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Historia y Sociedad

Print version ISSN 0121-8417On-line version ISSN 2357-4720

Hist. Soc.  no.37 Medellín July/Dec. 2019  Epub Oct 10, 2019

https://doi.org/10.15446/hys.n37.80251 

Editorial

Escribir el tiempo. Cultura escrita y tiempo social (siglos XVI-XX): los soportes escritos de la representación del tiempo

Renán Silva* 

* Doctor en Historia Moderna por [a Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne (París, Francia). Investigador del Centro de Estudios de Historia de [a Universidad Externado de Colombia (Bogotá, Colombia) rj.silva33@gmail.com


El orden social es ante todo un ritmo, un tempo. Conformarse con el orden social, es principalmente respetar los ritmos, seguir el paso, no ir a contratiempo. Pertenecer al grupo es tener en el mismo momento, en el mismo día del mes y del año el mismo comportamiento que todos los otros miembros del grupo.

Pierre Bourdieu, Algérie 60.

Todos los años compramos un calendario [y al hacerlo] compramos un principio de estructuración básico de la existencia social.

Pierre Bourdieu, Sur l'Etat.

Unas pocas páginas para indicar la orientación de presente dossier, los propósitos que nos planteamos al impulsar esta iniciativa y el contenido del material que presentamos. Eso será suficiente, creemos, para resaltar la importancia de la reflexión teórica y empírica sobre un objeto tan familiar y cálido, que en la práctica cotidiana del oficio imaginamos y asumimos como una evidencia, como un a priori sobre el que no habría que hacer ninguna precisión importante, más allá de señalar una cronología, regularmente dictada por la tradición (en América Latina, por ejemplo, diríamos la "Colonia", la "República", el "siglo XX") o impuesta por los puntos extremos de la documentación consultada.

En principio el asunto sorprende, porque desde cierto punto de vista los historiadores son considerados como "expertos en el tiempo" por ser este su materia por excelencia. Vistas las cosas más de cerca la sorpresa tiende a desaparecer, y esto por cuanto sometidos a la urgencia de su propio trabajo con los "hechos" y existiendo al parecer un acuerdo tácito sobre qué es el tiempo, el asunto como conocimiento particular no parece convocar el interés de los especialistas en cada uno de los objetos singulares sobre los que investiga el historiador, mientras que para los propios "especialistas en el tiempo", cuyas trabajos no sólo son de calidad sino regularmente muy sugerentes, todo parece agotarse en el examen -desde luego necesario- de las formas diferentes de cuantificar y percibir el tiempo en sociedades particulares y de los instrumentos comprometidos en su medición. Como si ahí se agotara el carácter social del tiempo.

Entre tanto, y ello por mucho tiempo, sobre el trabajo de los historiadores ha gobernado en estos asuntos casi siempre -y con nuestra complacencia- el "tribunal de los filósofos" -y antes el de los teólogos- encargados de dictaminar "qué es el tiempo", considerándolo materia divina o "cósmica", o simplemente perteneciente -como se piensa hoy en día- al campo de las ciencias físicas, en todo caso materia ajena a los pactos y a los acuerdos sociales, ignorando su carácter de relación social y de convención, aunque ante nuestros ojos todos los días observemos que las sociedades modifican esa relación en función de sus propias estructuras.

Según la ya clásica demostración de Norbert Elias el tiempo se define como una convención, como una relación social, como un término de referencia y de comparación, que descansa sobre condiciones materiales específicas -físicas en particular- que remite a niveles de tecnología precisos desde el punto de su medición y que ha conocido en la historia humana dos formas básicas de existencia, bien sea que descanse sobre soportes puramente visibles que siguen de cerca el movimiento de la naturaleza, bien sea como en las organizaciones sociales modernas, en donde descansa sobre instrumentos de medición cada vez más precisos, construidos sobre elementos de ciencia y tecnologías complejas, que han permitido de manera práctica que la sociedad avance en el campo de su universalización.

En una palabra y para utilizar una expresión que ha sido recurrente en años recientes, el tiempo es una "construcción social", siempre que no se entienda la expresión en el sentido postmoderno que ha reinado en los últimos años, y que se le comprenda como una forma que liga cultura y sociedad y que encuentra condicionantes materiales y sociales, lo que hace que su definición y determinación "contable" no sea simple asunto de acuerdo de "unas cuantas voluntades humanas". Digámoslo con las propias palabras de Elias: "La palabra tiempo es el símbolo de una relación que un grupo humano establece entre dos o más procesos, de entre los cuales toma uno como cuadro de referencia o medida de los demás"1.

Los análisis de Elias permiten además comprender de forma precisa de qué manera el avance en el perfeccionamiento de los instrumentos de medida del tiempo -en toda su variedad- y el hecho de que sociedades enteras asuman formas comunes de medición del tiempo, resultan potentes elementos de organización social, de estabilidad y una prueba mayor de la capacidad de objetivación que tienen las sociedades, a pesar de que su breve ensayo no entra en consideraciones sobre las formas diferenciadas de tiempo según grupos y actividades sociales, y el elemento de control que se encuentra por debajo de la función de cohesión social que cumple la existencia de tiempos y ritmos sociales comunes, punto que no es objeto de nuestra breve presentación.

Lenguaje cotidiano, sentido común y nociones equívocas de ciencia

"Basta que hablemos de un objeto para creernos objetivos", escribió en un conocido texto Gastón Bachelard2, para indicar que la familiaridad imperturbable de ciertas representaciones impide observar en lo inmediato su carácter social, más allá de sus soportes materiales -nadie diría, por ejemplo, que las ensoñaciones sobre el fuego son el producto de la combustión de la madera-. Los significados que a través del lenguaje nos impone el sentido común y la tradición como "universales" y la repetición diaria de una convención se aúnan para ahogar toda interrogación respecto de esas formas que no parecen permeadas por la ruda historicidad, más allá de las designaciones, clasificaciones y "particiones" del tiempo, que en ciertas circunstancias han alterado nuestro vocabulario. Así, por ejemplo, para nosotros en Occidente el nacimiento de Cristo y mucho más tarde las revoluciones modernas -simbolizadas en una fecha, 1789- que impusieron y "cuasi universalizaron" una forma de conteo, un tipo de calendario, una división del "año" que sin remedio y con toda naturalidad incluso llevamos a otras sociedades del pasado, sin ninguna advertencia ni comentario.

Desde luego que las culturas tienen otras dimensiones del tiempo, otros acontecimientos que lo escanden y organizan, y otros calendarios en que se concretan esas formas culturalmente diferentes que a su manera mantienen sus tradiciones. Tales poblaciones han aprendido hoy -como igual ocurrió en los primeros siglos de la conquista española en América- a practicar un "trilinguismo" del tiempo -por ejemplo, tiempo indígena, tiempo de la Iglesia de Cristo y tiempo civil de la Corona española-, no simplemente como supervivencia, sino como una práctica de conocimiento que exigió un complejo aprendizaje cultural propio, que en su mayor parte está por estudiarse. Nos referimos sobre todo a las sociedades en donde las concepciones del tiempo y sus formas de organizar en "ritmos colectivos" lo que aparece en principio como un continuum remiten a fundamentos religiosos, a cosmovisiones ancladas en explicaciones divinas o naturalistas, que regularmente reenvían a una representación del tiempo como ciclos que se repiten siempre idénticos.

La globalización creciente, un fenómeno difícil de fechar, pero que arrastra ya varios siglos, y que es el comienzo mismo de lo que puede llamarse el temprano inicio de los "tiempos modernos" -que con buen ojo, aunque en versión incompleta, Marx vinculaba a la circunnavegación de África y al descubrimiento de América- ha experimentado una aceleración antes desconocida de las interconexiones entre sociedades de los cuatro puntos del Globo, ante todo sobre la base de la revolución tecnológica de los medios de comunicación -que no son ya simplemente los vehículos de transporte, sino un conjunto de dispositivos de altísima tecnología- que nos ponen en contacto -por fortuna- con lugares, situaciones y gentes de la naturaleza más variada -a pesar de todas las "resistencias" y las formas diferentes de "contabilizar y categorizar el tiempo" que existen y seguirán existiendo-, lo que sugiere pensar que el viejo sueño cristiano de un "tiempo universal" parece estar volviéndose una realidad, aunque bajo una forma diferente y por medios distintos de cómo las Escrituras y la Iglesia lo imaginaron.

Posiblemente ese universalismo del tiempo que se avizora ha terminado siendo un fundamento más de las ilusiones físicas sobre el tiempo, de la creencia de que sólo de manera secundaria el tiempo es materia social, pues la sociedad solo moldearía una materia que le es por completo ajena, lo que ha llevado al mundo a liberarse del dominio de San Agustín para caer en las manos de Einstein -aunque esta observación no quiera decir de ninguna manera que la contabilidad del tiempo y desde luego del vocabulario que lo nombra no tenga fundamentos materiales-.

Sólo hay que sentarse unas cuantas horas en una biblioteca y pasar los ojos sobre las portadas de los libros (sabios o populares) que hacen del tiempo su materia de reflexión para sacar algunas conclusiones. Si la materia es histórica o social el lugar común que domina parece ser el de la circunferencia del reloj moderno -instrumento muy reciente- en cualquiera de sus variedades, a veces suplido por la imagen cálida de una ampolleta o un reloj de sol, imágenes siempre encantadoras y evocativas, aunque no sepamos bien por qué. Si el tratamiento es físico o "filosófico" la imagen dominante parece ser la de alguna extraña representación del cosmos, que inquiete al lector y que recuerde la "gran explosión" que parece ser lo que dio lugar al universo físico, según ciertas hipótesis, o que sugiera alguna idea brumosa del llamado "misterio del tiempo", asunto antes al parecer de especialistas, una realidad en apariencia por fuera de las luchas sociales, de los acuerdos y desacuerdos entre sociedades y poderes de Estado, y exterior a convenciones sociales y a principios de integración y cohesión sociales, y fundamento básico de la vida social, no sólo en las sociedades de ayer, sino aun de manera más intensa en las de hoy, que son ante todo "organismos complejos", caracterizados, por lo menos tendencialmente, como sociedades coordinadas, a pesar de sus disparidades horarias y de calendario.

Objetos de teoría y objetos empíricos

Más allá de la servidumbre que por mucho tiempo los historiadores han mostrado respecto de los filósofos en la reflexión y experimentación sobre este problema del tiempo -un hecho que siempre habrá que lamentar-, debemos que citar el caso de quien es uno de los pocos filósofos que ha intentado examinar con cuidado las concepciones profundas de los historiadores sobre el tiempo, más allá de asuntos de cronología o de formas concretas de captar el tiempo de la sociedad tal como lo muestran los documentos de un archivo particular. Nos referimos a Paul Ricoeur, quien en los tres tomos -cuatro partes- de Tiempo y Narración3 enfrentó los problemas del tiempo histórico desde ángulos notables e interpeló de manera directa el trabajo de los historiadores en este frente, llegando a un punto conclusivo, aunque abierto, que si bien reconoce la dificultad de la materia para la reflexión -la suya y la que se constata en la propia historia del pensamiento- no esconde su conclusión inapelable: el objeto impensado que en la mayor parte de las obras de los historiadores constituye lo que es materia por excelencia de su trabajo: el tiempo, y ello a pesar de los inmensos logros que en el plano del análisis concreto es observable de manera clara en sus obras en cuanto a la atención a esa "dimensión" estructurante de la vida social, grupal y personal.

En razón de su enfoque notable, vale la pena detenerse por un momento en la obra de Ricoeur, quien se apartó del camino habitual de la "filosofía tribunal" que, por fuera de todo contacto con la práctica historiográfica real y el análisis histórico concreto, legisla sobre un trabajo que desconoce de principio a fin. Es decir, negándose a recorrer un camino puramente deductivo, Ricoeur realizó una lectura directa de las obras de los más grandes historiadores del siglo XX -si bien limitándose al campo de la historiografía francesa-, y ante todo de aquellos que habían innovado de manera radical sobre las relaciones entre tiempo y sociedad, es decir, tomando una vía inductiva como soporte de una crítica que, a pesar de sus conclusiones, nunca dejó de ser atenta a los matices, a las evoluciones y a los juicios en suspenso.

El momento central de la crítica de Ricoeur -cuyos juicios nadie está obligado a compartir en su totalidad- tiene que ver con la obra, que muchos de nosotros admiramos, de Fernand Braudel, y en particular con su gran trabajo sobre el Mediterráneo... Hay que decir, antes de puntualizar por la vía de síntesis el asunto, que Ricoeur no sólo desarrolla un combate crítico justo con Braudel y sus nociones de larga duración, acontecimiento y tripartición estructurada del tiempo, sino que descubre nuevos matices en el análisis braudeliano, a veces dejados de lado por críticos apresurados que han creado la falsa imagen de que el viejo maestro francés y su escuela simplemente "despreciaban los acontecimientos" e indica en cuánto esa obra innovó nuestras concepciones, y en cierta manera nuestras convicciones, acerca del tiempo histórico como uno de los fundamentos mayores del análisis histórico.

Debemos que resaltar que el camino inductivo tomado por Ricoeur tiene una singularidad más que debe mencionarse, y es la de no limitar su examen crítico a los escritos programáticos de Braudel, y esto de manera explícita. En sus palabras, "quisiera apoyar mi interpretación no en las declaraciones de método... sino en la lectura paciente de la Méditerranée..."4, para luego desembocar en el centro de la demostración, que termina siendo al tiempo la conclusión: "El lector epistemólogo puede sorprenderse de la ausencia de rigor en las expresiones características de la pluralidad de las temporalidades"5, para citar sólo una vez de lo que resulta ser una amplia comprobación.

Podemos abandonar por ahora a Ricoeur -quien no es aquí nuestro problema central- para volver al objeto de este apartado, recalcando que, aunque de manera desigual, buena parte del mejor análisis histórico -no sólo en Francia sino de manera general- se caracteriza por la desproporción entre la riqueza de los análisis de los historiadores, sus avances cada vez más complejos en el camino de "historizar" objetos empíricos, su deseo de llevar lo más lejos la propia noción de historicidad de la existencia humana en todas sus manifestaciones, por contraste con el silencio por el que pasa sobre dos puntos esenciales de su trabajo: de un lado el carácter histórico y por lo tanto "epocal" de los instrumentos que ponen en juego en sus análisis, y su silencio sobre el tiempo como dimensión constitutiva de las sociedades y de los individuos, y no simple asunto de cronologías casi siempre exteriores a los procesos analizados.

El análisis histórico se ha constituido en el siglo XX en buena medida y por fortuna contra las viejas filosofías de la historia -digamos contra la sombra de Hegel- y frente a esa tradición ha esgrimido el análisis concreto de objetos empíricamente bien acotados, pero sometidos de manera incesante a la práctica de archivo. Esa ha sido una de sus grandes fortalezas y el camino más productivo, en principio, para su relación con las demás ciencias sociales, e incluso su punto fuerte para corregir muchas de las abstracciones de las ciencias sociales que rompen con nociones como las de contexto y condiciones de posibilidad. Pero esa virtud ha sido también el precio que se paga por una carencia y es la ausencia en muchas oportunidades de reflexión conceptual sobre enfoques, métodos y técnicas, uno de cuyos mayores síntomas es la habitual respuesta de los que se inician en el oficio cuando se les interroga sobre métodos y técnicas y responden con una enumeración de fuentes, una respuesta que es también muy habitual en sus maestros.

Esa ausencia de un equilibrio entre teorías y trabajos de archivo, ese silencio sobre un vínculo conceptual -lo que no se supera simplemente por la mención de una teoría cualquiera del campo de las ciencias sociales- han sido característicos por mucho tiempo del trabajo de los historiadores, y es posible que tengan consecuencias sobre la propia marcha de la disciplina.

Trabajo empírico sin determinaciones analíticas y lo contrario

Lo que subraya el intertítulo con que se continúa esta presentación, indica el centro de una dificultad que quisiéramos resaltar -que concreta las observaciones anteriores-, y que en ocasiones nos parece que puede haber tenido incluso un rostro trágico cuando se relacionan los esfuerzos realizados con los resultados obtenidos en términos analíticos. Para citar un ejemplo ya lejano está el caso de la monumental obra Seville et l'Atlantique de Pierre Chaunu6 de la que hay decir, dentro del respeto que merece el conjunto de la obra del notable y polémico historiador, que representó una ejemplo clásico de desproporción entre el esfuerzo y el resultado, a no ser que se diga que los autores -en realidad eran dos, Huguette y Pierre Chaunu- simplemente acumulaban materiales para artículos y elaboraciones posteriores, aunque no perdemos de vista que el tomo inicial de los infinitos tomos que constituyen la obra incluía unas largas páginas de método y que varios volúmenes de la segunda parte se designan como "interpretación". Es posible que el mismo comentario pueda hacerse de muchas obras importantes de lo que se llamó historia serial, no sólo en Europa, sino en América Latina en donde con menor abundancia conocimos una cosecha de historias seriales, sobre todo de precios agrícolas, que tenían el supuesto -declarado o no- que de alguna forma que desconocemos en algún momento revelarían el secreto oculto en las profundidades del "carácter del modo de producción y de la formación social", según el lenguaje de ayer, y lo que parecía una forma esquemática de traducción de algunas fórmulas de Marx, que de todas maneras desde el principio arrastraban un principio de unilateralidad.

Podemos hacer la comprobación de las anteriores afirmaciones también en el campo particular por el que se interesa el presente dossier, algunas de cuyas piezas caracterizan las dificultades que señalamos -lo que no anula su importancia-, al tiempo que muchísimas de las colaboraciones que fueron propuestas y que el presente dossier no incluye -muchas ellas de interés- ilustran otra dificultad a la que nos referiremos enseguida.

Así, por ejemplo, en años pasados fue muy celebrada -y rápidamente traducida al castellano- la obra de François Hartog7, autor conocido por sus dos importantes obras anteriores sobre el mundo griego y por algunos trabajos de edición de fuentes y presentación de un importante historiador francés del siglo XIX. Pero Regímenes de historicidad, siendo un trabajo enormemente sugerente, constituye antes que una obra de historia en sentido estricto, un conjunto de ensayos de escasa fuerza probatoria en el campo empírico, en donde habla de una experiencia histórica de las sociedades y de los individuos de hoy, de tal originalidad que habría dado lugar a una experiencia nueva del tiempo, pero sus enunciados, que son de gran generalidad, no se concretan en ningún esfuerzo demostrativo que diera lugar a respuestas, así fueran provisionales, sobre preguntas que siguen siendo las de los historiadores (preguntas del tipo: cuándo, cómo, dónde), y nos enfrenta además a una realidad que no parece encontrar dimensiones empíricas que muestren de manera convincente la presencia de tal cambio histórico y las formas de homogeneidad de ese mundo nuevo en el que habríamos desembocado, o que ciertas sociedades que marcan un camino futuro para el resto tuvieran como rasgo dominante.

La discusión posterior de la obra en América Latina, sobre todo en Ciudad de México y en Buenos Aires, las urbes más cosmopolitas de este lado de la región, indica el desenlace que podría esperarse de estas discusiones: una vuelta a las menciones tradicionales de la importante obra de Reinhart Koselleck y otras referencias similares, algunas combinaciones de análisis histórico sin fondo empírico y un uso puramente aproximado de las técnicas del trabajo en filosofía, al tiempo que cierto embarazoso silencio -por mucho soslayado mediante un simple llamado a pie de página- sobre algunas de las obras mayores acerca del tema, por ejemplo, la reflexión sobre el tiempo de Norbert Elias. Todo lo cual pone de presente, por otra parte -y es algo muy importante- la persistencia en la disciplina histórica, así sea de manera marginal, de un grupo de historiadores, casi siempre profesores de "método y de epistemología", que cumplen el oficio sin despegarse una línea del terreno del comentario siempre posible de prolongar, como si una larga fase previa de especulación los mantuviera en una antesala en donde el trabajo real de investigación -incluso de investigación teórica, un tipo de trabajo que desde luego existe en la disciplina histórica- se agotara en la espera de un encuentro que no llega.

Este punto es de importancia mayor, y la búsqueda de textos para el presente dossier nos lo ha mostrado de manera aguda: muchas reflexiones importantes y bien intencionadas sobre el tiempo, pero ahogadas en una intertextualidad asfixiante que parece agotarse en un corto número de referencias nominales a los teóricos que todos conocemos, olvidando por lo demás que muchas de esas obras mayores en su momento fueron síntesis de largas búsquedas en el plano de la "teoría y de la práctica", para acudir a la consabida expresión ritual.

Sin embargo, incluido nuestro dossier, el grueso de la elaboración historiográfica conocida sobre el tema que nos ocupa parece haberse especializado en ejercicios empíricos, a veces carente de cuando menos alguna perspectiva analítica -lo que no es el caso de ninguno de los textos seleccionados por los evaluadores-. El ejemplo principal que aquí podemos citar sería el de la abundante producción que se encuentra por aquí y por allá sobre calendarios, que son casi siempre recopilaciones que se mueven entre el exotismo y la erudición curiosa, sin que se sepa bien cuál puede ser propiamente el objeto de análisis histórico, y cómo intervienen en su construcción las demás dimensiones societarias que especifican sus funciones en tipos diferentes de sociedades, y las formas de historicidad cotidiana diversa que ponen de presente, y que son expresión del trabajo del tiempo sobre las relaciones sociales y los sujetos de la acción histórica.

En el caso del primer siglo republicano en la América hispana, con su escenario político caracterizado, entre otras cosas, por la emergencia de nuevas fiestas civiles, reflejadas en sus calendarios y en sus celebraciones, y espacio esencial de la nueva pedagogía del ciudadano y del "hombre nuevo", los trabajos son muchos más equilibrados, pero no parecen tocar los aspectos profundos de los vínculos sociales, ni hacer un problema de esa nueva realidad por relación con los cuerpos, las actitudes mentales y, en general, las "poblaciones" sobre las que se supone que debe operar el nuevo régimen temporal que se expresa en un calendario del que, por lo demás, hay que decir que por mucho tiempo siguió siendo el de la vieja sociedad de antes de la Revolución, sobre todo en las aldeas, más allá del teatro urbano en que se concentraban celebraciones y ceremoniales. Por eso, volveremos de manera breve sobre los puntos de una agenda investigativa sobre la relación tiempo/sociedad, que se mueva en el plano del trabajo empírico y de las elaboraciones analíticas de las que no se puede separar, por lo menos para señalar algunos elementos que nos parecen de importancia.

El presente dossier

Presentamos a los lectores un conjunto temático de seis textos que nos parece que ilustran bien sobre el estado de las investigaciones en este campo específico de la investigación histórica. Los seis textos seleccionados, que son sólo una parte del material recibido en la convocatoria, tienen características que los reúnen -entre ellas destacándose el intento de mantener unidos los extremos teóricos y empíricos en su indagación-, y otras más que los distinguen, no desde el punto de vista de sus calidades, que todos las tienen, sino de la especificidad del objeto abordado, y lo hicieron con respeto a la regla de que al dossier le interesaba el problema de la relación entre la cultura escrita y el tiempo social, es decir, el asunto de las formas gráficas de representación del tiempo, una de las bases textuales que permitiría avanzar, en otros momentos investigativos de mayor elaboración, el problema crucial de las formas de apropiación de esos instrumentos, de esos nuevos conocimiento que son los calendarios y toda clase de otros dispositivos que caracterizan las nuevas formas de "medir el tiempo" y que dan lugar a nuevas realidades de lectura, a prácticas de nemotecnia, a prácticas cotidianas de regulación del tiempo y a la multiplicación del dispositivo del horario y, de hecho, a la aparición de nuevas actitudes del cuerpo, como esa conducta sencilla, que es de todo menos natural, que consiste en "mirar el reloj" o inquirir por ella u observar el reloj (mecánico) de la iglesia, y ya no simplemente hacer cálculos aproximados del tiempo levantando la vista al cielo.

Repasemos algunos de los elementos básicos de los textos que presentamos, sin querer hacer una presentación que los sustituya a través de su parafraseo. Cuatro de tales textos se refieren a los siglos XVII-XVIII, la época de dominación hispánica, aunque el texto sobre los calendarios avanza mucho más allá hasta los finales del siglo XIX, recordándonos que se trata de un objeto que encuentra sus mayores potencialidades de investigación cuando se le interroga en el terreno de la larga duración. El texto sobre el "tiempo del mar" y el de los calendarios se mueven en una escala atlántica, estudiando una forma de conteo del tiempo que remite de manera directa a instrumentos fabricados y perfeccionados en el marco de la cultura europea, al tiempo que siguen de manera explícita o implícita el viaje de saberes, de formas culturales y de instrumentos que son característicos de la implantación de la monarquía en el Nuevo Mundo y de creación institucional que la distinguió. Los dos textos hacen intervenir en su reflexión no sólo la duración sino la dimensión estatal, abriendo paso al examen del funcionamiento de un "nuevo tiempo", que está por estudiarse en detalle, y que puede ser designado como "el tiempo de la monarquía", punto sobre el que debemos decir algunas palabras dentro de un momento.

Por su parte, el tercer texto al que hacemos referencia, y que elige como su universo de búsqueda un instrumento de la construcción estatal -las Reales Provisiones-, también asume el "tiempo de la monarquía" como objeto de su búsqueda, aunque modifica la escala de análisis, centrando su atención en un objeto que podría parecer puramente erudito -o anodino-, pero que es un instrumento distintivo en la construcción del poder estatal: una Real Provisión, palanca de síntesis y orientación, como lo dice el autor, que junto con instrumentos similares con que los historiadores están muy familiarizados en su uso, fueron esenciales en el proceso de ejercer la dominación en Europa y en América. Al respecto, más adelante señalaremos la importancia del cuarto texto que mencionamos como referido a la época de dominio de la Corona española.

Sobre lo que hemos designado como el "tiempo de la monarquía" vale la pena hacer algunas consideraciones, en parte excediendo el contenido de los textos que hemos mencionado. Estamos convencidos que los siglos XVI al XVIII fueron en el Nuevo Mundo la época de una revolución mayor en el campo de las relaciones entre tiempo y sociedad: concepciones, usos nuevos, modificaciones o intentos de modificación de las formas de conteo y de concepción del tiempo y de la duración anteriormente existentes en las viejas sociedades originarias, las que desde comienzos del siglo XVI comenzaron a ser empujadas en el circuito del tiempo del cristianismo, y en la universalización del tiempo que fue objetivo de la monarquía católica -utilizando la expresión en un sentido amplio y tal vez no muy preciso-.

Estamos aquí frente a un aspecto relevante de lo que Serge Gruzinski llamó hace ya algunos años la "colonización de lo imaginario" y cuyo programa y primeros jalones esbozó en el plano de análisis muy concretos y sugerentes, que merecen ser continuados y ampliados, pues representan un aspecto mayor del fenómeno de "aculturación" -para utilizar una palabra neutra- a que dio lugar el proceso de ocupación y colonización.

Se trata de un proceso que cubrió -de manera desigual, claro- todas las dimensiones del acontecer social, y de manera particular, las que se relacionan con el tiempo y el espacio, e introdujo concepciones que pusieron literalmente "patas arriba" el mundo conocido por las viejas sociedades originarias -y bien pronto las africanas desarraigadas-, pero como un proceso que ha llevado siglos y que nunca encontró su punto final. Debe haber ahí -pero sólo lo sabremos con certeza cuando conozcamos bien el proceso- los elementos de mezcla y de síntesis que son de esperarse en una experiencia de intercambio, de "préstamos culturales", de imposiciones y de resistencias, caracterizado por enormes desigualdades, zonas intocadas y zonas transformadas de manera radical, en un sacudimiento profundo de la sociedad por relación con dimensiones que constituyen pilares básicos de la organización y cohesión sociales.

Desde el punto de vista de la sociedad no se trató de un proceso homogéneo y desde el punto de la vista de la monarquía se trató a su vez de un proceso que conoció fases muy diferenciadas, dependientes todas de dos variables mayores: de una parte la evangelización, que no dependía enteramente del control de la Corona; y de otra parte el proceso de implantación y extensión de los instrumentos de dominación de la monarquía, un proceso muy desigual en función de la propia extensión del territorio americano y de su grado de riqueza, y de las propias condiciones de imposición de las reformas que por el camino fue tratando de introducir la Corona. De hecho, las llamadas reformas borbónicas fueron desde cierto punto de vista, un intento de acelerar las condiciones de asimilación de las nuevas concepciones del tiempo histórico, de manera particular en el campo de la administración pública y la burocracia local.

El punto aparece bien reflejado en el hecho constatado desde hace tiempo de la proliferación de tratados de relojería en la Corte de Carlos III, a finales del siglo XVIII, y del propio intento de poner en marcha de escuelas reales de relojería, lo que indica que la contabilidad de tiempo era cada vez más asimilada a un elemento de Gobierno y que ideales de puntualidad y de exactitud deberían estarse extendiendo en la administración, en el momento mismo en que la difusión del reloj personal (cálculo de tiempo y forma de distinción) alcanzaba el círculo de noble e ilustrados. -Este es propiamente el objeto del cuarto texto que hemos anunciado-.

Para el siglo XVIII, aunque el rasgo no sea completamente inédito y deba ser inscrito en un proceso más general, lo más distintivo tiene que ver con que las concepciones nuevas del tiempo apoyadas por primera vez en la difusión amplia de nuevos instrumentos de medición del tiempo -a imagen de lo que ocurría en el campo de la Historia Natural- que habían tenido sus primeras pruebas en el campo de la navegación y que bajo la forma simple del reloj mecánico de pared o faltriquera terminaría siendo elemento distintivo del cálculo de tiempo. Es lo que hace años tuvimos oportunidad de designar como la aparición local del ideal de la exactitud, cuya vigencia valdría la pena estudiar más allá de los círculos ilustrados y del mundo reformado de la administración pública.

A las dimensiones estatales y eclesiásticas que se encuentran como bases mayores de la "revolución del tiempo" que indujo el proceso de ocupación y colonización, debemos agregar un campo de prácticas y de representaciones, posiblemente el menos estudiado, y tal vez el más significativo, por su carácter regularmente brutal. Nos referimos a la extensión más temprano que tarde, de la nueva economía impuesta por los ocupantes luego de terminada la fase propiamente de saqueo y de riquezas existentes en la superficie misma (como en el caso de los santuarios indígenas), una economía que tanto en minas como en haciendas propició nuevas formas de uso del tiempo, sobre todo, porque esa economía introdujo lo que Marx designó como el "hambre de trabajo excedente", dando lugar a formas de actividad laboral que transformaron todos los ritmos sociales de vida de las sociedades aborígenes, y fueron uno de los grandes motores de la llamada catástrofe demográfica, mucho más producto de los nuevas realidades laborales y de la consiguiente destrucción de los núcleos sociales de vida y parentesco -las "familias"- y de las enfermedades que trajeron los europeos, que de la espada y el arcabuz.

El hecho ha sido mencionado muchas veces y a ningún historiador de la sociedad y del trabajo se le escaparía. Desde la primera mitad del siglo XX obras como las de don Silvio Zabala o de François Chevalier llamaron la atención sobre esas nuevas realidades del mundo del trabajo y publicaron de manera precisa reglamentos de hacienda -sobre todo de las de los jesuitas, que son numerosas en los archivos- y ordenanzas de minería que mencionaban aspectos distintivos de los horarios y ritmos de trabajo -es decir de su tiempo-, pero el trazado completo del problema en términos de imposiciones, incorporaciones y rechazos, y en la larga duración en términos de la formación de específicas "culturales laborales" en la "nueva economía de tiempo" que se impuso está por iniciarse, aunque representa un aspecto distintivo de las relaciones entre tiempo y sociedad en un "mundo colonial de carácter señorial".

Mencionemos los otros textos que incluye nuestro dossier. Uno de ellos, que se ocupa de mujeres de sectores acomodados a finales del siglo XIX, pone de presente una evolución social cuya realidad amplia en la sociedad dibujará su figura clara unas pocas décadas después en el conjunto de lo que ya se designa como América Latina. Nos referimos a la aparición y existencia diferenciada de un tiempo específico de la mujer, tal como puede apreciarse en publicaciones que la singularizan y definen formas de su identidad social, las cuales son indicativas de usos propios y novedosos del tiempo, en el marco, por ejemplo, de lo que los especialistas de la literatura han designado como "el tiempo de ascenso de la novela", un proceso que se relaciona con las nuevas prácticas de la lectura, con mejoras en el proceso de alfabetización, que entonces recibió nuevas valoraciones, con cierta estabilidad en el funcionamiento de la imprenta, con el aumento de la importación de libros y de toda clase de impresos que comenzaron a dibujar públicos diferenciados en función de sexo y edad, todos signos de complejidad social, pero no menos de procesos más profundos de las nuevas formas de interdependencia social, como los que se refieren a la aparición de elementos modernos de individuación y subjetivación, imposibles de separar de nuevas vivencias del tiempo.

Finalmente, el dossier incluye un artículo que la tradicional erudición filosófica sobre el tiempo observaría con desgano o consideraría simple curiosidad de anticuario. Se trata del examen de un tipo de publicación presente en una "institución del tiempo": los "libritos de marea y efemérides marítimas", que a nosotros nos parece la indicación de un tipo de fuente valiosísima, en un campo de investigación en donde habitualmente se escucha la queja injusta de que no existen fuentes, como si, para ofrecer otro ejemplo, las famosas Time Tables de los trenes y autobuses ingleses no fueran una base para que la imaginación histórica traté de construir las bases materiales de muchos de los rasgos de puntualidad que se achacan al pueblo inglés y que son de hecho un rasgo histórico lentamente construido, y no un rasgo de una inexplicada "idiosincrasia" y mucho menos un dato de naturaleza.

Complementan al dossier dos artículos de tema libre sobre la historia de las enfermedades y el cine en América Latina. El primero de ellos trata, desde un enfoque cualitativo, la formación de un cine contrainformacional que, con apoyo europeo, se propuso denunciar de la dictadura de Augusto Pinochet. El segundo artículo trabaja a partir de una mirada cuantitativa el origen, distribución y localización de las epidemias de tifo y viruela en el México del siglo XIX.

Una investigación abierta hacia el futuro

Quisiéramos continuar aquí algunas de las observaciones que hemos hecho en la presentación de los textos que conforman el presente dossier para señalar ciertos temas de investigación sobre la relación entre tiempo y sociedad, que son indicativos de carencias en el cuestionario de los historiadores de América Latina, carencias que nos dificultan tener visiones más complejas de los procesos de formación de la sociedad y de los Estados latinoamericanos.

Para empezar, podemos indicar lo que tiene que ver con la economía de mercado, cuya larga historia se inició entre nosotros en el siglo XVII, y resultó ser la vía de avance hacia una un sistema de relaciones económicas en la que el tiempo fue cada vez más una dimensión constitutiva. De manera particular, cuando se leen las historias económicas de nuestras sociedades, parecería que nos enfrentamos a un análisis histórico que trabajara con gentes que habrían nacido ya como sujetos económicos modernos, sin necesidad de ninguna adecuación de su cuerpo y de sus actitudes culturales al marco de una sociedad en donde el tiempo comenzaba a ser una variable esencial y los ritmos sociales, familiares y, en general, los de la vida comunitaria se alteraban por completo.

Los interrogantes se acentúan mucho más si nos trasladamos a comienzos del siglo XX y examinamos esa misma economía en el marco de la nueva legislación laboral que las luchas de los trabajadores y de los partidos políticos reformistas impusieron tanto en el viejo mundo rural como en el nuevo medio urbano que empezaba a hacerse capitalista, lo que significó la aparición de realidades inéditas como las que tienen que ver, por ejemplo, con la idea de semana y jornada de trabajo, de descanso dominical, de día festivo, que alteraban los ritmos habituales de sueño y despertar -sobre todo con el trabajo nocturno-, los horarios tradicionales de comida y produjeron novedades como las de tiempo libre y tiempo de ocio; realidades todas que no sólo recuerdan el problema del uso moderno del tiempo con los nuevos ritmos colectivos que introdujeron, lo que no es difícil de suponer, sino que plantearon la cuestión esencial de la duración de esas transformaciones, en el camino de producir "sujetos modernos", puntos sobre los que ignoramos todo o casi todo, más allá de la enunciación formal del problema, pues sociólogos e historiadores han terminado por hacer de esos cambios -cuya genealogía y formas diferenciales resultan esenciales para para conocer la historia de una sociedad- simplemente un "dato" que aparece sepultado bajo el peso de nociones prestigiosas como "industrialización", "transición de lo rural a lo urbano", "nuevo régimen demográfico", sin que sepamos nada de la forma concreta que ha asumido la producción de ese "sujeto moderno".

Podemos hacer la misma demostración, pero sería tal vez inútil prolongar el expediente, mostrando una situación análoga en el campo de la historia política de los siglos XIX y XX, de la que se nos habla de manera repetida sobre la "formación del ciudadano en el marco republicano", de "pedagogía ciudadana", de ceremoniales y fiestas republicanas, de participación en las urnas, de la aparición de formas modernas de la política como las de campaña electoral pero sobre lo que sabemos muy poco en cuanto a los mecanismos concretos de esas transformaciones y el peso del tiempo en esa producción de nuevos sujetos políticos. Podemos igualmente mencionar el campo de la historia de la educación, que por ahora continúa siendo de manera mayoritaria mención de fechas, de decretos, de propósitos, y de planes de estudio, sin que sepamos de manera concreta nada significativo sobre los dispositivos puestos en marcha por la institución escolar, y sobre ellos efectos sociales significativos de las nuevas formas de organización del tiempo, con sus calendarios escolares, sus tiempos de descanso -"el recreo" - y de clase, sus vacaciones colectivas, sus formas particulares de sacar a los niños de la cama a tempranas horas hasta producir esa realidad moderna que se llama "un escolar", y que bajo su forma generalizada es una realidad reciente -del siglo XX- en América Latina. Es un punto esencial de una Historia cultural que fuera menos anecdótica y episódica, lo que resulta esencial si recordamos que en las sociedades modernas la cultura social es en gran medida la cultura escolar, forma básica de socialización de las nuevas generaciones, que ha ganado competencias y espacios que antes cumplían las familias.

No hay que prolongar más la mención de temas y problemas significativos, para tener la impresión de que el papel del tiempo en esas transformaciones, que debiera ser un punto esencial en todo cuestionario de historiador -brilla por su ausencia- lo que vuelve a poner de presente que desarrollar una sensibilidad propiamente histórica sobre esa dimensión básica en la constitución de sujetos sociales modernos, y lo que ha significado que tales cambios se produzcan bajo la égida del Estado, de un Estado que al mismo tiempo se construye en esos procesos como hegemonía y como comunidad política, un asunto esencial que tal vez hemos mantenido -para mala fortuna nuestra- como realidad ajena a nuestros cuestionarios de investigación.

Quisiera terminar agradeciendo al equipo editorial de la revista Historia y Sociedad por haber aceptado la propuesta de este dossier y más tarde del apéndice documental que lo acompaña -conjunto de artículos y documentos- que tratan un tema que no aparece de manera clara en la agenda actual de los historiadores de la región, pero que a lo mejor puede despertar algunos intereses nuevos investigativos que enriquezcan nuestra historiografía.

Bibliografía General de orientación

Presentamos a continuación un breve listado de textos que pueden servir de orientación en el estudio de la relación tiempo/sociedad y que hemos consultado de manera repetida mientras trabajábamos en el presente dossier, aunque desde luego cada uno de los textos publicados incluye su propia bibliografía especializada. Acompañamos las menciones con un brevísimo comentario de orientación.

Actes de la Recherche en Sciences Sociales, nos. 226/227 (2019). Todo el número está dedicado a la reflexión sociológica, con elementos de historia social. Examina objetos habitualmente dejados de lado en el estudio del tiempo y muestra una desbordada imaginación en términos de fuentes.

Baschet, Jérôme. La Civilización feudal. Europa del año mil a la colonización de América. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2009 [2004]. Un libro de gran sensibilidad sobre el papel de la Iglesia como elemento básico de estructuración de las sociedades occidentales en las que la "matriz medieval" no es simplemente una herencia del pasado, elemento acentuado en las sociedades de América hispana. Uno de esos elementos básicos es desde luego el "tiempo del cristianismo".

Bourdieu, Pierre. "Pratiques économiques et dispositions temporelles", en Esquisse d'une théorie de la pratique. Précédé de trois études d'ethnologie Kabyle. París: Seuil, 2000 [1970].

Bourdieu, Pierre. Algérie 60. Structures économiques et structures temporelles. París: Minuit, 1971. Hay traducción en castellano.

Bourdieu, Pierre. Sur l'État. Cours au Collège de France, 1989-1992. París: Seuil, 2012. Hay traducción en castellano. Como ocurre con El Capital de Marx, muchos de los lectores del sociólogo francés no parecen haber percibido que la dimensión temporal, como espacio de toda transformación social básico de las relaciones sociales, es una constante permanente en toda su obra desde la época de sus trabajos iniciales en entre los campesinos argelinos, y luego en el campo de la institución escolar y en el de las regulaciones sociales por parte del Estado.

Bourdieu, Pierre y Abdelmalek Sayad. Le Déracinement. Las crise de l'agriculture traditionnelle en Algérie. París: Le Minuit, 1964.

Elias, Norbert, Sobre el tiempo. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1997 [1984]. Un pequeño clásico del tema y lectura en general descuidada por los historiadores. Sorprende por la claridad de la expresión en un tema tan complejo. Pone en evidencia el carácter social del tiempo de principio a fin; carácter inscrito en la triada formada por el tiempo físico, en un extremo, y el tiempo de la percepción y conciencia individuales, en el otro, este último imposible de comprender por fuera de su marco societario.

Freud, Sigmund. Cartas de Viaje 1895-1923. Madrid: Siglo XXI, 2006 [2002]. El libro muestra -a la manera de una fuente indirecta- los usos europeos de los horarios de tren, la regularidad del correo europeo y la introducción de una transformación mayor en términos de los ritmos sociales de vida: la aparición de las vacaciones bajo su forma moderna a principios del siglo XX.

Genet, Jean-Philippe. La genèse de l'État moderne. Culture et société politique en Angleterre. París: PUF, 2003. Obra magnífica sobre el surgimiento del Estado moderno. Dedica toda su extensa segunda parte a los problemas del papel de "lo escrito" y por esa vía el papel de las representaciones gráficas escritas del tiempo en la construcción del poder estatal.

Goody, Jack, comp. Cultura escrita en sociedades tradicionales. Barcelona: Gedisa, 1996 [1968]. Es una guía magnífica para retener las relaciones entre poder político, formas de escritura y maneras gráficas (escritas) de representar el tiempo, con artículos sobre áreas culturas de casi todo el orbe.

Gruzinski, Serge. La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1991 [1988].

Gruzinski, Serge. Les quatre parties du monde. Histoire d'une mondialisation. París: La Martinière, 2004. Hay traducción al castellano. Los dos textos de Gruzinski son dos obras mayores, tanto para observar las transformaciones de las estructuras y hábitos mentales y corporales, cuando se modifican las dimensiones espaciales y temporales básicas de una sociedad -la colonización de lo imaginario- como para acercarse a la forma en que la monarquía católica hispana produjo un inicial proceso de unificación temporal de las sociedades del Nuevo Mundo e impuso nuevas nociones de tiempo y medida del tiempo.

Hirsch, Thomas. Le Temps des Sociétés. D'Émile Durkheim à Marc Bloch. París: EHESS, 2016. El más completo informe, desde el punto de vista de la historia social de las ideas, sobre las elaboraciones de la moderna relación entre tiempo y sociedad, en el marco de las ciencias sociales y la historia, a principios de siglo XX.

Le Goff, Jacques. "Tiempo de la Iglesia y tiempo del mercader en la Edad Media", en Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval. Madrid, Taurus, 1983 [1978]. Recomendación casi que ritual, si se tiene en cuenta que Le Goff hizo del tiempo uno de los ejes centrales de lo que llamó su "antropología histórica". Aquí muestra no sólo dos formas de tiempo en la sociedad medieval, sino que indica las luchas en torno a su hegemonía.

Madeira-Santos, Catarina y Jean-Frédéric Schaub. "Histoires impériales et coloniales d'Ancien Régime. Un régard sur l'État moderne", en Faire des Sciences Sociales -Généraliser-. París: EHESS, 2012. Para entender los condicionamientos del tiempo, como forma estructurante de las formas sociales -que a su vez lo condicionan- es importante plantearse el problema de esas particulares sociedades del Nuevo Mundo, que son "los reinos hispanos de ultramar", con fuertes rasgos de sociedades estamentarias, al tiempo que consideradas "posesiones coloniales".

Ramos-Torre, Ramón, comp. Tiempo y sociedad. Madrid: CIS, 1992. Útil compilación de textos distintivos de antropólogos y sociólogos que en Europa y en Estados Unidos han contribuido a la discusión de la relación tiempo/sociedad en el siglo XX.

Thompson, E. P. La formación de la clase obrera en Inglaterra. Madrid: Capitán Swing, 2012 [1963]. Aunque habitualmente se reduce su aporte al tema del tiempo al artículo de Costumbres en común, en realidad toda la obra de Thompson está de principio fin recorrida por el afán de caracterizar el tiempo industrial moderno y por incluir en el proceso de surgimiento del trabajador moderno la dimensión del tiempo.

Thompson, E. P. "Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial", en Costumbres en común. Barcelona: Grijalbo, 1995 [1991].

Uribe, Ricardo, Las dinámicas del tiempo. Relojes, calendarios y actitudes en el virreinato de Nueva Granada. Bogotá: Universidad de los Andes, 2016.

Uribe, Ricardo. Relox: un nuevo arte de hacer creer. Bogotá: Universidad de los Andes, 2017. Los dos trabajos son sugerentes y originales, y desarrollan con cuidado y sin generalizaciones apresuradas algunos de los temas centrales del problema que se enuncian en los títulos de los textos, en el marco del siglo XVIII neogranadino.

Bibliografía

Fuentes secundarias

[1] Bachelard, Gastón. El psicoanálisis del fuego. Madrid: Alianza, 1966 [1938]. [ Links ]

[2] Chaunu, Pierre. Seville et l'Atlantique. París: S.E.V.P.E.N., 1995-1960. [ Links ]

[3] Elias, Norbert. Sobre el tiempo. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1997. [ Links ]

[4] Hartog, François. Régimes d'Historicité. Présentisme et expériences du temps. París: Seuil, 2003. [ Links ]

[5] Ricoeur, Paul. Tiempo y Narración. Ciudad de México: Siglo XXI, 1995 [1985]. [ Links ]

1Norbert Elias, Sobre el tiempo (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1997), 67.

2Gastón Bachelard, El psicoanálisis del fuego (Madrid: Alianza, 1966 [1938]), 7.

3Paul Ricoeur, Tiempo y Narración (Ciudad de México: Siglo XXI, 1995 [1985]).

4Ricoeur, Tiempo y Narración, I: 338.

5Ricoeur, Tiempo y Narración, I: 182-183.

6Pierre Chaunu, Seville et l'Atlantique (París: S.E.V.P.E.N., 1995-1960).

7François Hartog, Régimes d'Historicité. Présentisme et expériences du temps (París: Seuil, 2003).

Cómo citar / How to cite item: Silva, Renán. "Escribir el tiempo. Cultura escrita y tiempo social (siglos XVI-XX): los soportes escritos de la representación del tiempo". Historia y Sociedad, no. 37 (julio 2019): 6-22. http://dx.doi.org/10.15446/hys.n37.80251

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