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Prospectiva

Print version ISSN 0122-1213On-line version ISSN 2389-993X

Prospectiva  no.25 Cali Jan./June 2018

https://doi.org/10.25100/prts.v0i25.5964 

Artículos

Aproximaciones teórico-conceptuales a la comprensión de las lógicas de empobrecimiento y segregación socio espacial

Theoretical approaches for understanding impoverishment and socio spatial segregation

Martha Valderrama-Barrera1 

Nora Cano-Cardona2 

Paula Andrea López-Vargas3 

1Trabajadora Social, Magister en Cultura de la Metrópolis Contemporánea de la Universidad Politécnica de Cataluña, docente investigadora adscrita a la Universidad de Antioquia en Intervención Social GIIS. Medellín, Colombia. Correo electrónico: martha.valderrama@udeayGrupodeinvestigación.edu.co.

2Trabajadora Social, Magister en Desarrollo Social del CINDE, docente investigadora adscrita a la Universidad de Antioquia y al Grupo de investigación en Intervención Social GIIS. Medellín, Colombia. Correo electrónico: noracanocar@hotmail.com

3Trabajadora Social, Magister en Ciencias Políticas y candidata a Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia, docente investigadora adscrita a la Universidad de Antioquia y al Grupo de investigación en Intervención Social GIIS. Medellín, Colombia. Correo electrónico: paula.vargas@udea.edu.co .


Resumen

El propósito de este artículo es ofrecer una fundamentación teórica y metodológica para el estudio y comprensión de los procesos de empobrecimiento y segregación socio espacial en nuestras sociedades contemporáneas, donde el desarrollo capitalista y la economía de mercado han determinado la estructuración y agudización de las desigualdades e inequidades sociales, exacerbando las brechas entre riqueza y pobreza. Algunas referencias permiten ubicar el fenómeno en el contexto mundial, latinoamericano y colombiano orientadas a comprender, medir y generar políticas públicas para la erradicación de la pobreza, haciendo énfasis en el modelo económico y en los procesos de empobrecimiento, para centrar la mirada en las percepciones que tiene la población acerca de la pobreza y de las acciones institucionales diseñadas para combatirla.

Palabras clave: Empobrecimiento; Teoría crítica; Representaciones colectivas; Vida cotidiana; Segregación socio espacial

Abstract

The purpose of this article is to provide a theoretical and methodological basis for the study and understanding of the processes of impoverishment and socio-spatial segregation that occur in our societies in contemporary contexts, where capitalist development and market economy have been determinant in the structuring of social inequalities and inequalities, exacerbating the gaps between wealth and poverty. Some references allow to locate the analysis of the phenomenon in Latin American and Colombian context oriented to understand, measure and generate public policies for the eradication of Poverty. What is also questioned is the place of the economic model in the processes of impoverishment and the perceptions that the population has about poverty and the institutional actions designed to combat it.

Keywords: Impoverishment; Critical theory; Collective representations; Everyday life; Socio spatial segregation

1. Introducción

Desde el punto de vista teórico, la investigación Representaciones Colectivas sobre Pobreza en las Comunas 1 y 3 de la Ciudad de Medellín, se fundamentó en dos pilares para comprender y analizar las lógicas de empobrecimiento que tienen lugar en las sociedades contemporáneas que se rigen bajo el modelo de desarrollo capitalista.

El primer pilar lo constituye un acercamiento a las diferentes concepciones y corrientes teóricas orientadas a la definición de la pobreza, que permiten asumir una postura de corte epistemológico amparada en el reconocimiento de que la perspectiva histórico-crítica ofrece una amplia posibilidad para el entendimiento de la pobreza, como fenómeno de orden estructural.

El segundo pilar es el establecimiento de algunos referentes para la construcción del concepto de representaciones colectivas con aportes de autores como C. Marx, F. Engels, A. Heller, H. Zemenmal, A. Torres, E. Zuleta, P. Netto, M. Iamamoto, F. Borda, Y. Guerra, C. Montaño, A. Simoes da Mota, entre otros, quienes permiten la comprensión de las lógicas de segregación desde la vivencia cotidiana de los mismos pobladores, sin perder de vista la lectura macro estructural de la sociedad para una lectura concreta y situada de las contradicciones que genera la implementación del sistema capitalista en contextos de pobreza.

Se presentan los referentes centrales que orientan el desarrollo de estos dos pilares de trabajo que han permitido establecer una ruta para la comprensión de la pobreza y de la segregación socio espacial. A su vez, permiten el establecimiento y la clarificación de las intencionalidades ético políticas en la interacción con el territorio, con los sujetos y con los grupos poblacionales que enfrentan las lógicas de empobrecimiento y vulneración social, espacial, económica y política y se movilizan por el derecho al territorio y a la ciudad.

2. Acerca de la perspectiva histórico-crítica y sus aportes a la comprensión del empobrecimiento

Se plantean algunos referentes que fundamentan la perspectiva histórico-crítica, bajo las orientaciones del marxismo clásico y contemporáneo; se introducen postulados, que desde esta vertiente permiten asumir la pobreza como factor determinante en la comprensión de las contradicciones del sistema capitalista y en esa dirección, la problematización de las manifestaciones en el ámbito social y, en el marco de las contradicciones que surgen a la luz de las relaciones capital/trabajo.

El materialismo histórico se asume como la extensión de los principios del materialismo dialéctico aplicados al estudio y a la comprensión de la vida social en perspectiva histórica. C. Marx y F. Engels retomaron del método dialéctico de Hegel los rasgos fundamentales para controvertirlo, resignificarlo, desarrollarlo e imprimirle un sentido científico moderno. Así mismo, resignificaron de Feuerbach sus ideas sobre el materialismo, retirando de estos postulados su sentido idealista tradicional. Desde la perspectiva marxista, la dialéctica se reconoce en tanto hace referencia al diálogo, a la polémica, al arte mismo de ir tras las huellas de la verdad, poniendo al descubierto las contradicciones en el proceso discursivo y comprensivo de la realidad. En último término, los principios del método dialéctico adquieren la mayor importancia en el estudio de la vida social y en la comprensión del devenir histórico de la sociedad.

La dialéctica no considera la naturaleza como un conglomerado casual de objetos y fenómenos, desligados y aislados unos de otros, sino como un todo articulado y único, en el que los objetos y los fenómenos se hallan orgánicamente vinculados unos con otros. Ningún fenómeno de la naturaleza puede ser comprendido si se toma aisladamente, sino en su relación con otros fenómenos asociados y por ellos condicionado. (Stalin, 1938, p. 3).

Siguiendo a Stalin, la dialéctica considera la naturaleza como algo dinámico, sujeto a perenne movimiento; en consecuencia, el método dialéctico exige que los fenómenos se examinen tanto por sus relaciones mutuas, como por su condicionamiento, pero a su vez, desde los movimientos y cambios que los determinan.

La dialéctica no examina los fenómenos en proceso como simples dinámicas de crecimiento en las que los cambios cuantitativos no implican cambios cualitativos, todo lo contrario, es el tránsito de lo simple a lo complejo, movimiento progresivo, de lo inferior a lo superior, en el que los fenómenos se encuentran históricamente determinados.

La dialéctica reconoce que los objetos y los fenómenos de la naturaleza tienen implícitas contradicciones internas. En consecuencia, el método dialéctico asume que la configuración de los fenómenos no es resultado de procesos armónicos, sino de contradicciones inherentes (Stalin, 1938, pp. 3-5).

Bajo estos determinantes, el estudio de lo social implica la visibilización de las contradicciones propias del régimen imperante -capitalista para este caso-, fundamentadas en la estructura, en la lucha de clases, y en el establecimiento de contradicciones inherentes a la relación entre capital y trabajo. El rasgo distintivo del materialismo histórico consiste en la estructuración de un cuerpo teórico que asume un carácter totalizante, para unificar diversas perspectivas de análisis y de comprensión de la sociedad contemporánea, sin que una de ellas logre por sí misma la comprensión satisfactoria de un aspecto aislado de la realidad. Es este el principio de totalidad que comporta esta perspectiva teórica.

Es importante señalar que el principio de la dialéctica advierte la necesidad de reconocer como premisa orientadora la totalidad social; es por ello que se plantea que ningún fenómeno parcial de la vida social -el empobrecimiento, para el caso que nos ocupa-, puede comprenderse de manera aislada; para ello requiere ser relacionado con la estructura social entendida como globalidad y con las determinaciones históricas que la configuran. Cualquier aspecto específico de la vida social no puede ser, entonces, entendido y analizado por fuera del contexto global, lo que implica el establecimiento de una relación dialéctica que va de lo general a lo particular, para lograr interacción entre los diversos ámbitos que configuran la realidad social. A su vez, tampoco podrá comprenderse la vida social por fuera de su interrelación con la vida económica, política, cultural, entre otras variables. Esta precisión establece la necesidad de alcanzar lecturas de los fenómenos sociales en su perspectiva sincrónica y diacrónica, es decir, entre los componentes que estructuran la sociedad en su totalidad y en su dimensión histórica.

... Marx nos dice que la dialéctica se presenta bajo dos formas. Una “mistificada”, que marcha sobre su cabeza, y que concibe a la realidad como una proyección fantasmagórica de la Idea (así, con mayúsculas, como lo planteaba Hegel). La idea, mistificada, se convierte, en consecuencia, en “el demiurgo de lo real”, el principio motor de toda la historia. Marx sostiene, empero, que hay otra forma de la dialéctica. Una forma racional, y bajo la cual marcha sobre sus pies. Se trata de la dialéctica que expresan las contradicciones sociales en sus diferentes planos: uno, más general, que contrapone el desarrollo de las fuerzas productivas con las relaciones sociales de producción; otro, más particular, configurado por el desenvolvimiento concreto de las luchas de clases. Bajo esta perspectiva, las ideas aparecen como la proyección -más o menos mediatizada, más o menos deformada- de las contradicciones sociales, que son las verdaderas hacedoras de la historia. No es que para el marxismo las ideas “no cuenten”, como rutinariamente acusa el saber convencional de las ciencias sociales, sino que ellas “cuentan” en tanto son expresiones -rudimentarias o excelsas, fragmentarias o sistemáticas- de las contradicciones sociales (Borón, Amadeo y González, 2006, p. 42).

El materialismo reconoce que la materia, la naturaleza y el ser constituyen realidades objetivas que existen por fuera de la conciencia e independientes de ella. De la materia se derivan las sensaciones, las percepciones, la conciencia, el pensamiento como imágenes reflejadas por y a través de ella. Pensamiento y materia se encuentran indisolublemente articulados. El mundo real del que hacemos parte es el mundo material y perceptible a los sentidos, constituye realidades objetivas, posibles de ser comprobadas por la experiencia, por la praxis social, pero a su vez, pueden conocerse y procesarse a través de percepciones, pensamientos y representaciones.

Es posible realizar el estudio y la comprensión de lo social, de la historia social, de los fenómenos sociales, de la práctica social, desde la perspectiva del materialismo bajo el entendimiento de que no constituyen hechos en sumatoria y fortuitos, y de que el devenir de lo social está determinado por las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad en sus determinantes objetivas que manejan una relación estrecha entre teoría y práctica. La vida material de la sociedad es realidad objetiva y la vida espiritual es el reflejo de ella.

Desde el materialismo histórico se entiende por condiciones materiales de vida de la sociedad, los modos en que se obtienen los medios de vida necesarios para que el hombre exista y se reproduzca, el modo de producción de los bienes materiales necesarios para la reproducción de la sociedad misma, pero, también los medios de producción, así como la forma en que se producen, o sea las fuerzas productivas que permiten el desarrollo y la reproducción social y las relaciones de producción que se establecen entre los hombres, ante lo cual la producción es eminentemente social.

En términos concretos, en el marco de la sociedad capitalista las relaciones de producción se configuran bajo lógicas de poder, dominación y subordinación. Pero a su vez el modo de producción reproduce la ideología, las concepciones, las relaciones sociales, el funcionamiento de las instituciones políticas y de las relaciones económicas, entre otras.

En el Manifiesto del Partido Comunista (Marx y Engels, 1981), se plantea que la historia de todas las sociedades (la historia escrita) ha sido la lucha de clases entre la burguesía (que comprende la clase de los capitalistas propietarios de los medios de producción social) y el proletariado (que es la clase trabajadora, asalariada, privada de los medios de producción que vende su fuerza de trabajo para existir), la lucha entre clases, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social, y la base material de la lucha de clases la forman las relaciones económicas. En esta perspectiva, la clase oprimida (el proletariado) no puede emanciparse de la clase que la explota sin emancipar para siempre la sociedad entera de la explotación y la opresión (Marx y Engels, 1971).

La dialéctica, en su “figura racional”, plantea que la historia no es otra cosa que el interminable despliegue de las contradicciones sociales. Si en Hegel estas quedan encapsuladas en el plano de las ideas, en Marx el “hogar” de las mismas se sitúa en la sociedad civil. Allí tropezamos con las clases y sus irreconciliables antagonismos y las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Esta visión que nos ofrece la dialéctica cuestiona frontalmente tanto los fundamentos ideológicos del pensamiento medieval/feudal, con su axioma que postula la unidad y organicidad del cuerpo social, como los del pensamiento burgués que se construye a partir de la premisa de la armonía de intereses que se compensan en el ámbito del mercado y el estado. En un caso tenemos la gran construcción de Tomás de Aquino, y en el otro la de Adam Smith. Más allá de sus diferencias, tanto uno como otro adhieren a una perspectiva (el orden natural del universo que culmina en la figura de Dios en el primero, la “mano invisible” en el segundo) que considera a las contradicciones y conflictos sociales como desajustes temporales y fricciones marginales, atribuibles a factores circunstanciales o ajenos a la lógica del sistema. Huelga aclarar que tales visiones terminan por ratificar el carácter “natural”, eterno e inmutable del status quo (Borón et al., 2006, pp. 42-43).

Para continuar, es preciso advertir que el pensamiento marxista establece en la teoría crítica la perspectiva más radical y contundente. Al respecto han sido fuertes las controversias que esta corriente ha generado en el mundo académico contemporáneo, hasta llegar a desvirtuarlo totalmente, incluyendo lo que en él sigue siendo significativo para la comprensión crítica de la sociedad capitalista, incluso en su fase más avanzada. No obstante, es preciso reconocer que hoy se vienen generando procesos en la esfera académica que reivindican al marxismo por sus amplias y vigentes aportaciones en la comprensión de las lógicas objetivas del desarrollo del capitalismo, en contraposición con las vertientes de pensamiento que optan por tendencias propias del positivismo y expresiones diversas del pensamiento posmoderno como privilegios teóricos de las Ciencias Sociales en la contemporaneidad.

… como recordaba Marx, “la dialéctica es, por esencia, crítica y revolucionaria”. Y, por eso mismo, en las ciencias sociales dominadas por las concepciones filosóficas propias de la burguesía -el economicismo, el nihilismo posmoderno, etcétera- la batalla en contra de la epistemología dialéctica es una lucha sin cuartel y sin concesión alguna. No hay otra concepción que contenga premisas semejantes, y que cuestione tan radical e intransigentemente el orden social existente. Por eso mismo podemos concluir, sin temor a exagerar, que sin pensamiento dialéctico no hay pensamiento crítico. Sin un planteamiento que obligue permanentemente a identificar las contradicciones y tensiones de un sistema, y que haga de esta operación el principio metodológico fundamental de cualquier análisis social, no hay posibilidades de alimentar el pensamiento crítico (Borón et al., 2006, p. 45).

…La supervivencia del marxismo como tradición intelectual y política se explica por dos factores principales que, sin ser los únicos, aparecen sin duda como los más importantes. En primer lugar, por la reiterada incapacidad del capitalismo para enfrentar y resolver los problemas y desafíos originados en su propio funcionamiento. En la medida en que el sistema prosiga condenando a segmentos crecientes de las sociedades contemporáneas a la explotación y todas las formas de opresión -con sus secuelas de pobreza, marginalidad y exclusión social-, y agrediendo sin pausa a la naturaleza mediante la brutal mercantilización del agua, el aire y la tierra, las condiciones de base que exigen una visión alternativa de la sociedad y una metodología práctica para poner fin a este orden de cosas seguirán estando presentes, todo lo cual no hace sino ratificar la renovada vigencia del marxismo. Esta es una de las razones que explica, al menos en parte, su permanente “actualidad”. La otra es la inusual capacidad que este corpus teórico ha demostrado para enriquecerse en correspondencia con el desenvolvimiento histórico de las sociedades y de las luchas por la emancipación de los explotados y oprimidos por el sistema. Es debido a esto que el regreso a Marx supone, como punto de partida, la aceptación de un permanente “ir y venir” merced al cual las teorías y los conceptos de la tradición marxista son aplicados para interpretar y cambiar la realidad, y, simultáneamente, resignificados a la luz de la experiencia práctica de las luchas populares y de las estructuras y procesos que tienen lugar en el marco del capitalismo contemporáneo (Borón et al., 2006, p. 36).

Se trata de retornar al marxismo como teoría científica con toda su riqueza y producción, que supera el lugar fundacional que provoca la amplia producción de Marx y Engels, para convocar a otros teóricos y analistas sociales que desde diferentes latitudes han logrado actualizarlo basado en el comportamiento de la sociedad capitalista en la contemporaneidad, en consonancia con los desafíos que estas nuevas realidades reclaman en el orden epistemológico y ontológico para la comprensión crítica de lo social.

De acuerdo con los postulados en la teoría crítica, es fundamental reconocer que, a la luz del materialismo histórico, el factor determinante en la historia social, está localizado en relación con la producción y la reproducción de la vida real, por consiguiente, el factor económico no es el único determinante, pero, sí la base en la que las condiciones de la superestructura, las formas políticas, jurídicas, ideológicas y religiosas ejercen influencia y determinan las formas en que las luchas sociales se materializan.

Bajo esta perspectiva Marx reconoce que las relaciones jurídicas y las formas de Estado que tienen lugar en un momento histórico determinado no pueden comprenderse por sí mismas, porque radican en la comprensión de las condiciones materiales de vida de la sociedad civil y en sus luchas sociales, donde la dimensión económica configura un campo de análisis relevante, determinante, pero no suficiente. En consecuencia, el conjunto de las relaciones de producción, constituyen la estructura económica de la sociedad y, a su vez, la base de las formas políticas y jurídicas a las que corresponden formas específicas de conciencia social. A su vez el marxismo es claro en advertir que el modo en que se produce y reproduce la vida material, condiciona los procesos en la vida social, política y espiritual.

No obstante, la burguesía con el establecimiento y fortalecimiento de la industria, con la conquista de los mercados, con el desarrollo de las comunicaciones y la ampliación del mercado a escala mundial, consolidó también la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado, estableciendo relaciones de explotación abierta y directa (C. Marx y F. Engels, 1971). Amparada en el desarrollo de una ideología capitalista, se respalda, a su vez, en el poder religioso, en el poder del mercado y de los medios de comunicación y tecnológicos, para ejercer las relaciones de dominación y sometimiento en todos los ámbitos de la vida pública y privada, de las relaciones de explotación y producción y, a su vez, en las relaciones sociales y de la sociedad en su totalidad. Mediante esta lógica la burguesía ha logrado consolidar el capitalismo global y con ello ha otorgado el carácter cosmopolita a los medios de producción, consumo y explotación en sus diferentes fases de desarrollo, “estableciendo un intercambio universal de las naciones”, fundamentado en el poder económico y político y en el establecimiento de estructuras de operación y dominio territorial que se constituyen sobre la base de la concentración de la población, la producción, el poder y el mercado en estructuras territoriales urbanas. En palabras de Marx y Engels (1971), la burguesía ha formado un mundo a su imagen y semejanza, sometiendo el campo al dominio de la ciudad, creando urbes inmensas mediante el aumento vertiginoso de la población en las ciudades, centralizando los medios de producción, concentrando la propiedad y los medios de producción en manos de unos pocos.

El planteamiento anterior, permite reconocer para el análisis de lo social, que la esencia del método científico desarrollado por Marx se fundamenta en el sentido de totalidad que permite indicar la supremacía que adquiere el todo sobre las partes, en contraposición con la idea de fragmentación de las relaciones sociales que caracterizan el pensamiento burgués, que para el caso de las Ciencias Sociales, como lo advierte Wallerstein (1996), ha implicado la fragmentación del conocimiento en saberes disciplinarios en correspondencia con la idea de fragmentación de la sociedad en términos de la vida económica, cultural, política, social, histórica.

2.1 Contribuciones del Marxismo a la comprensión de lo social

El marxismo contribuye al estudio de lo social desde tópicos muy diversos, pero sus mayores aportes giran en torno al método crítico centrado en el sentido de totalidad social, sin negar la existencia de lo diverso, pero recuperando la noción de lo concreto como eje de referencia. A este planteamiento se suma una segunda contribución en torno a las claves para la comprensión de lo social en términos de recuperar la posibilidad de análisis de la complejidad y la historicidad de la estructura social, guardando distancia con el pensamiento lineal de corte positivista que explora el triunfo del mercado y la democracia liberal. En este sentido, se evidencia el reconocimiento de la existencia de una relación dialéctica entre clases sociales, estructura y coyuntura, históricamente determinadas. Así mismo, el marxismo le confiere un lugar especial a la relación teoría-praxis como posibilidad transformadora en el sentido de construir un mundo más justo, humano y sostenible (Borón et al., 2006).

En la misma proporción en que se desarrolla el pensamiento burgués y el capitalismo, se agudizan las relaciones de explotación y dominación, en donde los trabajadores poseen valor en tanto mercancía sujeta a las relaciones de competencia y a las fluctuaciones del mercado. En esta relación, el obrero más que vender su trabajo, lo que oferta en el mercado laboral es su fuerza de trabajo y en contraprestación recibe un salario que se configura como valor de cambio de la fuerza de trabajo, que con serias dificultades le permite acceder de manera precaria a lo esencialmente indispensable para reproducirse como tal, lo que indica procesos cada vez más acelerados de pauperización y empobrecimiento que se agudizan a través de lógicas de explotación, precarización del trabajo e incremento de la fuerza de trabajo desempleada.

En esta relación el trabajador se vende como mercancía con el propósito de asegurar los medios de vida y reproducción necesarios. En consecuencia, el trabajo se constituye en actividad vital y medio para existir. Es decir, se trabaja para vivir y lo que produce para sí mismo es el salario, y las horas de trabajo solo significan un medio para ganar un dinero que le permita subsistir y reproducirse como tal (Marx y Engels, 1971). Es precisamente en el trabajo invertido por el trabajador en tanto mercancía, en donde el capitalista obtiene la plusvalía y, por ende, la ganancia media de su capital; la explotación del trabajo asalariado es generadora de capital, de la ganancia capitalista y, por ende, de la acumulación y fortalecimiento de los capitales. El intercambio entre capital y trabajo es el que sirve de base a la producción y conduce a la reproducción del obrero y su familia y del capitalista como capitalista (Marx y Engels, 1971, p. 409).

Bajo estos postulados, la economía política establece que el trabajador solo recibe como salario una parte de su trabajo, dado que la otra es trabajo no retribuido o plus trabajo, de donde se genera la plusvalía o ganancia. Es precisamente en esta relación de explotación donde se configura el gran campo de las desigualdades e inequidades sociales históricamente determinadas, que se sustentan en la propiedad de la tierra, de los medios de producción y en la utilización de la fuerza de trabajo en tanto mercancía, de la cual se retribuye un valor mínimo representado en salario al trabajador, quien enfrenta la imposibilidad permanente de reproducirse y de reproducir su especie con lo que obtiene de la venta de su fuerza de trabajo. Las condiciones de los salarios y los costos de reproducción de la fuerza de trabajo que fluctúan según los ciclos de la producción capitalista (crisis, estancamiento, prosperidad, superproducción), se encuentran en relación estrecha con los ámbitos de vida de la población obrera en una sociedad determinada. A mayor explotación y sobreexplotación de la fuerza de trabajo, mayor ganancia para el capital, mayor desigualdad, mayor inequidad y deterioro de las condiciones de vida y de reproducción de la fuerza de trabajo. Esta relación también involucra la necesidad de que varios integrantes de la familia deben vender su fuerza de trabajo (mujeres e hijos) para sobrevivir y reproducirse, en la mayoría de las veces, en condiciones excesivamente precarias. Tal situación favorece a los capitalistas a través de los procesos de flexibilización laboral, trabajo contratado en casa (maquila) y lógicas de rebusque en el mal denominado mundo de la informalidad.

Ahora bien, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo no solo tiene que ver con la relación horas de trabajo/salario, también, con respecto al tiempo de trabajo, es decir, la intensidad de trabajo y la cantidad de trabajo consumida por el trabajador en su jornada laboral. Asimismo, en el trabajo adicional que el trabajador y su familia deben invertir para generar las condiciones básicas de reproducción individual, familiar y social, así como en el trabajo organizativo y solidario para defender y producir el territorio que habita y garantizar su derecho a la ciudad. Esta situación de explotación y deterioro de las condiciones generales de trabajo y reproducción social, unido a todas las lógicas de alienación y sometimiento sobre la vía de la educación, de la imposición de la ideología dominante, del mercado, los medios de comunicación y con el aporte decidido del Estado y de la religión, ubican a la clase trabajadora en condiciones de sometimiento, deterioro y agotamiento que le restan posibilidad a la organización y movilización para la transformación de las estructuras sociales que pueda ser alimentada por una conciencia de clase.

No con lo enunciado se quiere inhibir el lugar que han ocupado en la historia las luchas obreras y hoy los movimientos sociales en la reivindicación de condiciones laborales, salariales, de vida y de habitabilidad de las mayorías explotadas y afectadas por la acción del capital.

En la medida en que el capital se reproduce, reproduce el modo de producción capitalista y se genera la concentración y el monopolio del capital, también se incrementa el número de asalariados, desempleados y desposeídos en una sociedad que se sostiene y fundamenta en las desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales. Pero en la medida en que se extiende en términos cuantitativos la población obrera y la población desempleada (necesaria al capital y referente para la regulación de salarios y sobre explotación de la fuerza de trabajo), más extensa es la pobreza y la pauperización de la población; es esta otra premisa que rige en términos absolutos la acumulación capitalista.

Pero a su vez esta lógica perversa del capital, sustentada en el progreso de la industria, en la sobreexplotación, el incremento de la miseria y la opresión, el individualismo y la competencia, en la concentración y el monopolio, configura las bases para el hundimiento del mismo modelo.

Una de las categorías de análisis de mayor relevancia en la comprensión del orden social que establece el modo de producción capitalista es “El Trabajo”. En el capitalismo el hombre logra satisfacer sus necesidades fundamentales por medio del trabajo, sea este remunerado o no. La mayoría de los seres humanos en la sociedad capitalista no trabajan porque les guste su oficio, lo hacen por necesidad para poder satisfacer sus necesidades humanas; en la mayoría de los casos son necesidades de subsistencia y reproducción física. Es así como la enajenación se expresa por la pérdida del control del trabajador sobre sus condiciones de trabajo, sobre los instrumentos de trabajo y sobre el producto del trabajo, así el hombre es meramente un eslabón entre los instrumentos de trabajo y la estructura social (Mandel, 1969, p. 161).

Desde el punto de vista político la teoría crítica (marxista) reconoce su sentido práctico en términos de transformar el mundo en que vivimos, desenmascarando y poniendo fin a la auto enajenación humana que propone el capitalismo. Plantea que en la sociedad de clases la política constituye la principal esfera de alienación y espacio privilegiado de la ilusión y el engaño, entendiendo que el Estado configura el dispositivo institucional puesto al servicio de los intereses económicos y garante de la estructura de dominación y explotación. Así, política y Estado constituyen instancias estratégicas de alienación para encubrir la explotación del trabajo asalariado y preservar la sociedad radicalmente injusta (Borón et al., 2006).

El análisis marxiano despojó al Estado y la vida política de todos los ornamentos sagrados o sublimes que los ennoblecían ante los ojos de sus contemporáneos, y los mostró en su desnudez de clase. Es por eso que la lucha política no es para Marx un conflicto que se agota en las ambiciones personales o se motiva en los más elevados principios doctrinarios, sino que tiene una raíz profunda que se hunde, a través de una cadena más o menos larga de mediaciones, en el suelo de la sociedad de clases (Borón et al., 2006, p. 187).

Todas las contradicciones del modo de producción capitalista se pueden resumir en una contradicción general y fundamental: la contradicción entre la socialización efectiva de la producción y la forma privada de apropiación a través de la explotación de la fuerza de trabajo (Mandel, 1969, p. 158).

2.2. La pobreza como manifestación de la cuestión social y sus determinantes estructurales

Para desarrollar este aparte se retoman algunas de las producciones realizadas por trabajadores sociales brasileros que han aportado a la comprensión de lo social en el contexto latinoamericano, teniendo como referencia los postulados centrales del pensamiento crítico, con énfasis en el marxismo. En este lugar vale la pena resaltar los Trabajos de Pablo Netto, Carlos Montaño, Ana Motta y Luana Sequeira, quienes constituyen el referente para la comprensión de la pobreza desde la perspectiva crítica.

La primera precisión necesaria consiste en reconocer que la pobreza y la desigualdad se configuran como manifestaciones de la cuestión social inherente a toda sociedad de clases, en relación a la tensión producida por las lógicas de concentración de capital y las formas de trabajo; en el marco de sociedades regidas por el modo de producción capitalista la pobreza y la desigualdad son producto del propio desarrollo de las fuerzas productivas y no el resultado de un desarrollo insuficiente. Esto quiere decir, que la lógica de acumulación que se instaura en la sociedad capitalista es portadora de empobrecimiento y desigualdad, asociadas a las dinámicas de concentración de capital en un número reducido de población y un amplio sector que solo tiene como medio de intercambio su fuerza de trabajo. En el modo de producción capitalista, la pobreza referida a los procesos de pauperización absoluta y relativa, es el resultado de la acumulación privada de capital mediante la explotación que tiene lugar en la relación entre capital y trabajo, entre los dueños de los medios de producción y los dueños de la fuerza de trabajo (Montaño, 2012, p. 279). Esta precisión permite establecer la ecuación inversamente proporcional entre desarrollo de las fuerzas productivas -acumulación y explotación- y pobreza.

La pobreza no es un fenómeno que pueda ser explicado por sí solo. La pobreza y la riqueza desde la perspectiva marxista, solo pueden ser comprendidas como determinación de una realidad más amplia. Es una totalidad dialéctica, marcada por la positividad y por la negatividad, o sea, por la contradicción. Así, la pobreza no podrá ser analizada independientemente, pues se trata de una unidad contradictoria de opuestos; en consecuencia, la contradicción constituye una categoría fundamental en el análisis de la pobreza; para Marx, la pobreza no podrá ser comprendida como un aspecto marginal, o un problema colateral al desarrollo capitalista, por lo contrario, es inherente y representa una característica central y fundante de la acumulación capitalista (Siqueira, 2013, p. 137).

Bajo esta premisa queda claro que la mayor acumulación privada de capital al no promover la distribución de la riqueza en el grueso de la población, es portadora de mayor empobrecimiento y de mayor desigualdad. La pobreza en el modo de producción capitalista en cuanto expresión de la cuestión social, tiene su génesis en las relaciones de producción, lugar donde se originan las clases y sus intereses. El desarrollo de las fuerzas productivas será entonces responsable del empobrecimiento de segmentos de la sociedad; si bien tiene su expresión más clara en el mercado, se genera es en el marco de la producción, en el lugar que ocupan los sujetos en el proceso productivo (Montaño, 2012).

La pobreza no es un resquicio de sociedades pre-capitalistas, o un producto de un insuficiente desarrollo. El capitalismo, como sistema social de producción de valores, tiene como resultado de su propio desarrollo la acumulación de capital, por un lado, y la pauperización absoluta y relativa por el otro (véase Marx, 1971). De esta forma el propio desarrollo capitalista, el aumento de la riqueza socialmente producida, no solo no reduce la pobreza, por lo contrario, la produce y la amplia: a mayor desarrollo capitalista, mayor pauperización (Montaño, 2012). La mayor riqueza producida en la sociedad liderada por el capital no genera una mayor distribución, más sí acumulación. Cuanto mayor es la riqueza socialmente producida, mayor la acumulación de ella por algunos pocos y mayor pauperización de la mayoría que la producen (Siqueira, 2013, pp. 138-139).

En las formaciones económico-sociales fundadas en el modelo de producción capitalista, pobreza y desigualdad están íntimamente relacionadas y la explotación es el eje constituyente de la dinámica económica del que se desprenden la desigualdad y la pobreza. No obstante, los patrones de desigualdad y de pobreza no son meras determinaciones económicas: se relacionan a través de mediaciones extremadamente complejas de determinaciones de naturaleza político-cultural; prueba de ello son los diferentes patrones de desigualdad y de pobreza vigentes (Netto, 2007, p. 142).

Tres lógicas inherentes contribuyen a profundizar los procesos de empobrecimiento de la población: la primera está asociada a los bajos salarios que se tornan insuficientes para acceder a los bienes y servicios necesarios para la sobrevivencia del trabajador y su familia, escenario en el que se generan las condiciones básicas de reproducción individual y social, esto obedece a condiciones de sobre explotación de la fuerza de trabajo; la segunda, tiene que ver con el ejército industrial de reserva que configura una amplia masa de población económicamente activa que no es absorbida en el mercado laboral, desempleada y enfrentada a lógicas de rebusque fluctuante, con ingresos inciertos, sin salario y sin fuente de renta; la tercera, se relaciona con las amplias masas de población expulsadas del mercado de trabajo y, hasta cierto punto, del consumo, son ancianos sin ingresos, enfermos, población en situación de discapacidad, habitantes de calle, mendigos, entre otros. La sobrevivencia de estos tres grupos recae bajo la responsabilidad del trabajador que cuenta con condiciones salariales precarias producto de las formas de sobre explotación propias de las lógicas y leyes de acumulación en su fase avanzada.

Las condiciones de vida y de trabajo del enorme contingente de personas que viven al margen de la producción y del usufructo de la riqueza socialmente producida, son reveladoras de la desigualdad social inherente al desarrollo del capitalismo y de sus fuerzas productivas. Tales condiciones y relaciones continúan revelando la coexistencia planetaria de una polaridad: riqueza/pauperismo. Más que nunca el contraste entre el crecimiento vertiginoso de las riquezas y la persistencia/ampliación del pauperismo es asustador. Sin negar las conquistas y el progreso técnico alcanzado con el desarrollo de la ciencia y de nuevos modos de vida durante el siglo XX y lo que va del siglo actual, éstos se dieron con el concomitante empobrecimiento de los trabajadores (Simoes da Mota, 2009).

Con estas premisas es equívoco el planteamiento que se esgrime en el campo de políticas socio-económicas en términos de plantear que el crecimiento económico es la única condición necesaria para enfrentar, combatir y reducir la pobreza y la pauperización que se desprende de la producción capitalista. Tampoco es cierto que el crecimiento económico permite enfrentar las desigualdades sociales, a menos que este se acompañe de políticas claras de redistribución de la riqueza unida a políticas sostenibles de intervención del Estado, producto de las acciones de movilización y lucha de los trabajadores, lo cual no elimina la tendencia propia del modelo que afianza la producción de la riqueza en relaciones de explotación, pobreza y desigualdad. Es claro entonces cómo en su fase actual de desarrollo, el capitalismo se fundamenta sobre la base de las leyes del mercado, la minimización de la acción del Estado y la privatización de bienes y servicios. En este sentido, Netto (2007), plantea la figura de un Estado mínimo en la intervención pública y en el desarrollo de funciones democrático-reguladoras de la presión de las organizaciones de los trabajadores, y máximo para defender los intereses del capital.

Las dinámicas de privatización, desregularización y flexibilización, unidas al desplome del Estado de bienestar han traído consigo nuevas formas de expresión de la cuestión social manifiestas en migraciones forzadas, conflictos étnicos y culturales, violencias de género, profundización de las desigualdades sociales, incremento del desempleo y agudización de las formas de rebusque, pobreza e indigencia, problemas ambientales provocados por el uso y extracción indiscriminada de recursos naturales, el turismo sexual, el trabajo esclavo, entre muchos otros que se fundamentan en los efectos de una sociedad centrada en la explotación, la acumulación, las desigualdades e inequidades sociales.

Esta realidad vigente y aguda en los países con menor “desarrollo”, evidencia la pervivencia de la pobreza y la desigualdad como expresión inherente y necesaria a la acumulación. Lo que es posible variar en esta tendencia y sobre la base de acciones asistenciales en las que se enmarcan las políticas de erradicación de la pobreza son los niveles y patrones de pobreza, pero no la pobreza y la desigualdad en términos absolutos. En consecuencia, las acciones de políticas públicas para la erradicación de la pobreza que hoy se implementan se encuentran distantes de alcanzar cambios significativos, ser sostenibles y permanentes en el tiempo.

Así, las políticas públicas orientadas a enfrentar la pobreza que se centren bajo lógicas asistenciales, asistencialistas, focalizadas y mediadas por subsidios a través de la generación de bienes y servicios, se constituyen en acciones eminentemente paliativas que no logran sostenibilidad en el mejoramiento de las condiciones de los sujetos porque no recaban en los determinantes de la acumulación de riqueza, de la estructura de clases, de la propiedad privada, de la concentración del capital y de los medios de producción.

2.3. Segregación socio-espacial y empobrecimiento

Leer la segregación socio-espacial desde una perspectiva socio-crítica en contextos situados, implica reconocer la división social del espacio en razón de la estructura de clases; alude a las formas como las ciudades se han configurado en relación a lineamientos y racionalidades productivistas y de la renta del suelo cimentadas en lógicas de mercado y consumo (Lefebvre, 1968). Esta racionalidad capitalista demanda la configuración de espacialidades y relaciones necesarias para su funcionamiento y mantenimiento, derivando, a su vez, en una progresiva invasión y alienación de la vida urbana (Harvey, 2012) y en simultáneo, la configuración de espacialidades exentas de privilegios y condiciones favorables para la reproducción social en la ciudad. En consecuencia, la comprensión del fenómeno de la segregación socio-espacial, supone reconocer las formas de organización de las diferentes clases sociales en razón a la relación capital/ trabajo, de la renta del suelo, de las formas de explotación y reproducción social y de las relaciones de poder que advierten al menos tres campos de problematización, asociados con la dimensión ecológica, formal y sociológica (Lefebvre, 1968, p. 116).

En el primer caso, la dimensión ecológica, precisa advertir las condiciones de pobreza y marginalidad presentes en las periferias y en determinados sectores de la ciudad, caracterizadas por complejas formas de habitar y significar el espacio; en el segundo caso, referido a la dimensión formal, alude a la existencia de acciones instituidas de construir la ciudad que conllevan a su deterioro y segregación de amplios sectores de población; y finalmente, la perspectiva sociológica, referida a la vivencia de lo socio-político y socio-cultural de dicha condición, representados en la vida cotidiana de grupos humanos en la ciudad.

Las formas de poblar la ciudad, especialmente los barrios de la periferia, si bien se convierte en expresión propia de los procesos de urbanización, traen consigo formas espaciales altamente complejas de habitar el territorio y, en consecuencia, reducida presencia de la institucionalidad estatal dado su carácter “informal”. Dichos factores aumentan la segregación, mediada por las limitadas opciones para acceder al suelo urbano, a una vivienda digna, a servicios públicos domiciliarios, a transporte, educación, salud, recreación, y demás posibilidades de acceso a bienes y servicios que permitan atender las condiciones generales para la reproducción social de la fuerza de trabajo urbana. En consecuencia, mientras determinadas clases sociales (la burguesía) garantizan áreas urbanas con una amplia dotación y acceso a bienes y servicios con altos índices de calidad, existen otros (las mayorías), que habitan la ciudad en condiciones precarias.

A pesar de la marcada presencia de segregación socio-espacial en la ciudad que pueda estar afectando las condiciones y posibilidades de ganancia media de los capitales, las políticas sociales como respuesta del Estado a la lucha de clases por la defensa del territorio y el derecho a la ciudad, aumentan los niveles de segregación y empobrecimiento de la población mayoritaria. Es producto de los intereses de clase que promueve el Estado que se materializan en el accionar fragmentado, discontinuo, focalizado, paliativo y con inversión reducida que poco contribuye a superar las expresiones de segregación y, por el contrario, las agudiza.

Por su parte, la inversión Estatal en proyectos de intervención urbana se caracteriza porque generan desplazamiento y desarraigo del proletariado que con su trabajo han logrado valorizar los territorios que habitan y que hoy se vuelven atractivos a los intereses del capital.

En relación a la dimensión sociológica, la segregación socio-espacial aumenta los índices de precarización de la vida urbana que se ven reflejados y se agudizan con el incremento del desempleo, la precarización laboral, el incremento de los ejércitos industriales de reserva, la renta del suelo urbana, el déficit cualitativo y cuantitativo de vivienda, los altos costos de vida en la ciudad, entre otras expresiones que “profundizan así la tendencia a la segmentación social, entendiéndola como un proceso de reducción de las oportunidades, de interacción de grupos o categorías sociales distintas” (Linares, 2013, p. 6).

Desde el punto de vista dialéctico evidencia la ciudad como escenario, por excelencia, de reproducción y acumulación capitalista, como espacio en el que cobran mayor expresión las contradicciones capital/trabajo y donde las lógicas de segregación socio-espacial alcanzan su mayor nivel de materialización. También se manifiesta la lucha de la clase trabajadora por la defensa del territorio y el derecho a la ciudad en respuesta a los efectos de la intervención urbana del capital financiero y de sus políticas neoliberales, de la intervención estatal a favor de los intereses del capital, de la privatización de los bienes y servicios urbanos, de los agudos problemas asociados a la renta del suelo que profundizan las contradicciones sociales urbanas, agudizando los procesos de empobrecimiento y pauperización. En todo este contexto se ubica y reconoce la defensa del territorio y el derecho a la ciudad en tanto capacidad de la clase obrera de producir la ciudad y permanecer en ella, para recuperarla como bien común hacia otros intereses que promueven formas de producción socio-espacial de la ciudad no capitalista.

3. Representaciones colectivas, consideraciones epistemológicas y ontológicas: hacia la comprensión de las luchas sociales para enfrentar el empobrecimiento propio de las sociedades capitalistas.

Tal como se ha indicado, es propósito de este artículo en su segundo momento, conceptuar alrededor de algunos referentes del orden epistemológico que permitan una aproximación al campo de las representaciones colectivas sobre pobreza y empobrecimiento, con el ánimo de establecer rutas de comprensión y análisis acerca de las maneras como, en la vida cotidiana, los sectores sociales empobrecidos luchan para hacer frente a la pobreza y a sus múltiples manifestaciones, a la vez que generan condiciones individuales y colectivas para la reproducción individual y social, así como para la transformación social.

3.1 Representaciones colectivas y vida cotidiana: aportes desde la teoría crítica

En la sociedad capitalista la construcción social de la realidad y la cotidianidad humana, son el resultado de determinaciones históricas del modelo capitalista entendido como un sistema social que ha marcado la vida, el trabajo y toda actividad que desempeñan los sujetos bajo lógicas de dominación, de poder y de relaciones subordinadas a la realidad económica, direccionada a la acumulación de capital (Sarmiento, 2004).

Heller (1990) define la vida cotidiana como el campo amplio y diverso de las actividades que caracterizan y viabilizan las reproducciones singulares productoras de la posibilidad permanente de la reproducción social. En tal sentido, en la vida cotidiana confluyen todas aquellas actividades que permiten a las personas el acceso a las condiciones generales y específicas para la reproducción individual y social. La vida cotidiana, si bien es praxis social, es acción instrumental e instrumentalizada en el marco de las relaciones sociales y de la estructura social en la que se inserta. Es claro que está inscrita bajo determinaciones históricas, políticas, económicas e ideológicas propias de las relaciones que establece el capitalismo en sus diferentes fases de desarrollo.

La historia es la sustancia de la sociedad, la sociedad no dispone de sustancia alguna que no sea el hombre, pues los hombres son los portadores de la objetividad social, y a ellos exclusivamente compete la construcción de cada estructura social y su transmisión… la “esencia humana” es ella misma histórica… Consiguientemente, la sustancia de la sociedad no puede ser sino la historia misma (Heller, 1990, pp. 20-21).

La vida cotidiana es en sí misma el conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de las mujeres y los hombres particulares que, de paso, configuran las condiciones básicas para la reproducción social; así éstos se reproducen en la vida cotidiana y reproducen la sociedad. Para muchas personas la vida cotidiana es la vida misma. Es por ello que ninguna sociedad pueda realmente existir sin que el hombre y la mujer particular se reproduzcan (Heller, 1987). Una sociedad no puede ser pensada desprovista de vida cotidiana; toda sociedad y todo hombre tienen una vida cotidiana; no obstante, el contenido que caracteriza la vida cotidiana es heterogéneo y diverso dependiendo del lugar que las personas ocupan en la división social del trabajo, esto quiere decir que todas las personas requieren condiciones básicas para reproducirse como tales, pero no todos acceden a ellas de la misma manera, con la misma periodicidad, en las mismas circunstancias y cantidad incluso, en una sociedad caracterizada por las desigualdades e inequidades sociales, muchas personas ni siquiera logran condiciones para la satisfacción de sus mínimos vitales, para su reproducción y para la reproducción de la sociedad.

Lo cotidiano es en dos niveles constitutivos de la historia: aquel en el que la reproducción social se realiza por la propia reproducción de los individuos. La reproducción de cada individuo termina por implicar la reproducción indirecta de la sociedad., “No hay sociedad sin cotidianidad, no hay hombre sin vida cotidiana. En cuanto espacio-tiempo de constitución, producción y reproducción del ser social, la vida cotidiana es ineliminable”. En cada sociedad, la cotidianidad tiene una estructura distinta, lo que afectará diferencialmente el ámbito, el ritmo, las regularidades y los comportamientos de los diversos sujetos colectivos en la vida cotidiana (Paulo Netto, Falcao, 1987, p. 65 citado por Joao E. Evangelista, 2002, pp. 55-55).

Lukács define la cotidianidad como una dimensión insuprimible de la ontología del ser social; en la óptica Lukacsiana son tres las determinaciones fundamentales de la cotidianidad: la heterogeneidad, la inmediatez y la superficialidad extensiva. La vida cotidiana tiene un carácter heterogéneo pues en ella está la intercepción de todas las formas de la actividad humana. La conducta humana específica de la cotidianidad es la conducta inmediata, porque la relación que se establece entre el pensamiento y la acción es una relación directa, indispensable a los automatismos y al espontaneismo necesario a la reproducción cotidiana del individuo. Cada hombre participa de la vida cotidiana, envolviéndose en ella integralmente como un conjunto de sus fuerzas y tensiones. El individuo responde a las demandas cotidianas considerando el conjunto de los fenómenos que compone cada situación vivenciada y no las relaciones que los vinculan y les da sentido (Paulo Netto, Falcao, 1987, p. 66 citado por Joao E. Evangelista, 2002, p. 55).

Bajo el lente de la teoría crítica es preciso reconocer que las representaciones colectivas se estructuran bajo relaciones de poder y subordinación que implican formas particulares en las que los sujetos interactúan con sus entornos y con los objetos. En tal sentido, la realidad social se construye y se percibe en razón de relaciones de clase y en tanto sistemas de alienación que permiten a las personas y a la colectividad formarse una visión del mundo, a través de las determinaciones que el modelo de producción y las relaciones capital/trabajo genera en los sujetos y en su vida cotidiana. Entre tanto, la construcción social de la realidad se teje sobre la tensión entre lo subjetivo y lo objetivo, lo abstracto y lo concreto, lo estructural y lo coyuntural, lo individual y lo colectivo, lo general y lo particular, marcado por la ideología dominante, los sistemas de alienación y subordinación, las relaciones de poder, las determinaciones de clase y las estrategias que en la vida cotidiana construyen las personas y las organizaciones sociales para acceder a las condiciones generales para la reproducción individual y social.

En este orden de ideas, se plantea que el individuo inmerso en lo cotidiano se involucra en una dinámica particular que exige respuestas funcionales a situaciones vivenciales que le inhiben profundizar en el conocimiento de los elementos que condicionan y estructuran una situación o fenómeno determinado, lo que permite advertir que la cotidianidad se desenvuelve en el mundo de la instrumentalidad y la manipulación, para la consecución de propósitos y fines dentro de un conjunto de relaciones sociales. En la cotidianidad, en la vida cotidiana, predomina lo práctico, los medios, los instrumentos para fines determinados y exigencias para satisfacer fines, creando las propias representaciones de las cosas y de la realidad en el que se encuentra inmerso.

El capitalismo invade todos los espacios de la vida social y de la vida cotidiana, restringiendo la autonomía y el poder de decisión de los sujetos. En tal sentido, se alude a una vida social y a una vida cotidiana manipulada que penetra la totalidad de las relaciones de producción y reproducción social, afianzada en la fuerte división social del trabajo que subordina todas las actividades productivas e improductivas, regulando así la totalidad de la vida de los hombres. Así, los mecanismos de dominación y alienación penetran con toda su estructura (a través de la familia, las empresas, la escuela, el ejército, las instituciones, el sector financiero, el mercado, la universidad), en la configuración y estructuración de la vida cotidiana. La manipulación desborda la esfera de la producción, domina la circulación y el consumo y articula una forma de comportamiento que permea la totalidad de la existencia de los agentes sociales particulares. El poder se disuelve y esconde en la cotidianidad ampliando su propio espacio y perfeccionando su eficacia (Paulo Netto, Falcao 1987, p. 85 citado por Joao E. Evangelista, 2002, p. 61).

Se considera que los estudios sobre la vida cotidiana y sobre representaciones colectivas no pueden ser abordados de manera fragmentada y centrados en la apariencia de las relaciones sociales, tampoco en la externalidad de las relaciones instrumentalizadas, sin reconocer en ella la totalidad de la vida social, de la estructura social y de las lógicas de manipulación ejercida tanto en el marco de las relaciones de producción como en las esferas en las que se debate la reproducción individual y social. Los estudios que pretendan develar desde la vida cotidiana, la conciencia de clase asociada a manifestaciones de la cuestión social, demandan tener como referente que la conciencia social y de clase se expresa tanto en las relaciones sociales como en la praxis social en tanto totalidad.

En tal sentido, los hechos y las acciones que emergen en el lugar de la vida cotidiana son hechos mediatizados por la estructura social. Los hechos de la vida social pueden constituir fuente de conocimiento profundo y ellos se insertan para su análisis en la totalidad social concreta, buscando con ello trascender la instrumentalización y la alienación que caracteriza, en su superficialidad, la vida cotidiana. Es desde el conocimiento dialéctico entre las partes y el todo que es posible alcanzar el conocimiento de la vida social y en ello la teoría cumple un rol de mediación que permite ese paso de lo abstracto a lo concreto.

Heller (1987), reitera que la vida cotidiana la vive cada cual, sin excepción alguna, cualquiera que sea el lugar que le asigne la división del trabajo intelectual y físico. Así mismo, plantea que la sociedad solo puede ser comprendida en su totalidad, en su dinámica evolutiva, cuando se logra comprender la vida cotidiana en heterogeneidad y en relación con la vida social y la estructura social:

La vida cotidiana es la vida del hombre entero, o sea: el hombre participa en la vida cotidiana con todos los aspectos de su individualidad, de su personalidad. En ella se “ponen en obra” todos sus sentidos, todas sus capacidades intelectuales, sus habilidades manipulativas, sus sentimientos, pasiones, ideas, ideologías. La vida cotidiana es en gran medida heterogénea. Pero la significación de la vida cotidiana, al igual que su contenido, no es simplemente heterogénea, sino también jerárquica, lo que ocurre es que, a diferencia del hecho mismo de la heterogeneidad, la forma concreta de la jerarquía no es eterna ni inmutable, sino que se modifica de modo específico según las diferentes estructuras económico-sociales (Heller, 1987, pp. 39-40).

Es pertinente indicar que buena parte de lo que son, piensan y hacen los sujetos se configuran bajo procesos de interacción que indudablemente tienen sus mayores expresiones y posibilidades en la vida cotidiana; es así como el conocimiento, la vida afectiva, los sistemas de relaciones, los comportamientos, los sistemas de valores y percepciones del mundo que tienen las personas hacen parte de ese acumulado que logra, en razón de la experiencia diaria, y que se pone al servicio la vida cotidiana, emergiendo en el día a día no su esencia, sino la apariencia hecha práctica, instrumentalizada. Este planteamiento implica reconocer que las visiones que las personas y los grupos alcanzan del mundo que los rodea, son producto de un conocimiento que involucra buena dosis de subjetividad y también de diálogo de intersubjetividades, ante lo cual la conciencia humana, producto de su actividad cotidiana y en ella de las interacciones sociales, se desenvuelve en función de la supervivencia, de la reproducción individual y social y de las relaciones de poder y dominación que tienen lugar en cada contexto.

En este sentido y, retomando el lugar de la construcción de un conocimiento cotidiano, experiencial, es claro que buena parte de las prácticas personales y sociales y de las percepciones del mundo, se encuentran ancladas a una suerte de mundo deseado en contraposición con lo vivido, donde la ilusión se constituye en una condición necesaria para la vida y la reproducción social. Así, es preciso advertir que la conciencia del mundo que nos rodea se desenvuelve en una suerte de tensión entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo concreto y lo abstracto, entre lo real y lo imaginado que podría suponer que la vida cotidiana permite en las personas la configuración de representaciones colectivas en tanto representaciones del mundo que se instauran en la tensión entre la comprensión subjetiva de los elementos que determinan la realidad experimentada y la ilusión y el deseo de una vida mejor, de un mundo mejor, de otra sociedad que se amplia y resignifica en el encuentro con el otro-a. En consecuencia, es posible hacer alusión al hecho de que las representaciones sociales también admiten conciencias falseadas de la realidad social, de acuerdo a los niveles de naturalización que son aceptados y perpetuados históricamente desde la institucionalidad y la práctica social alienada y manipulada por la ideología dominante.

Ahora bien, cada persona forma y se forma en su micro mundo, en su entorno más próximo, apropiando para él toda aquella posibilidad relacional y material en la vida cotidiana, pero a su vez superándola. Esto quiere decir que si bien la vida cotidiana constituye el mundo y la realidad social específica en el que se debaten las personas, no todo lo que moviliza al hombre y a la mujer es vida cotidiana porque también las personas comportan condiciones espirituales, actividad científica, talentos y otra serie de singularidades que no necesariamente se forman en la vida cotidiana, no obstante, para la mayoría de los hombres y mujeres, la vida cotidiana es la vida misma (Heller, 1987). Si bien la vida cotidiana se experimenta de manera individual, es preciso entender que ella se configura en razón de las relaciones sociales, que, en sí mismas, son relaciones de clase que se advierten en los entornos familiares, escolares, comunitarios, entre otros escenarios en los que se transmiten costumbres, valores, normas, saberes y prácticas. Las personas aprenden en el marco de las interrelaciones sociales los elementos básicos que hacen y configuran la vida cotidiana. Sin embargo, no todo lo que alude a la construcción de la personalidad del hombre y la mujer se construye y desarrolla en la vida cotidiana, pero la esencia de las actividades genéricas que desarrollan sí tiene lugar y expresión en ella como lo afirma Heller (1987).

La vida cotidiana según Heller (1990) está en el centro del hacer histórico y es la verdadera esencia de la sustancia social. En la relación que los hombres establecen con su comunidad se constituye la conciencia colectiva o conciencia de un “nosotros”.

Las comunidades no están dadas a priori sino que son una creación y un proceso abierto y los sujetos comunitarios no son su punto de partida, sino que se constituyen en dicho devenir. La comunidad no es una subjetividad resultado de la suma de subjetividades individuales previamente construidas, sino una inter-subjetividad que se gesta a partir de ser-con otros. En una comunidad cada integrante es alter, es el otro, que nos sorprende, nos seduce o lacera, pero con el cual cohabitamos irrevocablemente; es diferencia y otredad: el sujeto de la comunidad no es él en “sí mismo”, sino necesariamente un “otro”, una cadena de alteraciones que nunca se fijan en una nueva identidad. Entonces la comunidad supone una heterogeneidad irreductible de los sujetos que la conforman y que se conforman en ella (Torres, 2013, p. 214).

Los procesos sociales, la realidad social es posible comprenderla a través del estudio de los significados que caracterizan las interrelaciones colectivas en la vida cotidiana. En tal sentido, la vida cotidiana emerge como el receptáculo de todas las acciones aparentemente espontáneas de los hombres y las mujeres en sus entornos naturales.

Marx afirma que las clases sociales se distinguen por su modo de vida, sus intereses y su cultura, indicando que la constitución de las clases sociales es el resultado del conjunto de las determinaciones sociales de una totalidad histórica. Sin embargo, la visibilidad de este fenómeno social está, a su vez, condicionado por la capacidad de las clases sociales de trascender sus límites locales, dando a la similitud de intereses una expresión social y política, formando una “comunidad” que se haga sentir en el ámbito de una formación social, configurando sujetos colectivos macro sociales. Comunidad cuya concreción se establece en el curso de las luchas entre clases sociales y que se articula a través relaciones identitarias de clase, imaginarios colectivos (sentido de un nosotros) y un sistema de significaciones que orientan las acciones de los sujetos políticos, dándoles originalidad y singularidad (Evangelista, 2002, p. 70-72).

Con la división social del trabajo (en el sentido espacial, físico e intelectual), con la estructuración de la sociedad en clases sociales y estratos sociales, con la aparición de la propiedad privada y el hecho de nacer en un ambiente social concreto e históricamente determinado, los referentes que confluyen y caracterizan la vida cotidiana se configuran bajo prácticas de alienación que van determinando la conciencia del hombre y la mujer, sus percepciones y representaciones del mundo, de los objetos, de las personas y de los fenómenos y problemas en los cuales se inserta. En términos concretos, el hombre y la mujer se apropian de una vida cotidiana en su ambiente o entorno específico y determinado por su pertenencia a una clase social y con ello a un sistema de normas, valores, habilidades, costumbres, creencias y relaciones que le permiten desarrollar un sentido de pertenencia social y territorial que es a su vez, pertenencia de clase.

Por consiguiente, después de la aparición de la división social del trabajo los particulares, una vez que han nacido en su “mundo”, se apropian tan sólo de algunos aspectos de las capacidades genéricas que se han desarrollado en aquella época dada. Otros aspectos de la genericidad le son extrañados, están frente a ellos como un mundo extraño, como un mundo de costumbres, normas, aspiraciones, formas y modos de vida diversos, que se contraponen a su mundo (a sus normas, costumbres, formas de vida, aspiraciones) como algo absolutamente extraño y a menudo incluso hostil. Apropiarse de las habilidades del ambiente dado, madurar para el mundo dado, significa, por lo tanto, no solamente interiorizar y desarrollar las capacidades humanas, sino también y al mismo tiempo -teniendo en cuenta la sociedad en su conjunto- apropiarse de la alienación. En consecuencia, luchar contra la “dureza del mundo” significa no solamente que el hombre debe aprender a manipular las cosas, debe apropiarse las costumbres, las instituciones, para poder usarlas, para poder moverse en su propio ambiente y para poder mover este ambiente, sino también que él va aprendiendo a conservarse a sí mismo y a su ambiente inmediato frente a otros ambientes, frente a otros hombres y estratos (Heller, 1987, p. 29).

La construcción de un nosotros en la vida cotidiana no es un proceso simple y lineal, por lo contrario, está caracterizado e implica la confrontación consigo mismo, pero también con los otros que hacen parte de su mismo entorno cercano, de su micro mundo. Desde esta racionalidad se debate la lucha por la sobrevivencia que es, a su vez, la competencia entre pares. Por consiguiente, la vida cotidiana se configura en una especie de campo de batalla, de encuentros y desencuentros, en un ambiente de tensión y confrontación, de acercamientos y distanciamientos que se resumen, en los marcos de nuestra sociedad, en la lucha por el individualismo y el desvanecimiento de un nosotros. Bajo este tipo de resistencias el hombre y la mujer se forman y se deforman porque la vida cotidiana es también el escenario en el que la alienación es apropiada e incorporada.

Tal como se ha planteado, la conciencia cotidiana es en muchas oportunidades un “fetiche”, está falseada por la alienación y confrontada por el afán del individualismo y el consumismo que ha logrado ir recabando paulatinamente las estructuras fundantes de la sociedad capitalista como la familia y la comunidad, para privilegiar la idea de individuos de hombres y mujeres particulares, primando el interés particular sobre el colectivo.

En las actividades propias de la vida cotidiana los hombres trabajan, descansan, se alimentan, se educan y educan a sus hijos, aman, se relacionan, participan y construyen su propio mundo, un mundo que han conquistado con dificultad y que protegen estableciendo algunos niveles de jerarquización con el deseo y la motivación de conservar ese micro mundo producido sobre la base y sumatoria de individualidades que solo es posible comprender en su interacción con los elementos que determinan la estructura social en general.

Así las cosas, la estructura social no se configura a propósito de la vida cotidiana, aunque la vida cotidiana pueda expresar algunos rasgos de ella y de sus niveles de desarrollo. En consecuencia, son múltiples los aspectos de la vida cotidiana que permiten develar las características de la estructura social y sus contrastes, para ello es preciso considerar aspectos tales como:

  • Los valores presentes que orientan el devenir de la vida cotidiana asociados a la estructura de las relaciones interpersonales.

  • La manera como las personas configuran el lugar de lo público y lo privado y como organizan el territorio.

  • Los niveles de desarrollo, incorporación y uso de la técnica y de la tecnología, lo cual no necesariamente refleja los niveles de desarrollo productivo de una sociedad.

  • Las prácticas culturales, expresiones y acciones de movilización

  • Los sistemas de organización y participación y las relaciones de poder y subordinación.

  • La relación con las instituciones

  • Las prácticas de consumo y alienación

  • Actividades genéricas como la incorporación al mundo del trabajo y el trabajo asociada a la reproducción individual y social

  • Los códigos morales que estructuran la vida cotidiana y jerarquizan las actividades e interrelaciones e inciden en la toma de decisiones y en los sistemas de regulación particular y colectiva, entre otros.

En este sentido, el estudio de la vida cotidiana devela niveles particulares y modos de ser de la sociedad, y con ello genera elementos de juicio y análisis que permiten valorar los contrastes y las condiciones y características de la estructura social, pero nunca podrá dar cuenta de la estructura social en sí misma. Es por ello necesario afirmar que la heterogeneidad como elemento estructurante de la vida cotidiana, no excluye toda posibilidad de descifrar algunos rasgos de homogenización en razón de los elementos que en ella se consideran como tendencias que pueden ser agrupadas según la pertenencia social de los individuos en razón de la división social del trabajo y las lógicas de estandarización e individualización de las relaciones sociales que promueve el mundo capitalista.

Como categorías centrales que permiten develar las realidades y contextos sociales desde el escenario cotidiano que posibilitan un acercamiento a la comprensión de las representaciones colectivas, a la praxis social y a las luchas sociales, se retoman con Heller (1987) y complementan, entre otras, las siguientes: el contexto y sus determinaciones históricas, el Trabajo, la moral, la espiritualidad, la política, el derecho y el Estado, el territorio, las instituciones sociales, las relaciones de poder y dominación, vida cotidiana y medios de comunicación.

3.2 Vida cotidiana y conciencia de clase

Las clases sociales son ontológicamente definidas a partir de determinadas relaciones sociales de producción y solo ganan visibilidad por intermedio de la lucha de clases, donde los sujetos sociales toman posición por la percepción e identificación de sus intereses colectivos que se definen en relación a los demás intereses colectivos de otros sujetos sociales. Las determinaciones ontológicas trazan en la constitución de las clases sociales unas luchas de clases que son el espacio de visualización recíproca entre los diferentes sujetos sociales. Por lo tanto, las clases sociales poseen una dimensión ontológica y una dimensión fenoménica, como momentos constitutivos e indivisibles de su ser social (Evangelista, 2002, p. 76).

La conciencia de clase es identificada como las manifestaciones fenomenológicas de la ideología, que anima una determinada clase social; sin embargo, entre una conciencia colectiva centrada en las preocupaciones inmediatas y rutinarias de la vida cotidiana y una conciencia colectiva que sin suprimirlas, porque son momentos integrantes de la vida social, las articula con la elaboración de un proyecto político alternativo de organización social, con la transformación institucional de la sociedad y sus reformas moral e intelectual, hay una clara diferencia cualitativa que no puede ser opacada. La conciencia de clase es la que configura todo el potencial movilizador emancipatorio que persigue la transformación de las relaciones de explotación, sometimiento, desigualdad e inequidad propias del modelo capitalista, las cuales no son condiciones lineales ni desprovistas de altibajos y retrocesos (puede estar atada a la inmediatez de los fenómenos sociales, con una conciencia fragmentada y superficial, aislada o, por lo contrario, coherente y articulada en tanto movimiento de totalidad histórico-social), presentando niveles de objetivación diferentes en relación con el mundo social y sus determinantes históricas (Evangelista, 2002, pp. 86-89).

El proletariado (en términos marxistas) enfrenta la tensión entre la ideología dominante y la vivencia cotidiana de su situación de clase, he aquí su verdadera contradicción, apatía e inconformiso. Esta tensión configura el fundamento del cultivo para su emancipación que tiene formas diversas de expresión individual, grupal y social que expresan relaciones entre lo individual y lo colectivo, el mundo del trabajo asalariado y el mundo del trabajo por la sobrevivencia y la reproducción social; resistencias que a su vez tienen expresiones visibles, silenciosas, activas o pasivas, subterráneas, interrumpidas, pero siempre inmersas en la vivencia de lo cotidiano.

4. REFLEXIONES FINALES

La teoría crítica ofrece un lugar de problematización, comprensión y análisis acerca de las lógicas de empobrecimiento que tienen lugar en nuestras sociedades en su devenir histórico y en la actualidad, que dista de las construcciones referenciales que han nutrido los discursos dominantes acerca de la pobreza y de las rutas para la erradicación, así como de las visiones cuantitativas que se sustentan en indicadores validados institucionalmente y ausentes del reconocimiento de las verdaderas causas que configuran este fenómeno en las sociedades capitalistas.

Los elementos planteados permiten la incorporación de un marco referencial para entender y estudiar los procesos de empobrecimiento en la vida cotidiana y en territorios concretos, buscando con ello ofrecer elementos del orden conceptual y metodológico para su comprensión y el estudio acerca de la manera como ella se expresa y es representada en micro contextos.

Los aportes que ofrecen los diferentes autores referenciados introducen la necesidad de descentrar la representación exclusivamente como una construcción individual, posicionando su configuración colectivizada, histórica y por demás política, que no sólo orienta, también limita a través de lógicas de solapamiento y alineación que se representan en las maneras como es percibida, asumida, vivida y enfrentada la condición de clase y la lucha por la reproducción social.

Se incorpora la noción de representaciones colectivas, en tanto construcción social, material y política de la vida cotidiana inserta en una estructura social, desde donde es posible comprender las luchas situadas, las reivindicaciones de hombres, mujeres, niños-as, jóvenes y desplazados, que a partir de procesos de reconocimiento y confrontación nombran, resisten y enfrentan día a día la pobreza, en contextos donde las prácticas de sometimiento e invisibilización las tornan frágiles, producto de las lógicas de dominación y subordinación imperantes.

Sin perder de vista las posibilidades de promover las grandes luchas de carácter disruptivas y desestabilizadoras del orden económico imperante, la recuperación histórica y crítica de las representaciones colectivas sobre pobreza, permite el reconocimiento de las acciones de movilización por el derecho al territorio, a la ciudad y a la vida, que se configuran en contextos concretos, sin perder de vista la totalidad que las determina

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Recibido: 06 de Febrero de 2017; Aprobado: 23 de Agosto de 2017

Autor de correspondencia: Universidad de Antioquia. Medellín, Colombia. Correo electrónico: martha.valderrama@udeaygrupodeinvestigación.edu.co.

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