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Historia y Sociedad

versão impressa ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.29 Medellín jul./dez. 2015

https://doi.org/10.15446/hys.n29.50469 

ARTÍCULO DE REFLEXIÓN

 

DOI: 10.15446/hys.n29.50469

 

De la history a la herstory: un debate inconcluso

 

From history to herstory: an unfinished debate

 

 

Leidy Carolina Navarro Antolínez**

**Magíster en Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Bogotá-Colombia. Correo electrónico: lcnavarroa@unal.edu.co

 

Artículo recibido el 2 de febrero de 2014 y aprobado el 1 de octubre de 2014.

 


Resumen

En este artículo se reflexiona sobre la relación género, mujeres e historia. Para ello, en primer lugar, consideramos la manera en que la historia social interpretó al movimiento feminista y la teoría de género. En la segunda parte caracterizamos lo que se dio a conocer como historia de las mujeres, historia feminista e historia de género, aunque –como veremos– los límites de estas categorías son difusos. En la última parte establecemos un diálogo entre dos de las más notables representantes de este debate: Joan Scott y Simone de Beauvoir, sobre sus respectivas maneras de abordar la historia de las mujeres y del género, y sobre las ideas de método de las que cada una hace uso.

Palabras  clave: Teoría, historia, género, feminismo, Simone de Beauvoir, Joan Scott.


Abstract

In this paper, there is a reflection about the relationship between gender, women and history. First, we consider the way in which social history understood the feminist movement and the gender theory. Second, we characterize what was known as women's history, feminist history and gender history, although, as will be seen, the boundaries of these categories are blurred. Finally, we establish a dialogue between Joan Scott and Simone de Beauvoir, about their own ways to see the history of women and gender, and about the ideas of method used by them.

Keywords: Theory, history, gender, feminism, Simone de Beauvoir, Joan Scott.


 

 

1. Sobre la recepción del Movimiento Feminista y de la Teoría de Género en la Historia Social

Cuando miramos hacia atrás, después de casi cincuenta años, es fácil observar que una parte de los representantes de la historia social malentendieron el significado histórico de los movimientos políticos de los años sesenta en general, y del movimiento feminista en particular. Raymond Aron llegó a la conclusión de que las manifestantes de la década del sesenta carecían totalmente de objetivos políticos; según él, debían ser entendidas como el emblema del teatro callejero y colectivo, como las representantes de un ''psicodrama'' o ''delirio verbal'', porque en su conjunto no constituían más que ''una gran liberación de sentimientos reprimidos''1. Eric Hobsbawm, quien en el momento era un militante de izquierda comprometido y parte del partido comunista inglés de mediana edad (aunque con pocas esperanzas en que las cosas cambiaran, porque tenía la carne de su espalda herida por las decepciones que le habían dejado las experiencias de la degradación del socialismo en estalinismo y del liberalismo político en fascismo), no compartió el optimismo casi cósmico de los movimientos políticos de aquella época. Detengámonos un poco más en la lectura que hizo este notable historiador británico del momento político de los sesenta y, en especial, del movimiento feminista.

Según Hobsbawm, en los eslóganes que se hicieron rápidamente famosos en la década de los sesenta como ''prohibido prohibir'', cabía advertir que el deseo de los movimientos de la época no era crear un nuevo tipo de sociedad, comunista o de otro tipo; más bien, lo que se podía ver en este tipo de consignas era el ideal individualista de esa generación de deshacerse de todo lo que se creyera en el derecho ''de prohibir a alguien realizar lo que su ego y su ello deseara hacer''. Según lo expresa en The Age of Extremes, The Short Twenteth Century: 1914-1991, consignas como: ''tomo mis deseos por realidades, porque creo en la realidad de mis deseos'', ''cuando pienso en revolución me entran ganas de hacer el amor'', ''disfrutad de vuestros orgasmos sin trabas'' o, la del nuevo feminismo, ''lo personal es político'', no podían ser denominadas como políticas, porque ''el subjetivismo era su esencia'', es decir, obedecían a intereses, motivos y búsquedas personales y en modo alguno conducían a un propósito social, colectivo. Lo que cada uno de los egos que participó de los movimientos de los sesenta deseara hacer, lo llamaría político. No se trataba ni de consignas ni de movimientos políticos, ni siquiera en el estricto sentido de abogar por la derogación de leyes represivas, porque ''eran anuncios públicos de sentimientos y deseos privados''2.

Según esta interpretación, las movilizaciones de los años sesenta han de ser vistas como la asimilación de la liberación política a la liberación personal, como ''el triunfo del individuo sobre la sociedad o, mejor, como la ruptura de los hilos que hasta entonces habían imbricando a los individuos en el tejido social''3. Ciertamente, aquellos movimientos políticos daban por sentado que el mundo estaba compuesto por millones de seres humanos, cada uno de los cuales iba en pos de la satisfacción de sus propios deseos, incluyendo deseos que hasta entonces la tradición prohibía o veía con malos ojos (como el consumo de drogas y el disfrute público y sin reservas de la vida sexual); estos deseos ahora estaban permitidos en la medida en que eran compartidos por un gran número de egos. No obstante, el tejido social no se compone de búsquedas individuales, sino también de modelos generales de relaciones y de pautas individuales que hacen previsibles ciertas conductas en el trato mutuo de los individuos; sin embargo, los hechos que tuvieron lugar en la década del sesenta y las reivindicaciones del movimiento feminista no se agotan en esta interpretación.

En 1969 Eric Hobsbawm escribió un artículo poco comprensivo sobre el movimiento feminista titulado ''Revolución y sexo''4. Allí señaló que si había una relación entre estas dos dimensiones de la vida humana, era negativa, porque, como lo habían hecho notar varias investigaciones históricas, hasta entonces los gobernantes habían mantenido a los grupos de esclavos y de pobres callados a menudo haciendo uso del fomento de la libertad sexual y del amor libre entre ellos. El sexo había servido históricamente más para evitar la revolución que para pronunciarla y menos aún cabía la idea de una ''revolución sexual''. A juicio de Hobsbawm, entre estas dos categorías lo único que cabía era una oposición y, de ninguna manera, una alianza. Sostenía que toda revolución tiene una faceta libertaria; sin embargo, aseguraba, ''en sí misma, la rebelión cultural y la disidencia cultural son síntomas, pero no fuerzas revolucionarias''. Terminaba anotando del movimiento feminista de los sesenta que ''cuanto más prominente es, más podemos estar seguros de que lo importante no está ocurriendo''5. Ahora bien, Hobsbawm no captó que el movimiento feminista tenía unos intereses distintos a los de la izquierda tradicional, quizás más fundamentales. Para el feminismo ''lo importante'' no era el derrocamiento del capitalismo o de algunos regímenes políticos opresivos y corruptos, sino la abolición de los modelos tradicionales de las relaciones existentes entre hombres y mujeres, y del comportamiento del individuo en el seno mismo de la sociedad ya establecida. Con la consigna ''lo personal es político'', la revolución feminista no solo quería socavar las bases de las relaciones tradicionales entre hombres y mujeres, sino también la política de la izquierda tradicional. Como Hobsbawm lo admitió en una ocasión: ''estábamos sencillamente equivocados al considerar a estas rebeldes como una fase o variante más de la izquierda''6. En una obra más reciente afirmó que ''no hay duda de que la emancipación de la mujer ha sido uno de los grandes fenómenos históricos del siglo XX. La cuestión para el siglo XXI es fijar lo que queda por hacer''7.

Una de las formas de romper las ataduras de la dominación y de las normas sedimentadas por la tradición fue, para el movimiento feminista, el sexo. No es que el sexo fuera poco corriente antes de la década de los sesenta, sino que estaba rodeado por un universo de prescripciones que afectaba casi exclusivamente a las mujeres: la exigencia de la virginidad antes del matrimonio para preservar el honor, que en los hombres venía mediado por la guerra o por enfrentamientos con otros hombres; de ambos sexos se exigían relaciones sexuales exclusivas con el (o la) cónyuge, sin embargo, si era una mujer la que desobedecía la regla la sanción a la que iba a ser sometida (de tipo moral, social o incluso penal) era incomparable con la sanción a la que era sometido un hombre; la restricción en el goce de la vida sexual aplicaba casi exclusivamente para las mujeres, etc. La importancia de la liberación sexual promovida por el movimiento feminista radicaba en que con ella rechazaban explícitamente la vieja ordenación histórica de las relaciones entre hombres y mujeres dentro de la sociedad, expresadas, sancionadas y simbolizadas por las convenciones y prohibiciones sociales. Se trataba de ''una revolución de la vida cotidiana'', cuyo propósito era transformar las relaciones interpersonales. El movimiento feminista quiso derrocar a la sociedad existente, y no solo esquivarla o dejarla de lado, cambiando las instituciones y relaciones que hasta entonces habían resultado menos proclives al cambio: el matrimonio, la familia, la maternidad, la idea de que el hombre es superior a la mujer, es decir, el patriarcado. No podemos afirmar que no fue políticamente efectivo. Después de todo, cualquier hombre de este siglo, y casi todos los que tienen una filiación con la izquierda en nuestra época, aceptan la necesidad de continuar en embestida contra el machismo, aun cuando en sus vidas cotidianas sean más machistas de lo que estarían dispuestos a reconocer.

Ahora bien, la historia social no solo no supo escuchar al movimiento feminista, en la medida en que lo consideró como algo políticamente irrelevante o incorrecto, o –siguiendo el dicho de los ortodoxos de izquierda de la época– como ''gente que todavía no sabe qué es lo que quiere ni cómo conseguirlo''8, sino que tampoco atendió a los nuevos interrogantes que la teoría de género introdujo en el estudio del pasado. En el mismo seno de la tradición de la historia social floreció el debate teórico introducido por el nuevo feminismo. Inicialmente, este debate no quiso salirse del marco del consenso materialista: afrontaron el dualismo materialista ''base/superestructura'' quedándose en un idioma marxista repensado. Hasta finales de la década de los setenta, la temática del género venía inspirada más por el deseo de reestructurar la historia social, que por la pretensión ''de crear, simplemente, otra especialidad [...] De este modo, la historia social necesitaba ahora cumplir su promesa totalizadora''9. Si la historia social no quería claudicar ante su pretensión de ser una historia de la sociedad, tenía que introducir dentro de sus estudios la vida de las mujeres, es decir, a la mitad de la humanidad, y sus relaciones con los hombres.

Así, por ejemplo, la historia social (o de la sociedad) de Alemania occidental empezó a renovar este campo de estudio dejando a un lado el estructuralismo marxista e inspirándose en tradiciones teóricas y políticas relacionadas con el movimiento estudiantil, la New Left, el nuevo feminismo y los partidos verdes. En medio de este proceso, la temática del feminismo empezó a ingresar tímidamente en la historia social alemana mediante los estudios sobre la vida cotidiana. En 1977 Alf Lüdtke, Jürgen Reulecke y Wolfhard Weber editaron un número de la revista Estudios e In-vestigaciones Sociales titulado ''La historia social de la vida cotidiana en la época industrial''10, que cubría aspectos relacionados con el tiempo de trabajo, la familia y el ocio. La historia del trabajo se superaba para explorar temáticas que conectaban con los problemas de la familia, el hogar y el ocio. Hasta entonces, en los trabajos de los investigadores de la ciencia social histórica se omitían estos ''interiores'', a los que se les veía como un más acá –o más allá– de las ''estructuras, procesos y modelos'' del análisis social; este nuevo estudio, por su parte, convertía en problema la experiencia diaria de la gente en las situaciones concretas de su vida, la experiencia de una madre con sus hijos, de una mujer con su esposo. El problema de esta orientación –como lo veremos en el siguiente apartado– fue que terminó subsumiendo la historia de las mujeres en la historia de la familia y de la vida cotidiana.11

A finales de los setenta, quienes impulsaron la temática del género en la historia social pasaron a cuestionar asuntos más sustanciales: la metáfora ''base/superestructura'', el determinismo económico desarrollado especialmente en el Prefacio a la edición de 1859 de El Capital12, la concentración de los estudios sobre el pasado en la categoría de clase. El feminismo insistió en que amplias categorías de trabajo no debían marginarse durante más tiempo en la historia de la clase obrera y en que la temática de género no podía ser simplemente subsumida en los términos analíticos que el concepto de clase proponía. Esta perspectiva teórica se vio acompañada durante los años ochenta de unos programas políticos que no armonizaban –ni pretendían armonizar– con el programa de la vieja izquierda13. Sea como fuere, se iba abriendo una brecha cada vez más profunda entre la historia social y la historia de género, entre el análisis centrado en la clase y el análisis que ponía en la base la categoría de género.

La falta de percepción de la historia social de los debates introducidos por la teoría de género fue tal que en la década de los ochenta el ''reconocible trasfondo materialista'' de la teoría de género14, es decir, la búsqueda de una armonización entre historia social y teoría de género, se fue disolviendo cada vez más. Los números de la History Workshop Journal, ''historia feminista'' y ''sociología e historia''15, publicados a mediados de los setenta, revelaban una marcada continuidad con los puntos de partida del materialismo histórico crítico de la década de los setenta del que se nutrió la historia social; el editorial de 1980 de esa misma revista16, entonces rebautizada como Revista de Historiadores Feministas y Socialistas, marcaba unas enconadas disputas contra ''el materialismo fundacional'', es decir, el de la relación base/superestructura. La nueva crítica literaria llegó con los balances de Mary Poovey y Joan Scott durante la segunda mitad de la década de los ochenta. La comprensión teórica del género empezó a transformar el estudio de la sociedad y de la historia en términos teóricos y empíricos, y cuanto más se separaban los caminos de la historia social y de la teoría de género tanto más se profundizó la crisis de aquella. Desde nuestra perspectiva, consideramos que la separación entre historia social e historia de género no es en modo alguno inevitable; es resultado de una construcción teórica deficiente: una historia social bien pensada debe incluir, inevitablemente, la problemática de la historia de las mujeres.

 

2. Un Debate Inconcluso: ¿Historia de las Mujeres, del Género o Feminista? 

Desde los años sesenta obras como las del reconocido historiador Fernand Braudel, Civilización Material, Economía y Capitalismo. Siglos XV-XVIII17, así como las de Philippe Ariès sobre historia de la familia y las de Michel Foucault sobre historia de la sexualidad, abrieron un nuevo horizonte historiográfico que tomó distancia de los análisis y las descripciones de la vida política, para acercarse más a aspectos de la vida cotidiana y social que antes no habían sido explorados. Un acercamiento a ''los mundos interiores de la casa, la comida y el vestido'', y también a los poco abordados mundos de la familia y de la sexualidad, en los que se encontraron con las mujeres.18 En ese encuentro aportaron con sus investigaciones valiosos conocimientos sobre la situación de esa mitad de la humanidad por la que los historiadores hasta el momento no se habían interesado. Sin embargo, como lo advierte Carmen Ramos19, esta historiografía no puede considerase historia de las mujeres, por cuanto su objeto de investigación no es la mujer como sujeto histórico y no responde a las cuestiones teóricas sobre lo que constituye propiamente una historia de las mujeres en cuanto que mujeres; además, esta historiografía no contempla las variaciones históricas de la idea de mujer; si así fuera, es decir, si se entendiera por historia de la mujer una historia de la familia, de la cotidianidad o de la sexualidad, significaría reducirnos al ámbito de la familia y a la condición de objeto sexual, dejando de lado las preocupaciones por la situación histórica de las mujeres en los diferentes escenarios de la vida social.

De no ser esta historiografía la historia de las mujeres, ¿cuál es entonces y en qué consiste? Al respecto Carmen Ramos20, Gisela Bock21 y Johan Scott22 coinciden en hacer una distinción entre lo que se ha denominado historia de la mujeres e historia del género, mientras que otras autoras como la historiadora estadounidense Joan Kelly Gadol23, no hace tal diferenciación. La historia de las mujeres, de la que hablan las primeras, representa una apuesta y un efecto del movimiento de mujeres de los años sesenta y setenta más que una genuina innovación académica. Con relación a esto, Carmen Ramos afirma: ''la necesidad de conocer la historia de las mujeres obedece, en buena medida, a la influencia del movimiento feminista que con su preocupación por situar a las mujeres como sujetos históricos, ha subrayado la necesidad de evaluar su presencia, su importancia y significado en una sociedad y un momento determinado''24. Proceso especialmente emblemático en el caso de los Estados Unidos, en donde los estudios sobre la mujer se originaron ''en los medios académicos mucho antes y con mayor éxito que en otras partes producto del movimiento feminista''25. Estos estudios se desarrollaron en el corazón de una tradición de luchas contra la esclavitud agenciadas desde el siglo XIX y dentro del movimiento feminista de la década del sesenta, que desde la distancia temporal fue interpretado como el feminismo de la igualdad, interpretación en la que coinciden las autoras anteriormente citadas.

El feminismo de la igualdad se entendió como uno cuyo objetivo principal era el análisis y la movilización frente a la situación de subordinación de la mujer, buscando generar nuevas definiciones de esta a través de la exigencia de igualdad frente a las condiciones laborales, políticas y jurídicas de los hombres. De esta corriente se desprende en los años ochenta lo que se ha denominado feminismo posestructuralista, el cual insiste en rechazar todo intento de definición de la mujer dados los peligros que esto entraña: estereotipar y encasillar al sujeto femenino. Corriente fuertemente influenciada por teóricos y teóricas como Julia Kristeva, Jacques Lacan, Michel Foucault y Jacques Derrida, quienes se propusieron ''deconstruir nuestras mismas estructuras mentales. A la mujer la definieron como aquello que no puede definirse que escapa a toda definición [...] se trata de deconstruir la concepción de mujer y de hombre, y quedar sólo con la decisión de no terminar nunca de desmontar cada nueva certidumbre que venga a remplazar a la anterior''26. En este contexto, representantes del movimiento feminista dirigieron sus críticas contra los programas de las universidades estadounidenses y demandaron la apertura de cursos sobre historia de las mujeres, petición que fue progresivamente satisfecha tanto en cursos como en la organización de importantes conferencias, unos y otras liderados en su mayoría por representantes del movimiento feminista. Un proceso similar tuvo lugar en Francia durante estos mismos años.

Ahora bien, los trabajos resultantes de este influjo del movimiento feminista sobre la academia se enfrentaron a una doble crítica: por una parte, el mundo académico cuestionó la rigurosidad y neutralidad de las investigaciones procedentes de académias abiertamente comprometidas con el movimiento feminista; por otra, las organizaciones feministas interpelaron a estas académicas porque consideraban que llevar las preocupaciones del movimiento político al ámbito académico no solo las conducía a un sitio de neutralidad y distancia que consideraban políticamente inaceptable, sino que también hacía poco efectivas y llamativas las reclamaciones del movimiento feminista. Dicho de otra manera, la historia que se configuró en los años sesenta trajo como problemas ''la tensión entre la participación política en un movimiento y el tipo de labor que se espera de una erudita''27.

El tipo de historia que se configuró en este contexto se lo ha denominado ''historia de rescate''28 o ''historia compensatoria'', que partía de dos premisas: por una parte, reintegrar a las mujeres en la historia y, por otra, restituir a las mujeres su historia; ''es necesario analizar a la mujer como sujeto histórico y paralelamente crear una consciencia de la especificidad histórica femenina tanto entre las propias mujeres, como en ámbitos más amplios, sobre todo en los universitarios y en los de la historiografía oficial''29. Desde este horizonte, la ''pretensión de identificación'' dominó los trabajos que sobre la historia de las mujeres produjo el movimiento feminista en la academia. Por identificación se entendió la búsqueda de mujeres en las que las historiadoras se reflejaran a sí mismas, y en las que encontraran las pruebas tanto de su resistencia como de sus nociones de opresión''30. En esta definición de la historia de las mujeres los temas a tratar fueron especialmente el trabajo, la familia, la política, el Estado, la ideología, la enseñanza religiosa, los mitos y fundamentalmente la dominación y la resistencia. Desde aquí se interpretaron las vidas, por ejemplo, de las amas de casa y de las madres como falsa conciencia. Esto lo afirma una de las mayores críticas a este tipo de historia de las mujeres, la historiadora Selma Leydesdorff, quien asegura que ''es evidente que necesitamos otros conceptos al estudiar la experiencia de la vida cotidiana de las mujeres del pasado. La dicotomía entre opresión y resistencia, de la que se derivó la idea de falsa conciencia, es un modelo de explicación sobre-simplificado [...]. Ante todo debemos preguntarnos por qué tanta información acerca de las mujeres ha sido olvidada, reprimida y omitida''31.

Otra crítica hacia este tipo de historia de las mujeres –fundida con los intereses del movimiento feminista– fue sugerida por la historiadora Joan Scott. Según ella, la historiografía de la mujer ha enfrentado varios problemas para responder a la especificidad de la historia femenina. Scott enuncia los tres más comunes: 1) El énfasis en el patriarcado como causa universal de la opresión femenina, concepto que expresa una constante atemporal de las formas de subordinación femenina. 2) La perspectiva marxista según la cual la clave está en la explicación de la reproducción como producción, y sobre todo, en hacer extensivos los estudios de las relaciones de producción al interior de la familia. 3) La explicación psicoanalítica que recurre a la fijación inconsciente del sujeto en la naturaleza o en la cultura para explicar la identidad de género de los sujetos.32

Más allá de las críticas anotadas, hemos de reconocer las implicaciones e importancia teórica para la disciplina de la historia de esta tendencia denominada historia de las mujeres. Según Joan Kelly Gadol, la historia feminista ''ha revitalizado la teoría, ha sacudido las bases conceptuales de la investigación histórica, mediante la revisión de tres de los principales puntos de interés de la reflexión histórica: a) la periodización, b) las categorías de análisis social, c) las teorías del cambio social''33. En la medida en que cambiaban las temáticas y los actores protagonistas del pasado, la periodización no tardó en correr la misma suerte. La periodización usada como medio de diferenciación en la historia masculina cambió con la introducción de la historia femenina: ¿se pude hablar de Renacimiento en los siglos XVI y XVII cuando se investiga la historia de las mujeres?, ¿han tenido el mismo significado las diversas confrontaciones armadas que se han vivido, por ejemplo, en Colombia para los hombres y para las mujeres? Más aún: ¿no marca más un punto de ruptura para la historia de las mujeres colombianas la llegada de la radio a los hogares –que les garantizó que nunca más iban a estar solas, además que en adelante tendrían acceso al mundo público mediante la información proporcionada por los noticieros–, no marca más eso una ruptura en sus vidas que la proclamación de la Independencia de 1810?

Por lo demás, la nueva historia de las mujeres se sirvió de narraciones, biografías, relatos y de métodos como el análisis demográfico. Sin embargo, según lo anota Michelle Perrot, no se ha aportado una metodología novedosa, aunque sí información nueva producto de la aplicación de las herramientas ya señaladas. Además, nunca prevaleció un solo método, sino que la historia de las mujeres ha estado signada por ''un saludable eclecticismo que a lo largo de los años produjo visiones innovadoras e importantes. La tendencia, si realmente ha existido alguna, ha consistido en apartarse de la simple documentación sobre el protagonismo de las mujeres en favor de una preocupación por el género como categoría de análisis''34. Ahora bien, en lo tocante a las fuentes, varias teóricas coinciden en señalar que no solo se necesitan más –y más variadas– fuentes, sino también analizar desde otra perspectiva las ya existentes para hallar las huellas de las mujeres; huellas por las que nadie antes se preguntó. ''Es bien sabido que los registros no hablan por sí solos, no son hechos crudos, siempre son procesados''35. También hay que volver la mirada sobre fuentes que antes no habían sido utilizadas: las fuentes privadas (como la correspondencia familiar), las fuentes literarias, la iconografía, la fotografía, los diarios, los archivos y las colecciones sobre mujeres. Del mismo modo, las aportaciones de la historia oral pueden resultar instructivas para la reconstrucción de este tipo de historia, porque en la narración se pone en cuestión la dicotomía público/privado y la oposición entre acontecimiento y cotidianidad. ''Nos apoyamos sobre todo en las fuentes orales, cuyo uso sabemos que ha reforzado la hipótesis de que un grupo puede constituirse por medio de su memoria''36.

 

3. Simone de Beauvoir y Joan Scott: un diálogo sobre género e historia 

Como se ha sugerido en las dos secciones precedentes de este escrito, la introducción de la temática del género en la historia condujo a replantear la naturaleza misma de la historia social que ya en la década de los setenta no podía ocultar su división en diversos tipos. El proceso general de la llegada de la historia feminista a la historia social suscitó una indagación en torno a los términos críticos, los conceptos y la teoría conforme a la cual se escribiría la ''historia de ellas'' (her-story)37. La historia, entendida como un cuerpo disciplinario de conocimiento y como una institución profesional, no pudo seguir resistiendo a los embates del nuevo grupo de historiadores(as) preocupados(as) por las mujeres. El efecto de todo este proceso fue la creación de un nuevo campo de conocimiento marcado no solo por numerosas tensiones y contradicciones, sino también por una compleja y creciente comprensión de lo que significaba escribir la historia siguiendo el hilo del género.38 Ahora bien, ¿hacia dónde apuntaba la idea de una reescritura de la historia con perspectiva de género? Implicaba un alejamiento de las interpretaciones ortodoxas del marxismo, incluso de las que trataban de integrar el cuestionado esquema materialista y la historia feminista. Se alejaban de la idea de que el sistema económico determinaba las relaciones de género y planteaban que la subordinación de las mujeres es anterior al capitalismo, de manera que los modos de producción no se corresponden con las formas en que se cristaliza la dominación de la mujer; correlativamente, no compartían la tentativa de introducir en los modos de producción los ''modos de reproducción'', sosteniendo que la dominación sobre la mujer no comporta el mismo status –ni se armoniza con– las formaciones económico-sociales del esquema base/superestructura; se apartaban de quienes argumentaban que ''las exigencias de reproducción biológica'' tienen un poder causal o determinante sobre la división sexual en el capitalismo. En ese sentido, la reescritura feminista de la historia implicaba superar el concepto de clase mediante la categoría de género, porque la noción de clase llevaba aún el lastre de la determinación económica y de que a la base del cambio histórico están las relaciones de producción. La clase implicaba la idea de una causalidad económica y reducía el camino por el que la humanidad había llegado hasta el presente.39 El concepto género implicó subrayar la ocultación de la diferencia entre los sexos bajo las relaciones de clase y la neutralidad de la lengua y, con ello, poner de manifiesto el carácter socio-cultural de esta diferencia.40

¿Qué se puede entender por la categoría género? A continuación intentamos desarrollar esta pregunta a partir de los planteamientos que hace la historiadora estadounidense Joan Scott y del concepto de alteridad de la filósofa francesa Simone de Beauvoir. Claramente, tal acercamiento a la categoría género es limitado y parte del reconocimiento de que importantes contribuciones a esta materia por parte de otras y otros intelectuales no son incluidos en este trabajo; tomamos este camino a fin de concentrar el análisis en las reflexiones de estas dos pioneras de los estudios de los problemas de género desde la escritura de la historia.

Según Scott, el término género sugiere que las relaciones entre los sexos son un aspecto prioritario de la organización social, en lugar de derivar la sociedad de relaciones económicas. El género subraya que los términos de identidad femenina y masculina están, en gran parte, determinados culturalmente; que las diferencias entre los sexos constituyen estructuras y organizaciones sociales jerárquicas41; que las distinciones basadas en el sexo son fundamentalmente sociales, de manera que se rechaza el determinismo biológico implícito en términos como sexo, diferencia sexual y mujer. La idea de género subraya que las definiciones de la feminidad son fundamentalmente relacionales, lo que también quiere decir que en la investigación histórica la consecución de información sobre las mujeres es, necesariamente, información sobre los hombres: el estudio de lo uno implica el estudio de lo otro. El mundo de las mujeres forma parte del mundo de los hombres, ha sido creado dentro de este y por este. Así las cosas, ''el estudio separado de las mujeres contribuye a perpetuar la ficción de que una esfera, o la experiencia de un sexo, poco o nada tiene que ver con el otro sexo''42. Dicho en palabras de Bock, ''se debe entender a las mujeres en términos de relación (con las otras mujeres y con los hombres) no en términos de diferencia y separación. Por ende no debemos estudiar sólo las relaciones entre los sexos, sino también dentro de los sexos''43. Todos estos rasgos hacen que la categoría de género, según Scott, trace un territorio de definición para la historia de la mujer que insiste en la inadecuación de los cuerpos teóricos existentes a la hora de explicar las desigualdades persistentes entre hombres y mujeres.44

Simone de Beauvoir, por su parte, trata de comprender en El Segundo Sexo la situación de alteridad de la mujer. Para ello hace uso de la categoría ''otro'' o ''alteridad''. La mujer, como un ser humano en pleno derecho, igual que el hombre, es considerada por la cultura y la sociedad como ''la otra'', es decir, como un ser diferente del hombre y, por ello, como lo otro de aquel. A la mujer no se la puede definir si no es en relación con el hombre. ¿De dónde le viene a la mujer tal calificación?, ¿por qué no se da la reciprocidad en el uso de esta categoría? Este es el concepto clave en torno al cual gira toda la obra de Beauvoir: explicar por qué la mujer es ''la otra''. Ahora bien, según Beauvoir, ''la mujer se determina y se diferencia con respecto al hombre, y no a la inversa; ella es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, es el Absoluto: ella es la alteridad. La categoría de otro es tan originaria como la consciencia misma''45. Más adelante anota: ''la alteridad es una categoría fundamental del pensamiento humano. Ningún colectivo se define nunca como uno sin enunciar inmediatamente lo otro frente a sí''46. Pues bien, la cuestión que se le plantea a Beauvoir es cómo ha empezado y se ha desarrollado esta historia.

Simone de Beauvoir elaborará esta categoría de alteridad, es decir, la cuestión de cómo la mujer se convirtió en lo otro, en lo relativo al hombre, estribando y superando las perspectivas ofrecidas por la biología y por el materialismo histórico para mostrar no solo la unilateralidad de esta perspectiva, sino también su provisionalidad. No se queda en el determinismo económico ni biológico; muestra en cambio la pobreza de interpretaciones de esta naturaleza, pero sin desecharlas; expone la ingenuidad de estos acercamientos deterministas a la mujer. De la biología afirma:

Los elementos biológicos desempeñan en la historia de la mujer un papel de primer plano [...] Y es que, dado que el cuerpo es el instrumento que tenemos para relacionarnos con el mundo, el mundo se presenta muy diferente en función de que lo vivamos de una manera o de otra. Por esta razón [los factores biológicos] los hemos estudiado tan profundamente, porque son una de las claves que permiten comprender a la mujer. Sin embargo, lo que rechazamos es la idea de que constituyan para ella un destino predeterminado. No bastan para definir la jerarquía de los sexos; no explican por qué la mujer es la alteridad; no la condenan a conservar para siempre este papel subordinado.47

Dicho de otra manera, en el estudio de la mujer no se puede desconocer la dimensión biológica de la especie humana; pero hay que anotar su parcialidad; debemos pasar, entonces, al estudio social de esos factores biológicos: ''tendremos que estudiar las circunstancias biológicas a la luz de un contexto ontológico, económico, social y psicológico''48.

En el tránsito del estudio biológico al estudio social de la mujer, Simone de Beauvoir pasa por el análisis del materialismo histórico. Afirma que ''la teoría del materialismo histórico ha puesto de relieve verdades muy importantes. La humanidad no es una especie animal: es una realidad histórica [...] No sufre pasivamente la presencia de la naturaleza, la asume [...] De esta forma, no se puede considerar a la mujer como un organismo sexuado''49. El materialismo histórico tiene el mérito de recordarnos que la mujer no está definida únicamente por su sexualidad, sino también por la estructura económica y social en la que desenvuelve su vida. Ahora bien, así como el punto de vista biologicista es unilateral, así también el materialismo dialéctico, más exactamente en la versión que dio de este Engels en El Origen de la Familia,la Propiedad Privada y el Estado, es parcial, porque reduce la historia de las mujeres al desarrollo de técnicas de producción y a los cambios en los modos de producción. A juicio de Beauvoir, el único punto de vista que ya no es unilateral, parcial, ingenuo, es el que hace uso de la historia. Así lo expresa desde la primera línea de la segunda parte de El Segundo Sexo, titulada ''La historia'': ''este mundo siempre perteneció a los varones: ninguna de las razones que se han adelantado para explicarlo nos han parecido suficientes. Sólo revisando a la luz del existencialismo los datos de la historia podremos entender cómo se estableció la jerarquía de los sexos''50.

En esta parte del libro se desarrolla este aspecto, empezando por una interpretación propia de la prehistoria (primera época), y dirigiéndose posteriormente a la aparición de la agricultura (segunda época), de la que nos dice que ''la mujer es revestida por un inmenso prestigio, pues, la maternidad se asocia con los misterios de la tierra, quien es ahora, la que provee el mundo de riquezas [...] ya no se trata de sobrevivir y vivir en un presente perpetuo, sino de pensar en el futuro, lo que hace particularmente importante al hijo''51. Según Beauvoir, Engels entiende este momento como la edad de oro de las mujeres, lo que para ella no es más que un mito, pues ''el prestigio del que goza [la mujer] a los ojos de los hombres lo recibe de ellos, se la percibe a través de las nociones creadas por la conciencia masculina que tiene la posibilidad de destruirlos''52. Posteriormente analiza la aparición de la cultura letrada, el advenimiento de la propiedad privada, del Derecho, del Cristianismo, el Renacimiento, las Revoluciones Burguesas y la Revolución Rusa, todo ello con relación a la situación de alteridad de la mujer. Lo importante de este estudio histórico para nuestros días no son los datos que recoge, sino más bien la pregunta con la que los aborda: ¿cómo la mujer ha llegado a constituirse en la otra? Y la conclusión a la que llega: no se nace mujer, se llega a serlo.

Simone de Beauvoir no aborda entonces el problema de la historia de las mujeres mediante dualismos como naturaleza/sociedad, clase/género, cuerpo/mente, biología/cultura, sino que entiende que cada una de estas categorías describe parcialmente la realidad de las mujeres, de modo que una mirada apropiada del problema es la que integra todas estas dimensiones como momentos de una totalidad más amplia. La categoría más amplia en la que se conciben todos estos pasos previos es, como vimos, la de historia. Ahora bien, el método del que hace uso en el estudio de la historia es, para Beauvoir, el fenomenológico. Sin embargo, antes de entrar en ese terreno, tratemos de abordar la cuestión de cuál es el tipo de método del que hace uso Joan Scott.

Lo primero que hay que decir es que Joan Scott no aporta mucha información sobre el método que utiliza. Si entendemos la palabra método en su sentido etimológico, como el camino (hodos) hacia el saber (meta), como la ruta que conduce al conocimiento, entonces cabe advertir cierta idea de método en Scott. De lo que se trata para Scott en la metodología del estudio de la historia de las mujeres es de afinar cada vez más las categorías, de examinar y redefinir los términos clave de análisis, conceptos como género, sujeto, política, de manera que en ellos se pueda introducir cada vez más el pasado. Dice Joan Scott que no se trata de ''abandonar los archivos ni el estudio del pasado, sino [de...] cambiar algunas formas de trabajo y algunas preguntas que nos hemos planteado. Necesitamos escudriñar nuevos métodos de análi-sis, clarificar nuestros presupuestos operativos y explicar cómo pensamos que ocurren los cambios''53. Dicho de otra manera, se trata de ''pulir los términos, depurándolos de todas las connotaciones naturales y elevando, al mismo tiempo, su status, a categorías producto del constructo social''54. De estos pasajes se siguen dos importantes consecuencias. En primer lugar, Scott es una seguidora estricta del método analítico y de la división de la realidad: quiere categorías claras y distintas mediante las cuales aprehenderla. En segundo lugar, parte de la división entre el historiador y su objeto de estudio, es decir, el pasado; de modo que toda la pregunta metodológica de Scott va a estar orientada a resolver la cuestión de cómo es posible captar el pasado. Para asir el pasado, para atraparlo, el historiador o la historiadora deben crear categorías y depurarlas, ajustarlas, cernirlas cada vez más, con la esperanza de que cada vez atrapen una mayor porción de ese objeto de estudio.

Simone de Beauvoir, por su parte, se sirve del método fenomenológico. Este método en la investigación histórica debe evitar los movimientos arbitrarios; ninguno de sus momentos puede seguir el capricho, precisamente porque es una exposición que se atiene al contenido mismo. Hegel, filósofo del que Beauvoir extrae su método, asegura del método fenomenológico que en él ''debe ser determinante la naturaleza de la cosa y del mismo contenido''55. Dicho de otra manera, el método es ''la conciencia relativa a la forma del automovimiento interior de su contenido''56, es decir, es un ir según ''la marcha de la cosa misma''57. El método fenomenológico no se carga con un contenido conceptual, como lo hace Scott, para luego tratar de introducir el pasado dentro del esquema conceptual previamente construido, sino que trata de volver sobre los fenómenos mismos, escuchándolos, atendiéndolos, de manera que sea esa escucha atenta, ese sumergirse, ese dejarse llevar por el despliegue del pasado en sus huellas –que los historiadores(as) denominan fuentes– el que guíe los desplazamientos de la investigación.

No obstante, de este proceder de Simone de Beauvoir es conocida la crítica a su visión eurocéntrica y constreñida al caso francés y, como no podría ser de otro modo en su época, que pensaba solo en lo masculino y lo femenino, es decir, solo dos sexos (también dos géneros en el lenguaje actual). Estas reflexiones han provocado ciertas revisiones posteriores, algunas bastante polémicas, que defienden la existencia de varios géneros y pretenden superar la oposición entre lo masculino y lo femenino.58

 


1 Stuart Hughes, Sophisticated Rebels (Londres: Cambridge, 1988), 234.

2 Eric Hobsbawm, The Age of Extremes: The Short Twentieth Century, 1914-199 (London: Michael Joseph, 1993), 340.

3 Eric Hobsbawm, The Age of Extremes, 342.

4 Eric Hobsbawm, ''Revolución y sexo'', en Revolucionarios: Ensayos contemporáneos (Barcelona: Crítica, 2010).

5 Eric Hobsbawm, Revolucionarios (Barcelona: Crítica, 2000), 208.

6 Eric Hobsbawm, Años Interesantes. Una Vida en el Siglo XX (Barcelona: Crítica, 2003), 235.

7 Eric Hobsbawm, Entrevista Sobre el Siglo XXI (Barcelona: Crítica, 2004), 165.

8 Eric Hobsbawm, Revolucionarios (Barcelona: Crítica, 2000), 208.

9 Geoff Eley, Una Línea Torcida. De la historia cultural a la historia de la sociedad (Valencia: Universidad de Valencia, 2008), 150.

10 Cf. Geoff Eley, Una Línea Torcida (Valencia: Universidad de Valencia, 2008), 243.

11 Geoff Eley, Una Línea Torcida, 193.

12 Karl Marx, Contribución a la Crítica de la Economía Política (Madrid: Alberto Corazón Editor, 1970), 12.

13 Geoff Eley, Una Línea Torcida, 160.

14 Geoff Eley, Una Línea Torcida, 161.

15 Cf. Sally Alexander y Anna Davin, ''Feminist History'', History Workshop. A Journal of Socialist His-torians n.º 1 (1976): 4-6; Raphael Samuel y Gareth Stedman Jones, ''Sociology and History'', HistoryWorkshop. A Journal of Socialist Historians n.º 1 (1976): 6-8.

16 Cf. ''Language and History'', History Workshop. A Journal of Socialist Historians n.º 10 (1980): 1-5.

17 Fernand Braudel, Civilización Material, Economía y Capitalismo. Siglos XV-XVIII (Madrid: Alianza Editorial, 1984).

18 Carmen Ramos, Género e historia (México: Instituto Mora, UNAM, 1992), 8.

19 Cf. Carmen Ramos, Género e historia, 15-20.

20 Carmen Ramos, Género e historia.

21 Gisela Bock, ''Women's History and Gender History: Aspects of an International Debate'', Gender andHistory Vol: 1 (1989): 7-30.

22 Johan Scott, ''El Problema de la Invisibilidad'', en Género e historia, 38-65.

23 Joan Kelly Gadol, ''La Relación Social entre los Sexos: implicaciones metodológicas de la historia de las mujeres'', en Género e historia.

24 Carmen Ramos, Género e historia, 10.

25 Joan Scott, ''El Problema de la Invisibilidad'', 11.

26 Gabriela Castellanos, ''¿Existe la mujer? Género, Lenguaje y Cultura'', en Género e Identidad. Ensayossobre lo femenino y lo masculino, eds. Luz Gabriela Arango y Magdalena León (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1995), 45.

27 Selma Leydesdorff, Historia de las mujeres y pensamiento feminista: una historia plural a debate (Málaga: Universidad de Málaga, 2006), 516.

28 Carmen Ramos, Género e historia, 10.

29 Carmen Ramos, Género e historia, 12.

30 Cf. Selma Leydesdorff, Historia de las mujeres, 500-510.

31 Selma Leydesdorff, Historia de las mujeres, 517.

32 Joan Scott, Género e Historia (México: Universidad Autonoma de México, 2008), 44.

33 Joan Kelly Gadol, ''La Relación Social entre los Sexos: implicaciones metodológicas de la historia de las mujeres'',124.

34 Michell Perrot, ''Haciendo Historia: Las mujeres en Francia'', en Género e historia, ed. Carmen Ramos (México: Instituto Mora, UAM, 1992), 50.

35 Michell Perrot, ''Haciendo historia'', 73.

36 Van de Casteele y Danielle Voleman, ''Fuentes Orales para la Historia de las Mujeres'', en Género ehistoria, ed. Carmen Ramos (México: Instituto Mora, UAM, 1992), 99.

37 Scott elabora un juego de palabras que su traductora al español no capta en toda su significación. El término her-story (la ''historia de ellas'') hace uso del adjetivo posesivo en inglés her (de ellas) y del sustantivo story (relato o narración). La expresión se opone a history en el doble sentido de que contrapone el her (de ellas) al adjetivo posesivo his (de ellos) y opone el sustantivo story (relato o narración) a las pretensiones de cientificidad que comporta el sustantivo history (historia); con ello también se opone lo oral (story) a lo escrito (history).

38 Joan Scott, Género e Historia, 36.

39 Joan Scott, Género e Historia, 79.

40 Silvia Tubert, ''La crisis del concepto género'', en Del sexo al género: los equívocos de un concepto, coord. Silvia Tubert (Madrid: Cátedra, 2003), 7-38.

41 Joan Scott, Género e Historia, 45-46.

42 Joan Scott, Género e Historia, 53.

43 Gisela Bock, ''La historia de las mujeres y la historia del género: Aspectos de un debate internacional'', Historia Social n.º 9 (1992): 55.

44 Joan Scott, Género e Historia, 66-70.

45 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo (Madrid: Cátedra, Universidad de Valencia, 2005), 50-51.

46 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, 51.

47 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, 95.

48 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, 99.

49 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, 115.

50 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, 125.

51 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, 98.

52 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, 139-140.

53 Joan Scott, Género e Historia, 65.

54 Joan Scott, Género e Historia, 247.

55 G. W. F. Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas (Buenos Aires: Alianza, 1999), 85.

56 G. W. F. Hegel, Ciencia de la lógica (Buenos Aires: Ediciones Solar, 1982), 70.

57 G. W. F. Hegel, Enciclopedia de las ciencias, 87.

58 Rosa Cid López, ''Simone de Beauvoir y la historia de las mujeres. Notas sobre El Segundo Sexo'', Investigaciones Feministas n.º 9 (2009).

 


 

 

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