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Prospectiva

Print version ISSN 0122-1213On-line version ISSN 2389-993X

Prospectiva  no.30 Cali July/Dec. 2020  Epub Dec 30, 2020

https://doi.org/10.25100/prts.v0i30.8711 

Artículos

Experiencias de intervención de trabajadoras sociales con trabajadores sexuales masculinos en Bogotá, Colombia

Experiences of intervention of social workers with male sex workers in Bogotá, Colombia

Johan Arturo Barrera-Castellanos1 
http://orcid.org/0000-0002-8843-6057

1 Corporación Red Somos. Bogotá, Colombia. Correo electrónico: jobarrera@unal.edu.co.


Resumen

El artículo presenta una reflexión sobre la experiencia de cinco trabajadoras sociales que se encontraban adscritas laboralmente a instituciones estatales y de la sociedad civil realizando procesos de intervención con trabajadores sexuales masculinos en la ciudad de Bogotá, Colombia. Lo anterior, desde un enfoque cualitativo enmarcado bajo los planteamientos del construccionismo social, razón por la cual, se utilizó la entrevista semiestructurada como instrumento de recolección de información.

La investigación demostró la escasez de orientaciones teórico-metodológicas que reconozcan a los sexo-servidores y es por ello que se tiende a feminizar la asistencia que les es brindada. Dicha tendencia se ve justificada, además, por preceptos reduccionistas que configuran una lógica de intervención sesgada. Esto a partir tanto del accionar profesional como de la visión institucional, ya sea de tipo estatal o de la sociedad civil. En consecuencia, se plantean algunos retos desde el Trabajo Social, situados en la reflexión basada en la evidencia, para el abordaje de las personas masculinas que ejercen el comercio sexual, entendido como un fenómeno social complejo.

Palabras clave: Trabajo Social; Intervención; Fenómeno social; Problema social; Trabajo sexual masculino

Abstract

This article presents an account of the experience of five female social workers in intervention processes with male sex workers in Bogotá, Colombia, as part of their work with both State and civil institutions. A qualitative approach framed under the postulates of social constructionism was adopted, which is why, a semi-structured interview was chosen as the instrument for gathering information.

A lack of theoretical and methodological guidelines that acknowledge male sex workers becomes apparent and this leads to a feminization of the assistance given to them, justified, in turn, by reductionist precepts that set up a biased research logic. This logic is apparent in the professional practice and the institutional vision, both in State and civil institutions. Consequently, some challenges for social workers’ addressing of male individuals who engage in the sex trade are laid out based on the evidence collected and under the understanding of the sex trade as a complex social phenomenon.

Keywords: Social work; Intervention; Social phenomenon; Social problem; Male sex work

1. Introducción

“El Trabajo Social investiga y trabaja partiendo de su propia cultura, de su interés por el otro, de su dedicación y de su conocimiento profundo de las instituciones de las que forma parte” (Fambuena, 2012a, p. 41)

La prostitución y el Trabajo Social tienen una relación estrecha. Por un lado, la primera ha sido vista bajo imaginarios sociales que la instituyeron como un acto denigrante, marginal realizado por una mujer carente y subyugada a una violencia estructural de tipo patriarcal (Barahona, 2015). Mientras que el segundo, desde su génesis, centró su accionaren la asistencia de las personas menos afortunadas, entre ellas, mujeres que eran vistas como víctimas pecaminosas que debían ser salvadas de contextos de comercialización sexual (Wahab, 2002). Sus cuerpos debían ser protegidos y su actividad económica mermada, dado que esta era la raíz de la proliferación de problemas sociales y sanitarios.

Es así como estos discursos con tintes moralistas de carácter cristiano permearon, hasta finales del siglo XX, el marco de comprensión que guiaba las lógicas de acción tanto para los y las trabajadoras sociales, como para el aparato institucional del que hacían parte (Ramalho,2012). De allí que el Trabajo Social como profesión-disciplina, cuyo accionar se centraría en comprender y establecer marcos de acción sobre problemas y fenómenos sociales, fuera altamente influenciado por una visión; en primer lugar, abolicionista (Wahab, 2002)de tipo reduccionista de la prostitución como femenina, marginal y de clase baja. Dicha visión ignora, a su vez, las características de un fenómeno social complejo que va más allá de este imaginario y que involucra dinámicas sociales de clase, raza y género, cuyos aspectos no se tendrían en cuenta sino hasta principios del siglo XXI (Del Olmo, 2016).

Es así como, desde las visiones prohibicionistas, las prácticas del comercio sexual1 son puestas en duda bajo la premisa de ser un mal innato para la sociedad, que degrada el cuerpo y cuyo ejercicio se traduce en una “enfermedad social” (Tirado, 2013, p. 84), puesto que promueve y propaga problemáticas y malestares sociales. Por tanto, desde estructuras hetero-patriarcales, se concibe la prostitución como un problema social, permeado por constructos y tipificaciones de tipo moral religioso, que estigmatizan y segregan el comercio sexual y a los sujetos que hacen parte del mismo, penalizándolos (Maffesoli, 1990; Vivas, 2016).

En concordancia con esta afirmación, las visiones abolicionistas tienen su origen tanto en postulados feministas radicales, que denuncian inicialmente la pornografía yla prostitución, como en mecanismos históricos de dominio de la mujer por parte del patriarcado, el cual, de manera paralela, naturaliza la explotación y abuso hacia la mujer (Lamas, 2016).

En contraposición, las visiones reglamentaristas, cuyo origen surge de las perspectivas feministas liberales, legitiman el lugar de la mujer en la toma de decisiones sobre su cuerpo y su rol como reproductora social en sociedades netamente patriarcales (Holgado, 2008). Este hecho es descrito a partir del desarrollo y la exploración de la sexualidad de la mujer como sujeto que cuenta con capacidad de libre elección (Rubin, 1989). Se plantea que la estigmatización y segregación de las sexo servidoras es producto de los mecanismos simbólicos del patriarcado, cuyo fin último es la subordinación de la sexualidad femenina (De Lora, 2017).

A partir de ello, el concepto de trabajo sexual se establece como una apuesta reivindicativa, que comprende las implicaciones que conlleva el ejercicio de las prácticas del comercio sexual, percibido como un “fenómeno complejo por las características que lo integran: metas y objetivos que tienen los humanos, los medios de que disponen para hacer las normas que lo regulan, las sanciones, los roles, las estructuras de poder en que se desarrollan” (Tirado, 2013, p. 82).

Desde esta perspectiva, las visiones laborales ratifican la prostitución como un trabajo que se inscribe en un mercado en el que se interponen relaciones de oferta y demanda (Tirado, 2013), donde existen riesgos específicos a mitigar y donde el Estado se ve como el principal ente regulador y controlador del ejercicio del sexo servicio.

En consecuencia, este debate ha configurado lógicas de acción desde las instituciones, las maquinarias estatales, y los profesionales que hacen parte de estas, que oscilan entre la regulación sanitaria y el castigo a la actividad sexual por medio de políticas públicas, códigos civiles y de conducta, entre otros (Ross, Crisp, Månsson & Hawkes, 2012). En estas lógicas persiste el imaginario de la trabajadora sexual como sujeto de tipo marginal que se inscribe dentro de las prácticas de la sexualidad tarifada.

Por consiguiente, es desde los imaginarios, los discursos y las representaciones sociales que imperan en un tiempo y espacio determinados, que se configuran lógicas de relación entre los problemas y los fenómenos sociales (De las Heras, Barahora y García, 2013). De allí, se hace necesario que el o la profesional en Trabajo Social establezca bases para dar cabida a una reflexión que trascienda la crítica académica y el que hacer dentro del aparato institucional al que se suscribe. Por tanto, germina un debate dentro de la profesión-disciplina que oscila entre la perspectiva abolicionista y la reglamentista como marcos ideales dentro de los contextos de intervención (Ramalho, 2012). En el primero, se vela por la atención y reparación de los derechos de una mujer que se percibe como víctima que se suscribe a un contexto social y, en el segundo, se aboga tanto por sus derechos como por el cambio de imaginarios sociales.

Es así como el contexto de derechos y la imagen de la mujer se sientan como ideas base, bajo las cuales se sustenta la tendencia predominante sobre la intervención del Trabajo Social en contextos de comercio sexual (Ramalho, 2012). Estos puntos en común son, a su vez, marcas de diferencia y de reduccionismo de un fenómeno social complejo y dinámico. De allí que, el aparato institucional y la fortuita sistematización de información sobre las experiencias de intervención se sitúen bajo un arquetipo de trabajadoras sexuales, cuya oferta y dirección de la intervención se adjudica a contextos de vulneración y reivindicación de derechos de mujeres y, en algunos casos, de mujeres trans (Marín y Quintero, 2013; Osorio, Pardo, Sánchez y Segura, 2006) pasando por alto a los varones.

Por consiguiente, dentro del fenómeno del trabajo sexual, el subgrupo poblacional masculino ha sido poco abordado y explorado tanto desde el ámbito académico, como en materia de política pública. En consecuencia, se tienden a desconocer las dinámicas, las características prácticas y las realidades del sexoservidor, hecho que atañe a la visión de tipo hegemónica que responde a la feminización del comercio sexual (Barrera yFúquene, 2018). Se presenta entonces una realidad segmentada para los y las profesionales en Trabajo Social, que representa un reto en la medida en que la intervención, como imperativo moral, cobra su sentido en la imagen que se le asigna en contexto (Malagón, 2010). En consecuencia, las dinámicas propias que constituyen el sexo servicio2masculino tienden a complejizar su abordaje en procesos de atención e intervención (Fúquene y Barrera, 2020).Esto partiendo del desconocimiento, la limitada producción académica y la casi inexistente sistematización de experiencias al respecto.

El trabajo sexual, y concretamente el masculino, entonces “se caracteriza por ser una actividad con fines lucrativos, ejercida de forma voluntaria y consciente, como parte de un ejercicio de toma de decisiones del sujeto social ”(Barrera yFúquene 2018, p. 159). El desarrollo de las economías sexuales depende entonces del contexto en el que se llevan a cabo. El ejercicio de las prácticas del sexo pago se adecúa a la historicidad y a la dinámica del territorio donde se desenvuelve (Piscitelli, 2016). En consecuencia, lo rural y lo urbano delimitan aspectos fundamentales para el ejercicio del comercio sexual (Nieto, 2014). Es así como los sujetos sociales que lo ejercen optan, en su mayoría, por adscribirse a dinámicas basadas en el anonimato y en la clandestinidad para el desempeño de esta actividad económica (Zaro, 2008). Su abordaje difiere de la lógica femenina y, más aún, de la de una persona trans -femenina o masculina-.

Cabe aclarar en este sentido, que en contextos rurales se presentan imaginarios culturales que dan lugar a prácticas de estigma y violencia hacia las personas que se suscriben dentro del mercado del sexo. La feminización del mismo se hace imperante y las prácticas homofóbicas y el señalamiento, tanto a los clientes como a las sexo servidoras y los terceros involucrados, se delimita a espacios específicos derivados de la historicidad del territorio (Nieto, 2014). En consecuencia, la segregación de tipo moral del comercio del cuerpo con tintes religiosos es vista como un ente fundante ante prácticas que degradan el cuerpo y las buenas costumbres (Minichiello, Dune, Disogra & Mariño, 2014). La economía sexual se ve como abierta, altamente juzgada y se minimiza al sexo servicio como una fuente de proliferación de ITS3) (Piscitelli, 2016).

Desde realidades urbanas, se identifican prácticas en donde el sexo servicio es delimitado a zonas y horarios específicos dentro de la dinámica de la urbe. Al igual que en lo rural, el estigma y las prácticas de violencia hacia las personas que se incorporan dentro de la economía sexual se hacen presentes (Piscitelli, 2016). Sin embargo, las altas tasas de migración, así como de contextos de marginales, crean imaginarios en donde las sexo-servidoras son vistas como personas vulnerables que recurren a la economía sexual como una forma de rebusque o supervivencia. Estas, a su vez, están expuestas a la trata y a la explotación sexual-vistas como iguales-, así como a la señalización de su trabajo como una fuente de proliferación de ITS (Minichiello et al., 2014).

De este modo las relaciones de clase y género demarcan puntos clave para comprender el fenómeno del trabajo sexual, tanto en contextos urbanos como rurales (Nieto, 2014). En consecuencia, los espacios y las modalidades de ejercicio del comercio sexual son vistos como dinámicos. El solo delimitar el imaginario de las personas que ejercen prácticas de sexo pago tiende a generar sesgos en las instituciones, en la generación de las políticas públicas y en los profesionales encargados de ejecutarlas en los territorios. Por consiguiente, se acude a visiones reduccionistas e imaginarios sociales hegemónicos que feminizan y marginalizan a los y las sexo-servidores (Nieto, 2012; Tirado, 2011). De allí que las visiones de tipo abolicionista o reglamentista se hacen insuficientes para comprender las dinámicas del comercio sexual, así como a los sujetos que hacen parte de la misma.

El contexto capitalino bogotano no está exento de lo anteriormente descrito: el comercio sexual no es prohibido ni reglamentado. La intervención se centra en la caracterización y la regulación de las prácticas del sexo pago en contextos determinados y en establecimientos específicos de trabajo sexual, en su mayoría, femenino y trans (Parces ONG, 2016; Secretaría Distrital de la Mujer, 2019). Las relaciones de clase y de género pasan desapercibidas en la agenda pública e institucional4. Los varones sexo-servidores son tomados desde el ejercicio en calle como punto de referencia en zonas de alto impacto5.

El ejercicio del trabajo sexual masculino en el contexto bogotano, al igual que en muchas urbes, se caracteriza por “dinámicas que, en última instancia, se insertan en el diario vivir del actor social, conllevando a que adopte esta actividad económica como parte de su estilo y proyecto de vida” (Barrera y Fúquene, 2018, p. 162). Los sexo-servidores, desde una relación de clase, inscriben y adecúan la oferta de sus servicios de tipo sexual y afectivo, a partir de una “serie de características como la necesidad, el tiempo dedicado, el tipo de servicios a ofertar al cliente y el sitio o lugar de ejercicio de estos, lo cual constituye el establecimiento y configuración de modalidades o estatus” (Barrera y Fúquene, 2018, p. 172).

Las modalidades o estatus dentro del contexto bogotano se han constituido por medio de la adecuación de las dinámicas de comercio sexual masculino a la historicidad de tal comercio y, en ese contexto, se demarcan relaciones de clase para su ejercicio (Fúquene y Barrera, 2020). En consecuencia, los denominados Pirobos, Pollos y Drogos, por ejemplo, hacen referencia a los sexo-servidores que ejercen en calles y provienen en su mayoría de contextos expulsores. En contraparte, los modelos de webcam, los gomelos o estudiantes, los scorts y los masajistas tienden a pertenecer a contextos sociales de clase media y alta; entre ellos se pueden encontrar profesionales universitarios. Estos últimos generalmente buscan perfeccionar y profesionalizar la oferta de sus servicios.

Se puede afirmar entonces que “el trabajo sexual masculino se desarrolla de forma dinámica y regularmente clandestina, conforme a múltiples dimensiones intrínsecas a la estructura social y personal de quien la ejerce” (Barrera y Fúquene, 2018, p. 171) y, de ello, se derivan relaciones de clase demarcadas en los sujetos sociales. En este sentido, las visiones hegemónicas y feminizadas de los sexo-servidores se hacen contradictorias debido a que su abordaje en programas y proyectos se enfoca en personas pertenecientes a contextos sociales vulnerables ya la luz de perspectivas higienistas. Consecuencia de esto es que los trabajadores sexuales tienden a generar una “aversión hacia la ins titucionalidad”, en tanto no “se tienen en cuenta otras problemáticas o necesidades propias del ejercicio, de las otras personas vinculadas al Trabajo Sexual” (Barrera y Fúquene, 2018, p. 171).

Por ello, nace la necesidad de generar reflexiones desde el Trabajo Social en contextos de difícil acceso que permitan así indagar las limitaciones y certezas que se configuran desde la experiencia. Teniendo en cuenta lo anterior, el caso de las cinco trabajadoras sociales, quienes desde su práctica profesional se encontraban adscritas a instituciones estatales y de la sociedad civil6, permite discernir dudas y evidenciar puntos de ruptura en la intervención (Tello, 2012). A este respecto, encontramos que, en razón a un imperativo moral, se aplica una lógica de intervención centrada en identificar la carencia del sexo-servidor y esta perspectiva determina así mismo imperativos diagnósticos y de tratamiento adaptados a la salud pública desde preceptos de tipo abolicionistas y reglamentistas.

Por lo tanto, el presente artículo, en un primer momento, da a conocer los aspectos metodológicos que guiaron la puesta en marcha del proceso investigativo realizado. En segunda instancia, devela una reflexión sobre las experiencias de cinco trabajadoras sociales entrevistadas sobre sus procesos de intervención con trabajadores sexuales masculinos. Seguido de ello, se plantean retos desde una perspectiva reflexiva para establecer procesos de intervención con la población masculina que ejerce el comercio sexual y, por último, se presentan algunas reflexiones finales.

2. Metodología

El articulo nació como continuación de una serie de investigaciones realizadas en la ciudad de Bogotá durante los años 2016 y 2018con población sexo-servidora masculina7, en las que se recopilaron las experiencias de los hombres con relación a su paso por procesos de atención y/o intervención desarrollados con trabajadoras sociales8. Dicho ejercicio impulsó la idea de escudriñar la experiencia desde la profesión-disciplina del Trabajo Social, en un intento por generar reflexiones sobre los procesos de intervención realizados con la población masculina que ejerce el sexo servicio.

De allí que la presente investigación tenga como objetivo conocer la experiencia de trabajadoras(es) sociales, que hayan realizado proceso de intervención con trabajadores sexuales masculinos en la ciudad de Bogotá. Para el contexto del presente artículo, se entiende la intervención social como una serie de acciones que el profesional focaliza a partir de un ensamble de prácticas, sentidos de vida, carencias y problemáticas que se desarrollan en un medio específico y que atañen a sujetos sociales particulares (Mosquera, Martínez y Lorente, 2010). En consecuencia, la intervención social “se trata de una acción programada desde un marco teórico definido con el fin de mejorar una situación dada, a un problema” (Montagud, 2012, p. 109). Lo anterior teniendo en cuenta que el Trabajo Social se caracteriza por ser una profesión que surge de la práctica, de la relación directa con el otro, en cuyo fin reposa adaptar técnicas enfocadas a la vinculación con la persona (Fambuena 2012b;Montagud 2012).

Por consiguiente, se optó por un enfoque cualitativo, que “implica no abordar el objeto de estudio desde una perspectiva empírica, con hipótesis conceptualmente deductivas, sino que de manera inductiva se pasa del dato observado a identificar los parámetros normativos de comportamiento, que son aceptados por los individuos históricamente identificados” (Bonilla y Rodríguez, 1997, 47). Se retoma aquí el construccionismo social, que visto desde los planteamientos de Gergen(2007) , puede comprenderse como un meta-análisis de la comunicación, en donde el sujeto produce su lenguaje como respuesta a un constructo histórico-cultural.

La recolección de la información se realizó a través de una entrevista semiestructurada como instrumento metodológico, cuyas preguntas se enfocaron en escudriñar la manera como se desarrollaban los procesos de intervención con los sexo-servidores masculinos, descubrir cuáles eran sus potencialidades y dificultades, y elucidar el significado mismo que se le atribuía a estos sujetos sociales.

En consecuencia, se realizó un muestreo de tipo aleatorio estratificado, cuyos criterios de inclusión fueron: a) ser profesional en Trabajo Social, b) ejercicio activo en procesos de atención o intervención por al menos dos años y c) haber realizado procesos de intervención con población trabajadora sexual masculina.

Por otra parte, se realizó una revisión del estado de la cuestión en las bases de datos Ebrary, Redalyc, SciELO y Scopus, así como en los repositorios institucionales de las Universidades Nacional de Colombia (Bogotá), de Antioquia (Medellín), de la Salle (Bogotá) y Colegio Mayor de Cundinamarca. Esta exploración arrojó artículos académicos, libros, tesis de pregrado, de maestría y de doctorado para una suma total de cuarenta textos.

Dicho esto, la población abordada estuvo compuesta por cinco profesionales en Trabajo Social que,en ese momento, estaban adscritas como contratistas a instituciones estatales y de la sociedad civil, en proyectos de intervención cuya población objeto eran personas trabajadoras sexuales que ejercían en las localidades de Santa Fe, Chapinero y Barrios unidos. Durante el desarrollo de los procesos, se tuvieron como referentes puntos visibles de comercio sexual, como el barrio Siete de agosto, la Plaza de la mariposa, la Plaza de nuestra señora de Lourdes, entre otros. A partir de esto, se focalizó el accionar de las profesionales en coherencia con las metas establecidas según el proyecto del que eran partícipes, cuyo énfasis era la promoción y reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos en relación con la regulación con tinte sanitario de las y los sexo-servidores. Así mismo, el proyecto buscaba la potencialización de habilidades y diversificación de opciones laborales de los sexo-servidores con el fin de que estos lograrán dejar esta actividad económica.

3. Hallazgos

3.1Sujeto y entorno. Visión y experiencias de intervención con la población trabajadora sexual masculina

“El Trabajo Social como el arte de la práctica, de la reflexión en la acción” (Aguilar, 2013, p. 270)

El abordaje del Trabajo Social en contextos asociados al comercio sexual no es fácil. El contexto es difuso y pasa por diversas representaciones con las que cuentan el o la profesional, en relación con las apreciaciones y prejuicios que, a priori, se tienen sobre este fenómeno social. De allí que cuando las profesionales abordadas entran a realizar procesos de intervención dirigidos a población trabajadora sexual, se confrontan con perspectivas por debatir en los territorios.

De entrada aparece el cuestionamiento, porque, pues, se sabe cuáles son los objetivos, cuál es la oferta y bajo qué te miden […]sabes, una siempre se arma de ideas del quehacer en el campo […] sin embargo,es difícil […] choca de entrada el ver que quieren estar ahí, que hasta hablan de goce.Uno no juzga claro, pero […] con los chicos es más chocante porque, en mi caso, con el primero quedé muda […] pero de eso se aprende y toca adecuarse, depende de la pericia del artista, claro está. (Entrevista a trabajadora social 1, noviembre de 2017).

Cabe destacar que los procesos realizados con trabajadores sexuales masculinos -independientemente de la vinculación institucional de las entrevistadas-, se refieren principalmente a sexo-servidores que ejercían sobre todo en la calle. La edad de estos fluctuaba entre los 18 y los 23 años. Eran provenientes de contextos marginales y sus lugares de residencia eran principalmente lugares periféricos dentro de la ciudad o en zonas de alto impacto, en las cuales se centra la oferta institucional tanto de entidades estatales como de la sociedad civil. Cabe resaltar que, dentro de los proyectos de intervención a los cuales se suscribían las entrevistadas, no se atendía a población migrante. Esto era determinado por los objetivos y alcances de dichos proyectos, cuyo énfasis era la promoción y reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos, en relación con la regulación con tinte sanitario de las y los sexo servidoras. Del mismo modo, los proyectos buscaban la potencialización de habilidades y diversificación de opciones laborales en los sexo-servidores con el fin de que estos lograran dejar esta actividad económica. Adicionalmente, en comparación con las trabajadoras sexuales femeninas, sus abordajes fueron referidos como mínimos, inestables, con bajo porcentaje de adherencia y caracterizados por ser generalmente de atención inmediata. Lo anterior brinda un panorama general del tipo de sujeto con el que se constituye la experiencia de las profesionales abordadas.

Más que todo a chicas. La verdad muy raro era el caso de los chicos, y eso que estaban en los indicadores que igual no se cumplían. Ellos no eran estables y eran complejos. Igual lo más difícil es que no había mucho que ofrecer, o sea, una citología no es para ellos. A duras penas la parte de salud sexual, pero nada más. Es que, como te digo, son complejos. Además de que lo que menos quieren es dejar de ejercer. Son complejos. (Entrevista a trabajadora social 2, noviembre de 2017).

En este sentido, se demarcan ideas básicas de los sujetos a intervenir en una lógica en relación con la feminización del proceso a realizar. Bajo esta perspectiva, se ve el otro desde la carencia y la regulación de mismo. De allí que la referencia a la oferta basada en salud sexual y el comentario referido a dejar de ejercer, obedezcan a un imperativo moral que permea el accionar de la profesional en contexto (Malagón, 2010). Lo raro y lo complejo emerge como un condicionante producto del choque entre ideas preconcebidas y la incomprensión de las dinámicas de los sexo-servidores masculinos.

La cosa definitivamente depende del contexto, depende de todo. Para mí, el entorno define al sujeto a partir del crecimiento que este tenga, pero el sujeto puede cambiar su entorno a partir de sus vivencias. Entonces, si yo propongo una posibilidad de transformar una narrativa empoderante [sic] de vida del sujeto, le puedo transformar su entorno completamente. Depende de la pericia del artista. Eso se le puede dar giro según el trabajador social, su formación, experiencia y demás. Depende de la pericia del artista. (Entrevista a trabajadora social 1, noviembre de 2017).

Partiendo de cómo se establece la lógica de la intervención, ésta parte de una relación entre el entorno, el contexto y el sujeto. De esta forma, se desarrollan estrategias para llevar a cabo el accionar de la profesional, que es referido por las entrevistadas como un “proceso inmediato” dirigido a los “usuarios” por medio de la delimitación de una necesidad imperante. Esto con el propósito de dar aval a los servicios institucionales que se ofrecen (Aguilar, 2013).

La cosa es que casi siempre son inmediatos y mediatos, porque son encuentros únicos que pueden durar de diez a quince minutos […] porque yo tengo que tener claro que si ellos están ahí es porque están trabajando, ¿sí? Casi nunca ellos tienen un punto referenciado de residencia, porque viven en lugares paga-diario. Tengo que generar toda la situación de confianza. Es complicado, ya uno dice: -listo, establecí una conversación- para que ellos te llamen. De resto, ellos no piden ayuda. Además, uno casi que tiene que encontrar con ellos la maña al gato, porque por más que sean población, muchas veces no aplican a lo ofertado. (Entrevista a trabajadora social 4, junio de 2017).

De esta forma, desde la experiencia de las entrevistadas, tanto el problema o necesidad a tratar como las habilidades y potencialidades del sujeto son redireccionados desde la visión profesional, haciendo énfasis en las carencias que se logran identificar (Malagón, 2010; Osorio et al., 2006). Por consiguiente, se hace también énfasis en la necesidad de encasillar a los “usuarios” dentro de un marco de oferta institucional, como primera medida de abordaje y adherencia al proceso realizado

Se comprende la necesidad como una interrelación entre el entorno y el sujeto, en el que se logran observar carencias que pueden llegar a convertirse en problemas que afectan sus capacidades de desenvolvimiento en su contexto (Fambuena, 2012a). Por lo tanto, aspectos como la cohesión y la confianza, que se establecen con el sujeto desde el primer acercamiento, dirigen las pautas para establecer procesos y adherencia a los mismos (Aguilar, 2013).El entorno, por consiguiente, predetermina ciertas problemáticas y es el sujeto quien genera el reconocimiento de las oportunidades de cambio presentes en el mismo (Tello, 2012).

Hay algo desde [lo] que hay que partir y es que yo creo que el sujeto convierte en necesidad algo que no puede resolver, y si no lo puede resolver, se convierte en una problemática. Entonces creo que no se separan, sino se separa. Sin embargo, si [lo] miramos desde el enfoque, los problemas sociales tienen que ver con el campo de lo estructural, sí, de lo que no le permite al sujeto, transformar su entorno y transformarse a sí mismo. Ya eso es, en sí mismo, una problemática. (Entrevista a trabajadora social 3, noviembre de 2017).

El trabajo de campo, la escucha y la observación activa, tanto para el establecimiento de confianza como para el mantenimiento de los procesos de atención e intervención realizados con los sujetos, constituyen acciones claves a usar para el establecimiento de dichos procesos (Fambuena, 2012a; Tello, 2012). Esto condicionado por los enfoques bajo los cuales cada profesional sitúa y significa su intervención.

Voy hacia los sujetos a partir del sujeto y lo que el sujeto realmente quería para la transformación de la sociedad. Sin embargo, yo, digamos, siempre me paro con enfoques de educación, con enfoques de participación. (Entrevista a trabajadora social 2, noviembre de 2017).

La escucha, eso lo define todo […] yo creería que todo esto tiene que hacerse a través de la escucha activa y no llegar con ideas mesiánicas de cambiarles el mundo. Que sea una intervención a partir de la relación de ayuda, ¿sí? Que tú siempre estés ahí para [...] Listo, entonces estamos hablando de esta problemática, pero que tengas la posibilidad de tener redes institucionales, o sea sectoriales e intersectoriales, para un momento en el que tú tengas una situación que se te presente con ellos. (Entrevista a trabajadora social 4, noviembre de 2017).

Por consiguiente, las trabajadoras sociales entrevistadas adecúan la oferta de los servicios institucionales por medio de la identificación de problemáticas y necesidades. (Malleda, 2012). Dicho esto, existe una tendencia a generar redes de apoyo interinstitucionales con organizaciones de la sociedad civil (Chadi, 2000) con el objetivo de dar cumplimiento al desarrollo del proceso de intervención o, por el contrario, darle continuidad. Esta identificación parte de reconocer las necesidades y características de raza y género de los “usuarios”.

Lo que se llega a hacer se hace desde […] la red Vincular hablando de su institucionalidad. Nosotras hacemos remisiones para la subdirección LGBT y ellos nos apoyan con varias cosas, pero la inestabilidad de los contratos a nivel de los distritos no permite que los procesos sean sostenibles […] no hay sostenibilidad en los procesos. (Entrevista a trabajadora social 5, noviembre de 2017).

Las instituciones del Trabajo Social, en este sentido, asignan al profesional la responsabilidad de cumplir de forma satisfactoria con las metas y objetivos de gran demanda (Malleda, 2012). Estos, junto con tareas administrativas (entrega de informes y demás deberes burocráticos) saturan al profesional y generan inestabilidad en el seguimiento de procesos debido, igualmente, a: la falta de profesionales en los territorios, la ambigüedad que permea la sostenibilidad de la oferta institucional, la vigencia en términos de tiempo y la capacidad instalada.

Dicho esto, se hace evidente desde la experiencia de las entrevistadas, el establecimiento de lógicas de intervención focalizadas en la constitución de alianzas y contactos interinstitucionales; lo que, a su vez, se encuentra dirigido al fortalecimiento de redes primarias y secundarias para generar cobertura y eficacia en el proceso de intervención con el sujeto (Chadi, 2000).

Desde la red Vincular es donde se puede hacer el mayor trabajo. Igual pasa con los chicos. Principalmente que a estos no es que haya mucho que ofrecerles de formación acá, porque hay son cursos de peluquería, cosméticos y así, o igual, pues ellos no necesitan una citología o algún medicamento anticonceptivo. En estos es eso, porque si son de familias pesadas o de relaciones conflictivas, ¿ves? […] por eso con ellos es más jodido. (Entrevista a trabajadora social 5, noviembre de 2017).

Dicho esto, desde la experiencia de las entrevistadas, los servicios a ofertar que cobijan a los procesos de intervención van dirigidos a la promoción de salud sexual y reproductiva, el fortalecimiento de habilidades, la diversificación de la inserción laboral y el direccionamiento y construcción de proyectos de vida por fuera del sexo servicio (Barrera y Hurtado, 2018). Los procesos de intervención tienden a ser enmarcados desde la institucionalidad, bajo las denominaciones de “atención y acompañamiento al sujeto” (Barrera yFúquene, 2018). Esto está suscrito a la lógica de los enfoques de salud pública en los que se encasillan tanto las profesiones, como las instituciones y sus proyectos (Holguín, 2012; Montagud, 2012).

Se instituyen entonces lógicas que oscilan entre la regulación de los sujetos y la abolición de su sexualidad tarifada. Lo anterior bajo la premisa de la reivindicación de derechos y subsanación de necesidades de personas vistas como carentes y pasivas ante los riesgos que se presentan en las dinámicas del comercio sexual.

Por consiguiente, cabe destacar que, desde las narrativas de las trabajadoras sociales, se hacen presentes fortalezas y limitaciones que, en la práctica, se tienen en cuenta para realizar los abordajes con los sexo-servidores. Se resalta la inestabilidad del proceso, la atención inmediata, la corta duración del proceso, la importancia del anonimato del sujeto, y la generación de redes interinstitucionales según las necesidades y problemáticas identificadas (Barrera y Fúquene, 2018; Barrera y Hurtado, 2018; Holguín, 2012). En concordancia, reflexionar sobre la naturaleza de la intervención social responde a la necesidad de cuestionar y discernir muchas premisas que hemos forjado desde la práctica de la acción social (Montagud, 2012).

Es así como las prácticas basadas en la evidencia dan cuenta de la insuficiencia teórico-metodológica para lograr establecer procesos con los sexo-servidores masculinos. Igualmente, tales prácticas son evidencia de la persistencia de lógicas de intervención y de comprensión institucional de los sujetos dedicados al trabajo sexual, basadas tanto en el abolicionismo, como en el reglamentismo.

Por consiguiente, las dinámicas imperantes en las instituciones del Trabajo Social, así como el direccionamiento de las políticas públicas, dan cuenta del desconocimiento de las dinámicas propias del comercio del cuerpo masculino, el cual sigue siendo feminizado y juzgado a la luz de imperativos morales propios de una mirada de tipo reduccionista (Moreno, Lopera y Hoyos, 2018). Las trabajadoras sociales, no obstante, tienden a generar dinámicas que parten de la resignificación y comprensión de las realidades y patrones culturales entorno al sujeto en un intento por lograr la eficacia del proceso (Barrera y Hurtado, 2018).

3.2 Algunos retos para la intervención con los trabajadores sexuales desde el Trabajo Social

“Muchos profesionales de la intervención social, tras bastantes años de actividad, no dejamos de hacernos preguntas” (Montagud, 2012, p. 109)

Cuando se propone un reto, se habla desde una postura reflexiva, que parte de reconocer sus límites y que nos indican una necesidad de mantener una actitud de aprendizaje permanente y retroalimentada por lo identificado en la práctica (Aguilar, 2013;Malleda, 2012). En lo que respecta a la intervención de las trabajadoras sociales abordadas, se percibe una lógica de la razón instrumental que oscila entre el abolicionismo con imperativos morales y el regulacionismo con tintes higienistas. Lo anterior puede ser puesto en tela de juicio como un obstáculo a la acción, dado que la realidad es variable e indomable. Existe entonces una tendencia a pensar los problemas desde la lógica necesidad-recurso, carente-vulnerable (Ramalho, 2012; Tello, 2012). Pero no se parte de reconocer las dimensiones estructurales que componen el fenómeno social que permea a los sujetos (Del Olmo, 2016).

Minichiello et al., (2014) señala que la tendencia a invisibilizar las distintas formas del mercado sexual, o comercialización del cuerpo que lo compone, implica repercusiones para diferentes grupos poblacionales, que son evaluados por estatutos de tipo patriarcal con connotaciones políticas y morales. Esto enfatiza el papel que juegan los profesionales de las ciencias sociales frente a la comprensión de este fenómeno, ya que éste repercute en la consolidación de estrategias de atención e intervención con la población trabajadora sexual

Es aquí donde el modelo reflexivo, partiendo de la acción, la propone como piedra angular, pues es a través de ella que se modifica la práctica y se reincorporan esos saberes adquiridos en la acción del trabajador social, y basados en la evidencia (Aguilar, 2013). Esta se presenta como una de las principales herramientas a incorporar en el proceso de intervención en el que el individuo se hace partícipe, no como objeto de carencia, sino como sujeto proactivo. Lo anterior se manifiesta como uno de los principales retos para el Trabajo Social.

En este sentido, es de resaltar que el trabajo sexual masculino se desarrolla de forma dinámica y regularmente clandestina conforme a múltiples dimensiones intrínsecas a la estructura social y personal de quien la ejerce (Tirado, 2013). En los testimonios anteriores, se resaltan el desconocimiento y la incertidumbre frente a esta realidad social y, por consiguiente, el vacío teórico-metodológico con relación a las múltiples aristas que componen el fenómeno del trabajo sexual, entendido en la diversidad de los grupos poblacionales que lo componen y simplificado en su vertiente femenina como hegemónica (HernándezyEspinosa, 2015).

La tarea del Trabajo Social entonces, “consistiría tanto en la potenciación de las capacidades propias de los usuarios para vivir en sociedad, como en el intento de remover los obstáculos sociales que impidan su realización” (Aguilar, 2013, p. 71). Desde esta perspectiva, se hace de vital importancia la comprensión e identificación de las realidades de los sujetos a intervenir para constituir estrategias óptimas y así lograr cambios significativos en el sujeto y su entorno (Tello, 2012).

El tener en cuenta las relaciones de clase, raza y género dentro del abordaje de la población trabajadora sexual en general se considera como imprescindible a la hora de constituir procesos de tipo dialógicos y participativos con los sujetos sociales. A su vez, el lograr adentrarse y comprender las dinámicas que se instituyen dentro de su modalidad o estatus permite realizar un encuadre dentro de los procesos de atención o intervención.

Ahora bien, en la práctica profesional del Trabajo Social se realizan y se constituyen ejercicios de caracterización de los sujetos, grupos y comunidades a intervenir bajo una lógica diagnóstico-instrumental (Malleda, 2012).Este trabajo, por medio de un proceso de triangulación de información, es posible por diversos factores: el reconocimiento de los recursos, las redes de apoyo, las necesidades, las problemáticas, las carencias las oportunidades de mejora, así como de los actores implicados, entre otros (Aguilar, 2013;Malagón, 2010).

Se hace presente entonces el reto de construir de forma dialógica con los trabajadores sexuales masculinos un clima de libertad para la expresión, exploración, indagación y estudio del caso a trabajar, en pro de privilegiar una intervención con carácter dinámico y adaptativo a sus realidades (Aguilar, 2013; Tello, 2012). La red social se hace presente como una herramienta que, dentro del proceso, puede construir resiliencia y que está enfocada a disminuir condiciones de dificultad, vulnerabilidad o exclusión social que se presentan y reconocen en el individuo (Aguilar, 2013; Fambuena, 2012b).

Lograr que el profesional en Trabajo Social logre ver y estudiar al sujeto inmerso en dinámicas de trabajo sexual como una persona con múltiples potencialidades, las cuales son producto de una serie de vivencias, y no como un carente condicionado por una problemática social de salud pública (Marín y Quintero, 2013; Wahab, 2002), en una relación dialógica con el medio, constituye otro reto. De esta manera, en la mayoría de los casos, se lograría obtener una mayor oportunidad de mejora a la problemática identificada, si el proceso se realiza de manera conjunta con el sujeto en su realidad. Se busca entonces que en estas prácticas, la participación del sujeto sea indispensable para dar respuesta a las demandas de actores tanto sociales como colectivos y, a su vez, a los objetivos institucionales.

Tello (2012) señala y recalca la importancia que tiene la identificación de los puntos de ruptura en la intervención, ya que de estos depende la posibilidad de transformación en la realidad social de una persona o un colectivo. Así mismo, se requiere ver los puntos de ruptura como “situaciones concretas en la vida cotidiana de los sujetos individuales y colectivos” (Tello, 2012, p. 39) que dan lugar a oportunidades de cambio o de quiebre dentro de los procesos. Por consiguiente, es fundamental que el profesional reconozca esos espacios y genere una apertura en los procesos con la población por abordar. Esto permitirá la adecuada elección de los métodos y técnicas a utilizar en la intervención, para que la persona sea capaz de hacerse partícipe del proceso.

Se presenta entonces el reto de establecer y construir estrategias de intervención e investigación acordes a la realidad de las poblaciones en el ejercicio del trabajo sexual masculino, femenino y trans, para no caer en el reduccionismo de enmarcarlo exclusivamente en una cosmovisión femenina. La necesidad de solventar esta carencia se resalta al recordar que “todo método y todo procedimiento en Trabajo Social debe ser necesariamente participativo, si pretende ser coherente con los valores y principios profesionales” (Aguilar, 2013, p. 273). Principios tales como la dignidad, la libertad, y la igualdad, entre otros.

Como consecuencia de lo anterior, surge otro reto: lograr hacer partícipes a los trabajadores sexuales masculinos en el desarrollo de los procesos de atención o intervención. Esto con el objetivo de lograr formar y visibilizar a líderes pares, para que puedan orientar, retroalimentar y acompañar a los profesionales en los procesos a realizar en el territorio, estableciendo así, relaciones dialógicas, reflexivas y amenas entre la población objeto y los entes interventores sin perder la objetividad entre los mismos.

Adicionalmente, generar relaciones óptimas, positivas y de confianza con las personas que ejercen esta actividad lucrativa permitirá incentivar su adherencia a los procesos con la población. De igual manera, es imperante desarrollar estrategias de seguimiento para así medir el impacto del proceso en las personas y obtener una retroalimentación del mismo desde sus relatos o testimonios de vida (Ross et al., 2012).

Lo anterior debe realizarse enfatizando en la necesidad de generar un cambio de imaginarios sociales con respecto a los sexo-servidores (Del Olmo, 2016) en correlación a la ejecución de políticas públicas que en la actualidad se gestan en el país (Secretaría Distrital de la Mujer, 2019).En este proceso, los y las profesionales en Trabajo Social, tenemos un lugar destacado en relación con su consolidación ejecución, seguimiento y evaluación.

4. Conclusiones

La intervención con personas que se reconocen como trabajadores sexuales parte de una lógica que recae en el abolicionismo y el reglamentismo. Por tanto, estos son vistos como una problemática social de salud pública. Desde la perspectiva de las profesionales entrevistadas y el marco institucional que guía su quehacer, ellas tienden a generar imaginarios, que recaen en el reduccionismo y que feminizan los procesos. Se desconocen, por consiguiente, las múltiples vertientes que se derivan de los grupos poblacionales masculinos y trans, así como sus relaciones de clase y de género. Se hace necesario entonces poner en duda la lógica fundacional de la intervención en Trabajo Social y las ciencias sociales en general.

Por consiguiente, el accionar del trabajador social se debe situar en la construcción de estrategias teórico-metodológicas con bases científicas y verificadas, que deben partir de la acción y de la participación con los sujetos sociales. Con estas herramientas se debe buscar la identificación en la realidad social de los sujetos, de los puntos de ruptura, tanto dela población sexo-servidora como de las demás poblaciones que ejercen el trabajo sexual. Lo anterior, justificado en el hecho de que el objeto de estudio de la profesión-disciplina se centra en la comprensión e intervención de las problemáticas sociales individuales y colectivas del ser humano, enfocándose en que este es cambiante y dinámico.

Desde la experiencia de las profesionales entrevistadas, se evidencia que la intervención de los y las trabajadoras sociales con respecto a quienes ejercen el trabajo sexual masculino toma como base el refuerzo de redes institucionales, estatales y civiles, en donde la empatía y la escucha activa se sitúan como elementos esenciales. En este sentido, se plantea que la intervención debe ir direccionada, a su vez, hacia la visibilización de los integrantes de esta población por medio del contacto constante con ellos, para propiciar así su adherencia al proceso de cambio de imaginarios sociales como núcleo del proceso mismo. Esto permitirá la creación de espacios de cohesión y receptividad entre la población y el funcionario institucional. Por otro lado, los procesos de intervención deberían contar, no solo con mecanismos de evaluación y monitoreo a través de indicadores, sino también con relatos reflexivos de los actores sociales abordados. Esto, en relación con el accionar del trabajo social en el marco de las políticas públicas de actividades sexuales pagas que se gestan en la actualidad, como es el caso de Bogotá.

Para finalizar, dado que el Trabajo Social se construye como profesión-disciplina a partir de la reflexión sobre la intervención, se hace necesario dar continuidad a la generación de procesos reflexivos que nazcan de la evidencia, en donde se estructure, en conjunto con la persona, la intervención a través de la identificación-de manera conjunta y no focalizada- de los puntos de ruptura que se hacen presentes. Esto permitirá propiciar espacios de libertad dentro de la intervención y permitirá incentivar la adherencia a los procesos, dado que éste es uno de los principales limitantes en su ejercicio. Esto responde a que el eje de dicha limitación se sitúa en el dilema del individualismo, que obliga al profesional a presentarse como un extraño al otro en su mundo. Lo anterior ratifica la importancia que tiene el estructurar procesos conjuntos y participativos para el Trabajo Social. Es dentro de estos procesos donde se logra focalizar tanto la adherencia como su eficacia y eficiencia con la población, puesto que permite que los sujetos intervenidos se sientan parte del proceso y no solo como un indicador agregado a los resultados fijados por la institucionalidad.

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Notas:

1Se acuña el término de comercio sexual, desde la perspectiva de Tirado (2013), como el conglomerado de prácticas económicas y socioculturales, de la sexualidad tarifada, como negocio en el que se permean relaciones de oferta y demanda, que realiza el sujeto que se suscribe en este de manera autónoma y consiente, pero desde el cual se reconocen también las dinámicas de explotación, manipulación y trata. Por consiguiente, este término hace referencia a un fenómeno complejo de abordar, debido a “su carácter dual de ilegitimidad y legalidad en combinación” (Tirado, 2013, p. 72).

2El término sexo-servicio y sexo-servidor, dentro del conglomerado de términos que engloba al comercio sexual, hacen referencia al sujeto que ejerce, desde su libertad individual, las prácticas de la sexualidad tarifada (Tirado, 2013).

3La sigla ITS hace referencia a infecciones de trasmisión sexual.

5El término de zonas de alto impacto, dentro del plan de ordenamiento territorial de Bogotá, hace referencia a las ubicaciones geográficas distribuidas en la ciudad, cuya finalidad es la de evitar que, de manera indiscriminada, sea visualizado o se amplíeal ejercicio del trabajo sexual, consumo de sustancias psicoactivas, entre otros fenómenos sociales que atañen a Bogotá. Véase Parces ONG (2016).

6Durante el trabajo de campo realizado, se abordó a trabajadoras sociales adscritas laboralmente a las organizaciones de la sociedad civil-ACJ- Bogotá Cundinamarca y Corporación Red Somos-, así como a las instituciones estatales -Secretaría Distrital de la Mujer, Subred Integrada de Servicios de Salud Sur Occidente y Subdirección para Asuntos LGBT de la Secretaría Distrital de Integración Social-.

8Cabe destacar que, durante la realización de la investigación y en las instituciones tanto estatales como de la sociedad, no se inscribió laboralmente o como voluntario ningún hombre trabajador social.

Notas:

9Este artículo es producto de la investigación Reflexiones en torno a la intervención del trabajador social con trabajadores sexuales masculinos en Bogotá. Aportes para una ruta de atención, realizada entre abril de 2017 y febrero de 2018, con el apoyo de la Corporación Red Somos

Recibido: 27 de Noviembre de 2019; Aprobado: 08 de Mayo de 2020

Autor de correspondencia: Johan Arturo Barrera-Castellanos. Corporación Red Somos. Bogotá, Colombia. Correo electrónico: jobarrera@unal.edu.co

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