.

68. José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, t. I, 424.

69. AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Historia, t. 20, 1816, f. 64r.

70. AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Gobierno Civil, t. 28, 1816, f. 668r.

71. AGN, Sección Archivo Anexo, Fondo Historia, t. 26, 1819, f. 153v.

72. AGN, Sección República, Fondo Historia, t. 1, 1820, f. 598r

73. José Manuel Groot, Historia eclesiástica, t. II, 142-143.

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