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Historia y Sociedad

versão impressa ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.30 Medellín jan./jun. 2016

https://doi.org/10.15446/hys.n30.53811 

RESEÑA

 

DOI: 10.15446/hys.n30.53811

 

Carlos Vladimir Villamizar Duarte, La felicidad del Nuevo Reyno de Granada: el lenguaje patriótico en  Santafé  (1791-1797) (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2012), 220  pp.

 

Gilberto Loaiza Cano

Doctor en Sociología del Instituto de Altos Estudios de América Latina, Paris III. Profesor Titular Universidad del Valle Correo electrónico: loaizacanogilberto@hotmail.com


 

Como bien lo dice al inicio del libro del autor, este se ha propuesto hacer "el análisis conceptual de la patria" y de ese modo ha incursionado en un terreno poco frecuentado por la historiografía colombiana. Tanto por el asunto como por el periodo analizado y por el tratamiento interpretativo, el libro constituye una novedad. Por el asunto, porque el examen de la noción de patria, no ha conocido una revisión detallada; por el periodo, porque según Villamizar el "lenguaje patriótico durante el periodo colonial no ha despertado demasiado interés en nuestro entorno académico"; y por el tratamiento interpretativo, porque allí se ofrece una propuesta de análisis que se concentra en el momento histórico del concepto de patria, cuando fue plasmado en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, entre 1791 y 1797.

El estudio guarda relación con algunos aportes previos, situándose parcialmente en una tradición ante la cual, por supuesto, quiere establecer necesarias distancias, o de lo contrario el libro sería poco novedoso. En primer lugar guarda una relación con el trabajo pionero de Renán Silva Olarte, en su "lectura orientada" del Papel Periódico de Santafé; pero se diferencia por el énfasis, pues Villamizar solo pretende seguir la ruta del concepto de patria. En segundo lugar, también hay un vínculo con la obra de Georges Lomné cuyos aportes han sido quizá los más sistemáticos en cuanto al seguimiento del discurso patriótico entre 1789 y 1830, en Quito y Santafé de Bogotá. Precisamente, en la juiciosa introducción, el autor advierte que discutirá su enfoque con el del historiador francés.

La felicidad del Nuevo Reyno también parece un ejercicio más cercano al estilo de Pierre Rosanvallon, autor prolífico en la historia política conceptual y que aparece citado en aquí. Pero hay otros nexos menos explícitos en esta obra. El estudio evoca obviamente aquella corriente historiográfica conocida, como historia de los conceptos políticos y cuyo paradigma es el trabajo de Reinhart Koselleck. Sus discípulos en Hispanoamérica han mostrado avances generosos en la construcción de un glosario o diccionario político y social del mundo iberoamericano (Iberconceptos), proyecto investigativo y editorial dirigido por Javier Fernández Sebastián. Más cercano a las inquietudes de Villamizar Duarte, estaría el argentino Elías José Palti, y sin embargo libro La nación como problema (Fondo de Cultura Económica, 2003), apenas si aparece en la bibliografía que el autor colombiano debió consultar. Digamos que, grosso modo, hay una relación con esta zona historiográfica de ya conocida tradición en Europa y menos enjundiosa en América latina. Lo curioso es que esta relación no aparezca ni sugerida ni discutida en la introducción ni en el transcurso del libro; aunque sí puede percatarse el eco del análisis histórico conceptual de Koselleck por lo menos en un par de asuntos: en lo que concierne a la selección del corpus documental, en este caso un periódico, y a la cesura temporal en que Villamizar concentra su investigación.

Es bueno insistir en que el libro examina el uso del concepto antes de los sucesos revolucionarios que condujeron a un nuevo orden político y a la desaparición de los vínculos con la monarquía española. Como lo han dicho varios autores, el proceso de independencia americana supuso revaloraciones drásticas de categorías orientadoras de la vida pública, como pueblo, soberanía, o democracia. En lo que concierne a los sentidos de patria debió suceder algo semejante; sin embargo, Villamizar Duarte no analiza diacrónicamente las mutaciones semánticas de esa noción, sino que prefirió concentrarse en lo que llamó "la construcción de una arqueología del concepto" (p.15).

Si tomamos a pie juntillas lo que puede entrañar una "arqueología", deberíamos ir de inmediato a Michel Foucault y habría que pedirle al autor unas precisiones; no hay que confundir la averiguación arqueológica propuesta por el pensador francés con revisar los antecedentes en la historia de un concepto. Lo cierto es que al ver el conjunto de su propuesta, no creemos que haya habido un trabajo arqueológico; mejor, quizás, estamos ante un estudio sincrónico del concepto, determinado en muy buena medida por la relación de una "comunidad letrada" con un régimen monárquico; esa comunidad letrada, por supuesto principal productora de los matices semánticos, dejó un legado discursivo que Villamizar Duarte aprovechó para comprender eso que solemos denominar el "imaginario político" de una época. En cuanto a la exposición de libro podemos decir que es sencilla, ya que se sustenta casi en el análisis del Papel Periódico, suponiendo que ese impreso fue capaz de condensar un momento de transformación conceptual. Villamizar considera que hubo un cambio interesante en el espacio de opinión pública y en el régimen de publicidad en la América española a partir de 1767. En esa medida cree que el periódico en mientes puede informar acerca de ese cambio que, es bueno decirlo, estuvo teñido de ambigüedades. El autor sostiene, además, que el siglo XVIII fue un "periodo crucial" en las transformaciones del sentido de patria, dada la nueva actitud política de España frente al Nuevo Mundo y, en particular, a las tentativas de instalación del Virreinato del Nuevo Reino de Granada. Por supuesto, esos cambios en la relación entre metrópoli y sus colonias tuvieron efecto en las encrucijadas geoestratégicas de la Corona española. Por tanto Villamizar acudió a un conjunto de obras sintomáticas de los cambios habidos en la segunda mitad de ese siglo, acerca de la percepción de la patria. De esto resultó un análisis del componente colectivo del concepto y los conflictos surgidos en torno a la definición de dicha noción.

Ahora bien, los historiadores investigamos el pasado porque algo en el presente nos impulsa o porque creemos que el comportamiento de nuestras sociedades tiene su explicación en tradiciones o legados de generaciones anteriores; porque creemos que el pasado puede proyectarse como larga sombra hasta nosotros. Sensible a esto, el autor del libro reseñado, considera que ir tras las huellas discursivas de la patria y sus términos asociados nos permite descifrar los conflictos actuales colombianos.

Al ver la minuciosa evaluación conceptual desplegada en los tres capítulos, es ostensible que tal concepto y sus derivados, como patriotismo o patriota corresponden muy bien con formas de expresión de la obediencia, la sumisión, el apego y hasta el amor por las autoridades. Podríamos decir que la movilización escrituraria de aquellos años alrededor de la patria perteneció a una retórica de la lealtad. Sin embargo, llegar a conclusiones de esta naturaleza sería una perogrullada. Tal vez resulta más interesante mencionar que esa retórica, fue uno de los dispositivos simbólicos con que el estado monárquico pretendió tener control sobre sus súbditos. El autor de La felicidad del Nuevo Reyno logra mostrar muy bien que hubo un despliegue de esfuerzos estatales para construir un ambiente ideológico de fidelidad a la corona española en una coyuntura de reorganización administrativa y geoestratégica, con el apoyo de agentes intelectuales cortesanos (por ejemplo el muy fiel periodista Manuel del Socorro Rodríguez), y de un instrumento cuya eficacia comunicativa en Europa ya había sido probada: el periódico. Para la segunda mitad del siglo XVIII, en la América española, todas las capitales de virreinato (México, Buenos Aires, Lima, Santafé de Bogotá.), tenían medios impresos. De hecho fueron los virreyes quienes auspiciaron su existencia, convirtiéndose incluso, en protectores de los escritores responsables de ellos. Así la publicidad ilustrada mediante el formato de los periódicos pareció imponerse como parte de la actividad de difusión de la corona.

Al ser extensiones del imperio español, las colonias en América, solicitaban mediante sus letrados hacer parte de esa conversación que implicaba participar de los propósitos ilustrados de las monarquías. La Ilustración era entendida, en este tipo de publicaciones, como un ejercicio informativo acerca de "nuestras riquezas"; las riquezas de cada virreinato, porque allí se transmitían las actividades científicas de los "sabios". De esta manera el periódico permitió reafirmar la pertenencia al imperio español, a los ritmos de la ciencia europea y al circuito general de comunicación de conocimientos útiles. Conversar con Europa y a la vez reproducir sus noticias daba una ilusión de continuidad entre la corona y sus posesiones americanas. Y así el establecimiento de periódicos en las capitales virreinales reprodujo relaciones de poder metropolitanas: la fidelidad a la corona quedaba plasmada en el ánimo "patriótico" con que los ilustrados criollos contribuyeron a la acumulación de información sobre la situación de la población y el territorio.

Entender el lugar y los propósitos asignados a la prensa que surgió en la América española en aquellos años, condujeron a que Villamizar relativizara —inclusive— la noción de autor, a través del método arqueológico. El redactor responsable del Papel Periódico, el cubano Manuel del Socorro Rodríguez podría verse, más bien, como una pieza del engranaje publicitario de la monarquía española; como un individuo capacitado para poner a circular lemas y preocupaciones de las autoridades coloniales, habilitado por "licencia del Superior Gobierno", para poner en sintonía a las élites lugareñas con los mandatos provenientes de la península. Quizás este aspecto sea el más discutible en el minucioso análisis del autor reseñado; porque situar el periódico en la órbita de la publicidad imperial y asignarle "el lugar social de producción", como premisa de análisis, podría ayudar a comprender mejor el régimen discursivo al que perteneció. Aun así, el joven historiador logró percibir que parte de la trama explicativa se encuentra en los desafíos que vivió España ante sus rivales europeos y, también alcanzó a ponderar la eficacia del periódico como forma de comunicación privilegiada: en sus conclusiones afirma que la prensa fue un artefacto que "contribuyó tanto al incremento como a la transformación cultural de las comunidades lectoras neogranadinas" (p. 198). Asimismo este estudio demostró claramente que el uso de los vocablos de patria o patriotismo puede estar relacionado —y no solamente en el período histórico referido— con coyunturas en que se vuelve apremiante, para cualquier forma de gobierno, conseguir lealtades y apegos unánimes que eviten fisuras en el orden político.

Este libro fue originalmente una tesis de maestría que obtuvo la mención laureada en la Universidad Nacional de Colombia. El rigor con que asumió este análisis conceptual permite pensar en las varias posibilidades de la historia de los lenguajes políticos. Su apuesta narrativa y explicativa salió airosa, porque no se empecinó en un ejercicio circunscrito exclusivamente a las fronteras de un periódico. Villamizar acertó al hallar y examinar la condición colectiva en que evolucionan esos lenguajes.