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Historia y Sociedad

versão impressa ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.35 Medellín jul./dez. 2018

https://doi.org/10.15446/hys.n35.70214 

Reseña

Patricia Phillips Marshall y Jo Ramsay Leimenstoll. Thomas Day: Master Craftsman and Free Man of Color. Chapel Hill: The North Carolina Museum of History, The University of North Carolina Press, 2010, 320 pp.

Edgardo Pérez Morales* 

* Doctor en Historia por University of Michigan (Míchigan, Estados Unidos). Profesor asistente de Historia en la University of Southern California (Los Ángeles, Estados Unidos). Miembro de las redes internacionales de investigación The Law in Slavery and Freedom Project (University of Michigan, Estados Unidos) y de Figurational Research Network (Norbert Elias Foundation, Ámsterdam, Holanda) http://orcid.org/0000-0003-0051-0126 perezmor@usc.edu


Thomas Day: maestro artesano y hombre de color libre, cuenta la historia de un descendiente de esclavos que llegó a ser el ebanista más reconocido de Carolina del Norte, Estados Unidos, antes de la guerra de Secesión. Basado en correspondencia privada, documentos judiciales, archivos eclesiásticos, archivos familiares, censos, periódicos y libros impresos, este libro explora tensiones fundamentales en la vida de Thomas Day, artesano de color en una sociedad esclavista; trabajador de tradición preindustrial que se atrevió a mecanizar su taller; y hombre de negocios arraigado en una economía rural pero que sufrió los efectos del pánico financiero de 1857. El texto ofrece, además, un estudio cuidadoso de las técnicas, estilos y evolución estética del artesano. Para ello, las autoras registraron y evaluaron pacientemente más de doscientas piezas de mobiliario, casi doscientos marcos de chimenea y medio centenar de pilares de barandilla. Estos artefactos, de gran valor en su época y hoy considerados testimonios clásicos de las artes decorativas del siglo XIX, están cuidadosamente conservados en museos, colecciones privadas e incorporados en la arquitectura de más de ochenta edificios, principalmente casas señoriales. Se trata de un libro bellamente ilustrado, sólidamente documentado, y escrito en un lenguaje sencillo y directo.

Nacido en 1802, Thomas Day heredó la profesión de su padre, un ebanista que logró otorgarle a sus hijos, educación en primeras letras y aritmética. Day comenzó su carrera como artesano independiente tras haber trabajado por un corto tiempo en el taller de su hermano, quien abandonó el trabajo manual para convertirse en pastor protestante en 1825. Algunos años más tarde, Day ya era reconocido entre los artesanos de Milton, un pueblo del piedemonte de los Apalaches, en un área rural con una economía en plena expansión. En parte gracias a su ubicación cerca del río Dan, que a su vez desemboca en el Roanoke y por lo tanto ofrece acceso al océano Atlántico, Milton se convirtió en un nodo comercial de cierta importancia. Por la vía acuática, Thomas Day recibía desde el Caribe la preciada madera de caoba, una de sus más finas materias primas. Milton también estaba bien comunicado por camino carretero con los centros urbanos más importantes del estado.

Hablar de la expansión de la economía del Viejo Sur, sin embargo, es lo mismo que hablar de la transformación de la esclavitud y de sus consecuencias sobre la gente libre. A medida que aparecían nuevas plantaciones de tabaco, nuevas granjas y nuevos talleres, crecía la demanda de mano de obra esclavizada. Con el valor de los esclavos en ascenso y la amenaza -exagerada- de una tormenta abolicionista desde el norte (la legislatura de Vermont solicitó la emancipación de todos los esclavos del país en 1825), los esclavistas de Carolina del Norte impusieron nuevas restricciones sobre la población de color libre. Day sabía muy bien que la vida se hacía cada vez más difícil para la gente de su condición. En una carta a su hija reconoció que, para él, Milton no era más que un lugar en el cual hacer una fortuna que les permitiera mudarse a un sitio en el que no existiesen los prejuicios e injusticias de una sociedad esclavista y racista.

Con ese objetivo en mente, este hombre aprovechaba cualquier oportunidad de trabajo, construyendo muebles nuevos igual que reparando antiguos, ensamblando escritorios finos lo mismo que ataúdes baratos. Pero, para hacer fortuna en Milton, Thomas Day tuvo que ajustarse a las reglas de juego de la sociedad esclavista: en 1827 compró tierra por primera vez; en 1830 ya tenía dos esclavos; y en 1850 poseía catorce esclavos y tierras con bosques, tabaco, maíz, trigo, avena y batatas. Al mismo tiempo, Day se esforzó por mostrarle respeto a sus clientes más prósperos, hombres blancos e influyentes. Fue así como obtuvo una exención de la legislatura estatal para traer a su esposa desde Virginia, pues el movimiento de gente de color de un lado a otro de la frontera había sido prohibido.

Las características estéticas de las obras producidas en el taller de Day evolucionaron a medida que evolucionaba la clientela y, por ende, la posición social del maestro ebanista. Su trabajo de la década de 1820 era ya de alta calidad, pero se trataba básicamente de un ejercicio de imitación de formas "clásicas" populares en Filadelfia, Nueva York y Londres. En los años treinta y cuarenta del siglo XIX, Day adaptó el estilo "griego," que se originó en los talleres de Nueva York y Baltimore, y comenzó a experimentar con nuevos detalles y nuevas técnicas de ensamblaje. Entre 1840 y 1855, gracias a la introducción de una nueva especie de tabaco y al descubrimiento de una nueva técnica de curado, los plantadores de río Dan y áreas aledañas vieron crecer sus fortunas y se decidieron a remodelar sus viviendas o a construir grandes casas señoriales. Los más ricos contrataron a Thomas Day no solo para diseñar y construir su mobiliario sino también para adornar con molduras finas sus chimeneas, escaleras, pasillos, puertas y ventanas. Ante este nuevo reto, el ebanista decidió ampliar su taller y mecanizar la producción: compró una máquina de vapor con un sistema de sierras operadas por correas, un torno y otros aparatos.

Ahora bien, Day logró darle un toque único a su producción al continuar experimentando con sus manos hasta crear, inspirado por el estilo "francés antiguo", un estilo propio. Sus obras más preciadas son de la década de 1850, fácilmente reconocibles por la presencia de elementos curvilíneos y motivos exuberantes. A caballo entra la era preindustrial y la era de la producción en serie, este ebanista innovó para seguir consolidando su fortuna y posición social, aunque, paradójicamente, con el objetivo de abandonar el sur, es decir, de arriesgarlo todo para empezar de cero. En efecto, Day había echado raíces profundas en Milton y Carolina del Norte. En 1852, una compañía de Boston calculó su fortuna en cuarenta mil dólares, suma que equivaldría a un poco más de un millón doscientos mil dólares en moneda actual. Su talento y reputación, de valor incalculables, pueden estimarse por el reconocimiento y los contratos que le otorgaron los grandes magnates de ese estado, los líderes de la Universidad de Carolina del Norte, la Iglesia presbiteriana de Milton -que no solo lo contrató, sino que lo admitió como miembro pleno, lo cual casi nunca sucedía con personas de color-, y los jueces de la feria del estado, que le otorgaron dos premios por sus obras en una exposición.

¿Podía Thomas Day llegar a obtener el mismo respeto relativo y nivel de éxito en algún pueblo o ciudad del norte, donde no tenía conocidos, había más competencia y existían también sentimientos de odio hacia los esclavos y la gente de color? Si bien parece que el ebanista conservó la esperanza de alejarse de una élite esclavista cada vez más amenazante, su existencia también era vulnerable desde un punto de vista financiero. Sus inversiones en tierra, maquinaria, mano de obra y materias primas dependían de redes de crédito y de sus conexiones con el mundo de los bancos. Fue así como la crisis económica de 1857 puso a Day al borde de la quiebra. Igual que muchos otros artesanos y negociantes, este vio como los resultados del trabajo duro de varias décadas llegaron casi a desvanecerse por completo en cuestión de meses.

En la primavera de 1858, Day fue declarado insolvente. Debía dinero a bancos, compañías comerciales, y sobre todo a plantadores y a otros artesanos, todos ansiosos por recuperar su capital para pagar las deudas que también los aquejaban. Con la ayuda de su hijo, Thomas Day logró mantener su taller y sus negocios a flote. Su fortuna, sin embargo, perdió el cincuenta por ciento de su valor. El artesano quedó con menos tierras, menos trabajadores y nuevas deudas. Su salud, además, parece haberse deteriorado rápidamente y su hijo tomó entonces el control de la familia y del taller. Day murió en 1861. Ese mismo año comenzó la guerra de Secesión, conflicto que transformaría el sur en el cual este maestro artesano y hombre de color libre llegó a prosperar, pero no a superar completamente la zozobra infundida por los grandes esclavistas y el crecimiento de la supremacía blanca.

El lector disculpará una reseña que es más bien un recuento. Pero la vida de Thomas Day es una historia que merece ser narrada de varias formas. Mientras que la tradición oral jamás echó a Day al olvido, fue John Hope Franklin, historiador afroamericano e investigador pionero de la historia de los "negros libres" de Carolina del Norte, quien por vez primera incorporó a Day en un relato académico en 1943. Posteriormente vendrían algunos artículos en revistas y, en 1975, la primera exhibición y el primer catálogo de un grupo de obras de Day. Durante la década de 1990 se multiplicaron los estudios sobre este ebanista y se identificaron muchas de sus obras, coleccionadas principalmente por el Museo de Historia de Carolina del Norte. El libro de Patricia Phillips Marshall y Jo Ramsay Leimenstoll, resultado de veinte años de estudio, es hasta ahora el relato más amplio de la vida del artesano y el estudio más detallado de su producción artística.

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