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Historia y Sociedad

versão impressa ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.28 Medellín jan./jun. 2015

https://doi.org/10.15446/hys.n28.47962 

http://dx.doi.org/10.15446/hys.n28.47962

ARTÍCULO DE REFLEXIÓN

 

Froissart, Villani y la escritura histórica en la Baja Edad Media: Entre la Antropología y la Historia

 

Froissart, Villani and the historical writing in the late Middle Ages: Between Anthropology and History

 

 

Sergio Ospina Romero**

** Antropólogo, Magíster en Historia. Docente en el Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Bogotá-Colombia. Correo electrónico: sdospinar@unal.edu.co. Agradezco al profesor Roch Little por haberme inspirado en el desarrollo de las ideas presentadas en este trabajo.

 

Artículo recibido el 10 de febrero de 2014 y aprobado el 30 de mayo de 2014

 


Resumen

El siguiente artículo se concentra en los escritos históricos de dos cronistas medievales: Giovanni Villani (1270?-1348) y Jean Froissart (1337-1405), con el fin de caracterizar sus modelos historiográficos, sus métodos de investigación y sus estrategias narrativas. A la vez que estas cuestiones nos permiten comprender mejor el ejercicio de la escritura de la historia en la Edad Media, representan antecedentes metodológicos y epistemológicos fundamentales en el proceso de consolidación de la historia como disciplina académica desde el siglo XIX. Sin desconocer las restricciones conceptuales propias de su tiempo, pero a la luz de sus formas de hacer historia, el artículo argumenta que Villani y Froissart pueden ser considerados auténticos precursores de la posterior interacción entre Antropología e Historia, en el incansable esfuerzo por indagar sobre la vida de las sociedades en el pasado.

Palabras clave: Villani, Froissart, historiografía, antropología histórica, Baja Edad Media.


Abstract

The following article examines the historical writings of two medieval chroniclers: Giovanni Villani (1270?-1348) y Jean Froissart (1337-1405), in order to identify their historiographic models, their research methods and their narrative strategies. These aspects certainly allow us to understand in a better way how historical writing was like in the middle ages, but they also represent important methodological and epistemological antecedents in the process of consolidation of History as an academic discipline from 19th century. Moreover, being aware of the conceptual limitations of their epoch but taking into consideration their ways of writing history, the article suggests that Villani and Froissart can be considered authentic pioneers of the later interaction between Anthropology and History, in the assiduous effort to inquire about the life of societies and cultures in the past.

Keywords: Villani, Froissart, historiography, historical anthropology, middle ages.


 

Introducción: La batalla por la memoria

El paso del tiempo es un asunto inevitable. Sin embargo, las acciones que se toman al respecto son inmensamente variadas y rayan con lo nostálgico, lo enigmático, lo frenético, lo doloroso o lo jovial, dependiendo de las maneras en que se conciba el transcurrir de los años, y dependiendo de las repercusiones, dramáticas o placenteras, asociadas con el devenir cronológico. Mientras para algunos la sola idea de envejecer evoca imágenes funestas de enfermedad, incapacidad, invalidez o soledad, para otros la vejez se torna en un idilio futuro, crisol de metas cumplidas y satisfacciones. Entre los primeros pueden estar quienes combatan con ferocidad y devoción los ataques inclementes del paso de los años contra el cuerpo y la belleza. Dietas, ejercicios, cosméticos, cremas mágicas, medicamentos o pociones han estado a la orden del día desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, también desde los albores del mundo y la cultura han existido distintos personajes que se han dedicado a combatir el paso del tiempo de otra manera. El enemigo a vencer no han sido las arrugas sino el olvido, resultado de la acción implacable del ''tiempo asesino'', que arrebata tras su paso la memoria de vidas y acontecimientos protagonizados por ''hombres reales'', incapaces de apreciar en la perspectiva de los siglos venideros, lo peculiar de su paso por el mundo.1

Estos fugaces combatientes han sido llamados de distintas maneras en diferentes épocas. Para el siglo VI a.C. en Asia Menor, antes de Heródoto y Tucídides, los logógrafos investigaban y escribían sobre ''acontecimientos pasados'' que consideraban verídicos, procurando desvirtuar los relatos de los mitos y las leyendas.2 Otras épocas los han conocido como cronistas o simplemente como periodistas, aunque en la frenética recopilación y estudio de los eventos pasados también han concurrido filósofos, abogados, sacerdotes, militares y literatos, entre muchos otros. El término historiador ha servido para caracterizar de forma global las labores de todos estos personajes, a pesar de la multiplicidad de enfoques, motivaciones, narrativas, conceptos y faenas investigativas que se pueden apreciar en el bricolage historiográfico de los tres últimos milenios. Pero paradójicamente, el historiador, en el sentido profesional de la palabra, es casi tan joven como la mayoría de repúblicas americanas.

Las líneas que vienen a continuación están protagonizadas por dos personajes que vivieron cinco siglos antes de la consolidación de la historia como disciplina científica y del establecimiento del primer gremio profesional historiadores, pero que reflejaron un particular entusiasmo por sus labores investigativas sobre el pasado; que procuraron con ahínco y según las condiciones que su tiempo les permitían, hacer frente al paso del tiempo que trascurría frente a sus ojos, y de cuyos acontecimientos requerían dejar memorias, tornándose esto, por momentos, en una necesidad imperiosa. De ellos esperamos encontrar lecciones e ideas provechosas sobre su oficio en su época, pero ciertamente interesantes en relación con nuestras lides académicas contemporáneas. Sus nombres: Giovanni Villani (1270?-1348) y Jean Froissart (1337- 1405).3

El objetivo de este escrito no es equiparar sus ejercicios históricos con las formas investigativas de hoy, pues esto trae consigo el gran riesgo de caer en un análisis anacrónico y seguramente poco provechoso. Sin embargo, al considerar atentamente las características propias de sus faenas de investigación, teniendo siempre como telón de fondo las peculiaridades históricas y culturales propias de su tiempo, pueden llegar a sorprendernos las manifiestas afinidades que se aprecian entre sus propósitos, ideas y resultados, y nuestros propios modelos, principios e intereses investigativos. Por esta razón, en primer lugar miraremos algunos aspectos sobresalientes en los trabajos históricos de Villani y Froissart con la intención de mostrar ciertos elementos de la crónica vernácula como género historiográfico en la Edad Media, con lo que identificaremos los intentos primigenios de asir parámetros investigativos que en centurias posteriores habrían de constituirse en pilares epistemológicos muy apreciados en los terrenos de la historia y la antropología. De esta manera, las crónicas de Villani y Froissart pueden servir como punto de partida para el análisis de temáticas que resultan relevantes para los intereses de ambas disciplinas. Y en este sentido, la antropología Histórica se nos presenta como un terreno particularmente significativo, que si bien ha ganado reconocimiento oficial en el mundo académico solo desde hace algunas décadas, puede encontrar en personajes como Villani y Froissart algunos de sus más acertados y curiosos precursores.

 

1. Las faenas del oficio o la vocación del historiador

Giovanni Villani y Jean Froissart como historiadores. Estas palabras pueden tener cierto sentido, pero en realidad no dicen mucho o, peor aún, pueden dar lugar a profundas discusiones, así como a diferentes interpretaciones. Para algunos, por ejemplo, la frase puede simplemente pasar desapercibida, pues solo enuncia lo obvio. Dicho de otro modo, el enunciado tal vez parezca muy poco original y, por consiguiente, no traería una perspectiva innovadora o interesante para la consideración de asuntos como la evolución del pensamiento historiográfico, la historia de la escritura histórica, la Florencia del Renacimiento temprano o la misma historia de la Guerra de los Cien Años, temas en los cuales suelen estar inscritas la mayoría de invitaciones contemporáneas al leer los escritos del cronista florentino del siglo XIII o de su colega francés del siglo XIV. Una de las razones para que los pertenecientes a este grupo de lectores se sorprendan tan poco con la presentación de Villani y Froissart como historiadores puede ser que, para ellos, Villani y Froissart son, de hecho, historiadores; y más aún, es esa calidad de historiadores la que hizo de ellos una referencia relevante para los estudiosos posteriores, nosotros incluidos.

Dicho de una vez, dentro de esta perspectiva, su principal valor reside justamente en su rol de historiadores, pues fue bajo ese papel que legaron a la posteridad historias y relatos que de otro modo habrían sido otras tantas víctimas del olvido. No obstante, vistas las cosas así, Villani y Froissart son historiadores o no son nada, o al menos, no son mucho más que eso. En otras palabras, son definidos por su producción de narrativas históricas, lo cual también sirve para definir su participación en la historiografía que vino después. En este caso, Villani y Froissart serían historiadores por antonomasia: la caracterización del artista por medio de su obra y no al revés. Por tanto, a la luz de estos planteamientos, un texto que los presente una vez más como historiadores no parecería tener nada nuevo que decir. Pero sin duda no es así, ya que, volviendo a nuestra peculiar frase, existe al menos una manera más, un poco más problemática, de ver las cosas.

En efecto, otro conglomerado de lectores puede tener una reacción que supera la indiferencia y la impasibilidad del primer grupo. Se trata de aquellos para quienes Villani y Froissart no reúnen las condiciones mínimas para ser considerados historiadores y por tanto les conceden, generosa pero muchas veces displicentemente, el título de cronistas. A este grupo pertenecen los que sí se consideran a sí mismos historiadores per se y que ven en un escritor como Froissart a un precursor de su ejercicio profesional, pero de ningún modo a un colega. Un proyecto de historiador o un historiador en progreso, pero no un historiador en el sentido pleno, decimonónico y científico del título. Así pues, a los tales una frase como ''los historiadores Villani y Froissart'' bien puede resultarles tanto polémica como pretenciosa, casi suficiente para hacerles crispar los nervios.

Con seguridad, buena parte de este prejuicio hunde sus raíces en la profesionalización de la historia como disciplina a lo largo del siglo XIX y, en particular, en su autorreconocimiento como productora de narrativas ''científicas'' sobre el pasado, en franca oposición con las actividades de los escritores de novelas y literatura de ficción en general. Un patrón epistemológico que, en este mismo sentido, se definía en virtud de un divorcio radical con una tradición historiográfica de por lo menos dos milenios (antes del siglo XIX) en la que la historia, a pesar de su irrefrenable sed de veracidad, fungía esencialmente como un género literario.4 Así, por ejemplo, y como veremos de nuevo más adelante, historiadores decimonónicos emblemáticos como el francés Jules Michelet (1798-1874) desestimaban el trabajo de Froissart al considerarlo demasiado literario y poco objetivo; equiparable, cuando más, a las novelas históricas.5 Y todavía en la segunda mitad del siglo XX, las reseñas historiográficas de la obra de Froissart se preguntaban si en efecto este investigador medieval podía considerarse un historiador, siendo conscientes de que ''su verdadera habilidad radicaba en la descripción y no en la interpretación''6, y teniendo en cuenta sus múltiples ''imprecisiones históricas y, desde el punto de vista de la investigación histórica moderna, [que]: su metodología [es]: abiertamente inadecuada''.7

Aclarado esto, podemos aun reafirmar, apelando a distintas susceptibilidades, nuestra intención: Giovanni Villani y Jean Froissart, los cronistas, fueron excelentes historiadores. Aunque indudablemente en su obra se pueden encontrar múltiples limitaciones si se la compara con los valores epistemológicos que han predominado en el deber ser de la disciplina en los últimos dos siglos, la lectura cuidadosa de sus crónicas permite vislumbrar un abanico de características interesantes que guardan estrecha relación con muchas de las tareas y faenas a las que se enfrenta un historiador contemporáneo. En las crónicas escritas por Villani y por Froissart se pueden encontrar elementos de análisis especialmente interesantes y reveladores, y ahora es el momento de considerar algunos de ellos.

 

2. Villani y Froissart en contexto: Entre la crónica medieval y la crónica civil

A diferencia de la mayoría de escritores en la Edad Media, Giovanni Villani no era un clérigo. Nació hacia 1270 en una familia de mercaderes florentinos, y a tal oficio se dedicó buena parte de su vida, principalmente asuntos bancarios y comerciales, aunque también ocupó algunos cargos oficiales con el gobierno de Florencia. Cerca de los treinta años de edad Villani visitó Roma, como muchos otros fieles peregrinos católicos de su tiempo, llegando a la conclusión de que si bien esta ciudad de grandeza legendaria había engendrado a su Florencia, ya se encontraba en latente decadencia en comparación al florecimiento político y comercial de esta última. Así, hinchado de un orgullo casi patriótico por su ciudad natal, Villani empezó a escribir su Crónica de Florencia y a ello se dedicó de manera intermitente hasta 1348, cuando, junto con muchos otros europeos de la época, la Peste Bubónica le arrebató la vida.9

Jean Froissart, en cambio, era clérigo. Nació en Valenciennes (Francia) en 1337, y a diferencia de Villani, la redacción de crónicas fue su oficio principal, aunque creció en el seno de una familia burguesa seguramente dedicada al negocio del préstamo de dinero. Al parecer, fue hijo de un pintor heráldico y, como Villani, estuvo dedicado al oficio de mercader por algunos años, pero muy pronto se decidió por la vida religiosa y esto le permitió dedicarse sin muchos obstáculos a la escritura de crónicas y de poesía, aunque su trabajo literario es mucho menos conocido que sus relatos históricos.10 Justamente su advocación como clérigo le ayudó a obtener el patrocinio de diferentes personalidades del mundo monárquico de entonces, cosa que no solo le representó un evidente alivio económico, sino que facilitó grandemente sus faenas investigativas, en particular el acceso a una variada gama de informantes. Sin duda, el primer espaldarazo lo recibió en Inglaterra, de parte de la reina Filipa, esposa de Eduardo III, de quien fue secretario y clérigo de capilla, además de historiador de la corte. Pero a lo largo de su vida también contó con el respaldo de no pocos reyes, duques y condes de Europa continental, en especial en Francia. Así, pues, es fácil imaginarse a Froissart como un recurrente viajero por diferentes partes de Europa, desde Escocia hasta Italia, la mayoría de veces en busca de fuentes y materiales que le permitieran alimentar las historias que estaba consagrado a escribir.11

La crónica fue un género narrativo ampliamente difundido en varios países europeos a lo largo de la Edad Media. Muchas veces se trataba de ejercicios históricos puramente institucionales, regulados, promovidos y patrocinados por reinos o abadías; y justamente, como ya se dijo, los monjes eran los principales escritores. Por lo general, las crónicas daban cuenta de largos períodos de tiempo de una región particular, y por eso se trataba a menudo de obras inacabadas, ya que se alimentaban continuamente, a medida que iba pasando el tiempo. Por esta razón, era común encontrar que en una misma crónica participaran diferentes autores a lo largo del periodo que esta cubría, en virtud de cambios generacionales. De manera similar al oficio del bibliotecario, que con especial detalle ilustra Umberto Eco en El nombre de la Rosa, el monje más joven recibía el legado de cronista que dejaba un monje en su vejez, y con esto quedaba asegurada la continuidad de la crónica y del registro de la memoria histórica del monasterio. Curiosamente, aunque Villani no era monje ni su crónica estaba patrocinada por ningún claustro monástico, tras su muerte su inconclusa obra histórica fue continuada por su hermano y, más adelante, por su sobrino.12 De la igual manera, la obra de Froissart fue en buena medida una continuación de la labor de cronista de Jean le Bel, canónigo de Liège, cuyos escritos se concentraron en los primeros años del siglo XIV.13

Aunque en el siglo VIII ya es posible encontrar crónicas de reconocida tradición, Gervase de Canterbury distinguía en el siglo XII tres tipos de narrativas sobre el pasado: los anales, las crónicas y las historias propiamente dichas. Cada uno de estos tipos tenía, al menos esquemáticamente, características muy particulares. Mientras los primeros son ''desconectados'' y las segundas ''episódicas'', las del último grupo exhiben un mayor e ideal grado de continuidad.14 Sin embargo, estas diferencias no resultan del todo claras al examinar los escritos históricos de la Baja Edad Media. Por ejemplo, en ocasiones un mismo escrito experimentaba algunas mutaciones. Los anales, que en términos generales incluían registros de acontecimientos diversos e inconexos, casi a la manera de un diario de noticias, a veces tomaban la forma de las crónicas al concentrarse en episodios concretos. A su vez, ciertas crónicas, a pesar de haber sido denominadas como tales por sus propios autores, reflejaban muchos de los aspectos de las historias de mayor envergadura.15

Las Crónicas de Froissart son uno de los mejores ejemplos de esto último. Evidentemente, Froissart ha recibido el rótulo de cronista apelando al hecho de que sus escritos no trascienden la mera enunciación de relatos. No obstante, estas apreciaciones no hacen plena justicia al contenido de las Crónicas. Lejos de limitarse a episodios inconexos, Froissart ofrece un relato fluido y continuo de la historia política en Europa Occidental que abarca casi todo un siglo. Además es posible, sin mucho esfuerzo, elucidar algunos elementos analíticos en dicha exposición de episodios. Para empezar, en las Crónicas de Froissart hay un tema claramente delimitado: la vida caballeresca de la aristocracia cortesana en la Europa Occidental durante el siglo XIV. Los relatos de batallas, torneos, hechos de reyes, y sobretodo de ''proezas'', son claramente presentados a la luz de los valores propios del caballero aristocrático, frente a lo cual Froissart no oculta su admiración. De hecho, Froissart es claro al presentar el propósito de sus Crónicas:

A fin de que sean notablemente registrados, vistos y conocidos en los tiempos presentes y venideros las grandes maravillas y los hermosos hechos de armas que han ocurrido por las guerras de Francia e Inglaterra y de los reinos vecinos y en las que son causa los reyes y sus consejeros, quiero ocuparme ahora de ordenarlos y relatarlos en prosa según la verdadera información que he obtenido [...]: sin tomar partido, sin colorear una cosa más que la otra, salvo los buenos hechos que los buenos [hombres]: que los conquistaron por su proeza, sean del país que sean, para que se vean y se reconozcan plenamente, pues olvidarlos o esconderlos sería pecado.16

Además de su interés en lo que él llama ''asuntos de gran renombre''17, Froissart está determinado en demostrar la legitimidad de su trabajo al hacer manifiesta la veracidad de sus fuentes, y a ganar credibilidad y autoridad al hacer evidente el uso de un método riguroso de investigación. Así mismo, Froissart no deja a las Crónicas desprovistas de cierto análisis de las coyunturas políticas de las monarquías de Francia e Inglaterra, del ejercicio diplomático de los reyes y de las implicaciones de las vicisitudes bélicas en un escenario regional mucho más grande que podía abarcar casi todo el occidente del continente, desde Escocia hasta España.

Villani por su parte, está igualmente interesado en la recapitulación de episodios, y tampoco es ajeno a la consideración de algunos elementos analíticos en medio de un espectro cronológico mucho mayor. Mientras las Crónicas de Froissart se concentran en acontecimientos del siglo XIV, y especialmente en el cubrimiento de lo que luego se conoció como la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, Villani se remonta hasta el relato bíblico de La torre de Babel para empezar su recorrido por la historia florentina. Sin embargo, aunque Villani y Froissart comparten muchas de las características propias de la crónica vernácula, el primero de estos es sin duda un referente indispensable en la comprensión del desarrollo de un paradigma de marcada incidencia en la constitución del ejercicio profesional de la historia, y que atañe a una época y a un lugar concreto: la historiografía renacentista en Florencia. Un desarrollo que, entre otras cosas, guarda una estrecha relación con los cambios sociales, económicos, culturales, ideológicos y políticos que caracterizaron el final de la Baja Edad Media.

Efectivamente, el crecimiento de las ciudades trajo consigo el ascenso de una administración civil más independiente de los monasterios y del gobierno eclesiástico, y que asumió un mayor liderazgo en la regulación de asuntos institucionales, tales como el registro de eventos y el manejo de documentos. Además, como es bien sabido, este mismo periodo atestiguó el ascenso de la burguesía como una clase social impregnada de intereses comerciales particulares, lo cual facilitó el crecimiento y el florecimiento económico, político y cultural de varias ciudades, sobretodo en Italia. Ciudades como Venecia, Florencia y Nápoles llegaron a constituirse en pequeñas ciudades-estado, con sorprendentes grados de autonomía y autorregulación, presionadas, entre otras cosas, por las miradas recelosas que solían presentarse entre ellas.18 Todas estas transformaciones tuvieron profundas implicaciones en el ejercicio de escribir la historia. Por un lado, la fragmentación política de Italia dio lugar al surgimiento de distintas crónicas de ciudades –como la de Villani– de tendiente estilo secular y con contenidos políticos y humanistas. Por otro lado, muchas de estas reconstrucciones históricas estaban fuertemente impregnadas del interés, propio del Renacimiento, por revivir las tradiciones grecorromanas. De manera similar a lo ocurrido en el campo artístico, muchos historiadores empezaron a emular el trabajo y el estilo de historiadores clásicos, e incluso hubo quienes veían en sus personas y en sus labores la continuación (cuando no la reaparición) de la vida y la obra de famosos escritores de la antigüedad.

Como era de esperarse, todo esto representó un mayor distanciamiento de las concepciones teológicas de la historia, propias del medievo, en un creciente proceso de secularización y humanización del pensar histórico. Y Giovanni Villani fue un precursor de estas dinámicas. En efecto, resulta apropiado pensar su obra histórica en un terreno intermedio entre las crónicas vernáculas características del medioevo y el surgimiento de la historia humanista que habría de consolidarse desde el siglo XVI con el revuelo de figuras como Maquiavelo o Guicciardini. Así pues, a pesar de las inevitables rupturas que trae consigo una transición de estas proporciones, la obra de Villani sirve en muchos aspectos de puente entre el antiguo y el nuevo paradigma historiográfico, en especial en términos de datos empíricos y narrativa. Si bien en la crónica de Florencia que escribe Villani perviven algunos elementos propios de la crónica vernácula medieval presentes en textos como los de Froissart o, incluso, en anteriores escritores canónigos, tales como el lenguaje, la descripción detallada de sucesos o la defensa de determinados valores morales, el trabajo del historiador florentino toma más la forma de una crónica civil en la que se empiezan a resaltar temáticas más humanas y sociales, además de hacer una lectura distinta del acontecer político. Por eso no es gratuito que a menudo historiadores posteriores recurran a Villani en busca de datos y de una u otra pista que les ayuden a dar solidez a sus propios argumentos. Justamente un siglo después de Villani, Leonardo Bruni, otro historiador italiano, partiendo del esquema episódico y civil de Villani, ofreció un marco interpretativo mucho más ''constitucional'', y a su vez, varios años después, el propio Maquiavelo hizo una magistral integración de los elementos narrativos de Villani y de los elementos de análisis resaltados por Bruni.19

 

3. Relatos interpretados y relatos explicados: Froissart y el análisis histórico

Froissart fue un historiador entusiasmado con su oficio. Además, fue un historiador preocupado por la calidad de sus trabajos y, en ese sentido, un investigador inquieto por la calidad de sus fuentes y la pertinencia de sus métodos. Si bien Froissart es ajeno al cientificismo que habría de ponerse en boga en las centurias posteriores, hay en él una clara intención de establecer relatos de hechos verídicos que le otorgaran suficiente credibilidad y reconocimiento. Por eso, no era raro que lo encontraran revisando escritos anteriores, completándolos, disponiendo mejores versiones y hacia el final de su vida, preparando el legado de toda su obra, que debía sobrevivir a su muerte. El fervor del oficio y su interés en hacer evidente su aspiración a una práctica historiográfica responsable y legítima, como resultado de un riguroso trabajo investigativo, son aspectos que se pueden apreciar en sus propias palabras:

God has been gracious enough to permit me to visit the courts and a places of kings [...]: and all the nobles, kings, dukes, counts, barons, and knights, belonging to all nations, have been kind to me, have listened to me, willingly received me, and proved very useful to me [...]: Wherever I went I enquired of old knights and squires who had shared in deeds of arms, and could speak with authority concerning them, and (I) also spoke with heralds in order to verify and corroborate all that was told me. In this way I gathered noble facts for my history, and as long as I live, I shall, by the grace of God, continue to do this, for the more I labour at this more pleasure I have, and I trust that the gentle knight who loves arms will be nourished on such noble fare, and accomplish still more.20

Como se puede ver, Froissart estaba comprometido en primera persona con las tareas investigativas asociadas a sus escritos, pues estos servían de medio para evidenciar su propia escala de valores. Como ya vimos, una mirada atenta a las Crónicas de Froissart permite concluir de inmediato que estas son el reflejo de una filosofía de vida de la que el propio Froissart era fiel admirador: la del caballero. De hecho, las Crónicas son una excelente exposición de lo que hoy en día podría llamarse la cultura o la mentalidad de los caballeros de la Europa occidental en el siglo XIV, o del mismo ejercicio político y bélico de las monarquías de entonces.

Y efectivamente, al respecto Froissart ''no necesitaba mentir demasiado''.22 No solo fue testigo presencial de algunos de los episodios que relataba gracias a su privilegiada posición en las cortes inglesa, escocesa y francesa, sino que logró conseguir testimonios de testigos presenciales para acontecimientos más distantes a él, bien en el tiempo o en el espacio. Además, a pesar de su esfuerzo por recrear hasta los más ínfimos detalles en varias escenas, como nombres, ropas, colores, lugares, armas o actitudes, entre otros, en algunas oportunidades deja los detalles a la imaginación del lector o simplemente reconoce los límites de la información que tiene. Un curioso ejemplo de esto se puede notar en su exposición del viaje de Eduardo III a Normandía. Luego de nombrar a varios de los hombres que acompañaron al rey en su travesía, mencionando sus títulos y procedencia, termina diciendo simplemente: ''y muchos otros a los que no puedo nombrar''23. ¿Por qué no los puede nombrar? ¿Se trata de una postura reflexiva que da cuenta de los limites de sus fuentes y de la información que tiene a este respecto? ¿O se trata acaso de una mera reserva prudente que evita poner en evidencia determinados personajes o que reconoce la futilidad de tantos nombres? No puedo dejar de mostrar mi preferencia por la primera alternativa.

Indudablemente, las Crónicas son mucho más que una recopilación de episodios. Aunque la intención de su autor era justamente el registro juicioso de los acontecimientos de su siglo, y en especial aquellos relacionados con las ''proezas'' o acciones insensatas de los reyes y los caballeros de aquel entonces, junto con el recuento de episodios hay un claro, aunque tímido, acercamiento a las fronteras de la interpretación o explicación históricas. Para empezar, como hemos venido diciendo, hay un tema que recorre transversalmente las Crónicas, y sin duda tuvo mucho que ver en la selección de los episodios que debían ser investigados y posteriormente registrados: la vida y los actos de los caballeros y de los grandes hombres del siglo XIV en los reinos de Europa Occidental. De este modo, no se trata solo de un recuento de episodios de la época, sino que hay una evidente intención de incluir unos aspectos y de excluir otros, cosa muy similar al ejercicio de delimitación de un tema que sigue dominando las prácticas investigativas hoy por hoy. Froissart es un claro hijo de su tiempo y sus Crónicas son un reflejo de sí mismo, de sus valores y de su época. La cultura caballeresca es el tema de su elección y, consecuentemente, el criterio de selección de episodios y de fuentes, lo que, además, le exige un tratamiento conceptual particular. Si bien Froissart no tenía que lidiar con las vicisitudes que trae consigo la elaboración de un marco teórico, no deja a sus Crónicas desprovistas de un sólido armazón conceptual. En su caso, la constatación de la importancia de la guerra y de las proezas de hombres insignes en el destino de los reinos y de los pueblos es un asunto primordial. Además, las Crónicas son, de hecho, una exposición rigurosa de lo que es (o debería ser) en la práctica noble, una ''proeza''.

Precisamente, tal parece ser el concepto más prominente de todas las Crónicas. No todas las acciones de los hombres son proezas, sino aquellas que están fundadas en los valores primigenios y exultantes de la cultura caballeresca. Lealtad, valentía, sinceridad, honestidad, sacrificio, valor, compromiso, fe, castidad, solidaridad y amor, entre otras virtudes, determinan la calidad de una vida y de una proeza. Como el propio Burrow lo explica muy bien, las guerras, los torneos y demás gestas a las que Froissart presta especial cuidado son la manera de ejemplificar y exaltar ''la conducta apropiada de un caballero'', en la que, por ejemplo, la manera de acometer un ataque o de asestar un golpe eran asuntos de honor, por no hablar de las maneras propias de una reina o de las virtudes asociadas al ejercicio monárquico. Sin duda, el rey Arturo y sus caballeros eran el modelo que subyacía a todas estas ideas y que era casi omnipresente en todos estos juicios de valor.24 Muy pronto en su texto Froissart deja en claro sus opiniones y su estilo particular de interpretar los acontecimientos que relata, así como el argumento central de sus escritos:

En las armas suceden tan grandes maravillas y tan hermosas aventuras que nadie se atrevería a pasar ni a imaginar las fortunas que brotan de ellas, tal y como veréis y encontraréis en este libro, si lo leéis, acerca de cómo se hicieron y progresaron muchos caballeros y escuderos, más por su proeza que por su linaje. El nombre del valeroso es tan alto y noble y la virtud tan clara y bella que resplandece en las salas y las plazas donde hay reunión y multitud de grandes señores y se destaca por encima de todas las otras, se enseña con el dedo y se dice: ''Mira, ése es el que realizó aquella cabalgada o aquel hecho de armas y quién ordenó aquel ejército y lo dirigió tan sabiamente y quien justó con tal dureza con la punta de la lanza y quien por dos o tres veces atravesó las filas de los enemigos y el que combatió con tanto valor y llevo a cabo tal empresa con tal audacia, y el que fue encontrado malherido entre muertos y dañados y quien jamás huyo del lugar donde se encontrase''.25

Las Crónicas son pues el contexto episódico en el que Froissart determina la pertinencia y el valor de determinados hechos, si merecen ser considerados proezas o no. Además estos mismos hechos y estas mismas proezas le sirven a Froissart para explicar, así no lo quiera, las condiciones presentes de los pueblos. Así, por ejemplo, es claro que para Froissart la prosperidad y el bienestar de un pueblo están íntimamente asociados con la calidad de sus gobernantes –a la luz de la escala de valores del caballero medieval– y con sus decisiones políticas.26 Además, como también expone Kristel Mari Skorge, a menudo la exaltación de los valores caballerescos resulta más importante para Froissart que la misma narrativa de los acontecimientos o la elucidación de detalles significativos. Una muestra evidente de esto se puede apreciar en su presentación del desenlace de la famosa y sangrienta batalla de Poitiers (1356), en la que Froissart resulta mucho más interesado en el ''comportamiento galante'' del joven príncipe inglés Eduardo (el príncipe ''negro'') con el derrotado rey francés Juan (''el bueno'') que con la ''horrible tragedia'' que significó aquel enfrentamiento en el que el murieron, según el mismo Froissart, cerca de seiscientos hombres.27

Pero las proezas o las virtudes de los caballeros no son los únicos asideros de análisis que se pueden percibir en Froissart. Al menos cuatro aspectos más pueden ser de justa mención. En primer lugar, la evaluación del ejercicio apropiado de una función determinada dentro del esquema monárquico o en el campo de batalla, en lo que la figura de los consejeros de los reyes aparece con recurrencia como un factor determinante para el curso de la historia. En segundo lugar, la revisión crítica del ejercicio político mismo y el establecimiento de generalizaciones en torno al desempeño esperable de los monarcas. Por ejemplo, a pesar del protagonismo de Eduardo III en el primer libro de las Crónicas y de las numerosas menciones al esplendor de su reinado, Froissart aprovecha el recuento de sus primeros años en el trono para dejar en claro que los reyes jóvenes tienen muy poca habilidad en el juicio y que por tanto, son fácilmente manipulables.

En tercer lugar, las Crónicas no tienen las limitaciones propias de la historia nacional que terminaría por dominar la escena historiográfica en siglos posteriores. Froissart es francés, pero su obra no se limita a las fronteras del reino de Francia. Incluso en varios momentos el hilo conductor del relato está más bien determinado por la actividad monárquica inglesa. En realidad, las fronteras territoriales de los reinos no son un problema para su trabajo investigativo ni para la estructura de su historia. Al contrario, Froissart se concentra en una región particularmente amplia que incluye a Inglaterra, Francia, España y algunas zonas de Alemania o Europa central, ya que lejos de limitar su historia a contornos geográficos concretos, los lugares van apareciendo y se van haciendo relevantes en la medida en que entran en relación con los episodios protagónicos. De este modo nos lleva sin ningún problema de Londres a Paris y de allí a la frontera con España o a los reinos de Bohemia cuando las acciones lo ameritan, logrando así una perspectiva amplia de la historia y la consideración de múltiples factores, explicaciones y motivaciones asociadas al devenir histórico.

En cuarto y último lugar, aunque Froissart es completamente ajeno a consideraciones de símbolos culturales o cosas por el estilo, deja entrever la importancia y el impacto de algunos hechos por lo que representaban y por la interpretación que de ellos, a manera de símbolos, se hacía colectivamente. Un ejemplo de esto se puede notar si se compara su relato del castigo infringido a dos hombres en dos momentos diferentes. Y de hecho el propio Froissart se encarga de establecer el paralelo. El primero de ellos, es Hugh Despenser, consejero de Eduardo II, quién fue acusado de instar al rey a cometer hechos malvados en contra del país y de su propia familia.

Después de la fiesta, mi señor Hugh que no era nada apreciado, fue conducido ante la reina y todos los barones y caballeros que se habían reunido allí [...]: En primer lugar, fue arrastrado sobre un arcón al son de trompas y trompetas por toda la villa de Harford de calle a calle. Luego lo llevaron a una gran plaza donde se había reunido todo el pueblo. Lo ataron en lo alto de una escalera de modo que todos, grandes y pequeños, lo pudieran ver. En la plaza habían hecho una gran hoguera. Cuando estuvo atado de ese modo, le cortaron el pene y los testículos por ser sodomita, igual que se decía del propio rey. Por eso el rey había echado a la reina de su lado. Después de cortarle el pene y los testículos, los lanzaron al fuego y ardieron. Después le rajaron el vientre y le sacaron el corazón y las vísceras, y lo echaron al fuego para quemarlo, pues había sido falso de corazón y traidor, y por su traidor consejo, el rey había avergonzado a su reino.29

Páginas más adelante, que representan al menos unos veinte años, podemos leer que Roger de Mortimer, consejero de la reina –madre de Eduardo III– fue acusado de haberla embarazado y de haber provocado la muerte de un hombre honorable, y por tales motivos terminó corriendo una suerte similar a la de Despenser. La similitud de los dos relatos y de los símbolos implicados es sorprendente.

El juicio estuvo muy pronto decidido, pues todos los que estaban allí, habían sido muy bien informados y conocían los hechos. Respondieron al rey que debía morir del mismo modo en que Hugh Despenser había sido ajusticiado. No hubo dilación ni merced para este juicio. Fue arrastrado sobre un gran cofre por la ciudad de Londres y luego atado a una escalera en medio de la plaza. Le cortaron pene y testículos, y los echaron a una hoguera que habían hecho allí. Después le abrieron el vientre y le sacaron el corazón puesto que había pensado y hecho la traición con él, y lo tiraron al fuego con todas las vísceras. Luego fue descuartizado y enviadas las partes a las cuatro ciudades principales de Inglaterra, y la cabeza se quedó en Londres. Así terminó mi señor Roger de Mortimer al que Dios haya perdonado sus crímenes.30

Las afinidades con otros historiadores y cronistas cercanos a su tiempo, como el mismo Villani, son evidentes (y en un instante veremos un ejemplo de ello), en particular en cuanto a la exposición minuciosa de detalles se refiere, sin importar la crudeza de las escenas que se rememoran.32

 

4. Villani y Froissart en perspectiva: Asuntos antropológicos e históricos en la crónica medieval

En su elaboración de narrativas sobre el pasado, Villani y Froissart no estaban solamente registrando una serie de acontecimientos para la posteridad. Al combatir el olvido por medio de su pluma dejaban una impronta de escenas vividas y recordadas por varios miembros de su sociedad y, con esto, su indagación era una exploración de la memoria colectiva y sus relatos, en tanto selección de eventos y episodios particulares, y, sobre todo, selección de interpretaciones de estos, se constituían en versiones oficiales de la memoria colectiva. A larga, memorias hegemónicas.33

Sin embargo, en el caso de los cronistas medievales esta reconstitución del recuerdo operaba al menos de tres maneras distintas, según los modelos de indagación que cada uno aplicaba. Muchas veces la información provenía de diversos registros escritos sobre hechos pasados, como los anales o textos de cronistas anteriores; otras veces los datos eran el resultado de entrevistas con personas que presenciaron los episodios o que sabían de ellos por testimonio de otros. Pero también era recurrente que el propio cronista hubiera sido testigo presencial de los hechos sobre los que escribía. Esto es particularmente evidente en el caso de Froissart, sobre todo las dos últimas alternativas.34 Como ya vimos, al presentar su trabajo, Froissart habla de sus fuentes –que en su mayoría se trataban de entrevistas con personas que habían participado personalmente de los hechos– y de la manera en que solía cruzar dichos testimonios para garantizar la legitimidad de su relato: ''Wherever I went I enquired of old knights and squires who had shared in deeds of arms, and could speak with authority concerning them, and also spoke with heralds in order to verify and corroborate all that was told me''.35

De esta manera, Froissart hace que los recuerdos dispersos de algunos testigos, él mismo incluido, se terminen convirtiendo en la memoria oficial y legítima de los hechos y los años sobre los que escribió. Como opinan Ruíz Domenec y Kristel Mari Skorge, el conocimiento que hoy se tiene de episodios como la Guerra de los Cien Años sigue reposando, en su mayoría, en los escritos producidos por el canónigo francés.36 En su lucha contra el paso del tiempo, Froissart perseguía la elaboración de un relato creíble y perdurable: ''Lo que él decida se convertirá por siglos en la imagen única y real del siglo XIV''37.

Además, si bien Froissart y Villani controlaban con su pluma el curso de sus relatos y hacían de jueces en el establecimiento de relatos ''verídicos'' del transcurrir histórico, se puede percibir en ellos –mucho más en Froissart que en Villani– una clara intención por captar las impresiones auténticas de sus informantes, sus perspectivas y algunas de sus opiniones. En cierta medida, aunque ellos dirigían el registro de los episodios, a menudo le daban voz plena a dichos informantes en el texto, con lo que, por momentos, sus crónicas ofrecen una versión de la historia desde otros ángulos y a partir de otros puntos de vista. No se trata solo de la perspectiva del rey y los heraldos o de la reconstrucción objetiva del cronista a partir de lo que escuchó y consideró legítimo narrar del episodio, o que leyó acerca de él en los anales o en otras crónicas. Con frecuencia, los mismos protagonistas de los hechos gloriosos de armas que atraviesan su relato eran los indicados para contar la historia. El cronista era un canal narrativo de las versiones de esos actores principales. Froissart no oculta su afinidad con esa idea:

[...]: Quiero ocuparme ahora de ordenarlos y relatarlos en prosa [los hermosos hechos de armas]: según la información que he obtenido de hombres valerosos, caballeros y escuderos que les ayudaron a crecer, así como de algunos reyes de armas y de sus mariscales que por derecho son y deben ser justos inquisidores y relatores de tales necesidades. Cierto es que mi señor Jean le Bel, antaño canónigo de Saint Lambert de Liège, hizo una crónica según su juicio de algunos hechos de su tiempo. Yo por mi parte he aumentado e historiado ese libro como me ha parecido, a partir de la relación y el consejo de los arriba mencionados.38

Por otro lado, sin proponérselo y sin un marco epistemológico o académico que le exigiera hacerlo, Froissart ofrece eventualmente algo muy parecido a lo que hoy llamamos una perspectiva émica de los episodios que describe. Así, la consigna antropológica de captar el punto de vista del que se estudia, del otro, hace parte por momentos de las dinámicas narrativas froissartianas. En ocasiones, los relatos de Froissart están dominados por la mirada de actores que vivieron la historia desde abajo, desde el campo de batalla, desde el bando contrario o desde los dos bandos en conflicto. Es el caso, por ejemplo, del relato de una de las primeras campañas militares de Eduardo III: el enfrentamiento contra los escoceses que estaban hostigando la frontera norte de Inglaterra. Aunque la crónica es contada principalmente desde el lado inglés, dada la afiliación de Froissart con este bando, al narrar la búsqueda casi frenética de los escoceses, que seguían haciendo estragos sin poder ser avistados, Froissart se aproxima por momentos a la percepción del mismo episodio desde el lado de estos últimos:

Los escoceses son fuertes y tremendamente valerosos, muy esforzados en armas y en guerra. En aquel tiempo poco admiraban y en poco valoraban a los ingleses, y aún ahora piensan lo mismo. Cuando quieren entrar en el reino de Inglaterra conducen a su gente veinte o veinticuatro leguas de día y de noche, lo que podría sorprender a los que no conocen sus costumbres. [...]: Cuando el rey inglés y sus gentes vieron las humaredas de los escoceses, tal y como he dicho antes, supieron que eran los escoceses que habían entrado en su país. Llamaron enseguida a las armas y ordenaron a todos que se pusieran en movimiento y siguieran los estandartes. Así se hizo. [...]: Las columnas cabalgaron alineadas y sin romper filas durante todo el día por valles y montañas. Pero no pudieron acercarse a los escoceses que iban devastando delante de ellos... [...]: Entonces [después de casi una semana así]: llegó un escudero que se dirigió al rey y le dijo: ''Señor os traigo noticias. Los escoceses están a tres leguas de aquí, acampados en una montaña, y allí os esperan. Hace ocho días que están ahí sin tener noticias vuestras del mismo modo que vos no las habéis tenido de ellos. Os lo puedo asegurar con toda certeza. Caí tan cerca de ellos que fui apresado y conducido a su hueste como prisionero delante de sus señores. [...]: Sabed que dijeron que ellos tenían tan grandes deseos de combatir como vos, y que les encontrarías allí sin falta.39

Vistas las cosas solo desde el lado inglés sería fácil concluir que los escoceses solamente estaban devastando y huyendo, pero, como se puede notar, la situación era distinta. Froissart luego nos habla de los primeras escaramuzas entre los dos bandos, dándonos detalles desde el interior de cada ejército, en particular de asuntos de inteligencia militar y de cómo, finalmente, el grandioso combate que el lector espera desde el comienzo del capítulo, nunca se llevó a cabo.

Por su parte, Villani también permite apreciar algunas características de tinte etnográfico, no tan centradas en recopilación de entrevistas y testimonios como Froissart, sino reconstruyendo dinámicas históricas y cotidianas de una comunidad claramente circunscrita: Florencia. Villani es, pues, un historiador local que dirige su mirada a temas que bien podrían llamar la atención de un etnógrafo contemporáneo. Basado en relatos legendarios y en cronistas anteriores para los eventos más distantes de su tiempo, en documentos oficiales y en sus propias observaciones para la historia que le es más cercana, Villani escribe su crónica de Florencia y establece un referente de identidad para la ciudad, basado en la memoria histórica y en la identificación con emblemas, símbolos, presentes y legendarios, y con las coyunturas políticas que los florentinos estaban atravesando. Si los cronistas monacales estaban envueltos en el mundo de sus comunidades y abadías, Villani se involucra personal e íntimamente con la vida de su propia ciudad.40 Los matices etnográficos se abren paso por sí mismos.

Además, al involucrarse personalmente por medio de la investigación y de la escritura con los episodios, Villani y Froissart se esfuerzan por hacer una descripción detallada y minuciosa de los eventos, los personajes, los lugares, las acciones, las motivaciones y hasta los diálogos. En sus escritos muy poco queda a la imaginación del lector. Todo cuanto aprehende el cronista de los hechos es potencialmente historia y susceptible de ser simbolizado por medio de la estrategia narrativa. Si Froissart establece un relato tan vívido que casi raya con lo literario, Villani parece en ocasiones hacer trascripciones totales de una escena. ''Nada en la historia es abstracto. Calles, plazas, puentes, familias, todo ello es individualmente nombrado, pues el cronista asume en su lector la misma intimidad que él tiene con la ciudad''41. La descripción de Villani de la revuelta de 1343 contra el duque de Atenas ilustra magistralmente estas ideas:

Al final el pueblo rechazó cualquier pacto a menos de que el duque les diera al conservadore, su hijo, y a Messer Cerretieri Visdonini para ajusticiarlos. El duque no estuvo de acuerdo con esto. Pero los Burgundios, que estaban siendo asolados en el palacio se reunieron y le dijeron al duque que antes que morir de hambre y en tormento, estaban dispuestos a dejar al duque en manos del pueblo y también a los tres que estaban pidiendo [...]: El duque, al verse en tales aprietos, cambió de parecer. El viernes, el primer día de Agosto, a la hora de la cena, los Burgundios tomaron a Messer Guglielmo d'Asciesi, el conservadore de la tiranía del duque de Atenas, y a su hijo de 18 años, Messer Gabriele. Este último había sido hecho caballero recientemente por el duque, pero había sido realmente malvado torturando ciudadanos. Lo sacaron de la puerta del palacio y fue recibido por los brazos del enfurecido pueblo, especialmente por los amigos y familiares de aquellos a quien su padre había ejecutado: Altovity, Medici, Oricellai, Bettone Cini, y muchos otros. Para aumentar el dolor de su padre, el hijo fue empujado al frente, y lo desmembraron y lo cortaron en partes pequeñas. Una vez hecho esto, sacaron al conservadore y le hicieron lo mismo. [...]: Hubo quienes fueron tan crueles y bestiales en su furia que se comían la carne cruda. Tal fue el final del traidor y del perseguidor del pueblo de Florencia.42

Sin embargo, aun cuando la descripción de los hechos es lo más importante para Villani, estos son el sustento empírico de un marco interpretativo atravesado por juicios morales: lo que le pasó a estos hombres lo tenían bien merecido por pecadores, lo cual guarda estrecha relación con el examen que hace Froissart de las ejecuciones Hugh Despenser y Roger de Mortimer en tiempos de Eduardo III, que exploramos algunos párrafos atrás.

 

5. Jean Froissart y la narrativa histórica: Entre la Historia y la Literatura

Johanne Rappaport, al indagar la historia de la comunidad indígena de los Nasa, ofrece una perspectiva particularmente interesante de la tensión entre las versiones de la historiografía oficial y la consideración de memorias no oficiales que ofrecen otras interpretaciones del pasado. Estas versiones no oficiales de la historia que suelen ser asociadas con el plano de lo mítico, particularmente en cuanto a los pueblos indígenas se refiere, sirven para establecer profundos cuestionamientos a la labor de los historiadores al establecer memorias oficiales que determinan en buena medida el establecimiento de referentes identitarios en el ámbito nacional o local.43 La relevancia que tienen este tipo de ideas y cuestionamientos para nuestra discusión es precisamente que el ejercicio histórico ha estado siempre atravesado por la discusión en torno a la validez del conocimiento histórico que se expone y las narrativas que se utilizan para transmitir dichas verdades históricas. Villani y Froissart no escapan a esta querella.

Para Hayden White, ''la historia no es una cuestión de 'verdad' sino de elección de un modo de exponer los datos que está, así mismo, determinada históricamente''44. De este modo, podemos recordar, de la mano con Fitzsimons, que si bien la historia puede ser definida como ''el pasado mismo'', el término tiene mucho más que ver con las diferentes versiones que los historiadores han hecho de ese pasado.45 Esto nos ubica en una discusión diferente que no está concentrada tanto en la veracidad de los hechos que se exponen como en las formas de narrativa que se utilizan, y con esto las fronteras entre historia y literatura no son ya tan evidentes. White, en una de sus citas más famosas, lo plantea del siguiente modo:

Vistas simplemente como artefactos verbales no hay diferencia entre la historia y la novela. No es fácil distinguir una de la otra desde un punto de vista formal, al menos que nos acerquemos a ellas con prejuicios específicos sobre el tipo de verdades de las que se ocupan cada una. El propósito del autor de una novela ha de ser el mismo que el propósito del que escribe una historia. Ambos buscan dar una imagen verbal de la ''realidad''. El novelista quizá presenta su concepción de la realidad de forma indirecta, es decir, a través de técnicas figurativas, en lugar de hacerlo directamente [...]: Sin embargo, el novelista construye una imagen de la realidad con la intención de que corresponda en sus rasgos generales a algún aspecto de la experiencia humana que no es menos ''real'' que aquel al que se refiere el historiador. No es, por tanto, un conflicto entre dos tipos de verdad (como nos ha inducido a pensar el prejuicio occidental que considera al empirismo el único acceso a la realidad).46

Estas ideas ayudan a comprender un poco mejor la ''sistemática desvaloración del texto de Froissart'' a partir de las críticas de personajes ilustres de la historiografía decimonónica.47 Desde el punto de vista que resulta de la intersección de sus estilos narrativos característicos y su intencionalidad de registrar sucesos históricos particulares, bien puede considerarse que Froissart y Villani se encuentran a medio camino o en un punto intermedio entre la historia y la literatura. Pero esto no debe restarle valor a sus crónicas como elaboraciones históricas. Al contrario, nos permite apreciar un elemento adicional del ejercicio histórico de los siglos XIII y XIV que trasciende el conocimiento de episodios, fechas y nombres. Se trata aquí de la apreciación de una forma de narrativa que, como dijimos al comienzo de este documento, le sirve a hombres como Froissart para controlar el paso de tiempo, del ''tiempo asesino''. ''Historia y novela, realidad y drama, en íntima conexión''.48 Se trata, en últimas, de una forma de narrativa que, guardando estrecha relación con la literatura de la época, resulta ser una estrategia especialmente útil para Villani y Froissart, útil para alcanzar el cometido que debió inspirar la decisión de este último por la vida religiosa y, con ella, su consagración al oficio de historiador: hacerle frente al paso del tiempo.

 

A manera de conclusión: Confluencias entre Antropología e Historia

Luego de varios siglos de haber sido concebidas, las crónicas de Villani y Froissart (pero sobre todo las del último) fueron blanco de una sistemática campaña de desprestigio al caer en el centro de las críticas de historiadores decimonónicos con ''prejuicios positivistas e institucionalistas ante un texto que es histórico y literario al mismo tiempo''49. En el centro de estas críticas estaba el ilustre Jules Michelet, quien en la segunda mitad del siglo XIX llamaba a Froissart el ''Walter Scott de la Edad Media''50. De igual forma, durante la primera mitad del siglo XX otros académicos no ocultaron su hostilidad profesional hacia el trabajo del canónigo francés. Así, por ejemplo, Auguste Moliner lo consideraba un investigador ''superficial e incapaz de revelar las intenciones de los príncipes'', a la vez que Paris Gaston y Alfred Jeanroy lo veían como ''un autor que no reflexionaba en los eventos que describía'', pues dejaba escapar lo cotidiano y no le prestaba mayor atención a lo que no resultaba especialmente brillante a sus ojos; e incluso, en esta misma dirección, el medievalista Albert Pauphilet pensaba que, comparado con otros escritores de su tiempo, la comprensión que Froissart tenía del mundo y la sociedad en que vivía era demasiado limitada y, por lo mismo, no le parecía un personaje muy inteligente.51 Como puede verse, el principal cuestionamiento recaía en la legitimidad del relato y de la memoria que Froissart había construido, esto en una época en la que la investigación histórica, justamente imbuida de positivismo, se volcaba frenéticamente hacia los archivos oficiales para darle un halo de credibilidad y cientificismo a su labor. Sin embargo, por la misma época John Huizinga, el famoso precursor de la historia cultural, se pronunció vigorosamente en contra de esta tendencia y a favor del cronista francés:

En términos generales, los medievalistas de nuestra época se muestran poco favorables a la caballería. Con la ayuda de los archivos, en los cuales ciertamente poco se menciona a la caballería, han alcanzado éxito en la empresa de ofrecernos una imagen de la Edad Media de carácter tan acentuadamente económico y social, que a veces tendemos a olvidar que después de la religión, el concepto caballeresco fue la idea de mayor influjo sobre la mente y el corazón de esos hombres de otros tiempos.52

De este modo, Froissart fue instalándose poco a poco otra vez en el centro de los intereses de la historia, ahora por su pertinencia en temas como la historia de la cultura o de las mentalidades. En efecto, para estudiosos como George T. Diller, William Brandt, Peter F. Ainsworth y Michel Zink, los escritos de Froissart constituyen una ventana privilegiada para el estudio de las mentalidades, valores y actitudes predominantes en el mundo caballeresco del siglo XVI; más aún, su tipo particular de narrativa representa una interesante dilucidación del ethos social relacionado con el ideal caballeresco durante buena parte de la Baja Edad Media.53 Con todo y estos reconocimientos, a los que se puede sumar el interés que la obra de Froissart despertó entre algunos de los medievalistas adscritos a la reconocida Escuela de los Annales, entre ellos Marc Bloch, Georges Duby y Jacques Le Goff, todavía queda mucha tela por cortar.54 Terrenos de factura interdisciplinaria como la antropología histórica contemporánea pueden sacar mucho provecho en varios de los asuntos aquí expuestos.

A pesar de los estereotipos asociados a sus prácticas investigativas desde el siglo XIX, antropología e historia comparten un objeto común: el ser humano. El que una se haya concentrado, desde una mirada tradicional, en la dimensión sincrónica y la otra en la diacrónica no le resta significancia a las grandes afinidades que hay entre ellas. Sin embargo, la tradición académica decimonónica, en su intento de darle forma a las disciplinas sociales, se encargó de poner una barrera epistemológica y metodológica casi infranqueable entre ambas. Mientras los historiadores se encargaron del pasado del hombre occidental a partir de la información que se podía encontrar en archivos documentales, preferiblemente oficiales, los antropólogos volcaron su mirada al presente de las sociedades más distantes a las suyas, culturalmente hablando. De este modo, las bibliotecas se llenaron de historias escritas desde el paradigma del historicismo y desde las corrientes historiográficas que le siguieron, y de toda una suerte de etnografías y de tratados antropológicos que intentaban ponderar la unidad biológica de la especie con la diversidad cultural que se podía constatar por todo el planeta.

Sin embargo, durante el siglo XX empezaron a surgir intentos tímidos por acortar el abismo y vislumbrar perspectivas interesantes de investigación que invitaban a la utilización de modelos, métodos y enfoques de ambas disciplinas. La Escuela de los Annales, la antropología social británica, los historiadores marxistas británicos, la nueva historia cultural y la microhistoria, entre otras corrientes, exhibieron facetas muy interesantes de estos intercambios. Así mismo, algunas mentes sobresalientes tendieron lazos de integración más radicales desde las orillas de sus propias disciplinas. Sucesivamente, Claude Levi-Strauss, E. E. Evans-Pritchard, Keith Thomas, E. P. Thompson, J. Goodman, Bernard Cohn, Marc Augé y John Davidson, por mencionar unos pocos, reflexionaron en torno a la vinculación de la historia y la antropología.55 Para algunos de ellos, no existe una auténtica diferencia de objeto o método entre ambas disciplinas, sino que en definitiva ambas procuran hacer inteligible la vida de unos hombres a otros hombres. Si la distancia que existe entre unos y otros es cultural (espacial) o temporal viene a resultar en un asunto secundario, pues en últimas, ''el espacio de la antropología es necesariamente histórico'' y el tiempo histórico es inevitablemente ''un tiempo antropológico''.56

De este modo, historia y antropología resultan en muchos sentidos ''indisociables'', una idea que preconizaron con entusiasmo Levi-Strauss y Evans-Pritchard a mediados del siglo XX y que no resultó tan fácil de digerir por sus congéneres académicos de entonces ni tampoco para muchos de los actuales. Curiosamente, al mirar las formas de hacer historia que brillaron en el siglo XIV en la pluma de sujetos brillantes y enigmáticos como Giovanni Villani y Jean Froissart, nos damos cuenta de que las etnografías del pasado pueden ser más añejas de lo que imaginamos. Desde esta perspectiva, Villani y Froissart, auténticos precursores de la antropología histórica, siguen brindando pistas para pensar una sociedad entera del pasado, su cultura y sus valores, y para proyectar nuestros ejercicios investigativos del presente hacia la búsqueda de perspectivas de mucho más alcance, mucho más holísticas y comprensivas.

 


1. J. E. Ruíz Domenec, ''Introducción'', en Jean Froissart, Crónicas (Madrid: Ediciones Siruela, 1988), XXXV.

2. Enrique Moradiellos, El oficio del historiador (Madrid: Siglo XXI, 2003), 35.

3. Aunque el artículo se refiere a estos dos escritores de crónicas medievales, debo reconocer que en virtud de las fuentes, los materiales disponibles y las particularidades de su caso, hay un mayor protagonismo del segundo de ellos en las secciones que siguen.

4. Recuentos sintéticos y bien escritos de este proceso se encuentran en John Arnold, History: A very short Introduction (New York: Oxford University Press, 2000), 15-57; Enrique Moradiellos, El oficio del historiador, cap. 2.

5. Jules Michelet, Historie de France (Paris: 1876), citado en Ruíz Domenec, ''introducción'', XXXI.

6. C. T. Allmand, ''Historians Reconsidered: Jean Froissart'', History Today Vol: 16 n.o 12 (1966), http:// www.historytoday.com/ct-allmand/historians-reconsidered-jean-froissart (Consultado en abril 7 de 2014). Traducción del autor.

7. Kenneth Fowler, ''Froissart, Chronicler of Chivalry'', History Today Vol: 36 no 5 (1986), http://www.historytoday.com/kenneth-fowler/froissart-chronicler-chivalry (Consultado en abril 7 de 2014). Traducción del autor.

8. Tomada de: http://es.wikipedia.org/wiki/Jean_Froissart#mediaviewer/File:Battle_of_crecy_froissart.jpg (Consultado en mayo de 2014)

9. John Burrow, A History of Histories (London: Penguin books, 2007), 277.

10. Kristel Mari Skorge, Ideals and values in Jean Froissart's ''Chroniques'' (Bergen: University of Bergen, 2006), 2, 14-17.

11. John Burrow, A History, 267. Existen diferentes documentos en Internet que se aproximan a la vida y a los escritos de Froissart, así como diversas versiones y ediciones digitales de las Crónicas, algunas de las cuales incluyen interesantes notas e introducciones de los editores. Por ejemplo, en http://www.bartleby.com/35/1/1001.html está disponible una edición de G. C. Macaulay, de comienzos del siglo XIX. (Consultado el 24 de octubre de 2010).

12. John Burrow, A History, 229-230, 277.

13. Jean Froissart, Crónicas (Madrid: Ediciones Siruela, 1988), 1-5. Las Crónicas de Froissart están repartidas en cuatro libros y cubren eventos en el periodo que va de 1322 a 1400 aproximadamente. Del libro I existen al menos tres versiones, la primera de las cuales (conservada en cerca de 50 manuscritos) trae consigo extensos pasajes procedentes de la crónica de Jean le Bel. Las otras dos versiones del libro I (los manuscritos de Amiens y de Roma) son por lo visto reediciones hechas por el propio Froissart hacia el final de su vida y se basan menos en el trabajo de Le Bel. Los manuscritos que se conservan de los libros II (c. 1387), III (1390-1392) y IV (c. 1400) contienen muy pocas diferencias entre sus distintas versiones. Kristel Mari Skorge, Ideals and values, 14, 16-17.

14. John Burrow, A History, 231. Ver: William Stubbs (ed.), The Historical Works of Gervase de Canterbury (Cambridge: Cambridge University Press, 2012 [1880]:).

15. John Burrow, A History, 230.

16. Froissart, Crónicas, 3. Entre las ediciones originales de las Crónicas sobresalen las siguientes: Les Chroniques de sire Jean Froissart, ed. J. A. C. Buchon (Paris: Éditions du Pantheón Littéraire, 1838-1842); Oeuvres complétes de Froissart, ed. Baron J. B. M. C. (Bruselles: Kervyn de Lettenhove, 1867-1877); Chroniques de Froissart, ed. León Mirat-A, Mirot (Paris: S. H. F., 1957).

17. ''...matters of great renown''. Froissart, citado por John Burrow, A History, 267.

18. Bartolomé Bennassar, La Europa del Renacimiento (Madrid: Anaya, 1988); Alfred Von Martin, Sociología del Renacimiento (Colombia: Fondo de Cultura Económica, 1996).

19. Mark Phillips, ''Machiavelli, Guicciardini, and the Tradition of Vernacular Historiography in Florence'', The American Historical Review Vol: 84 no 1 (1979): 86-94.

20. ''Dios ha sido suficientemente bueno para permitirme visitar las cortes y lugares de reyes [...]: y todos los nobles, reyes, duques, condes, barones, y caballeros, pertenecientes a todas las naciones han sido amables conmigo, me han escuchado, recibido gustosamente, y me han resultado muy provechosos [...]: A donde quiera que fui pregunté por reyes antiguos y escuderos que habían participado de obras de armas, y pude hablar con autoridad acerca de ellos, y también hablé con heraldos con el fin de verificar y corroborar todo lo que me era dicho. De este modo recopilé hechos nobles para mi historia, y en tanto sigo vivo, continuaré, por la gracia de Dios, haciendo esto, porque entre más trabajo en esto más placer tengo, y confío que el gentil caballero que ama las armas será nutrido de tan nobles comportamientos, y realizará aún más.'' Traducción del autor. Froissart, citado por G. C. Macaulay (ed.), ''Introductory note'', en The Chronicles os Froissart (The Harvard Classics, 1909-1914), http://www.bartleby.com/35/1/1001.html (Consultado el 24 de octubre de 2010).

21. Tomada de: http://badwila.net/ball/index.html (Consultado en mayo de 2014).

22. Ruíz Domenec, ''Introducción'', en Froissart, Crónicas, XXII.

23. Froissart, Crónicas, 76.

24. John Burrow, A History, 264-265; Kristel Mari Skorge, Ideals and values, 26-67.

25. Froissart, Crónicas, 5.

26. Kristel Mari Skorge, Ideals and values, 173-198.

27. Kristel Mari Skorge, Ideals and values, 2-3. Ver: David Green, The battle of Poitiers 1356 (Stroud:History Press Limited, 2008).

28. Tomada de: http://nobleyreal.blogspot.com/2010/09/el-delfin-de-francia-dauphin-de-france.html (Consultado en mayo de 2014).

29. Froissart, Crónicas, 27-28.

30. Froissart, Crónicas, 67.

31. Tomada de: http://www.medievalum.com/hallan-el-cuerpo-mutilado-del-amante-gay-de-eduardoii/ (Consultado en mayo de 2014).

32. Mark Phillips, ''Machiavelli, Guicciardini'', 86-94.

33. Para análisis interesantes de estas ideas en relación a casos colombianos se puede consultar: Marta Zambrano y Cristobal Gnecco (eds), Memorias hegemónicas, memorias disidentes. El pasado como política de la historia (Bogotá: ICANH, Universidad del Cauca, 2000).

34. Mark Phillips, ''Machiavelli, Guicciardini'', 86.

35. ''Adonde quiera que fui pregunté por reyes antiguos y escuderos que habían participado de obras de armas, y pude hablar con autoridad acerca de ellos, y también hablé con heraldos con el fin de verificar y corroborar todo lo que me era dicho.'' Traducción del autor. Froissart, citado por G. C. Macaulay (ed.), ''Introductory note''.

36. Ruíz Domenec, ''Introducción'', XXII; Kristel Mari Skorge, Ideals and values, 2.

37. Ruíz Domenec, ''Introducción'', XXII.

38. Froissart, Crónicas, 3.

39. Froissart, Crónicas, 41, 42, 43, 48-49.

40. Burrow, A History, 275.

41. ''Nothing in the story is abstract. Streets, squares, bridges, families, all are individually named, for the chronicler assumes in his reader an equal intimacy with the city.'' Mark Phillips, ''Machiavelli, Guicciardini'', 89. Taducción del autor.

42. Villani, Crónica, citado en inglés por Mark Phillips, ''Machiavelli, Guicciardini'', 89-90. Traducción del autor.

43. Joanne Rappaport, La política de la memoria. Interpretación indígena de la historia en los Andes colombianos (Popayán: Universidad del Cauca, 2000). Ver además: Zambrano y Gnecco (eds.), Memorias hegemónicas.

44. Hayden White., citado por Joane Rappaport, La política, 41-42.

45. M. A. Fitzsimons, ''Ranke: History as Worship'', The Review of Politics Vol: 42 n.o 4 (octubre, 1980), 533.

46. Hayden White (1978), citado por Joane Rappaport, La política, 42.

47. Ruíz Domenec, ''Introducción'', XXXI.

48. Ruíz Domenec, ''Introducción'', XXXV.

49. Ruíz Domenec, ''Introducción'', XXI.

50. Michelet, Historie de France, citado por Ruíz Domenec, ''Introducción'', XXXI.

51. Skorge, Ideals and values, 4.

52. John Huizinga (1921), citado por Ruiz Domenec, XXXI-XXXII.

53. Skorge, Ideals and values, 4-7. Ver especialmente: George T. Diller, Attitudes chevalereques et Réalités politiques chez Froissart. Microlectures du premier livres des Chroniques (Genève: Droz, 1984).

54. Ver por ejemplo: Marc Bloch, Los reyes taumaturgos (México: FCE, 1988) y Jacques Le Goff, La civilización del Occidente medieval (Barcelona: Paidós, 1999).

55. Claude Lévi-Strauss, ''Historia y Etnología'', en Antropología estructural (Barcelona: Altaya, 1994), 49-72; E. E. Evans-Pritchard, ''Antropología e historia'', en Ensayos de antropología social (Madrid: Siglo XXI, 1978), 44-67; Keith Thomas, ''History and Anthropology'', Past and Present no 24 (1963): 3-24; J. Goodman, ''History and Anthropology'', en M. Bentley, Companion to Historiography (London: Routledge, 1997), 792-794; Marc Augé, ''El espacio histórico de la antropología y el tiempo antropológico de la historia'', en Hacia una Antropología de los mundos contemporáneos (Barcelona: Gedisa, 1998), 11- 31; John Davidson, ''History and anthropology'', en Making History: An introduction to the History and Practices of a Discipline, eds. Peter Lambert y Phillipp Schofield (New York: Routledge, 2004), 150-161.

56. Marc Augé, ''El espacio histórico'', 15.


 

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