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Historia y Sociedad

Print version ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.33 Medellín July/Dec. 2017

https://doi.org/10.15446/hys.n33.60972 

RESEÑAS

Daniela Bleichmar, El imperio visible. Expediciones botánicas y cultura visual en la Ilustración hispánica (México: Fondo de Cultura Económica, 2016), 294 pp.

Katherinne Giselle Mora Pacheco1 

1Magíster en Medio Ambiente y Desarrollo. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá Candidata a doctora en Historia. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: kgmorap@unal.edu.co ORCID: http://orcid.org/0000-0001-8483-3728.

Bleichmar, Daniela. ,, , El imperio visible. Expediciones botánicas y cultura visual en la Ilustración hispánica. (, , México: :, , Fondo de Cultura Económica, ,, , 2016. ),, , 294p. pp.,


La traducción al español de la obra Visible Empire. Botanical Expeditions and Visual Culture in the Hispanic Enlightenment, publicada originalmente en 2012 por la Universidad de Chicago, se presenta como una bella edición de tapa dura y numerosas ilustraciones a todo color. Sin embargo, no se trata de un libro de gran formato para ser admirado solo por su forma, sino que recoge los resultados de una investigación de casi una década, la cual formó parte de la tesis presentada por la autora para obtener su doctorado en Historia por la Universidad de Princeton. Se trata de un abordaje interconectado y con énfasis en la producción gráfica de las Reales Expediciones Botánicas de Chile y Perú, Nueva Granada y Nueva España, y en la expedición por territorios americanos y asiáticos del oficial naval Alejandro Malaspina.

En la obra de Daniela Bleichmar la historia política y económica del Imperio español está presente pero sin ocupar el papel protagónico sino, más bien, en conjunción con elementos que aportan la historia de la ciencia y la historia del arte. Después de haber seleccionado unas doce mil imágenes producidas en la segunda mitad del siglo XVIII (de las cuales esta edición incluye cerca de 80 ilustraciones), muchas de ellas por parte de los miembros de las Reales Expediciones Botánicas de Chile y Perú, Nueva Granada y Nueva España, y de la expedición de Malaspina, la autora hace uso de las herramientas de la iconografía para analizar en detalle los contextos, objetivos y significados de las producciones gráficas.

En el libro, las imágenes no son elementos decorativos ni sirven solo para complementar explicaciones, sino que se involucran constantemente en las discusiones -en varios casos para más de un capítulo-, por lo cual se echa de menos un índice o lista de figuras para que el lector pueda remitirse a los casos en mención.1 Esta importancia de las imágenes en la obra no surge del estilo narrativo ni de un interés particular de la autora por el arte, sino que respalda el concepto de epistemología visual definido como “una manera de conocer basada en la visualidad, que abarca la observación y la representación”2. El uso de imágenes no solo permitía tener un lenguaje común entre los naturalistas de diferentes procedencias, facilitar el acceso a una naturaleza domesticada, explorar sin la dificultad que imponía la fragilidad del espécimen, identificar pequeños detalles o salvar la distancia entre el terreno y los escritorios de los naturalistas. Más que eso, Bleichmar busca demostrar que en el mundo hispánico, la representación pictórica no se restringió al ámbito de los naturalistas y que las expediciones botánicas estaban inmersas en una larga tradición de visualización. Llegaran a tener un público o no, se consideraba que las imágenes eran esenciales como registro de información, mecanismo de propaganda política, y prueba y certificado cuando de peticiones y denuncias se trataba en asuntos administrativos o tributarios y pleitos legales. El mismo énfasis en la visualización es, para la autora, una de las explicaciones de la falta de resultados en la explotación económica a gran escala de plantas como la pimienta de Tabasco, la canela americana o el té de Bogotá. El defecto no se encontraba en las cualidades de las plantas americanas, pues los esfuerzos por cultivar comercialmente la reputada canela asiática en Filipinas, también fueron infructuosos.

Aunque el objetivo de la autora no es analizar los fines económicos de las expediciones, su estudio de la importancia de lo visual le permite concluir que la destacada capacidad pictórica y taxonómica de los expedicionarios no se complementaba con otros factores indispensables para el transporte y cultivo de las plantas, mucho más prácticos, como los análisis químicos, los ensayos médicos o los conocimientos sobre los límites y posibilidades de aclimatación. En todo caso, esta no fue la única causa que frenó la botánica económica, pues como Bleichmar reconoce, no había capacidad de llevar a la práctica los planes de explotación, ni por parte de los administradores imperiales ni virreinales, ni por parte de la máquina científica española. El límite que impuso la importancia de lo visual solo era un factor más a sumar.

Junto a este concepto de epistemología visual, clave a lo largo del texto, la autora plantea que, aunque los expedicionarios seguían órdenes reales, llevaron a cabo sus tareas en el marco de la Ilustración orientándose por parámetros y manuales del naturalismo europeo, ya que muchos de sus pares interlocutores también eran europeos. Las labores de los exploradores respondieron -más de lo que se ha pensado- a las condiciones particulares del mundo hispánico y a los contextos locales y regionales. En el desarrollo de su argumento la autora destaca varios puntos. Primero, que más que ser proyectos ilustrados innovadores, las expediciones buscaban recuperar el esplendor del Imperio durante el reinado de Felipe II y dar continuidad a proyectos del siglo XVI, como la expedición científica de Francisco Hernández a Nueva España (1570-1577) o la recopilación de información que encargaban la Casa de Contratación y el Consejo de Indias en materia de navegación, cartografía y cosmografía, y la elaboración de relaciones geográficas detalladas y guiadas por cuestionarios.

Segundo, que a diferencia de las expediciones británicas y francesas de la época, en el caso hispánico no se trataba de explorar nuevos territorios sino de redescubrir áreas ocupadas desde hacía dos siglos. Allí existían saberes acumulados sobre los objetos observados; su duración oficial había sido de una o más décadas (según el caso) con continuidad de trabajo por muchos más años, tanto antes como después de la autorización real, y tuvieron mayor producción pictórica.3 Tercero, que las expediciones no fueron solo una respuesta a demandas reales, sino que fueron producto de intereses y dinámicas locales. Así lo ejemplifica la autora al mostrar las labores científicas de sus integrantes previas a la aprobación real; la colaboración de múltiples actores locales con saberes, recursos y logística; las iniciativas surgidas en los virreinatos para explorar posibilidades de explotación comercial de las plantas, en una acción de “periferias como centro” en los proyectos de botánica económica;4 el envío de información, semillas y especímenes a los dos lados del Atlántico; el intercambio de avances y el establecimiento de relaciones académicas entre residentes en América; y la competencia entre virreinatos por demostrar quién poseía más bienes naturales. Por la importancia que Bleichmar da a la visualización, la iniciativa local se destaca en lo que considera como el desarrollo de un estilo pictórico americano, en especial en el caso neogranadino. Aunque se conservaba la idea de naturaleza descontextualizada y en fondos blancos, a diferencia de las ilustraciones europeas que trataban de mostrar volúmenes para dar la idea de plantas vivas, el equipo de Mutis prefería la representación simétrica y plana que era característica de una planta prensada. Ese estilo propio pudo surgir allí pues se trató del equipo artístico más grande de todas las expediciones botánicas y fue el que trabajó por más años y creó una escuela de pintura regional. Para la autora, la opción pictórica tomada fue consciente y deliberada; argumento que defiende con citas de José Celestino Mutis en donde este manifestó sentirse orgulloso del estilo creado y de los bocetos dibujados al modo

europeo pero cuya versión final fue plana.

Paralelo a esas diferencias frente el estilo europeo, que se encuentran en las láminas de la Real Expedición Botánica neogranadina, Bleichmar señala que no todos los esfuerzos de visualización de la naturaleza en la segunda mitad del XVIII fueron ejercidos por naturalistas, ni tampoco que todos trataron de mostrar una naturaleza domesticada y fuera de su contexto. A lo largo de todo un capítulo dedicado a este asunto (capítulo 5), la autora analiza algunas pinturas que destacaban la flora y la fauna, pero ligadas a un paisaje y población específica: los cuadros de mestizaje de Quito, pintados por Vicente Albán; los cuadros de castas de Nueva España, elaborados por Miguel Cabrera, Andrés de Islas y Luis de Mena; y el cuadro de historia natural de Perú, de Luis Thiebaut. En estos casos, más que ser parte de la decoración o solo acompañar retratos de tipos y castas, los elementos de la naturaleza no humana juegan un papel central pues fueron asociados con los territorios y las personas, y se detallaron en listados adjuntos. Por tal razón, este tipo de pinturas cumplían un papel en la visualización de la naturaleza virreinal.

Tales argumentos -a los cuales cada lector sumará otros tantos- hacen de esta una obra valiosa, no por ello impermeable a la crítica. Sin duda, sus conclusiones sobre la iniciativa local son provocadoras. Sin embargo, llama la atención que, aunque invite a fijar la mirada en esta escala, los archivos que consulta y cita en su bibliografía estén en Sevilla, Madrid y Londres, y no en ninguna de las antiguas ciudades virreinales en donde se ejecutaron las expediciones. Sus referencias y discusiones alusivas mayoritariamente a las obras de autores anglosajones, limita el acceso indirecto a esas fuentes primarias locales a través de las miradas de historiadores latinoamericanos.

Por esa misma importancia de la escala local y regional, valdría la pena que futuras investigaciones, también desde la iconografía y la fusión de la historia de la ciencia con la historia del arte de, profundizaran en la incorporación del concepto de epistemología visual, sus aplicaciones y límites en cada virreinato en particular, así como en los casos puntuales en donde los intereses locales de las expediciones salieron a flote. De igual manera, podría evaluarse la continuidad de los proyectos de visualización en los productos de viajeros, costumbristas y miembros de expediciones científicas en el siglo XIX. No obstante, la autora cumple así su propósito de “inaugurar una línea de indagación y estimular la apertura de vías de investigación académica interdisciplinaria y transregional”5.

1Ver por ejemplo: Daniela Bleichmar, El imperio visible, 28, capítulo 1 que remite a las figuras III.3, III.4 y V.1; Daniela Bleichmar, El imperio visible, 85, capítulo 2 que remite a la figura III.37; Daniela Bleichmar, El imperio visible, 140, capítulo 3 que incorpora en la explicación la figura IV.1. La inexistencia de un índice de figuras, lleva al lector a buscar página por página hasta encontrar la ilustración a la cual se refiere la autora.

2Daniela Bleichmar, El imperio visible, 16.

3La autora calcula que la expedición que produjo más imágenes fue la de Nueva Granada con un total de 6 500. La expedición a Chile y Perú produjo 2 300 y la de Nueva España 2 200. De la expedición Malaspina resultaron unas 1 000 imágenes. Daniela Bleichmar, El imperio visible, 31.

4Daniela Bleichmar, El imperio visible, 174-184.

5Daniela Bleichmar, El imperio visible, 235.

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