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La Palabra

Print version ISSN 0121-8530

La Palabra  no.41 Tunja Apr./June 2021  Epub May 07, 2022

https://doi.org/10.19053/01218530.n41.2021.13489 

Reseñas

Dédalo de Camilo Bogoya

Johana Isaura Rodríguez-Chaparro** 

** Estudiante de Maestría en Literatura UPTC. johana.rodriguez01@uptc.edu.co


Reseña

Dédalo: figura mitológica, más antigua que las grandes edificaciones que inundan a Bogotá, a Buenos Aires, a Rio de Janeiro u otras de las grandes ciudades contemporáneas, con edificios creados por arquitectos que como Dédalo trazaron las esquinas y profundidades de grandes museos, parlamentos o gobernaciones. Pero cuenta el mito de Dédalo que, en lugar de ser el arquitecto visionario capaz de erigir esos grandes edificios que vemos en el panorama de una ciudad, construyó, por petición del rey Minos, el laberinto más monumental de la historia de la mitología griega, ideado para mantener en una prisión perfecta al temible Minotauro de Creta. Un laberinto tan complejo que no parecía tener ni principio, ni fin. Es quizá por ello que, la figura del Minotauro y el laberinto ha sido trabajada y reinventada por el artificio literario en numerosas ocasiones. Por mencionar algunos ejemplos, se puede aludir a dos de los más grandes escritores que la Argentina ha dado: por un lado, Julio Cortázar y su poema Los Reyes, poema que le da una vuelta de tuerca a la figura del Minotauro, simbolizándolo como un artista, una suerte de poeta. Y. por el otro, aparece la conocida propuesta narrativa de Jorge Luis Borges que desarrolló a través de su cuento La casa de Asterión, en el cual abordó el concepto del infinito por medio de un ser preso en un laberinto, tal como Minotauro. Ambas propuestas alejadas de la temible figura del Minotauro que Homero describió.

Quizás las partes del mito que más llaman la atención son tres: el laberinto, al Minotauro y la figura de Dédalo, este último porque su papel fue el de arquitecto de tan complejo sistema de paredes y recovecos, además él mismo estaría aprisionado junto a su hijo, Ícaro, como castigo por ayuda a Pasífae, esposa de Minos, rey de Creta. El aprisionamiento fue el motivo para que Dédalo le construyera a su hijo unas alas para que, en ese vuelo limpio y amplio en el horizonte, se alejara de una cárcel tan perfecta que su mismo creador desconocía como salir de ella, lo salvó tomando vuelo.

Si el lector maneja estas referencias puede encontrar en el título de una novela, como lo es Dédalo, un llamado sugerente e incitador. El lector antes de encontrarse con las primeras palabras del libro se verá antes que nada arrojado a preguntas, si acaso el libro que está por leer es de fantasía, o si es acaso una biografía de un ser que jamás existió, salvó en las ensoñaciones de humanos que siglos atrás le compusieron canciones, pinturas, poemas, al más grande artesano y arquitecto de la Antigua Grecia. Lo cierto es que Dédalo, la primera novela escrita por el autor bogotano Camilo Bogoya, con residencia en Francia -y por la cual recibió el Premio Nacional de Novela de la Universidad de Antioquia en el 2019-, se funda mediante el mito, pero crea su propio camino para recorrerlo. Se pensaría que la novela trabajaría, como Cortázar y Borges lo habían hecho, la figura del Minotauro o del laberinto de manera integral; no obstante, la novela de Bogoya, jugando quizá con las ideas mitológicas prestablecidas, da un giro estructural y argumental, se aleja de ese laberinto y explora otros laberintos cotidianos, laberintos que la realidad colombiana tiene por ofrecer, como lo es el negocio del secuestro, de la desaparición de una hija por culpa de la violencia y la injusticia: los grandes laberintos de historia reciente de Colombia.

La obra de Bogoya tiene una estructura capitular establecida por 38 capítulos que cuentan la historia de tres personajes. El primero es Dédalo, personaje en el cual su narración -por lo general- se encuentra en los capítulos impares, expresado en una tercera persona singular, omnisciente y en un tiempo verbal de pasado. El segundo personaje es Flora, su narración nace y transcurre en los capítulos pares de la novela, con un característico cambio de discurso y estilo que se ven expresados en primera persona singular y en tiempo verbal presente, ella se ve envuelta en una narración carente de puntos seguidos y puntos aparte, que lejos de ser un error de las normas ortotipográficas, es algo pensando e intencionado por el autor, para darle al monólogo una expresividad estética.

En su gran mayoría, los capítulos se van intercalando entre Dédalo y Flora, hasta la aparición del coronel Garrido, el tercer personaje, que surge cuando la trama ya ha avanzado; asimismo, junto al coronel, también aparece un cuarto personaje: Horacio, el padre de Flora. Esta narración también se expresa en primera persona singular, pero en tiempo verbal pasado y en ocasiones presente.

Las narraciones en las que surge todo el peso y la tensión narrativa se enfocan en Dédalo y Flora, personajes separados de manera muy drástica en espacio y tiempo: Dédalo, un personaje mítico de la antigua Grecia, y Flora Leticia Ramírez, una mujer de 21 años que ha sido secuestrada, en la Colombia contemporánea. La relación entre estos dos personajes es uno de los grandes retos que la novela le propone al lector resolver; cuales son los secretos de esta relación y el porqué están unidas estas dos historias bajo la sinfonía de la forma novelística: si es acaso una relación aparentemente lejana o si está aunada al símbolo que es el encierro.

Se puede vislumbrar que ambos protagonistas comparten la vivencia de su propio laberinto, de su propio encierro. Flora conoce el mito de Dédalo a través de Horacio, su padre, lo cual es el punto en común, ya que Dédalo y Flora comulgan el uno, en el capítulo del otro. Vemos entonces como capítulos que, podríamos pensar que no tienen relación el uno con el otro, forman una sola entidad inquebrantable entre un personaje que es producto de la narración de una mujer de 21 años -historia que le cuenta a su secuestradora y a sí misma para enunciar a su padre y sobrevivir al hambre- y la decadencia que produce estar en cautiverio, donde los dientes se caen, los huesos se evidencian en la piel y la nostalgia de un mundo perdido corroe las entrañas de la protagonista. La novela toca el tema de la paternidad, puesto que se ve a un Horacio tan desesperado por encontrar a su hija que le pide el favor a un conocido militar, el coronel Garrido, de que lo ayude a encontrarla. Horacio y Dédalo, como padres, se unen en una identidad similar, en el sentido y anhelo de construirle a sus hijos una herramienta con la cual puedan escapar del temible laberinto. Dédalo lo hace a través de las alas y Horacio, de manera indirecta y sin pensarlo, le enseñó a su hija a contar un mito que la mantendría con vida en los temibles días de cautiverio que iba a vivir. Es así como la novela nos envuelve en otro gran tema: el secuestro. Materia que la novela la aleja de lo literario, de lo mítico, el secuestro lo aborda desde una prosa ensayística, discutiendo el problema que significa el secuestro en Colombia; al mismo tiempo, retrata a una víctima de una práctica que tiene sus orígenes en la desigualdad e injusticia social que se vive, provocada por los modos de producción de riqueza que atentan contra los derechos y la dignidad humana:

De los casi ocho mil secuestros que se cometen cada año en el mundo, el ochenta por ciento ocurren en América Latina. Los secuestros no forman parte de una guerra sino de una industria [...] En el país se comete uno cada dos horas y veinticuatro minutos [...] se llega a un dato económico impresionante: la primera fuente de empleo de nuestra nación es la violencia armada. (Bogoya 93).

Es a través del secuestro que experimenta Flora y el encierro de Dédalo e Ícaro, que se establece un puente literario con la princesa Scheherezade, en Las Mil y una Noches, ya que ella le cuenta a quien la tiene secuestrada la historia de Dédalo, tal como lo hace Flora. Aquí se puede observar cómo Bogoya hace buen uso de la técnica del relato enmarcado, donde una historia se cuenta y se simboliza por medio de otra, y también como esa historia funciona para sobrevivir. Lo anterior, nos establece la pregunta y la reflexión sobre si la literatura se inscribe en el orden de lo vital, de lo necesario, en el sentido de que contarnos cuentos, poemas u otras narraciones, hace que entremos en dialogo con aquello que nos hace humanos, con aquello que nos permite conocer nuestra propia condición, con sus dichas y sus altas, sus preguntas y sus respuestas. La literatura nos permite conocer el laberinto personal, en el que cada uno se encuentra, en el que cada uno debe recorrer, por más temible que sean sus esquinas o su inmensidad.

Dédalo, la novela de Camilo Bogoya -haciendo uso de la crónica de un secuestro y la narración la creación del laberinto, el dolor y de la interioridad de un ser mítico-, hace que se entremezcle una reflexión de la violencia que se ha ejercido en Colombia y el dolor del padre por alejarse de su hijo (hija en el caso de Horacio), todo ello respirando en una narración que exhala de forma tranquila, pero a la vez intrincada la complejidad de un laberinto, del laberinto de la vida. Ese ejercicio de respiración que toca a Dédalo, a Flora, a Horacio y al general Garrido que, como El general en su laberinto de Gabriel García Márquez, se preguntan por el cómo salir de ese laberinto que es la existencia humana, en su forma más descarnada y deshumanizante: el secuestro.

Referencias

Bogoya, Camilo. Dédalo. Editorial: Universidad de Antioquia, 2020.Medellin [ Links ]

Citar: Rodríguez, Johana Isaura. "Dédalo de Camilo Bogoya". La Palabra, núm. 41, 2021, e13489. https://doi.org/10.19053/01218530. n41.2021.13489

Recibido: 10 de Agosto de 2021; Aprobado: 02 de Octubre de 2021

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